AGUILAR ALEMÁN, San Rodrigo

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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AGUILAR ALEMÁN, SAN RODRIGO. (Sayula, 1875 – Ejutla, 1927) Sacerdote y mártir El padre Rodrigo Aguilar sirvió en varios ministerios pastorales de los Altos de Jalisco y en otros lugares de aquel Estado. Fue ahorcado en un árbol de mango de la plaza de Ejutla, Jalisco, el 28 de octubre de 1927 a los 52 años de edad y 24 de sacerdote. Había dicho "los soldados nos podrán quitar la vida, pero la fe nunca"[1]. Se trató de un sacerdote culto y buen escritor que se había dedicado con toda su alma al ministerio sacerdotal, por lo que optó por permanecer junto a su gente.


Raíces y vida sacerdotal de un buen sacerdote mártir

Rodrigo nació el 13 de marzo de 1875 en Sayula, Jalisco. Sus padres fueron Buenaventura Aguilar y Petra Alemán, quienes le bautizaron dos días después de su nacimiento. Niño y joven despierto, entró en el Seminario auxiliar de Ciudad Guzmán, donde se distinguió por su aprovechamiento, talento y aplicación. Enseguida demostró tener un alma de poeta y estar dotado de buenas cualidades literarias. Sus escritos eran publicados en los periódicos de Ciudad Guzmán y tenían como temas principales, sobre todo, argumentos religiosos como el Santísimo Sacramento, la Santísima Virgen, la cultura cristiana, el sacerdocio, y acontecimientos de la Parroquia. Fue ordenado presbítero el 4 de enero de 1905 por manos del arzobispo de Guadalajara Don José de Jesús Ortiz y Rodríguez (1849-1912)[2].


Desempeñó diferentes ministerios en la parroquia de La Yesca, en donde misionó y bautizó a muchos indígenas huicholes. Estuvo en diversas poblaciones de Jalisco, como Lagos de Moreno, Atotonilco el Alto, Cocula y Sayula. Pasó luego a Zapotiltic, en el mismo Estado, como vicario cooperador, y a la muerte del señor cura, en julio de 1923, recibió el nombramiento de párroco. Allí formó círculos de estudio y fomentó los ya fundados. Realizó también un viaje a Jerusalén y con sus impresiones y vivencias escribió un piadoso libro titulado: "Mi viaje a Jerusalén". El 20 de marzo de 1925 fue nombrado párroco de Unión de Tula.


Celebraba la Misa con fervor y devoción; su gran amor a la Eucaristía le hacía visitar varias veces al Santísimo; su meditación también la hacía frente al Sagrario, y en plena persecución continua¬ba haciendo fielmente una hora de adoración al Santísimo de 10 a 11 de la noche. Rezaba su breviario diariamente con recogimiento, así como el rosario para honrar a la Santísima Virgen. Esta devoción mariana tenía en él especial fuerza: “Todo lo debo a la Santísima Virgen de Guadalupe, a quien en día feliz tuve la dicha de consagrarle mi sacerdocio. Bajo la luz de su mirada pasé mis estudios, mi clericado, mi cantamisa y fui a rendirle mi corazón al Tepeyac[3].


Hacia el martirio

El 20 de enero de 1927 tuvo que salir huyendo de Unión de Tula, porque habían ido a arrestarlo por ser sacerdote. Se fue a un rancho vecino, en donde pasó la noche bajo techo; pero el mismo que le dio asilo lo denunció, por lo que se fue a Ejutla. Los casos de “judas” traidores es otra constante en la larga historia de la Iglesia, a partir de Jesús mismo traicionado por un amigo. Y esta historia se repite en numerosas ocasiones en la historia de estos sacerdotes mártires, traicionados o por miedo, o por congraciarse con los perseguidores y con frecuencia por cuatro centavos. El futuro mártir llegó así, fugitivo, a Ejutla el 26 de enero. En este lugar funcionaba un Colegio, llamado de San Ignacio; allí permaneció administrando los sacramentos en los corredores del cole¬gio, celebraba la Misa siempre que podía y rezaba, como siempre lo hizo, su oficio y el rosario. Allí iban a verlo sus feligreses de Unión de Tula atendiéndolos en sus necesidades espirituales y estaba al cuidado de que no les faltara la Eucaristía; por ello solía mandar a una religiosa a renovarla cada ocho o quince días. Incluso, durante su vida retirada pudo dirigir los ejercicios espirituales a las religiosas adoratrices y él mismo los practicó.


Pero Ejutla, el pueblo donde moriría mártir, se encontraba en una región continuamente castigada por la Federación por ser un pueblo arraigadamente católico y por ello mismo, semillero de cristeros. El 27 de octubre de 1927, una columna de 600 soldados federales callistas al mando del general Juan B. Izaguirre, y otra partida de agraristas al mando de Donato Aréchiga, invadió el pueblo como a las once de la mañana y lo saquearon. La gente huyó a las montañas vecinas, dejando casas y posesiones para refugiarse en barrancas y cuevas. Lograron aprehender a muchos de los que huían y un grupo de soldados avanzó directamente al convento de las adoratrices, cuya superiora estaba gravemente enferma.


En aquel convento funcionaba una especie de seminario auxiliar clandestino, por ello se explica la presencia de sacerdotes y seminaristas en él. Los pocos seminaristas estaban presentando exámenes en aquellos días. Los más jóvenes lograron escapar brincando por ventanas y saltando la tapia posterior del viejo convento donde se encontraban y donde estaba el padre Rodrigo Aguilar. Precisamente el señor cura Rodrigo estaba en el convento, porque el entonces seminarista José Garibay (quien llegaría a ser el primer cardenal mexicano) presentaba examen de latín y él era uno de los sinodales. El padre Rodrigo entró a su cuarto para sacar unos documentos y se entretuvo; el seminarista Garibay se quedó a esperarlo, y en vista de que los soldados comenzaban a tirotear a los que huían, le pidió que se apresurase. Finalmente, un seminarista llamado Rodrigo Ramos quiso ayudar al padre y tomándolo por un brazo, puesto que se encontraba enfermo de los pies, lo hizo llegar al potrero, pero los soldados los cercaron y el padre le dijo a su ayudante: "Se me llegó mi hora, usted váyase".


Los soldados, con lenguaje grosero, preguntaron quién era, a lo que contestó: "Soy sacerdote". Lo injuriaron y lo aprehendieron, juntamente con el seminarista Garibay y algunas religiosas que también huían. El padre Aguilar iba a ser conducido a distinto lugar que los demás prisioneros, por lo que con toda calma se despidió de las religiosas diciéndoles: "Nos veremos en el cielo"[4]. Del potrero lo llevaron a la casa de la llamada Tercera Orden. Como a las cinco de la tarde fue conducido al seminario y puesto en el pasillo con centinelas de vista. Los testigos presenciales vieron el gran gozo que manifestaba el padre Aguilar ante la cercanía de su encuentro con Dios. Dos de las religiosas adoratrices pudieron verlo. Las acompañaron cuatro soldados y el jefe de los agraristas, Donato Aréchiga, quien odiaba al señor cura porque no había querido casarlo (porque estaba ya casado), intervino ante el general Izaguirre para que no lo dejara en libertad y lo ajusticiara[5].


El Padre Aguilar los recibió con amabilidad, tranquilo y atento, no obstante de encontrarse en medio de una turba maldiciente y soez, que lo injuriaba. A las religiosas les pidió unos taquitos de frijoles y les dijo que los jefes le exigían documentos para que demostrase por escrito su inocencia de que no estaba implicado en las revueltas cristeras, pero que él no tenía ningunos. Lo insultaron y lo llevaron preso con el seminarista y algunas religiosas de aquel viejo convento. Encarcelado, pasó el día en oración, como declaran los testigos: “El heroico sacerdote continuaba tranquilo y casi toda la tarde y las horas de la noche que habían transcurrido las había pasado en oración[6].


Lo ahorcaron en la plaza

Poco después de la una de la madrugada del 28 de octubre de 1927 fue llevado a la plaza central de Ejutla para ser ahorcado. El sacerdote continuaba tranquilo y casi toda la tarde y las horas de la noche que habían transcurrido las había pasado en oración. Los soldados hicieron alto al pie de un grueso y alto árbol de mango. Amarraron una soga sobre una de las ramas más gruesas e hicieron una lazada. El padre Rodrigo tomó en su mano la soga con que lo iban a colgar, la bendijo y perdonó a todos y regaló su rosario a uno de los que lo iban a ejecutar.


Los soldados le pusieron la soga al cuello y uno de ellos, para poner a prueba su fortaleza, le dijo altaneramente: "¿Quién vive?". Le había dicho que no lo colgarían si gritaba: "¡Viva el Supremo Gobierno!"; pero él contestó con voz firme: "¡Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!". La soga fue tirada y quedó suspendido en el aire; se le bajó y de nuevo se le volvió a preguntar: "¿Quién vive?", y nuevamente sin titubear contestó: "¡Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!",; se le subió y bajó de nuevo. "¿Quién vive?" se le gritó otra vez, con soez provocación. "¡Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!", dijo arrastrando la lengua, agonizante. Lo levantaron con rabia, lo dejaron caer y, en ese momento expiró[7]. Era la una de la madrugada del 28 de octubre, festividad de Cristo Rey. Los pobladores que estaban en las montañas afirman que tres veces vieron una luz en el cielo que iluminó a Ejutla.[8]


El cuerpo amaneció colgado del árbol en la plaza central. Se le había ajusticiado sin hacerle ningún proceso. Como permaneció suspendido hasta el medio día mucha gente pudo verlo. Estaba en camiseta, pantalones y calcetines, pero sin zapatos y con un sombrero de paja puesto de lado. El nudo de la soga lo tenía en la nuca y el cuerpo casi tocaba el suelo con los pies. Cerca de las cinco de la tarde, tres cristianos piadosos –Juan Ponce, Jesús y Silvano García- pidieron autorización a un capitán de los federales, llamado Mata, y descolgaron el cuerpo. Don Jesús llevó una tabla sobre la que pusieron el cuerpo y con la misma soga que lo habían colgado lo sujetaron a la tabla para que no se cayera. Lo llevaron inmediatamente al panteón municipal y lo enterraron superficialmente y sin caja, solamente pusieron encima del cuerpo la tabla en la que habían cargado el cuerpo y sobre la tumba colocaron algunas piedras y unas flores. El pueblo había quedado vacío, ya que Izaguirre había amenazado con incendiarlo por ser lugar y refugio de cristeros. Los soldados se dedicaron al saqueo; del convento se llevaron los ornamentos, la custodia y los vasos sagrados. Cerca del cadáver, en la plaza, quemaron imágenes sagradas y bancas que habían llevado del convento.


Cinco años después de los acontecimientos se promovió la exhumación de los restos; fueron trasladados al templo parroquial de Unión de Tula, y colocados en el crucero derecho. Inmediatamen¬te después de su muerte la gente lo tuvo como un verdadero mártir y esta fama continua firme hasta el día de hoy. En la iglesia parroquial de Unión de Tula se veneran sus reliquias y la gente implora su intercesión. Fue beatificado el 22 de noviembre de 1992 y canonizado el 21 de mayo del año 2000, por S.S. Juan Pablo II.


El Padre Rodrigo tenía alma de poeta. Había escrito varias poesías al Crucificado como éstas:


Miradle allí: pendiente del madero
Sobre la cumbre del tremendo Gólgota;
Tinto en la roja sangre que destila
Todo su cuerpo por las venas rotas.[9]
“Tórtola solitaria que suspiras
Del Gólgota en la cumbre tenebrosa,
En medio del horror y del espanto,
Que la naturaleza tremebunda
Ofrece a tu mirada vigorosa;
Anegada en un mar de sinsabores
Y en un océano inmenso de tristeza”.[10]


Notas

  1. Positio Magallanes, II, 227, & 850.
  2. Este arzobispo, natural de Pátzcuaro, Michoacán, había sido antes primer obispo de Chihuahua y arzobispo de Guadalajara, desde 1901 hasta su muerte ocurrida el 19 de junio de 1912. Le sucedió don Francisco Orozco y Jiménez.
  3. Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, III, 61; II, 32.
  4. González Fernández, Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo, Tomo II. Ed. Arquidiócesis de Guadalajara, México, 2008, p. 958.
  5. Positio Magallanes, II, 211, & 768; 213, & 784. Donato Aréchiga pretendía que el P. Rodrigo lo casara, siendo ya casado. Lo mismo hacía otro individuo apodado “El Zorrillo”.
  6. Positio Magallanes, I, 184.
  7. Positio Magallanes, II, Summarium, 214, & 790; 220, & 817, 221, & 819; 226, & 825; 229, & 858; 227, & 851; 450.
  8. Positio Magallanes, II, 221, & 820; II, 184-185.
  9. Positio Magallanes, III, 354.
  10. Positio Magallanes, III, 352.


Bibliografía

  • González Fernández, Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo, Tomo II. Ed. Arquidiócesis de Guadalajara, México, 2008.
  • Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, tres volúmenes.
  • López Beltrán, López. La persecución religiosa en México. Editorial Tradición, México, 1987.


FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ