Diferencia entre revisiones de «APARECIDA. Cristología de la vida (I)»

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Se agradece la colaboración de los Profesores de la Universidad Urbaniana: M. Gronchi; J. Pirc;  F. González
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Revisión del 20:45 23 jul 2020

LA V CONFERENCIA DEL CELAM EN APARECIDA

Los elementos cristológicos que ha ofrecido la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, celebrada en mayo del 2007 en Aparecida, Brasil contienen una base trinitaria y deben ser contemplados desde la vida social, cultural, económica, política y religiosa en Latinoamérica y el Caribe. De manera especial, su propuesta cristológica que se encuentra resumida en el Documento Conclusivo de Aparecida (DCA), insiste en la vida de la misma Iglesia, que está “llamada a hacer de todos sus miembros discípulos y misioneros de Cristo, Camino, Verdad y Vida, para que nuestros pueblos tengan vida en Él”.

Desde las Conferencias Generales II y III del CELAM, en los análisis propuestos se utilizó el método clásico de «ver, juzgar y actuar». Tal método fue confirmado por los Obispos en la V Conferencia, como declara la introducción a la primera parte del DCA: “En continuidad con las anteriores Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, este documento hace uso del método ver, juzgar y actuar. Este método implica contemplar a Dios con los ojos de la fe a través de su palabra revelada y el contacto vivificante de los sacramentos, a fin de que, en la vida cotidiana, veamos la realidad que nos circunda a la luz de esa providencia, la juzguemos según Jesucristo, Camino, Verdad y Vida y actuemos desde la Iglesia”.

Esta continuidad de método sugiere una importante reivindicación del CELAM al mismo, pues reconoce que facilita la apertura de nuevas formas de interpretación de la realidad a la luz del camino hecho por la Iglesia en esta región del mundo, y de una constante revitalización y lectura de las fuentes evangélicas, las cuales abren nuevas perspectivas para seguir a Jesucristo desde la vivencia del amor, el cual, en palabras del mismo Benedicto XVI, se convierte en el criterio decisivo de valoración de toda vida humana.

Por otro lado, tal método contribuye a articular de forma sistemática los criterios de discernimiento sobre la realidad histórico-social, utilizando creativa y rigurosamente la fe y la razón para enriquecer el trabajo teológico y pastoral en Latinoamérica y el Caribe.

En este artículo de carácter teológico, se desarrollará, desde la figura de Jesucristo, “rostro humano de Dios y rostro divino del hombre”, la propuesta de una cristología de la vida (CDV), en íntima comunión con la realidad del ser humano latinoamericano y caribeño y en plena filiación con la Iglesia, la cual se constituye, a través de su ejemplo, en “la familia universal del Reino de Dios” y “comunidad de amor” para todos los seres humanos.

VER: LA VIDA DE LOS PUEBLOS LATINOAMERICANOS Y CARIBEÑOS HOY

Se puede evidenciar en la actualidad, que el panorama socioeconómico, político, cultural y ecológico del continente latinoamericano y de la región caribeña, se caracteriza por profundas contradicciones y ambivalencias. Por una parte, su gran riqueza humana, fruto de un largo mestizaje y de una herencia cultural signada por el encuentro de diversas lenguas y naciones, un continente y una región que poseen grandes recursos naturales y ecológicos, suficientes para sustentar a millones de personas; contrasta, por otra parte, con grandes malestares de tipo sociocultural, económico, inestabilidad política, falta de criterios para lograr una unidad continental y regional, una marcada estratificación social, pobreza y miseria en aumento, violencia, desplazamiento, narcotráfico y una devastadora catástrofe ecológica que va dejando tristes consecuencias, especialmente, en el mayor pulmón verde que aún posee el planeta: la región del Amazonas.

1. Realidad sociocultural, política, económica y ecológica

Una vez pasadas las etapas de la conquista, la colonización y las luchas por la independencia, las naciones latinoamericanas y caribeñas, entran en la dinámica del mundo capitalista y del sistema neoliberal: a partir de las políticas del libre mercado y bajo el nombre de la gobernabilidad neoliberal, enfrentan diversidad de problemas para su justo desarrollo político, social, económico, cultural y ecológico.

La geopolítica en la región latinoamericana y caribeña reclama en la actualidad, nuevos procesos de acercamiento al tema de la situación de la violencia, el terrorismo, la contaminación, el reconocimiento de las etnias autóctonas, los conflictos por las fronteras entre países vecinos, las problemáticas que acarrea la pobreza, la desigualdad, el desempleo, el mal manejo de las políticas relacionadas con el clima y la capa de ozono, la explotación inadecuada de sus enormes recursos naturales como el agua, las selvas y los minerales; aspectos que han causado grandes crisis ecológicas, en el contexto de países de economías inestables, dependientes de una imparable deuda externa, que de muchas maneras, ha determinado las formas posibles de su organización socioeconómica, teniendo en cuenta la no muy experimentada trayectoria democrática de todas sus naciones.

En este «ver» la compleja realidad latinoamericana y caribeña, no se puede pasar por alto el fenómeno de la globalización, tan fuertemente criticado en el presente por diversos sectores de la sociedad. Dicho fenómeno, ha generado una situación de asimetría, tanto en el orden económico, como en el político, social y cultural, hecho que es humana y cristianamente inaceptable, como lo han expresado la Iglesia y otras organizaciones internacionales, en diversas ocasiones. La desigualdad y la diferencia entre la mayoría de pobres cada vez más pobres y la minoría de ricos cada vez más ricos, ahonda el estancamiento y la decadencia económica de una gran parte de la población, que se encuentra en la base de la pirámide social.

Por otro lado, se cuestiona la falta de integración de las naciones latinoamericanas y caribeñas frente a la misma globalización. Ésta debería ser un medio de integración social entre países que han compartido lenguas, tradiciones culturales, religiosas y políticas comunes, además de permitir el acceso a los bienes necesarios para garantizar condiciones dignas de vida, que den lugar a una comunidad humana, más justa y solidaria. Señalamos los tópicos más relevantes relacionados con los temas socio-político, socio-económico y socio-cultural en el continente latinoamericano y la región caribeña.

1.1 Aspectos socio-políticos: esperanzas y temores

El desarrollo socio-político en Latinoamérica y el Caribe, es dependiente de los fenómenos nacidos del capitalismo colonial de los siglos precedentes y del proceso de apropiación y constitución de la democracia en cada nación de la región, además de otros fenómenos como las dictaduras y revoluciones populares. Al iniciar el siglo XXI, esta región del mundo comienza en muchos aspectos con un saldo negativo en su panorama socio-político: corrupción, violación de los derechos humanos, procesos de cambio en las políticas estatales y privadas sin rumbo claro, dificultades en los procesos de reformas democráticas que han generado involución y desconfianza frente a las nuevas políticas de los gobiernos, oligarquías que solo han velado por sus propios intereses en detrimento de la miseria de grandes masas de campesinos, indígenas y afroamericanos o revoluciones que no cumplieron con las expectativas del pueblo y se mantienen como formas «populistas» de gobierno, reforzando la expectativa paternalista o mesiánica, tan arraigada en amplios sectores de la población.

En muchos de los países latinoamericanos y caribeños aún imperan a nivel político, el nepotismo y el clientelismo, haciendo mayor la ineficiencia e irresponsabilidad administrativas. La misma actividad política, en no pocos casos, ha estado desarticulada de la reflexión y actividad de la sociedad civil y del mundo académico, lo que ha causado un malestar general entre las fuerzas sociales de muchas naciones que, poco a poco, van tomando conciencia de la necesidad de su participación en procesos de cambio y renovación de la actividad democrática y participativa.

Esta desarticulación entre vida política y vida social e intelectual, ha sido uno de los factores más importantes para que se den pasos demasiado lentos en la consolidación de sociedades civiles fuertes que respondan, por las vías del diálogo democrático, a las demandas que presentan políticas severas de ajustes económicos, de flexibilidad laboral, de privatización y desnacionalización de la economía. También, ha causado que, en determinados casos, no se ejerza justa presión por parte de la sociedad civil, ante fenómenos tan reiterativos como la corrupción política y administrativa que afecta gravemente a la mayor parte de los países latinoamericanos y caribeños; hechos que hacen que muchos ciudadanos, desconfíen del mismo ejercicio político de sus gobernantes, tal como lo afirma el DCA:

“En amplios sectores de la población, y especialmente entre los jóvenes, crece el desencanto por la política y particularmente por la democracia, pues las promesas de una vida mejor y más justa no se cumplieron o se cumplieron sólo a medias. En este sentido, se olvida que la democracia y la participación política son fruto de la formación que se hace realidad solamente cuando los ciudadanos son conscientes de sus derechos fundamentales y de sus deberes correspondientes”. La afirmación del DCA es una clara muestra de otro elemento que hace falta en las sociedades latinoamericanas y caribeñas: una formación política entre los ciudadanos, especialmente entre los más jóvenes. La desconfianza que existe en una gran parte de ellos, frente al presente y futuro democrático de la región, es fruto de la falta de un adecuado diálogo formativo entre las antiguas y nuevas generaciones, que coloque en debate los temas más importantes de la vida pública en la región: la falta de empleo y de oportunidades de participación ciudadana, la mala prestación de los servicios básicos, la corrupción, la violencia y la falta de conciencia ciudadana frente a muchos de estos problemas.

De igual manera, esto implica la necesidad de soportar los cambios y transformaciones socio-políticas con una fuerte conciencia de que sólo mediante la consolidación de una sociedad civil, crítica, sólida y participativa, se pueden gestar cambios permanentes y reales que surgen desde la base y no solamente desde las expectativas que generan los gobiernos de turno en cada país.

Por otra parte el discurso político que discurre en los encuentros regionales, desde tiempo atrás, viene presentando serias contradicciones. Entre los gobernantes se notan aún extremados personalismos, dando la sensación de una falta de solidaridad con las naciones hermanas, donde se determinen no sólo objetivos comunitarios, sino la disposición de los mismos gobernantes para compartir instrumentos viables que hagan más creíble el ejercicio de la gobernabilidad en los países que les han sido confiados. En la práctica, no se ve claro un proceso de integración, complementación y cooperación socio-política entre las naciones latinoamericanas y caribeñas, aspecto que repercute en el ámbito económico, cultural y ecológico.

1.2 Realidad socio-económica

El tema de la economía es de suma importancia, como en los contextos de otros continentes y regiones, para entender las dinámicas sociales que se van gestando en su interior. Las naciones de esta parte del mundo se encuentran entrelazados en una variada red de pactos económicos bilaterales y multilaterales; algunos de estos pactos o acuerdos han logrado algunos beneficios para la región, como en el caso de MERCOSUR, en tanto que otros, se han quedado solamente en buenas intenciones.

En el aspecto socio-económico no se puede pasar por alto el tema de la globalización. En el contexto de la realidad socio-económica latinoamericana y caribeña, la misma, ha aportado elementos tanto positivos como negativos ya que si bien ha contribuido a internacionalizar los mercados locales de regiones olvidadas donde habitan indígenas, afroamericanos y personas de escasos recursos, ayudándoles a acceder a tecnologías de última generación; por otra parte, la dinámica del mercado, ha absolutizado la eficacia del mismo y de la productividad, comportando el riesgo de convertir el lucro en valor supremo.

Siguiendo los parámetros de los grandes emporios multinacionales y transnacionales, las economías de los países latinoamericanos y caribeños deben verse sometidas a las políticas del libre mercado, a las reglas de juego que les imponen los bancos con los cuales han adquirido elevados empréstitos; además, deben seguir la dinámica de concentración del poder y de la riqueza en manos de unos pocos. De esta manera, la sociedad de los llamados «excluidos», se constituye en el nuevo desafío social, en medio de la pobreza que vive el continente latinoamericano y la región caribeña, desafío que la misma Iglesia, asume como propio.

En cuanto a la creación de una zona de libre comercio a nivel de todo el continente, además del establecimiento de un mercado común que beneficie ampliamente a todas las naciones latinoamericanas y caribeñas, aún no está definido con claridad. Es necesario establecer una alianza económico-cultural entre el MERCOSUR y la Comunidad Andina de Naciones, aprovechando los sustratos lingüísticos y culturales comunes que poseen Latinoamérica y el Caribe:

“La alianza del Mercosur con la Comunidad Andina de Naciones daría a la comunidad sudamericana la envidiable ventaja comparativa de ser la única forma extensa de regionalización en la que todos sus habitantes reforzarían sus vínculos de comunicación y solidaridad gracias a un sustrato lingüístico común. Sólo una Confederación y Mercado común sudamericanos asegurarían una economía de escala y una política de alto vuelo para afrontar los problemas y desafíos de estos pueblos hermanos, para reducir gradualmente la brecha que los separa de las sociedades super desarrolladas y para poder contar con un protagonismo efectivo en este mundo multipolar”. Esta propuesta de unificación de mercados y lazos económicos-culturales, necesita de voluntades políticas comunes y solidarias, entre los países latinoamericanos y caribeños; en estos momentos, los tratados comerciales aún no han logrado alcanzar un favorable índice de solidaridad regional, que sea permanente y cobije aún a los países más pobres como Haití, Guatemala, Bolivia y Honduras, dado que no existe una conciencia de unidad que se afirme y se proyecte más allá de los límites del discurso tradicional con connotaciones de coyuntura política, que sólo benefician a los capitales extranjeros, que han invertido sus recursos en este Continente y esta región.

1.3. Realidad sociocultural

La realidad sociocultural de Latinoamérica y el Caribe, se constituye, junto con los demás aspectos analizados, en un tema de gran complejidad, a la vez que de gran relevancia. Nacidos bajo los dinamismos de las mismas tradiciones culturales de civilizaciones precolombinas, que recibieron la riqueza del aporte europeo, especialmente de España y Portugal, los pueblos latinoamericanos y caribeños integran en su sangre las herencias ancestrales de muchos siglos de tradición y desarrollo histórico-social, nacidos bajo el sello del cristianismo y de las lenguas española y portuguesa, como lo recuerdan L. Gómez y G. Carriquiry:

“La configuración de los nuevos pueblos iberoamericanos tiene su génesis en la expansión universal de la cristiandad europea en los umbrales de la modernidad, en un encuentro grandioso, complejo y dramático de etnias, pueblos, culturas y lenguas que se verifican en el Nuevo Mundo. Los «adelantados» de esa primera oleada de mundialización fueron los Estados nacionales de Portugal y Castilla. La fragmentación política de Hispania y la rivalidad entre Portugal y Castilla se trasladaron, reflejaron y engrandecieron en tierras americanas. Allí están los orígenes de la división y formación de la América española y la América lusitana”.

Esta fragmentación política, que también se transforma en fragmentación sociocultural y económica, ha impedido en gran parte, que se lleve a cabo un diálogo lingüístico-cultural entre los países hispanoamericanos y Brasil, cuestión que se ha querido superar con el Tratado de MERCOSUR, que posee connotaciones, no solamente económicas, sino también socio-culturales y científicas, como lo indican los autores anteriores.

El DCA, en su tercera parte, hace mención a la enorme importancia que cumple el tema sociocultural, especialmente en el subtítulo No. 10, que habla sobre la temática de «Nuestros pueblos y la cultura», en donde hace directa referencia al patrimonio común con que cuenta el continente latinoamericano y la región caribeña; patrimonio que ha sido muchas veces subvalorado y en el cual el catolicismo, como fuerza unificadora, ha jugado un papel importante:

“No hay por cierto otra región que cuente con tantos factores de unidad como Latinoamérica, de los que la vigencia de la tradición católica es cimiento fundamental de su construcción, pero se trata de una unidad desgarrada porque está atravesada por profundas dominaciones y contradicciones, todavía incapaz de incorporar en sí «todas las sangres» y de superar la brecha de estridentes desigualdades y marginaciones. Es nuestra patria grande, pero lo será realmente «grande» cuando lo sea para todos, con mayor justicia. En efecto es una contradicción dolorosa que el continente del mayor número de católicos sea también el de mayor inequidad social”.

El párrafo anterior menciona un elemento de capital importancia en el análisis de la realidad latinoamericana: el tema de la «unidad desgarrada». Los lazos socioculturales y religiosos comunes podrían ser el punto de partida para gestar procesos de verdadero desarrollo sociocultural, económico y político, pero la realidad es que se ha constituido en un elemento de profundas contradicciones.

En este complejo desarrollo sociocultural, signado en algunas etapas negativas de su misma historia, algunos concuerdan en afirmar que los obstáculos más grandes proceden de la misma incapacidad de las sociedades latinoamericanas para integrar creativamente su propia cultura; este hecho incluso ha llevado, muchas veces, a la toma de determinaciones que van en contra de su mismo legado histórico-social.

“El obstáculo sistemático de una sociedad atrasada radica en un momento esencial: su propio conjunto de determinaciones la hace incapaz de volverse sobre sí misma, las propias evasiones y fragmentaciones cognoscitivas aquí son como una prolongación del desconocimiento de esas determinaciones, las compensaciones son el principio y el fin de todos sus modos de conciencia y, en general, se puede decir que es una sociedad que carece de capacidad de autoconocimiento, que no tiene los datos más pobres de base como para describirse. Con relación a su propio ojo teórico esta sociedad se vuelve un nóumeno”.

En el campo educativo, las reformas que se han puesto en marcha muestran los grandes retrasos en la calidad de la misma, y la inequidad en el acceso a la educación de muchos niños y jóvenes. El acceso a la educación tiene un ritmo asimétrico con respecto a las posibilidades de ingreso al mundo universitario y laboral, lo que genera una brecha grande entre expectativas de calidad de vida y posibilidades concretas de obtenerla, con el aumento de la conflictividad social consecuente.

En síntesis, la realidad sociocultural de Latinoamérica y del Caribe se muestra aún plena de retos: la necesidad de reorganizar los sistemas educativos, incentivando el aprendizaje del español y el portugués en los lugares donde no se hablan, sin menoscabo de los casos con mayoría parlante de sus lenguas autóctonas. Así mismo, hace falta intercambiar bienes culturales y realizar encuentros que tiendan a la recuperación de sus raíces comunes de lenguas, tradiciones y culturas.

2. Principales signos de vida en los pueblos latinoamericanos y caribeños

Para la Iglesia uno de los temas que más ha sido motivo de reflexión es el de los «signos de los tiempos», como recuerda el Concilio Vaticano II en la «Gaudium et Spes»: “Es deber permanente de la Iglesia, escrutar los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el destino de la vida presente y futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario, por ello, conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia los caracteriza».

Desde la II Conferencia del CELAM en Medellín, se acoge tal llamado del Concilio Vaticano II, especialmente el que hace referencia a la vida y situaciones concretas espacio-temporales de las personas. Para el quehacer teológico invita a un análisis de la realidad en la que está inmerso el hombre contemporáneo, de tal manera, que las reflexiones teológicas no se sitúen al margen de la realidad.

En la V Conferencia de Aparecida se subraya como la Iglesia debe discernir los signos de los tiempos, los cuales invitan a la comunidad eclesial a vivir con mayor fidelidad el mensaje cristiano: “Los pueblos de América Latina y del Caribe viven hoy una realidad marcada por grandes cambios que afectan profundamente sus vidas. Como discípulos de Jesucristo, nos sentimos interpelados a discernir los «signos de los tiempos», a la luz del Espíritu Santo, para ponernos al servicio del Reino, anunciado por Jesús, que vino para que todos tengan vida y «para que la tengan en plenitud» (Jn 10, 10)» .

El DCA es claro en decir que, los signos de los tiempos interpelan a los creyentes a una vivencia más cercana del Reino de Dios, que, a ejemplo de Jesús, es presencia real del amor de Dios en el mundo. Estos signos de los tiempos, en donde Dios se manifiesta, pueden contener características tanto positivas como negativas, según las circunstancias sociales, económicas, políticas y religiosas: son llamados por el DCA, “caminos de vida y caminos de muerte”.

“Caminos de vida verdadera y plena para todos, caminos de vida eterna, son aquellos abiertos por la fe que conducen a la «plenitud de vida que Cristo nos ha traído: con esta vida divina, se desarrolla también en plenitud la existencia humana, en su dimensión personal, familiar, social y cultural». Esa es la vida que Dios nos participa por su amor gratuito, porque es el amor que da la vida”.

Estos «caminos de vida» ayudan a desarrollar plenamente la vida humana. En el párrafo anterior, al hablar de los mismos, se menciona seis veces la palabra «vida» en relación con el Padre, con Jesucristo, con la Iglesia y con la existencia humana: se trata de una vida plena dada por medio del Hijo de Dios, que vino a traernos el amor del Padre, que «da la vida». Los «signos de vida» más importantes, en el contexto de la realidad actual de América Latina son: el legado histórico-cultural y religioso, la juventud como potencial humano, el valor de la vida humana y la búsqueda de la trascendencia, y la Iglesia en constante actitud de conversión.

2.1 Legado histórico-cultural y religioso El legado histórico-cultural y religioso de América Latina contiene una serie de valores que encuentran sus raíces en la síntesis de las culturas amerindias, ibérica (occidental cristiana europea, a través de dicha mediación) y afroamericana. Dicho legado es un signo de vida, en cuanto muestra cómo se fue gestando con el paso de los siglos, y ayuda a vislumbrar un mosaico de expresiones de vida que hacen de los pueblos latinoamericanos y caribeños, pueblos llenos de vitalidad, las mismas que se constituyen en características esenciales de los mismos.

De esta forma lo expresa el DCA: “Las culturas indígenas se caracterizan, sobre todo, por su apego profundo a la tierra y por la vida comunitaria. Las afroamericanas se caracterizan, entre otros elementos, por la expresividad corporal, el arraigo familiar y el sentido de Dios. La cultura campesina está referida al ciclo agrario. La cultura mestiza, que es la más extendida entre muchos pueblos de la región, ha buscado sintetizar a lo largo de la historia estas múltiples fuentes culturales originarias, facilitando el diálogo de las respectivas cosmovisiones y permitiendo su convergencia en una historia compartida”.

Este párrafo del DCA expresa la fuerza y la vitalidad de la herencia histórico-cultural y religiosa de los pueblos latinoamericanos y caribeños: el sentido de arraigo y pertenencia a la tierra de los indígenas, la expresividad de los afroamericanos, el don de acogida y de servicio de los campesinos y la facilidad de diálogo y apertura de las comunidades mestizas, que son la mayoría en América Latina, ayudan en la realización de proyectos a favor de la vida. La convergencia histórica es una realidad que deben construir todas las naciones de Latinoamérica y el Caribe, como manera de reafirmar su identidad continental y regional.

Por otro lado, el cristianismo ha dado, además de las lenguas española y portuguesa, unidad a Latinoamérica y el Caribe; desde la antigua concepción de orbe católico, pasando por el proceso de evangelización, hasta el concepto de «misión continental», las raíces cristianas han concedido vigor a la mayoría de los pueblos del continente. El DCA, no duda en afirmar, que “La fe en Dios amor y la tradición católica en la vida y cultura de nuestros pueblos son sus mayores riquezas”; riquezas que deben ser fortalecidas desde el nuevo compromiso a favor de la vida, la lucha por el compromiso solidario con las estructuras económicas, políticas, sociales y culturales, desde un “encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros” capaces de afrontar los nuevos desafíos en el panorama actual.

2.2 Juventud como potencial humano y cristiano

Una gran parte de la población de América Latina es menor de 18 años, lo que indica que este continente se caracteriza por su población joven. Esta juventud afronta graves problemas de empleo, educación y vivienda; pero ella constituye la esperanza de América Latina.

El gran potencial humano juvenil, que tiene como característica también el inconformismo, y un espíritu de riesgo que, en muchas ocasiones, la conduce a situaciones radicales; una grande capacidad creativa y una energía que transmite vida, son aspectos que identifican hoy a esta juventud. Muestra una sensibilidad ante los problemas sociales, a la aspiración personal a la libertad. Los jóvenes, exigen autenticidad en sus relaciones con el mundo de los adultos, rechazando con rebeldía una sociedad invadida por antivalores; el dinamismo propio de su generación, la hace capaz de renovar muchas facetas de la cultura.

La Iglesia ve en la juventud una enorme fuerza renovadora, símbolo de la misma dinámica que debe caracterizar a la comunidad de fieles seguidores de Cristo. Esto hace que en América Latina, la misma Iglesia, ante el potencial juvenil, se sienta llamada a una constante renovación, a un incesante rejuvenecimiento de sus prácticas pastorales y a crear nuevas formas de acercarse a los jóvenes.

El DCA dedica cuarenta numerales a hablar directamente de los jóvenes y de su situación en Latinoamérica y el Caribe; dice lo siguiente: “Los jóvenes y adolescentes constituyen la gran mayoría de la población de América Latina y del Caribe. Representan un enorme potencial para el presente y el futuro de la Iglesia y de nuestros pueblos, como discípulos y misioneros del Señor Jesús. Los jóvenes son sensibles a descubrir su vocación, a ser amigos y discípulos de Cristo. Están llamados a ser «centinelas del mañana», comprometiéndose en la renovación del mundo a la luz del Plan de Dios. No temen el sacrificio ni la entrega, pero sí una vida sin sentido”. Este deseo de la Iglesia latinoamericana y caribeña por entrar en el mundo de los jóvenes, constituye un signo de vida que invita a un diálogo a través de la “corriente de vida que viene de Cristo”, y que permite crear actitudes nuevas de acogida, de cercanía y comprensión del mundo juvenil. De esta manera, entendiendo el corazón de los jóvenes se podrá entregar un mensaje que responda mejor a la necesidad que sienten de ser amados, escuchados y acogidos.

Los ideales juveniles son necesarios para revitalizar una sociedad que tiene gran urgencia de cambios profundos, ante los signos de muerte que la debilitan. El DCA, dice que es necesario “proponer a los jóvenes, el encuentro con Jesucristo vivo y su seguimiento en la Iglesia”, de tal manera que puedan alcanzar su plena realización humana y cristiana.

2.3 El valor supremo de la vida humana y la búsqueda de la trascendencia

En el contexto actual de globalización y de grandes retos que parecen exceder las fuerzas y los recursos de muchas comunidades, son muchos los que luchan por preservar valores esenciales de su identidad cultural y religiosa, especialmente el de la vida humana y el de la trascendencia. Este sentido de la vida humana y de su desarrollo, vivo aún en muchas comunidades, se convierte en un motivo para perseverar en la fe, en medio las dificultades que se presentan en la sociedad actual.

El valor supremo de la vida humana adquiere una connotación comunitaria, característica de muchas culturas, principalmente las indígenas y afroamericanas, en donde compartir, ser solidarios más que competitivos, saber convivir procurando el bienestar colectivo, se convierten en actitudes que privilegian la vida fraterna de muchas comunidades en medio de la escasez de recursos económicos en una despiadada sociedad de consumo.

Las naciones latinoamericanas y caribeñas son pueblos gestados a través de procesos de mestizaje biológico y cultural bastante complejos, hecho que contribuye a la apertura y a la pluralidad de etnias y culturas que han forjado sus identidades y sus valores reafirmando el amor por la vida y por su sentido de la trascendencia. Esto, se evidencia particularmente, a través de las formas de sus lenguajes simbólicos, de la intuición, de la sensibilidad ante el dolor humano, de la creatividad y del aprecio por la belleza y por la espiritualidad.

En estas expresiones han hecho una búsqueda del «otro» en la construcción de un «nosotros» que fundamenta y da el sentido trascendente a la vida misma, haciendo real la presencia de la esperanza en las metas comunitarias y sociales. El DCA, dice lo siguiente: “Entre los aspectos positivos de este cambio cultural, aparece el valor fundamental de la persona, de su conciencia y experiencia, la búsqueda del sentido de la vida y la trascendencia. El fracaso de las ideologías dominantes, para dar respuesta a la búsqueda más profunda del significado de la vida, ha permitido que emerja como valor la sencillez y el reconocimiento en lo débil y lo pequeño de la existencia, con una gran capacidad y potencial que no puede ser minusvalorado” .

En este reconocimiento muchos aún encuentran respuesta al misterio de la vida, a las preguntas más dramáticas de la realidad socio-política y económica de su ambiente. Este valor supremo que le conceden los habitantes de Latinoamérica y el Caribe, a la vida humana y de la misma trascendencia, puede contribuir a crear una civilización del amor en la medida en que se conjuguen con el respeto por las diferencias, la convivencia ciudadana, la preservación del legado histórico-cultural y religioso, y la apertura constante a los nuevos signos de los tiempos en un terrible contexto social de situaciones de muerte, como son la violencia, la pobreza, el aborto, las enfermedades, el desplazamiento, el narcotráfico y el daño al medio ambiente.

Además el DCA recuerda que la mayor pobreza, se presenta cuando no se reconoce «la presencia del misterio de Dios y de su amor en la vida del hombre» . El signo de vida presente en el misterio del amor de Dios inscrito en el corazón humano, hace posible ver en la experiencia de encuentro con Dios, la mejor manera para entender el destino del hombre en consonancia con el proyecto de Dios para la vida humana, la cual clama por voces de aliento y de esperanza.

2.4. Iglesia en constante actitud de cambio y conversión

Otro signo de vida es la actitud general de la Iglesia en América Latina a la conversión. La misma realización de las cinco Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, la creación del CELAM, la revitalización de muchas comunidades de fe, las reflexiones teológico-pastorales…contribuyen en el crecimiento eclesial y humano de los fieles, la capacidad de mediación en conflictos locales, la apertura al diálogo ecuménico e interreligioso, la ayuda a las personas en el campo médico, educativo, penitenciario y parroquial.

Todo ello muestra una Iglesia que ha sido testigo de las transformaciones a través de la historia. El No. 5 del DCA indica el papel que ha jugado la Iglesia en la obra evangelizadora: “Desde la primera evangelización hasta los tiempos recientes, la Iglesia ha experimentado luces y sombras. Escribió páginas de nuestra historia de gran sabiduría y santidad. Sufrió también tiempos difíciles, tanto por acosos y persecuciones, como por las debilidades, compromisos mundanos e incoherencias, en otras palabras, por el pecado de sus hijos, que desdibujaron la novedad del Evangelio, la luminosidad de la verdad y la práctica de la justicia y de la caridad. Sin embargo, lo más decisivo en la Iglesia es siempre la acción santa de su Señor”.

Esta apertura a la «acción del Señor», en una actitud de conversión permanentes, hace que la Iglesia sea un signo de vida, en medio de situaciones de pobreza y opresión. La misma capacidad de «autocrítica» que ha demostrado la Iglesia católica como institución, la hacen creíble en un Continente, en donde muchas instituciones han perdido credibilidad, ya que pululan muchos intereses de tipo económico y político que hacen dudar a mucha gente de la bondad de las intenciones de quienes predican doctrinas ajenas a la vida, la cultura y la realidad la gente. “Nuestra Iglesia goza, no obstante, las debilidades y miserias humanas, de un alto índice de confianza y de credibilidad por parte del pueblo. Es morada de pueblos hermanos y casa de los pobres”.

La Iglesia jerárquica entiende la autoridad como servicio a la sociedad, contribuyendo a la unidad de la fe, de la vida y del amor de las mismas comunidades creyentes y para la construcción del Reino de Dios. En varios apartados del DCA la Iglesia reafirma su actitud de servicio, constituyéndose en adalid de los valores humanos “para que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos”.

De igual manera, muchos signos de vida se pueden encontrar en los misioneros, laicos, sacerdotes y obispos que han dado la propia vida para que otros tengan vida, como el hoy Beato arzobispo Oscar Romero. La Iglesia en América Latina cuenta con muchos mártires de la fe con la donación oblativa de la propia vida. El DCA lo dice: “Su empeño a favor de los más pobres y su lucha por la dignidad de cada ser humano han ocasionado, en muchos casos, la persecución y aún la muerte de algunos de sus miembros, a los que consideramos testigos de la fe. Queremos recordar el testimonio valiente de nuestros santos y santas, y de quienes, aun sin haber sido canonizados, han vivido con radicalidad el evangelio y han ofrendado su vida por Cristo, por la Iglesia y por su pueblo”.

Este testimonio de la Iglesia a través de muchos hombres y mujeres que han ofrecido su vida en pro del Evangelio, ha sido fermento para que crezcan muchas comunidades de fe en todo el Continente. El martirio, como ha sucedido a lo largo de toda la historia de la Iglesia, ha contribuido a que florezcan comunidades de fe y a que continúe la obra de Dios en un mundo lleno de dificultades. Estos mártires actuales son muestras eficaces de la renovación de la misma Iglesia hoy.

Ello se constata en multitud de ejemplos: la animación bíblica, la renovación de la liturgia, y la celebración eucarística y de la palabra. Se ven signos de renovación en el compromiso con la promoción humana de muchas comunidades pobres, a través de obras sociales, en las misiones, especialmente entre indígenas y afroamericanos, y en la renovación de las comunidades parroquiales que buscan un encuentro personal con Jesucristo vivo.

El deseo de la Conferencia de Aparecida es justamente, hacer que todos los creyentes tengan la oportunidad de ser «discípulos misioneros» en el corazón de la misma Iglesia, la cual reafirma sus bases trinitarias, e impulsa cuanto dice el Concilio Vaticano II de ser “sacramento, o signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano”. En consonancia con el Concilio, la Iglesia en América Latina quiere ser «comunidad de amor», mostrar el amor de Dios y atraer a todas las personas hacia Jesucristo por la vivencia del amor que da vida.

Para lograr este objetivo la Iglesia en Latinoamérica y el Caribe se propone unir tres elementos claves: la comunión, la misión y el discipulado. Se puede decir que, al estar abierta a las mociones del Espíritu Santo, la Iglesia en este continente desea ser gestora del hombre nuevo y de la civilización del amor, en actitud de éxodo pascual, purificando la conciencia de sí misma, en constante proceso de discernimiento, dando testimonio desde la vivencia de la fe, la esperanza y el amor.

NOTAS

Se agradece la colaboración de los Profesores de la Universidad Urbaniana: M. Gronchi; J. Pirc; F. González




JOSE ARLES GOMEZ AREVALO

© Hacia una Cristología de La Vida, después del Documento de la V Conferencia Episcopal Latinoamericana de Aparecida.