PIEDAD POPULAR. El culto de Latría y de Hiperdulía

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Los católicos consideramos a María como subordinada a Cristo, pero de una manera única, ya que se la ve por encima de todas las demás criaturas. En el año 787 el Concilio II de Nicea (7o Ecuménico) afirmó una jerarquía de tres niveles: de «latría», «hiperdulía» y «dulía», que se aplican a Dios (latría), a la Virgen María (hiperdulía)y luego a los demás santos (dulia). El Concilio llegó a una definición que aclaró los términos y decidió la clara diferencia entre «veneración» de imágenes, admitida, y «adoración», absolutamente rechazada porque sólo Dios puede ser adorado. También quedó claro que la veneración de imágenes significa la veneración de las personas representadas y no de los iconos materiales como tales. Definió literalmente:


“... definimos con todo rigor y cuidado que, como la representación de la cruz preciosa y vivificante, las venerables y santas imágenes, ya sean pintadas o en mosaico o en cualquier otro material adecuado, deben ser exhibidas en las santas iglesias de Dios, en el muebles sagrados, vestiduras sagradas, paredes y mesas, casas y calles; sean la imagen del Señor Dios y nuestro Salvador Jesucristo, o la de nuestra Señora Inmaculada, la Santa Madre de Dios, de los santos ángeles, de todos los santos y justos.

De hecho, cuanto más frecuentemente se contemplan estas imágenes, más se lleva a quien las contempla a la memoria y al deseo de los modelos originales y les rinde respeto y veneración besándolos. Ciertamente no se trata de una verdadera adoración, reservada por nuestra fe solo a la naturaleza divina, sino de un culto semejante al que se rinde a la imagen de la cruz preciosa y vivificante, a los santos evangelios y a otros objetos sagrados, honrándolos con la ofrenda de incienso y luces según el uso piadoso de los antiguos. El honor que se le da a la imagen, en realidad, pertenece a quien está representado en ella y quien venera la imagen, venera la realidad de quien se reproduce en ella”.[1]

En base a lo anterior hay que subrayar sin término medio que la devoción a la Virgen María en la doctrina católica no equivale en absoluto ni lejanamente a «adoración», que está reservada sólo y exclusivamente para Dios, por lo que se debe tajantemente evitar toda apariencia mínima de «adoración» o de querer sustituir la devoción o el culto a María, Madre del Verbo Encarnado, a su Hijo, único Salvador y centro absoluto de nuestro Camino hacia la comunión salvífica con Dios.

Algunas intervenciones pontificias mariológicas de los tiempos recientes

Desde el punto de vista de la doctrina mariana, tras el Concilio de Éfeso que definió los de su Maternidad divina y su Perpetua virginidad, los dos únicos dogmas marianos enseñados por la Iglesia, son los de la Inmaculada Concepción y la Asunción, declarados por el beato Pío IX en 1854 y Pio XII en 1950, lo que no quita que la piedad y tradición católica adjudique a María numerosos títulos en los que se quieren resaltar algunos aspectos particulares de la reconocida doctrina mariológica.

Así el Concilio Vaticano II declaró a María como la «Madre de la Iglesia». En su Carta Apostólica «Rosarium Virginis Mariae» de 2002, Juan Pablo II enfatizó el enfoque de San Luis de Montfort de ver el estudio de María como un camino para obtener una mejor comprensión del misterio de Cristo.


Devociones y tradiciones marianas

Las devociones marianas han tenido siempre una gran importancia dentro de la tradición católica, y con una gran variedad de modalidades que van, por citar algunas, desde la aprobación de cofradías marianas al rezo del Santo Rosario, la Consagración a María, el uso del escapulario, hasta oraciones de varios días como las Novenas marianas que preceden a todas las fiestas principales de la Virgen, sea a nivel universal como local.

La difusión de las devociones marianas tanto universales como locales en santuarios específicos, o promovidas por algunas Órdenes religiosas a lo largo de los siglos, han sido bendecidas por los Papas, como el rezo del Santo Rosario, y han influido poderosamente en la mariología y en el crecimiento de las devociones marianas construyendo un «sensus fidelium» , que influye en el interés de los fieles católicos en aspectos específicos de la mariología. Las devociones marianas generalmente comienzan en el nivel de la piedad popular, a menudo en conexión con las experiencias religiosas, milagros o hechos extraordinarios percibidos como tales por la fe sencilla de los fieles, y visiones de individuos sencillos y modestos (en algunos casos niños y gente humilde y de reducidos recursos sociales, o en personas agraciadas por Dios con reconocidas gracias místicas).

El relato de sus experiencias va creando fuertes emociones entre los numerosos católicos, dando lugar a la construcción de ermitas en honor a la Virgen, que con el tiempo a veces se convierten en santuarios notables. La historia de las devociones medievales en relación a María está llena de estas referencias. Puede decirse que la Edad Media es una Edad típicamente «mariológica» en las distintas dimensiones de la devoción cristiana, del arte en sus catedrales y templos menores, en los millares de ermitas levantadas en honor de la Virgen.

Lo mismo ocurre en las incontables pinturas y esculturas del arte cristiano popular, o el más fino llevado a cabo en las piezas literarias que a veces constituyen los tesoros iniciales de los comienzos de las llamadas lenguas «romances», como el castellano, el galaico-portugués, el francés, y el italiano. Así una de las primeras obras literarias en lengua castellana se debe a Gonzalo de Berceo (1197-1264), del llamado «mester de clerecía» y lleva el título de «Milagros de Nuestra Señora».

Las colecciones de milagros marianos aparecieron a lo largo del siglo XI, pero será a partir de los siglos XII y XIII cuando se producirá un considerable aumento de estas colecciones, y habrá incluso autores especializados en el mismo, como Gautier de Coincy, Jean Le Marchant, Adgar, Bonvesin de la Riva o Alfonso X «el Sabio».

Hay de dos tipos de estas colecciones: las de los milagros locales, vinculadas a los grandes centros de peregrinación (Laon, Rocamadour, Chartres, etc.), y las generales. Berceo aprovechó una de estas colecciones de milagros generales para componer la suya en un periodo de divulgación de las lenguas románicas y de difusión de las tradiciones marianas. La devoción a María se expandió en el siglo XIII por toda la geografía europea, pues ofrecía una imagen maternal más amable y cercana del cristianismo.

Esta visión es la que franciscanos y dominicos propagaron en sus sermones a través de los ejemplos con que los adornaban. En el caso de Berceo, el propósito de su obra es claramente mariano: rendir culto a la Virgen, posiblemente Nuestra Señora de Marzo, venerada en el altar mayor del monasterio de San Millán de Suso (Castilla). Tal tradición devocional y literaria continúa viva y en aumento a lo largo de los siglos siguientes.

Se puede afirmar que los grandes literatos y artistas medievales, del renacimiento y más tarde del barroco, dan un lugar privilegiado a las expresiones artísticas y literarias de carácter mariológico. Toda esta privilegiada tradición pasará luego con creces a través de la mediación ibérica al Nuevo Mundo.

Numerosos mariólogos, como San Alfonso María de Ligorio, autor de «Las glorias de María», en el siglo XVIII, han recogido y citado estas tradiciones antiguas como expresión de una fe viva entre los fieles y su «sensus fidelium». San Alfonso María de Ligorio dice cómo “la mayoría de los fieles siempre han recurrido a la intercesión de la divina madre por todas las gracias que desean”.

Hablando del testimonio de los Padres de la Iglesia al atribuir algunos títulos a María, el Papa Pío XII escribió en «Fulgens Corona»: “¿Si las alabanzas populares a la Santísima Virgen María reciben la cuidadosa consideración que merecen, ella tendrá el valor de dudar que ella, que fue más pura que los ángeles y en todos los tiempos pura, fue en cualquier momento, aunque sea por un breve instante, no libre de toda mancha de pecado?” La respuesta la tenemos claramente en el saludo mariano popular, muy extendido en el mundo hispano del «Ave, María Purisíma» y de la respuesta del «Sin pecado concebida», que incluso entra en el saludo del penitente cuando se acerca a la confesión auricular.

Los dogmas marianos de la Inmaculada Concepción y la Asunción de María se definieron en parte sobre la base del «sensus fidei», “el sentido sobrenatural de la fe por parte de todo el pueblo, cuando, desde los obispos hasta el último de los fieles, expresa la universalidad su consentimiento en materia de fe y moral”. En el caso de los dogmas de la Inmaculada Concepción y la Asunción, los dos papas que los definieron consultaron a los obispos católicos de todo el mundo sobre la fe de la comunidad antes de proceder a definir el dogma.

Refiriéndose a estos dogmas, en 2010 el Papa Benedicto XVI llamó al pueblo de Dios el «maestro que va primero» y declaró: “La fe tanto de la Inmaculada Concepción como de la Asunción corporal de la Virgen estaba ya presente en el Pueblo de Dios, aún antes que la teología hubiera encontrado la clave para interpretarla en la totalidad de la doctrina de la fe. El Pueblo de Dios, por tanto, precede a los teólogos y todo ello gracias a ese sensus fidei sobrenatural, es decir, a esa capacidad infundida por el Espíritu Santo que nos capacita para abrazar la realidad de la fe, con humildad de corazón y de mente. En este sentido, el Pueblo de Dios es el «maestro que va primero» y, por lo tanto, debe ser examinado más profunda e intelectualmente aceptado por la teología”.

Las devociones marianas fueron alentadas por los papas, y en la encíclica «Marialis cultus» el Papa Pablo VI declaró: “Desde el momento en que fuimos llamados a la Sede de Pedro, siempre hemos buscado mejorar la devoción a la Santísima Virgen María”. En la «Rosarium Virginis Mariae», el Papa Juan Pablo II declaraba: “De todas las devociones la que consagra y conforma un alma a nuestro Señor es la devoción a María...”

Las fiestas históricas:

Están basadas en tradiciones históricas, con frecuencia en tradiciones tardías y con muy débiles fundamentos; generalmente nunca fueron aprobadas por la Congregación para la Doctrina de la Fe, ya que casi siempre son anteriores a la congregación, creada en 1542. Se reconocen con base en la declaración papal de la fiesta en lugar de un análisis formal de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Algunas de las más comunes:

  • Nuestra Señora del Pilar (Zaragoza, España).
  • Nuestra Señora de las Nieves (358, Roma).
  • Nuestra Señora de Walsingham (1061, Richeldis de Faverches, Walsingham).
  • Nuestra Señora del Rosario (1208).
  • Nuestra Señora del Monte Carmelo (1251).

Apariciones canónicamente aprobadas por la Iglesia católica:

  • Nuestra Señora de Guadalupe (1531, a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin)
  • Nuestra Señora de Coromoto (1652, al Indio Coromoto)
  • Nuestra Señora de Šiluva (1608)
  • Nuestra Señora de Laus (1664–1718)
  • Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa (1830, a Santa Catalina Laboure)
  • Nuestra Señora de la Salette (1846, a Mélanie Calvat y Maximin Giraud)
  • Nuestra Señora de Lourdes (1858, a Santa Bernadette Soubirous)
  • Nuestra Señora de Pontmain (1871)
  • Nuestra Señora de Gietrzwald (1877)
  • Nuestra Señora de Knock (1879)
  • Nuestra Señora de Fátima (1917, a San Francisco Marto, Santa Jacinta Marto y Lucía dos Santos)
  • Nuestra Señora de Beauraing (1932–1933, a Fernande Voisin, Albert Voisin, Gilberte Voisin, Andrée Degeimbre y Gilberte Degeimbre)
  • Nuestra Señora de Banneux (1933,a Mariette Beco)

Advocaciones, aprobadas de hecho por algunas Iglesias locales y veneradas en santuarios locales

  • Nuestra Señora del Buen Suceso (1594) (España, Ecuador, Filipinas)
  • Nuestra Señora del Buen Socorro (1856)
  • Nuestra Señora de las Lágrimas (1932)
  • Nuestra Señora de la Oración (1947)
  • Nuestra Señora de Akita (1973) (Japón)
  • Nuestra Señora de Cuapa (1980)
  • Nuestra Señora de Kibeho (1981) (Ruanda)
  • Nuestra Señora del Rosario de San Nicolás (1983) (Argentina)
  • Nuestra Señora de Betania (1984)

Apariciones no aprobadas canónicamente, o de dudosa veracidad e incluso algunas declaradas falsas por la Autoridad Canónica de la Iglesia Católica.

Entre las que todavía están bajo estudio canónico las más conocidas son las Apariciones marianas de Medjugorje: una serie de supuestas apariciones de la Virgen María que comenzaron el 24 de junio de 1981 en Medjugorje (antigua Yugoslavia), donde la Virgen se habría aparecido a seis personas croatas de Herzegovina diariamente, según tres de los videntes en una parroquia católica en el municipio de Čitluk en Bosnia Herzegovina.

El fenómeno atrae a multitud de gentes peregrinas con recto ánimo. Pero todavía en el año 2020 la Santa Sede no se había pronunciado sobre estos hechos extraordinarios. Según las «Normas de 1978» (Criterios de discernimiento de las apariciones y de las revelaciones):

  1. Es al Ordinario (obispo de la diócesis) del lugar a quien le pertenece en un primer momento la tarea de investigar e intervenir.
  2. Pero la Conferencia Episcopal regional o nacional puede verse llevada a intervenir:
    a) si el Ordinario del lugar, tras haber cumplido con sus obligaciones, recurre a ella para poder estudiar el conjunto del caso.
    b) si el hecho concierne igualmente a la región o a la nación, mediando el consentimiento previo del Ordinario del lugar.
  3. La Sede Apostólica puede intervenir, ya sea a instancias del propio Ordinario, o bien a instancias de un grupo cualificado de fieles, debido al derecho inmediato de jurisdicción universal del Sumo Pontífice

Este es por tanto el procedimiento que se ha seguido hasta ahora en el caso de Medjugorje. Así es que el 17 de marzo de 2010, la Oficina de prensa de la Santa Sede anunciaba en un comunicado la creación de una comisión de investigación internacional sobre Medjugorje, bajo la autoridad de la Congregación para la doctrina de la fe. En enero de 2014, la Comisión terminaba oficialmente su trabajo, y su informe habría sido remitido poco después a la Congregación para la Doctrina de la Fe, que tenía que transmitir al papa este informe después de haber añadido su parecer, con el fin de que el papa diera a conocer su decisión

Parece ser que, todavía en 2020, la comisión vaticana de investigación y un visitador apostólico nombrado para examinar el caso, estarían todavía lejos de poder producir una declaración autorizada sobre las apariciones de Medjugorje.[2]

NOTAS

  1. La definición, concordada en la sesión 7a, fue públicamente proclamada con solemnidad en la sesión 8ª del 23 de octubre. – Ed.: MaC 13, 377C-380b / COD 13536-13734 / HaC4, 456ª-D. En H. DENZINGER, Enchiridion… Symbolorum 600-603.
  2. Cf. Sobre el tema de las apariciones mariológicas el estudio del reconocido estudioso en la materia: René Laurentin (dir.), Patrick Sbalchiero (dir.) y colaboradores (pref. cardenal Roger Etchegaray), Diccionario de las «apariciones» de la Virgen María : Inventario desde los orígenes nuestros días, Fayard, Paris, 2007 (ISBN 978-2-213-63101-1), p. 1196-1197.


FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ