EVANGELIZACIÓN; colaboración de «otras» órdenes
«En el largo y no fácil camino de la Iglesia en Latinoamérica, marcado por significativos acontecimientos históricos ----no sólo en los tiempos de la colonia, sino también en el proceso de la independencia y en los ya más recientes acontecimientos políticos de este siglo--, los Institutos religiosos han jugado un papel muy importante. Éstos han colaborado con la jerarquía local en la consolidación de la evangelización y en la implantación de instituciones eclesiales, en la promoción de vocaciones autóctonas y en la floración de nuevos carismas de vida consagrada, nacidos y enraizados en la propia cultura para afrontar nuevas tareas apostólicas».Error en la cita: Etiqueta <ref>
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Introducción
El tema de «las otras Órdenes religiosas» en la evangelización del Nuevo Mundo, así como todo el conjunto de la obra evangelizadora de los institutos religiosos en América, se inscribe convenientemente en la anterior cita del Santo Padre Juan Pablo II a los religiosos de América Latina. Se trata de presentar una visión retrospectiva, desde hoy, a toda la obra evangelizadora realizada en los 500 años desde que se inició la primera evangelización. La tarea es difícil porque, como afirma el CELAM, «la prudencia histórica nos invita a evitar generalizaciones: entre la evangelización de las Antillas, la de la Nueva España y la del Perú, hay diferencias profundas; la del Brasil tiene características peculiares y el proceso es muy distinto cuando uno pasa del siglo XVI al XVII y más todavía cuando uno contempla el XVIII, el XIX o el XX».Error en la cita: Etiqueta <ref>
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La misma generalización indicada en el denominativo común de América, Latinoamérica, etc., detrás del cual hay un conglomerado extenso y variado, con grandes condicionamientos geográficos, antropológicos e históricos, constituye un problema de diversos órdenes tan difícil de resolver como fácil de expresarse con una sola palabra.Error en la cita: Etiqueta <ref>
no válida;
las referencias sin nombre deben tener contenidoPuebla expresa este pensamiento en una lograda síntesis: «América Latina está conformada por diversas razas y grupos culturales con variados procesos históricos; no es una realidad uniforme y continua. Sin embargo, se dan elementos que constituyen como un patrimonio cultural común de tradiciones históricas y de fe cristiana».Error en la cita: Etiqueta <ref>
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las referencias sin nombre deben tener contenidoSe trata de ver la labor evangelizadora de los institutos religiosos, empezando por las grandes órdenes misioneras, según sus carismas en los diversos tiempos y lugares, la presencia de Propaganda Fide en las misiones después de la independencia, el florecimiento de nuevas comunidades religiosas masculinas y femeninas, muchas de ellas nacidas en América.Error en la cita: Etiqueta <ref>
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Las etapas de la Historia Latinoamericana
El medio milenio de la primera evangelización está dentro de la historia civil del Nuevo Mundo, cuyas etapas no podemos ignorar, pues están determinadas por acontecimientos realmente importantes: l a. La Conquista, iniciada desde 1492 para someter las tierras «descubiertas» al dominio ibérico y convertir sus habitantes a la fe católica. 2a. La Colonia, iniciada hacia 1550 con la instalación de las Reales Audiencias, consolidada a partir de 1573 con la prohibición de expediciones armadas. Es la época de la cristiandad colonial, época de las grandes luces y sombras del dominio europeo. 3a. La Emancipación, que comienza con la independencia norteamericana y haitiana, con sus primeros síntomas en Iberoamérica en las rebeliones de Tupac Amaru, Comuneros, Mascates, etc., iniciada allí con los gritos de independencia a partir de 1809 y culminada en la tercera década; sangrienta en todas partes menos en Brasil, tardía en Cuba. Es el desplome del imperio colonial. 4a. La vida republicana: de 1830 hasta hoy. Con las excepciones temporales de México y Brasil, los nuevos estados independientes son republicanos y, entre vicisitudes sociales, políticas y religiosas, forjan su identidad nacional.
La anterior división, que es de dominio común, aunque no aceptada uniformemente por historiadores actuales sobre todo europeos, se requiere como punto de referencia para comprender en detalle el implante y la acción evangelizadora y cultural de los religiosos. Durante la Conquista, en efecto, llegan las primeras Órdenes Mendicantes misioneras autorizadas por la Corona, excepto los Capuchinos, lo mismo que los jesuitas, dadas su fundación, aprobación y autorización posteriores; en la Colonia se sigue la obra de penetración de misioneros en nuevos lugares indígenas no alcanzados en la Conquista, por medio de las Órdenes ya establecidas y las que van llegando, y además el afianzamiento, en este largo período, de la vida cristiana mediante la labor pastoral, tanto entre los europeos y descendientes de éstos, como entre los mestizos, indios, negros y mulatos hechos cristianos; labores ambas que no se interrumpieron ni siquiera con hechos tan lamentables como la fuerte decadencia de la vida religiosa en el Nuevo Continente durante el siglo XVIII, y la expulsión de los Jesuitas en la segunda mitad de este siglo, aunque le produjeron su fuerte bajón.
Después del remezón propio de la contienda libertadora se reinicia paulatinamente la acción evangelizadora de vanguardia y retaguardia, con los institutos nuevos de hombres y mujeres que contribuyen a modelar al hombre cristiano de la América de hoy, tanto ibérica como sajona.
Cuáles son «las otras Órdenes Religiosas» Una respuesta muy sencilla sería: los demás institutos, fuera de los Franciscanos, Dominicos, Agustinos, Mercedarios, Jesuitas, pero es demasiado simple, dado que, en América lo mismo que en el resto de la cristiandad, las Órdenes religiosas constituyeron, y siguen constituyendo, un mundo variopinto y muy complejo, difícil de sintetizar por su enorme variedad y por haber seguido cada institución su curso interno, cronológico y geográfico, distinto de las demás. El 9 de mayo de 1502, antes de zarpar en su cuarto viaje, Cristóbal Colón escribía al Papa Alejandro VI: «Por mi consolación y otros respectos que tocan a esta tan santa y noble empresa, me dé ayuda de algunos sacerdotes y religiosos que para ello conozco que son idóneos y por su breve mande a todos los Superiores de cualquier Orden, de San Benito, de Cartuja, de San Hierónimo, de Menores Mendicantes, que pueda yo o a quien mi poder tuviere escoger de ellos hasta seis... porque yo espero en Nuestro Señor de divulgar su santo nombre y Evangelio en el universo».
Entre la modesta petición del Almirante y la floración reciente de institutos religiosos que se ocupan de la evangelización y promoción del hombre americano en sus innumerables áreas y con la inmensa variedad de carismas, hay mucho trecho recorrido. En la América española tendieron a establecerse las mismas Órdenes religiosas ya existentes en España y las que no lo hicieron, llegaron a ella procedentes de la Península, con algunas excepciones bien conocidas, que subraya el Dr. Borges: los monjes, las Ursulinas, y los institutos que no viajaron de España; a las que habría que añadir el caso por demás original y curioso de las Monjas Carmelitas Descalzas de Puebla (1604), y Santa Fe de Bogotá (1606), fundadas por religiosas de otras órdenes y damas seglares «españolas y nobles» con permiso de los Superiores eclesiásticos y religiosos, ante la prohibición de que las Monjas de Santa Teresa viajaran a las Indias; también hubo otras fundaciones similares.
Así las cosas, podemos establecer este derrotero aproximativo: 1. Durante la Conquista (1492-1550) a) Algunos religiosos aislados que, con o sin permiso de la Corona, embarcaron con las expediciones; muchos de ellos alcanzaron a formar pequeñas comunidades, que terminaron por pobreza de personal y de medios o por prohibición de la Corona, como acaeció con los Carmelitas Calzados en Nueva Granada y otros lugares; algunos fueron devueltos, otros permanecieron y entre ellos se encuentran varios de los primeros obispos del continente americano. b) Las Órdenes mendicantes «misioneras»: Franciscanos, Mercedarios, Dominicos y Agustinos. Acerca de ellos, así como de los Jesuitas, tenemos eruditas relaciones. e) Las Órdenes «pastorales»: Carmelitas Calzados o de la Antigua Observancia (Yucatán, 1527) y Trinitarios (La Española, 1534), que entraron con ánimo plenamente misionero, d) Ninguna Orden «asistencial», aunque las ya establecidas dedicaron muchos de sus esfuerzos a la asistencia y consuelo de los enfermos.
e) Los monjes jerónimos, en Río de la Plata, 1535. j) las Monjas Concepcionistas en México, 1540, y Clarisas en Santo Domingo, 1551.
2. Durante la Colonia (1550-1810)
a) Entre las Órdenes «Misioneras»: Los Jesuitas comienzan en 1566 en Florida y luego se desplazan hacia el sur; los Agustinos Recoletos, en Nueva Granada desde 1604; éstos, más que una derivación de los Agustinos de Nueva Granada, son la mismísima «Recolección» cuya Forma de vivir fue escrita por Fray Luis de León y aprobada por el Capítulo Provincial de Toledo, en 1588, «para voluntarios»; fueron llamados también «Candelarios» en Colombia, por su famoso Desierto de la Candelaria en Ráquira, Boyacá. Los Capuchinos, que llegan a América bajo los auspicios directos de la Congregación de Propaganda Fide -lo que les crea en principio fuertes dificultades con las autoridades españolas-, aparecen en el Darién desde 1647, más tarde en Venezuela y Trinidad; su organización peculiar, lo mismo que su modo de llegada para evangelizar en América, hace tan difícil como ágil la labor de la Orden Ca-puchina, que logra penetrar hasta en los más inverosímiles vericuetos de la Amazonia, la Orinoquia y otras regiones suramericanas. b) Las Órdenes «pastorales»: Carmelitas Descalzos, desde 1585 en México, donde constituyen la Provincia de San Alberto; en un principio, misionan con indígenas y hasta tienen encomiendas; pero muy pronto reciben prohibición de sus superiores españoles, de orientación contraria a las ansias misioneras de Santa Teresa, de trabajar en misiones, y fundan Desiertos; los Paúles o Congregación de la Misión, en la Habana desde 1625; los Mínimos de S. Francisco de Paula, en Lima desde 1646; los Oratorianos de S. Felipe Neri, en México desde 1644; los Padres del Salvador (no los Salvatorianos, que son del siglo XX), en Chile, a finales del siglo XVII; los Servitas, en 1791, en México.
c) Los Institutos Asistenciales hicieron irrupción todos en América durante la Colonia: los Hermanos de la Caridad de San Hipólito, en México desde 1567; los Hermanos de San Juan de Dios o «Fatebene fratelli», en La Habana desde 1602; los Betlemitas, en Guatemala, desde 1667; los Camilos Crucíferos o de la Buena Muerte, en Perú desde 1707; los Canónigos Regulares de San Antonio Abad, en México, 1787. d) Sólo dos pequeños monasterios benedictinos, uno en Lima en 1601 y otro en México, 1602. e) Los monasterios femeninos, además de las Clarisas y Concepcionistas que ya habían sido implantadas, y que asumieron toda su fuerza en este período; tenemos: las monjas Cistercienses, que aparecen desde 1571 en Osorno; las Dominicas, en 1576 en Oaxaca; las Jerónimas, en 1579 en Guatemala; las Agustinas, desde 1598 en México; las Carmelitas Descalzas, desde 1604 en Puebla y 1606 en la capital de Nueva Granada; las Capuchinas, desde 1666 en México; las Betlemitas, desde 1668 en Guatemala; la Orden de Santa Brígida, desde 1744, en México; la Compañía de María, desde 1754 en México; las Ursulinas (?) y las Terciarias Carmelitas Descalzas, en Córdoba, 1784.
3. Durante el período de la emancipación. No se tiene noticia de implante de Institutos religiosos en Iberoamérica. Antes bien, la crisis generalizada en el siglo XVIII, el tiempo de la independencia, en el que las autoridades eclesiásticas, por lo general, estaban de parte de los realistas, coincidió también con las medidas contra la Iglesia dictadas desde España y el nacimiento de las nuevas naciones significó para la Iglesia, generosa hasta la heroicidad, enormes e irrecuperables pérdidas, sobre todo de sus profesores de teología, comunidades religiosas, seminarios, parroquias, obras eclesiales en general.
4. A partir de la Independencia. Ante todo, la crisis inicial caracterizada por el despoblamiento de misiones, parroquias y larguísimas vacantes de las sedes episcopales, produce un serio bajón en las incursiones misioneras. Viene luego el período de los acercamientos y el reconocimiento de las naciones independientes por parte de la Santa Sede; se organiza paulatinamente la Jerarquía local, que nuevamente recibe grandes golpes con las expoliaciones de los gobiernos liberales. Por fin en la segunda mitad del siglo, desaparecido el patronato regio y también el republicano que le sucedió, asumida la plena libertad de la Congregación de Propaganda Fide para actuar en las misiones del Nuevo Mundo, da comienzo un gran desplazamiento de Institutos españoles, franceses, italianos y de otros países, que prosiguen la penetración del Evangelio con los métodos y estructuras propias de Propaganda Fide hasta las zonas indígenas no evangelizadas antes; acrecientan la vida cristiana en los lugares de antigua cristiandad colonial, ciudades, pueblos y campos, mediante la acción pastoral, enseñanza, y asistencia, en comunión con los Obispos, aunque no faltan casos difíciles originados por competencias, exenciones y otros motivos muy humanos, multiplicando las iniciativas hasta nuestros tiempos.
Difícil enumerarlos. Basten algunos datos significativos: Ya en 1832 están los Redentoristas en EE.UU., y en 1858 en las Antillas e inmediatamente en Casanare, Colombia; los Escolapios están en Cuba en 1587; Hermanos de La Salle fundan en Cuenca, Ecuador, en 1858; los Claretianos en 1868, en Santiago de Cuba; los Monfortianos en Haití, desde 1871; los Salesianos, desde 1875, en plena vida de San Juan Bosco, fundan en Argentina; los Maristas, desde 1866 en EE.UU., y en 1889 en Colombia y México; los Eudistas en 1903 en Colombia; las Dominicas de la Presentación, por citar uno de tantos Institutos femeninos, en Colombia desde 1873. Es también el tiempo de la gran floración de varios centenares de Institutos Religiosos autóctonos, de hombres y mujeres, hoy extendidos varios de ellos aún por otros continentes.
La labor evangelizadora Las historias tanto generales como particulares, que las hay abundantes, más que los datos estadísticos nos presentan, muchas veces con un legítimo aire apologético, la acción evangelizadora de los Institutos Religiosos en América, con sus luces y sombras, ambas de tenerse presentes, como advierte Juan Pablo II, para evitar triunfalismos y celebrar con humildad y gratitud. Más que el detalle, una mirada global, apenas permitida por el espacio disponible. a)Los Institutos que no se ocuparon directamente de la evangelización del indio en vanguardia, o lo hicieron apenas esporádicamente, o ya avanzada la época republicana, han realizado desde sus conventos e iglesias una labor pastoral, que ahora llaman peyorativamente de «mantenimiento», con la promoción de la vida cristiana entre colonos, criollos y mestizos, así como entre indígenas ya evangelizados: palabra de Dios, sacramentos, «policía cristiana», de acuerdo con los métodos pastorales ordenados particularmente por los Concilios mexicanos y limenses, de lo que hay una verdadera floración documental; promoción, alfabetización e instrucción de indígenas, mestizos, mulatos y aún criollos descuidados, en una obra de consolidación cristiana. Esta labor, que aparece con especial brillo en el tiempo de la Conquista y en los primeros decenios de la Colonia, merece especial relieve durante el tiempo de la grave decadencia religiosa de la segunda mitad de la Colonia, especialmente en el siglo XVIII, dado que, mientras por una parte crecían los litigios sobre la exención y la autoridad sobre las doctrinas, la relajación de la vida regular y la problemática derivada de la alternativa entre superiores europeos y criollos, así como los efectos de la ilustración en el «aseglaramiento» de muchos, por otra proseguía el trabajo de penetración en los lugares de indígenas antes no evangelizados y de sostenimiento de la vida cristiana en pueblos pequeños, campos, sin entrometerse en las encomiendas, a menos que las tuvieran, como desafortunadamente sí hubo bastantes, lo mismo que litigios con la jerarquía y el clero secular, sobre todo por competencias y propiedades de las doctrinas. b) Los Institutos de beneficencia, junto con la obra gigantesca de atención caritativa a los desvalidos, criollos, mestizos, indígenas, negros y mulatos, crearon la mejor imagen de la Iglesia misericordiosa, que en la cultura actual se leería como suplencia, pero que es preciso entender dentro de los valores supremos de la caridad evangélica, que ni siquiera podrán eclipsarse por la moderna asistencia social.
e) Los Monasterios femeninos, surgidos inicialmente para dar acogida a las hijas y nietas célibes de conquistadores, ampliaron poco a poco su espectro hasta predominar en ellos las criollas, admitir posteriormente a las indígenas y muy tardíamente a las morenas; durante el tiempo de la cristiandad colonial constituyeron un verdadero «status» social; desde ellos se irradió espiritualidad, devoción, educación a muchas niñas mestizas y aun indígenas y negras que, aunque abusivamente, sobre-poblaron los monasterios como criadas al servicio de las religiosas de coro. Muchas de las grandes devociones populares iberoamericanas, como el Rosario dominicano y el Escapulario carmelitano, tuvieron su fuente de abastecimiento en es-tos monasterios, en donde se han confeccionado rosarios criollos, escapularios, imágenes y mil objetos de devoción que, aunque a veces constituyeron verdaderos amuletos para campesinos e indígenas, son por otra parte signos de religiosidad popular muy acendrada y transmisora de una fe sencilla y fuerte. Concepcionistas, Clarisas, Carmelitas, Dominicas, Salesas legaron, junto con el primor de sus templos, su tradición propia cultural, y también más de un recuerdo de la picaresca colonial, en todas las ciudades del Nuevo Mundo. d) La vida religiosa no institucional tuvo también su parte en la evangelización de las Sociedades coloniales, no solamente por el testimonio, sino también por su aportación catequística. Particular relieve revistieron en los primeros tiempos de la Colonia las «beatas» y los catequistas, hombres y mujeres, con su labor sencilla y voluntaria, que ha llegado hasta nuestros días en tantos miles de buenas mujeres y hombres, colaboradores del párroco, y de las familias en el catecismo, tanto en la iglesia como en los hogares. e) Los Institutos de varones y mujeres establecidos a partir de la emancipación, dedicados a la enseñanza y obras de caridad, así como los que han tenido especial dedicación a las misiones rurales y a la formación del Clero, contribuyeron a que la vida católica del pueblo de Dios se afianzara y preparara mejor para los períodos de persecución que arreciaron bajo la influencia de caudillos liberales, del socialismo y el positivismo y otras teorías filosófico-religiosas a las que fueron muy dados los gobiernos y parlamentos de las jóvenes repúblicas. j) Con las posibilidades derivadas de la restauración religiosa española y francesa de la segunda mitad del siglo XIX, con la plena y libre ejecución de la metodología de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos en Diócesis, Vicariatos, Prefecturas, Prelaturas, y la agilidad asumida por los institutos, modernos y antiguos, europeos o autóctonos, animados por los Sumos Pontífices, sobre todo a partir de Pío IX, la misión evangelizadora asume en la actualidad una orientación neta de promoción humana integral. El lema de «hacer primero hombres que cristianos» aplicado de diverso modo e intención al principio de la evangelización, asume ahora su más genuino sentido de promoción del hombre, inseparable de la evangelización, en los «nuevos areópagos» que ésta ofrece, a la luz de Redemptoris Mimo (n. 37).
En los últimos años, tanto las Órdenes de vieja data en América, como los institutos recién llegados y el gran número de comunidades religiosas autóctonas, se aplican en la salvación del hombre americano con el Evangelio y con la cultura. Métodos nuevos, particularmente de una sana inserción, dan los mejores resultados. Labores, por citar algunos ejemplos, como la de los salesianos en la promoción cultural, artesanal, de los jóvenes campesinos, afro-americanos e indígenas, las que realizan las Religiosas de la Orden de María, las Salesianas, las Dominicas de Presentación y muchas otras en iguales circunstancias, la presencia original de las «Lauritas», para quienes la selva es el templo y el bohío del indígena es el altar, y ellas las cabritas del monte, así como la gesta de los capuchinos de dejar sus territorios indígenas sin analfabetas, son, a pesar de los inevitables lunares de las instituciones humanas, puntos de apoyo para la Nueva Evangelización de los pueblos y culturas americanas.
Forjar el hombre cristiano latinoamericano Uno de los mayores daños que, en mi concepto, está produciendo la polémica sobre la primera evangelización de América, tan vinculada a la Conquista, es el de ofuscar la comprensión de la labor callada de los religiosos durante la Colonia y después, para conformar al hombre latinoamericano, tanto de la ciudad como el «rural y serrano», que si se puede considerar cristiano hoy día, es gracias a esa labor de tantos misioneros.
Mucho se ha escrito y se sigue escribiendo sobre la conformación del hombre medio latinoamericano, profundamente religioso, sacrificado, fiel a la palabra, sencillo y acogedor. Puebla nos trae una hermosa descripción en su «visión socio-cultural de la realidad de América Latina»; en la historia de la conformación de este hombre, difícil de encontrársele en «estado puro», por mucho que nos empeñemos en dividirlo hoy en emigrado, criollo, mestizo, indígena, negro, mulato, tienen mucho que ver los religiosos, hombres y mujeres, que se han acercado a este hombre durante estos 500 años, para hacer de él «hombre completo», buen ciudadano y buen cristiano: buen ciudadano, a través de la «policía», y buen cristiano a través de la enseñanza religiosa.
Uno de los procesos más interesantes en la historia de la evangelización de América es la labor educativa ejercida por los religiosos durante siglos; da pesar que en los documentos del organismo especializado de la OEA para la educación, el Consejo Interamericano para la Educación, la Ciencia y la Cultura (CIECC), no se tenga presente ni como experiencia ni como programa ejemplar para el futuro. Los métodos de educación en respeto a los valores culturales iniciados por los «Doce» de México, por los Jesuitas en Paraguay, y practicados en los sistemas educativos de los Institutos Religiosos misioneros y educadores en continuo progreso hasta nuestros días, están a la vista.
El encuentro de la Iglesia con las sociedades multirraciales y multiculturales, particularmente en los países de Asia, África e Hispanoamérica, donde han existido y existen grupos étnicos muy diferentes unos de otros, cada uno con su lengua y su cultura propias, han ofrecido un campo extremamente complejo para la inculturación y promoción del hombre, que ha exigido un empleo a fondo de los esfuerzos educadores y evangelizadores. En América, la Iglesia, a través de sus educadores religiosos, ha aprendido desde hace tiempo a afrontar la multiplicidad de razas, de lenguas y culturas; lo cual ha obligado a la Iglesia y a sus Institutos educadores a adaptar su acción pastoral a las necesidades de las diferentes culturas y a dialogar con todas las culturas, para interpelarlas y dejarse interpelar por sus valores. Así se ha formado ese maravilloso mestizaje cultural, del que hablaba entusiasmado el Papa Juan Pablo II en Latacunga y en Quito, durante su visita en febrero de 1985, y al que ha hecho alusión expresa en todas sus Visitas Apostólicas por el Continente.
En el campo de la educación cristiana, vale la pena destacar, entre muchos aspectos, el de la piedad popular con sus contenidos: trinitarios, cristológicos, marianos. En este último caso, la devoción a María constituye uno de los más característicos, cuyo origen está más allá aún del hecho guadalupano; se nota claramente la preferencia de los fieles sencillos por las devociones heredadas de las familias religiosas: La Inmaculada, la Candelaria, El Carmen, El Perpetuo Socorro, Las Tres Avemarías, María Auxiliadora, etc., lo mismo que prácticas personales y familiares muy vinculadas a las fiestas anuales de estas devociones.
En fin, este hombre americano multifacético, forjado en la conjunción de las culturas indígenas orales con la europea cristiana y escrita; luego impactado por la ilustración y ahora impregnado de lo moderno y asomado a lo postmoderno, con todo lo ventajoso y desventajoso que ha podido captar de esas diversas «conquistas», ha logrado hasta ahora seguir siendo cristiano, acompañado por los religiosos y demás ministros evangelizadores; con desaciertos antes y ahora, pero con la mejor buena voluntad de acertar, guiado por las normas de la Iglesia y en respeto a los estatutos civiles. Y el gran desafío es que lo siga siendo. Este ha sido y será un trabajo llevado a cabo por los misioneros y educadores. En esto pensaba seguramente Juan Pablo II cuando decía en Zaragoza, de paso para Santo Domingo para la apertura del «Novenario de Años» del CELAM, preparatorios para las celebraciones de 1992: «Gracias en nombre de la Iglesia: Durante casi cinco siglos habéis dado mensajeros del Evangelio a la América Latina».
Concluyamos con este sugestivo párrafo de la Carta del Papa a los Religiosos y Religiosas de Latinoamérica: «Esta rápida mirada histórica sobre la vida eclesial de América Latina suscita en mí un sentimiento de viva gratitud al Señor por la labor de tantos religiosos y religiosas que han sembrado la semilla del Evangelio de Cristo. Al mismo tiempo, deseo dirigir a todos vosotros, queridos religiosos y religiosas latinoamericanos, una cordial invitación a emular la generosidad y la entrega de los primeros evangelizadores. Precisamente porque aun en medio de las dificultades de la hora presente, América Latina permanece fiel a la fe católica en el corazón de sus gentes, la Iglesia entera fija su mirada en ella, como Continente de la esperanza. Y porque en muchos lugares los religiosos y religiosas cuentan con una presencia mayoritaria y cualificada entre los agentes de pastoral que mantienen pujante la vitalidad de las comunidades eclesiales, de ellos depende, en gran medida, la realización de esta esperanza de la Iglesia» (JUAN PABLO II, Carta Apostólica Los caminos del Evangelio, n. 12).