EXPLORACIONES AUSTRALES DESDE HISPANOAMÉRICA

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Prologo El viaje de circunnavegación iniciado por Fernando de Magallanes en 1519 y concluido en 1522 por Juan Sebastián Elcano, si bien tuvo como propósito encontrar una nueva ruta a las «Islas de las Especias», en su realización avistaron otros horizontes que poco después despertarían el interés de muchos exploradores, no solo españoles y portugueses sino también ingleses, pero los primeros fueron los hispanos.

La primera expedición que tuvo como misión buscar un probable «continente austral», sondear sus recursos y valorar las posibilidades de colonización, zarpó del puerto de Callao (Perú) el día 19 de noviembre de 1567 y fue mandada por Álvaro de Mendaña. Estaba formada por dos naos mercantes, la capitana «Los Reyes» y la almiranta «Todos los Santos», pertenecientes a Juan Rodríguez y Juan Antonio Corzo, respectivamente.

El piloto mayor era el experimentado Hernán Gallego, y contaban con el asesoramiento del astrónomo Pedro Sarmiento de Gamboa, un ilustrado conocedor de la localización de las islas Salomón, que no llegó a ser el adelantado por causas pendientes con la Inquisición. El maese de campo y capitán de la almiranta era Pedro de Ortega Valencia, alguacil mayor de Panamá. A bordo de los bajeles iban en total unos doscientos hombres entre colonizadores, marineros, militares, personal adscrito a la Corona, religiosos, sirvientes y esclavos, suponiendo la empresa un desembolso total de 10.500 pesos, que fueron costeados con fondos del erario público.

Primeros hallazgos

El 15 de enero de 1568 divisaron una isla a la que llamaron «Nombre de Jesús» (Nui, archipiélago de Tuvalu), pero ante la imposibilidad de recalar, prosiguieron su ruta hasta los bajos de la Candelaria (atolón de Ontong Java), arribando el 9 de febrero a otra isla que llamaron «Santa Isabel», parte ya de las islas Salomón, donde establecieron su centro de operaciones.

Allí construyeron el bergantín «Santiago» para explorar con mayores garantías este archipiélago, localizando en sus tres salidas las islas de Ramos (Malaita); San Jorge; Florida, Galera, Buenavista, San Dimas y Guadalupe (islas de Nggela Sule); Guadalcanal; Sesarga (Savo); San Nicolás, San Jerónimo y Arrecifes (islas de New Georgia); San Marcos (Choiseul), San Cristóbal (Makira); Treguada (Ulawa); Tres Marías (Olu Malua); San Juan (Uki Ni Masi); San Urbán (islas de Rennel); Santa Catalina y Santa Ana.

Álvaro de Mendaña mantenía buenas relaciones con los nativos de Santa Isabel e incluso se ganó la amistad del jefe local. En lo que llegaría a ser el punto final de su trayecto, quedaron descubiertas para la posteridad las «islas Salomón». Se trata de un archipiélago de Oceanía situado al sudoeste del océano Pacífico y al este de Papúa Nueva Guinea, que en la actualidad forma parte de la Mancomunidad Británica de Naciones y cuyo territorio pertenece a la Melanesia.

Nuevas rutas y descubrimientos

Llegado el mes de agosto, y considerando la precaria situación de la flota y la escasez de suministros, Mendaña tomó la determinación de regresar a América y organizar, tiempo después, una nueva expedición mejor equipada, en tanto que Gamboa prefería continuar con los descubrimientos. Unas diferencias de criterio que ya se habían dejado sentir a lo largo de todo el itinerario en otros asuntos como el rumbo a seguir, prevaleciendo finalmente la voluntad del adelantado, que se apoyaba en su piloto mayor, que también estaba enemistado con Gamboa.

Así pues el día 17 levaron anclas en busca de la ruta del Galeón de Manila, descubriendo en el viaje de retorno los bajos de San Bartolomé (atolón de Maloelap, islas Marshall) y la isla de San Francisco (isla de Wake, al norte de las Marshall). Superados no pocos peligros y adversidades, la nave capitana desembarcó el 19 de enero de 1569 en el puerto de Santiago de Colima (México), haciéndolo unos días después la almiranta, y regresando ambas naves el 22 de julio al puerto peruano de Callao.

Durante el viaje de vuelta, Mendaña hizo desaparecer las cartas y relaciones que Sarmiento había escrito durante la travesía. Ya en Lima, el cosmógrafo lo puso en conocimiento del virrey, Francisco de Toledo, conde de Oropesa, quien le amparó en sus reclamaciones por haberse incumplido las instrucciones del Rey. Con todo, en la investigación abierta en noviembre de 1569 no se apreciaron razones objetivas para condenarlo. Sólo así se explicaría que, a pesar de la hazaña lograda, la figura del navegante se viera eclipsada con la llegada al poder de Toledo, que además era enemigo político de su antecesor, García de Castro, pasando a ser Gamboa desde ese momento uno de sus asesores, y quedando por tanto en suspenso el proyecto colonizador del berciano.

En esta tesitura, en 1571 Mendaña regresó a la Península buscando una vez más el apoyo de García de Castro como alto cargo del Consejo de Indias, que ya se hallaba en Madrid. La mediación de éste fue trascendental, al hacer posible un encuentro entre Mendaña y el rey Felipe II (1556-1598), en el que le expuso sus planes con respecto al archipiélago de las Salomón. Durante su estancia en Madrid, Álvaro mantuvo un apasionado romance con la modista Andrea de Cervantes Saavedra, hermana de Miguel de Cervantes. No llegaron a contraer matrimonio, pero Andrea siempre se sintió unida a él, por lo que, tras conocer su fallecimiento, se hacía llamar «viuda del general Álvaro de Mendaña».

En 1573 Álvaro de Mendaña fue informado de la defunción de su madre, Isabel de Neira, encontrándose en esos días negociando las capitulaciones de la nueva expedición a las Salomón, por lo que facultó a su sirviente Juan Bautista González para que resolviera en Congosto los asuntos concernientes a la herencia. Al año siguiente consiguió por fin llegar a un acuerdo con la Corona para poner en marcha su proyecto colonizador, firmándose el día 27 de abril las nuevas Capitulaciones en las que se le designaba «adelantado de las islas Salomón» y se le facultaba para hacer posible su conquista y evangelización.

Tanto la financiación como el aval correspondiente correrían por cuenta de Mendaña, quien a cambio recibiría el adelantamiento, la gobernación y la capitanía general de las islas, el cargo de alguacil mayor, el título de marqués y diferentes mercedes económicas, exenciones fiscales y también jurídicas. La premura por conseguir cuanto antes el capital necesario para afrontar esta empresa hizo que Álvaro y su hermano, el bachiller Juan Rodríguez de Castro, se trasladasen el 7 de julio a Villar de los Barrios, otorgando un poder a favor de Alonso Fernández para cobrar las deudas pendientes de pago, y el 5 de agosto pusieron a la venta los bienes que habían heredado de sus padres en aquel lugar.

Ya de nuevo en la capital de España, el navegante puso todo su empeño en cumplir las cláusulas de las Capitulaciones firmadas con el rey Felipe II, buscando la colaboración del licenciado Castro, su gran valedor, quien en agosto de 1575 le entregó los 10.000 ducados exigidos en concepto de fianza. El destino quiso que ésta fuera la última vez que le ayudara, puesto que el 8 de enero de 1576 se produjo su muerte. De sus esponsales con María de Mediavilla quedó una hija, María de Castro, mujer de Antonio Cabeza de Vaca, señor de Villa Hamete y Macudiel (hoy Villagómez, en Valladolid).

De nuevo en las Américas y en el Pacífico

Tiempo después, Álvaro de Mendaña se embarcó para Ultramar, llegando a Panamá a finales de 1576, donde fue detenido y encerrado en el calabozo por orden de Gabriel de Loarte, presidente de la Real Audiencia de esa ciudad. Fue acusado de reclutar hombres para su jornada sin contar con la preceptiva licencia; quedó en libertad tiempo después, siguiéndose instrucciones del Rey. Algunos han querido ver en ello una actitud vengativa por parte de Loarte, puesto que existía una enemistad manifiesta contra su tío Lope García de Castro. Durante su estancia en la ciudad fue decisivo el apoyo del factor Pedro Ortega Valencia, su antiguo maese de campo en la jornada de las Salomón.

Al año siguiente, Mendaña dejó Panamá y se dirigió al puerto de Callao, no habiendo cambiado mucho las cosas desde su partida. El virrey seguía sin atender sus peticiones y, debido a la inestabilidad reinante en Perú en esos momentos por las continuas incursiones de los piratas ingleses, en más de una ocasión le fue arrebatada la gente que con tanto esfuerzo le había costado alistar, si se tiene en cuenta lo arriesgado de la aventura transpacífica. Todo ello le obligó a aplazar una vez más su salida hacia las tierras descubiertas.

En este tiempo, que se podría denominar de espera, Mendaña se enroló en la armada aprestada para detener al corsario Francis Drake que, entre noviembre de 1578 y febrero de 1579, había protagonizado ataques y saqueos en las costas peruanas, en su intento por lograr un cambio de actitud por parte de la autoridad colonial y, a la vez, prestar servicio a Su Majestad. Paradójicamente a lo que cabría suponer, las desavenencias con el virrey seguían existiendo y Mendaña fue después encarcelado durante unos meses.

En 1580, ya con el peso del desánimo, intentó que el Monarca le concediera una serie de prebendas con las que poder restituir, al menos en parte, los desembolsos ocasionados hasta ese momento. Y, aún sin contar con el beneplácito del entonces virrey, Martín Enríquez Almansa, que le confiscó la flota para ir a apresar a los piratas y lo mandó también encarcelar durante un mes, Mendaña prosiguió con los preparativos de la empresa al hallarse respaldado por el Soberano.

En ese mismo año se había producido en la Península el fallecimiento del hermano del adelantado, el bachiller Juan Rodríguez de Castro, y aunque dejó de su relación con Ana Rodríguez dos hijos, Jerónimo y Juan, los bienes del vínculo patrimonial que usufructuaba desde la muerte de su madre, Isabel de Neira, pasaban ahora al insigne marino.

En 1582 el licenciado Juan de Cepeda, presidente de la Audiencia de Charcas, dio un nuevo impulso al proyecto de Mendaña argumentándole al Rey que era preciso colonizar aquellas islas del Pacífico Meridional antes de que cayeran en manos de los corsarios ingleses y erigiesen en ellas un establecimiento desde el que atacar los intereses del imperio español.

El virrey Enríquez falleció en 1583, siendo sustituido por Fernando de Torres y Portugal, conde de Villardompardo, quien en 1586 se mostró partidario de la ocupación de las islas Salomón. En ese mismo año Mendaña se casó en Lima con la joven Isabel Barreto, hija de Nuño Rodríguez Barreto y de Mariana de Castro.

La alarma social generada en Chile en 1587 a causa de los asaltos perpetrados por el pirata inglés Thomas Cavendish, volvió a suponer otro duro revés para la partida del navegante. Muy distinta fue la postura de García Hurtado de Mendoza, IV marqués de Cañete, que llegó a Perú en 1590 para relevar a Torres, quien acogió favorablemente las pretensiones del navegante, buscando su asesoramiento en materia de defensa y nombrándole visitador general de Galeras y Navíos de Su Majestad.

Cuando en 1593 el viaje a las Salomón parecía ya una realidad inminente, cruzó el estrecho de Magallanes el corsario inglés Richard Hawkins, irrumpiendo en diferentes poblaciones del litoral. Mendaña aprestó entonces la flota y puso al frente de la misma a Beltrán de la Cueva y Castro, que en 1594 en combate naval, derrotó a los ingleses en la bahía de Atacama, al noroeste de Quito (Ecuador).

Superado este contratiempo, la expedición zarpó por fin del puerto de Callao el 9 de abril de 1595. En este segundo viaje hacia el Pacífico Sur, se hicieron a la mar la capitana «San Jerónimo», propiedad de Álvaro de Mendaña, la almiranta «Santa Isabel», adquirida con la dote de Isabel Barreto, con Lope de Vega como capitán, además de una galeota, la «San Felipe» y una fragata, la «Santa Catalina», pertenecientes a los capitanes, Felipe Corzo y Alonso de Leyva, respectivamente. El piloto mayor que le acompañaba en esta nueva gesta era Pedro Fernández de Quirós y el maese de campo, Pedro Merino Manrique.

El objetivo era establecer una colonia en las islas Salomón, por lo que el pasaje alcanzaba cerca de cuatrocientas personas, incluyendo mujeres y niños, formando parte de la comitiva su esposa y cuatro de los hermanos de ésta: Diego, Lorenzo, Luis y Mariana. Los gastos de la jornada los sufragó el matrimonio Mendaña, aunque tuvieron mucho que agradecer a la generosidad del virrey de Perú Cañete.

Mar adentro en el Pacífico

Tras detenerse en distintos puntos de la costa peruana para completar el aprovisionamiento, el 16 de junio de 1595 dejaron Paita y se internaron mar adentro, divisando el 21 de julio la isla de la Magdalena (Fatu Hiva), mundialmente conocida a través de las pinturas del genial Paul Gauguin, decidiendo seguir viaje por las islas cercanas, aproximándose a San Pedro (Motane), Dominica (Hiva Ova) y Santa Cristina (Tahuata). Las bautizaron con el nombre de «islas Marquesas de Mendoza» (Henua Enana), en memoria del IV marqués de Cañete. Las islas Marquesas son el mayor archipiélago de todos los que conforman la actual Polinesia Francesa y lo integran seis islas, seis islotes y algunos bancos de arena, divisando Mendaña las que se localizan en el grupo sur.

El 5 de agosto partieron hacia el oeste en busca de las islas Salomón, localizando el 20 de agosto el grupo de San Bernardo (islas Danger) y el 29 de agosto La Solitaria (Niulakita, Islas Tuvalu). Por fin, el 7 de septiembre otearon Tinakula, perdiéndose la pista de la almiranta de Lope de Vega, de cuyos pasajeros jamás volvió a tenerse noticia; al día siguiente atisbaron La Huerta (Tomotu Noi), Recifes (islas Swallow) y la Santa Cruz (Nendo, islas Santa Cruz).

Para Annie Baert, el hecho de que Mendaña no encontrase de nuevo esas islas se debió a un error en el cálculo de la longitud de su piloto mayor, que llegó a situarlas más cerca del litoral peruano de lo que en realidad estaban y, de seguir navegando con el mismo rumbo durante dos días más, habrían llegado a San Cristóbal, pero ya se hallaba tan lejos al oeste de su posición estimada que no pudo resolverse a ello. Han tenido que pasar algunos siglos para que la isla de Santa Cruz pasase a formar parte de este archipiélago, siendo en la actualidad su isla más oriental. Situadas al norte de Vanuatu, están particularmente aisladas, a más de doscientos kilómetros de las otras islas.

Mendaña, viendo las posibilidades que ofrecía Santa Cruz para su colonización y el buen trato dispensado por los nativos, decidió fijar allí un asentamiento permanente, estableciéndose en la bahía Graciosa, dictando normas tendentes a regular su gobierno y decretando la inviolabilidad de los derechos y propiedades de los naturales. Parece que tomó esta decisión, movido por su delicado estado de salud, y considerando que el paso de los días estaba haciendo mella entre los pasajeros por no alcanzar las tan añoradas islas de Poniente, comenzando ya a escasear los víveres y el agua, a lo que se sumaba el desánimo surgido tras la desaparición de la nave almiranta.

En un principio, y merced a la mediación del jerarca local, Malope, la convivencia discurría pacíficamente. Sin embargo, el descontento de algunos de los colonizadores iba en aumento, dado que estas islas no colmaban las expectativas de riqueza que ellos tenían puestas en las Salomón. Las habladurías fueron acrecentándose y aflorando los enfrentamientos hasta llegar a constituirse dos facciones: una de apoyo a Mendaña y su familia política y otra de apoyo al maese de campo, quien abogaba por abandonar la isla y proseguir la ruta marcada. Rivalidades que habían permanecido latentes a lo largo de todo el periplo.

Pedro Merino Manrique y sus partidarios utilizaron como medida de presión el saqueo de los poblados, alentando con ello al levantamiento de los nativos en contra de los españoles, y forzar así la salida de la isla. Viendo el cariz que iban tomando los acontecimientos, primero Mendaña y después su piloto Quirós, intentaron mediar en este conato de rebelión, aunque sin éxito. Cuando la situación era ya imposible de reconducir, se adoptaron medidas realmente drásticas, siendo apuñalado Merino y varios de sus correligionarios, lo que no pudo evitar que un grupo de sublevados matasen a Malope. Mendaña ordenó entonces que se ejecutase a los cabecillas. Y a pesar de que se tomaron medidas ejemplarizantes, tal y como era de esperar, la agresión de los aborígenes hacia los peninsulares fue imposible de contener.

La malaria, mientras tanto, seguía debilitando la salud del preclaro marino, que falleció el 18 de octubre de 1595, a la edad de cincuenta y tres años, siendo enterrado con todos los honores en la iglesia allí construida. En sus últimas voluntades el descubridor nombró gobernadora de la expedición a su esposa, y capitán general a su cuñado Lorenzo. Haciéndose eco del sentir generalizado de los expedicionarios y siendo consciente del significativo número de bajas producidas a causa de enfermedades infecciosas, dejaron la isla el 18 de noviembre, poniendo rumbo a las Filipinas, donde, según algunos estudiosos, tenía planeado abastecerse de nuevo y reclutar colonos para volver a poblar la isla de Santa Cruz. Pero, antes de todo esto la adelantada ordenó exhumar el cuerpo de Mendaña, que fue trasladado a la fragata.

En ruta hacia las Filipinas y regreso a Nueva España

En un nuevo intento por recuperar la almiranta «Santa Isabel», proyectaron hacer escala en la isla de San Cristóbal, donde se creía que podría haber llegado, y al no encontrarla, prosiguieron con la ruta fijada hacia las Filipinas, yendo por la más conocida, pasando por delante de las islas Marianas, Guam y su vecina Shaipán. Una travesía difícil, en la que como diría Quirós, la navegación se hacía cada vez más trabajosa por el mal estado de las embarcaciones, con las graves consecuencias que ello trajo, a lo que añadir las restricciones en el abastecimiento, que gradualmente fueron endureciéndose, sobre todo de agua.

Como ya se puso de manifiesto en el segundo viaje, la familia Barreto no gozaba de muchas simpatías entre los integrantes de la expedición, mostrando Isabel durante todo el trayecto una actitud autoritaria, tal vez acrecentada ahora por la tentativa de insubordinación vivida en Santa Cruz, llegándose a provocar serias disensiones con Quirós sobre las medidas a tomar, esencialmente en las relativas al deficiente estado de los barcos. El piloto mayor trataba de argumentar su proceder, conforme a su experiencia como hombre de mar, imponiéndose sin embargo el criterio de la adelantada. En el transcurso de la travesía, el 10 de diciembre desapareció la galeota «San Felipe», de la que se perdió la pista tras saber que llegó a Mindanao. Diez jornadas después corrió la misma suerte la fragata «Santa Catalina», guiada por Diego de Vera y que hacía agua carcomida por la broma marina (incrustaciones de moluscos o larvas, o termitas marinas), tan temida por los hombres de mar, y en la que se custodiaba el féretro con los restos de Álvaro de Mendaña.

La capitana «San Jerónimo» avistó tierra el 14 de enero de 1596, pero una serie de complicaciones con los aparejos aplazaron su entrada en la bahía de Cavite (Filipinas), que se produjo el 11 de febrero, donde se había generado una gran expectación por ver a los descubridores, que fueron recibidos por las autoridades filipinas.

Allí, poco tiempo después, la viuda de Mendaña contrajo matrimonio con Fernando de Castro, emparentado con el gobernador de la capital, con quien volvería a Nueva España tras reparar la embarcación, haciéndose a la mar el 10 de agosto y llegando a Acapulco el 11 de diciembre. Quirós, por su parte, a bordo de una nao de pasajeros entró en Lima el 5 de junio de 1597. Este último, junto a su piloto mayor, Luis Váez de Torres, fue el encargado de dirigir la última expedición que emprendió la Corona española al continente austral.

El portugués demostró ser un gran estratega, basando su argumentación en las oportunidades de evangelización que brindaban aquellas latitudes, siendo capaz de convencer, tanto al papa Clemente VIII como al monarca Felipe III, haciéndoles ver que su mejor carta de presentación era su acreditada pericia como navegante por los «Mares del Sur». De nada sirvieron las protestas de Fernando de Castro e Isabel Barreto, que veían vulnerados los derechos heredados de continuar con la empresa iniciada por Mendaña. En esta tercera jornada, que se realizó entre 1605 y 1606, fueron descubriéndose las islas Tuamotu y Vanuatu.

Nuevas expediciones en el Pacífico

\A lo largo de la segunda mitad del siglo XVI y del siglo XVII, los españoles continuaron en una ininterrumpida empresa de exploración y navegación a lo largo del Pacífico, que llegó incluso a ser llamado «el mar español». Se deben recordar algunos nombres y episodios en estas empresas marítimas del Pacífico. Así, destaca el gallego Pedro Sarmiento de Gamboa, que a la edad de dieciocho años dejó la casa paterna y se inició en la carrera de las armas, peleando en diversas campañas con Carlos I-V (1550-1555).

En 1555 se embarcó rumbo al Nuevo Mundo. Llegó a México donde estuvo dos años, de los que se sabe que tuvo problemas con la Inquisición (1557), y fue sometido a un proceso, que no iba a ser el primero. Marchó a Perú (c. 1557), que disfrutaba de un período de paz tras las guerras civiles. Por su amplia cultura se convirtió en una de las personalidades más relevantes de Lima, donde consiguió la Cátedra de Gramática gracias a la mediación del virrey de Perú marqués de Cañete, y realizó diversos viajes por el interior.

A Cañete le sucedió el conde de Nieva (1561), virrey afable y tolerante, pasando a ser su consejero en asuntos de navegación e historia. Esta amistad le costó algunos problemas, tras el fallecimiento de Nieva (1564), muerto de noche misteriosamente. Los rumores apuntaron que Sarmiento había predicho al virrey los peligros de salir por la noche, y alguien lo delató por nigromante, lo que Sarmiento se viera envuelto en otro proceso con la Inquisición. Fue juzgado por ello y fue condenado (1565), pero el arzobispo le conmutó la pena para que integrara la expedición al océano Pacífico, expedición que descubrió las islas Salomón y Vanuatu, no pudiendo alcanzar Australia.

Regresando a Perú el gobernador interino del Virreinato, vacante, apoyaron la propuesta de Sarmiento y compañeros de una nueva expedición para descubrir aquellas islas y poblarlas, encargando de la misma a su sobrino Álvaro de Mendaña y a Sarmiento como capitán de una de las naves y a Pedro de Ortega de otra. El 7 de febrero de 1568 partieron del Perú llegando a una isla bautizada como Santa Isabel, explorando muchas otras; Mendaña regresa al Callao el 22 de julio de 1569 desobedeciendo la orden de poblar aquellas tierras.

Ya antes, el nuevo virrey del Perú, Lope García de Castro, había traído un nuevo período de prosperidad para el virreinato. Se habían trazado proyectos para descubrir nuevas islas a poniente, en el Pacífico, que, según narraciones de los indígenas eran muy ricas en oro y plata. Por ello Sarmiento había mostrado gran interés por tratar de descubrir aquellas tierras; así lo había propuesto y había tenido todo el apoyo de Castro (1567). Fue así como se organizó la expedición al mando de Álvaro de Mendaña, sobrino del virrey, en la que Sarmiento tomó el mando de la nave capitana y el encargo de dirigir la expedición.

Las instrucciones dadas establecían que se consultase a Sarmiento todo lo relativo a la navegación, y que cualquier derrota [ruta] elegida tenía que llevar su aprobación. Pero al poco tiempo de comenzar el viaje aparecieron los primeros problemas, ya que Mendaña y su piloto mayor Hernán Gallego ignoraron a Sarmiento, y sólo acudieron a él cuando ante algún problema grave necesitaban echar mano de sus conocimientos. Durante la expedición fueron descubiertas diversas islas, entre ellas las Salomón.

Sarmiento trató de establecer asentamientos, pero Mendaña prefirió regresar a Perú aduciendo que estaba muy corto de personal. En efecto, había habido muchas muertes por enfermedades y en encuentros con los indígenas. Por otra parte, Mendaña continuó sin prestar atención a las recomendaciones de Sarmiento en cuanto a la ruta a seguir, lo que creó errores en la navegación de regreso. Las desavenencias entre los dos aumentaron, y al llegar a las costas del continente (1569), Mendaña encarceló a Sarmiento. Al recuperar la libertad y siendo nuevo virrey Francisco de Toledo (1570), Sarmiento ya en Lima, puso a Toledo al corriente de lo ocurrido y le manifestó su deseo de ir a España a ver al Rey.

Bajo el virrey Toledo del Perú

Pero Toledo tenía otras prioridades. Ante todo, quiso asentar sobre sólidas bases jurídicas la posesión española del Perú, por lo que se propuso probar que los «incas» (los soberanos) a la llegada de los españoles eran extranjeros que habían impuesto un régimen tiránico, y que España había acabado con aquella tiranía, estableciendo un sistema de justicia y una iniciativa evangelizadora cristiana. En una palabra: trataba de consolidar el virreinato.

Para conocer bien el Virreinato organizó un recorrido por todos sus territorios en el que invirtió cinco años (1570-1575). La finalidad del viaje fue efectuar un balance de los recursos económicos y humanos; un gran trabajo en el que le acompañaron diversos asesores, entre ellos Sarmiento. Fruto de este período fue su «Historia de los Incas o Indica» (1572), escrita a raíz de entrevistas con ancianos indígenas y de conversaciones con españoles supervivientes de las primeras conquistas; es una de las obras mejor documentadas de cuantas se escribieron sobre los Incas y la antigua historia del Perú.

Sobre estos conocimientos Toledo reorganizará totalmente la administración y desarrollo del Virreinato. Toledo tuvo que enfrentarse con numerosos problemas; entre ellos el intento inglés de invadir las tierras españolas sudamericanas del Pacífico, a través de la piratería. En 1577 la reina Isabel I de Inglaterra encargó de la empresa al pirata inglés Francis Drake, con una expedición desde el puerto de Plymouth el 13 de diciembre de 1577 a bordo del «Pelican», con otras 4 naves y 164 hombres.

A finales de agosto de 1578 Drake recaló en el estrecho de Magallanes tras haber perdido todos sus barcos, excepto el «Pelican» y varios hombres en distintos enfrentamientos con los indios patagones. En la ruta rebautizó su barco como «Golden Hind». A su paso por las costas de Chile y Perú atacó numerosos navíos españoles y los puertos de Valparaíso, Coquimbo, Arica y Callao. Ante tales estragos Álvarez de Toledo equipó dos naves que puso bajo el mando de Pedro Sarmiento de Gamboa y las envió a perseguir y capturar al corsario inglés, pero este ya había abandonado la zona.

En 1579 el virrey ordenó a Sarmiento alistar dos naves para que explorara el estrecho de Magallanes en búsqueda de lugares adecuados para asentar población y fuertes con artillería para cerrar esa ruta a los enemigos de España. Las instrucciones del virrey fueron explorar los canales de la Patagonia y el estrecho de Magallanes. Levantar cartas geográficas de los lugares, averiguar si los ingleses habían establecido asentamientos en alguna parte y estudiar los lugares en que se podrían establecer fuertes, prudencia con los habitantes que encontrara excepto con Francis Drake, al que debería presentarle combate y prenderlo vivo o muerto si se topaba con él.

El rey Felipe II de España aprobó el proyecto de establecer un fuerte en el estrecho de Magallanes con el propósito de asegurar el control y dominio de ese paso estratégico del Virreinato del Perú, encargándole al Consejo de Indias planificar la expedición para poblarlo y fortificarlo. España armó una expedición compuesta por aproximadamente 2500 hombres, los que embarcó en 23 naves las que puso bajo el mando de Diego Flores de Valdés. El rey nombró a Sarmiento gobernador y capitán general del Estrecho. En la expedición también se embarcó Alonso de Sotomayor, designado gobernador de Chile, y su tropa.

La expedición zarpó de Sanlúcar de Barrameda el 25 de septiembre de 1581, pero un temporal a los pocos días le hundió cuatro naves por lo que el 9 de octubre regresó al puerto de Cádiz para reparar otras. El 9 de diciembre de 1581 volvió a hacerse a la mar con 16 navíos rumbo a Río de Janeiro. En la ruta pararon en una de las islas de Cabo Verde en la que permanecieron hasta el 2 de febrero de 1582. Arribó a Río de Janeiro el 25 de marzo del mismo año y se detuvo allí seis meses en espera de mejores condiciones de tiempo. El 2 de noviembre de 1582 zarparon hacia el Río de la Plata. En Buenos Aires el gobernador Sotomayor desembarcó su tropa pues había decidido continuar a Chile por tierra. Diego Flores de Valdés, con cinco naves, llegó el 17 de febrero de 1583 hasta la entrada del Estrecho, pero el mal tiempo le impidió ingresar en él por lo que regresó a Río de Janeiro y luego continuó a España.

Sarmiento se quedó en Río de Janeiro, asumiendo el mando de las naves con las que intentaría un nuevo viaje al Estrecho. Una vez reorganizados, el 2 de diciembre de 1583, zarpó con cinco naves y 538 expedicionarios. El 1º de febrero de 1584 logró entrar al estrecho llegando hasta la Segunda Angostura pero luego fueron empujados por la corriente y el viento hasta el cabo Vírgenes, donde Sarmiento desembarcó el 4 de febrero de 1584 y procedió a tomar posesión de esas tierras en nombre de España. Habían transcurrido más de dos años y medio desde su zarpe de España.

El 11 de febrero de 1584 Sarmiento procedió a fundar la «Ciudad del Nombre de Jesús», la primera y más austral ciudad del mundo en esa época, a tres kilómetros de lo que hoy es el cabo Vírgenes, en el actual territorio de Argentina. El mal tiempo obligó a cuatro de las naves a dejar su fondeadero y regresar al Atlántico y luego a España quedando Sarmiento solo con la «Santa María de Castro» para el servicio de los 338 pobladores de la ciudad. Sarmiento se dio cuenta de que el lugar no podría albergar tantas personas por lo que decidió fundar otra ciudad que alojaría a la mitad del total de los pobladores.

Envió la «Santa María de Castro» con 50 pobladores hacia el lugar en que él había estado en 1580, punta Santa Ana, y él con otros cien hizo el camino por tierra. El 25 de marzo procedió a fundar en punta Santa Ana la ciudad «Rey Don Felipe», cercana a la actual Punta Arenas, hoy Chile. El 24 de mayo zarpó hacia Nombre de Jesús y luego de un tiempo decidió regresar a España en búsqueda de víveres para sus poblados. El 29 de junio arribó al puerto de Santos donde se provisionó de lo necesario para sus fundaciones.

Zarpó hacia el Estrecho, pero a la altura de Bahía un temporal destruyó la «Santa María de Castro» que se hundió con toda su carga. Sarmiento y algunos tripulantes se salvaron logrando llegar a la costa. El 3 de octubre logró regresar a Bahía cuyo gobernador lo ayudó una vez más regalándole una embarcación pequeña de 60 toneles en la que volvió a cargar víveres para sus dos poblaciones y el 13 de enero de 1585 zarpó nuevamente en dirección al estrecho de Magallanes. Otra vez una tempestad le hizo arrojar al mar toda la carga para poder salvar la embarcación y regresar a Bahía, puerto en que sus tripulantes se negaron a continuar embarcados.

El 22 de junio de 1586 emprendió el regreso a España en una nave mercante, pero en el viaje la nave fue atacada por tres buques ingleses de la flota de Walter Raleigh. Hecho prisionero fue conducido ante la reina Isabel I de Inglaterra quien, luego de interrogarlo, lo dejó en libertad encomendándole una misión que transmitir al rey de España. El 30 de octubre de 1586 Sarmiento inició el retorno a España, por lo que tuvo que pasar por París y cuando llegó a la frontera con su patria, el 9 de diciembre del mismo año, fue capturado por los hugonotes quienes lo encerraron en la prisión de Mont-de-Marsan y pidieron un elevado rescate por su libertad. Inicialmente Felipe II se negó a pagar rescate por él, y mientras tanto, los habitantes de sus establecimientos del estrecho se iban muriendo de hambre por falta de víveres y la rigurosidad climática.

El 10 de enero de 1587 fondeó en la bahía San Blas el corsario inglés Thomas Cavendish, y en febrero pasó por la Ciudad del Rey Felipe en donde halló solo quince hombres y tres mujeres sobrevivientes de los trescientos pobladores que había dejado Sarmiento de Gamboa, y en cuanto a la ciudad la encontró muy bien planeada y asentada en el mejor lugar del estrecho por la facilidad de la leña y el agua, que aprovechó para reabastecerse, y de los cuatro fortines existentes hizo desenterrar las piezas de artillería que también se las llevó, además de uno de los supervivientes, y como había tantos cadáveres sin enterrar la rebautizó como «Port Famine».

Finalmente, en diciembre de 1589, Felipe II firmó una real cédula en la que ordenó el pago del rescate, y así el fiel vasallo Sarmiento de Gamboa pudo regresar a su patria después de estar casi diez años fuera de ella. El último sobreviviente del poblado del estrecho internacionalmente rebautizado como «Puerto del Hambre», fue rescatado a principios de enero de 1590 por la nave inglesa «The Delight», comandada por Andrew Merrick. El fracaso de esta expedición al Cono Sur habría que buscarlo en la inexperiencia y falta de capacidad como organizador de Flores de Valdés, pero más que nada en la carencia de un apoyo naval eficiente y en la inclemencia del mar y del clima austral.

A su llegada a España, Sarmiento continuó pidiendo socorros para la gente del Estrecho, pero Felipe II ya había decidido desentenderse de ese problema. Como una forma de compensar los servicios a la Corona, en 1591 le nombró almirante de una de las Armadas encargadas de proteger las naves de la flota de Indias. El 17 de julio de 1592, falleció mientras dirigía una flota cerca de la capital portuguesa. Sus restos se sepultaron en un ignoto sitio de Lisboa.


NOTAS

DHIAL. FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ

© Elaborados de la Santa Sede para el Pabellón de Sevilla de 1992.