AGUSTINOS EN LA EVANGELIZACIÓN DEL PERÚ; Características generales

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Introducción

Para el entendimiento del aporte agustiniano a la primera evangelización hay que partir de esto: en la etapa colonial se vivió en un contexto de imperio, aunque se hable de metrópoli y de colonias; la idea de naciones, al estilo occidental europeo, se plasmará hasta el siglo XIX con las respectivas independencias.

En el campo religioso, para un agustino, no había diferencia entre ser enviado a lo que hoy llamamos Perú o Bolivia –sin agotar detalles de límites- porque, sencillamente, la Provincia Agustiniana de Nuestra Señora de Gracia comprendía fundamentalmente a estas dos naciones. Siendo clara, no consideraremos su influencia en similares provincias de Ecuador y Chile; a menor escala ayudó también a la constitución de la de Colombia-Venezuela.

En los albores de la evangelización de este continente, se supone que estaba todo por hacer: es como si hubiera resonado con 1500 años de retraso el testamento de Jesús. Los misioneros llegaron con una mística superior a la de los cruzados medievales. Era como estar metidos en un segundo milenarismo, en donde había que emplear a fondo el tiempo otorgado.


Síntesis de métodos de evangelización

Los «derechos» de conquista se premiaban con reducciones; la dispersión en el vivir, se convertía en centros poblados; los goces de derechos eran más alcanzables viviendo en grupos asociativos. También las tareas de los doctrineros [evangelizadores-pastores] se facilitarían con estos cambios.

Las pioneras órdenes religiosas tenían similares métodos de enseñar y formar, como si su trabajo dependiera de un manual común. Había también catecismos mayores y menores, con traducciones a las lenguas nativas de los mismos. Periodicidad semanal de la enseñanza; catequesis específica de sacramentos; atención por grupos étnicos; seguimientos de las orientaciones de los sínodos y concilios, etc.

Había prisa en la construcción de modestas iglesias y conventos, que serían cabecera de amplias doctrinas [parroquias-misiones]. Esos superiores de conventos en las doctrinas se llamaban «Vicarios»; entre los agustinos se les concedió voz activa en los Capítulos Provinciales. Estos eran conformados al principio por todos los religiosos que constituían la Provincia en formación.

Los viajes eran muy penosos por las muchas leguas que había que recorrer y por lo arisco de los caminos. Es modelo de doctrineros andariegos el P. Juan Ramírez, quien realmente hace «camino al caminar», al cumplir ricamente su vida desde 1551, en que llegó al Perú, y su muerte, ocurrida en Trujillo, ya octogenario y casi ciego, en 1608. No sólo fundó pueblos como Cutervo y Chota, sino que recorrió también Chachapoyas, Moyobamba y Santiago de Chuco, derramando la semilla del Buen Sembrador.

Entre las construcciones hay que destacar también los hospitales y las escuelas en donde se enseñaba gramática, lectura, aritmética, geografía, etc. Como medio de aprendizaje, los agustinos se ayudaban de la música. La usaban también “para los oficios divinos con vigolones y capillas y coros, cuya virtuosidad envidiarían algunas catedrales”.[1]

El ejercicio de la caridad en los hospitales era un cautivador método de ayuda al necesitado y, sin pretenderlo, inclinaba las voluntades hacia la fe cristiana. En cierta ocasión, cuando un grupo de soldados estaba empeñado en la conquista de la comarca de Vilcabamba, se vieron cercados por multitud de indios. Los españoles no sufrieron daño porque aquéllos se acordaban de los desvelos de Fray Diego Ortiz en atenderles; el «Protomártir del Perú» les procuraba alimento, curación y acogida cuando, en su camino de hasta 200 kilómetros para pagar el impuesto al Inca en provisiones de coca, acudían a él.[2]

Los cronistas agustinos insisten en un incentivo que envalentonaba a los doctrineros [evangelizadores-pastores]: “Ocúpanse sólo en las tierras y gentes de mayor dificultad, porque deseaban ir dejando las doctrinas como convirtiesen a los indios”. Así dejaron, tras un trabajo intenso de tres años, en 1563, Huambos y, cuatro años después, las de Chachapoyas (1567). Continuaron en las de Huambos los religiosos mercedarios, disgustándose mucho el Sr. Virrey de que las dejaran los agustinos.

Las de Chachapoyas las trabajaron 13 años; las de Pachacámac, las dejaron en 1571, tras nueve años de labor. En cambio, las de Conchucos, más difíciles, las cultivaron durante 25 años. Las de Cotabambas, Omasuyos y Aimaraes las dejaron, tras conseguir en dichos lugares, adelantos en la fe y en el progreso humano. Las de Paria, que incluían a los «rudísimos Uros», las trabajaron durante más de dos siglos.


Preparación bautismal en el siglo XVI

No todas las órdenes religiosas son partidarias de las conversiones y bautismos en masa. Pero es preciso admitir que los indios fueron bautizados por decenas de miles sin mayor preparación. Muchos siglos antes, San Agustín, en el «De catechizandisrudibus», (año 400) aboga por una catequesis seria y libre.

En el siglo VIII, Alcuino sintonizó con la exigencia de una preparación de siete días, por lo menos; pero no debía sobrepasar los 40 días. El descuido en la catequesis, previa al bautismo, chocó mucho a los doctrineros dominicos y agustinos; éstos fueron llegando a América, a partir del año 1527. “Anunciar a Cristo no es solamente declarar lo que hay que creer respecto a Cristo, sino también lo que debe observar quien se apresta a ser insertado en el Cuerpo de Cristo.”[3]

Dice el «Doctor de la Gracia» [San Agustín]: “Deseando ser cristiano, ¿espera alguna ventaja de parte de hombres de quienes teme la enemistad o la suspensión del favor? Entonces no será hacerse cristiano, sino fingir el serlo... Ciertamente es útil informarnos antes, —a través de personas que le conocen—, sobre su estado de ánimo y sobre los motivos que le han hecho venir a recibir la enseñanza religiosa... Si se ha presentado con fingimiento en el corazón, deseando ventajas temporales, o huyendo de molestias, ciertamente mentirá.[4]En la experiencia pastoral de San Agustín hay un caso positivo de uno que quiere hacerse cristiano y que no da ese paso para “obtener la mano de alguna joven cristiana que quiere desposar.[5]

“En 1534, los agustinos —situémonos en México- exigieron no bautizar más de cuatro veces al año: Pascua, Pentecostés, San Agustín, Epifanía. Se incluye la Epifanía, porque en el Occidente —en la Edad Antigua- se hacía en esos días por los predicadores un llamado especial a los catecúmenos adormecidos para que se inscribieran e hicieran el seguimiento cuaresmal, dando previamente su nombre.[6]

¿Qué ocurre durante el tiempo en el que los catecúmenos guardan su lugar y su nombre? “Se les enseña lo que debe ser la fe y la conducta del cristiano; después de lo cual, habiéndose probado ellos mismos, podrán comer a la mesa del Señor y beber en su copa. Ahora bien, si esta instrucción dura todo el tiempo que los candidatos al nombre de Cristo figuran en el rango de catecúmenos, sabiamente fijado por la Iglesia, se intensifica mucho más activamente, durante los días que siguen, tras haber dado su nombre para recibir el bautismo, hasta ser llamados «competentes». (La traducción de «competente» aquí es así: «Solicitan juntas»).”[7]

Por su parte, San Ambrosio dice: “Señor, yo también sé que es de noche para mí cuando Tú nos das la orden. Todavía no se ha inscrito nadie; todavía es noche para mí. Yo he lanzado la red de la palabra en la Epifanía y todavía no he cogido nada.”[8]Es una bella queja del Obispo en su presentación de la primera pesca de Jesús, sucedida antes de la resurrección. Sin embargo, el capellán de Nicolás Federman Ulm, el agustino Vicente Requejada, primer religioso de esa Orden que pisó playas americanas, en 1527, reconoce que “bautizó algunos miles de indios y consoló espiritualmente a los soldados”.[9]

Disposiciones de los capítulos provinciales relativas a la predicación a los indios y a su bienestar material

A lo largo de este artículo aparecen numerosos nombres, sobre todo de frailes agustinos, que son los verdaderos primeros protagonistas del trabajo evangelizador llevado a cabo por esta muy antigua orden religiosa, fruto del carisma inconfundible del Doctor de la Gracia y Padre de la Iglesia, San Agustín de Hipona.

Es esta una historia hecha de nombres, sin los cuales se caería en una abstracción o en una historia sin carne y sangre que corre por sus venas evangelizadoras vivas. Solamente de algunos se dan noticias más concretas en las notas, pero todos ellos ocupan un lugar importante en este gran mosaico histórico de la historia de la evangelización en los territorios del antiguo Virreinato del Perú, especialmente en la Región que corresponde a la actual nación de Perú, sin olvidar a las demás naciones hermanas cuando obligatoriamente haya que referirse a ellas.

Los capítulos provinciales oficializaban la recepción de los conventos y las doctrinas, muchas veces en funcionamiento previo; eran también los facultados para dejar el compromiso de las doctrinas, y enviaban a las personas que estarían a cargo de las mismas.

La de Huamachuco es como un laboratorio piloto para todas las demás por anticiparse, en organización, a las otras. Los primeros capítulos decidieron ya dar voto, en las elecciones de provincial, no sólo a los que conformaban la primera comunidad de Lima, sino también a los vicarios y priores de conventos de doctrinas que jerárquicamente funcionaban de manera similar a los de las Ciudades.

Las doctrinas, con vicarios, lograron esta prerrogativa solamente cuando fueron declaradas Prioratos o Curatos de religiosos. Mientras tanto para efectos de elección de discreto [delegado] al Capítulo, fueron anexionadas a otros curatos próximos. El poder civil impuso más tarde un mínimo de ocho religiosos para poder ejercer un convento su propio discreto. Y hasta hay épocas en las que la Orden buscó razonada solución, suprimiendo los discretos al Capítulo Provincial, pero manteniendo, como miembros de los capítulos, a los priores y a otros concurrentes por derecho constitucional.

El Primer Capítulo Provincial duró del 19 al 24 de setiembre de 1551, lo compusieron sólo 13 miembros; justificadamente estaba ya en Huamachuco el P. Juan Ramírez y se congregó en el Convento de Nuestro Padre San Agustín de la Ciudad de los Reyes, el que durante 22 años se ubicó en las proximidades de la actual y antigua parroquia de San Marcelo. Dice la Definición 2a de este Capítulo que “por ser enviados a predicar a estas gentes, que no tienen conocimiento de Dios, somos obligados a más perfecta manera de vivir.” Otra de las Definiciones prohibía aceptar o retener rentas, aun corporativamente.

También se habla de distintas observancias: vestirían de jerga, de dentro a fuera; alpargatas, como calzado; a veces irían con sandalias, botines y descalzos. Observarían las tres disciplinas semanales (lunes, miércoles y viernes). Se cumpliría con el rezo de la plegaria «Nativitas» y preces a la Cruz; seguiría la 2ª Contemplación, pues había tenido otra por la mañana, a las 6.30, precedida del rezo de Prima. Aún en las doctrinas rezarían los maitines a las 12.00 a.m., que se prolongaban más de dos horas. Destaca en estas Definiciones la seriedad de tender a la santidad mediante la pobreza, obediencia, religiosidad, prudencia y caridad. El Segundo Capítulo Provincial (21 de abril 1554) rectificó algunas de las decisiones del Primero: se revocó, en parte, el sentido radical de pobreza, por lo que los conventos podrían tener rentas, siempre que se adquirieran honestamente, “por cuanto esto es más conveniente al decoro, clausura y honestidad de nuestra Orden en este Reino, como nos lo ha enseñado la experiencia.”

Se definió también que “antes que nuestros religiosos sean enviados a los pueblos y lugares de los indios, vaya el P. Provincial a ver los lugares en que se han de fundar conventos, y si [los lugares] son aptos para las doctrinas y en que nuestros frailes puedan perseverar, para que no den apariencia de inestables.”

Se dieron cuenta también que, tener como mínimo cuatro doctrinantes por comunidad –como estableció el primer capítulo- sería oneroso a los mismos indios; dada la escasez de religiosos buscaron la solución, reduciendo el número a la mitad, tal como se hacía en otras Órdenes. Lo mismo decidieron al no obligar a salir de casa siempre de dos en dos, para así no reducir el número de doctrinas.

Hay una idea de descentralización en la Provincia incipiente, dando facultad al convento de Huamachuco para que eligiera su propio prior, como ya lo hacía el de Lima, tal como autorizaban antiguas Constituciones y lo había practicado, desde sus inicios, la Orden Dominicana.

Aclaró también el Capítulo que la práctica de recibir limosnas de los fieles debía disminuir cada día. Mientras que los gastos de esas limosnas debía intensificarse más, favoreciendo a los indios. Como contrapartida se autorizó el percibir Capellanías con renta para sustentarse, como ocurría entre franciscanos y jesuitas.

El Tercer Capítulo Provincial (15 de mayo1557), eligió como provincial al P. Juan de San Pedro que no asistió, por estar doctrinando en Huamachuco. Se declaró que las doctrinas de Chachapoyas y Conchucos se consideraran, en orden a conventualidad, agregadas al Convento de Lima, para los efectos de voz activa y pasiva, y, por tanto, intervinieran en la elección del Prior del Convento de Lima. Se estableció que se prepararan seis religiosos en el aprendizaje de las lenguas, antes de ser enviados a los pueblos y provincias a la tarea de conversión.

Si convenía al servicio temporal y espiritual de los indios, se podría pedir al Rey alguna ayuda, escribiendo y firmando la petición el Padre Provincial y todo el Definitorio; así lo aprobó, como Vicario General del Capítulo –que también presidió- el Padre Alfonso de Orozco, en la Provincia de Castilla. El beato Alfonso de Orozco fue continuo “amparo y legislador de nuestra Provincia” (la del Perú).[10]

El Cuarto Capítulo Provincial (11 de mayo1560) prohibió admitir en la Provincia del Perú a mestizos y mestizas. Esta norma se había roto en el convento de la Encamación, con la aceptación de la hija de un español de apellido Alvarado, que beneficiaba, con una buena dote, la entrada de su hija Isabel en el convento nombrado y fundado dos años antes en Lima, poniéndose bajo la obediencia del Provincial de San Agustín.

Por dicha conducta se les dejó de lado y fueron sometidas al arzobispo Loayza (l de febrero 1551). Hasta que Felipe II (28 de septiembre1588) legisló en contra, no se podían ordenar mestizos, ni recibir mestizas en los conventos femeninos; y, cuando se autorizó el cambio, sólo podía hacerse con “información de vida y de costumbres”.[11]

Reglamentaba este capítulo la autorización para poder salir de los conventos a misionar, sin hábito negro, que siempre debían usar en casa y llevar consigo para ingresar al pueblo donde fueran, y usarlo también en la Iglesia; vestidos con hábito enseñarían a los indios de la doctrina. En este capítulo se autorizaba a los doctrinantes de Laymebamba y Conchucos para elegir prior local, teniendo, igualmente, participación en capítulo provincial, eligiendo un discreto.

En la Provincia de Conchucos, aunque primero se aceptó como doctrina, no sería admitido su convento hasta este capítulo, al mismo tiempo que los conventos de Cuzco, Trujillo y Paria.[12]Se le dio discreto capítulo a Paria. Se dividió la provincia en tres distritos (que otro capítulo posterior reducirá a dos) para el mejor gobierno de la Provincia. En el caso de tres, los Visitadores eran el prior del Cuzco, el de Lima y el de Trujillo. En el caso de dos, no entraba el de Trujillo. Se concretaban provisionalmente los ministros de la conversión por medio de los visitadores, mientras oficialmente los nombraba el Capítulo Provincial. “Que con más cuidado elegía el Definitorio un doctrinante que un prior. Y nombráronse priores y doctrinantes”.[13]

El Quinto Capítulo Provincial se reunió el 19 de junio de 1563. Estaba premunido de una Patente, otorgada por San Alonso de Orozco,[14]el Padre Pedro de Cepeda,[15]que lo presidió. Ya no votaron en el capítulo los residentes en Lima, por haber otros conventos que ya hacían número capitular. El Padre Baltasar de Armenteras, O.S.A. era portador de una carta dirigida al Rey, donde se denuncian los frecuentes pleitos suscitados entre el clero secular y los religiosos, motivados por los tráfagos de los doctrineros.

El Sexto Capítulo Provincial (22 de junio 1566) tuvo por delante un corto tiempo de gobierno del Padre Andrés de Ortega, quien murió durante el ejercicio. Se estableció que los priores de doctrinas hicieran rezar en común y en la iglesia, las horas canónicas. El Padre Ortega hizo la visita provincial desde Huambos hasta Paria (más de 3000 kilómetros). “No pidió ni quiso más carruaje que una mula y un caballo y 100 pesos de colecta al año.”[16]Murió el Padre Ortega, acogido fraternalmente por los franciscanos de Cajamarca, en 1567.

El Séptimo Capítulo Provincial fue convocado, como ordenaban las leyes, reuniéndose el 27 de agosto1567, y el gobierno del Padre Juan de San Pedro se prolongó hasta 1571. Estableció lo siguiente: los provincialatos durarían cuatro años; se ampliarían las doctrinas en Barranca y otros lugares de la costa; pasaban a los agustinos las doctrinas de los franciscanos en Cajamarca y se recibían las de Clisa, Yagón y Yagonet en el Alto Perú.

El 1º de Abril de 1568 llegaron los jesuitas y, por algún tiempo, se hospedaron en el Convento de Lima. En 1569 llegó el virrey Toledo; más tarde llegaría a Lima un hermano suyo; el Padre Álvarez de Toledo, como visitador general. El P. Luis Álvarez llegó en la 4ª barcada, compuesta también por el Padre Gabriel Saona, el Padre Roque de San Vicente y el Padre Alonso de Biedma. En 1568 entró a Vilcabamba el Padre Marcos García y, unos meses más tarde, el Padre Diego Ortiz, quien sufriría atroz martirio en 1571.

El Octavo Capítulo Provincial tuvo lugar el 1° de Julio de 1571; se celebró en el Cuzco y eligió al Padre Luis López Solís, siendo presidente del mismo Capítulo. Se recibió el convento de San Guillermo de Cotabambas y las doctrinas de esa Provincia y de la de Omasuyos. Redujo a dos los visitadores de los distritos. El Padre Gabriel Saona y el Provincial electo fueron los primeros catedráticos de esta Provincia, con cátedra de Teología en San Marcos.

Fueron noticias de 1571 la confianza puesta en la Orden por el Virrey para escoger tres agustinos y llevar a cabo la visita a las provincias de este reino, de la que salió la legislación de las «Ordenanzas» y la realización de censos. A disposición del virrey entraron por algunos años los Padres Francisco del Corral, Juan de Bibero y Agustín de la Coruña.

También una mala noticia, por la sentencia a muerte y su cumplimiento en una horca, de Túpac Amaru I (Vilcabamba 1545-Cusco 24 de septiembre de 1572), último efímero «inca», quien intentó restaurar la antigua soberanía de los «incas». Habiendo sido derrotada la revuelta y apresado, Tupac Amaru, condenado a muerte por el virrey Toledo, se hizo bautizar tomando el nombre de Felipe, y –según él mismo manifestó en quechua desde el patíbulo - de manera convencida.

Fray Agustín de la Coruña,[17]de los siete primeros que llegaron a México, había sido nombrado Obispo de Popayán, y se encontraba en el Perú en misión oficial. Asistió al Concilio Provincial de Lima de 1567 y posteriormente se trasladó, para servir al virrey, de Lima al Cuzco; llevaba en su haber sólo 10 pesos.

Del ordenamiento que supusieron las «Ordenanzas», “los indios vieron sus favores.”.[18]Pero ni de rodillas convenció al virrey Toledo para conmutar la pena de muerte a Túpac Amaru I; tras muchos auxilios divinos, sí logró que tomara el nombre cristiano y se cristianizara, queriéndose imponer el nombre del Rey de España: Felipe. Aunque algunos historiadores dicen que quien le bautizó fue Juan de Bivero, más probable es que fuera el Padre Agustín de la Coruña, y que un hijo de Cusitito Yupanqui, llamado también Felipe, fuera el noble bautizado como Felipe Quispe Titu por el Padre Antonio de Vera, O.S.A.[19]

Otras dos buenas noticias: se admitió oficialmente el patronazgo del Capitán Lorenzo de Aldana, en Paria, que tanto ayudó a los indios; 16 religiosos llegaron en la quinta barcada o expedición, acompañados del Padre Diego Gutiérrez. Ningún doctrinante podría tener caballo o mula propia, ni a uso.

El Noveno Capítulo Provincial, de efectos breves, se llevó a cabo el 11 de junio de 1575 y eligió al Padre Luis Álvarez de Toledo. Quitó el derecho de elegir prior a las comunidades. La Provincia se extendió por el norte hasta Colombia; pero el Padre Provincial, tras sólo 8 meses de gobierno, murió en febrero de 1576. Sólo tenía 45 años. Visitando las doctrinas del norte, murió al pasar un río, probablemente el Pachachácac.

El Décimo Capítulo Provincial eligió al Padre Luis Próspero Tinto el 27 de Agosto de 1576. Se dio voto capitular a los priores de Cotabambas y Omasuyos; se admitió Nuestra Señora de la «O» de Abancay. Se supo de los primeros Maestros de la Orden en el Perú en las personas del Provincial electo y del Padre Luis López Solís. Se continuó con las conversiones entre los indios. En Paria salían de los totorales que veían la luz y se bautizaban quienes, “aún no habían oído una palabra de la fe en Cristo.”[20]

El Undécimo Capítulo Provincial eligió el 27 de Junio de 1579 al Padre Alonso Pacheco como provincial; fue el gran artífice de la fundación del Colegio de San Ildefonso. Este capítulo estableció que no “feriasen ni vendiesen los doctrinantes, y ésto se mandó con penas graves”. Se recibió el convento de Oropesa que vulgarmente se llamará de Cochabamba y la doctrina de los Aymaraes, importantes ambas en los Andes sureños.

El Duodécimo Capítulo Provincial (1582-1583) erigió en provincial al Padre Andrés de Villarreal, muy apreciado por Santo Toribio. Se aceptó el Convento de Pucarani; lamentablemente, murió mientras cursaba la visita en 1583.

El Décimo Tercer Capítulo Provincial fue en el Cuzco; eligió el 9 de junio 1583 al Padre Luis López Solís. Se aceptaron los conventos de Huánuco, Potosí e Ica; se aprobó dejar las doctrinas de la costa peruana, las de Conchucos (sierra norte del Perú) y las de los Aymaraes de los Andes del sur. ¿Fue acertada esta decisión? Al P. López le animaba ciertamente la radicalidad de la pobreza religiosa. Vino el brillo de las cátedras, la politización de la vida religiosa y, sin tardar muchas décadas, la decadencia. También se dejó la Obra Pía de Paria, que tanto costó después recuperar.

El Décimo Cuarto Capítulo Provincial tuvo lugar el 2 de junio 1587. Se recibieron los conventos de Zafia, Cañete y Nazca en la costa, y Copacabana y Tanja en el Alto Perú. El XV Capítulo Provincial comenzó el 23 de junio 1591. En él fue elegido el Padre Almaraz, hombre muy pacífico, pero no llegó a gobernar ni un año pues murió en Trujillo haciendo la Visita, el 5 de abril de 1592, antes de llegarle la Cédula Real que le nombraba Obispo del Río de la Plata en Paraguay. Gobernaron como rectores provinciales el Padre Juan de San Pedro y el Padre Alonso Pacheco. El Padre Juan de San Pedro trabajó mucho en las doctrinas y murió en enero de 1594.

El XVI Capítulo Provincial arrancó el 21 de julio de 1694 poniendo por cabeza al Padre Alonso Pacheco. En 1595 se fundó el convento del Callao, al cual le fue tan mal en el terremoto de 1687 y 1746. El XVII Capítulo Provincial se celebró en Nazca (se huía de la intromisión civil), y escogió el 21 de Julio de 1598 al Padre Alonso Maraver. Con este gobierno se llegó al siguiente siglo.

Las doctrinas tenían una mística que cumplir. Entre los actos y avisos que ordenaron a sus doctrinantes se encontraban los siguientes:

a) Los priores de entre indios recen en común (con su comunidad), todas las horas canónicas de la Iglesia, la antífona «Natívitas» y las meditaciones o «contemplaciones».
b) Observen las disciplinas semanales, durante todo el año.
c) Haya lectura espiritual, mientras toman los alimentos.
d) No tengan indias que les guisen, ni para otros servicios, a menos de un tiro de piedra.
e) No haya en casa menaje de plata u oro; pero sí pueden usar estos metales en el servicio de la iglesia.
f) No vendan ni truequen los vicarios ni los súbditos ¡Qué lejos estaba aún aquella fecha en la que el Padre Jerónimo Urrutia comprase o recibiese en herencia la Hacienda Bocanegra, viviendo en ella, sin presentarse en el Convento más que los días de Semana Santa! O ¡comprase, de una vez, 60 esclavos negros para trabajarla! Para que brillara más, fue Presidente del Capítulo Provincial del 1665, en el que salió elegido Provincial su hermano Diego Urrutia.[21]


NOTAS

  1. Antonio de la Calancha, “Crónica Moralizada”, libro I, Cap. V y libro II, Cap. 3.
  2. El P. Antonio de la Calancha en la “Crónica moralizada del Perú” VI, nos informa que nació el venerable Padre Fray Diego Ruiz Ortiz en el pueblo de Getafe, dos leguas de Madrid, corte de los monarcas de España, en el año del Señor de 1532, vísperas del glorioso Santiago su patrón, a cuya devoción lo pusieron en el bautismo el nombre de Diego. Trabajó apostólicamente entre los incas; murió martirizado cruelmente en 1571 por incas partidarios de Tupac Amaru, en el pueblo de Mancaray y ante él mismo. Cuando murió tenía 39 años. Su cuerpo, enterrado luego devotamente en la Nueva Vilcabamba, fue luego llevado a Cusco por el obispo Antonio de la Raya en 1598, enterrándole en la iglesia agustina de aquella ciudad. Su causa de beatificación fue retomada en 1991. El propio Inca Garcilaso de la Vega, natural de Cusco, incluye su semblanza en el Prólogo de su obra inmortal, “Comentarios Reales de los Incas”.
  3. San Agustín, “De fide et operibut”, DC, 14. (Afio 413).
  4. San Agustín, “De catechizan disrudibus”, V, 9.
  5. San Agustín, “Sermón 47”, 17.
  6. Christiaens, J., “L'organización d‘un Catecumenatau XVI é Siecle”, en “Maison Dieu” N° 58, p. 71-82 (Citado por Michael Dujarier en “Breve Historia del Catecumenado”, Desclée de Brouwer, Bilbao 1986.
  7. San Agustín, “De fide et operibus”, VII, 9.
  8. San Ambrosio, “Expositio Evangelii Lucae”, IV, 5.
  9. Fernando Campo, O.S.A., “Historia documentada de los agustinos en Venezuela durante la época colonial”, Caracas, 1968, p. 177.
  10. Calancha, “Crónica”, libro II, Cap. 31.
  11. Calancha, “Crónica”, libro II, Cap. 23.
  12. Calancha, Ibid., libro II, Cap. 32.
  13. Calancha, Ibid., libro II, Cap. 31.
  14. San Alonso de Orozco (Oropesa, 17 de octubre de 1500 – Madrid, 19 de septiembre de 1591), religioso y escritor místico español del Siglo de Oro, fue canonizado por San Juan Pablo II el 19 de mayo de 2002. Dejó numerosas obras de teología mística. En 1549 se había embarcado como misionero hacia México, pero enfermó y tuvo que volver.
  15. Nacido en Toledo y pariente de san Alonso de Orozco. Antonio de Calancha lo retrató en su famosa obra ya citada. El rey-emperador Carlos I-V pidió al provincial de los agustinos de mandarlo al Perú con otros agustinos al comienzo de su presencia, llegando a El Callao a finales de mayo de 1551. Fue procurador de la Orden para aquella fundación, por lo que viajó a España trayendo nuevos frailes misioneros. No se saben las fechas de nacimiento ni de muerte.
  16. Calancha, Ibid., libro II, Cap. 42.
  17. Nació en 1508 en España y falleció en Popayán (Colombia actual), siendo su segundo obispo, el 25 de noviembre de 1589. Agustino descalzo desde 1526, estudió teología en Salamanca donde conoció a Toribio de Mogrovejo, futuro obispo de Lima, y a Ignacio de Loyola. Estuvo primero en México en 1533. Pasó a Perú más tarde y fue nombrado obispo de Popayán en 1566. Fue dechado de vida evangélica, destacando por su pobreza y por ser defensor indómito de los indígenas, por lo que sufrió persecuciones. Fundó el monasterio de la Encarnación, primer centro de enseñanza para la mujer en la actual Colombia. Allí descansan sus restos. Fue autor de una “Relación de la conquista de Chilapa y Tlalpa” (en México), algunos cánticos y otros escritos.
  18. Calancha, Crónica, libro III, Cap. 33.
  19. Así lo afirma la Crónica “Cusí Tito Yupanqui” por P. Marcos Garda, cuyo original está en la Biblioteca del Escorial y que afirma que Quispe Titu file bautizado en el pueblo de Careo, en 1567, por Fray Antonio de Vera.
  20. Calancha, “Crónica”, libro III, Cap. 23
  21. P. Avencio Villarejo, “Los agustinos en el Perú y Bolivia”, Lima, 1965.

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BENIGNO UYARRA CÁMARA

Revista Peruana de Historia Eclesiástica, 2 (1992) 153-189]