PUEBLA. Proceso y tensiones

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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La preparación como contenido

Los procedimientos con que se organiza algo, integran siempre el contenido de ese algo. Los procedimientos nunca son puramente formales, indiferentes al contenido, sino que hacen parte importante de aquel. Todo procedimiento es un contenido. Por eso, la Conferencia de Puebla comenzó a realizar sus contenidos, sus significaciones, a partir de las modalidades mismas con que se puso en marcha el proceso de su gestación.

La preparación de Puebla fue una novedad sin precedentes eclesiales. Recapitulemos brevemente esa preparación, para darnos cuenta de su lógica profunda.Parece que las primeras sugerencias acerca de la conveniencia de una nueva Conferencia General surgieron a mediados del año 76 en una Reunión de la Presidencia del CELAM con una quincena de Obispos de actuación destacada a nivel latinoamericano. Fue una reunión informal con Obispos de experiencia y consejo.

Se efectuaron luego diversas consultas y se llegó a la Santa Sede. En Diciembre de 1976, el Papa Pablo VI manifestó a la Asamblea Ordinaria del CELAM su voluntad de convocar la III Conferencia, a los 10 años de Medellín, y encomendó al CELAM su preparación. En Febrero de 1977, en la Reunión general de coordinación del CELAM –unos 60 Obispos latinoamericanos-, se realizaron estudios sobre la probable temática, poco después, el Papa la determinaba definitivamente: “La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina”.

El CELAM fue trazando el plan de preparación que debía calcularse hasta la fecha misma de iniciación de la Conferencia, en Octubre de 1978. En el mes de Julio de 1977 se puso en marcha la preparación efectiva. Es decir, se contaba con un plazo de 15 meses para la gestación. Se comenzó con cuatro reuniones episcopales regionales que abarcaron a toda América Latina. Se reunieron más de 60 Obispos y se recogieron las preocupaciones principales existentes en el clima de las diversas Conferencias Episcopales de los países. Así se inició la «movilización» para Puebla. Y esto de un modo literal: moviendo a la gente.

No se quiso hacer consultas por escrito y por separado a cada país; se prefirieron reuniones conjuntas, para que hubiera desde el principio un diálogo viviente, que impulsara las interacciones más allá del horizonte habitual de cada Obispo. Una Conferencia Episcopal General Latinoamericana no podía ser sólo una suma de experiencias diocesanas ni siquiera nacionales. Debía incluirlas, pero tenía que ser «existencialmente».

Para eso se debía mover desde el principio a los Obispos de sus sedes, para abrirlos efectivamente a un horizonte latinoamericano. Debía irse produciendo una paulatina pero real «latinoamericanización» episcopal y eso implicaba «desarraigar» provisoriamente, generar una dinámica de encuentros, más allá de sus diócesis y países. Había que comenzar confrontando experiencias, rompiendo todo ensimismamiento.

Reuniones preparatorias

En el mismo mes de Julio, se realizó en Buenos Aires el II Encuentro Latinoamericano de Movimientos Laicos, propiciado por el CELAM. Estuvieron presentes todos los Movimientos que tienen un Secretariado a escala latinoamericana. Allí cada Movimiento hizo una evaluación del proceso posterior a Medellín y se propusieron algunas primeras inquietudes en vista a Puebla.

Se discutió un plan de movilización que realizarían los Movimientos por sí mismos y se redactó una primera aproximación en común a la perspectiva global de la problemática que convenía tratar en Puebla, quedando, claro está, cada Movimiento en libertad de dar el desarrollo y las precisiones que quisiera desde su ángulo, a aquella perspectiva. De este modo, desde el principio, también los laicos fueron convocados a escala latinoamericana.

En el mes de agosto se realiza la Reunión de Coordinación de los Directivos del CELAM, donde se ordena y sistematiza en lo posible el material recogido en los Encuentros regionales. Se hace una agrupación de ideas en cinco o seis grandes centros de interés resultantes. Esas bases pasaron en Octubre a una Comisión de Redacción interdisciplinaria, compuesta en buena parte por Miembros del Equipo de Reflexión Teológico-Pastoral del CELAM.

El «Documento de Consulta»; Segunda etapa preparatoria;

La etapa final de sus trabajos fue presidida por cuatro Obispos que habían participado en las Reuniones regionales. Colaboraron también los Secretarios de los diversos Departamentos y Secciones del CELAM. A fines de Noviembre, la Directiva del CELAM se reúne nuevamente, examina, corrige y organiza el trabajo realizado para que sirva como instrumento provisional de consulta y, en tal calidad, fue recibido por los Obispos latinoamericanos a fines de diciembre. Se trataba del «Documento de Consulta», el conocido y llamado «libro verde». La primera etapa de la preparación ya estaba cumplida, en los plazos señalados.

La segunda etapa arranca con el año 78 y llega hasta Junio, cuando los Episcopados envían al CELAM sus aportes para la Conferencia de Puebla. Hay, así, un período de cinco meses en que el «libro verde» estuvo a la consideración pública de la Iglesia. El Documento de Consulta fue un instrumento auxiliar, un material para suscitar la reflexión y estaba orientado a recoger los aportes de los Episcopados. Las Conferencias Episcopales pudieron tomarlo como base de sus respuestas; modificarlo, total o parcialmente; hacerle ajustes, supresiones, etc.

La libertad fue completa. Sólo se propone un punto de partida común, hijo ya de una primera y provisoria elaboración colectiva, para facilitar el diálogo en toda América Latina. Imposible un diálogo fructífero sin algunas referencias tan concretas como comunes, así fueran éstas para ser rotas.

Pero es asunto todavía más amplio. El propio CELAM sugirió la consulta que las Conferencias quisieron realizar en los distintos sectores eclesiales, Consejos presbiterales, Consejos pastorales, Conferencias de Religiosos, Comunidades Eclesiales de Base, etc., con miras a un mayor enriquecimiento de la contribución que brindaron las Asambleas. Se envió a la Confederación Latinoamericana de Religiosos –CLAR-, a los Movimientos laicos de escala latinoamericana, a los Dicasterios vaticanos, a los Nuncios, etc. Fue un Documento público, para una consulta pública, que se quiso lo más ampliamente participada posible.

Se incluyó en el mismo Documento un resumen de cada parte, para facilitar la difusión máxima en las bases, si cualquier Conferencia Episcopal hubiera querido o no hacerlo. El CELAM es un organismo de servicio; sugiere pero no manda. En cada país, la autoridad suprema es la Conferencia Episcopal y el Obispo diocesano. Ellos son los únicos que deciden.

Por supuesto, es muy difícil llegar a la inmensa variedad de los pueblos, pero sí es posible alcanzar los vastos, pero más restringidos, «cuadros» eclesiales, de presbíteros, religiosos y religiosas, laicos, etc. La «militancia» eclesial de América Latina, podemos decir fue, en su conjunto, informada y puesta al tanto, convocada para pensar y proponer. Imposible llegar a más, sólo que fuera en un proceso de años, lo que no es el caso.

Todo esto implicó desde el Río Bravo a Tierra del Fuego, una movilización sin precedentes de toda la Iglesia latinoamericana. Ninguna otra institución existente podría realizar esto en tan grande escala. Pero todos estos movimientos no se cerraron en cada Iglesia local. La movilización episcopal más allá de sus fronteras y multiplicó su ritmo y su número. El CELAM encomendó a cada uno de sus Departamentos y Secciones nuevas reuniones regionales con los Obispos de los Departamentos correspondientes en cada Conferencia Episcopal, desde fines de Enero hasta comienzos de Abril.

Así se desplazaron y dialogaron más de 200 Obispos, con lo que se proseguía e intensificaba la «latinoamericanización» del proceso hacia Puebla. Pero no fue esto sólo: los Departamentos de Laicos y de Religiosos del CELAM, por ejemplo, no solamente se reunieron con los Obispos del respectivo Departamento nacional, sino con los laicos y religiosos que integraban por varios conceptos las delegaciones. De tal modo, las directivas de la CLAR, a nivel nacional y latinoamericano, estuvieron presentes y activas. Y así sucesivamente.

El CELAM se propuso estimular una profunda conciencia latinoamericana de los problemas y puso en juego, sin vacilar, todos los medios a su alcance. No sólo había que impulsar la discusión de textos, sino también promover el encuentro del mayor número de personas involucradas de modo relevante. Los informes y discusiones de viva voz son más ahondados que con una lectura a solas. Allí pasó de todo; aún cuestionamientos templados y destemplados al propio CELAM.

El modo del mismo proceso estaba hecho para que ningún cuestionamiento fuera evitado. Esta segunda etapa intenta ser la más amplia, la más estimulante, para recoger al máximo la opinión eclesial. La tercera etapa buscaba una decantación. Al igual que en la apertura de todo el proceso, volvieron a efectuarse, durante el mes de Junio, cuatro reuniones regionales con los Presidentes y Secretarios Generales de las Conferencias Episcopales, los Delegados del CELAM, los Directivos del mismo residentes en cada región, los Nuncios y los Ordinarios del lugar en que se efectuó la reunión, uno de los Delegados a Puebla por parte de cada Conferencia y los Obispos latinoamericanos pertenecientes a la Comisión Pontificia para América Latina (CAL) de cada región. Allí se presentó el texto y la síntesis de los aportes de las Conferencias. Se agruparon los aspectos comunes, se profundizó en los temas y en las cuestiones más sentidas por cada región. Se efectuaron recomendaciones, tanto para la elaboración del Documento de Trabajo como para el desarrollo de la Conferencia.

Por otra parte, a principios de Julio, hubo una Reunión General de Coordinación en el CELAM –otra vez unos 60 Obispos-, y allí se presentó el trabajo de los Departamentos y Secciones, fruto de sus Reuniones por regiones. Fueron los «aportes específicos» de los Departamentos y Secciones que, en rigor, reflejaron la experiencia de las consultas realizadas.

Al recibir el CELAM los Aportes de las Conferencias Episcopales, los Secretarios Ejecutivos y virtualmente el mismo Equipo de Expertos de la primera etapa, hicieron el fichaje temático de todos esos aportes en búsqueda de constantes y variables. Luego colaboraron con la Comisión Redactora del Documento de Trabajo, compuesta por el Cardenal Aloisio Lorscheider, Presidente del CELAM y los mismos cuatro Obispos (uno por región) de la primera etapa, en la redacción del «libro verde».

Finalmente, la Comisión Redactora se reunió con la Directiva del CELAM, hicieron nuevas modificaciones y aprobaron el Documento de Trabajo, el «libro blanco», para uso directo de los participantes en la Conferencia de Puebla. Como es obvio, aunque realizado con espíritu de objetividad y fidelidad a las fuentes, el Documento de Trabajo fue una interpretación posible de los aportes.

Entonces, asegurando plena objetividad y libertad, se publicó en el Libro Auxiliar No. 3 los Aportes de las Conferencias Episcopales, para que los participantes en Puebla tuvieran a la vista todos los elementos de juicio necesarios. A este libro de los Aportes de las Conferencias Episcopales, le complementaron otros: uno de estadísticas básicas sobre la realidad latinoamericana, incluso de la Iglesia, Auxiliar No. 1; un libro que reunía las conclusiones y recomendaciones de buena parte de los Encuentros Latinoamericanos auspiciados por los Departamentos y Secciones del CELAM en los últimos 10 años, Auxiliar No. 2.

No fueron, entonces, opiniones de los departamentos, sino de los Encuentros, más amplios, con participación de numerosas instituciones y expertos en muchos campos. Finalmente, también un libro donde los Departamentos y Secciones del CELAM sintetizaron su experiencia y perspectivas, según las fueron acumulado en el último período, Auxiliar No. 4. Con todo esto, se pretendió poner un material auxiliar fundamental en manos de la Conferencia de Puebla.

La necesaria postergación de la Conferencia, por el fallecimiento del Papa Juan Pablo I, tuvo como consecuencia, la posibilidad del estudio a fondo de todo el material preparado. Incluso, dados los nuevos plazos, el CELAM dejó en manos de las Conferencias Episcopales, según el modo que juzgaron conveniente, la difusión de ese material. Así, en esa tercera y última etapa preparatoria, lo que comenzó tan públicamente, bien merecía que terminara más públicamente, a la misma entrada de la III Conferencia General. Tal fue el proceso preparatorio, sus hechos rotundos e irrefutables que están allí, a la vista de cualquiera. Sobra decir que Medellín no pudo contar ni remotamente con un proceso tan vasto y participativo.

Polémicas previas a la Conferencia de Puebla La Iglesia de América Latina realizó una preparación que notenía entonces parangón en la historia de la Iglesia católica ni de las otras Iglesias cristianas; preparación a una Reunión continental de sus autoridades máximas, tan participada y en tan gigantesca escala. Se movieron los cuadros eclesiales, se quiso auscultar las grandes masas populares en sus lados profundos y se alcanzó una «práctica colegial» de los Episcopados tan vasta como insólita. Esto es un hecho y el hecho queda para siempre. Más allá de gustos o disgustos.

Debería haber sido ser motivo de alegría eclesial este avance en el espíritu del Concilio Vaticano II y Medellín. Es cosa que no tenía igual a nivel mundial ni continental ni nacional. Este fue el contenido original de la preparación; su valor ejemplar. Y aquí va una sugestiva acotación.

Fueron muchos los que, aunque proclamaron por doquier su interés por la participación y las puertas abiertas, se empeñaron en no ver tal acontecimiento. Por el contrario, lo ocultaron sistemáticamente; deseaban que pasara desapercibido. Los que se supone más deberían haberlo visto, pretendieron borrarlo.

Esta cortina de humo sobre el contenido de la preparación de Puebla, llevó a error a gente de la mejor fe. Les hizo caer en desconcierto y confusión, cuando los hechos son diáfanos. Por ejemplo, un intelectual católico laico tan notable y cabal como el Dr. Hernán Vergara, hizo afirmaciones sobre esta dinámica de la Conferencia de Puebla, envuelto en esa humareda, no informado del proceso en su conjunto.

Véase este diálogo entre Teófilo Cabrestero, tan entusiasta como espontáneo e ingenuo productor de humaredas, y Vergara. Dice Cabrestero: “Constata usted que Puebla se prepara como un antagonismo entre el Episcopado y las Bases, entre jerarquía y feligresía. ¿Qué piensa un laico latinoamericano (de los que aún defienden que «nada sin el Obispo») de que Puebla sea una Conferencia sólo de Obispos?”. Responde Vergara:

“Desafortunadamente, así ha sido planteada. Pero pienso que es una gran cosa que esté planteada así, porque se explicita una realidad que no veo otra manera mejor que se explicite: el hecho de que la Iglesia no es el Pueblo de Dios, sino una asociación de clases, una de las cuales es la clase episcopal. Puebla explicita la identidad de los Obispos como clase, antes que con núcleos de comunidades y de diócesis que sumarían el Pueblo de Dios” (Vida Nueva No. 1.142, agosto, 1978).

Dinámica de las tendencias. Si hemos visto la preparación como contenido, es bueno pasar ya a los contenidos mismos. Como es evidente para todos, los contenidos se expusieron y destaparon en las polémicas alrededor del Documento de Consulta (usaremos la abreviación DC) o «Libro verde». Eso era lo previsible y lógico; lo requerido. El DC era oportunidad privilegiada para que se condensaran, en ocasión a su consideración, diversas tendencias eclesiales operantes. Como polémica ardiente y crucial, que compromete muchas cosas, se desplegaron tanta inteligencia y altura, como bajeza y voluntad de caricatura; golpes maestros como golpes bajos y las adjetivaciones se arremolinaron como hojarasca inevitable. Y está bien: quien no puede con los pensamientos, bolea adjetivos.

Así también se prueba la razón. Los cristianos no están exentos de virtud o pecado alguno. Las polémicas desatadas lo recuerdan. Sin embargo, antes de entrar de lleno en los contenidos, conviene una consideración a modo introductoria, sobre el significado y la dinámica, en general, de las tendencias en la Iglesia. Tal introito nos iluminará luego sobre el proceso a Puebla, la índole del DC y las reacciones que precipitó, así como respecto del sentido de la primera batalla de Puebla, que es la de Medellín.

Aquí Medellín no sólo es referencia, tradición e inspiración, sino, ante todo, arma de combate que algunos esgrimen contra Puebla. Veremos si fue arma legítima, impotencia o coartada para otros fines. Pero considerar el trasfondo de Puebla, o sea Medellín, supone apreciar el movimiento de tendencias en la Iglesia y sus modos de anudarse, rechazarse y conciliarse. Van sólo breves reflexiones, que parecen indispensables para la claridad.

Desde que hay Iglesia, hay tendencias y lucha de tendencias. Más aún, la Iglesia se configura y pone en movimiento en esa dinámica incesante de las tendencias. Y eso desde el principio. Puede hablarse de teologías distintas en los cuatro evangelistas, en los distintos apóstoles, pero todas ellas reunidas forman el Evangelio. La Iglesia se reúne no sólo porque está en comunión, sino también porque está dividida. En realidad, todos los Concilios, desde el Primero en Jerusalén, han venido porque la Iglesia estaba dividida, atenaceada por el peligro de división y eso le exigía reunirse, dilucidar, aclarar, impedir que las tendencias se cerraran sobre sí mismas, lanzándolas adelante con nuevos motivos.

En la historia hay gran variedad de situaciones y contenidos, pero la dinámica de las tendencias exige perenne renovación. O mejor, momentos profundos de renovación. La Conferencia General de Puebla se inscribió en esta lógica y esas exigencias. La realidad de la Iglesia de Cristo desborda todas las tendencias y por eso las incluye y unifica a pesar de todo.

Hay tendencias, porque ninguna autocomprensión humana es capaz de encerrar, en su finitud, a toda la Iglesia de Cristo. Por eso, Cristo y su Espíritu superan todas las tendencias, a la vez que las suscitan y movilizan, siempre en pos del más allá de sí mismas; en pobreza y humildad con el misterio divino, siempre irradiante, inagotable y sorprendente. No en vano, amor raíz de todo amor.

Tal la dramática vida histórica de la Iglesia; de su unidad desgarrada, siempre en pos de reconciliación. Sin ese movimiento de fraternidad entre las tendencias, no se reconoce la filialidad; no hay Iglesia. Cuando las tendencias desconocen sus límites, niegan al otro como componente de su propio ser eclesial; entonces degeneran en secta, cisma o herejía.

Es la amenaza que encierra en su seno toda tendencia. Narciso o la soberbia. Pero también toda tendencia lleva en su seno la esperanza y la confianza de su obediencia a la única Iglesia de Cristo. Esa esperanza la somete a la una, santa, católica y apostólica Iglesia de Cristo. Una sola fe, un solo Señor. La tendencia, en cuanto tal, sabe que no lo tiene en su bolsillo.

La dinámica de las tendencias, en lenguaje académico, es el pluralismo teológico legítimo. Es decir, ni exclusivismo de las tendencias, ni cambalache, mal que les pese a muchos espíritus invertebrados en desasosiego. El cambalache son ellos, no la Iglesia. Esto también hay que saber decirlo con firmeza, con espíritu de servicio leal, con dolor. La apertura de las tendencias entre sí, no es blandura ni falta de discernimiento eclesial.

¿Qué puede significar en la lógica oposicional y unitiva de las tendencias la Conferencia de Puebla? La Iglesia necesita recapitularse de tanto en tanto y, al hacerlo, evitar que las tendencias giren sobre sí mismas, infecundas y destructoras. Así, la Iglesia pone a las tendencias en corto-circuito; las obliga a dialogar, a reconocerse, mal que les pese. En la historia, muchos concilios han sido bolsas de gatos, de espléndidos resultados eclesiales.

ALBERTO METHOL FERRÉ