Diferencia entre revisiones de «APARECIDA; El sacerdote y la cultura emergente»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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La formación inicial y permanente del sacerdote, en su dimensión cultural, tiene un doble objetivo: ''“la evangelización de las culturas” y “la inculturación del mensaje de la fe”''.<ref>''Pastores dabo vobis'' n.55</ref>Se trata de relacionar el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios con la realidad antropológica y sociológica humana.  
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La formación inicial y permanente del sacerdote, en su dimensión cultural, tiene un doble objetivo: ''“la evangelización de las culturas” y “la [[EVANGELIZACIÓN_E_IDENTIDAD_DE_AMÉRICA_LATINA | inculturación]] del mensaje de la fe”''.<ref>''Pastores dabo vobis'' n.55</ref>Se trata de relacionar el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios con la realidad antropológica y sociológica humana.  
  
 
El proceso consiste en que ''“el Evangelio penetra vitalmente en las culturas, se encarna en ellas, superando sus elementos culturales incompatibles con la fe y con la vida cristiana y elevando sus valores al misterio de la salvación, que proviene de Cristo”.''<ref>ibidem</ref>
 
El proceso consiste en que ''“el Evangelio penetra vitalmente en las culturas, se encarna en ellas, superando sus elementos culturales incompatibles con la fe y con la vida cristiana y elevando sus valores al misterio de la salvación, que proviene de Cristo”.''<ref>ibidem</ref>
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Revisión actual del 05:54 16 nov 2018

Actualidad e implicaciones del tema:

La formación inicial y permanente del sacerdote, en su dimensión cultural, tiene un doble objetivo: “la evangelización de las culturas” y “la inculturación del mensaje de la fe”.[1]Se trata de relacionar el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios con la realidad antropológica y sociológica humana.

El proceso consiste en que “el Evangelio penetra vitalmente en las culturas, se encarna en ellas, superando sus elementos culturales incompatibles con la fe y con la vida cristiana y elevando sus valores al misterio de la salvación, que proviene de Cristo”.[2]


Este proceso formativo y evangelizador hace patente que “el sacerdote, participando de la misión profética de Jesús e inserto en el misterio de la Iglesia, Maestra de verdad, está llamado a revelar a los hombres el rostro de Dios en Jesucristo y, por ello, el verdadero rostro del hombre. Pero esto exige que el mismo sacerdote busque este rostro y lo contemple con veneración y amor”.[3]


Ya se constató en el concilio Vaticano II que está naciendo “una nueva época de la historia humana... una nueva forma más universal de cultura”.[4]Esta cultura emergente ofrece signos de esperanza, como son la sensibilidad respecto a los derechos humanos y a la dignidad de las personas y de los pueblos, invita a una solidaridad que sea verdadero compartir, y manifiesta “una angustiosa búsqueda de sentido”,[5]y de la experiencia de Dios.

Pero tiene también algún aspecto negativo como es la eliminación de toda referencia a Dios, que se traduce en actitudes de secularismo, gnosticismo y relativismo, así como de atención casi excluyente al adelanto tecnológico prescindiendo de su valor ético.


La formación cultural de todo apóstol y especialmente del sacerdote ministro, colaborará a construir el verdadero humanismo que armonice cultura y fe: “El bien de la persona consiste en «estar» en la verdad y en «realizar» la verdad.[6]Así podrá darse una cultura poliédrica, que, en esta armonía entre fe y razón, salvará las culturas locales, armonizándolas con la cultura global emergente, donde todos tienen algo peculiar que aportar en la verdadera humanización del hombre y del mundo. El hombre, en cualquier cultura, está insertado siempre en el designio de Dios Amor


Todo el problema cultural de esta nueva época, y de modo especial la cultura emergente, se enmarca en un contexto polifacético o poliédrico. Efectivamente nos encontramos ante una realidad global marcada y profundamente condicionada por los medios de comunicación social, por las migraciones masivas y multiculturales, por la población mundial ya en su mayoría asentada en las «megalópolis», por las situaciones de injusticia y de guerra, por el acento en los derechos humanos (vida, persona, mujer), la sensibilidad y solidaridad respecto a las situaciones de pobreza, por los avances de la tecnología, por el respeto a la naturaleza, por la atención o desatención (no siempre acertada) a la familia.

La formación sacerdotal tiene que ser necesariamente interdisciplinar, privilegiando los contenidos de la doctrina social enseñada por la Iglesia.

La Conferencia de Aparecida y la realidad latinoamericana:

La Quinta Conferencia General de la CELAM celebrada en Aparecida, Brasil en 2007, señala en su Documento conclusivo que para captar la situación cultural en América Latina, se debe dirigir una mirada a la realidad latinoamericana con actitud de “discípulos misioneros”, que, en un “cambio de época cuyo nivel más profundo es el cultural”, quieren afrontar a la luz del evangelio esta situación que tiende a ser global.[7]

“Entre los aspectos positivos de este cambio cultural, aparece el valor fundamental de la persona, de su conciencia y experiencia, la búsqueda del sentido de la vida y la trascendencia”.[8]

Entre los numerosos retos actuales para el sacerdote, se destaca “su inserción en la cultura actual.”[9]En este sentido, “está llamado a conocerla para sembrar en ella la semilla del Evangelio, es decir, para que el mensaje de Jesús llegue a ser una interpelación válida, comprensible, esperanzadora y relevante para la vida del hombre y de la mujer de hoy, especialmente para los jóvenes”.[10]


Aparecida va analizado en el contexto de la evangelización y el concepto de cultura, como “el modo particular con el cual los hombres y los pueblos cultivan su relación con la naturaleza y con sus hermanos, con ellos mismos y con Dios, a fin de lograr una existencia plenamente humana”.[11]

El anuncio del evangelio comporta el insertarse en la cultura, que “debe ser conocida, evaluada y en cierto sentido asumida por la Iglesia, con un lenguaje comprendido por nuestros contemporáneos”.[12]


Estas aportaciones de Aparecida del año 2007, asumen y profundizan actualizándola, la herencia de documentos anteriores: los documentos conclusivos de las Conferencias de Medellín (1968), Puebla (1979), Santo Domingo (1992), y la exhortación apostólica post-sinodal «Ecclesia in America» (1999).


El documento de Medellín (1968) insta a privilegiar el campo de la “educación de las conciencias de los creyentes, para ayudarlas a percibir las responsabilidades de su fe, en su vida personal y en su vida social”,[13]para insertarse “en el proceso de transformación de los pueblos latinoamericanos”.[14]


Respecto a los sacerdotes, «Medellín» observa que “los grandes cambios del mundo de hoy en América Latina afectan necesariamente a los presbíteros en su ministerio y en su vida”.[15]Por esto, “la misión del presbítero exige una cultura encarnada y dinámica, constantemente actualizada y profundizada, que no se reduzca a un mero cultivo intelectual, sino que abarque todo el sentido de la «humanitas», enriquecida con sus valores vividos sacerdotalmente”.[16]

Se tendrá en cuenta que se trata de la formación de pastores, que observan “nuestras realidades latinoamericanas en sus aspectos religioso, social, antropológico y psicológico”.[17]


El documento de «Puebla» (1979) es muy amplio y detallado sobre el tema de la cultura, partiendo de una visión sociocultural de la realidad en América Latina,[18]para concretarse luego en la naturaleza de la evangelización en relación con la cultura.[19]Se trata de custodiar “un patrimonio cultural común de tradiciones históricas y de fe cristiana”,[20]que lleva a la “revaloración de las culturas autóctonas”.[21]


«Puebla» hace hincapié en la relación entre evangelización y la cultura, aprovechando los contenidos de la encíclica «Evangelii Nuntiandi» de Pablo VI,[22]y del documento conciliar «Gaudium et Spes»;[23]de este modo apunta a “alcanzar la raíz de la cultura, la zona de sus valores fundamentales”.[24]

Por esto, “la acción evangelizadora de nuestra Iglesia latinoamericana ha de tener como meta general la constante renovación y transformación evangélica de nuestra cultura”.[25]El amor a la cultura implica en amor a los pueblos. Es necesario “atender hacia dónde se dirige el movimiento general de la cultura más que a sus enclaves detenidos en el pasado”.[26]


Esta atención cultural es “una contribución al crecimiento de los «gérmenes del Verbo» presentes en las culturas”.[27]La Iglesia parte, en su Evangelización, de aquellas semillas esparcidas por Cristo y de estos valores, frutos de su propia Evangelización”.[28]“Por la evangelización, la Iglesia busca que las culturas sean renovadas, elevadas y perfeccionadas por la presencia activa del Resucitado, centro de la historia, y de su Espíritu”.[29]Esta recta valoración de las diversas culturas latinoamericanas llevará a afrontar adecuadamente “la adveniente cultura universal”.[30]


El documento de Santo Domingo (1992), resume contenidos semejantes sobre la cultura y modo de asumirlos,[31]indicando que “la nueva evangelización ha de proyectarse sobre la cultura «adveniente», sobre todas las culturas, incluidas las culturas indígenas”.[32]

En este sentido, “la Iglesia mira con preocupación la fractura existente entre los valores evangélicos y las culturas modernas”.[33]“La evangelización de la cultura es un esfuerzo por comprender las mentalidades y las actitudes del mundo actual e iluminarlas desde el Evangelio”.[34]Este esfuerzo de «inculturar» el evangelio es un reto formidable, que encuentra en Santa María de Guadalupe un gran ejemplo de “evangelización perfectamente inculturada”.[35]

En efecto, “en el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac se resume el gran principio de la inculturación: la íntima transformación de los auténticos valores culturales mediante la integración en el cristianismo y el enraizamiento del cristianismo en las varias culturas”.[36]


La exhortación apostólica postsinodal «Ecclesia in America» (1999), trata sucintamente de la evangelización de la cultura en el contexto de la «Nueva Evangelización» como objetivo de la misión de la Iglesia en América.[37]

El proceso de inculturación lo presenta a la luz del misterio de la Encarnación: “El Hijo de Dios, al asumir la naturaleza humana, se encarnó en un determinado pueblo, aunque su muerte redentora trajo la salvación a todos los hombres, de cualquier cultura, raza y condición… Para que esto sea posible es necesario inculturar la predicación, de modo que el Evangelio sea anunciado en el lenguaje y la cultura de aquellos que lo oyen”.[38]


Itinerario formativo para la inserción y el diálogo intercultural

En encuentro cultural es siempre entre personas y comunidades, que tienen diverso modo, no opuesto, de relacionarse entre sí, con el cosmos y con la trascendencia. Formar una familia humana universal supone el respeto a las diferencias culturales, que se pueden armonizar en una herencia común para transmitirla a la posteridad.

En todas las culturas emerge una realidad común con manifestaciones diferentes: “El hombre busca un absoluto que sea capaz de dar respuesta y sentido a toda su búsqueda”.[39]Porque “en lo más profundo del corazón del hombre está el deseo y la nostalgia de Dios”.[40]


Todo itinerario de armonía intercultural tiene que partir de unas «mismas raíces», que necesitan la aportación de los contenidos evangélicos. De otro modo, se daría un fenómeno desconcertante y absurdo: “la ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo”.[41]


La tarea humanizadora y evangelizadora de la Iglesia se puede calificar de inculturación permanente. «La acción del sacerdote ministro es peculiar». El Evangelio ayuda a descubrir las huellas que Dios Amor ha sembrado en todas las culturas, como destello de la Verdad y de la Vida que es él mismo, manifestado en Cristo, su Hijo, nuestro «Camino».

Sólo a la luz de Jesús se pueden descubrir y valorar los auténticos valores de todas las culturas, con la posibilidad de purificarlas de adhesiones no auténticas y de llevarlas a un «cumplimiento» o «perfección». La dinámica hacia el Misterio de Cristo evita la confusión, la separación y la mezcla indiferenciada de un sincretismo relativista.

Esta tarea cultural armónica y constructiva es tarea preferencial de la evangelización, que se dirige a cada persona y a cada pueblo. Cuando el evangelio se inserta en una cultura, la pone en sintonía con la comunión trinitaria de Dios Amor que se quiere reflejar en toda la historia. La fe en Cristo, Verbo Encarnado, Redentor, Resucitado, puede salvar las tensiones, convirtiéndolas en un compartir fraterno de gratuidad.


Dios Amor, que nos lleva a todos en su corazón, nos muestra el «Camino» de este proceso cultural que lleva a la comunión verdadera, donde las personas y los pueblos se encuentra de verdad a sí mismos y con todos los demás: “Este es mi Hijo Amado, en quien tengo mis complacencias, escuchadlo” (Mt 11,5). Sólo el Misterio de Cristo, centro de la formación sacerdotal,[42]hace posible este proceso de armonía intercultural e interreligiosa, sin sincretismos ni relativismos.


El sacerdote ministro, insertado en su comunidad eclesial, podrá realizar más fácilmente este discipulado cultural, haciendo referencia a los numerosos santuarios marianos de América Latina, que son la historia multisecular de una evangelización inculturada: “El rostro mestizo de la Virgen de Guadalupe fue ya desde el inicio en el Continente un símbolo de la inculturación de la evangelización, de la cual ha sido la estrella y guía. Con su intercesión poderosa, la evangelización podrá penetrar el corazón de los hombres y mujeres de América, e impregnar sus culturas transformándolas desde dentro”.[43]


NOTAS

  1. Pastores dabo vobis n.55
  2. ibidem
  3. ibidem n.72
  4. Gaudium et Spes n.54
  5. Redemptoris Missio n.38
  6. Veritatis Splendor n.84
  7. cfr. Aparecida n.44
  8. ibídem n.52
  9. Aparecida, n.192
  10. ibídem, n.194
  11. Ibidem n.476
  12. Ibidem n.480
  13. I, III n.6
  14. IV, n.1
  15. XI, sacerdotes, motivación, n.1
  16. ibidem, n.26
  17. ibidem, n.18
  18. primera parte, 2, nn.51-62
  19. segunda parte, cap. II, nn.585-453
  20. Documento de Puebla, n.51
  21. n.52
  22. nn.18-20
  23. n.53
  24. Puebla n.388
  25. ibidem n.395
  26. ibidem n.398
  27. n.401
  28. n. 403
  29. n.407
  30. nn.421-428
  31. cap. IV, nn.20-24
  32. n.20
  33. n.22
  34. ibidem
  35. n.24
  36. ibidem
  37. cap. VI
  38. E.A. n.70
  39. Fides et Ratio n.27
  40. ibidem, n.24
  41. Evangelii Nuntiandi n.20
  42. cfr. Optatam Totius n.14
  43. Ecclesia in America n.70; cfr. Santo Domingo n.24; Aparecida nn.266-272


JUAN ESQUERDA BIFET