VALVERDE Fray Vicente De. Evangelizador pionero del Perú

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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(Oropesa, Toledo. 1498 – Puná, Perú, 1541)

Obispo, Religioso dominico, Capellán de Pizarro

Semblanza introductoria

El Padre Alberto Torres, dominico quiteño, nos da este retrato de Valverde:

“vástago no degenerado de los caballerosos y legendarios Álvarez de Toledo; alumno distinguido de la Universidad de Salamanca; dominicano fervoroso de San Esteban de la misma ciudad; selecto profesor de San Gregorio de Valladolid; compañero, pero no-deudo de Francisco Pizarro en la conquista del Perú; cofundador de las ciudades de Piura, Cajamarca, Jauja y Cuzco; héroe del deber apostólico y regio en la acción de Cajamarca; fervoroso y constante catequizador de Atahualpa y benefactor de sus hijos y hermanos; amigo personal de los incas Manco II y Paullu, protector y defensor ardiente y desinteresado de todos los indios de Sudamérica, de Méjico y de Nicaragua, incorruptible fiscal de los oficiales reales en todos los ramos de la administración pública; promotor de la paz entre Pizarro y Almagro e historiador de sus discordias, inquisidor de la fe, prudente y benigno; fundador y primer obispo efectivo de la Iglesia católica en la América del Sur; celoso guardián del culto y disciplina de ella; impertérrito defensor de sus derechos, acrecentador no indiscreto de sus rentas; solícito e inconmovible sostén de la doctrina católica en toda su pureza y esplendor; pobre, cuando todos sus diocesanos nadaban en riquezas, humilde cuando todos eran soberbios; intransigente y severo y siempre recto, en fin, cuando estaban de por medio los intereses de Dios, de la Iglesia o de la humanidad, sean quienes fuesen sus contrarios, un miserable cacique del Perú o el mismo rey de las Españas” [1913:227-228].

Intento acercarme a su persona y misión en la primerísima evangelización del Perú, sirviéndome de las fuentes del Archivo General de Indias a través de Mons. E. Lissón, las ubicadas en Lima y la escasa bibliografía encontrada.

Raíces y formación

Nace en Oropesa (Toledo), España, a fines del siglo XV, y muere en la isla de Puná, cerca de Guayaquil, el 31 de octubre de 1541. Era hijo de Francisco de Valverde y Ana Álvarez de Vallejeda, descendiente de judíos conversos. Alrededor de 1515 estaría matriculado en la Facultad de Teología de la Universidad de Salamanca. En 1521 se comentaría en esa Universidad la conversión y adopción del hábito dominico en «La Española» del célebre Bartolomé de las Casas. Allí se empapó del espíritu del humanismo y frecuentó trato con religiosos dominicos, tomando el hábito en 1523 en el convento de San Esteban de Salamanca, y haciendo sus votos solemnes en abril de 1524. Fungía como prior Fray Juan Hurtado de Mendoza.

Perfecciona sus estudios en el Colegio Mayor de San Gregorio de Valladolid, logrando ser lector en artes y teología. Su compañero de hábito y gran cronista, Padre Meléndez, dirá que fue Maestro en Teología. Jura sus estatutos el 17 de septiembre de 1524. Uno de sus maestros será el padre del Derecho Internacional, Francisco de Vitoria, quien funge como regente de estudios hasta 1526.

En este centro tiene como compañeros al Bartolomé Carranza, futuro arzobispo de Toledo y primado de España, Fray Juan de Solano, su sucesor en el obispado del Cuzco y fundador del colegio de Santo Tomás «La Minerva de Roma», Fray Pedro de León, Fray Diego de Astudillo, Fray Gregorio de Toledo, Fray Melchor Cano, Fray Domingo de Soto. Fruto de su dedicación a los estudios será la biblioteca personal que trae al Perú; sabemos que en la almoneda realizada en la plaza de Lima en febrero de 1542 ésta ascendía a 178 volúmenes.

Capellán de Pizarro y el lance de Cajamarca

Conviene considerar el rol de los capellanes «castrenses» en los momentos iniciales del nuevo Perú, con el fin de no confundirlos como unos soldados conquistadores más o como miembros de una institución caduca. Hacia 1529, Francisco Pizarro, una vez recibido el nombramiento como Gobernador de Nueva Castilla, ultimaba los preparativos de su tercera expedición para la conquista de Perú. Según la cláusula 24 de la capitulación de Toledo, debía llevar misioneros para evangelizar a los naturales. La positiva experiencia de las Antillas de los dominicos hizo que los reyes de España pensasen en ellos.

Según la Real Cédula de 19 de octubre de 1529 firmada en Madrid, aparecen los dominicos Alonso Burgalés, Pedro de Yépez, Tomás de Toro, Pablo de la Cruz y Vicente Valverde, comprometidos por Fray Reginaldo de Pedraza -prior del grupo- para pasar a Perú. El 19 de enero de 1530 zarpan de Sanlúcar de Barrameda con la hueste del conquistador, atraviesan el Atlántico hasta desembarcar en Nombre de Dios y llegar a Panamá.

Allí se encuentran con Diego de Almagro, socio de Pizarro, quien, al verse menoscabado en las Capitulaciones, se resintió y quiso abandonar la empresa. Parece que los dominicos y el licenciado Antonio de la Gama lograron reconciliar a los dos socios. En febrero de 1531 se dividen los religiosos en dos grupos, Pedraza, Valverde y Yépez con Pizarro; y Burgalés, De la Cruz y Toro en Tierra Firme.

En la expedición hacia el Perú mueren Yépez y Pedraza, quedando solamente Valverde. A fines de abril de 1532, llegan a Tumbes y el 16 de mayo acampan en el valle de Tangarará, donde encuentran el puerto de Paita. Así lo relata Jerez: “Vista aquella comarca y ribera, por el reverendo padre Vicente de Valverde, religioso de la Orden de Santo Domingo y por los oficiales de S.M., asentó y fundó pueblo en nombre de S.M. con el nombre de San Miguel de Piura” (n. 324).

Hemos de tener presente que el dominico será uno de los personajes que más influyó en Pizarro y que fue su capellán en tiempo de guerra y en tiempo de paz. Claro que, a partir de su nombramiento como protector de indios y obispo, su rol será bien distinto. Lohmann manifiesta su asombro el que “se escogiese para tan rudo ministerio a religiosos de calificada preparación” [1990: 410].

En 1529 acompañó a Pizarro como misionero, en su viaje de conquista del Perú. Llegan a Cajamarca el 15 de noviembre de 1532. Al día siguiente, —siguiendo al Dr. del Busto- el Inca entró hasta el centro de la plaza sin que ningún español se presentase. Aparece con sus barbas y su hábito de dominico el Padre Valverde. Parece que llevaba una cruz en su mano derecha y el breviario en la izquierda; le acompañaban un cristiano que había llevado el mensaje por la tarde y el muchacho Martinillo.

Ante el silencio expectante, Valverde comenzó a hablar con el libro abierto, señalando con el índice lo que leía. Según el cronista Jerez dijo: “Yo soy sacerdote de Dios y enseño a los cristianos las cosas de Dios, y asimismo vengo a enseñar a vosotros. Lo que yo enseño es lo que Dios nos habló, que está en este libro; y, por tanto, de parte de Dios, y de los cristianos te ruego que seas su amigo, porque así lo quiere Dios y venirte a bien de ello; y ve a hablar al Gobernador que te está esperando”.

El Inca oyó al dominico traducido por el «lenguas» Martinillo, tomó el libro y lo arrojó al suelo, encarándose con el Padre Valverde, a quien le echó en cara el maltrato hacia indios caciques. Valverde aclaró que fueron indios quienes le quitaron la ropa. Atahualpa insistió en que le devolviesen las ropas y se incorporó en su litera. Valverde, con bastante temor, corrió donde Pizarro y le comunicó cómo el Inca le había arrojado el libro santo y llamó «perro» al Inca, prometió la absolución a todos, instándoles a combatir a Atahualpa si querían salvarse.

El Gobernador se puso al frente del combate y ordenó la batalla en la que murieron unos 3.000 indios. Pizarro, con veinte peones, entre los que se encontraban Miguel Estete, Alonso de Mesa y Diego de Trujillo, capturaron al Inca. Después de unas dos horas, en medio de la refriega llegaron Hernando Pizarro y Fray Vicente Valverde. El primero “requirió a todos de parte del rey y del gobernador en su nombre que se recogiesen pues era ya de noche y Dios les había dado victoria”.

Una de las relaciones más fidedignas, la de Diego de Trujillo, nos completa el cuadro: “Y entonces con la lengua salió a hablarle Fr. Vicente de Valverde, y procuró darle a entender al efecto qué venía y que por mandado del Papa un hijo que tenía capitán de la cristiandad que era el Emperador Nuestro Señor y hablando con él palabras del santo Evangelio le dijo Atabalipa [Atahualpa], quién dice eso, y él respondió Dios lo dice, y Atabalipa dijo cómo lo dice Dios y Fr. Vicente le dijo: «Vélas aquí escritas», y entonces le mostró un Breviario abierto y Atabalipa se lo demandó y le arrojó después que lo vio como un tío de herrón de allí diciendo, «Ho Inga», que quiere decir hágase así y el alarido puso gran temor; y entonces se volvió Fr. Vicente y subió a donde estaba el Gobernador, qué hace Vmd. Que Atabalipa está hecho un Lucifer” .

Valverde se esforzó en obtener la pacífica sumisión de Atahualpa; más tarde instruyó y bautizó al infortunado inca. Si fuera cierta la tradición de que el fraile se dirigió a Atahualpa con altanería y desdén, y cuando sus palabras no fueron tenidas en cuenta llamando a sus compatriotas a atacar a los inofensivos indios «incas», entonces Valverde merecería una condena general. Sin embargo, los grandes historiadores religiosos, tales como Valera, Meléndez, Remesal, niegan por falsa la acusación.

Interpretaciones encontradas sobre Fray Vicente y Atahualpa

Jerez, un testigo ocular, en su relación (Sevilla, 1534) afirma que cuando el Inca rehusó someterse, Valverde se volvió e informó a Pizarro, quien ordenó entonces avanzar a sus hombres; no menciona nada indigno en la conducta del fraile, ni lo hace Pedro Pizarro, uno de los autores más antiguos (su «Relación» está fechada en 1571). Particularmente contrarios a Valverde son Alonso Enrique y Oviedo, que escribe lo escuchado a Diego de Molina, un soldado de la expedición, pero ambos eran partidarios de Almagro. Autores posteriores tienen posturas diversas. La cuestión no está en manera alguna probada. En consideración a la extraordinaria complejidad de los detalles de la actuación de Valverde, uno debe concluir que no son auténticas, sino el resultado de un sesgo personal o político.

Son varios los que consideran que no se pudo hacer peor entrada al Evangelio; incluso la muerte violenta de Valverde la consideran como un castigo. El Padre José de Acosta, por ejemplo, se refiere al acontecimiento como “historia muy conocida y celebrada para nuestra vergüenza y oprobio eterno”, fustiga su presunta exclamación de que el libro sagrado “contiene esto que estoy enseñando”, le recuerda “hallarse preparados para dar razón de vuestra esperanza a todo el que pregunte” y aquello otro: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”; y “El Hijo del hombre no vino a perder las almas, sino a salvarlas”.

Por último considera que el “juez celestial... hizo en sus justísimos designios que aquel insigne predicador, nombrado ya obispo de esta ciudad, transportado en una barca a la costa equinoccial y arribando casualmente en la isla de Puná, cayese en manos de los bárbaros que le reconocieron, y despedazado al punto a causa del viejo odio contra él, destrozado y devorado miserablemente, sirviese de pasto y saciase la rabia concentrada en las entrañas de sus enemigos” (De procurando, Libro IV, capítulo IV, p. 35). En todo el tiempo de la prisión de Atahualpa se le hizo buen tratamiento, y Valverde “tenía cuidado de predicarle y hacerle entender las cosas de nuestra santa fe y darle noticia de todo lo que convenía para su salvación” (Del Busto: I: 87). Como buen capellán, cuida de la hueste. Así, tras la captura del Inca, los soldados mozos, cuales mancebos desvergonzados, se entregaron desenfrenadamente a todo género de libertinaje sexual con las mujeres cautivas. En este sentido, el Padre Valverde luchó para que “ningún cristiano, de cualquier calidad, estado y condición que fuese, tuviese amistad deshonesta con ninguna india”.

Fray Buenaventura de Salinas escribe acerca de su misión pastoral: “Pidió licencia Fray Vicente para hablar con Atahualpa y habiéndosela concedido le comenzó a predicar los misterios de la fe: un solo Dios y tres personas, que la segunda se había hecho hombre y desnudo en una cruz había muerto para redimir el mundo, dejando en su lugar al Papa como cabeza de la Iglesia; el cual con la potestad que tenía había dado todas las tierras de aqueste nuevo mundo, que él habitaba, al Emperador y rey Católico don Carlos señor nuestro: y que Su Majestad había enviado en su lugar al Gobernador don Francisco Pizarro para que en su lugar tomase la posesión, y él y los suyos recibiesen la fe de Jesucristo para poderse salvar. Habiendo entendido Atahualpa aquellas cosas por intérprete, respondió que él no conocía a Jesucristo por Dios, porque ¿cómo lo podía ser si había muerto desnudo? Y que solo al Sol a quien llamaban Pachacama, adoraba por Dios y criador de todas las cosas; Y que él no sabía que hubiese en el mundo otro rey ni monarca y que cuando lo hubiese cómo podía el Papa dar sus tierras a otro; y que si las había dado que él no consentía en ello, ni se le daba nada”.

Atahualpa promete una sala de oro por su libertad. Parece que con “el único español que Atahualpa se mostraba poco amable era con Fray Vicente de Valverde” (Del Busto: II, 87). Ello se debía a que el Padre le afeaba su poligamia y su pretensión de ser Hijo del Sol. Cuenta Estete que “en todo el tiempo de su prisión, siempre se le hizo buen tratamiento; y aquel padre dominico, tenía cuidado de predicarle y hacerle entender las cosas de nuestra santa fe y darle entender las cosas de nuestra santa fe y darle noticia de todo lo que convenía para su salvación” (p.379). De igual manera escribe Garcilaso: “Fray Vicente tuvo cuidado de instruirle en la fe” (Comentarios Reales, Parte II, lib. I, cap. 36, p. 364, t. III).

Cuesta creer la versión de Pedro Cieza, quien pone en el bando de Almagro, Riquelme, Navarro y Felipillo a Valverde. Parece ser que un indio (¿Felipillo?) que se refugió en la iglesia y fue sacado por orden de Pizarro y Atahualpa, oyó al dominico exclamar mientras miraba airado hacia la celda del Inca: “¡Yo prometo que yo pueda poco o te haga quemar!” [cap.54, p.284].

De igual manera, resulta difícil aceptar el calificativo de “tozudo e intransigente” ; parece más coherente el comentario de su hermano de hábito: “el P. Fray Vicente, aficionado al Inca y lastimado de tan mísera fortuna, hizo grandes diligencias, porque le enviasen a España, hasta que viendo que no tenía remedio y que había de morir acusado falsamente de un mal indio, su vasallo, de que estaba de quebrantar la prisión y matar a los españoles, acumulándole el crimen de la muerte de su hermano Huáscar Inca, trató de enviarle al cielo, y para esto instruyóle en la fe que admitió de buena gana y le bautizó de su mano” .

Al Inca se le formó juicio de guerra y fue condenado a la hoguera por idólatra y hereje contumaz, tirano y usurpador, traidor, regicida, fratricida, homicida, polígamo e incestuoso. Cuando Atahualpa se percató de que la condena era inexorable preguntó al Padre Valverde acerca del destino de los que morían. Al responderle el dominico que los cristianos iban al cielo y los idólatras como él al infierno, tomó a preguntarle Atahualpa sobre el lugar dónde los enterraban; como el fraile le respondiese que los cristianos en la iglesia y los paganos fuera, manifestó su deseo de hacerse cristiano. “Todos vieron que al idólatra se le abrían las puertas de la salvación y Fray Vicente, antes de que Atahualpa mudara de parecer, se apresuró a bautizarlo. Se le impuso el nombre de Francisco” (Del Busto, n, 174). Pizarro, atendiendo a su conversión, le conmutó la pena de la hoguera por la de garrote. En los responsos y la misa de entierro, nuestro protagonista será acompañado por los eclesiásticos Juan de Sosa, Juan de Balboa, Francisco de Morales y Juan de Ascencio.

Fray Vicente, Capellán de Pizarro

Como celoso capellán, participará en todos los actos litúrgicos. Asimismo, intentará la conversión de todos los naturales como la del general quiteño Calcuchímac, quien murió pidiendo a Pachacamac venganza por medio de Quisquís. De igual manera participa regularmente en los consejos convocados por el Gobernador para decidir asuntos importantes, tales como la fundición de metales preciosos junto al contador Navarro y el tesorero Riquelme el 10 de mayo de 1533, en Cajamarca. Fue el único de los participantes en la captura del Inca que no obtuvo beneficio alguno de las cuantiosas sumas de metales preciosos.

Le vemos también en la fundación de ciudades como Cuzco y Jauja. El 23 de marzo de 1534, se funda Cuzco. En el Acta fundacional declara Pizarro: “Tomado mi acuerdo y parecer sobre ello, con el reverendo padre Fray Vicente de Valverde, religioso de la Orden de Santo Domingo, por S.M: enviado para la conversión y doctrina de los naturales de estos reinos”. Al procederse al reparto de solares en Cuzco, Valverde logró para su orden dominica el templo del Coricancha [que significa en quechua Templo Dorado, fue el centro político y religioso del Tahuantinsuyo y el sitio en el que los incas se unieron a un Inti, el dios Sol].

A su paso por el valle del Mantaro, Valverde participó en la fundación de Jauja, el día de San Marcos, 25 de abril del mismo año. Tres meses después, el 20 de julio, el Ayuntamiento de Jauja dirigió una carta al Emperador en la que ponderaba las cualidades del futuro Obispo:

“Cuando el Gobernador vino de España a estos reinos, Vuestra Majestad le mandó traer 6 padres frailes de la Orden de Santo Domingo para doctrinar y predicar las cosas de nuestra santa Fe Católica a los naturales de estos reinos y de todos ellos no quedó más de uno; porque dos de ellos murieron y los tres se volvieron; de manera que quedó sólo Fray Vicente de Valverde, el cual al principio pasó con el Gobernador y ha estado y hallándose en todo lo de acá. Es persona de mucho ejemplo y doctrina y con quien todos los españoles han tenido mucho consuelo. Y como a persona tal y conocida de todos desearíamos mucho y así lo suplicamos Vuestra Majestad de nuestra parte y es voz de toda la tierra, que habiendo Vuestra Majestad de mandar proveer de perlado, se le provea a él porque en él se contienen todas las cualidades que puede haber en un perlado . Tras su destacada participación en los hitos decisivos de la primitiva evangelización y conquista del Perú, regresó a España con el fin de tramitar numerosos asuntos ante la Corte. Partió a mediados de 1534 en compañía de 65 conquistadores, que llevaban gran cantidad de metales preciosos, 717.397 pesos de oro y 95.770 marcos de plata. La Corte lo recibió efusivamente.

NOTAS (del DHIAL)

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JOSÉ ANTONIO BENITO RODRÍGUEZ