BENZONI, Girolamo

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Historiador anti-hispanista (probablemente ficticio).

Acerca de Girolamo Benzoni [del que figura una representación icnonográfica en su obra La Historia del Mondo Nvovo (Nuovo): Venetia, Appresso Franeesco Rampazetto, 1565] se presentan, de entrada, dos cuestiones: primera, ¿ Girolamo Benzoni es un personaje histórico o simplemente un pseudónimo?; segunda, ¿el autor, quienquiera que sea, viajó por América de hecho o sólo con la fantasía? Hay respuestas, actualmente, para ambas cuestiones y en uno u otro sentido. Por caer fuera de nuestro tema, soslayamos completamente la primera cuestión: nos interesa sólo la obra, lo que ella pretende y lo que contiene, sea quien sea el autor. En cuanto a la segunda cuestión, dejándonos llevar, por una parte, de impresiones personales, y acogiéndonos, por otra parte, al viejo principio de «in dubiis libertas», hemos optado, en la práctica, por excluir a este autor de la nómina de escritores que estuvieron en Indias y que figuran en la Primera Sección de nuestro Catálogo “Caeli novi et terra nova” (BAV 1992)., relegándolo, en cambio, a esta Quinta Sección, dedicada a los autores que opinan sobre América desde Europa.

Girolamo Benzoni es -permítase la comparación- algo así como un Homero. Todo y sólo lo que de él se sabe está contenido en su obra. Su vida discurre entre dos mundos: comienza y termina en Europa con un intervalo de 14 años pasados en América. Un buen día de 1541, a sus 22 años de edad, (por tanto, habría nacido en 1519) decide también él, como tantos otros, irse al Nuevo Mundo; sale, pues, de Milán, llega a Sevilla, y luego a San Lúcar de Barrameda, de donde parte para las Canarias y desde allí para las Indias. Aunque si en un lugar de su Historia dice que se siente «abrazado a la doctrina de Cristo, nuestro Dios y Salvador» (p. 176; citaré siempre por la trad. y ed. de Marisa Vannini de Gerulewicz; Caracas 1967), sin embargo, Benzoni no llegó al Nuevo Mundo como evangelizador; fue allá, dice en otro lugar, (p. 19), porque «no solo deseaba ver nuevos países, sino también hacerme rico». El primer deseo parece haberlo satisfecho con creces; no hay lugar de la geografía hispanoamericana que él no haya visitado: todas las islas antillanas, todas las repúblicas del Centro y Sudamérica. Confiesa que también se hizo rico; pero el modo cómo lo logró es un misterio; unas veces se mueve en torno a algún gobernador, otras se enrola en alguna expedición, pero, en general, actúa como “reporter” solitario, conversa con los indios, se hospeda en su casa, entrevista a los corsarios franceses, dialoga con un fraile flamenco, siempre a la caza de noticias; ¿cuál potente agencia de prensa hubiera podido sostener hoy un corresponsal de este tipo?

El caso fue que -cuenta Benzoni- «tres años después de mi llegada al Perú, encontrándome con varios miles de ducados, ya cansado de estar en aquellos países... pensé irme» (p. 267). Efectivamente, emprendió el viaje de vuelta desde Guayaquil, exactamente, el 8 de mayo de 1550; pero entre enfermedades suyas y naufragios de embarcaciones, le tocó permanecer entre Panamá y La Habana otros seis años largos. Finalmente, el 13 de septiembre de 1556 -puntualiza con toda precisión «entramos en San Lúcar de Barrameda y luego en Sevilla; arreglados mis asuntos, me dirigí a Cádiz; de allí..., al cabo de dos meses llegué a Génova, de lo que tuve gran regocijo, y pronto estuve en Milán» (p. 270).

Casi con aire de un sacrificado misionero, Benzoni concluye su Historia con una especie de Te Deum: «Siempre alabando la Magestad de Dios, y la omnipotencia suya y de nuestro Salvador, que me ha concedido la gracia de ver tantas novedades, y tanto mundo, y tantos países extraños, librándome de innumerables trabajos; cuando yo lo pienso, me parece increíble que un cuerpo humano haya podido soportar tanto» (ibid.). Una vez recuperadas sus energías, Benzoni se puso a redactar su Historia, que saldría a la luz en 1565, no en Milán, dominada por los españoles, sino en Venecia. El autor se preocupó de dejar bien claro en el mismo título que se trataba de la historia de islas, mares y ciudades «da lui proprio vedute, per aqua e per terra in quattordici anni»; algunos biógrafos señalan que la editio princeps veneciana salió a la luz «ad instantia di Gabriel Benzoni», que podría ser un hermano o pariente del autor; la historicidad de éste cobraría así mayor consistencia; pero debo decir que el ejemplar de la misma edición que se conserva en la Biblioteca Vaticana no contiene este dato; así como tampoco lo contiene el ejemplar descrito por Fumagalli, n° 1033.

Benzoni es un periodista, pero no se contentó con escribir sólo lo que vio y observó durante su real o imaginaria «tournée» americana, sino que se propuso contar la historia del descubrimiento y de la conquista de América, al menos en sus principales etapas, valiéndose de fuentes, que ordinariamente no cita, pero que hoy están identificadas en su mayor parte; trátase, sobre todo, de Pedro Mártir de Anglería y de los historiadores y cronistas españoles Pedro Cieza de León, Gonzalo Fernández de Oviedo, Francisco López de Gómara, Agustín de Zárate, etc. Las afirmaciones que, hoy por hoy, se pueden continuar considerando como de su propia cosecha, se reducen a tan poco y son tan personales que pudo tranquilamente hacerlas sentado en su cómodo «tavolino» de Milán, sin necesidad de exponerse a los «innumerables trabajos» de 14 años de viajes.

Además de sus afanes turísticos y crematísticos, Benzoni declara sin tapujos que tuvo la intención de recoger datos directos para demoler totalmente el mito de las gestas españolas en América, alimentado y divulgado por los historiadores nacionales. No es que Benzoni se constituya en defensor de los indios; éstos no le preocupan, pues los califica, por las buenas, de «brutti animali». Lo único que le interesa es derrumbar las glorias que los españoles alcanzaban o decían que alcanzaban. Y la principal de todas, que él se propone, ante todo, combatir, es la evangelización. Lo confiesa él mismo: «Sobre todas las cosas, lo que yo he especialmente procurado saber acerca de esta nación india, ha sido lo que sienten y piensan de nuestra fe; así quiero dar noticia tanto de lo que públicamente he oído decir a algunos sacerdotes y frailes, como de lo que yo mismo he visto y oído de los propios indios, a fin de que los lectores puedan considerar cuán escandalizados han quedado por nuestras malas acciones. Suplico a los discretos, prudentes lectores prestar atención, y oirán dichos y sentencias verdaderamente dignos de grandísima admiración» (p. 178).

Y la conclusión a que llegó Benzoni tras sus diversas «pesquisas» fue que los indios no se convertían sinceramente a la religión cristiana, aunque lo aparentaban. Y la culpa es sola de los españoles: conquistadores, gobernadores, encomenderos, obispos, curas y frailes. Benzoni saca a relucir las pruebas directas. Ante todo, los indios se quejan de que los españoles les predican los mandamientos de su Dios, que son buenos, pero ellos mismos no los observan (p. 178). Además, lo que interesa a los españoles no es la fe, sino el oro. Dice Benzoni: «Los indios conocen nuestra tremenda codicia y nuestra desmesurada avaricia; hay algunos que toman un pedazo de oro en la mano y dicen: Este es el Dios de los cristianos, por esto han venido de Castilla a nuestros países, por esto nos han sojuzgado, atormentado, vendido como esclavos y nos han hecho otras muchas afrentas; por esto pelean, se matan; por esto no descansan nunca, juegan, blasfeman, reniegan, litigan, roban, se raptan las mujeres el uno al otro y, finalmente, por esto cometen toda clase de maldades» (p. 179).

De esto no quedan exentos los frailes y curas: «hay frailes que durante el día hacen cosas que a otros les daría vergüenza hacerlas durante la noche... »; «hubo uno de la Orden de San Francisco que públicamente decía que en todas la Indias no había ni un sacerdote, ni un fraile, ni un obispo que fuese virtuoso, (ibid.).» «Yo mismo he oído conversaciones de sacerdotes que decían entre ellos que habían ido de España a Indias para ganar dinero, y no por otra cosa» (p. 179). Después de citar casos semejantes, concluye Benzoni: «He aquí parte de los milagros que los españoles han hecho en las Indias» (p. 180). Y convirtiéndose en crítico de los historiadores que usa como fuentes, escribe Benzoni: «a pesar de que tanto se jactaban en sus historias de haber siempre combatido por la fe cristiana, la experiencia, especialmente en estos países, demuestra abiertamente que han combatido por la codicia» (p. 153).

Otra de las razones de la imposibilidad de la verdadera conversión de los indios está en la crueldad que usaron los españoles con ellos; y aquí Benzoni, refiriéndose a Santo Domingo, alega los tópicos ya conocidos: los indígenas que, por desesperación, se ahorcaban y mataban a sus hijos, y las mujeres que interrumpían los embarazos; todo lo cual dio por resultado que la isla, de dos millones de habitantes que tenía, contaba en su tiempo apenas unos ciento cincuenta. Y comenta, sarcástico, Benzoni: «Esta ha sido su manera de hacerlos cristianos» (p. 94). Benzoni cree haber demostrado que la conversión de los indios al cristianismo era un mito: «Habiendo yo recorrido este Nuevo Mundo por espacio de catorce años ..., y leído las historias que los españoles han escrito sobre sus empresas en estos países, encuentro que en algunas cosas ellos se han alabado un poco más de la cuenta, particularmente cuando afirman que son dignos de gran laude por haber convertido y hecho cristianos a todos los pueblos y naciones que han conquistado y sojuzgado en las Indias: así dicen ellos, que los han hecho cristianos... Pero yo... encuentro que hay mucha diferencia entre serlo de nombre y serlo de hecho» (pp. 176-77).

En vez de convertir a los indios, lo que han hecho los españoles fue aterrorizarlos y estimularlos al odio. Así sentencia definitivamente Benzoni: «En conclusión, yo digo, que donde quiera que los españoles han desplegado sus banderas, han dejado recuerdo de grandísima crueldad y huella de odio perpetuo entre los naturales» (p. 94). Pero, no obstante su aparente humanitarismo y su acendrado anti-hispanismo, a Benzoni le interesaban bien poco tanto las desgracias de los indios como las crueldades de los españoles; una sola cosa le preocupaba: que innumerables pueblos hubiesen abrazado el cristianismo. Y, según su propia confesión, se propuso demostrar que ese hecho era un mito. En una palabra, Benzoni quiere poner sobre el tapete la acción evangelizadora de la Iglesia.

El nombre de Girolamo Benzoni, sea quien sea el autor que se encubre bajo él, va unido a los orígenes de la «leyenda negra» americana. Su Historia fue usada por la Reforma [protestante] como un arma eficacísima para tratar de destrozar a la Iglesia [católica] desde dentro, ya que aparecía escrita por un italiano que se profesaba católico -«abrazado a la doctrina de Cristo»- y que decía haber visto y observado personalmente los hechos que describe, y estaba dedicada, además, nada menos que al papa Pío IV. En ella se contiene todo lo que de negativo se podía decir contra la evangelización americana: genocidios, crueldades, vida depravada de clérigos y religiosos, sed de oro, conversiones forzadas. Ninguno de los ideólogos modernos ha podido añadir algo nuevo a esta sarta de improperios.

La obra, además de la editio princeps, conoció en los tres siglos siguientes más de 30 ediciones, de las cuales, quince son en latín, siete en alemán, cinco en holandés, tres en francés, dos en inglés, y sólo una en Italiano. El calvinista francés y pastor en Ginebra, Urbano Chauveton, fue uno de los que contribuyó mayormente a difundirla. La tradujo al latín y la editó, por primera vez, en Ginebra en 1578, y nuevamente en 1586. Chauveton preparó también la traducción francesa y la publicó junto con la historia del «massacre » de hugonotes en un mismo volumen que lleva el siguiente título: Histoire nouvelle du nouveau monde ... Ensemble une petite histoire d'un massacre commis par les hespagnols sur quelques fran¬cois en la Floride..., Geneve, Eustache Vignon, 1579. Es digno de notarse cómo una simple escaramuza entre unos cuantos soldados españoles y «quelques » corsarios hugonotes se convierte en un auténtico «massacre» por arte del lenguaje. Otro grande propagandista de la Historia de Benzoni será Theodor de Bry, quien con sus caricaturescos diseños y comentarios contribuirá a hacer más agradable su lectura.

Bibliografía

  • Benzoni, G. La Historia del Mundo Nuevo. Traducción y notas de Marisa Vannini de Gerulewicz. Estudio preliminar de León Croizat (Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia; Caracas 1967)
  • M. Allegri, «Di Girolamo Benzoni e della sua Historia del Mondo Nuovo», Raccolta, 5/3, 133-54
  • C. Pereyra, Quimeras y verdades en la historia (Madrid 1945) 354-62 (en torno a la personalidad de Benzoni y al valor documental de su obra)
  • Romeo, Le scoperte, 86 («si potrebbe persino dubitare che in America egli sia stato effettivamente; tanto piu che il vanto di viaggi inesistenti e tutt'altro che raro in quel tempo (si ricordi per tutti l'esempio del Botero)»)
  • L'Amerique vue par l’Europe, Paris 1976, 70.


ISAAC VAZQUES JANEIRO (© Caeli Novi et Terra Nova- BAV 1992)