TRANSMISIÓN DE LA FE EN EL NUEVO MUNDO II
LA CATEQUESIS: CONVERSIÓN Y PROFESIÓN DE FE
=Programa catequístico=
Desde la época apostólica ---como lo recuerda Catechesi Tradendae- «se llamó catequesis al conjunto de esfuerzos realizados por la Iglesia para hacer discípulos, para ayudar a los hombres a creer que Jesús es el Hijo de Dios, a fin de que, mediante la fe, ellos tengan la vida en su nombre, para educarlos e instruirlos en esta vida y construir así el Cuerpo de Cristo». Ella, en cuanto educación de la fe, tan¬to de niños, jóvenes y adultos, comprende ante todo una «enseñanza de la doctrina cristiana, dada generalmente de modo orgánico y sistemático, con miras a iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana». Motivo por el cual la catequesis ha sido siempre para la Iglesia un «deber sagrado y un derecho imprescriptible» a cuyo servicio ha dedicado en todos los tiempos sus mejores recursos en hombres y energías. Y las mi¬siones (en diversos lugares del mundo) han constituido precisamente un terreno pri-vilegiado para el desarrollo de la actividad catequística. A esta constante no escapó tampoco aquel mundo humano que el descubrimiento y la conquista reveló a la Iglesia, y que el esfuerzo de las Órdenes mendicantes puso al alcance de su acción evangelizadora. En este sentido los textos que nos ocupan constituyen un capítulo, por cierto, extraordinario y aleccionador, de una de las múltiples formas que puede asu¬mir el ministerio de la Palabra en la Iglesia; o sea, cuando éste adquiere, entre otras posibles, la catequística, «cuya meta es que en los hombres la fe --excitada en un co¬mienzo por el kerigma o predicación misionera- iluminada por la doctrina, se torna viva, explícita y activa».
Este apartado nos lleva a considerar el hecho catequístico desde un nuevo en¬foque: el de su contenido doctrinal propiamente dicho, expuesto por el misionero o doctrinero en reuniones o encuentros sucesivos con los catecúmenos, en forma de breves pláticas o sermones continuados, recurriendo a preguntas y ejemplos que po¬sibilitan una mejor captación. Ahora se trata de realizar una breve presentación del mismo, más bien descriptiva, mediante la enumeración de la materia que se ha creído conveniente proponer a los catequizandos, a fin de introducirlos en el anuncio de la fe cristiana y sus primeros desarrollos. Esta selección de materia o temas da ori¬gen al programa catequístico, presente en la mayoría de las doctrinas y catecismos de la época, que los sermonarios se encargan de desarrollar en detalle para facilitar una comprensión mucho más profunda del mensaje de la revelación. Ahora bien, una lec¬tura atenta y comparada de dichos textos permite percibir de inmediato que el "con-tenido" de la instrucción se agrupa o gira en torno a tres tipos bien definidos de ca¬tequesis, que podríamos denominar: dogmática, sacramental y moral. Pasemos, enton¬ces, a conocer más en detalle los temas que incluye cada una de ellas. Para ello, va¬mos a servirnos, como de un modelo, del Tercero Catecismo o Sermonario del III Con¬cilio Provincial de Lima (1585), uno de los escritos pastorales más representativos y notables de fines del siglo XVI, que resume en sus páginas toda la sabiduría catequística que la Iglesia desplegó por tierras peruanas.
Catequesis dogmática Esta catequesis comprende de modo particular la transmisión del contenido esencial de la fe, cual brota de la revelación bíblica y de la tradición cristiana. Ante todo, trata de referir fielmente la doctrina de la Iglesia sobre los grandes misterios de Dios y de la salvación de los hombres, inspirándose directamente en las verdades proclamadas en el credo o símbolo de los apóstoles (en otros términos, los "artículos de la fe"). Todo ello en función del dinamismo catequístico, es decir, para consolidar la educación de la fe de cada uno de los catequizandos. Fe por la cual reciben la revelación divina; y por ella se vuelven partícipes del don de Dios en forma consciente. Mediante el desarrollo de esta enseñanza dogmática se les brinda entonces a los indígenas la posibilidad concreta de conocer con mayor profundidad el gran mis¬terio de la salvación revelado en Cristo, y de tomar conciencia más clara de las obras y señales divinas que atestiguan con total certeza su cumplimiento en la historia hu¬mana. En aquellos precisos momentos en los hombres y las culturas del Nuevo Mun¬do. De este modo, la persona de Jesucristo, el Verbo Encarnado, se convierte en el centro del mensaje evangélico que se les proclama. Él es según una fórmula acuñada en el Sermón 3 «verdadero Dios y verdadero hombre, Salvador de los hombres y Se¬ñor del mundo». En este sentido todo el esfuerzo catequístico inicial se encamina a demostrarles con propiedad «lo que ha de hacer todo hombre para ser salvo»; y lo primero es justamente «creer los misterios de la fe de Jesucristo». Luego viene «arre¬pentirse y hacer penitencia de sus pecados» (Sermón 30). En concreto, el predicador desarrolla en torno al credo o artículos de la fe los siguientes temas particulares: - El hombre: Naturaleza, destino, vida eterna, premios y castigos, filiación divi¬na, fin sobrenatural (S 1). - El pecado: Concepto, efectos, ejemplos (S 2). - Jesucristo Redentor: Los misterios de su humanidad (encarnación-ascención). El juicio final. La respuesta del hombre (S 3). - La fe: Los medios para alcanzar el perdón de las culpas y la salvación de Jesucristo. El rechazo de la idolatría. La fe de los cristianos en un solo Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. La actitud del hombre ante el llamado de la fe (aceptación o rechazo). Las mentiras de los viejos y hechiceros. Jesucristo remedio del pecador (S 4). - El misterio del Dios único: Atributos divinos. Unidad y providencia de Dios. La impugnación del culto idolátrico. El misterio de la Trinidad. La fe trinitaria (conteni¬do, significado y valor) (S 5). - La creación: De los cielos y los ángeles. Los ángeles malos. Las defensas del cris¬tiano ante los diablos. Los ángeles buenos. Su ministerio en favor de los hombres. Refutación del animismo (S 6). De la tierra y de los hombres: Adán y Eva. El estado de justicia original. El pecado original y sus consecuencias. La promesa del Salvador. La encarnación del Hijo de Dios. La redención de los hombres (S 7). - La Iglesia: Concepto. Los apóstoles. Pentecostés. La misión universal. Los mártires. Los santos. Los obispos. El Papa. Los herejes (protestantes o reformados). La misión al Nuevo Mundo (voluntad del Papa). El ministerio de los sacerdotes. Los cristianos (buenos y malos). El juicio final (S 8). - La penitencia o conversión: El pecado. La conversión. El abandono de las prácticas penitenciales prehispánicas (los confesores indios = «ichuris»). La detestación de las creencias y ceremonias idolátricas. El propósito de enmienda. La mi¬sericordia de Dios. El ejemplo de María Magdalena (S 9). - Los novísimos: El hecho de la muerte. Su origen. El sentido cristiano de la muer¬te. El abandono de las creencias y prácticas funerarias indígenas. La preparación para bien morir. El juicio de Jesucristo. La sentencia (la gloria, el purgatorio, el infierno). La realidad del infierno. El ejemplo de Lázaro. La vida terrena, tiempo de conversión. Las oraciones, limosnas y sacrificios en favor de los difuntos (S 30). - El juicio final (o universal): La provisoriedad de las realidades terrenas. La predicación del Evangelio a todas las naciones. Las señales que anticiparán el fin del mundo. El temor a la ira de Dios. La acción del "Anticristo". La victoria final de Jesu¬cristo. La celebración del juicio universal (destrucción del mundo, resurrección de los muertos, aparición del Juez Supremo, separación de buenos y malos). La tierra y los cielos nuevos. La vida feliz de los bienaventurados (S 31).
La catequesis sacramental
Si tenemos en cuenta una vez más el camino que el maestro de doctrina traza al catecúmeno en orden a conquistar el bien de la salvación prometido por Jesucristo a los que creen en él, llega ahora el momento de reanudar la marcha y cubrir un nuevo tramo del recorrido (el segundo). Este le demanda disponerse con prontitud a «recibir los sacramentos de la santa madre Iglesia». Comienza así entonces el desarrollo de la catequesis sacramental, cuyos objetivos son bien precisos. Por una parte, se trata de mostrar los sacramentos según la naturaleza y finalidad de cada uno, como fuentes de la gracia y como remedio contra el pecado y sus consecuencias. Y, por otra, de crear en los naturales las debidas disposiciones para recibirlos. Pues, si bien ellos expresan por sí mismos la voluntad eficaz de Cristo Salvador, su digna recepción reclama por parte del hombre pecador una voluntad sincera de responder al amor y a la misericordia de Dios.
Sobre estas disposiciones algo más. Para comprender la temática específica de la presente catequesis es necesario tener en cuenta que la celebración de los sacra¬mentos en favor de los indígenas trae aparejado un profundo planteo de tipo moral. Una serie de costumbres y ceremonias prehispánicas han de dejarse de lado, pues se tornan incompatibles con el régimen de la nueva fe. Incluso algunas de ellas podían considerarse (a juicio de los misioneros) como «remedos diabólicos» de los ritos cristianos.
Así, a medida que se desarrolla la instrucción sacramental el predicador menciona y refuta, por ejemplo, las creencias idolátricas, el culto a las huacas, los sacrificios, las prácticas penitenciales, los ritos de comunión, las borracheras, el amancebamiento, las relaciones prematrimoniales, los impedimentos del matrimo¬nio, las abusiones con los enfermos, los usos funerarios, los hechiceros y confeso¬res, etc. Todo este conjunto de conductas y rituales pronto debían olvidarse como patrimonio de un pasado religioso que entraba en crisis a causa de la nueva economía sacramental, destinada a revelarles a los indios (mediante signos sensi¬bles) los misterios salvíficos del único y verdadero Dios, al tiempo que dispensarles sin límites su gracia redentora.
De este modo, en el intento por lograr el olvido de lo antiguo y la resuelta aceptación de «las señales y ceremonias ordenadas por Jesucristo con las cuales (los cristianos)» honran a Dios y participan de su gracia (definición de los sacramentos), la enseñanza catequística va alternando la presentación de los siguientes temas: - Los sacramentos: Concepto, gracias, preparación y número (S 10).
- El bautismo: Necesidad. Efectos. Bautismo de adultos y niños. Administración (S 10).
- La confesión: Los pecados post-bautismales. La misericordia de Dios. La peni¬tencia (medicina y remedio). Efectos. El poder de absolver (propio de los Padres de Misa). Los antiguos confesores indígenas («ichuris»). El olvido de las ceremonias pe¬nitenciales del pasado. La obligación de confesarse (precepto). La conveniencia de la confesión frecuente (S 11). - Modo de confesarse (preparación): Las malas confesiones (consecuencias). El examen de conciencia (hacer «quipos»). Los pecados de obra, deseo y omisión. El arrepentimiento. La confesión íntegra. El sigilo sacramental (S 12). - El Santísimo Sacramento del Altar: Su excelencia respecto de los otros sacra¬mentos. La fe en la presencia real de Jesucristo bajo las especies de pan y vino. La institución del sacramento eucarístico (sacrificio y comida espiritual). La misa (valor, asistencia a la celebración, disposiciones, frutos). El precepto de comulgar («apa¬rejo», condiciones) (S 13). - La confirmación: El rito. Los efectos. El deseo de recibir el sacramento (S 14). - El orden sagrado: El sacerdote ministro de Dios. El celibato sacerdotal. El poder de celebra la misa y de perdonar los pecados. La administración de los demás sa¬cramentos y las bendiciones. La honra y obediencia que los cristianos les deben a los sacerdotes. Los ministros y padres menores (diáconos, subdiáconos, etc.). Los minis¬tros mayores que los sacerdotes (obispos, arzobispos, etc.). El Papa (dignidad, pode¬res). Los cardenales (funciones). Los falsos cristianos que no obedecen la doctrina del Padre Santo de Roma (moros, herejes, protestantes, piratas ingleses) (S 14). - El matrimonio: La continencia de los consagrados (perfección, finalidad, vocación). La bondad del matrimonio legítimo. Su institución divina. El pecado de amancebamiento. La maldad de las relaciones prematrimoniales (las costumbres de los antepasados, el consejo de los hechiceros). La finalidad del matrimonio cristiano. La ceremonia. La preparación. Las propiedades. Las segundas nupcias. El rechazo de la poligamia, el adulterio y el repudio. Los deberes mutuos de los esposos cristia¬nos (S 15). - Los impedimentos matrimoniales: Necesidad de conocerlos por parte de los no¬vios. La obligación de declararlos. Las proclamas matrimoniales. Los diversos impe¬dimentos (infidelidad, segundas nupcias, consanguinidad, afinidad, crimen, violen¬cia, miedo, impotencia). Dispensas y remedios (S 16). - La extremaunción: El rito. Los efectos. La acción del diablo al momento de la muerte del cristiano (tentaciones, desesperación, rechazo de la fe, retorno a la idolatría). Las oraciones e invocaciones para vencer las tentaciones de la hora postre¬ra. La necesidad de recibir la penitencia y la unción (llamar al sacerdote). La ayuda espiritual que los familiares deben prestar a los enfermos (oraciones, agua bendita, compañía). El rechazo de las ceremonias idolátricas en favor de los enfermos (invo¬caciones, sacrificios, confesiones, etc.). El ejemplo del rey Ocozías (S 17).
La catequesis moral Con el desarrollo de esta catequesis llega a su fin la instrucción del auditorio indígena, quien a lo largo de diecisiete reuniones ha tenido oportunidad de repasar los "misterios de la fe", de volver a descubrir la necesidad de una profunda y sincera "conversión" y de disponerse (desde el punto de vista espiritual y moral) a recibir con fruto los sacramentos. Consolidadas estas convicciones, sólo resta hacerle cono¬cer más en detalle la "ley de Dios" y ayudarlo a afianzar el propósito de "guardarla". Viene así a plantearse de modo específico la cuestión de la moral cristiana, al¬guno de cuyos aspectos y exigencias ya los había adelantado la catequesis sacramen¬tal. Desde ahora en más se trata de iluminar la existencia de los naturales para que ellos mismos sean capaces de reconocer en las circunstancias de su vida diaria (perso¬nal, familiar, social) la continua invitación de Dios a pensar y actuar según el espíritu y las exigencias del Evangelio que han recibido por la fe. Se tiende, por lo tanto, a presentar el perfil moral del cristiano, quien para agradar a Dios y servir a su prójimo ha de inspirar su conducta en los "mandamientos" y las "obras de misericordia", normas absolutas para la conciencia creyente. Dentro de este conjunto de enseñanzas destinadas a poner la vida concreta de los catequizandos de acuerdo con la fe a la que se adhieren, ocupa un lugar primor¬dial la crítica de las costumbres indígenas, pues a muchas de ellas se las considera vicia¬das de suyo por la idolatría; y , por lo tanto, como expresiones de una realidad so¬cio-religiosa sujeta a la necesidad de un profundo proceso de purificación en los núcleos más intimas de su propia cosmovisión (valores, convicciones, actitudes, etc.). En caso contrario la permanencia de los hábitos y usanzas ancestrales va a impedir sin más el sólido y permanente arraigo de la fe, objetivo fundamental de la tarea mi¬sionera, convirtiéndose así en una especie de traba constante, ordenada a paralizar en buena parte el proceso de las conversiones. Por esta precisa razón el predicador, a medida que introduce la presentación de cada uno de los mandamientos y obras de misericordia, se detiene a enumerar en detalle todas aquellas costumbres de los antepasados manifiestamente opuestas a la vida cristiana. Reclamando con insistencia a los presentes su pronto abandono por tratarse de "puras mentiras y falsedades" inventadas por los viejos y hechiceros en su propio favor. Al tiempo que los invita a aceptar con firmeza de carácter el nuevo or¬den moral que les propone el cristianismo, más noble y humano que el anterior. El único en definitiva con reales posibilidades de revelarles a los indios el sentido último de sus destinos y desvelos; y, por ende, promoverlos a un estilo de vida superior, más digna, plena y humanizadora. De este modo, la predicación contrapone de continuo el valor positivo de la "ley de Dios" (verdad, bondad, justicia) a la falsedad y malicia que impregnaba el antiguo estilo de vida de los ayllos o parcialidades. Recurso didáctico que lleva a nuestro imaginario doctrinero a delatar sin rodeos (como en las dos anteriores cate¬quesis) los vicios y ritos gentiles vigentes aún en amplios sectores de la población, para así poner de manifiesto con toda crudeza la disparidad de situaciones y la necesidad imperiosa de una profunda transformación moral de la sociedad andina. En el marco de esta preocupación fundamental por dar a conocer el nuevo ideal de vida que las comunidades indígenas están llamadas a encarnar progresiva¬mente como elemento inspirador de su propio desarrollo socio-religioso, el predica¬dor traza el siguiente cuadro de pautas y responsabilidades morales: La ley de Dios La necesidad de observarla en orden a la salvación. El origen divino de los diez mandamientos. La promulgación en el Monte Sinaí. Su predicación por parte de Je¬sucristo y los apóstoles. La ley escrita en el corazón de los hombres (obligatoriedad, bondad, justicia) (S 18). Los mandamientos que se refieren a los deberes para con Dios - Primer mandamiento: Condenación y refutación de la idolatría (politeísmo, ani¬mismo, culto a las huacas, ceremonias, etc.). El diablo inventor de la idolatría. La fe en un único Dios (creador y señor del mundo) (S 18). La falsedad del oficio de los hechiceros (ministros del diablo). Sus abusiones y ritos. La necesidad de delatarlos al sacerdote. La legitimidad del culto cristiano a las imágenes sagradas (S 19). - Segundo mandamiento: La licitud del juramento (condiciones). La prohibición de jurar en falso (con mentira). El ejemplo de Ananías y Safira. Los castigos previs¬tos para los indios que juran en falso. La enseñanza de Jesús en torno a los juramen¬tos. Diversas fórmulas de juramentos. El cumplimiento de los juramentos o promesas hechos a Dios, la Virgen, los santos y el prójimo. Necesidad de corregir a los indios que juran mucho (S 20). - Tercer mandamiento: La celebración del domingo (significación, valor). Otras fiestas de precepto para los indios. Modo de celebrar las fiestas cristianas (di¬ferencias con las antiguas). La misa de precepto. La obligación de escuchar la doctri¬na y sermón de los domingos y fiestas. Advertencias sobre los bailes y borracheras. La abstención de trabajos serviles. Los días de abstinencia y ayuno para los naturales (S 21).
Los mandamientos que se refieren al bien del prójimo - Cuarto mandamiento: Los deberes de respeto y cuidado de los hijos a los pa¬dres carnales. Las enseñanzas del Antiguo Testamento. La obediencia y respeto a los padres espirituales (sacerdote, vicarios, obispos, religiosos) y a los señores temporales (rey, gobernadores, corregidores, curacas). El respeto a los viejos. Los deberes de los padres para con los hijos (crianza, educación religiosa, vigilancia de las hijas). Los deberes de los esposos entre sí (S 22). - Quinto mandamiento: La prohibición de matar, herir, maltratar o injuriar al prójimo. La necesidad de desterrar del corazón el odio y el rencor (S 22). El pecado de gula y embriaguez. La malicia de las borracheras. Sus principales daños y secuelas (corporales y espirituales). El ejemplo bíblico del rey Baltasar (S 23). - Sexto mandamiento: La condenación del adulterio por parte de Dios. Su pa¬ciencia con los adúlteros. La reprobación que les espera si no se arrepienten y dejan las mujeres ajenas. Otros pecados carnales (fornicación, violación, relaciones de in¬dias con sacerdotes, nefando y sodomía, bestialismo, etc). El ejemplo de Sodoma y Gomorra. La urgencia del arrepentimiento y la confesión. Medidas domésticas para favorecer la pureza y castidad. (S 24). - Séptimo mandamiento: El robo o hurto. La usura. El trabajo no remunerado. El abuso de derramas (impuestos). Los pleitos injustos. Los daños con la propiedad o hacienda del prójimo. El oficio de los corregidores y alcaldes. La cólera divina con¬tra los ladrones y engañadores. El ejemplo de la reina Jezabel que despojó a Nabot de su viña. La obligación de restituir (S 25). - Octavo mandamiento: Diversas formas de levantar falsos testimonios contra el prójimo (entre indios). La obligación de devolver la honra que se ha quitado. El de¬ber de denunciar las malas acciones y pecados públicos al sacerdote y visitador (borracheras, amancebamientos, idolatrías, etc.). La maldad de los chismosos y mur¬muradores. Los cristianos deben abstenerse de juzgar y condenar al prójimo (S 26). - Noveno y décimo mandamiento: La enseñanza de Jesús sobre los malos deseos del corazón. Los mandamientos prohíben la mala obra y el mal deseo de ella (es¬pecialmente el mal deseo de fornicar y hurtar). La limpieza de los ojos y del corazón. La confianza en la ayuda y misericordia divinas. El rechazo de los malos pensamientos y deseos. El auxilio de la señal de la cruz, la oración y la confesión (S 26).
Las obras de misericordia El doble precepto del amor como resumen de la ley de Dios. El mandamiento de amar al prójimo como a sí mismo. Diversas formas de maltratar y despojar al prójimo. La bienaventuranza de Jesús sobre los misericordiosos. Las obras de misericordia corporal y espiritual. El juicio final (separación de buenos y malos) (S 27).
La oración La necesidad de la oración para alcanzar la gracia de Dios. La práctica de la ora¬ción (sentido, disposiciones, fórmulas, tiempos). El rezo del rosario. Las oraciones personales. Las actitudes del cuerpo para bien rezar. Las visitas a las iglesias (S 28). Las principales oraciones del cristiano El Padrenuestro (las siete peticiones). El Avemaría (la salutación, la piedad ma¬riana). La devoción a la cruz. El «per signum crucis» (persignarse y santiguarse). El uso del agua bendita. Las oraciones eucarísticas (adoración de la hostia y del cáliz). La confesión general. Los cantos, los salmos, los oficios y las ceremonias sagradas (S 29).
CONCLUSIONES Al momento de cerrar estos dos apartados de la ponencia, nos parece oportuno ofrecer algunas conclusiones sobre los temas que hemos desarrollado, pues nos ubican en un ángulo de visión privilegiado para percibir con nitidez la problemática específica que caracteriza el fenómeno de la "transmisión de la fe" en el marco de la primitiva evangelización del Nuevo Mundo. 1. En aquel ambiente, transido de contrariedades y desorientaciones (propias al comienzo de toda evangelización de nuevos espacios culturales), se fueron perfilando de inmediato algunas tentativas de solución, que terminaron por ofrecer adecuadas alternativas o propuestas pastorales. Entre ellas, pronto tomó cuerpo el firme conven¬cimiento que la efectiva conversión de los naturales quedaba supeditada a que el per¬sonal misionero asumiera la ejecución de una triple tarea, la que por su misma índole requería los aportes de la lingüística y la etnografía. En primer lugar (como ya lo indicamos), cada misionero o doctrinero destina¬do a ejercer el ministerio en determinado asentamiento indígena quedaba compro¬metido a saber hablar la lengua del lugar) en orden a satisfacer con real provecho las necesidades religiosas de las personas confiadas a su cargo (predicación, catequesis, bautismos, confesiones, matrimonios, atención de los enfermos, etc.). Por otro lado, no era cuestión de balbucear la lengua con cierta soltura, sino que por la trascenden¬cia misma de la tarea que se tenía entre manos, era preciso conocerla en profundidad y saberla emplear con propiedad, para evitar a toda costa que por inexactitudes idio¬máticas se inculcaran equívocos y malas interpretaciones en torno al credo cristiano.
Además, era necesario conocer las antigüedades de los indios (creencias, tradi¬ciones, ritos, organización social, etc.), para así estar en condiciones de entender con claridad las costumbres y el culto que heredaban de sus antepasados; y, al mismo tiempo, prevenir la formación de comportamientos religiosos sincréticos.
Con el correr de los años, el cumplimiento de estos reclamos dio lugar a la aparición de una serie de obras que en su conjunto reciben el nombre de recursos o instrumentos etnolinguisticos, todos ellos recursos literarios indispensables para el tra¬bajo y el estudio al servicio de la evangelización. De este modo, se redactaron (y has¬ta se imprimieron) los primeros vocabularios (diccionarios) y artes (gramáticas) de las lenguas más generales; a los que siguieron las historias de los pueblos indígenas más importantes de cada región.
Y, por último, restaba afrontar una tercera tarea. Para consolidar la obra evan¬gelizadora se tornaba indispensable redactar y traducir la doctrina cristiana (oraciones, catecismos, pláticas, esquemas o exámenes de confesión, etc.), para que las comuni¬dades indígenas tuvieran la posibilidad de escuchar y comprender en su propia len¬gua las enseñanzas de los misioneros. Tales traducciones, a su vez, debían llegar cuanto antes a la imprenta, para asegurar la existencia y difusión de textos impresos correctos desde el punto de vista doctrinal y lingüístico. Precisamente la puesta en práctica de esta necesidad pastoral (redacción, traducción e impresión de material catequístico) introduce al investigador o al lector actual en el riquísimo y sugestivo ámbito de los recursos bibliográficos con que contó la catequesis de aquella época, quedando así planteada la cuestión de los métodos y contenidos que animaron la misma.
En estas doctrinas y catecismos los hombres del Nuevo Mundo bebieron las primeras nociones de la fe cristiana, que la acción misional hizo llegar a sus oídos con la intención de interpelar sus corazones. Esa fe se fue afianzando paulatinamente, gracias a los esfuerzos de una catequesis que, a pesar de sus carencias y limitaciones (las cuales en muchas ocasiones deben atribuirse al débil perfil pastoral de algunos misioneros y párrocos), intentó ser persuasiva y constante. Aunando en su contenido doctrina y moral) sacramentos y liturgia) comprometiendo a los indígenas a testimoniar con palabras y obras su condición nueva de cristianos. De este modo, al recibir el Credo o Símbolo Apostólico) junto a la existencia de un solo y único Dios, creador y providente, confesaron su misterio trinitario; y tuvieron noticia que al «llegar la pleni¬tud de los tiempos» (Cal. 4,4), Dios Padre envió al mundo a su Hijo Jesucristo; ver¬dadero Dios, «nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre»; y verdadero hombre, «concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, que nació de Santa María Virgen ... ».
Apéndice documental A modo de ejemplo: los Catecismos del Tercer Concilio Mexicano Para concluir la ponencia, resta presentar el Catecismo del III Concilio Provincial de México (1585), ejemplo por cierto representativo del esfuerzo pastoral mediante el cual la Iglesia de la Nueva España tendió a consolidar con bases firmes la evangelización que siguió a la conquista cortesiana. Se trata a nuestro entender, co¬mo ya lo dijimos, de la primera vez que se publica su texto íntegro, según el manuscrito que se guarda en la Bancroft Library de la Universidad de California (Berkeley,¬USA). Estamos, pues, en presencia de un inédito, al menos según las noticias con las que contamos al momento. El mismo forma parte del contenido del Tomo III de nuestros «Monumenta Catechetica» , lugar donde le dedicamos un extenso estudio introductorio. Ahora, dado el carácter del presente trabajo y la brevedad del espacio del que disponemos, solamente vamos a referir las noticias fun¬damentales sobre el origen y el contenido, para de este modo recrear el marco histórico que requiere su lectura. Hemos decidido adelantar la publicación del texto castellano con motivo de la celebración de este Simposio Internacional sobre la histo¬ria de la evangelización de América, organizado por la Pontificia Comisión para América Latina, como una modesta contribución a la publicación de fuentes históricas sobre el pasado de la Iglesia en nuestro continente.
Un catecismo conciliar Este catecismo, como su título lo indica, fue ordenado redactar por el III Conci¬lio Provincial de México, celebrado en aquella sede metropolitana a partir del 20 de enero de 1585. Fue convocado y presidido por Don Pedro de Moya y Contreras, Ar¬zobispo de México y Virrey de Nueva España, y asistieron seis obispos sufragáneos, a saber: Fr. Fernando Gómez de Córdova, de la Orden de San Jerónimo, segundo obispo de Guatemala; Fr. Juan de Medina Rincón, agustino, obispo de Michoacán; Don Diego Romano, obispo de Tlaxcala; Fr. Jerónimo de Montalvo, dominico, obis¬po de Yucatán; Fr. Domingo de Alzola, dominico, obispo de Nueva Galicia (Guada¬lajara); y Fr. Bartolomé de Ledesma, dominico, obispo de Oaxaca. En el transcurso de la sesión correspondiente al 26 de enero de 1585 los Padres conciliares acordaron decretar que se compusiera un catecismo, el que, una vez publi¬cado, regiría como texto oficial único y uso obligatorio en toda la jurisdicción arzo¬bispal de la Nueva España. Esta obra debía incluir tres escritos catequísticos: 1) La cartilla o elenco de las principales oraciones y verdades de la fe; 2) Un catecismo breve por preguntas y respuestas, «para que se enseñe a los niños españoles e indios en las escuelas, y sirva también a los adultos, gente ruda y simple, como indios y negros, mulatos y españoles si hubiere»; 3) Un catecismo mayor «para los ministros», con la explicación detallada de toda la doctrina cristiana en forma de pláticas o sermones.
El autor La tarea redaccional fue confiada, en un primer momento, a una comisión com¬puesta por cinco teólogos consultores del Concilio. Pero posteriormente asumió la composición del «catecismo mayor y menor» solamente uno de los miembros de la aludida comisión conciliar: el jesuita Juan de la Plaza a quien se debe considerar como autor exclusivo de los textos solicitados por el Concilio.
Razones que demoraron la publicación
No obstante la rápida redacción de los originales, la obra del P. Plaza no pudo ser llevada inmediatamente a la imprenta como era deseo manifiesto de los concilia¬res. Dos razones motivaron que su publicación se viera curiosamente demorada en ciento noventa años. Por una parte, los decretos del Concilio, que en 1589 recibieron el placet de la Santa Sede, no recibieron la aprobación real hasta 1621. Por otra, des¬de 1622, año en que podían haberse enviado a la estampación los catecismos conci¬liares, el Catecismo del jesuita español Jerónimo de Ripalda, editado por primera vez en 1596, se impuso, en especial y en varias versiones indígenas, como compendio preferido a lo largo y ancho de todo el territorio del Arzobispado de México, hacien¬do innecesaria la impresión de otro texto catequístico.
4. La posterior impresión Recién en 1771 los manuscritos del P. Plaza fueron llevados a los talleres tipográficos. En aquel año, el Arzobispo de Nueva España, Don Antonio de Lorenzana, inauguró en la ciudad de México el IV Concilio Provincial. Uno de los temas tratados fue el de la enseñanza de la doctrina cristiana. Los padres conci¬liares juzgaron que el Catecismo de Ripalda no podía ser ya empleado como texto único y oficial. Los motivos de tal desplazamiento se debían a que su autor había sido miembro de la Compañía de Jesús, recientemente suprimida por Carlos III, tanto de España como de sus dominios de ultramar (1767). El Concilio, además, secundando la decisión real, determinó, mediante carta, solici-tar al Papa Clemente XIV la supresión pontificia de la Orden de San Ignacio de Loyola. Ante estas resoluciones era evidente que el uso del Ripalda se consideró, al menos, inoportuno.
A la búsqueda de un texto que lo suplantara, al examinarse los archivos del anterior concilio provincial, providencialmente se localizó el manuscrito completo del Catecismo del III Mexicano listo para ser entregado a la imprenta. El obispo de Puebla de los Ángeles, Francisco Fabián y Fuero, fue el encargado de revisar en sus pormenores el texto descubierto. Solamente consideró necesario introdu¬cir breves modificaciones, sobre todo en algunas formas de expresión. Por fortu¬na ninguno de los asistentes estaba en condiciones de identificar el Catecismo del III Mexicano con los Catecismos del Padre Plaza. Si en aquellos momentos se hubie¬ra sabido que no era sino una misma obra, a los manuscritos recién hallados les hubiese aguardado la misma suerte que corrió el texto de Ripalda, o sea, la proscripción. De este modo, la autoría general recayó sobre «los venerables y sa¬bios Padres del Tercer Concilio Mexicano de 1585»; y en particular sobre la solícita discreción de siete insignes prelados de esta provincia mexicana: los dos del clero secular, tres dominicos, uno agustino, y otro del Orden de San jerónimo». Curiosamente, por esas vicisitudes propias de la historia, en esta declaración oficial del IV Mexicano no es mencionado su real y único autor: el jesuita Juan de la Plaza.
El nuevo Catecismo se confió inmediatamente a las manos de los discípulos mexicanos de Gutenberg con estas palabras: «Tenía Dios preparado para nues¬tros días el feliz momento en que después de casi dos siglos se diera al público este tesoro que halló, revió y aprobó el ilustrado e infatigable celo de los escla¬recidos Padres del Cuarto Concilio Provincial Mexicano celebrado dichosamente en este año de 1771. Él es un precioso extracto de la Suma de Santo Tomás; y, por consiguiente, lo es también del Catecismo del Santo Concilio de Trento, con lo que, aunque no hubiera otra cosa, está ya demás alabanzas. En la portada de los ejemplares impresos se estampó este título: «Catecismo y Suma de la Doctri¬na Cristiana, con declaración de ella ordenado y aprobado por el III Concilio Provincial Mexicano, celebrado en la ciudad de México el año de 1585. Revisto, aprobado y dado a luz por el IV Concilio Provincial Mexicano celebrado en la dicha ciudad año de 1771. Impreso en México en la Imprenta de la Biblioteca Mexicana del Lic. Don José de Jáuregui, en la calle de San Bernardo».
Contenido Si atendemos a la estructura del Catecismo, notamos que el texto se divide en tres grandes secciones: Doctrina Cristiana [fols. 445r-446rJ, Catecismo Mayor [fols. 446v-453vJ y Catecismo Menor [fols. 453v-455rJ. Para facilitar la memorización de los contenidos, el texto viene por preguntas y respuestas que deben ser recitadas en el transcurso de la reuniones o jornadas semanales de "doctrina". Pasemos ahora a pre¬sentar su contenido: 1. Bajo el título Doctrina Cristiana, se incluye: 1) El texto de las principales ora¬ciones que debe saber rezar el cristiano (Per signum crucis, Pater noster, Ave María, Credo, etc.). 2) El enunciado de las principales verdades de la fe cristiana que debe aprender el catecúmeno (artículos de la fe, mandamientos de la ley de Dios, manda¬mientos de la Iglesia, sacramentos, obras de misericordia, virtudes, pecados, etc.). 3) La confesión general. 2. Catecismo Mayor («Catecismo y suma de la doctrina cristiana con declaración de ella»). El texto está compuesto de 228 preguntas, divididas en cinco grandes apartados: 1) Introducción a la doctrina cristiana. 2) Primera parte: de lo que debemos creer (artículos de la fe). 3) Segunda Parte: de lo que debemos obrar (mandamientos, obras de misericordia). 4) Tercera parte: de lo que debemos recibir (sacramentos, ju¬bileos, indulgencias). 5) Cuarta parte: de lo que debemos pedir en la oración (Padre nuestro, Ave María, etc.). 6) Los pecados mortales. 7) Virtudes teologales y morales. Dones y frutos del Espíritu Santo, etc. 3. Catecismo Menor («Lo que se ha de enseñar a los que en enfermedad peligrosa se bautizan; y, asimismo, a los viejos y rudos que no son capaces de catecismo más largo»). El texto está compuesto de preguntas, que hacen referencia a los siguientes temas: 1) Dios en sí mismo y en su obra creadora. 2) Jesucristo y la salvación de los hombres. 3) La Iglesia y los bienes de la salvación. 4. Exhortación breve para bien morir («Plática breve para exhortar y enseñar al tiempo de morir; y para declarar a los rudos lo que han aprendido en las preguntas pasadas»). Para que los párrocos la empleen en el ejercicio del ministerio con los enfermos.