SINCRETISMO Y EVANGELIZACIÓN EN NUEVA ESPAÑA
Prólogo
La evangelización que emprendieron los primeros franciscanos que arribaron a Nueva España en 1524, estuvo precedida en general por la conquista que en nombre de la Corona española realizó Hernán Cortés entre los años 1519-1521. Es un elemento que no puede dejar de tomarse en cuenta. Los misioneros se movían en medio de una población en cierto sentido aturdida y atemorizada por el desmoronamiento repentino y total del sistema político-religioso que había constituido su fundamento durante siglos.
Por lo demás, los mismos franciscanos con el apoyo militar y político de los conquistadores, emprendieron desde el inicio —como parte de su método evangelizador— la extirpación pública de la idolatría. La destrucción de templos e ídolos indígenas fue sistemática. No es difícil imaginar que esto, en una población que vivía en una tradición religiosa milenaria, totalmente ajena a cuanto el cristianismo anunciaba, generaba en los indígenas una experiencia ambivalente, pues veían en los misioneros adversarios declarados de sus tradiciones y, simultáneamente, a verdaderos padres que se entregaban incondicionalmente a ellos. Fue pues un proceso con luces y sombras muy agudas, pero es un hecho que el don del Evangelio brilló en América gracias a estos entregados misioneros.
Problemas, excesos de unos y congruencia de otros
Los problemas que se presentaron en los primeros pasos de la evangelización fueron muy complejos. Los mismos misioneros tenían, como cualquier ser humano, sus límites. Fray Francisco Toral, obispo de Yucatán, escribía algunos pocos años después: “por faltar letras en algunos de los que allí vinieron al principio, sucedieron grandes inconvenientes, desatinos y escándalos por los excesos que en castigar a los indios ovo (hubo)”.
Fray Gerónimo de Mendieta a su vez recuerda que, junto a luminarias como Motolinía, Sahagún, Arnoldo de Bassacio, Juan de Rivas, García de Cisneros, o Juan Foucher, hubo otros que mostraban falta de preparación, y pide por eso que “los predicadores de los indios han de ser examinados en que sepan la lengua congruamente, y en que tengan mediana noticia de la Sagrada Escriptura; y los que no la tienen, tengan a lo menos bien entendida y platicada la Doctrina cristiana, y no les dejen predicar otra cosa.”.
El idioma fue también un problema para los primeros evangelizadores. Nos consta a través de los testimonios transmitidos por los mismos frailes en sus relaciones que pusieron desde un principio buen empeño en aprender la lengua indígena, lo cual no fue siempre fácil, pero fue gracias a estos hombres que muchos de estos idiomas fueron plasmados en gramáticas y diccionarios ayudando así a su conservación literaria.
Hubo excesos de celo por parte de algunos de los neo-conversos, lo cual es comprensible como suele suceder en estos casos, y a veces constituyó también una notable dificultad en algunas circunstancias, como lo vemos en los métodos misioneros de Ixtlilxóchitl: “La reina Tlacoxhuatzin su madre, como era mexicana y algo endurecida en su idolatría, no se quería bautizar y se había ido a un templo de la ciudad con algunos señores. Ixtlilxúchitl fue allá y le rogó que se bautizase, ella le riñó y trató muy mal de palabras diciéndolo que no se quería bautizar, y que era un loco, pues tan presto negaba a sus dioses y ley de sus antepasados. Ixtlilxúchitl viendo la determinación de su madre se enojó mucho y la amenazó que la quemaría viva si no se quería bautizar, diciéndole muchas buenas razones hasta que la convenció y trajo a la iglesia con los demás señores para que se bautizasen, y quemó el templo donde ella estaba y echólo por el suelo.”
Pero son también hermosos los testimonios de coherencia y radicalidad de muchos cristianos, especialmente de algunos jóvenes dispuestos a entregar la propia vida como testifica, con gran edificación, Fray Toribio de Benavente Motolinía. Hay que recordar a los tres Niños mártires de Tlaxcala, hijos de caciques aliados de Cortés que murieron a manos de sus mismos padres y paisanos por fidelidad a la fe cristiana que habían encontrado hacía poco. Ellos pertenecen a las filas de los numerosos niños catequistas que ayudaron a los frailes en la evangelización desde los comienzos.
La ambigüedad en el comportamiento de algunos conquistadores no era compartida en absoluto por los frailes misioneros, ninguno pretendía un sincretismo, ni tratar de atraer a los indios por caminos tortuosos de malentendidos. Explicaron con claridad que Jesucristo no era Quetzalcóatl. Así, los primeros misioneros nunca trataron de manejar nada que llevara a algún tipo de sincretismo o algo semejante, y junto a la lucha contra la idolatría buscaron siempre evangelizar con la adaptada administración de los sacramentos, con la exposición de una sencilla doctrina y, sobre todo, manifestándoles el supremo amor del Evangelio por medio de su testimonio de vida.
Distintas formas de resistencia a la predicación
Si por lo general los misioneros no encontraron en México resistencia «explícita», tampoco se puede decir que no la hubo. Los indios en alguna ocasión protestaron, asentando su desacuerdo y pidiendo que se oyese a sus «tlamatinime», es decir, a sus «sabios», a los sacerdotes de su antigua religión mexica. A la llegada de los «doce apóstoles» de México, Cortés obligó a los Señores indios a asistir a su primera catequesis, que recibieron por medio de intérprete.
Al finalizar la primera sesión, concluyeron afirmando: “Si vosotros queréis ver y admirar este reino y riquezas de aquel por quien todos vivimos, nuestro Señor Jesucristo, ante todas cosas os es muy necesario despreciar y aborrecer, desechar y abominar y escupir estos que agora tenéis por dioses y adoráis, porque a la verdad no son dioses, sino engañadores y burladores, y también os es muy necesario que os apartéis y desechéis todos los pecados de cualquier manera que sean, porque todos ellos enojan a Jesucristo, y es también menester que os purifiquéis de todas vuestras suciedades, con el agua de Dios.”
Ante eso, uno de los señores aztecas se levantó y les explicó que ellos, los gobernantes, no tenían otra autoridad que la militar, judicial y fiscal, que en todo lo que fuera cuestión de doctrina ellos, como todos, se atenían a la palabra de sus «tlamatinime», de sus sabios, que se les oyera a ellos. Así se expresaron en aquel famoso diálogo al inicio de la evangelización:
“Señores nuestros, muy estimados señores: Habéis padecido trabajos para llegar a esta tierra, aquí ante vosotros, os contemplamos, nosotros, gente ignorante [...] “Por razón de Él (Dios) nos arriesgamos por eso nos metemos en peligro [...] “Tal vez a nuestra perdición, tal vez a nuestra destrucción, es a donde seremos llevados [...] “Vosotros dijisteis que nosotros no conocemos al Señor del cerca y del junto, a aquel de quien son los cielos y la tierra. Dijisteis que no eran verdaderos nuestros dioses. Nueva [falsa] palabra es ésta, la que habláis, por ella estamos perturbados, por ella estamos molestos, Porque nuestros progenitores, los que han sido, los que han vivido sobre la tierra, no solían hablar así [...] “Era doctrina de nuestros mayores que son los dioses por quien se vive, los que nos merecieron, (con su sacrificio nos dieron vida) [...] “Y ahora nosotros ¿destruiremos la antigua regla de vida? ¿La de los chichimecas? ¿La de los toltecas? ¿La de los colhuacas? ¿La de los tecpanecas? [...] “Oid, señores nuestros, no hagáis algo a vuestro pueblo que le acarree la desgracia, que lo haga perecer [...] “No podemos estar tranquilos, y ciertamente no creemos aún, no lo tomamos por verdad, (aún cuando) os ofendamos. “Aquí están los señores, los que gobiernan, los que llevan, tienen a su cargo el mundo entero. Es ya bastante que hayamos perdido, que se nos haya quitado, que se nos haya impedido nuestro gobierno. “Si en el mismo lugar permanecemos, sólo seremos prisioneros. Haced con nosotros lo que queráis.”
Este diálogo expresa el dramatismo de ese primer contacto. Se les pedía a los indígenas que rechazaran como falsas sus tradiciones seculares. El cambio que les pedían equivalía a una traición a la «Huehuetlamanitiliztli» (la Antigua Regla de Vida de los Ancianos). Para entender mejor el drama de ellos, hay que tomar en cuenta que en la mente india indígena mexica la verdad, es lo que tiene raíz, es decir lo sólidamente arraigado, lo estable, lo perenne, y por lo tanto lo nuevo, que es por definición algo «sin raíz», «sin arraigo», resulta sinónimo de falso. Asimismo, en la axiología india, lo que al ser humano le confiere genuino valor es «tener raíz», tener antepasados, y lo que hace moral o inmoral su conducta es su fidelidad a éstos.
A esto hay que sumarle el desconcierto del indígena al ver efectivamente la impotencia de sus dioses para defenderse a sí mismos y para liberarlos de los españoles; la vida continuaba y ya no se ofrecían sacrificios rituales. No era cierto que necesitaba de la sangre humana en su lucha contra la Luna y Estrellas. Junto a esto es necesario tener en cuenta la realidad en la que se encontraban. Alonso de Zorita, Oidor de la Audiencia de México lo describía así:
“Quién podrá acabar de referir las miserias y trabajos que aquellas más que miserables y malaventuradas gentes pasan y sufren, sin tener socorro ni ayuda humana, perseguidos, afligidos, desamparados, quién y qué hay que no sea contra ellos, quién que no les persiga y aflija, y quién que no les robe y se aproveche de su sudor: y pues que no se puede decir todo, y lo dicho basta para que se entienda la necesidad que hay de remedio, quédese lo infinito que se pudiera referir con verdad, así de lo que he visto y averiguado, como de lo que he oído a personas de crédito.”
Hoy se puede ver en las antiguas religiones tradicionales precortesianas un sentido religioso que, quizás hubiera podido ayudar a asimilar los contenidos cristianos de Dios. Los mismos evangelizadores eran conscientes de que el pensamiento indígena poseía algunas semejanzas con el cristianismo, pero veían también los obstáculos de tipo afectivo y moral que éste tenía. Fray Bernardino de Sahagún, por ejemplo, en una carta escrita al papa san Pío V el 25 de diciembre de 1570 afirma que más que politeísmo lo que los indígenas profesaban era la creencia en un Dios único, con muchas formas:
“Entre los philosophos antiguos unos dixeron qye ningún dios avia y desta opinión fueron muchos: Ximocrates dixo que avia ocho dioses y nomás. Antistenes dixo que avia muchos dioses populares, pero sólo un todo poderoso criador y governador de todas las cosas. Esta opinión o creencia es la que e hallado en toda esta Nueva España. Tienen que ay un Dios que es puro espíritu, todopoderoso, criador y gobernador de todas las cosas [...] A este atribuyan toda sabiduría y hermosura y bienaventuranza”.
Este drama no tenía solución humana aparente e inmediata. La única salvación posible fue el horizonte reconciliador de la «Buena Nueva» y diez años después de caída la ciudad de Tenochtitlan, cuando ya el asentamiento español estaba sólidamente cimentado, «floreció» lo inesperado, lo que la teología cristiana llama el «misterio de la Gracia».
Superación del sincretismo y la resistencia: el Acontecimiento Guadalupano
En el caso de México fue lo que nos muestra el Acontecimiento Guadalupano: la Gracia divina, a través de la Madre de Dios, la Virgen María, bajo la advocación de Guadalupe, tomó la iniciativa. La Virgen María se apareció al indio, recién bautizado, Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Dios mismo invitaba al indio y al español a reconocerse hijos en su Hijo, encarnado en el seno de la Inmaculada Virgen María. Todo el Valle del Anáhuac se estremeció con incrédula dicha:
“Yo me recreaba con el conjunto policromado de variadas flores de tonacaxóchitl, que se esparcían, sobrecogidas y milagrosas, entreabriendo sus corolas en presencia tuya. Oh Madre nuestra, Santa María.
Dios te creó, oh Santa María, entre abundantes flores y nuevamente te hizo nacer, pintándote en el obispado.”.
El historiador jesuita Mariano Cuevas nos ofrece un interesante documento. Se trata de una carta de fray Juan de Zumárraga dirigida a Hernán Cortés en donde, según Cuevas, le transmitiría la alegría de este Acontecimiento. Cuevas asegura que se trata precisamente del traslado de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe a la ermita. Lo transmitimos sin más comentarios de carácter histórico crítico sobre su contenido, junto con el análisis de Cuevas que expresa en el fondo el problema:
“Ilustre Señor y muy dichoso en todo. Gratias agamus Domino Deo nostro, proponiendo de le servir mucho más de aquí adelante. Cristóbal de Salamanca llegó en rompiendo el alba, víspera de la Concepción de la preservada Virgen, en que nos vino la redención (digo yo en fe y fiesta de la Señora Marquesa) para lo cual yo me aparejaba cuanto podía y los trompetas tenía y los detengo; V. S. haya paciencia para mañana y en la farsa que ordenamos. Lo pagaré en la Natividad gozosa de Nuestro Salvador y cuán grandiosa será! luego lo divulgue; y en saliendo el sol anduve mis estaciones de San Francisco primero de la Iglesia Mayor y de Santo Domingo. Señor Obispo de Tlaxcala que predica mañana y ahora entiendo en mi procesión y en escrebir a la Veracruz. No se puede escrebir el gozo de todos. Con Salamanca no hay que escrebir. Al Custodio hice mensajero a Cuernavaca. A Fr. Toribio va ya un indio y todo sea alabar a Dios y hareitos de indios y todos laudent nomen Domini. Víspera de la fiesta de las fiestas. Diga V. S. a la Señora Marquesa que quiero poner a la Iglesia Mayor título de la Concepción de la Madre de Dios, pues en tal día ha querido Dios y su Madre hacer esta merced a esta tierra que ganastes, y no más ahora. De V. S. Capellán. El electo regocijado.”
El Padre Mariano Cuevas analiza así este documento:
“Esta carta es de 1531. No es de fecha anterior a 1530, porque antes de este año, Cortés no era aún Marqués. No es posterior a 1531, porque Zumárraga en Diciembre 1532 ya no estaba en México y desde 1533 ya no era [obispo] Electo sino Consagrado. Es de aquel año (a) en que Motolinía estaba cerca de México, (se le manda un indio con recado urgente con probabilidad de encontrarle), (b) Cortés y la Marquesa podían venir en 26 de diciembre, puesto que se les espera y exhorta a que tengan paciencia en la procesión, y (c) todos estaban contentos a 24 de diciembre. «No se puede escrebir el gozo de todos». Es así que esto pasó el año 1531 y no el 1530, luego es la carta de 1531. Se prueba la menor por partes; (a) Motolinía en 1530 andaba por rumbos inciertos, allá en Centro América; (b) Cortés en 1530 tenía real cédula para no entrar a México so graves penas. Se le levantó el año 1531. (c) Medio México estaba muy descontento en 1530 por la llegada de la nueva Audiencia justiciera.
¿Se refería en esta carta Zumárraga a la Aparición? Sí, porque en 1531 y en esa fecha no podemos ni rastrear que hubiera otra merced hecha por María a toda la tierra conquistada por Cortés y en tal forma celebrada y precisamente el 26 de Diciembre, más que la aparición.
¿No se refería a la llegada de los Oidores? No, porque ya hacía un año que habían llegado. No, porque los mentaría o haría alusiones a ellos, como lo hizo cuando realmente vinieron. No, porque ningún Oidor, ni la noticia de su llegada tuvieron conexión con ninguna fiesta de la Inmaculada. No, porque la llegada de hombres desconocidos no era causa para poner título a la Catedral ni para esas muestras de alegría espiritual. De hecho no las dio cuando vinieron.
¿No dice Zumárraga que la gran merced tuvo lugar el 7 de diciembre? Lo que dice es que fue en fiesta de la Inmaculada y fiesta de la Inmaculada en el misal Sevillano (vigente en México) era desde el 8 hasta el 17 de Diciembre, fechas que abarcan las de las Apariciones, sucedidas del 9 al 12.
Si alguno me pregunta: ¿Por qué no describe las Apariciones? Respondo, porque el 24 de Diciembre, fecha de la carta, ya Hernán Cortés se las sabía de memoria. Cortés estaba a unas horas de México. Este volante fue con ocasión de alguna pregunta que Cortés debió hacer a Zumárraga sobre la llegada de Salamanca y la retención de los trompetas.
Lo único de nuevo que le dice Zumárraga respecto a las apariciones, es que «luego divulgó» lo que al escribir a Cortés, en los primeros momentos, pensó tener en secreto.
¿Pruébanse las apariciones con esta carta? Con ella sola, no. Pero quien las tiene probadas por otras razones, (y las tenemos), en esta carta encuentra una confirmación, pues tendrá que conceder que Zumárraga no puede referirse a otra cosa más que a ellas.
¿Cuál es la principal utilidad de esta carta? La de demostrar que Zumárraga tuvo conocimiento y sumo aprecio de la gran merced. Con esto se embota completamente el «argumento del silencio» por lo que hace a Zumárraga referente a la Aparición, pues ya no puede deducirse de él que fue porque ignoró o despreció la Aparición. El argumento del silencio vale únicamente cuando el silencio supone ignorancia o desprecio de la noticia.
¿No es esta carta dudosa, pues tanto la han atacado? No. Si los ataques hicieran dudosas a las historias, ninguna sería tan dudosa como el Santo Evangelio que tantos ataques ha sufrido.”.
¿Qué fue lo que provocó esta gran alegría? ¿Qué fue aquel acontecimiento histórico que permitió la reconciliación de la cultura indígena y de la española en una síntesis original que aún hoy en día constituye la mayor riqueza de México y podríamos decir de toda Latinoamérica? El Acontecimiento Guadalupano por una parte y la historia de la evangelización de todo el Continente latinoamericano, por otra y como consecuencia lo explican.
NOTAS
FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ