BONAPARTE José. Repercusión de su gobierno en Latinoamérica

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
Ir a la navegaciónIr a la búsqueda

Las principales Casas Reales que han presidido la monarquía española desde el siglo XVI hasta la actualidad, han sido, la de Casa de Austria-o de los Habsburgo-, y la de los Borbones. Pero hubo un corto periodo en que en el Trono de España estuvo presidido por un gobernante que no perteneció a ninguna Casa Real: José Bonaparte, registrado en la historia como José I, y al cual el pueblo español le asignó el mote de «Pepe botellas».

José Bonaparte fue un gobernante «de fachada», pues quien realmente gobernó a través de su persona fue su hermano Napoleón, Emperador de Francia, a cuyas indicaciones y políticas se plegó de manera total.

La brevedad de su reinado (1808-1814) diluye en alguna bibliografía la gran trascendencia que tuvo para la vida del Imperio Español, pues fue la causa de dos acontecimientos que significaron el ocaso del Imperio: la guerra de independencia en España y, simultáneamente, los movimientos de independencia en toda la América española, incluyendo la del Brasil.

LAS CAPITULACIONES DE BAYONA: ORIGEN DE SU GOBIERNO

En una acción tan inmoral como torpe, el Rey Carlos IV aceptó que el ejército de Napoleón Bonaparte ingresara a España y que tropas españolas se le unieran para atacar conjuntamente a Portugal y repartirse su territorio (Tratado de Fointanebleau). El 18 de octubre de 1807 entraron 28 mil soldados franceses y el 17 de noviembre las tropas franco-españolas tomaron sin resistencia Lisboa, capital de Portugal; pocas horas antes, el Rey de Portugal, Juan VI y toda la Corte, pudieron embarcar apresuradamente para trasladarse a Brasil.

Napoleón envió otros dos ejércitos a España que se situaron, uno en Castilla y otro en Navarra y Cataluña. En medio de esa situación, el 17 marzo de 1808 hubo un motín en Aranjuez contra Carlos IV, provocado por la ambiciosa impaciencia de su hijo y heredero Fernando de Borbón, por ocupar el trono. El día 19 en medio de ese motín, el abúlico y torpe Carlos IV se vio obligado a abdicar en favor de su hijo Fernando, que se convertía así en el rey Fernando VII.

Pocos días después, Carlos IV quiso retractarse de su abdicación y se confió en que el emperador francés le repondría en el Trono, escribiéndole que “se ponía en los brazos de un gran monarca, aliado suyo”.

El astuto Napoleón citó en la ciudad francesa de Bayona a los pusilánimes Carlos IV y a su hijo Fernando VII, quienes acudieron acompañados de sus respectivas familias y séquitos. En Bayona y en la presencia de Napoleón y algunos de sus funcionarios, el 6 de mayo de 1808 tanto Carlos IV como su esposa María Luisa y su hijo Fernando VII discutieron entre ellos acerca de sus infidelidades y relaciones personales y de su actuación política, recriminándose mutuamente.

Al final de esa bochornosa discusión, Napoleón les informó que había decidido sustituir a los Borbones por los Bonaparte; exigió la abdicación de Fernando VII en favor de su padre, y la de éste en favor de Napoleón.

Padre e hijo acataron cobarde y abyectamente esas exigencias. Un mes después de firmadas las vergonzosas «abdicaciones de Bayona», el 6 de junio de 1808 Napoleón designó a su hermano José Bonaparte como rey de España. Así llegó «Pepe botellas» al trono de España.

PRIMERAS REPERCUSIONES EN ESPAÑA E HISPANOAMÉRICA

Como señalamos el prólogo, el traslado de la Corte portuguesa a Brasil fue la primera repercusión de la invasión napoleónica a la Península Ibérica. Al conocer los españoles la captura de sus monarcas y sus familias, el 2 de mayo de 1808 el pueblo de Madrid se rebeló contra las tropas francesas comandadas por el mariscal Joaquín Murat, cuñado de Napoleón.

Al día siguiente Murat ordenó el fusilamiento indiscriminado de quienes fueron aprendidos en los enfrentamientos contra los franceses; hombres y mujeres, seglares y sacerdotes.[1]Este acontecimiento marcó el inicio de una lucha que los españoles llaman su «guerra de independencia», la cual habría de durar hasta 1814.

El 6 de mayo Napoleón designó Rey de España a su hermano José -a quien ya anteriormente había nombrado rey de Nápoles-. Este nombramiento significaba que José Bonaparte debía ser también monarca de Hispanoamérica, y que todos los virreyes debían acatar sus mandatos.

Pero en todos los Virreinatos hubo un rechazo generalizado a «Pepe botellas», a verlo como un usurpador sin legitimidad alguna y a considerar que el rey legítimo de «las Españas» era Fernando VII, prisionero de Napoleón, a quien, desde su atentado contra el Papa Pío VII, se le consideraba como una especie de «Robespierre a caballo», propagador de la impiedad de la revolución francesa. Esto explica porqué desde México hasta Buenos Aires, todos los movimientos de independencia, sin excepción, se hicieron inicialmente en nombre de Fernando VII, y tomaran “ el aspecto de una cruzada católica contra los impíos en Madrid y París.”[2]

Apenas llegado a Madrid, José I exigió que todos los funcionarios de la Corte y aquellos que tuvieran un cargo de importancia, le hicieran un juramento de fidelidad. Prestar ese juramento planteó a la conciencia de los funcionarios españoles; algunos prefirieron abandonar sus cargos, pero muchos otros que desde tiempo atrás se les conocía como «afrancesados» prestaron el juramento solicitado por el rey Bonaparte. Muchos de estos que se acogieron y colaboraron con el nuevo régimen fueron los que, desde tiempos de Carlos III, se consideraban «ilustrados».[3]

LA GUERRA DE INDEPENDENCIA DE LOS ESPAÑOLES

Inicialmente las acciones contra las tropas francesas -y por tanto contra José Bonaparte- consistieron en un continuo hostigamiento por medio de una «guerra de guerrillas», apoyada por combatientes británicos; y conforme a la tradición jurídica española que desde los tiempos de Alfonso X «el sabio» señalaba que, al desparecer la autoridad legítima de un monarca, cada provincia debía erigir una «junta suprema» que asumiera la responsabilidad de gobernar.

Tal era el caso suscitado por la prisión en Francia de los monarcas españoles, y «juntas supremas» se establecieron en Asturias, Valencia, Galicia y Sevilla. Y como tenían en los franceses un enemigo común, delegados de las cuatro acordaron formar el 25 de septiembre de 1808 la «Junta Central Suprema», que inicialmente se estableció en Aranjuez, y por las vicisitudes de la guerra tuvo que trasladarse a la Isla del León.

El militar inglés Duque de Wellington se trasladó a España para ayudar a restaurar el ejército español, logrando vencer a los franceses en la Batalla del Bruch, y hacer una exitosa resistencia en Zaragoza. Aunado a lo anterior, el desastroso resultado de la Campaña de Rusia en 1812 obligó a las tropas francesas en España a replegarse al norte del río Ebro.

Aprovechando esa situación, en ese mismo año de 1812 las Cortes reunidas en Cádiz redactaron una «Constitución» que establecía principios tomados de la revolución francesa. Será hasta 1814 cuando las tropas francesas se retiraron de todo el territorio español y liberaron a Fernando VII, quien pudo regresar a España.[4]

LAS JUNTAS SUPREMAS DE HISPANOAMÉRICA

Conforme a la jurisprudencia española, también se crearon «juntas supremas» en México, Buenos Aires, Quito, Santiago de Chile y Santa Fe de Bogotá. Inicialmente todas reconocieron a Fernando VII como el legítimo monarca de España. Las Juntas en Sudamérica tuvieron éxito; la de México fracasó desde el momento que se proclamó y sus principales promotores -fray Melchor de Talamantes y Francisco Primo Verdad- encarcelados.

Pero el reconocimiento a Fernando VII se fue diluyendo en todas partes. En Buenos Aires, en mayo de 1810 Cornelio Saavedra decía al Virrey Baltasar de Cisneros en su reunión con los militares: “No queremos seguir la suerte de España, ni ser dominados por los franceses; hemos resuelto reasumir nuestro derecho y conservarnos por nosotros mismos. El que a Vuestra Excelencia dio autoridad ya no existe; por consecuencia V. E. la tiene ya”.

Dos años después en México José María Morelos y Pavón, con otras palabras, dijo lo mismo en su «Manifiesto a los habitantes de Oaxaca» (25 de noviembre de 1812) : “Ya habréis visto que, lejos de ser nosotros herejes, protegemos más que nuestros enemigos la religión santa, católica, apostólica romana; conservando y defendiendo la inmunidad eclesiástica, violada tantas veces por el gobierno español (…) Ya no hay España, porque el francés, está apoderado de ella; ya no hay Fernando VII porque o él se quiso ir a su casa de Borbón a Francia y entonces no estarnos obligados a reconocerlo por Rey, o lo llevaron a la fuerza y entonces ya no existe.”

FINALIZACIÓN DEL GOBIERNO DE JOSÉ BONAPARTE

La desastrosa campaña de Napoleón I en Rusia en 1812 obligó al emperador francés a retirar parte de sus tropas de España. Esto favoreció a las tropas españolas ahora en alianza con los ingleses del coronel Wellington que derrotaron ampliamente a los franceses en la ciudad navarra de Vitoria en junio de 1813.

Ante esta situación, y sin consultar siquiera con su hermano José, el emperador francés se vio forzado a firmar en diciembre de 1813 el «Tratado de Valencay» mediante el cual devolvía la Corona española a Fernando VII y se comprometía a retirar todas las tropas que aún tenía en España. José Bonaparte ya no tuvo más opción que retirarse a Nápoles, mientras Fernando VII, acompañado por su hermano Carlos regresó a España por Gerona el 22 de marzo de 1814. En toda Hispanoamérica, con la excepción de Argentina, Chile y Uruguay, volvieron a reconocer a la Corona Española.

NOTAS

  1. Este acontecimiento fue plasmado en una de las más célebres pinturas de Francisco de Goya, titulado precisamente “los fusilamientos del tres de mayo”, el cual se conserva en el Museo del Prado en Madrid
  2. JEAN MEYER. Historia de los cristianos en América Latina. Ed. Vuelta, México, 1989, p. 17
  3. Cfr. Miguel ARTOLA GALLEGO. Historia de España Alfaguara V. La burguesía revolucionaria (1808-1874) . Ed. Alianza Editorial. Madrid
  4. Carlos IV, su esposa Luisa de Parma y su primer ministro Manuel Godoy, nunca regresaron de su exilio en Nápoles.