SERMONES GUADALUPANOS en la formación de la identidad mexicana

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Importancia de los Sermones

Estos sermones son el medio privilegiado para captar la influencia de la imagen de la Virgen de Guadalupe en la formación de la identidad mexicana. Ellos son también una de las expresiones más importantes del culto y devoción del clero novohispano a María de Guadalupe, e instrumento para conocer lo que se enseñaba de ella[1]. Es por eso que algunos historiadores los han estudiado[2]. En esta voz se presentará, en orden cronológico, las ideas principales de sermones predicados en el Santuario de Guadalupe de México entre los años 1661 y 1800, y que han sido publicados.

Sermones del siglo XVII

Acerca de los que se pronunciaron en el Tepeyac, el primer sermón publicado sobre la Virgen de Guadalupe es de 1661, y fue predicado el 12 de diciembre del año anterior por el Dr. José Vidal de Figueroa, párroco de Tejupilco. Su título es Teórica de la prodigiosa imagen de la Virgen Santa María de Guadalupe de México. En el prólogo se pregunta cómo retrataría Dios a María con apariencia visible en el modo con que la determinó crear, y responde que como la imagen de Guadalupe de México. Dios, artífice racional y milagroso de María, la pintó en su entendimiento antes de crearla, «y aquella imagen aparecida es copia de la que pensó Dios cuando la eligió para su Madre». En el cuerpo del sermón, dice su autor que María de Guadalupe de México se apareció no a sacerdote alguno, ni a sabio, ni a español, sino a un indio recién reducido a la fe, que duda de que le crean y le pide a María que encargue el negocio de su templo a persona de más crédito.

Esto sucedió para los que no creían que fuese cierta la conversión de los indios a la ley del Evangelio, pues en ese momento llegaron informes al monarca español diciendo que era ociosa la predicación del Evangelio a los indios por bárbaros, incapaces del bien espiritual. Salió la Virgen María de Guadalupe a desvanecer estos informes para que revelándose a su Iglesia por medio de aquella imagen «entendiésemos, que la Iglesia que se fundaba en este Nuevo Mundo, tenía fijos los cimientos sobre la fe de los indios». El milagro también tuvo el objetivo de que no desmayaran algunos ministros evangélicos en su trabajo por la conversión de los indios; y para que no se quedase sin obreros la viña, quiso asegurarlos con este milagro, y no halló otra señal más evidente de su vocación que utilizar el traje y vestido de los indios, haciendo alusión al ayate de Juan Diego[3].

El siguiente sermón lo predicó fray Manuel de San Joseph, carmelita descalzo, el 12 de diciembre de 1686, y lleva el título de Florido aromático panegíris. En el prólogo se dice que hoy en la Nueva España, como reina criolla, nace María Santísima de Guadalupe de unas rosas, favor no hecho a otra nación alguna: Non fecit taliter omni nationi (Sal 147, 20). Casi al final, compara la columna de fuego que guió al pueblo de Israel en el desierto con María de Guadalupe, quien vino para llover favores a toda la Nueva España, patria suya, que vivirá segura a la sombra de esta columna, señalando que mayores beneficios hace Dios con la columna de María a los católicos de este reino, que los que hizo a Israel[4].

Hay que decir que la frase Non fecit taliter omni nationi, a mediados del siglo XVIII se atribuyó al Papa Benedicto XIV al relacionarla con Guadalupe, pero aquí se ve que ya se usaba para resaltar la gracia que Dios hizo a México a través de esa imagen. También la idea de reina criolla[5]irá tomando fuerza, y tendrá su importancia en el momento de la lucha por la independencia.

Un tercer sermón se predicó en la iglesia de Guadalupe el 21 de noviembre de 1694, día de la Presentación de Nuestra Señora en el templo. Lo dijo fray Luis de Rivera, agustino. En un párrafo señala que a todos universalmente se extiende la protección de María Señora Nuestra: a los fieles fomentando la luz de la fe, a los infieles desterrando las sombras de la infidelidad, y como ella lo dijo cuando se apareció en este sitio: para ser bienhechora de este reino. El autor señala: «pienso que ha mostrado su protección en plantar la fe y desterrar [junto] con la idolatría, todas las supersticiones de la infidelidad»[6].

Sermones del siglo XVIII

Sermón de la Asunción de Nuestra Señora, del 15 de agosto de 1707, último día de la primera vez que en Guadalupe se celebró el jubileo circular de las 40 horas. Lo predicó el bachiller Francisco de Fuentes y Carrión, primer párroco de Guadalupe. Fuentes señala que el arzobispo Francisco de Aguiar y Seixas, ya cercano el fin de su vida, pidió al Papa Inocencio XII el jubileo que se celebraba. Este jubileo comenzó en la Catedral de México, dedicada a la Asunción, y después de hacer el círculo de las iglesias de la capital, terminaba en Guadalupe, el día de la Asunción de María. Sin embargo, María no sólo subió de la tierra al cielo el día de su Asunción, sino también bajó del cielo a la tierra en Guadalupe el día de su aparición. El bajar del cielo y quedarse acá en la tierra en esta imagen fue para no dejarnos solos. Agrega que de unas débiles raíces de la tierra se tejió el ayate; hoy pues, contemplamos a la Señora en aquellas raíces como arraigada, o como detenida acá en la tierra[7].

La maravilla inmarcesible y milagro continuado de María Santísima Señora Nuestra en su prodigiosa imagen de Guadalupe de México, predicado el 8 de mayo de 1709, día octavo del novenario con motivo de la dedicación de su nuevo templo. Pronunciado por el jesuita Juan de Goicoechea. Comienza en el prólogo diciéndole a la Virgen que un templo nos pedisteis en este monte, y tres con éste os ha consagrado la sin igual mexicana largueza. Entre las alabanzas que le dirige le dice: vos sois la luna llena que le dio a la corte católica de esta septentrional América el nombre de meztli, o México [palabra que quiere decir en medio de la luna]. Los otros dos templos envejecieron, sus cedros se apolillaron, sus piedras se volvieron polvo, en cambio la imagen de Guadalupe compite con lo eterno. Trata de comparar de alguna manera el sacramento de la Eucaristía con la imagen de Guadalupe; en dicho sacramento destruida la sustancia del pan y el vino, permanecen los accidentes, como el color. De manera semejante, en el ayate de Juan Diego los colores son extraordinarios y la calidad del lienzo es más grosero que el cáñamo más crudo; el tejido es tan tosco y tan ralo, que no niega la luz a quien lo mira por el envés; el hilo que une las dos mitades es de algodón mal torcido; el punto de su costura es largo; la materia del lienzo es ixtli del maguey, según unos, o palma izocotl, según otros; no tiene aparejo ni más colores que el jugo que dejaron las hojas de las rosas. Si Cristo se nos dejó en el sacramento de la Eucaristía hasta el fin del mundo, María se nos queda en su imagen «como Sacramentada»[8].

Acción de gracias a la soberana reina del cielo María Santísima de Guadalupe, de 1711, con motivo de las victorias que consiguió Felipe V en Viruega y Villaviciosa los días 8 y 11 de diciembre de 1710. Fue predicado por fray Manuel de Argüello, franciscano. Señala que por privilegio probado por graves autores y repetidas experiencias, en esta tierra, por la imagen de Guadalupe, no hay posesos ni energúmenos. Cuando apareció muchos diablos huyeron, y por eso dijo que quería llamarse tequantlaçaopeuh, que quiere decir: lanzó a los que nos comían, aludiendo a los inhumanos sacrificios que hacían los hombres a los diablos, a quienes dejó hambrientos y sin un bocado de esta antigua crueldad. Y si esa es una virtud de la imagen, es privilegio del Santuario expeler víboras políticas, y por eso toda esta tierra ni cría ni sufre sierpes, lobos que aúllen, muerdan o toquen en derechos, estados, coronas, naciones o gobiernos (alusión al escaso número de rebeliones)[9].

La imagen de Guadalupe, Señora de los tiempos, del 12 de diciembre de 1731, a los dos siglos de su aparición. Predicado por Bartolomé Felipe de Ita, magistral de la Catedral de México. Enfatiza el que ella haya vencido la voracidad de los tiempos, de lo cual las rosas del milagro eran la señal, pues ellas vencieron el rigor del invierno. Casi al final dice que fue esta sagrada imagen el maravilloso instrumento de la conversión de los indios, e indicaba, con su acción, que se continuase su conquista espiritual, porque ellos eran capaces de divinizarse por la gracia de Dios[10].

La madre de la salud. La milagrosa imagen de Guadalupe, del 7 de febrero de 1737, último día del novenario para pedirle que cesara la peste que se padecía. Predicado por Bartolomé Felipe de Ita y Parra, canónigo magistral de la Metropolitana. Refiere que los magistrados de la ciudad, viendo los muchos que morían, fueron a los Remedios, para traer a México la imagen de María. Prosiguiendo la epidemia, prosigue también su piedad en sus rogativas a la misma Señora, haciéndole otro novenario en Guadalupe, pero con una diferencia: a la imagen de los Remedios la trae la ciudad a su iglesia (Catedral), a la de Guadalupe viene la ciudad a su iglesia para rogarle. La imagen de los Remedios no fue aparecida en este reino, sino traída de Europa, y vino a ser Señora de todos estos dominios, y como no se apareció en ellos, no tiene lugar propio que sea determinadamente suyo, pues toda la América es su casa; pero la imagen de Guadalupe nació aquí, aquí se apareció, a este territorio eligió como palacio de su soberanía, y las leyes de cortesía piden que los vasallos caminen a los palacios de sus soberanos. Luego hace una comparación entre el arca de la alianza y la zarza que vio Moisés sin consumirse: el arca de la alianza no fue aparecida, sino formada por mano de hombres, pues la labró Moisés, y hacía milagros, favoreciendo a Israel; por otra parte, la zarza se apareció a Moisés en un monte desierto lleno de espinas, nada ameno, sino estéril, y a aquella planta vil y despreciable, el Todopoderoso le dio lucimiento, esplendor y belleza. Pues bien, como la imagen de los Remedios es el arca, la de Guadalupe es la zarza. Más adelante señala que Ruth es imagen de la Virgen de los Remedios y Noemí de la de Guadalupe. Vínose Ruth, la imagen de los Remedios, de España, dejando la propia tierra en que se formó, y amó la tierra de Noemí, haciendo pueblo suyo al de ésta; pues un mismo pueblo para su protección es de ambas imágenes[11].

La imagen de Guadalupe, imagen del patrocinio, del 12 de diciembre de 1743. Predicado por Bartolomé Felipe de Ita y Parra, magistral de la Catedral de México. El Verbo Divino, tomando nuestra naturaleza humana, hizo aparecer su imagen en esta tierra. María Santísima, tomando la capa del indio para aparecerse en Guadalupe, imitó al Divino Verbo. A todas las naciones las favorece María, concediéndoles imágenes para su refugio; pero en concurrir para formar con ella su copia, María sólo elige al indio [en el sermón le llama indiano]. En Europa, otras naciones, antes que las iluminase la luz del Evangelio, fueron como la indiana, bárbaras en sus costumbres e idólatras en sus cultos, como lo dicen sus anales, pero tras ya tantos años de cristiandad, eran más acreedoras de esta felicidad, contando muchos méritos para ello, en que exceden tal vez a los indianos, y sin embargo «A ellos, pues, Señora, los menores, los mas abatidos quieres? A los ínfimos eliges, y a aquellos los dejas ?». Además, amando María a los indios que no tenían escritura, en lugar de ella deja su lienzo, para que si no saben leer se contenten con mirar, y «aprendan en el lienzo lo que no alcanzan en el libro»[12].

El círculo de amor formado por la América Septentrional, jurando a María Santísima en su imagen de Guadalupe, la imagen del patrocinio de todo su reino, del 12 de diciembre de 1746. Predicado por Bartolomé Felipe de Ita y Parra, tesorero de la Catedral de México. El sermón se dijo unos días después de que se juró a María de Guadalupe por patrona de Nueva España; por tanto, tiende a ensalzar este acontecimiento, señalando que ha unido a todo el Virreinato. María se aparece en Guadalupe, dándose toda a la América, y se descubre para salud de ésta. Y la América toda se da a María, formándole su reconocimiento el círculo que se le debe a su amor. La madre de Cristo también es madre de los miembros de Cristo, y en esto los indios son iguales a las demás naciones cristianas, porque todos son partes de aquel cuerpo de que es cabeza Cristo; pero su exceso con los naturales está en que quiera hacerse María especial madre de ellos, adoptándolos [alusión a la frase del Nican Mopohua: ¿no estoy yo aquí que soy tu madre?][13].

La auténtica del Patronato, del 19 de diciembre de 1747, en el día octavo del novenario por las fiestas por la jura de la Virgen de Guadalupe como patrona de Nueva España. Predicó el jesuita Antonio de Paredes. Dice que María se acomodó a la usanza de los naturales, que escribían pintando, y con la imagen les decía que su deseo era patrocinarlos como piadosa madre. Esa imagen es prenda del pacto que María celebró con este reino[14].

Sermón panegírico del 12 de diciembre de 1756, con ocasión del primer día del solemne novenario con que se celebró la confirmación del patronato de María de Guadalupe sobre la Nueva España. Predicado por Mariano Antonio de la Vega, penitenciario de la Colegiata. Así como María fue corriendo a las montañas de Judea para visitar a Isabel, así se internó en nuestras montañas para subvenir como madre a todas nuestras miserias, y desterrar de nosotros, sin reserva de uno, los males y trabajos; pues ella desterró de este reino la infernal serpiente. Hace una comparación entre el lienzo que vio San Pedro en Cesarea (Hch 10, 11 ss.) y que significa la vocación de los gentiles, y el lienzo de Guadalupe, que significó la conversión de los indios; por tanto, nadie debe ya despreciar a los indios. En auxilio de la conquista espiritual se da en este hermoso simulacro de luces, que el mismo Dios es artífice, no para otro efecto que para dejarnos en la pintura su corazón[15].

Sermón panegírico al ínclito patronato de María Señora Nuestra en su milagrosísima imagen de Guadalupe, sobre la universal septentrional América, del 12 de diciembre de 1758, predicado por el jesuita Francisco Xavier Lascano. Después de alabar a la ciudad de México, afirma que ella, además de su riqueza y hermosura, se distingue por la imagen de María pintada por la misma Señora, pues las imágenes más célebres de María en Italia y España fueron pintadas o esculpidas por San Lucas. En el Viejo Mundo los apóstoles convirtieron a los pueblos predicando el Verbo, y en México el apostolado se reservaba a María, «que convirtió a los naturales con el frasismo de los ojos, e irresistible persuasiva de su beldad». María de Guadalupe abate a la idolatría, y en los rayos que doran el vestido les significa que es Señora del sol, que obscurecidos y necios adoraban; con los astros, que iluminan el manto, los enfervoriza para que le tributen gracias como a estrella del mar y lucero del alba, que los alumbró en la noche de su infidelidad; en la cruz con que engalana el cuello, les predica que no han de apreciar a nadie más que a su Jesús. Casi al final del sermón, pone de relieve que el rey Felipe V, por su real cédula del 2 de abril de 1743, se declaró hermano mayor de la congregación de Nuestra Señora de Guadalupe de México establecida en Madrid, para que lo fuesen también perpetuamente los reyes que después de él gobernasen .

El poder sobre las aguas dado a nuestra patrona la Virgen Santísima en su divina imagen de Guadalupe, del 23 de junio de 1765, último día del primer novenario que hicieron los caballeros hacendados o labradores para impetrar las aguas. Predicado por el Dr. Luis Beltrán, prebendado de Guadalupe. La idea central del sermón es la intervención que ha tenido María de Guadalupe por abundancia o falta de aguas, debido a su poder sobre ellas. Interesante es el parecer del R.P. Fr. Joseph Manuel Rodríguez, cronista general de los franciscanos, pues hace una relación de los distintos ritos prehispánicos para pedir la lluvia, y cómo María de Guadalupe viene a desenmascarar el engaño con que tenía sometidos el demonio a los naturales, siendo en ella quien reside la verdadera protección de los buenos temporales de esos reinos .

Sermón panegírico en glorias de María Santísima bajo el título de Guadalupe, del 12 de diciembre de 1765, fiesta de la aparición. Predicado por el P. Juan Joseph Ruiz de Castañeda, jesuita. Señala que al mundo amó Dios con tal fineza, que no dudó dársele todo en su Unigénito, y María Santísima amó con tal extremo de cariño y de ternura a los habitantes de este Nuevo Mundo, que no dudó dárseles toda en su imagen, y lo hizo de un modo muy semejante a aquel con que se nos dio Dios a los hombres. Hace una comparación entre la imagen de Guadalupe con las doncellas mexicanas, como si ella hiciera gala de ser india. También compara a las flores del milagro con los naturales, que por recién convertidos eran como la flor de la cristiandad. Otra similitud interesante se hace en el prólogo: así como Juan Bautista saltó de gozo en el seno de Santa Isabel ante la presencia de María Señora, estos saltos fueron «como presagios de las danzas y bailes con que habían de festejar a su Reina las Doncellitas Mexicanas en este Templo» .

Sermón de Nuestra Señora de Guadalupe, del 6 de julio de 1766, último día del novenario que hicieron los labradores. Predicado por el P. Francisco Xavier Rodríguez, jesuita. Hace una breve descripción del paganismo que había en esos lugares, manifestado en el ídolo de Theotonancin [sic] (madre de los dioses) situado en el Tepeyac, y el que en Tlatelolco había a Tláloc. Ahora bien, María quiso aparecerse en un monte, y ¿qué es lo que se ve ahora? Ni fragmentos de los antiguos ídolos, y en cambio suntuosos templos consagrados al verdadero Dios en esta inmensa extensión de tierra. Menciona que llevaba tres siglos el cristianismo desde su nacimiento, hasta que Constantino dio el golpe mortal a la idolatría, que volvió a brotar bajo el imperio de Juliano el Apóstata, e incluso al final del cuarto siglo de la Iglesia todavía se recibían memoriales de los senadores romanos que pedían la conservación del altar de la victoria; y en América apenas contaban estas provincias 40 años bajo la dominación de los reyes católicos, y ya era conocido en ellas el verdadero Dios, y este triunfo se debe sin duda a la Madre de las Misericordias. Selló Jesucristo el nuevo testamento con su misma sangre, que nos dejó en testimonio de su amor, y selló María la alianza que celebraba con América, dejando este simulacro, formado de la mano del Omnipotente, como testimonio de su amor. Ella nos ha defendido de otras naciones (sobre todo Inglaterra), que quieren apropiarse de América, y aún ha sido más visible la protección de esta Madre sobre la capital. Dios habló a su pueblo en el Levítico diciendo: Si andáis por el camino de mis preceptos, si guardareis mis mandamientos, yo os daré a sus tiempos la lluvia, la tierra producirá sus frutos y los árboles los darán en abundancia; pues ésta es la condición con que esta Madre promete abundantes cosechas, pues Dios no da bienes para mantener el lujo y la profanidad «mientras sus hijos los pobres están desnudos a vuestras puertas». No da los caudales para que se disipen en el juego, sino para compartir con el pobre.

El país afortunado, del 12 de diciembre de 1767, solemnidad de la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe. Predicado por el R. P. Joseph Manuel Rodríguez, cronista de las provincias franciscanas de la Nueva España. En el prólogo se señala que una de las más visibles pruebas de que nos quiso proveer el cielo en el siglo XVI, fue la verdad que nos había ministrado la tradición apostólica, y confirmada solemnemente por la Iglesia en el siglo VIII, del honor y reverencia que a las sagradas imágenes debemos tributar; y ¿cuál es esta reverencia? la misma que daríamos a los santos que representan, pues todo el honor que les tributamos se refiere a sus mismos prototipos. En el siglo XVI el cielo quiso convencer de esto al Nuevo Mundo, por medio de la imagen de Guadalupe.

Sermón de Nuestra Señora de Guadalupe, el 14 de diciembre de 1777, fiesta de la congregación de Guadalupe, por el Dr. y Maestro Joseph Patricio Fernández de Uribe, salió a luz en 1801 a expensas de la congregación, junto con una disertación adjunta. El objetivo es hacer ver la verdad de la aparición de Guadalupe, sólidamente establecida y confirmada por el culto y veneración de los fieles. Indica que la imagen de María, estampada en la tosca tilma de un indio a los 10 años de la conquista de México, es uno de aquellos milagros, que al paso que se ha granjeado los mayores cultos, «ha excitado o las escrupulosas dudas de una crítica insolente, o las sentidas quejas de una piedad erudita». Estos últimos discurren que ¿quién creerá que el venerable Zumárraga no procurara con el mayor empeño que se recibiera una información puntual y jurídica para justa prueba de este milagro? y ¿cómo es creíble que semejantes documentos, si se hubieran formado, no se guardaran cuidadosamente y conservaran hasta nuestros días como depósito del mayor tesoro de las Indias? Pero por el contrario, no sólo no se encuentran escritos auténticos de este prodigio, mas ni en los historiadores coetáneos a aquel tiempo, ni en los que después de muchos años escribieron, se halla noticia sólida que lo compruebe.

A ello Fernández responde que en 1531 Zumárraga no era sino un obispo presentado, sin Catedral ni Cabildo, y sin archivos en forma para la custodia de instrumentos. Este prelado pasó para España tres meses después de la aparición, y así es muy verosímil que llevara consigo los documentos comprobatorios, o los dejase confiados a algún secretario. Zumárraga tardó dos años en volver, perseguido, distraído y ocupado en negocios difíciles de la religión y el estado. Si hubiéramos de creer al Lic. Bartolomé García, él afirmaba haber sabido del Dr. Alonso Muñoz, deán que fue de la Catedral de México, que en cierta ocasión halló al arzobispo de México fray García de Mendoza, leyendo lleno de asombro y de ternura los autos y proceso de dicha información. Mas «¿qué mucho que semejantes instrumentos ó no se formaran, o padecieran la desgracia de perderse, como otros muchos preciosos documentos del Imperio Mexicano [...]?». Fernández se extraña de que no puede comprender porqué se llora o se extraña tanto la falta de documentos escritos comprobatorios de este prodigio, sabiendo que el archivo eclesiástico está tan defectuoso en este punto, que apenas se hallan firmas en él del primero obispo. Sin embargo, la aparición de la Virgen de Guadalupe es una tradición inmemorial, constante y jamás interrumpida, que pasando desde los primeros testigos de vista que vivían al tiempo de ella, a los inmediatos que lo oyeron de ellos, derivándose de padres a hijos, ha llegado hasta nosotros por una sucesión ordenada. Cita luego las Informaciones de 1666.

Lo del silencio de los escritores es un argumento negativo, débil por sí solo, fundamento ruinoso con que podrían igualmente combatirse la presentación en el templo de María Santísima, su resurrección en cuerpo y alma, y su gloriosa Asunción, y otros misterios de nuestra fe, de los cuales no se halla ni en los escritores sagrados, ni en los de los años inmediatos noticia alguna.

Señala luego el predicador que uno no de los argumentos que más persuadían al ingenio singular de San Agustín de la verdad de la religión católica, era el unánime consentimiento con que la habían abrazado innumerables pueblos y naciones. Este argumento era tan respetable en la antigua Iglesia, que para canonizar a los santos bastaba la común veneración de un reino (cuando la Santa Sede aún no había establecido las normas en este punto). Fernández no pretende colocar la aparición de la imagen de Guadalupe en un grado de infalible certidumbre, pero ¿a cuán alto punto de credibilidad no la eleva el universal consentimiento de los fieles? Menciona lo extendido que estaba su culto en Europa y en el Nuevo Mundo, en todos los estratos de la población.

Hablando de los indígenas comenta: “Corred ahora con vuestra imaginación desde las fértiles campiñas del valle mexicano, hasta los estériles arenales de la California y a las ardientes costas del Sur, y a pesar de la rusticidad, inculta educación y estúpida barbarie (con que la ignorancia o la malevolencia representa injustamente a los indios) ved al mexicano civilizado, al otomí grosero, al serrano montaraz, al guasteco silvestre, al tarasco industrioso, al fiero nayarita, al californio bozal, y aun al apache carnicero, vedlos todos, que venerando a Maria por su madre en la imagen de Guadalupe, reconocen en su milagrosa aparición un medio por donde los condujo la Providencia a abrazar el catolicismo”. 

Refiere lo asombroso que es ver en esos días -el 12 de diciembre y días próximos-, millares sin número de indios, que abandonando sus casas y familias, o cargando con éstas, para mayor afán, vienen de larguísimas distancias a ofrecer a María sus votos «sin que los retraiga ni lo penoso del viaje, ni el hambre, ni la sed, ni cuantas incomodidades puede hacer trabajosa una peregrinación». Ellos, en el duro y desnudo suelo de la villa de Guadalupe «pasan las noches cantando alabanzas a María».

Después afirma: “Decidlo vosotros que frecuentáis el templo en estos días, al ver aquí unos humildes indios postrada su frente hasta el suelo: allí otros caminando de rodillas desde el medio de la iglesia hasta el altar de María: a una parte devotas Indias apellidándola con los dulces nombres de madre, regalo, de consuelo; a otra a las madres que llevan en los brazos a sus inocentes hijuelos, y como si quisieran inspirarles una devoción de que aun no son capaces, ya los presentan a Maria, ya los inclinan profundamente hacia la tierra, ya hacen que con la frente y con la boca toquen reverentemente sus aras, y ya ponen sus tiernas manecitas en ademán gracioso de quien suplica”.

En seguida habla de los sentimientos que experimentaban los contemporáneos al visitar el Santuario: “¿qué documento más piadoso queremos de este milagro, que el que nos da nuestro mismo corazón en Guadalupe? Esta imagen, además de inspirar un dulce respeto, suscita confianza, veneración, amor, ternura y reverencia. Todo esto significa militar a favor de la imagen mexicana de Guadalupe el invicto argumento que tan eficazmente persuadía a San Agustín de la verdad de la religión: el unánime consentimiento de innumerables naciones y pueblos de todo un Nuevo Mundo. El más severo censor convendrá en la universalidad del culto a María de Guadalupe desde 1629, año de la inundación de la ciudad México, hasta nuestros días.”

Luego habla de los testimonios históricos más importantes: un mapa antiquísimo escrito con los caracteres y símbolos que usaban los mexicanos para sus memorias históricas, en el que se ve figurada la aparición guadalupana; la historia de la misma en idioma mexicano, archivada en la Universidad, que se remonta a tiempos no muy lejanos de la aparición, por la calidad de la letra y por el material, que es masa de maguey, de la que usaban los indios antes de la conquista; el testamento de Gregoria Morales de 1559 (testamento de Cuautitlán); la donación hecha a María de Guadalupe por Alonso de Villaseca; la que se contiene en el testamento de Sebastián Tomelín, archivado en el oficio de Bermudez de Castro en Puebla, de 1572; lo que dice Bernal Díaz del Castillo. Indica que este milagro fue el instrumento eficaz del que se sirvió Dios para hacer abrazar a los indios o confirmarlos en la religión católica. “¿Permitiría Dios que la pura doctrina de su religión pasara a toda la nación de los indios por el cauce corrompido de un milagro supuesto? ¿Y que aquel Dios amoroso, que en el Antiguo Mundo desarraigó el error y plantó su fe con el copioso riego de portentosos y verdaderos milagros, sufriría que en el Nuevo se difundiera un milagro engañoso, al par que su religión y que todo un mundo recién convertido alucinara en materia tan grave?”

Pasa luego a tratar el hecho de que en 1754, el Papa Benedicto XIV confirmó el patronato principal de María de Guadalupe sobre la Nueva España. En el decreto de la Sagrada Congregación de Ritos sobre la elección de patronos, que confirmaron y aprobaron Urbano VIII y Alejandro VIII, en el primer capítulo prohíbe que se elijan por patronos los que sólo son beatos y no están canonizados por la Iglesia. Ahora bien, el patronato de María de Guadalupe no mira sólo a la persona de María, cuyo patrocinio era ya antiguamente célebre en la Iglesia española, sino que se consagra a la Señora en honra del beneficio que hizo a México en su aparición de Guadalupe: “¿Y no es esto interponer la Iglesia su autoridad para confirmar este milagro? ¿No es en cierto modo canonizar el culto que se le rinde, y colocar esta aparición en un alto grado de piadosa certidumbre?

El más noble desempeño de la promesa más generosa, del 12 de diciembre de 1778. Predicado por fray Francisco de San Cirilo, carmelita descalzo. María sale al encuentro de México, que estaba lejos de esperarla; ella hizo con México lo que Dios realizó con Israel, que se hizo encontradizo con el pueblo cuando éste no pensaba en buscarlo. Destaca la ternura de María cuando se dirige a Juan Diego; y si así abate ella su grandeza, si así se humana con un pobre mexicano, ¿quién dudará del ánimo generoso con que ella se inclina a favorecer a los habitantes de estas tierras? Si la prueba más grande del amor de Dios fue darnos su imagen en el Hijo; la prueba más grande del amor de María a México fue darnos también su imagen. El ayate de Juan Diego es del material menos adecuado a la pintura, sin embargo, es un material de tierras mexicanas, que lo tejieron manos mexicanas, y lo prefiere María para su imagen a toda la delicadeza de las holandas y a la suavidad de las sedas.

Visita sin despedida que hizo María Santísima de Guadalupe al reino, para la estabilidad y firmeza de la Iglesia americana, del 12 de diciembre de 1780. Predicado por fray Miguel Tadeo de Guevara, franciscano. Tres son las operaciones principales de la gracia que reconoce la teología: la vocación, la justificación y la perseverancia. Cuando Dios nos llama, damos el primer paso; cuando nos justifica, hacemos nuestros progresos; y la perseverancia final concluye el viaje y nos asegura en la patria. La Madre de Dios vino a hacernos una visita sin despedida, esto es, a estar con nosotros hasta el fin del mundo, no sólo para que lográsemos la gracia de la vocación al cristianismo, sino también para justificarnos; y lo que es más, para la estabilidad y firme perseverancia de la Iglesia, en orden a conservar y perpetuar en estas partes la santidad de la religión católica. La gracia de la justificación y perseverancia se conoce porque María de Guadalupe se ha dignado fecundar a esta América de hombres adornados de santidad y elocuencia, que hacen conocer los quilates del cristianismo y abrazarlo perennemente. Si la soberana reina vino a cimentar la fe en este Nuevo Mundo, no hay que temer en el futuro enemigos que la trastornen o destruyan, pues será muy constante su duración. Ella vino a estas partes a darnos un conocimiento no superficial de Jesucristo.

Obligación de los americanos como especialmente favorecidos de María Santísima, del 14 de diciembre de 1794, fiesta de la congregación de Guadalupe. Predicado por el Dr. Joseph Ignacio de Larrañaga. María vino cuando en Europa Lutero, Calvino, Bucero y otros apartaron tantas provincias del seno de la Iglesia; entonces ella ganó la América para consolar a la religión de sus pérdidas. Ahora, cuando Francia está atacando la religión y destruyendo las imágenes de los santos y de María Santísima, es una ocasión oportuna de que México muestre su celo por la religión y culto a María (está pidiendo limosnas para la guerra contra Francia). Desempeños de la gratitud de María en su soberana imagen de Guadalupe, del 12 de diciembre de 1795. Predicado por fray Francisco de San Cirilo, carmelita descalzo. No hay duda que la imagen que tenemos a la vista es la misma que la estampada en el ayate que Juan Diego presentó a Zumárraga, pues la diligencia de los que la custodian, la frecuencia con que muchos la visitan, la devoción con que todos la veneran, son testimonios irrefragables que no permiten la más ligera duda. Los más diestros pintores no han sabido copiarla con identidad, ¿pues quién sería aquel pintor tan singular que a los diez años de conquistada México supo dibujar una imagen tan bella que ninguno después la ha podido imitar? Señala la permanencia milagrosa en un lugar húmedo y salitroso. Por último, trata de mostrar que en Guadalupe se dan las cuatro reglas del inglés Carlos Leslie que pueden hacer una certeza moral y una prueba infalible y convincente de la verdad de un suceso histórico: 1ª que los hechos sean sensibles; 2ª que se hagan con publicidad; 3ª que se erijan monumentos para que se conserve su memoria; 4ª que desde que el caso sucedió existan monumentos erigidos. Ahora bien, a esta imagen la perciben los sentidos; se apareció en un paraje público, en el palacio del obispo, ante su presencia y sus familiares y se divulgó el caso por toda la ciudad desde que sucedió; se labró una capilla para su culto a los 15 días de su aparición; y de esa capilla se trasladó a una segunda, y más adelante al santuario en que en ese momento era venerada.

Sermón en el día de la milagrosa aparición de Nuestra Señora de Guadalupe, del 12 de diciembre de 1796. Predicado por Ramón Peres de Anastaris, chantre de la Catedral de Valladolid de Michoacán. Dice que María visitó en 1531 un reino que aún yacía en las tinieblas de la ignorancia, aún estaba cubierto con las sombras del error, aún no conocía bien a Jesucristo, porque la fe tocaba a sus puertas pero no acababa de entrar, aún dominaba el príncipe de las tinieblas en casi todas sus provincias. Y Juan Diego ¿quién era?, un pobre indio de fe muy tierna, de ideas religiosas muy escasas y confusas, necesitado a aplicar para su sustento todo el fruto de su trabajo personal, sin representación ni autoridad alguna con que pudiera influir en los obsequios de María. Y todo esto para que nadie pensara ni dijera que ella hacía acepción de personas, o que obraba por respetos o servicios mezquinos; y si en ella cupiera acepción sería a favor de los miserables, «porque mi carácter es a semejanza de mi Hijo, levantar de la tierra al pobre y de la miseria al necesitado». En 1531 los ministros del Evangelio sólo tenían el apoyo de las armas para su misión, las cuales el Espíritu Santo desterró de su Iglesia por estériles e inútiles para el Evangelio, y esto fue porque el mismo Espíritu tenía reservada para María Santísima «la grande obra de la Redención y santificación de los Americanos; y la Virgen quiso ser su única Conquistadora y Apóstola». Sermón panegírico, del 12 de diciembre de 1798. Predicado por el Dr. Joseph Antonio de Lema, prebendado de Guadalupe. El autor hace varias comparaciones entre la visita de María a Isabel y la que hizo en el Tepeyac a Juan Diego. ¿Qué género de visita fue la que hizo por medio de su Madre a esta tierra, reciente su conquista? Vino para ser la primera maestra de esta nación. Las flores que aparecieron en esta tierra, aunque fueron consumidas por el tiempo, permanecen moralmente en frutos de honor y honestidad, manteniendo su fragancia en nuestro reino, esto es la pureza de religión y de costumbres, que en otros ha oscurecido el libertinaje y la impiedad.

Síntesis de las enseñanzas de estos sermones

En las ideas principales de estos sermones, se ve que fueron pronunciados por eclesiásticos que tenían una mentalidad favorable a los indios, a diferencia de otros escritos de la época en que se les desprecia, o por lo menos se les compadece: los indios son iguales a las demás naciones y la Virgen los adopta como hijos; al elegir a Juan Diego, muestra María que no hace acepción de personas, y si acaso la hace es para elegir al humilde y levantarlo; el material en que está impresa la imagen es el que usaban los indios, y es de tierras mexicanas; la imagen fue instrumento de conversión de los naturales e indica que los indios pueden llegar a la santidad; a ninguna nación de Europa le concedió un milagro como éste, que se otorgó en primer lugar a la nación indiana; María fue la que los libró de la idolatría; ella se adapta a los indígenas, que no tenían escritura y se comunicaban con imágenes, dejándoles un lienzo.

También hay afirmaciones en donde se manifiesta un criollismo fuerte, expresado en esa especial protección de María: en Nueva España no hay posesos ni energúmenos, pues los diablos huyeron ante la llegada de la Virgen; las rebeliones en el continente americano han sido escasas, gracias a ella; la imagen de Guadalupe hizo su casa aquí, a diferencia de la de los Remedios, traída de España, y por eso los vasallos deben caminar a su palacio, como señalan las leyes de cortesía; la imagen es prenda del pacto que María celebró con este reino; ha defendido a los americanos de otras naciones; ella hizo con México lo que Dios hizo con Israel, haciéndose encontradizo con ese pueblo; América ya ha dado hombres adornados con santidad y elocuencia, gracias al influjo de María; cuando gran parte de Europa se alejaba del catolicismo por la Reforma, la Virgen de Guadalupe ganó a América para consolar a la Iglesia por sus pérdidas; mientras que en Europa los apóstoles convirtieron a los pueblos predicando al Verbo, en América el apostolado lo realizó María; Ella vino a este Continente para no dejarnos solos; es defensora de las epidemias; por su intercesión hay abundantes cosechas.

Otro grupo de aserciones exaltan la imagen en sí misma: Dios fue el artífice; la imagen de Guadalupe representa a María como está en la gloria; ella nos comunica un conocimiento no superficial de Jesucristo; los más diestros pintores no han sabido copiar la imagen con identidad; hay un verdadero milagro en la permanencia de la imagen. Por último, en el sermón de Patricio Fernández de Uribe se manifiesta una actitud apologética, como si fuera un preludio a lo que sucederá en los siglos XIX y XX, dando varios argumentos a favor de la aparición, entre ellos el del consentimiento de los fieles que había usado San Agustín; seguramente porque las ideas ilustradas, no favorables a los milagros, ya se habían infiltrado en ciertos estratos de la Nueva España.


NOTAS:

  1. El historiador Ernesto de la Torre Villar señala: «El sermón, maravilloso medio de comunicación por el que se transmiten toda serie de ideas, fue durante siglos el que formó e informó la conciencia de la sociedad occidental. Nada puede reflejar mejor la ideología predominante en determinados momentos que el sermón, transmisor de ideas sociales, políticas, económicas, filosóficas, morales, estéticas […]. La Nueva España también tuvo, como tribuna de toda clase de ideas al púlpito, y los sermones que tratan del tema guadalupano no son sólo ditirambo y alabanza, sino signo del cambio de los tiempos, pauta en la que encontramos en una coexistencia asombrosa, sentimientos estéticos, anhelos políticos, ratificaciones históricas, disgresiones teológicas, etc.». De la TORRE VILLAR, Ernesto “La Virgen de Guadalupe en el desarrollo espiritual e intelectual de México>”, en Álbum conmemorativo del 450 aniversario de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, Buena Nueva, México 1981, 246.
  2. Cfr. Francisco de la MAZA, El guadalupanismo mexicano, Porrúa y Obregón, México 1953, 80-119; Siete Sermones Guadalupanos 1709-1765, selección y estudio introductorio David A. Brading, Centro de Esudios de Historia de México Condumex, Chimalistac, Ciudad de México 1994, 13-50; Alicia MAYER, Flor de Primavera Mexicana. La Virgen de Guadalupe en los sermones novohispanos, Universidad Nacional Autónoma de México, México 2010; Francis Raymond SHULTE, O.S.B., A mexican sprirituality of divine election for a mission: its sources in published guadalupan sermons, 1681-1821, Dissertatio ad Doctoratum in Instituto Spiritualitatis Pontificiae Universitatis Gregorianae, PUG, Roma 1994.
  3. Cfr. Nueve Sermones Guadalupanos (1661-1758), Selección y estudio introductorio David A. Brading, Centros de Estudios de Historia de México Condumex, México 2005, 55-91.
  4. Cfr. Manuel de SAN JOSEPH, Florido aromático panegiris, que en el día de la milagrosa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, patente el SS. Sacramento, asistiendo el Exmo. Señor Marqués de la Laguna, Virrey de esta Nueva-España, oró El R. P. Fr. ..., Carmelita Descalzo, Lector que fue de Sagrada Escritura, y de Teología Mística en su Colegio de San Ángel, a expensas de la devoción del Br. Don Juan de Cepeda Presbítero, y saca a luz Tomás Fernández de Guevara, por Doña María de Benavides, viuda de Juan de Ribera, en el Empedradillo, México 1687.
  5. Ya el prebendado Francisco de Siles, en la aprobación del libro de Miguel Sánchez de 1648, llamaba a la Virgen de Guadalupe <<nuestra soberana criolla y madre sacratísima>>. Miguel SÁNCHEZ, Imagen de la Virgen María, Madre de Dios de Guadalupe, milagrosamente aparecida en la Ciudad de México. Celebrada en su Historia con la Profecía del capitulo doce del Apocalipsis. [...], En la Imprenta de la viuda de Bernardo Calderón, México 1648, [sin número de folio, al final del libro]. Para el aspecto criollo de Guadalupe: David A. BRADING, Orbe indiano. De la monarquía católica a la República criolla 1492-1867, Fondo de Cultura Económica, México 1991 (tercera reimpresión 2003), 375-394.
  6. Cfr. Luis de RIVERA, Sermón de la publicación del Edicto del Santo Tribunal de la Inquisición, que se publicó y leyó en la Iglesia de N. Señora de Guadalupe día de la Presentación de Nuestra Señora en el Templo, a 21 de Noviembre de 1694 [...], por los herederos de la viuda de Bernardo Calderón, México 1695, 5.
  7. Cfr. F. de FUENTES Y CARRIÓN, Sermón de la Asunción de Nuestra Señora, en su propio día. Predicado en Guadalupe, con la circunstancia de su milagrosa aparición, patente el Ssmo. Sacramento, por haber concurrido en el ultimo día del jubileo circular nuevamente concedido a esta muy Noble Ciudad y Corte de México; y su primera vez en Guadalupe celebrado [...], Imprenta de Francisco de Ribera Calderón, México 1707.
  8. Cfr. Nueve Sermones, 93-123.
  9. Manuel de ARGÜELLO, Acción de gracias a la Soberana Reina del Cielo Maria SS. de Guadalupe, en su magnífico templo con que solemnizó el Real Acuerdo de esta Corte, en virtud de real Orden, las victorias, que consiguió personalmente la Majestad del Rey nuestro Señor Don Philippo V (que Dios guarde) en Viruega y Villaviciosa, los días 8 y 11 de Diciembre del año de 1710 [...], por la viuda de Miguel de Ribera en el Empedradillo, México 1711.
  10. Cfr. Bartolomé Felipe de ITA Y PARRA, La imagen de Guadalupe, Señora de los tiempos. Sermón panegírico que predicó En la Iglesia de su Santuario, patente el Santísimo Sacramento, al cumplimiento de los dos Siglos de su Aparición Milagrosa, el día 12 de Diciembre de 1731 años, El Dr. y Mro. ... , Cura que fue del Sagrario de esta Santa Iglesia Catedral Metropolitana de México [...], Imprenta Real del Superior Gobierno de los herederos de la viuda de Miguel de Rivera, en el Empedradillo, México 1732.
  11. Cfr. Nueve Sermones, 161-182.
  12. Cfr. Nueve Sermones, 183-217.
  13. Cfr. Ibidem, 219-261.
  14. Cfr. Antonio de PAREDES, La auténtica del patronato, que en nombre de todo el Reino Votó la Cesárea Nobilísima Ciudad de México a la Santísima Virgen María Señora Nuestra, en su Imagen Maravillosa de Guadalupe. Sermón que en el día octavo de las fiestas, que en concurrencia de la Real Casa de Moneda celebró la Religión de la Sagrada Compañía de Jesús, patente el Augustísimo Sacramento [...], Imprenta del nuevo rezado de Doña María de Rivera, en el Empedradillo, México 1748.
  15. Cfr. Mariano Antonio de la VEGA, Sermón panegírico que en el día 12 de Diciembre de 1756, primero del solemne novenario con que se celebró la Confirmación del universal Patronato en la Nueva España, de Maria Santísima Señora Nuestra, en su maravillosa imagen de Guadalupe de México, concedida por Breve de N. Bmo. P. Benedicto XIV [...], Imprenta de Biblioteca Mexicana, [México] 1757.