CALOCA CORTÉS, San Agustín

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
Ir a la navegaciónIr a la búsqueda

(Sacerdote y mártir ; Teúl, Zacatecas 1898 - Colotlán, Jalisco, 1927)


Agustín Caloca era natural del rancho de Las Presitas, en el municipio de San Juan Bautista del Teúl (hoy Teúl de González Ortega), Zacatecas, y parroquia de San Juan Bautista. Teúl se hará famoso durante la Cristiada por ser un lugar de frecuentes levantamientos cristeros y aguerrido baluarte de los mismos contra la federación, que continuamente le azotaba con la plaga de sus violencias. Leyendo las historias de estas poblaciones emergen claramente temperamentos valientes y de fuerte arraigo a su catolicismo. De aquí provenía este joven sacerdote mártir, nacido el 5 de mayo de 1898. Sus padres eran Edwiges Sánchez Caloca; éste último apellido era el que le pertenecía por ser el de su padre natural Caloca y será el que usará nuestro mártir. Su madre se llamaba María Plutarco Cortés. De este matrimonio nacieron diez hijos, que los padres educaron entre los apuros económicos y las zozobras de la revolución carrancista.


Mártir con el sacerdocio apenas estrenado


Este joven mártir de Cristo contaba sólo 29 años cuando lo martirizaron y llevaba cuatro siendo sacerdote. Había entrado en el seminario de Guadalajara a los catorce años, en 1812. Después de dos años llegó la revolución carrancista, cerrando el seminario y dispersando a sus alumnos. Tuvo que volver a su casa de Teúl. Un año después, en 1915, el P. Cristóbal Magallanes abrió el seminario de Totatiche y allí se fue el joven Agustín. Eran años llenos de convulsiones revolucionarias y en Jalisco el gobierno arremetía continuamente contra la Iglesia. Sin embargo, se pudo reabrir el seminario de Guadalajara. Allí fue el joven seminarista para realizar sus estudios teológicos en 1919. Fue ordenado sacerdote por el arzobispo Don Francisco Orozco y Jiménez el 5 de agosto de 1923 en la catedral de Guadalajara. El P. Magallanes lo pidió al arzobispo para su pequeño seminario y como coadjutor suyo en la parroquia de Totatiche. Allí permaneció durante tres años y diez meses, hasta el día de su martirio.


Tras la suspensión del culto en 1926 y la persecución que arreciaba la pequeña comunidad del seminario de Totatiche tuvo que escapar. El padre Agustín se refugió con doce seminaristas en el rancho de Cocoasco en la parroquia de Chimaltitán (Jalisco). Vivieron allí durante cuatro meses. Bajó a Totatiche para reunirse con el P. Magallanes y los demás seminaristas que allí habían quedado. Todo parecía tranquilo. Pero hacia las diez de la mañana del día 21 de mayo corrió la noticia de la llegada de la federación, como llamaban a las tropas federales. El padre Agustín enseguida ordenó la dispersión de los seminaristas en las casas del vecindario amigo. Él salió al último, acompañando a un joven seminarista, Rafael Haro Llamas. Se dirigieron al rancho de Santa María. Rafael recordó muy bien el diálogo entre los dos: “Jesús, víctima inocente quiere víctimas voluntarias para que se de gloria a Dios y se pague por tantos sacrilegios y tanta maldad… Ojala nos toque a nosotros”, continuó platicando el sacerdote. Y agregó: “Es natural que se sienta miedo, pero si Jesús sufrió angustia, tristeza y pavor en el huerto, Él sabe infundir ciertamente alegría y valor para morir por Él”. “No te preocupes, (…) a ti no te pasará nada. Baja; busca alguna piedra para que escondas los libros [llevaban con ellos unos cuanto libros], pues no conviene que nos encuentren con ellos”[1]. Se fue a esconderlos. En aquellos momentos llegaron los soldados que dieron con el sacerdote y lo llevaron preso.


Aquel mismo día, dos horas después, apresaron al señor cura Cristóbal Magallanes. Lo llevaron a Totatiche, a la prisión donde ya se encontraba preso su discípulo el P. Agustín y otros cuatro cristeros. Los buenos vecinos de Totatiche hicieron lo imposible para rescatarlos implorando clemencia al general federal Francisco Goñi, señalando la cadena de beneficios que el vecindario había recibido siempre de sus sacerdotes. El general les juró, bajo su palabra de honor, que los habría enviado a la ciudad de México donde estarían a salvo. Como tantas veces en aquellos años, ¡la palabra de honor se la llevó el viento!


El día 23 de mayo, a media mañana, el general los mandó al camino de la muerte. Llegaron cabalgando hasta Momax en Zacatecas y de aquí pasaron a Colotlán en Jalisco. El miércoles, día 25, volvieron a marchar. No hacia México según la promesa, sino hacia el paredón de la muerte. El P. Agustín murió fusilado con su antiguo maestro el P. Magallanes aquel mismo día.


Ya hemos relatado los últimos momentos de los dos mártires: el padre Agustín que quiso hablar y no se lo permitieron. Y su humanidad total: ante el paredón, también él, como Cristo en el Getsemaní, sintió el pavor de la muerte. Cuando el pelotón de soldados se disponía a disparar hizo un ademán como para esquivar las balas. Entonces el oficial lo injurió y le dio un bofetón. Intervino entonces su maestro y padre espiritual Magallanes con las palabras que ya hemos recordado: “Tranquilízate, padre, Dios necesita mártires; un momento y estaremos en el cielo”. A lo que el joven discípulo respondió mirando a sus ejecutores: "Nosotros por Dios vivimos y en El morimos"[2]. Cayeron los dos juntos segados por las balas. Los soldados arrastraron sus cuerpos, aún palpitantes, hasta el zaguán de la presidencia municipal. La gente corrió para empapar algodones en la sangre de los mártires. Un buen vecino, llamado Eufrasio Valente, cual otro nuevo José de Arimatea, suplicó que se le entregasen los cuerpos para poder amortajarles y darles sepultura. Se lo permitieron. Fueron llevados al cementerio local de Colotlán, pero prohibieron que la gente les acompañase. Eran las cuatro y pico de la tarde de aquel miércoles 25 de mayo de 1927.


El Presidente Municipal de Colotlán envió al Gobernador del Estado, aquel mismo 25 de mayo el siguiente mensaje: “Para conocimiento de esa Superioridad, tengo la honra de informar que en el interior del ex palacio municipal de esta ciudad, fueron pasados por las armas, hoy, dos sacerdotes católicos, llamados Cristóbal Magallanes y Agustín Sánchez Caloca, por las fuerzas federales del Teniente Enrique Medina[3].


El 23 de agosto de 1933 al trasladarse los restos de los dos mártires de Cocotlán a Totatiche, se encontró que el corazón del P. Caloca estaba incorrupto. Hay que notar que los habían sepultado en un sepulcro lleno de agua. Todo se había descompuesto, menos el corazón del sacerdote, atravesado por una bala de la que quedaba incrustado un fragmento en aquel corazón del Mártir[4]. Sus reliquias se veneran hoy en el templo parroquial donde había sido bautizado, en Teúl, Zacatecas.


En comunión con su maestro hasta el martirio


Al P. Cristóbal lo fusilaron por lo que era: sacerdote católico. Con él hemos visto que fue también apresado y fusilado uno de sus discípulos del seminario clandestino: el P. Agustín Caloca Cortés[5]. Cayeron el uno junto al otro. Amigos y compañeros en vida, maestro y discípulo no se separaron en la hora del testimonio y del martirio.


El P. Agustín se había quedado a trabajar con su maestro en el seminario clandestino. Cuando la persecución arreciaba se vio obligado a escapar con once seminaristas a un lejano rancho. Allí, la víspera de su martirio compuso este poema-canto:


Adelante, cristiano caballero

Ya de tus huestes los clarines oye;

Mártir de Cristo, la fatiga emprende,

Lucha sin tregua.

Baja al Averno y tu destino mira

Augusto emperador victoria canta

Al rodar tu cabeza ensangrentada,

Yerta, sin vida.

Ruge la fiera corajuda

Mirando en derredor la muchedumbre

Ya devorar su presa se adelante

Y ávida corre.

Mártir cristiano, ya la palma bate,

desprecia el mundo y sus riquezas deja;

porque es polvo, es vanidad, es nada:

corre hacia Cristo.

Ofrece el holocausto suspirando, el cáliz del dolor gustoso liba

y abraza el leño que lleva al Cielo:

mira a Jesús.

Ángel del Cielo, mi plegaria escucha:

tú que repartes lauros de victoria,

rápido baja, el sacrificio acepta,

llévalo al Cielo[6].


Notas

  1. González Fernández, Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo, Tomo II. Ed. Arquidiócesis de Guadalajara, México, 2008, p. 907.
  2. Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, I, 137; II, 36, & 91; 49, & 129; 26, & 63.
  3. Positio Magallanes, I, 138; III 119.
  4. Positio Magallanes I, 139; III, 98-102.
  5. Positio Magallanes, I, 132-136.
  6. Positio Magallanes I, 134; III, 96.


Bibliografía

González Fernández, Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo, Tomo II. Ed. Arquidiócesis de Guadalajara, México, 2008.

Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, tres volúmenes.

López Beltrán, López. La persecución religiosa en México. Editorial Tradición, México, 1987.

Louvier Calderón, Juan. Con letras de sangre. UPAEP, México, 2005.


FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ