VELASCO Y RUIZ DE ALARCÓN, Luis de
VELASCO Y RUIZ DE ALARCÓN, Luis de (Palencia, 1511; México, 1564) Virrey de Nueva España.
Pariente de los Condestables de Castilla, Luis de Velasco nació en Carrión de los Condes, Palencia, España, en 1511. A los catorce años empezó a servir en la Corte del Emperador Carlos V; luchó en las guerras contra Francia como jefe de las fuerzas en la frontera del Reino de Navarra. Cuando contaba con 36 años de edad Carlos V le nombró virrey de Navarra, cargo que desempeñó desde 1547 hasta 1549 cuando el Emperador, conocedor de las aptitudes de don Luis como gobernante, le designó virrey de Nueva España para suceder a don Antonio de Mendoza, quien a su vez había sido trasladado al virreinato del Perú. En España contrajo matrimonio con Ana de Castilla y Mendoza, descendiente de la Casa real de Castilla; su hijo, Luis de Velasco y Castilla llegó a ser también virrey de Nueva España y virrey del Perú.
Luis de Velasco arribó con su familia a Veracruz el 23 de agosto de 1550; pasó el mes de septiembre en Puebla donde se entrevistó con Antonio de Mendoza, quien lo puso al tanto de la situación que guardaba el virreinato. El 25 de noviembre De Velasco hizo su entrada formal a la ciudad de México como virrey de Nueva España, cargo que desempeñó por catorce años hasta su fallecimiento ocurrido el 31 de julio de 1564. “En cuanto Velasco tomó posesión de su cargo, reunió a los oidores y del dijo: «No ignoráis, señores, que esta real Audiencia se ha establecido a semejanza de las cancillerías, que son uno de los mayores ornamentos de nuestra España; y así como éstas por su rectitud en las decisiones han llegado al alto grado que gozan, así deseo que vosotros no os contentéis con imitarlas, sino que trabajéis en excederlas, para hacer florecer en este Reino la justicia, y de mi parte os prometo cooperar a vuestros mandamientos, con todo el poder que el rey ha depositado en mis manos». Luego convocó a los maestros de los colegios, a quienes encargó la enseñanza de los niños en virtud y letras (…) En seguida se aplicó a la empresa principal que el emperador le había confiado: la libertad de los indios.”[1]
El sistema de «encomiendas», en la práctica había sido desvirtuado de su inicial propósito y convertido en una forma ilegítima de esclavizar a los indígenas. El Dr. Joseph Höffner dice: “Por real instrucción de 29 de marzo de 1503 se había dispuesto que los indios se asentasen en pueblos y fuesen provistos de ropas, que se levantaran para ellos iglesias y escuelas, pero que se les emplease también para trabajar” y en otra cédula firmada el 20 de diciembre de ese mismo año se explicitaba que a los indígenas “se les obligase a vivir en comunidad con los cristianos” y que fueran pagados sus jornales en sus trabajos en la agricultura y en las minas “ya que los indios, lo mismo antes que ahora, continuaban siendo hombres libres y no eran esclavos”[2].
Pero en Nueva España (y también en Perú) no pocos encomenderos habían convertido sus encomiendas en un medio para esclavizar a los indígenas; de ahí la razón de las instrucciones del Emperador, pues en México eran unos quince mil los indígenas que estaban ilegalmente esclavizados. “Así pues, uno de los primeros actos (del virrey De Velasco) fue promulgar otra vez la ley que mandaba que se ahorraran todos los esclavos indios que tenían los españoles. Este inesperado golpe sobrecogió a los ricos, que trataban ya de impedir su ejecución; pero Velasco se mostró inflexible (…) Cuantas veces le representaron inminente la ruina de la minas si aquella ley se cumplía, respondió con estas palabras…«Más importa la libertad de los indios que las minas de todo el mundo; y las rentas que de ella recibe la Corona no son de tal naturaleza que por ellas se han de atropellar las leyes divinas y humanas»”[3]. La gestión del virrey De Velasco dio por resultado la abolición efectiva del sistema de encomiendas que, pese a sus buenas intenciones, tantos abusos había propiciado.
También a don Luis de Velasco le correspondió ejecutar la cédula real del 21 de septiembre de 1551 por medio de la cual el Rey mandó fundar la Universidad de México, dotándola con los mismos privilegios, estatutos y preeminencias que la Universidad de Salamanca, abriendo sus estudios el 25 de enero de 1553 en una casa ubicada en el costado oriental de la Catedral. En 1554 un tremendo y largo aguacero en el valle de México provocó que las calles de la ciudad se cubrieran de agua, de tal manera que durante varios días sólo en canoa se podía transitar por ellas. Después de reparar los daños causados por la inundación, el virrey Velasco determinó proteger a la ciudad con un fuerte muro de piedra. Cientos de personas acudieron voluntariamente a trabajar en él. El primero que puso manos a la obra, azadón en mano, fue el virrey que en los días siguientes corría de cuadrilla en cuadrilla sirviendo de sobrestante. Ese mismo año quedó instituido, para seguridad de los caminos, el tribunal de la Santa Hermandad. De entre otras obras significativas debidas al gobierno de don Luis de Velasco está la fundación del Hospital Real de Naturales, destinado exclusivamente a enfermos de raza indígena, al cual el Rey Carlos V dotó con cuatrocientos pesos de oro como renta anual.
El 25 de octubre de 1555 Carlos V abdicó la Corona de España a favor de su hijo don Felipe y se retiró a pasar los últimos años de su vida en el monasterio de Yuste. La “jura” del nuevo Rey se celebró en la Nueva España en la Plaza mayor de la ciudad de México el 6 de junio del siguiente año: “allí la ciudad requirió al virrey que levantara el pendón por el señor don Felipe II, como lo hizo, presente la real Audiencia, sirviendo de testigos los provinciales de san Francisco y Santo Domingo, los gobernadores indios de Santiago, Texcoco, Tacuba, Coyoacán y otros se presentaron en aquel acto a hacer homenaje a su nación”[4].
Felipe II dispuso que en todos los pueblos de indios hubiera maestros que enseñaran el castellano, pues los misioneros habían realizado la evangelización y su labor educativa aprendiendo y usando las múltiples lenguas indígenas, pero el lazo de un idioma común era indispensable para la integración cultural de la nueva nación. Por ello, cuarenta años después de la conquista se dispuso: “Conviniendo introducir la lengua castellana, ordenamos que a los indios se les pongan maestros que enseñen a los que voluntariamente la quisieren aprender, como les sea de menos molestia y sin costa”[5]. Don Luis de Velasco puso especial cuidado en ejecutar ese mandato.
Para mediados del siglo XVII el conocimiento y exploración del territorio de la Nueva España estaba bastante avanzado; pero no así su poblamiento, especialmente hacia el norte del virreinato. Por tal razón don Luis de Velasco propició e impulsó la fundación de Durango, de la Villa de Nombre de Dios, de San Miguel el Grande (hoy San Miguel de Allende), de Real de Minas de Santa Fe de Guanajuato, de San Felipe de Ixtlahuaca y de Yurécuaro. Siguiendo instrucciones de Felipe II preparó la expedición de poblamiento de las islas de Luzón descubiertas años antes por Ruy López de Villalobos y que en honor del Rey fueron llamadas «Filipinas». El virrey nombró jefe de la expedición al alcalde mayor de la ciudad de México, Miguel López de Legaspi, quien felizmente logró su cometido fundando la ciudad de Manila. En la misión de poblamiento el único fracaso del virrey De Velasco fue en la Florida, donde la geografía y la hostilidad de los naturales forzaron a regresar la expedición enviada con ese fin en 1559.
Don Luis de Velasco y Ruiz de Alarcón, segundo virrey de Nueva España, falleció en la ciudad de México el 31 de julio de 1564. Todos los habitantes de la ciudad vistieron de luto pues su muerte fue llorada por todos y un gran tumulto acompañó el cadáver hasta la iglesia de Santo Domingo donde fue sepultado; el féretro fue conducido en hombros por cuatro obispos. El Cabildo de la Iglesia de México escribió a Felipe II una carta en la que le decían: “Ha dado, en general a toda esta Nueva España pena su muerte, porque con la larga experiencia que tenía, gobernaba con tanta rectitud y prudencia sin hacer agravio a ninguno, que todos los teníamos en lugar de padre. Murió el postrer día de julio muy pobre y con muchas deudas, porque siempre se entendió de tener por fin principal hacer justicia con toda limpieza, sin pretender adquirir cosa alguna, mas de servir a Dios y a su V. M., sustentando el reino en suma paz y quietud ”[6].
Notas
Bibliografía
- Trueba, Alfonso. Dos Virreyes: D. Antonio de Mendoza-D. Luis de Velasco. JUS, tercera edición, México, 1962,
- Enciclopedia de México, Tomo XIV. México, 1993
- Höffner Joseph. La Ética Colonial Española del Siglo de Oro. Cristianismo y Dignidad Humana. (Edición original: Christentum und Menschenwürde. Tréveris, 1947) Cultura Hispánica, Madrid, 1957
JUAN LOUVIER CALDERÓN