BARRIOS, Juan de los

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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(Pedroche, 1496- Bogotá, 1569) Obispo, franciscano

Fue el tercer obispo de Santa Marta y el primer obispo de Santa Fe de Bogotá (1562), y su primer arzobispo desde 1564 hasta 1569. Nació en Pedroche, de Extremadura, hacia 1496, hijo del licenciado don Gonzalo Hernández. Ingresó en la Orden de Menores Observantes, provincia de los Ángeles, y profesó en fecha incierta. Debió de recibir la ordenación sacerdotal hacia 1521. Probablemente misionó en el Perú; más no se han hallado documentos que lo aseguren.

Carlos V lo presentó como primer obispo de la Plata o Asunción, y Paulo III lo nombró en junio de 1547. A 10 de enero de 1548, el mismo obispo expidió el auto de erección desde Aranda de Duero. Consagrado en Toledo por el Arzobispo Martínez Silíceo, parece que alcanzó a embarcar para su diócesis, pero en el viaje se desbarató la flota en que iba, y vuelto a España renunció al obispado, y visto el rey y su Consejo que no quería volver allá, le dio el obispado de Santa Marta.

El 4 de noviembre de 1552 embarcó en Sanlúcar de Barrameda en la «flota de Carreña». En febrero de 1553, tras azaroso viaje en que naufragaron algunos barcos, sufrieron ataque de corsarios y se incendió la nave capitana, arribó por fin a Santa Marta, por cuyas necesidades materiales y espirituales se interesó en seguida, como se desprende de la carta que desde Tamalameque escribió al Consejo con fecha 15 de abril de 1553. Tomó posesión el 8 de marzo de 1553, dos días después de su llegada.

Desde Tamalameque, en el citado memorial dice que “al cabo de tantos años de estudio” no tiene con qué sustentarse y que va al Nuevo Reino a servir de lo que hallare como un clérigo sencillo: “y no paré ni quedé en Santa Marta, por no morirme y porque no hay casi población. Lo uno por miedo de franceses y por ser la tierra tan enfermísima, y diéronme consejo que saliese de allí, porque me moriría, porque salí de la mar muy malo y pobre de sustentación corporal.”

El Sr. de los Barrios en Santa Fe

Desde marzo venía viajando el prelado hacia la cabecera del Nuevo Reino. En Santa Marta había encontrado una real cédula dirigida al señor Calatayud, pero que éste no alcanzó a conocer y muy acorde con los proyectos del Sr. Barrios.

El rey decía: “Por parte de esa provincia del Nuevo Reino de Granada me ha sido hecha relación que Vos ha muchos días que no fuisteis a ella y que conviene para la conversión de los naturales de la dicha provincia que Vos residáis en ella; porque en ninguna parte de todo vuestro obispado hay tanta gente, como en el dicho Nuevo Reino, ni donde tanto fruto se pueda hacer. Por ende, yo Vos ruego y encargo que luego que ésta veáis, vais a visitar la dicha provincia y hacer en ella vuestro oficio pastoral y estar en ella el tiempo que viéredes que conviene, durante el cual tengáis mucho cuidado de la instrucción y conversión de los naturales de la dicha provincia y de su buen tratamiento; y en la provincia de Santa Marta dejaréis buen recaudo y para el servicio del culto divino y para lo demás que convenga para las cosas eclesiásticas. Valladolid, 22 de febrero de 1549.”

Con el obispo sube el licenciado don Francisco Adame, deán de la diócesis de Santa Marta, del cual dice en la carta escrita desde Tamalameque: “Vuestra Majestad envió conmigo un Deán para esta iglesia, de cuya suficiencia y capacidad yo estoy muy contento; empero, él rehúsa de residir en su iglesia (Santa Marta), y lo mismo hace el maestrescuela que acá estaba. Y la causa que para ello alegan es por ser tierra donde está la dicha iglesia catedral muy enferma, y el puerto muy peligroso de franceses…”[1]

La actuación pastoral del Sr. de los Barrios

A primeros de julio de 1553 fray Juan de los Barrios llegaba, tras fatigosas jornadas por el Magdalena y por las trochas de los Andes, a la capital del Nuevo Reino de Granada. Veló el Sr. de los Barrios por la Iglesia en lo material, en lo humano, en lo espiritual.

Para el mes de octubre iniciaba la construcción de una nueva iglesia que sustituyera a la primitiva de barro y paja. Sacada a remate se hizo con lentitud y con increíble economía y la víspera de que se inaugura en 1565 se vino al suelo sin que ello desalentara el prelado que ese mismo día fuese a una lejana cantera y trajo sobre sus hombros la primera piedra para volver a empezar con mayores proporciones. Buen pastor, no fue sedentario sino andariego y visitó en varias ocasiones las parroquias de su dilatada diócesis. Convocó el primer sínodo reunido en Bogotá el que inició el 24 de mayo de 1556, día de Pentecostés, y las reuniones se prolongaron hasta el 3 de junio. Consta de diez títulos, en que se dan reglas prácticas sobre administración de sacramentos, enseñanza de la doctrina, prácticas de la misma, deberes para con los indios.

Al tratar de ejecutar las disposiciones sinodales, tropezó con los Conquistadores que las estimaron muy gravosas, y también con la Real Audiencia que creyó invadidos sus fueros. En este Sínodo –anota Restrepo Posada– debemos ver los orígenes de nuestra legislación eclesiástica.[2]

Hacia 1558 se instaló solemnemente en Santa Fe el Capítulo Catedral, compuesto de cinco dignidades, diez canonicatos, seis raciones y seis medias raciones. Deán fray don Francisco Adame, Chantre el bachiller don Gonzalo Mejía; maestrescuela don Pedro García Matamoros; canónigos don Francisco Merino y Alonso Ruiz. El 24 de diciembre de 1560 el obispo dio un reglamento o «Consuetas» para el coro, que tratan de oficio divino, maitines, horas canónicas, la salve de los sábados, las horas de Nuestra Señora, la manera de ganar las horas y dispensar de la ganancia, estipendio del semanero, asistencia y ausencias justificadas. Probablemente –observa Romero– el Cabildo no tuvo mucha libertad para votar las constituciones capitulares. El hecho fue que los canónigos se dirigieron al Consejo, y éste por su parte, en real cédula de 2 de febrero de 1562, avisó al Prelado: “Por parte del Deán y Cabildo de esa santa Iglesia catedral me ha sido hecha relación que vos los tenéis oprimidos en muchas cosas y les hacéis firmar capítulos, siendo contra sus preeminencias y libertades, especialmente sobre la orden que se ha de tener en dicha iglesia contra su voluntad y me fue suplicado vos mandase no primiésedes a los dichos deán y cabildo, sino que los dejásedes libres para hacer sus cabildos y ordenar lo que conviniésede al bien de esa dicha Iglesia y que los dichos capítulos que así les hicisteis firmar contra su voluntad los volviéredes a deshacer y dar por ningunos, por ser como son contra las dichas sus preeminencias y libertades o como la mi merced fuese ...” El 14 de julio de 1562 el deán y el bachiller renuevan sus quejas de que son “maltratados inméritamente de nuestro obispo” y agregan que “si no fuera por la Real Audiencia y obediencia y reverencia que a este nombre del prelado deben, no estarían en este obispado ni habría clérigo que pasara a él...”[3]

En 1559 llegó a Santa Fe y fue alojado por el Sr. de los Barrios, el famoso, intrépido y virtuoso obispo de Popayán, don Juan del Valle, que venía a Santa Fe en defensa de los indios, de quienes era activo protector. Ambos, al comprobar que los oidores no alcanzaban cosa, intentaron viajar a España, pero no obtuvieron permiso de los representantes del rey. El l° de junio de 1561 el Sr. de los Barrios avisaba al Consejo la designación de arcediano en la persona de Juan Sánchez Muñoz. El nombramiento fue mal recibido. El Prelado lo estimaba “hombre docto y muy virtuoso y cristiano, y de gran calidad. Certifico que en estas partes hay pocos en que se le igualen.” No pensaban así los capitulares, que hablan de él como clérigo de malas costumbres y ejemplos. La Audiencia informa sobre sus excesos, cohechos y vida escandalosa, y hay documentos que lo señalan como autor, en España, de delitos comunes. Llegado a Santa Fe, le siguió a poco una requisitoria de la Audiencia de Lima para que lo prendiesen; pero al tratar la Audiencia santafereña de cumplirlo, el clérigo se refugió en la iglesia, a tiempo que en ella estaba el obispo, y de allí fue sacado preso. El obispo procedió contra toda la Audiencia, puso cesación «a divinis» y salió de Santa Fe rumbo a España.[4]¿Por propia voluntad? Así se columbra en algunos documentos; pero el historiador Shafer, apoyado en documentos del Archivo de Indias, afirma: “En 1562, la Audiencia de Santa Fe en la víspera del Corpus Christi lo desterró y tuvo que salir en plena noche de la ciudad, acompañado por un solo criado.” Concienzudamente celebró la misa de la alta fiesta en una montaña cercana, emigrado luego hasta la provincia de Cartagena, de donde se quejó al Consejo de Indias, presentando al mismo tiempo su renuncia. En la contestación de 21 de marzo de 1563 fue declinada la renuncia, porque no se podía prescindir de sus conocimientos y gran experiencia y se le prometió al mismo tiempo que el rey recordaría sus buenos servicios, haciéndole mercedes. Al Presidente de la Audiencia, Doctor Venero, se le mandó informase sobre el asunto y diese todo honor al obispo ayudándole en todo.[5]

Dos años después se conoció la merced: Santa Fe fue elevada a la categoría de arzobispado y fray Juan nombrado su primer metropolitano. En Cartagena el Sr. de los Barrios, carente del real permiso para embarcar y por ello impedido por el contador Bartolomé Sánchez, porfió en viajar, “por cuanto va a informar a Su Majestad de negocios muy importantes, ya está a 300 leguas de la iglesia catedral y la subida al reino es dificultosísima para hombres tan viejos como su Rvrna., de 65 años y muy enfermo de asma.” Todavía en 1566 una Real Cédula le niega el regreso a España. Rodríguez Freile en «El Carnero» cuenta así el retorno del pastor: “Los conquistadores y capitanes se alborotaron: la ciudad toda hizo gran sentimiento viendo ir a su Prelado y que la dejaba sin los consuelos del alma; en fin, se resolvió la feria de manera que aquellos señores vinieron a obediencia y todos conformes enviaron por el señor obispo. Fueron a traerle los capitanes conquistadores; volvióse su Señoría, vino a hacer noche de Serrezuela de Alfonso Díaz, que hoy es de Juan Melo. El primero que fue a verle de los señores de la Real Audiencia fue el Fiscal García Valverde, al cual el señor Obispo recibió muy bien y le absolvió, dándole en penitencia que desde la dicha Serrezuela viniese a pie a esta ciudad, que hay cinco leguas; la cual penitencia cumplió, acompañándole otros señores que no tenían culpa, el señor Obispo partió para esta ciudad, donde fue muy bien recibido de todos. Los señores oidores le salieron al camino y donde los topaba los absolvía, dándoles la penitencia del Fiscal. Con todo lo cual se acabó aquel alboroto, quedando muy amigos.”[6]

En cuanto al inquieto Provisor, causante de estas desazones, parece que en realidad no era mansa paloma. Años después murió en Venezuela, en refriega con los indios. Mataron a Joan Sánchez, caballero, clérigo mal seguro de conciencia, el cual fue Provisor de nuestro clero.[7]

El 11 de septiembre de 1562 empezó a ser obispo de Santa Fe y poco después confería la plenitud del sacerdocio al Ilmo. Sr. don Juan de Simancas, Obispo de Cartagena, y más adelante al Ilmo. Pedro de Agreda, O.P., Obispo de Venezuela.

Los albores de la enseñanza

Lo incipiente y casi improvisado del vecindario y la comezón de excursiones y aventuras no permitía en esas primeras jornadas establecer escuelas, ni hay noticias de que existieran; pero se conservan expedientes de entonces en que los vecinos manifiestan no saber firmar. Hubo Real Cédula de 18 de febrero de 1555 en que el rey ordenaba se abriera colegio para niños huérfanos españoles y mestizos. “Pero por no haber con qué sustentar esta obra no se ha hecho.” Por cédula de 27 de abril de 1554 se mandó abrir otro lugar “en donde los muchos hijos de principales fuesen reunidos y enseñados”. En agosto de 1550 los dominicos fundaron convento, y para 1563, bajo el episcopado del Sr. de los Barrios, empezaron a enseñar gramática. Tal fue el comienzo de la vida cultural de Bogotá, años adelante tan aventajada y florecida. En 1576 se compró casa por iniciativa de la Real Audiencia para los indios de familias principales y hasta se comenzaron labores; pero el colegio «no permaneció». Fue gloria de la Iglesia adelantarse en todo linaje de empresas civilizadoras y humanitarias. Y fue merecimiento del primer Arzobispo haber amparado el primer hospital y el primer colegio. Se estaba cumpliendo aquí el mismo proceso que en Europa. La Iglesia fue la promotora de la enseñanza y de la beneficencia, y el Estado terminó expulsándola del ejercicio de estas actividades, poniéndole infinitas trabas y laicizando su profesión. En la vigilancia de las doctrinas y costumbres, el pastor, por oficio y encargo que le impusiera la Santa Inquisición, castigó a algunas mujeres que se dedicaban a sortilegios y hechicerías. El 22 de marzo de 1564 Santa Fe ascendía a dignidad de arzobispado. En las bulas se llamó al Prelado (por equivocación después aclarada y subsanada) Martín y no Juan, y el obispo debió de conocer su encumbramiento a principio de 1566, en que ya firma arzobispo de Santa Fe. Pero además, el buen Pastor piensa en las ovejas enfermas, desamparadas y sin auxilio. Por eso, con su espíritu de bondad cristiana y franciscana, ya desde el 21 de octubre de 1564 había cedido las casas de su morada, contiguas a la «catedral», para fundar un Hospital, que llamó de San Pedro, donde se recogieron los pobres que en esta ciudad hubiere.

Protector de los indios

El Sr. de los Barrios, como prelado justo, recto y derechero, no pudo menos de encontrar resistencias y mantener conflictos con la Real Audiencia, con los religiosos exentos y con los encomenderos de los indios. Era el poder espiritual coartado o canalizado por otros poderes. De ello se disertará más largamente en otros puntos de esta historia general; fueron conflictos generales y usuales en aquellos días y en aquellas circunstancias.

Pero conviene destacar su actitud como protector de los indios. Los Reyes Católicos, el emperador don Carlos y don Felipe continuamente encargaron a los pastores y también a los capitanes, el buen tratamiento espiritual y corporal de los indios, sus vasallos. Protectores de los indios, por nombramiento, fueron el Padre Montesinos, dominico, a quien se puede considerar como el primer indigenista y americanista desde que en diciembre de 1511, en el púlpito de Santo Domingo, de la Isla Española, alzó el grito contra las crueldades de los encomenderos; los padres jerónimos que viajaron a las Antillas con instrucciones redactadas por Las Casas y retocadas por Cisneros, y sobre todos, eminente y vehemente, el padre Bartolomé de las Casas. Posteriormente, el rey cuidaba siempre de nombrar protector a quien nombrara obispo de sedes americanas. Cuando el Sr. de los Barrios fue elegido como primer obispo de La Plata, por Real Cédula de 26 de enero de 1548, fue designado Protector de los indios... “Por ende nos vos mandamos que tengáis mucho cuidado de mirar y visitar los dichos indios y hacer que sean bien tratados e industriados y enseñados en las cosas de nuestra santa fe católica por las personas que los tuvieren a cargo.” Con el mismo título llegó este prelado a Santa Marta y a Santa Fe, según Real Cédula y dos cartas y ordenanzas que se le anuncian por el Consejo.[8]

Que de parte de los españoles dominadores hubiera un conjunto de tropelías y desafueros en el trato con los indios es cosa que se comprueba en infinitos documentos; que los reyes proveyeran y reclamaran de continuo, es fácilmente verificable. Dar la cara y afrontar molestias, eso tocaba a los obispos. El Sr. de los Barrios abordó el problema en su sínodo, y tratando del caso en que los encomenderos hubieran exigido a los indios más de lo que permitía la «tasa», imponía el deber de restitución en todo lo sobrepasado.

Era frecuente que los encomenderos exigieran a sus encomendados trabajo excesivo y no pocos tributos. Para remediar esta injusticia se introdujo la llamada «tasa», a saber, que la cuantía de las obligaciones del indio no fuera impuesta por el encomendero sino por la legítima autoridad. Pero como a veces aún esta tasa resultaba excesiva, el obispo Barrios trajo cédula para hacer una nueva tasación.

A esta especie de tribunal se nombró «retasa», y consta que el Padre Aguado, en su «Recopilación Historial», que el señor obispo impuso varias retasas, benéficas para los indios.[9]Las prescripciones del sínodo lograron mayor justicia, pero nunca en la medida soñada por el Protector. El 15 de septiembre de 1559 el alcalde mayor de Santa Fe don Juan de Penagos, en carta al Consejo de Indias, solicitaba con insidiosos argumentos y datos que la protectoría pasara a la Real Audiencia “que lo hace y cumple sin interés...”

Los sacerdotes colaboradores del Obispo

El historiador Restrepo Posada divide en cuatro categorías los sacerdotes que vinieron a la altiplanicie: la primera, no muy numerosa pero de espíritu admirable, vino con auténtico sentido evangélico y apostólico, en función de ministerio y distribución de la palabra santa, del salvífico mensaje...

Un segundo grupo, ilustrado, irreprochable de costumbres, provisto de estudios en cátedras universitarias, veía fácil en las nuevas sedes americanas la carrera de los ascensos y los honores; no le sobraba el celo ni sentía ansias de padecer por Cristo o consumirse por la dilatación de su Iglesia.

Un tercer grupo se componía de clérigos buenos, pero sin título académico y tocados del prurito de las aventuras como sus coetáneos los conquistadores. Hacían aquí sus economías y ahorros y al cabo de algunos años regresaban al acogimiento de sus casas para una vejez tranquila. A veces legaban pías fundaciones en sus pueblos de España o de Indias. No faltaron tampoco los clérigos carentes de espíritu sobrenatural, ordenados sin verdadera vocación, que venían a estas Indias a vivir alegremente lejos de los prelados y al rebusco de granjerías y dineros. De todo hay en la viña del Señor, y el historiador no puede ignorarlo.[10]Los historiadores marxistas de hoy sólo hablan de este grupo.

Tal fue el material humano de las primeras diócesis de Indias. Esto explica que los obispos fueran escogidos, las más de las veces, de las comunidades religiosas misioneras; explica igualmente la tarea insustituible de dichas comunidades, conservadas, en virtud de sus votos y convivencia claustral, en fervor y vida y en unidad y persistencia de ministerios. Pero como nada humano es perfecto, surgieron –por ello mismo– las fricciones entre obispos, aun frailes, y los religiosos doctrineros, en parte sometidos al prelado y en parte exentos de su jurisdicción. De ello supo con creces y amarguras el Sr. de los Barrios, que era religioso franciscano, y con su Orden y los dominicos se trabó en frecuentes litigios. Por lo que atañe al clero secular, parece que prefirió tener pocos sacerdotes, pero bien formados. Los capítulos 21 a 30 de su «Sínodo» tratan de las cualidades de los que han de recibir las órdenes, de la investigación que acerca de sus costumbres debe hacerse y de las materias en que se han de examinar. Por el Padre Lee López sabemos que fue tan severo en este punto que sólo se conoce el nombre de seis sacerdotes por él ordenados en los dieciséis años que residió en Santa Fe. En carta de 15 de noviembre de 1553 el Sr. de los Barrios insiste sobre la falta de clero: “Por cuanto consta que los Prelados de las Ordenes se agravian con la venida de los frailes a estas partes, no mirando lo que sería razón, y estorban cuanto pueden a los dichos frailes que no pasen acá, y cuando ya consienten en algunos, son frailes no de tanto provecho como acá conviene, y así los más responden muy mal, por lo cual suplico a V.M. mande por sus cédulas al General y su Comisario que en este caso provea con gran calor. Y lo mismo a los Provinciales para que no se estorbe tanto fruto como se puede hacer en estas partes”. Y prosigue: “Como hasta el presente esta tierra no ha tenido fama de rica en oro ni en plata, a la cual fama suelen acudir no sólo los legos empero los eclesiásticos, de cuya causa está esta Iglesia muy desproveída de clérigos, que apenas los hay para servir los curazgos y beneficios, gran servicio a Dios y a mí gran merced hará V.M. en enviar algunos que tengan celo de Dios, porque tengo bien donde emplearlos en enseñar la doctrina por estos pueblos y con buenos salarios y harán gran fruto si ellos son tales”. Para llevar tal mensaje, el obispo escogió a un religioso franciscano, “persona a quien V.M. podrá dar entero crédito, por ser persona de doctrina, vida y ejemplo y que todo lo ha visto y tanteado...” Había misionado en Nueva España y en el Perú, y ahora estaba en el Nuevo Reino, de donde había salido trece años antes para las tierras de Pizarro.

En febrero de 1553 decía en carta a Su Majestad: “No todos los peones que envía a la mies de Jesucristo trabajan de la coger y allegar; antes algunos la disipan y derraman con su mala vida y ejemplo [...] Todos los que a este Nuevo Reino vinieron para fundar y poner el cimiento de la fe de Jesucristo fueron todos tan olvidados de lo que a Dios tenían prometido que en lugar de convertir accedieron a allegar pecunias y vivir tan mal que de sus malos ejemplos queda la tierra inficcionada; y no permitiendo Dios tales pestes en su santa obra, todos se fueron fugitivos y propietarios de la tierra, salvo el custodio de ellos, que fue preso por mandato de los oidores de la Real Audiencia; porque sus obras fueron tan enormes que convino y aun fue necesario que así 10 enviasen [...] Sólo dos quedaron conmigo y al presente no estarán más de tres en este Reino...”

Y termina muy claramente: “Temo que lo que aquí escribo [...] no se leerá por parecer algo prolijo, porque acá se dice que en los consejos de V.M. no leen las cartas, y de ahí es por ventura que no están bien informados de lo que acá pasa, y por esto no proveen muchas cosas como se había de proveer...” El autor de estas pinceladas, que pudieran parecer sombrías y como de viejo amargado y exigente, es el franciscano Fray Juan de San Filiberto.

Un memorial de agravios

En el documento de este fraile enviado a España por el obispo se asientan verdades y afirmaciones sobre los problemas religiosos y civiles del Nuevo Reino. Asimismo se incluyen datos que nos permiten conocer la situación de la arquidiócesis en los días iniciales.

1. Falta de clero.- Esos pobres indios, que están desolados, “no han tenido ningún clérigo ni fraile que les hayan informado sus conciencias, sino unos idiotas y frailes apóstatas que no han pretendido más que trasquilar y tener a estos hombres en ceguedad, y hoy en este Nuevo Reino no hay sacerdote que entienda una palabra de gramática (latín) y casi es así en todas las Indias [...] lo más que acá están no saben leer ni rezar, y su ejercicio es comprar y vender y dar mil malos ejemplos.” Por los frutos de cristiandad ya recogidos nos parece exacerbado el testimonio del anciano religioso. Debía de ser amargo el predicar suyo, a juzgar por lo que a continuación añade.

2. La Real Audiencia.- “Digo a V.M. que si no fuera el miedo de los oidores de esta Real Audiencia, creo que me hubiera maltratado, y si no, por cierto que me hubiera expelido de la tierra. En ninguna parte he residido donde se opugnase tanto la verdad como en este Nuevo Reino, porque V.M. sea cierto que en mi vida conversé con gente tan enemiga de lo bueno y que totalmente menospreciase la salvación de sus ánimas y les pesa formalmente que se multiplique la fe en estos naturales, y esto se lo he oído y por todas vías que ellos pueden la estorban.” 3. Conducta hacia los indios.- “Maltratan a los indios, no los dejan asistir a la doctrina, no consienten que se casen, y aunque por confesión hallamos algunos idóneos para la sacra comunión, no osamos se la dar, porque ladra contra nos como si hubiésemos cometido herejía.” Los someten a trabajos forzados sin pagarles el precio de su trabajo ni darles de comer.

4. De los indios puestos en la Real Corona.- No se preocupan sino para sacarles tributos, y son los peor tratados,” porque los otros no tienen más de a uno contentar y los de V.M. han de contentar a veinte.” El rey no debe permitir que los indios sean vendidos. “Sepa que sus oidores, so color de vender una estancia y un poco de ganado, venden los indios, y los oidores se los encomiendan a quien compró la estancia.” Tampoco quieren reconocer que están obligados a restituir lo que han habido mal de los indios. Dicen que lo merecieron por haber descubierto estas tierras para aumento de la Real Corona.

5. Negligencia en la instrucción y otros deberes.- El obispo quiere que haya escuelas para los indios “donde sean enseñados los niños;” que se les vista y se les alimente “del maíz que siembran para V.M. La Real Audiencia es negligente en el cumplimiento de sus deberes. Los oidores son remisos en corregir y negligentes en proveer, disimulan con los que pueden y a otros cargan la mano, son descuidados en el adoctrinamiento de los naturales y sabiendo cuándo lo hacen los encomenderos no les dicen nada sobre ello y los dejan a su voluntad.”

Adiciones del prelado al memorial

No contento el prelado con las instrucciones dadas a su emisario, las complementa en carta de 31 de enero de 1554 al Consejo. En resumen dicen así:

1. Clero.- Es necesario que en la elección del que ha de venir a Indias se tenga “más consideración y cuenta con la cristiandad y vida de ellos que no con las letras. Aunque si todo pudiera concurrir sería santísima cosa. Porque esos pocos que acá hay son la escoria de España.” 2. Inquietud social.- Que la Real Audiencia y los oidores hagan la tasación de los indios, “porque de parte de no haberse hecho ésta, los indios padecen grandes agravios y estorsiones.”

3. Mandatarios probos.- “Que se provea de presidentes y oidores que sean cristianos y temerosos de Dios para que mantengan esta tierra en justicia porque algunos de los que acá están son más que desolarla y destruirla que para sustentarla.” Por esos días campaba en Santa Fe, desenfrenado y conflictivo, el famoso licenciado Juan Montaña, que, herido por públicas advertencias del prelado, lo acusó calumniosamente a la Corte de cohechos, simonías, roturas y arbitrariedades. 4. Humanidad y progreso civil.- Se interesa por el “camino del desembarcadero hasta esta ciudad de Santa Fe,” que debe ser convenientemente arreglado a costa de la Real Hacienda o por cualquier otro medio, “porque de ser los caminos inicuos y no habitables, no solamente a las bestias pero a los hombres racionales, son compelidos de necesidad a cargar los indios, y de esta causa reciben excesivos trabajos y crueles muertes...” 5. Equidad tributaria.- Estima justo y aun necesario para la conservación y perpetuidad de estos reinos que el rey no lleve los quintos, sino el diezmo los tesoros. 6. Templos del Nuevo Reino.- Trata de las Iglesias que están mandadas hacer, para que los oidores cumplan estas provisiones, “porque en todas estas provincias y Reino ninguna iglesia ni templo hay sino de paja y corren gran riesgo y peligro de quemarse cada día, como se han quemado algunas, y consumido y perdido en ella los ornamentos que había en ellas para el servicio del culto divino.”

El conflicto de las dos potestades

Pastor y Protector y para sus dos atribuciones, nunca «perro mudo», como dice la Escritura, el Sr. de los Barrios hubo de enfrentarse con las autoridades civiles, defendió los fueros de la Iglesia, amparó a los indios, denunció las atrocidades de oidores como Montaña, y, naturalmente, se vio denigrado y acusado. A poco de llegar él a Santa Fe ya habían llegado a la Corte acusaciones de la Audiencia, como ésta: “Al Obispo de este Reino mande V.M. avisar tenga cuidado de lo de su cargo, que es de la conversión de los naturales y de otras cosas a esto concernientes, porque aunque acá se lo acordamos, es algo terrible, y como es obispo y fraile, dice que no le podemos mandar en cosa alguna. Y también le mande V.M. advertir que en las cosas de justicia no se entrometa, porque algunas veces somos molestados con sus muchas importunaciones, y si no se hacen como quiere lo suele decir en el púlpito. Y en esto excede el modo, porque trata de las cosas de justicia que se proveen en la Audiencia entre partes...”

Conflictos con los religiosos

Tenían también que suceder. Eran beneméritos de la conquista, primeros dueños del campo religioso, exentos en muchas actividades por concesión pontificia, provistos de bulas amplísimas para evangelización en el Nuevo Mundo, y acostumbrados al holgado moverse lejos de sus Prelados principales residentes en la remota España. Fraile como ellos, pero puesto por el Espíritu Santo para regir esa porción del pueblo de Dios, el Sr. de los Barrios reclama una sujeción que era debida. Y una ejemplaridad que obligaba a los ministros de Jesús, una coordinación de ministerios exigida por la sana estrategia del apostolado. El prelado, en sus exposiciones a la Corte, se lamenta de que los religiosos residentes en su diócesis son relajados y poco ejemplares, no se sujetan ni toleran correcciones, atraen al vecindario a sus iglesias en los días festivos, contra la prescripción canónica de acudir ese día a las parroquias, etcétera. Los roces más graves los tuvo con los padres dominicos. ¿Cuáles eran las opiniones de los fieles espectadores? El licenciado Tomás López se expresa así, en carta de 15 de enero de 1560, en resumen: 1. Hay grandes pasiones y discordias entre el prelado y los frailes dominicos. De parte del obispo hallé entrada para toda concordia y amistad; de parte de los del provincial de los dominicos alguna pasión y más de la que su profesión permite. Trabajaremos porque se hagan, porque así es imposible predicar el Evangelio y dar buen ejemplo. 2. La mayor parte de la culpa la tienen los frailes, entre los cuales, los hay humildes y cristianos, y los hay necesitados de reforma y de un prelado docto. Mientras yo estuve en gobernación todo el tiempo se me pasó en bregas y cuestiones que con un poco de humildad y caridad se echarán aparte. 3. El fundamento de estas cuestiones está en la real cédula de S.M., que les permite predicar donde quisieren y sin impedimento; el Obispo quiere que haya algún comedimiento siquiera y hasta ahora no las ha impedido...

Por su parte, don Juan de Penagos presenta las cosas de otra manera, favorable a los religiosos, de los cuales afirma ser “los hombres más molestados y perseguidos del mundo por el Obispo Fray Juan de los Barrios, quien les ha impedido hasta continuar los edificios comenzados...” El Consejo se puso de parte de los religiosos y escribió al obispo recomendándole “no desfavorecerlos como dizque lo hacéis, porque no los dejáis predicar ni entender en la dicha instrucción y conversión y en ninguna manera los molestéis ni consintáis molestar...”

Pero la verdad es que había religiosos nada discretos ni mesurados en su comportamiento con el prelado. Este, en exposición a S.M. de 10 de Junio de 1561, después de aclarar los puntos discutibles en sus relaciones con los religiosos, cuenta:

“Estando en la ciudad de Tunja, un día de Pascua de Resurrección, predicando un fraile de los que dicen ser provincial de ellos, publicó las censuras y puso cedulones en todas las iglesias de aquella ciudad, estando yo presente en ella y vuestro Oidor el Lic. Tomás López, que andábamos visitando y juntando los pueblos de los naturales. Ya antes, un mercedario que había venido de Lima, contra todo derecho y justicia, sin ser citado ni oído, discernió censuras contra mí y contra mis beneficiados…”

Postrimerías y muerte del Arzobispo

Para el año de 1565, el Prelado se siente enfermo y añorante de su patria. Ha interesado para ello a sus parientes y amigos de Cazorla. Venero, el presidente, informa al rey: “El arzobispo de este Reino envía a pedir licencia a V.M. para ir a esos reinos y renunciar a su arzobispado. Conviene mucho que V.M. se la de o coadjutor para que le ayude en el trabajo y descanso de su conciencia, porque es muy viejo y enfermo e impotente para salir de su casa.” Así el 1° de enero de 1568.

Ya a 24 de diciembre de 1564 había hecho testamento en Santa Fe. Para la iglesia de Pedroche, su ciudad natal, dejó cinco capellanías y una capilla; una cátedra de latinidad en el convento franciscano de Nuestra Señora del Socorro del mismo lugar y una capellanía en su iglesia catedral con misa el primer domingo de cada mes y procesión del Santísimo por las naves.

El 12 de febrero de 1569, el arzobispo, de manera casi repentina, descansó de su buen certamen, de su intensa actividad y sus recias contradicciones. Fue sepultado en su catedral al lado del evangelio. El Capítulo eligió vicario capitular al doctor Adame, a quien tocó el 12 de marzo de 1572 colocar la primera piedra de la nuestra catedral dedicada a la Inmaculada Concepción. “Fue –dice el P. Zamora– varón esclarecido, dotado de rara piedad, letras y gobierno. Vivió y murió con el crédito de varón justo. Religioso muy celoso del servicio de Dios y de la propagación de la Santa Fe Católica. Todos lloraron su muerte con deseo de que hubiera sido más larga su vida. Enterraron su cuerpo en la catedral y cerca de veinte años después que abrieron la sepultura, para enterrar al sucesor, lo hallaron entero.” El Padre Asensio, franciscano, su confesor y amigo, dijo: “era recto en el gobierno y oficio pastoral, teniendo en pie su jurisdicción eclesiástica sin respetos humanos al poderío secular [...] Con sus clérigos era riguroso en el castigo, amable en quererlos y amándolos como a hijos...” Y Castellanos canta:

                                                           “Predicador en quien resplandecía
                                                             virtud, bondad, valor, celo cristiano,
                                                              incorrupto juez, pastor entero,

y de estos arzobispos el primero...”


NOTAS

  1. Mario Germán Romero, Fray Juan de los Barrios y la evangelización del Nuevo Reino de Granada (Bogotá: Academia Colombiana de Historia, 1960), 48.
  2. José Restrepo Posada, Arquidiócesis de Bogotá. Datos biográficos de sus Prelados. T. I. (Bogotá: Editorial Lumen Christi, 1961), 12. También, El Sínodo Diocesano de 1556: BHA (1956), 458-82. Romero, “Fray Juan de los Barrios”,193 y ss. Transcripción del Sínodo desde la página 457 en adelante.
  3. Romero, “Fray Juan de los Barrios”, 136
  4. Romero, “Fray Juan de los Barrios”,138 y ss.
  5. Ernst Schäfer, El Consejo Real y Supremo de las Indias: Historia y organización del Consejo y de la Casa de la Contratación de las Indias. Tomo II (Nendeln: Kraus Reprint, 1975), 209 y ss.
  6. Juan Rodríguez Freyle, El Carnero (Bogotá: Librería Colombiana, Camacho Roldán, 1935), 75.
  7. Juan de Castellanos, Elegías de varones ilustres de Indias (Madrid: M. Rivadeneyra, 1857), 246.
  8. José Restrepo Posada, “Evangelización del Nuevo Reino”, Revista de la Academia Colombiana de Historia Eclesiástica, 21-22 (enero-julio 1971):13 y ss.
  9. Fray Pedro de Aguado, Recopilación historial (Bogotá: Imprenta Nacional, 1906) Libro IV, cap. 19.
  10. José Restrepo Posada, “Evangelización del Nuevo Reino”, Revista de la Academia Colombiana de Historia Eclesiástica, 21-22 (enero-julio 1971): 17.

BIBLIOGRAFÍA

Aguado, Pedro de. Recopilación historial. Bogotá: Imprenta Nacional, 1906. Asensio, Esteban. Memorial de la fundación de la Provincia de Santa Fe del Nuevo Reino de Granada del orden de San Francisco 1550-1585. Librería General de Victoriano Suárez, 1921. Castellanos, Juan de. Elegías de varones ilustres de Indias. Madrid: M. Rivadeneyra, 1857. Friede, Juan. Fuentes documentales para la historia del Nuevo Reino de Granada desde la instalación de la Real Audiencia en Santafé: 1553-1555. Bogotá: Ed. Andes, 1975. Lee López, Alberto. Clero indígena en el arzobispado de Santa Fe en el Siglo XVI. Bogotá: Editorial Kelly, 1962. Romero, Mario Germán. Fray Juan de los Barrios y la evangelización del Nuevo Reino de Granada. Bogotá: Academia Colombiana de Historia, 1960. Restrepo Posada, José. Arquidiócesis de Bogotá. Datos biográficos de sus Prelados. T. I. Bogotá: Editorial Lumen Christi, 1961. Restrepo Posada, José. “Evangelización del Nuevo Reino”, Revista de la Academia Colombiana de Historia Eclesiástica, 21-22 (enero-julio 1971). Rodríguez Freyle, Juan. El Carnero. Bogotá: Librería Colombiana, Camacho Roldán, 1935. Schäfer, Ernst. El Consejo Real y Supremo de las Indias: Historia y organización del Consejo y de la Casa de la Contratación de las Indias. Tomo II. Nendeln: Kraus Reprint, 1975. Zamora, Alonso de. Historia de la Provincia de San Antonino del Nuevo Reino de Granada, Tomo II. Bogotá: Editorial ABC, 1945.


CARLOS EDUARDO MESA ©Missionalia Hispanica. año XLII - núm.. 121 - 1985