DEVOCIÓN MARIANA EN PERÚ

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Advocaciones y santuarios

El rol protagónico de María en la evangelización del Nuevo Mundo, lo constata el documento sinodal del primer sínodo continental «Ecclesia in America»: “En todas partes del continente, gracias a la labor de los misioneros, la presencia de la Madre de Dios ha sido muy intensa desde los días de la primera evangelización... María constituyó el gran signo de rostro maternal y misericordioso de la cercanía del Padre y de Cristo, con quienes ella nos invita a entrar en comunión”.

Víctor Andrés de Belaúnde, en el capítulo de su obra «Peruanidad», dedicado al culto mariano, concluye que en Perú la “profunda transformación religiosa adquiere una mayor palpitación de vida y un sentido de amorosa intimidad con el culto de la Virgen [...], la expresión religiosa por excelencia [...] Este es el hecho capital y definitivo de la historia espiritual de América”.

Pedro Morandé abunda en la tesis del maestro de la peruanidad cuando, al analizar la síntesis cultural latinoamericana, se fija en la figura de María como signo de unidad y corazón maternal que abraza y hermana realidades distintas: “Puede afirmarse que la historia de América Latina es una experiencia de encuentro y síntesis entre pueblos, etnias, tradiciones culturales y religiones diferentes en torno a la figura de María. Cuando se descubre una historia común es posible, entonces, desarrollar también un presente y un futuro compartido [...] Es notable encontrar que siempre donde hubo veneración a María, donde hubo un santuario mariano, este dualismo se superó mediante la comprensión de que todas las historias de los hombres, a pesar de sus diferentes tradiciones y particularidades son, sin embargo, fruto de un mismo designio de origen.”

Ninguno de los cronistas aventajará en su devoción mariana al Inca Garcilaso. Baste con citar la significativa narración de lo que él consideraba “un milagro de Nuestra Señora a favor de los cristianos y una batalla singular de los indios” sucedido un mes de mayo de 1536, cuando el inca Manco Cápac se suble¬vó con 200.000 indios en Suntur Huasi.

Como consecuencia: “De aquí nació que después de apaciguado aquel levantamiento de los indios los naturales del Cusco y las demás naciones que se hallaron en aquel cerco, viendo que la Virgen María los venció y rindió con su hermosísima vista y con el regalo del rocío que les echaba en los ojos le hayan cobrado tanto amor y afición (demás de enseñárselo la fe católica que después acá han recibido”.

Y termina dándonos a conocer bellísimos nombres referidos a la Virgen en su lengua: “Dicen Maman chic que es Señora y Madre Nuestra; Coya, Reina; Ñusta, Princesa de Sangre Real; Zapay, Única; Yurac Amancay, Azucena; Chasca, Lucero del Alba; Cotoccoyllor, Estrella resplandeciente; Huarcapaña. Sin Mancilla; Huc hanac, Sin pecado; Mana Chancasca... no tocada; Tazque, Vir¬gen Pura; Diospa Maman, Ma¬dre de Dios. También dicen Pa¬chacamacpa Mamam, que es Madre del Hacedor y sustenta¬dora del Universo. Dicen Huac Hucayac que es amadora y bienhechora del pobre, por decir madre de misericordia, abogada nuestra, que no teniendo estos vocablos en su lengua con las significaciones al propio se valen de los asonantes y semejantes. Demás de la afición a la Virgen pasaran con la devoción y amor a la bienaventurada Señora Santa Ana, y la llaman Manmanchicpa Manac, madre de nuestra madre. Coyanchicpa Maman, madre de nuestra reina, y por el semejante los demás nombres que arriba hemos dicho. Dicen también Diospa Payan, que es abuela de Dios”.

La toponimia es sólo una firme expresión del sentir mariano del Perú. Así, en el Valle del Colca hay un pueblo que lleva el nombre de la Inmaculada Concepción, el de Yanque, con un templo dedicado a María y que data del siglo XVI. Otro, Lari, lleva el nombre de La Purísima Concepción. De igual modo, múltiples santuarios marianos del Perú están dedicados a esta advocación: el de Huanchaco y el de la Virgen de la Puerta de Otuxco, los dos en Trujillo; Nuestra Señora de Huambalpa y Nuestra Señora de los Socos, en Ayaucho; la Purísima de Quiquijana, en Cuzco.

En Perú arraigan costumbres tan populares como la generalización del saludo “Ave María Purísima”, la celebración del mes de mayo, la devoción del Rosario de la Aurora que llegó a contar con quince rosarios salidos de sus respectivas iglesias, cantando coplas como ésta: “María, todo es María. María, todo es por vos. Toda la noche y el día se me va en pensar en Vos”.

Florecen las cofradías y con¬gregaciones de Nuestra Señora (en particular la de «La Pura y Limpia Concepción» del Hospital de San Bartolomé), los romeros y danzantes de la Vir¬gen. Los serenos cantaban tam¬bién a María al dar la hora en las calladas noches; fachadas ador¬nadas con el anagrama de María o con los versos (en zaguanes o esquinas con imágenes de María): “Nadie traspase este umbral/ que no diga por su vida/ que es María concebida/ sin pecado original.”

La devoción a María está presente en las costumbres del Perú virreinal, particularmente de alguna de sus localidades como la recia Arequipa: rezo del Ángelus, el Rosario en familia, el hecho de haberse fundado la Ciudad Blanca (Arequipa) el 15 de agosto, fiesta de la Asunción. En casi todas las iglesias se tributa culto a alguna advocación mariana: la Asunción en la Catedral, con una cofradía que data de 1563; en la Merced, La Portera y Nuestra Señora del Consuelo; en la Recoleta, La Napolitana, hermosa efigie de La Dolorosa; en Santa Marta, la Virgen de la Cueva Santa; en la Compañía, La Candelaria o La Chiquita, donada a los jesuitas en 1598 por D. Juan Ramírez Segarra Casos; en San Francisco, la Inmaculada; en Santo Domingo, Nuestra Señora del Rosario; en Miraflores, Nuestra Señora de Alta Gracia...y las parroquias modernas dedicadas a Fátima, Corazón Inmaculado de María, Lourdes...Lo mismo sucede con los santuarios, Chapi, Cayma, Characato, Quilca, Nuestra Señora de las Peñas de Aplao, La Virgen del Buen Paso de Caravelí, La Virgen de Yato en Castilla, Nuestra Señora de Uñón en Viraco, Nuesta Señora de Las Nieves...

Conocemos que a medida que avanza la evangelización, las órdenes religiosas, las cofradías, las personas a título personal o familiar, van privilegiando advocaciones y construyendo santuarios. Uno de los más célebres y populares será el de Guadalupe de Pacasmayo. Según el cronista Calancha (agustino) el santuario fue iniciativa del capitán Francisco Pérez Lezcano, oriundo de Sevilla y vecino de Trujillo (Perú). Como fuese difamado y encarcelado, y en vísperas de morir, hizo voto de ir en peregrinación al santuario de Guadalupe de Extremadura (España) y traer copia de la imagen allí venerada con el fin de rendirle culto en el Valle de Pacasmayo. Al conmutársele la pena y verse libre de la cárcel, cumplió su promesa y en 1562 entronizó la imagen traída desde España que entregó con la ermita levantada a los Padres Agustinos.

Después de ofrecer terrenos y rentas abundantes a los mismos religiosos agustinos, fue construido un templo más suntuoso con su monasterio, que fue recibido por Fray Luis López de Solís el 6 de junio de 1563. El cronista P. Francisco de San José, en su obra «Historia Universal de la Primitiva y Milagrosa Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe» (Madrid 1743), concluye su emotiva historia con estas palabras: "Esta es la Virgen de Guadalupe Nuestra Señora en el Perú y Valle de Pacasmayo, en donde quiso la Madre de Dios por la copia de su primitiva imagen se erigiese un nuevo Guadalupe, haciendo dichosísimos por su medio a los peruanos, como por la de Guadalupe de México había hecho a la Nueva España, para que sin la fatiga de tantas leguas, como hay por tierra y agua hasta este primer Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, gozasen lo espléndido de sus favores en frecuencia de insignes maravillas, y de uno hasta otro polo se celebrase su nombre Santa María de Guadalupe.”

Conocemos algunos pormenores de la devoción del santuario por la narración de Fray Diego de Ocaña, «Viaje por el Nuevo Mundo: de Guadalupe a Potosí, 1599-1605», que nos describe tanto la vida cotidiana de los religiosos y fieles como las fiestas populares de la advocación que propaga, Nuestra Señora de Guadalupe [se refiere a la de Extremadura]:

“A 28 de setiembre, un día en la tarde partí de Saña para la casa de Guadalupe... y llegué otro día al romper del alba, víspera de nuestro glorioso padre, San Jerónimo, a Nuestra Señora Guadalupe. Y los padres, que son del hábito de San Agustín, me recibieron muy bien y me mandaron que celebrase las vísperas y otro día la misa por ser fiesta de nuestro padre y yo fraile de su hábito... Celebraron esta fiesta con solemnidad, porque allí hay colegio donde se leen artes y la advocación de San Jerónimo... y los colegiales celebran la fiesta con muchos versos y oraciones... La imagen [de Ntra. Sra. de Guadalupe] trajeron de España. Es pequeña y no tan morena como la de nuestra casa de Extremadura, y hace muchos milagros y tienen con ella mucha devoción; y cuando la enseñan a los pasajeros, es con mucha devoción, porque para quitarle los velos salen de la sacristía los frailes con ciriales encendidos y vestidos de dalmáticas y el preste con capa; y mientras quitan los velos, tañen los indios las chirimías y repican las campanas, y el preste inciensa la imagen con mucha devoción... para la cual hora está la gente que quiere ver la imagen junta; les dan mucha limosna, y los frailes, a imitación de Extremadura, hospedan a los pasajeros y les dan de comer... Y así todos dejan limosna a la casa, con que se sustenta, y con las rentas que tienen, que son buenas dehesas y tierras de pan, a donde todo el año, en este valle de Guadalupe se coge trigo...”

Este religioso propagará la devoción a la Virgen de Guadalupe [de Extremadura] gracias a diversas imágenes que él mismo hará en lienzos, a sus fervorosas prédicas y a su hábil apostolado que procura dejar en cada lugar a alguna persona responsable que vele por su culto. Otras veces será la iniciativa personal o familiar, como sucedió en Huánuco con la ermita de Nuestra Señora de Guadalupe que fue fundada por Doña Jerónima de Garay y Muchuy, viuda de Don Diego de Acuña, y el Presbítero Don Diego de Garay y Muchuy, hermanos de sangre, como muestra de su filial devoción mariana.

Nuestra Señora de la Peña de Francia es otra de las advocaciones marianas llegadas desde España a Perú. Santo Toribio debió conocer si no el santuario de Nuestra Señora de la Peña, en Salamanca, sí, al menos, alguna de las numerosas imágenes con tal advocación, bien por testigos como por el libro «Historia y milagros de Nuestra Señora de la Peña de Francia» del P. Andrés Tetilla, publicado en 1544 y reeditado en 1567. Su culto se difunde rápidamente por toda Castilla, España, Portugal y América.

Durante su permanencia en Valladolid, pudo conocer el futuro santo arzobispo de Lima la imagen de Nuestra Señora de la Peña de Francia, venerada en la céntrica parroquia de San Martín y que contaba con su cofradía. Ya en Lima, Santo Toribio, con ocasión del memorial enviado al Papa Clemente VIII, el 28 de abril de 1599, informará de cómo en el futuro convento de Santa Clara (ya había templo) se le rendía culto:

“Está en ese Monasterio una imagen de Nuestra Señora de la Peña de Francia, de mucha devoción para el pueblo, adonde ocurre mucho número de gente y clérigos a decir muchas misas. Fundó este Monasterio un hombre llamado Francisco de Saldaña, y dio toda su hacienda que valdría doce ó catorce mil pesos, y se obligó á servirle todos los días de su vida sin salario, diciendo que quería ser esclavo del Monasterio, y que si fuera clérigo que serviría toda su vida de capellán sin salario. Y su Majestad el Rey Don Felipe habiéndosele dado noticia de esto por mi parte, me escribió que como quiera que esta obra fuese tan en servicio de nuestro Señor y beneficio de la República, se lo agradeciese de su parte, y le ayudase y favoreciese, asimismo escribió á su Virrey le diese tierras é indios, para el servicio de él, y se ha juntado mucha limosna de españoles, indios y otras personas con gran fervor y caridad. Y de los indios se habrá juntado de limosna dos mil cabalgaduras poco más ó menos, y mucha plata, ropa y maíz, ganado y trigo con tanta caridad, que yo he quedado admirado, yéndome muchos á buscar para dar limosna diciendo que querían hacer bien por sus almas, que si en particular se hubiera de escribir, era menester mucho tiempo, y admiraría, y se darían muchas gracias á Dios, de ver y entender la voluntad y ánimo con que estos indios ofrecían la limosna y la inclinación tan santa que han tenido, cómo se han de seguir tantos y tan buenos efectos de este Monasterio y esta es obra de Dios”.

Copacabana es otra de las advocaciones marianas. Favoreció la creación de la ermita de Nuestra Señora de Copacabana para los indios del Cercado de Lima, y avaló el prodigio del 28 de diciembre de 1591 en que, según numerosos testigos, la imagen habría sudado milagrosamente. Cuando los indios de San Lázaro fueron trasladados al Cercado por el Corregidor, por orden del Virrey, llevaron consigo la imagen de Nuestra Señora de Copacabana, a quien hacía poco que la habían adquirido y la veneraban con gran devoción en la ermita del hospital de San Lázaro; dichos indios en el pueblo del Cercado le construyen como pudieron una pequeña ermita para continuar venerándola.

Resulta que un día el encargado de cuidar de la ermita se disponía a abrir la puerta cuando de repente se dio con la ingrata sorpresa de que el techo estaba en el piso y por su puesto la imagen de Nuestra Señora había quedado a la intemperie. Este hecho aumentó la tristeza y el dolor de los maltratados indios de San Lázaro, y por consiguiente dieron de inmediato el informe a su defensor el Arzobispo de Lima D. Alfonso Toribio de Mogrovejo, y ellos por su parte comenzaron a investigar quién había sido el autor de este sacrilegio.

La imagen, obra del escultor Diego de Rodríguez en madera de cedro de Nicaragua, fue trasladada a la catedral, colocándola en la capilla ubicada junto a la puerta del perdón. Se formó una cofradía para alentar su devoción y el propio Arzobispo costeó el retablo. Varios testigos como Alonso Niño de las Cuentas, nos declaran haber visto “al dicho siervo de Dios [Santo Toribio] predicando de ordinario en la capilla de Nuestra Señora de Copacabana”.

El culto mariano y la religiosidad popular

A pesar de encontrarnos en la primera etapa del proceso evangelizador en el Perú, constatamos numerosas manifestaciones de religiosidad popular. El Virrey Toledo, enriquecido por las decisivas y programáticas conclusiones de la Junta Magna de 1568 y las Instrucciones recibidas de Felipe II, luchará decididamente en aplicarlas y reorganizar el virreinato por completo, en lo administrativo, económico y social.

Para ello, visita personalmente toda su demarcación, desde Jauja hasta Cuzco, en el periodo comprendido entre 1570 y 1575 concentra la población en «reducciones» de indios, tasa el tributo, recoge las «Informaciones» para demostrar el legítimo derecho de España sobre el territorio inca, soluciona el brote rebelde del inca de Vilcabamba, beneficia a los indios mitayos, potencia la Universidad de San Marcos de Lima. Regula todos los aspectos de la vida social en justas «Ordenanzas» atentas a solucionar los problemas del Perú: conformación de mitas mineras y obrajeras, comercialización de la coca, limpieza y conservación de los canales, construcción de iglesias y conventos, normativa sobre la urbanización de las ciudades.

Con respecto a la evangelización, y a una con las autoridades religiosas, se centra en la necesidad de que los caciques y principales diesen buen ejemplo mediante la práctica de virtudes cívicas y cristianas; les recuerda su responsabilidad de creer en un solo Dios todopoderoso, abandonando los ritos idolátricos; amonestaba que la doctrina se enseñase a los indios en su propia lengua, determinando tres días a la semana, antes de ir al trabajo; que no sólo se doctrinase a los indios en los repartimientos, sino que se enseñase a leer y a escribir a los pequeños en escuelas adecuadas y que en ellas los niños aprendiesen castellano.

El antropólogo, teólogo y misionero P. José de Acosta, S.J. en su narración sobre el Hermano Bartolomé Lorenzo del 8 de mayo de 1586, en el capítulo 23 titulado “Camino de Lima, donde entra en la Compañía de Jesús”, escribe: “Llegó a San Miguel de Piura, que es setenta leguas de Cuenca. En Piura le ofreció un clérigo un caballo ensillado y enfrenado, y por no sé qué escrúpulo tampoco lo quiso recibir sino proseguir su camino hasta Nuestra Señora de Guadalupe, que son otras cuarenta leguas, donde estuvo algunos días, cumpliendo un voto que había hecho a Nuestra Señora, sirviendo a los Padres Agustinos que tienen aquel santuario. Y convidándole que fuese fraile, jamás pudo inclinarse a ello sin saber porqué…

En este tiempo, sin haberlo oído, ni tratado con nadie de esto, comenzó a usar algunos géneros de penitencias, vigilias y larga oración, y siempre le parecía que aquel modo de vivir que tenía de presente no era el que le convenía para servir a Nuestro Señor con el agradecimiento que debía a las grandes misericordias que de su poderosa mano había recibido, y los grandes trabajos y peligros de que le había librado. Andando vacilando Lorenzo en estos pensamientos, oyó decir que en la Barranca se ganaba un jubileo, y que unos Padres de la Compañía de Jesús le habían traído y confesaban allí a cuantos acudían a ellos. Con esta nueva, dejándolo todo, se fue allá y topó al P. Cristóbal Sánchez, que esté en el cielo, y quedóse allí algunas días.

Él no sabía qué religión era la Compañía de Jesús, ni tenía noticia de ella; pero miró mucho a aquellos Padres, y pareciéronle bien; y especialmente notó su mucha caridad en no negarse a nadie, por bajas que fuesen las personas, y que con todos trataban de su salvación. Y también le agradó mucho que a sus solas en la posada guardaban grande recogimiento, y el ver que traían hábito común de clérigos le tiró la inclinación, porque siempre se le había hecho de mal ponerse capilla.

Vemos claramente varios componentes de la religiosidad popular: el voto del peregrino, la vida espiritual de los religiosos agustinos como algo cotidiano, los géneros de penitencia y oración, el jubileo, la caridad en el trato, el recogimiento de los consagrados, el hábito religioso, el santuario mariano como cálido hogar maternal al que todos acuden.


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