CAPUCHINOS EN VENEZUELA; Realizaciones en las zonas de misión

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
Revisión del 21:01 16 jul 2020 de Vrosasr (discusión | contribuciones)
(dif) ← Revisión anterior | Revisión actual (dif) | Revisión siguiente → (dif)
Ir a la navegaciónIr a la búsqueda

Advertencia inicial

Meritorias fueron y muy dignas de alabanza las actividades y realizaciones de los capuchinos en las zonas misionales, existentes en territorios de la actual Venezuela, hasta el comienzo de la guerra emancipadora. Fueron en cambio un tanto escasas y, en apariencia al menos, de no mucho lucimiento sus actuaciones fuera del campo misional, o sea, aparte de las que se dirigieron a la reducción y evangelización de los nativos.

Voy a limitarme al tiempo que corre entre el descubrimiento y la contienda independentista de 1810. Otra cosa seria posteriormente, es decir, a partir de 1842, en que se llevaron a cabo negociaciones para restablecer las antiguas misiones, cuando los capuchinos, en número considerable que sobrepasa los 70, llegan a Venezuela. No lograda aquella primera finalidad por causas ajenas, la actuación de los mismos tuvo que encaminarse por otros derroteros que el propiamente misional, a lo largo y ancho del amplio territorio venezolano.

Sus trabajos en diversos órdenes y aspectos así como los éxitos conseguidos, desde el mencionado1842, fueron más brillantes, más llamativos en lo externo pero no encajan, por el tiempo, dentro del tema señalado.

Por tanto, no puedo por menos de limitarme a presentar hechos esporádicos, sueltos, casi sin trabazón sistemática, pero al fin de cuentas, realizaciones de aquellos mismos misioneros capuchinos que, sin dar de mano ni descuidar la principal obligación de reducir y catequizar a los naturales y atender a su promoción humana, intelectual y cultural, supieron extender su ministerio y su influencia a otros campos y ejercitar su celo y apostolado en pro de quienes, ya civilizados, como españoles, mulatos, mestizos, y negros, vagaban de una a otra parte por muy diversos motivos e intenciones.

Aun no concediendo demasiada importancia a cuanto pretendo decir, veo sin embargo en ello algo que forma historia y es a la vez parte integrante de la que la Iglesia escribió aquí, y que, por lo tanto, no merece desprecio sino estima, ya que por otra parte nos da además lecciones y nos ofrece enseñanzas.

Sigo en ello la palabra evangélica pronunciada en otro sentido: “Colligite fragmenta ne pereant: recoged los sobrantes, los restos para que no desaparezcan”. Yo voy a recoger esos fragmentos de historia, esas diminutas migajas de hechos no llamativos para formar un conjunto que ojalá aporte a la comprensión de la labor misional.

Una singular prohibición

Para que mejor se comprenda lo sucedido y dar explicación satisfactoria a esa escasa actuación de los capuchinos fuera de las zonas misionales de Venezuela, es forzoso tener presente algo que quizás sea un tanto desconocido. Porque no deja de extrañar que, cuando las demás órdenes religiosas que en territorio venezolano ejercieron por un lado apostolado misional y juntamente levantaron conventos, colegios, centros benéficos, de enseñanza, etc., desde los que dejaron sentir su influencia caritativa, cultural y religiosa, no haya sucedido lo propio con los capuchinos.

La razón no fue otra sino que a los capuchinos se les prohibió terminantemente establecer conventos en tierras de las Indias Occidentales. Además, resulta curioso examinar los motivos en que se apoyaba el Consejo de Indias para no permitirles pasar al nuevo continente y ocuparse en la evangelización de sus moradores.

En primer término, porque estaban fijadas las órdenes religiosas que tenían en cierto modo la exclusiva de hacerlo, como eran los franciscanos, dominicos, agustinos, mercedarios y jesuitas. A eso agregaba el Consejo de Indias que, si se concedía a los capuchinos el privilegio o pase, con aquellos mismos objetivos, por muy elevados que fuesen surgirían encuentros, roces, disensiones entre ellos y los demás religiosos misioneros... Como si el campo no fuera sobrado extenso para que unos y otros pudiesen ejercer su ministerio evangelizador con plena holgura y sin peligro de que ocurriesen aquellos excesos...

Otro de los motivos para la expresada negativa fue que los capuchinos no tenían convento alguno en las Indias Occidentales, y, no estando permitida la ida a religiosos que no los tuviesen allí, no debían ellos ser una excepción...Así venía a establecerse un círculo vicioso.

Y lo que más sorprende es que, después de autorizarles ir primero a la misión del Darién (Panamá) en 1647, y más tarde a la isla de Granada en 1650, a Cumaná en 1657, y a los Llanos de Caracas en 1658, todavía el fiscal del Consejo de Indias recalcaba, en junio de 1662, que inexorablemente tenía que cumplirse lo mandado en las cédulas de 19 de septiembre de 1588 y 29 de marzo de 1601, en las que se decía no fuesen a las Indias religiosos que no tuviesen autorización para fundar conventos. Así argüía: “y no teniendo, como no tienen dichos religiosos capuchinos, licencia ni permisión cara fundaciones, están prohibidos de pasar a ellas con ningún pretexto”.[1]

Tales cédulas de prohibición alegaron machaconamente algunos consejeros de Indias en apoyo de su modo de pensar, a través de las varias consultas tenidas en los últimos meses de 1646, cuando se trató de conceder o denegar permiso a fray Francisco de Pamplona para marchar al Darién y establecer allí misión.

Justamente este religioso que logró al fin su intento por cédula de 10 de enero de 1647 y organizó de ese modo la primera misión de los capuchinos españoles en el nuevo continente, previendo tal dificultad –es decir, la de no poder fundar conventos– se adelantó, al igual que lo hizo la Congregación de Propaganda Fide, asegurando que no solo no harían fundación alguna de conventos, pero que ni siquiera lo intentarían.

Con todo y con eso no se dieron por seguros y satisfechos aquellos consejeros, replicando con maliciosa insidia: “Aun cuando dicen que no fundarán conventos, la necesidad les obligaría, o estarían en casas particulares, lo que no conviene”.[2]No obstante tales suspicacias, los capuchinos prometieron entonces, 1646, que ni fundarían conventos ni tampoco lo pretenderían, como así fue.

Entre otras razones porque no querían ser gravosos al erario público y por los inconvenientes o causas internas que la misma Congregación de Propaganda Fide apuntaba en agosto de aquel mismo año: “Dichos Padres misioneros no establecerán allí nuevas fundaciones, toda vez que su Orden no consiente se hagan conventos en regiones tan lejanas, donde no podrían ser visitados por el general, quien acostumbra visitar toda la Orden”.[3]

Uno de los misioneros de Cumaná, el P. Lorenzo de Zaragoza, alegaba otros motivos de tal prohibición o negativa en memorial presentado al rey en 1703.[4]Asimismo el fecundo escritor P. Francisco de Ajofria agregaba, hablando en tercera persona, una fundada suposición para explicar ese hecho histórico.[5]

La realidad fue que los capuchinos no tuvieron nunca, durante el período hispánico –es decir, desde el descubrimiento hasta la independencia– convento alguno en territorios de las Indias Occidentales, excepción hecha de los de San Felipe Neri de Santa Fe y del Socorro, ambos en Colombia, erigido el primero el 24 de octubre de 1777, y el 16 de septiembre de 1787 el segundo, pero los dos estuvieron destinados exclusivamente a residencia de predicadores encargados de dar misiones populares y circulares por todo el país.[6]

Con lo expuesto, y ante el hecho de no haber tenido convento, queda fácilmente despejada la incógnita de la poca actividad de los capuchinos fuera de las zonas misionales, la que por el contrario tuvieron las otras órdenes religiosas.

Sin embargo esa actividad –al igual que su apostolado– ejercidos no por otros sino por los propios misioneros, no fueron exclusivos de esas zonas ni tampoco restringidos a los nativos que las poblaban, sino que se extendieron a otros campos, a otros sectores y gentes, aunque con limitación, como es natural.

Las noticias relacionadas con todo ello, sueltas, esporádicas como dije antes, constituyen también historia y sirven para completar e ilustrar la de la Iglesia en estas tierras venezolanas, cuyo pasado, glorioso sobremanera, influyente y decisivo en muy diversos aspectos, tratamos de dar a conocer.

El Apostolado capuchino en Misiones populares

Doy comienzo por este apostolado porque, aunque parezca extraño, los misioneros capuchinos, dedicados de lleno a su primordial obligación, sacaron tiempo para predicar la palabra divina también a los civilizados que, de asiento o por diversas circunstancias, vivían en las regiones que abarcaban las zonas misionales, como fueron Cumaná, los Llanos de Caracas, Guayana y Maracaibo. Y consigno en primer lugar un hecho que tuvo transcendencia singular en la evangelización de los naturales y más que todo en la extensión o ampliación del campo misional. Me refiero a las misiones populares predicadas en la isla de Margarita por los primeros misioneros destinados a Cumaná –PP. José de Carabantes y Agustín de Frías– a poco de arribar a dicha isla el 8 de septiembre de 1657. La asistencia fue extraordinariamente numerosa y el fruto espiritual se tradujo, en solo medio mes –según carta del gobernador de aquella isla– en cerca de seis mil confesiones, aparte de las rigurosas penitencias hechas en público y privado.[7]

En la misma embarcación en que había efectuado el viaje desde España, el P. Carabantes se dirigió a La Gunira, marchando luego a Caracas, tal vez invitado por el cabildo eclesiástico de la ciudad. En ella permaneció entregado de lleno a la predicación que inició con el mes de octubre y continuó hasta fines de noviembre, y fue tal la conmoción de la gente y la admiración despertada aun entre los miembros del cabildo, que no pudieron por menos de manifestarlo así al rey en sendas cartas, sobresaliendo entre todas la del provisor, y más tarde obispo de Puerto Rico, D. Marcos Sobremonte. Este compara en su extenso escrito al P. Carabantes con el profeta Isaías por su arrebatadora palabra y hace de sus virtudes la más calurosa y entusiasta apología.[8]

En otro orden de cosas, aquella predicación se tradujo además en algo concreto y transcendente. El cabildo tomó entonces la decisión de solicitar del rey, con el mayor encarecimiento, el envío de más religiosos capuchinos que se dedicasen a la conversión de los indios, particularmente de los guamonteyes, pobladores de los llanos entre Acarigua y Guanaguanare.[9]Así surgió la segunda misión de los capuchinos en Venezuela, la de los Llanos de Caracas.

No paró ahí la actividad del P. Carabantes; con el mismo ardoroso celo continuó predicando misiones, ejercicios espirituales y otros sermones a los españoles de las ciudades y villas del interior, lo propio que su compañero el P. Agustín de Frías hacía en distintos lugares de la isla de Margarita, de Cumaná y Tierra Firme, recogiendo por doquier abundante cosecha de conversiones y enmienda de vidas.[10]

Tan fructífera y apostólica labor fue continuada por ambos religiosos hasta el arribo de los restantes que componían la primera expedición con destino a la misión de Cumaná, 18 de enero de 1658, y aun también hasta la llegada de los destinados a la de los Llanos de Caracas, en julio del mismo año. Fue interrumpida solo para prestar heroica asistencia por todos ellos a los incontables contagiados de la epidemia denominada «puntada», en Caracas, en Oriente y en los Llanos, según luego indicaré.

Misiones en los Llanos de Caracas

Pasada esa calamidad, mientras los misioneros destinados a los Llanos de Caracas iniciaban su tarea de reducción y conversión de los naturales, en el mes de octubre de 1658, los de Cumaná no pudieron hacer nada con los indios chaimas, durante un año, por su cerrada oposición a pacificarse.

Tan largo espacio de tiempo no corrió en balde. Cuatro de ellos, los PP. Lorenzo de Magallón, José de Carabantes, Francisco de Tauste y Lorenzo de Belmonte, divididos de dos en dos, se dedicaron de lleno a predicar misiones y ejercicios espirituales todo a lo largo de la geografía de los Llanos y otras regiones, llegando incluso hasta Maracaibo.

El recuento de las ciudades y villas principales donde ejercieron su apostolado, lo hace uno de los misioneros: Caracas, Nueva Valencia, Nueva Segovia, Nirgua, El Tocuyo, Carora, Trujillo, Maracaibo, La Guaira, Petaro, Las Guarenas, Victoria, San Mateo, Zagua, Turmero, Quíbor, Quara, Borojo, El Tocuyo de la Costa, etc. Los frutos cosechados fueron abundantes y extraordinarios, que el P. Carabantes resume en estas palabras:

“Se vieron en estas misiones notables conversiones de personas de todos estados y sexos. Muchas mujeres, de mujeres escandalosas pasaron a ser Magdalenas y muy ejemplares y penitentes; y muchos hombre de Pablos y Zaqueos pecadores se trocaron en Pablos y Zaqueos arrepentidos y justos, con grande y común admiración y ejemplo. Muchas y muchos renunciaron al siglo y sus vanidades y abrazaron fervorosos el hábito y estado de perfección en diferentes religiones; y aun de estas algunos, menos perfectos, tomaron con mayores alientos el estudio y ejercicios de las virtudes, y de todos estados muchos abrazaron con grande fervor y frecuencia el ejercicio de la oración mental”.[11]

Tampoco los restantes misioneros de Cumaná cejaron en este mismo apostolado, especialmente el P. Agustín de Frías, en continuo predicar por tierras de la Margarita, Nueva Barcelona, Cumanagoto y Cumaná, con idénticos resultados de conversión y cambio de conducta.[12]

Tan sorprendentes fueron, y tal la admiración y entusiasmo despertados, que el P. Lorenzo de Magallón, superior o prefecto de ambas misiones, desalentado por la reiterada negativa de los chaimas a reducirse, decidió pedir al Consejo de Indias la gracia de que los religiosos destinados a la misión de Cumaná, se ocupasen más bien “en la predicación y confesión de los españoles, discurriendo de dos en dos, como hacían los Apóstoles, de unas en otras ciudades, sin que en ellas puedan hacer más mansiones que las que fueren necesarias para las predicaciones y confesiones de los vecinos de ellas”.

Tal propuesta la formula, según afirma, guiado por el celo y amor de las almas y porque “todos los hombres más graves de las religiones de estas provincias condenan a pecado mortal que los seis religiosos dichos se ocupen en la reducción de los indios sino en la de los españoles que no tienen menos necesidad”.[13]

Fue esa carta que lleva fecha 2 de diciembre de 1658, explosiva en extremo, hasta el punto de que, por cédula de 2 octubre de 1660, se ordenó volver a España a todos aquellos misioneros capuchinos. Una determinación de funestísimas consecuencias no se llevó a cabo providencialmente: hubiera dado al traste con las dos misiones de Cumaná y los Llanos de Caracas.[14]

Pasada esa fuerte tempestad, las aguas volvieron a su curso y todo marchó con prosperidad en adelante. Los religiosos destinados a la de Cumaná continuaron su actividad de predicación a los españoles, destacándose el P. Agustín de Frías, que, llamado por el gobernador de Caracas, D. Pedro de Porres y Toledo, predicó en esta ciudad la cuaresma de 1659 y prosiguió hasta octubre con gran aceptación de todos, “por ser en doctrina y fruto de ella, -escribe el gobernador-, tan venerado en toda la costa”.[15]

Entre tanto los indios chaimas de Cumaná decidieron, por fin, reducirse. En consecuencia, antes de terminar 1659, se establecía la primera población con nombre de Santa María de los Ángeles de Guácharo, y a partir de entonces, los religiosos se entregaron con entusiasmo a la empresa encomendada de evangelizarlos. Lo propio venía haciéndolo ya los destinados a la conversión de los pobladores de los Llanos de Caracas.

No obstante el trabajo que eso suponía y llevó forzosamente consigo, aun encontraron tiempo y oportunidad unos y otros para, sin abandonar aquella labor primordial y obligatoria, dedicar parte de la actividad y cuidados a los muchos españoles que vivían en pueblos, villas y ciudades existentes dentro de los territorios misionales, e incluso a los mulatos, mestizos, negros, etc., que también abundaban. Lo que quiere decir que aquella predicación de misiones populares e igualmente de sermones la ejercitaron posteriormente, de modo singular en las provincias de Cumaná y Caracas.

En efecto. Tal vez el prestigio y la buena fama adquirida allí por los misioneros capuchinos con la predicación al igual que los éxitos alcanzados llegaron a conocimiento de los consejeros de Indias. Estos debieron reflexionar que era también de su incumbencia cuidar, tanto en el orden espiritual como material, de los naturales de aquellas tierras venezolanas y juntamente de los españoles y demás gentes que allí residían.

Claro testimonio de ello es una cédula, fechada en Zaragoza el 31 de mayo de 1678 y dirigida precisamente al obispo de Caracas, el celoso dominico D. Fr. Antonio González de Acuña. Se le exhortaba en ella a que, después de cambiar impresiones con el gobernador de la provincia, velase con celo por extinguir los vicios existentes en la diócesis. Como remedio, se le ordenaba se diesen en toda ella misiones generales, añadiendo que, a tal objeto, se valiese de los misioneros capuchinos de los Llanos de Caracas.[16]

No cabe dudar que el ilustre González de Acuña, que tantas pruebas de afecto diera a los misioneros de los Llanos, pondría en ejecución lo que en la enunciada cédula se le mandaba. Por otra parte, en la visita pastoral de la región de Coro, llevó en su compañía al misionero. P. Lorenzo de Magallón, a fin de que –como fue costumbre y se continuó por mucho tiempo– fuese predicando misiones por los pueblos y los preparase para la recepción de los sacramentos. Cuando lo hacía en Cumarebo falleció el mencionado y benemérito religioso.[17]

Sólo un año después, por nueva cédula fechada en Buen Retiro el 27 de abril de 1679, dirigida asimismo a González de Acuña, se le reiteraba aquello de que se diesen en la diócesis misiones generales, y se recalcaba una vez más que corriesen a cargo de los misioneros capuchinos. Uno de los que en ellas tomaron parte, el P. Pablo de Orihuela, testifica que fueron predicando penitencia por todas las ciudades “de que han resultado maravillosos efectos”.

Y el mismo religioso afirma que, habiendo enviado el nuevo obispo de Caracas, D. Diego de Baños y Sotomayor, un visitador a su diócesis, en 1686, otros misioneros capuchinos con el P. Orihuela fueron predicando dicho año y el siguiente “por todos los lugares, ciudades, doctrinas y costas de la mar, siendo Dios nuestro Señor servido que se redujesen muchos pecadores a verdadera penitencia, soldando muchos con el santo matrimonio, que, tras de muchos años de escandalosa vida, desterrando los perjudiciales abusos con grande enmienda de vida, frecuencia de sacramentos, pacificando muchos ánimos, enconados de discordias, restituyendo muchos las honras y haciendas a sus prójimos, confesándose muchos que habían algunos años que no lo hacían, y otros revalidando muchos sacrílegas confesiones y comuniones, restituyéndose al rebaño de Christo”.[18]

Esas misiones populares, a cargo de los religiosos capuchinos de los Llanos, debieron repetirse periódicamente, incluso por orden o inspiración del rey y del Consejo de Indias. Así parece insinuarlo el citado P. Orihuela, y sobre todo lo expresa claramente una nueva cédula dirigida al obispo de Caracas Baños y Sotomayor, fechada en Madrid, 5 de agosto de 1702. En la misma se le decía que no sólo no impidiese, antes bien fomentase, que los misioneros capuchinos predicasen misiones en su diócesis.[19]

Y que, efectivamente, así siguieron haciéndolo nos lo comprueba el P. Marcelino de San Vicente, entre otros. Escribiendo al rey este incansable misionero de los Llanos, en 1710, le dice que desde su regreso de España en febrero de 1706, había predicado distintas misiones, por espacio de cinco años, en los valles de Aragua, ciudad de Barquisimeto, Carora, Nirgua, pueblo de Guame y valle de Cocorole, “sin haber dejado por eso, –añade–, la conversión de los infieles”.[20]Eso mismo debió realizar otro de sus compañeros, el dinámico P. Salvador de Cádiz, aprovechando sus excursiones apostólicas, como consta lo hizo, por ejemplo, en el pueblo de Cumarebo, predicando en 1719 misión a sus vecinos.[21]

A ello se vieron animados por nueva cédula de 1716, dirigida al gobernador de Venezuela, en la que sobre carta la del 31 de mayo de 1677, y le ordena auxilie al obispo en lo que entonces se había dispuesto, y exhorta a este a procurar la asistencia espiritual los hacendados y asimismo a los que vagabundeaban por montes y llanos sin tener residencia fija.[22]

Creo que así continuaron procediendo los misioneros capuchinos de los Llanos en años posteriores, es decir, sin descuidar las obligaciones para con los indios, dedicándose también a la predicación, sobre todo de misiones a los españoles y restantes gentes civilizadas en los años siguientes.

Testimonio bien explícito de esa intensa predicación lo tenemos en estas palabras del prefecto P. Pedro de Ubrique al obispo de Caracas, informándole sobre el estado de la misión de los Llanos, afirmando que los religiosos tenían “incesante trabajo que ejercen en las reducciones y doctrina de los indios, conservación de los reducidos.... administración de sacramentos, continuadas predicaciones evangélicas, asistencia incansable al confesonario, públicas misiones en diferentes ciudades y pueblos de la provincia, con grande aprovechamiento espiritual de sus habitantes, y todo en obedecimiento de lo que sobre cada particular les tiene dispuesto su seráfico instituto y encargado el católico del rey nuestro señor por diferentes reales cédulas que así lo mandan y ordenan”.

Precisamente debido al fruto conseguido por los misioneros capuchinos y a la vez los buenos ejemplos que daban, es por lo que el obispo de Caracas. D. Diego Antonio Díez de Madroñero, determinado a dar en su diócesis misiones generales, escogió a tal objeto a aquellos “movido, –dice en carta al P. Prefecto–, del ejemplar comportamiento de los misioneros capuchinos”.[23]

Estas misiones generales tuvieron lugar al menos desde 1759 y se continuaron hasta 1766 en numerosos pueblos y ciudades y por diversos misioneros, entre ellos los PP. Miguel de Cádiz, Pedro de Villanueva, Felipe de Marchena, Miguel de Vélez, Miguel de la Higuera y Cristóbal de Alcalá la Real.

Los efectos logrados fueron maravillosos, de tal modo que –aun diez años después– se seguían practicando, por ejemplo en Barquisimeto, los ejercicios de piedad, entre otros el rezo del rosario, “en muchas casas de la ciudad y algunas del campo”.[24]

Y, sin dejar los Llanos de Caracas, quiero consignar que los misioneros eran llamados a predicar igualmente otros sermones de compromiso. Cito solo, entre los varios que pudieran aducirse, al P. Pablo de Orihuela, que, en 1682, predica en la iglesia parroquial de Barquisimeto el panegírico de San Juan Bautista, y al P. Ignacio de Canarias, quien, en el mismo año, predicó en la festividad de San Pedro en el pueblo de Santa Rosa del Cerrito. Ambos oradores levantaron su voz de protesta entre las autoridades por los atropellos que estaban cometiendo en contra de los indios gayones de los contornos.[25]

Los misioneros de Cumaná

La enunciada actividad de los misioneros capuchinos de los Llanos fue compartida a su vez por los de Cumaná. Aparte de lo expuesto, cito –entre otros– este hecho que lo comprueba. El P. Lorenzo de Zaragoza, llegado allí en 1686, hace constar que, a poco de su arribo, se dedicó a predicar misiones en compañía de otros varios religiosos, recorriendo diversos pueblos de la isla de Margarita y de Cumaná con gran aceptación y mucho provecho de las almas, según lo atestiguan varios sacerdotes en las respectivas cartas.[26]

Estos testimonios dejan entrever que esa predicación de misiones era tarea frecuente y que se situaba dentro de la línea apostólica de los misioneros de Cumaná. Esto mismo debe afirmarse de otras clases de predicación que regularmente se tenía en determinadas épocas del año, como Cuaresma, Semana Santa, etc. Aparte de eso, cuando los obispos de Puerto Rico, de quienes dependían aquellos Anejos Ultramarinos de Cumaná, Nueva Barcelona, Trinidad y Guayana, efectuaban la visita pastoral a las ciudades y pueblos de españoles, aprovechaban la ocasión para que se predicasen en ellos misiones valiéndose justamente de los religiosos capuchinos. Así se sabe que lo hizo, entre varios más, el benedictino D. Fr. Manuel Jiménez Pérez en 1773, yendo acompañado, en su recorrido por Margarita, Trinidad, Nueva Barcelona y Cumaná, de los misioneros capuchinos PP. José de Sipán y Antonio de Calanda y del dominico P. Juan Picón, con objeto de que con esa predicación dispusiesen los pueblos y los preparasen a la recepción de los sacramentos.[27]

No faltan tampoco pruebas de que los misioneros de Maracaibo se ocuparon a su vez en este apostolado. En concreto nos dice el P. Prefecto José de Autol que, en 1757, por el mes de agosto, estaba ocupado en predicar misión en la indicada ciudad de Maracaibo.[28]Y, lo que es más importante: en septiembre de 1805 el obispo de la diócesis de Mérida de Maracaibo se dirigía al rey pidiéndole enviase más religiosos capuchinos al objeto de que diesen misiones tanto en la capital, Maracaibo, como en otros pueblos y lugares de aquel obispado.[29]

Estos hechos recogidos y testimonios apuntados al azar quieren demostrar que la actividad de los misioneros capuchinos en territorio venezolano no se ciñó a los indios de las respectivas zonas misionales, sino que se extendió a otros campos, de modo singular por medio de la predicación de misiones, buscando en todo momento el bien y salvación de las almas.


NOTAS

  1. Parecer del fiscal del Consejo de Indias, Madrid, 3 junio 1662, en contestación al memorial de los PP. Agustín de Frías y Francisco de Tauste, misioneros de Cumaná, llegados a España un año antes para informar sobre la marcha de aquella misión y la de los Llanos de Caracas (Archivo General de Indias (AGI, Santo Domingo, 641), y en mi trabajo: “El Consejo de Indias y las misiones de los capuchinos españoles”, en Miscellanea Melchor de Pobladura, II (Roma: Institutum Historicum O.F.M. Cap., 1964), 285.
  2. Cfr. los pareceres de los consejeros de Indias en la sesión de diciembre de 1646, en mi citado artículo: “El Consejo de Indias”, 282 y 285-286.
  3. Carrocera, “El Consejo de Indias”, 303.
  4. Lorenzo de Zaragoza, OFM. Cap., Memorial de la misión de capuchinos de la provincia de Cumaná y un breve resumen de las demás, impreso (s. l.: s.f) f. 7v., en mi obra: Los primeros historiadores de las misiones capuchinas en Venezuela (Caracas: Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela, 1964), 277s. Aquí afirma que, no obstante sentir la necesidad de fundar conventos o, por mejor decir, “la conveniencia para alivio y consuelo de los religiosos en sus enfermedades”, sin embargo no se había permitido hasta entonces “por huir de la avaricia, raíz de todos los males”, o, como insistía, “por el recelo de que les toque el contagio de la lepra de la avaricia”.
  5. “Consideradas las estrechas leyes y máximas religiosas de los capuchinos en su gobierno, habrán formado juicio práctico de que no pueden aquí (América) guardar su instituto monásticamente con el rigor que él mismo pide y observan”. Francisco de Ajofrín, Carta familiar de un sacerdote : respuesta a un colegial amigo suyo, en que le da cuenta de la admirable conquista espiritual del vasto Imperio del Gran Thibet, y la mision que los padres Capuchinos tienen alli, con sus singulares progresos hasta el presente ...(Madrid: D. Joachin Ibarra, 1772), 55-57. Esta carta aparece firmada por Ricardo Anffescinio y va dirigida a Fraderico Fonsacij, dos nombres fingidos que son anagrama del verdadero autor, el capuchino Francisco de Ajofrín.
  6. Cfr. Carrocera, “El Consejo de Indias”, 305; Antonio de Alcácer, Las misiones capuchinas en el Nuevo Reino de Granada hoy Colombia (Bogotá: Seminario Seráfico Misional Capuchino, 1959), 231-232.
  7. El fruto extraordinario obtenido lo anota el entonces gobernador D. Gregario de Rojas en carta al rey, Margarita, 4 octubre 1657 (AGI, Santo Domingo, 641); cfr. asimismo la carta del P. José de Carabantes al marqués de Aytona, Sevilla, 6 noviembre 1666, en mi obra: “Los primeros historiadores”, 78.
  8. Carta del deán y cabildo eclesiástico al rey, Caracas, 22 noviembre 1657. Y al P. provincial de capuchinos, Caracas, 23 noviembre 1657, en mi obra: Misión de los capuchinos en los Llanos de Caracas, I (Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1972), 263-265; y la del provincial D. Marcos Sobremonte (AGI, Santo Domingo, 641).
  9. Cfr. las cartas citadas en la nota anterior.
  10. Él mismo lo refiere en carta al secretario del Consejo de Indias, Cumaná, 4 noviembre 1657. (Cfr. mi obra: Misión de los capuchinos en Cumaná, II (Caracas Academia Nacional de la Historia, 1968), 43-44).
  11. Añade que hasta las mismas religiosas del convento Regina Angelorum de Trujillo, que antes apenas tenían conocimiento de lo que era oración, persuadidas en esa ocasión por los capuchinos a tener cada día una hora de oración, habían propuesto ellas tener dos, como así lo hicieron posteriormente (carta del P. Carabantes al marqués de Aytona, citada ya, en: Carrocera, “Los primeros historiadores”, 78-80, y carta del P. Lorenzo de Magallón al secretario del Consejo de Indias, Caracas, 2 diciembre 1658. en: Carrocera, Misión de los capuchinos en Cumaná, II, 59).
  12. Carrocera, Misión de los capuchinos en Cumaná, II, 59.
  13. Carta del P. Magallón al secretario del Consejo de Indias, ya citada, Caracas, 2 diciembre 1658: Carrocera, Misión de los capuchinos en Cumaná, II, 58-60.
  14. Cfr. Carrocera, Misión de los capuchinos en Cumaná, I, 47-61, Y 11, 61-86, donde se recogen estos informes y cartas. Que no se ejecutase dicha cédula se debió a la intervención e informe del P. José de Carabantes, que entonces se encontraba en Madrid, y a los informes también de los gobernadores de Cumaná y Caracas, los que por otra parte no permitieron en modo alguno el embarque de los religiosos.
  15. Carta del gobernador de Caracas D. Pedro de Porres y Toledo, Caracas, 2 abril 1661 (Carrocera, Misión de los capuchinos en Cumaná, II, 89-90). Justamente, estando predicando en Cumaná, ocurrió el fallecimiento del gobernador D. Pedro de Brizuela, a primeros de julio de 1658, al que asistió a bien morir, y predicó luego el sermón de honras fúnebres.
  16. Cfr.: Relación de bulas pontificias, reales cédulas, despachos, informaciones y otros instrumentos que, así originales como en testimonio. se hallan en sólo los cinco tomos ° libros de protocolo, que paran en el Archivo de Misiones de Capuchinos de la provincia de Caracas. en: Froilán de Rionegro OFM. Cap., Misiones de los padres capuchinos documentos del gobierno central de la unidad de la raza en la exploración, población, pacificación, evangelización y civilización de las antiguas provincias españolas, hoy república de Venezuela, 1646-1817, siglos XVII. XVIII. y XIX (Pontevedra: Imp. y lib. Hijo de L. Martínez, 1929), 73, n. 8. Es copia del original conservado en el Archivo Arquidiocesano de Caracas, “Capuchinos”.
  17. Cfr.: Carrocera, “Misión de los capuchinos en los Llanos”, II, 327; parece ser que su fallecimiento ocurrió en 1676.
  18. Carta del prefecto P. Orihuela al rey, Caracas, 22 mayo 1687 (AGI, Santo Domingo, 743), recogida en: Carrocera, “Misión de los capuchinos en los Llanos”, I, 408-410.
  19. “Relación de bulas” en Rionegro, “Misiones de los padres capuchinos”, 76. n. 59.
  20. Carta del mismo al rey. San Francisco Javier de Agua de Culebras. 29 de diciembre 1710 (Carrocera, “Misión de los capuchinos en los Llanos”, II, 52).
  21. Cfr. en: Carrocera, “Misión de los capuchinos en los Llanos”, II, 327.
  22. “Relación de bulas” en Rionegro, “Misiones de los padres capuchinos”, 78, n. 85.
  23. Cfr. la mencionada relación del P. Ubrique (Caracas, 9 septiembre 1758), en: Carrocera, “Misión de los capuchinos en los Llanos”, III, 63. n. 20, y la carta del obispo al prefecto de la misión en Archivo Arquidiocesano de Caracas, Libro 91, 2° de Diez Madroñero, ff. 296-297. Es interesante a la vez la carta del P. Miguel de Cádiz, quien, escribiendo al citado obispo, Cura, 10 mayo 1764, pone la lista de numerosos pueblos en los que habían misionado los capuchinos por encargo de este prelado (Archivo Arquidiocesano de Caracas, Documentos episcopales de Díez Madroñero (1756-1769), y Misión ... Llanos de Caracas, 1, 173).
  24. Cfr. Nectario María, Divina Pastora de Santa Rosa (Barquisimeto: Sociedad de la Divina Pastora, 1926), 25s.; Venezuela Misionera, 18 (1956), 40. Dice el Hno. Nectario que en Barquisimeto y pueblos de la región habían predicado estas misiones los PP. Cristóbal de Alcalá la Real y Gabriel de La Higuera; si así fue, tuvieron lugar forzosamente entre junio de 1756, mes y año en que llegó a los Llanos el P. Gabriel, y 1768, en que falleció el P. Cristóbal (Carrocera, “Misión de los capuchinos en los Llanos”, I, 170).
  25. El P. Orihuela predicó este sermón estando presentes el teniente de gobernador, José Anieto, y autoridades de la ciudad; era Anieto el principal culpable de esos atropellos, quien promovió luego pleito contra los religiosos. (Cfr. Ambrosio Perera, Historia de la organización de los pueblos antiguos de Venezuela, II (Madrid: s.n., 1964), 76s.; Carrocera, “Misión de los capuchinos en los Llanos”, I, 76).
  26. Carta del P. Lorenzo de Zaragoza, Santa María de los Ángeles de Guácharo, 10 julio 1695; otra del cura de Cumanacoitia, 18 agosto 1690, y otra del delegado de la Cruzada, Cumaná, 21 agosto 1690 (AGI, Santo Domingo, 641).
  27. Así lo afirma el propio obispo en carta a Julián de Arriega. Puerto Rico, 30 junio 1774 (AGI, Santo Domingo, 356; Carrocera, Misión de los capuchinos en Cumaná, I, 349).
  28. Carta del P. Autol al obispo García Abadiano, Maracaibo, 24 agosto 1757 (Archivo Arquidiocesano de Caracas, Documentos episcopales de García Abadiano (1757).
  29. Carta del obispo de Mérida al rey, 2 septiembre 1805 (AGI, Caracas, 965).

BIBLIOGRAFÍA

Archivo Arquidiocesano de Caracas

Archivo Arquidiocesano de Mérida

Archivo del Estado de Maracaibo

Archivo General de Indias

Ajofrín, Francisco de. Carta familiar de un sacerdote : respuesta a un colegial amigo suyo, en que le da cuenta de la admirable conquista espiritual del vasto Imperio del Gran Thibet, y la mision que los padres Capuchinos tienen alli, con sus singulares progresos hasta el presente. Madrid: D. Joachin Ibarra, 1772.

Alcácer, Antonio de. Las misiones capuchinas en el Nuevo Reino de Granada hoy Colombia. Bogotá: Seminario Seráfico Misional Capuchino, 1959.

_________. La Divina Pastora en la historia y en el arte hispano-colombiano. Bogotá: Ediciones Paz y Bien Seminario capuchino, 1964.

Aznar, Severino. Órdenes monásticas, institutos misioneros. Madrid: López del Horno, 1912.

Carrocera, Buenaventura de. “El Consejo de Indias y las misiones de los capuchinos españoles”. En Miscellanea Melchor de Pobladura, II. Roma: Institutum Historicum O.F.M. Cap., 1964.

_________. Los primeros historiadores de las misiones capuchinas en Venezuela. Caracas: Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela, 1964.

_________. Misión de los capuchinos en Cumaná, I y II. Caracas Academia Nacional de la Historia, 1968.

_________. La Paragua en el bicentenario de su fundación (1770-1970). Madrid: s.n., 1970).

_________. Misión de los capuchinos en los Llanos de Caracas, I, II y III. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1972.

_________. “La cristianización de Venezuela durante el período hispánico”. En Memoria del segundo Congreso venezolano de Historia eclesiástica. Caracas: Ed. Arte, 1975.

Carrocera, Cayetano de. Apostolado de los franciscanos capuchinos en Caracas 1891-1925. Caracas: Tipografía Americana, 1926.

_________. La Orden franciscana en Venezuela (Caracas: Lito-Tip. Mercantil, 1929

_________. Memorias para la historia de Cumaná y Nueva Andalucía. Caracas: Artes Gráficas, 1945.

_________.“El Padre Andújar, sabio misionero y maestro del Libertador”, Boletín de la Academia Nacional de la Historia, 40 (1957).

Castillo Lara, Lucas G. Villa de Todos los Santos de Calabozo. Caracas: Italgráfica, 1975.

Felice Cardot, Carlos. La rebelión de Andresote (Valles de Yurucuy, 1730-1733). Bogotá: Editorial ABC, 1957.

Humboldt, Alejandro de. Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente, II. Caracas: Ediciones del Ministerio de Educación, 1941.

Leal, Ildefonso. Documentos para la historia de la educación en Venezuela. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1968.

Lodares, Baltasar de. Los franciscanos capuchinos en Venezuela, I y II. Caracas: Empresa Gutenberg, 1930.

Marco Dorta, Enrique. Materiales para la historia de la cultura en Venezuela (1523-1828): Documentos del Archivo General de Indias de Sevilla. Caracas: Fundación John Boulton, 1967.

María, Nectario. Divina Pastora de Santa Rosa. Barquisimeto: Sociedad de la Divina Pastora, 1926.

Martí, Mariano. Relación de la visita general que en la Diócesis de Caracas y Venezuela hizo el Ilmo. Sr . Dr . Dn . Mariano Martí del Consejo de Su Majestad. 1771-1784, I. Caracas: Parra León Hermanos, 1928.

_________. Documentos relativos a su visita pastoral de la Diócesis de Caracas. Libro personal I, II y IV. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1969.

Nájera, José de. Espejo místico en que el hombre interior se mira prácticamente ilustrado. Madrid: Lucas Antonio de Bedmar a costa de Mateo de la Bastida, 1672.

Perera, Ambrosio. Historia de la organización de los pueblos antiguos de Venezuela, II. Madrid: s.n., 1964.

Rionegro, Froilán de. Misiones de los padres capuchinos documentos del gobierno central de la unidad de la raza en la exploración, población, pacificación, evangelización y civilización de las antiguas provincias españolas, hoy república de Venezuela, 1646-1817, siglos XVII. XVIII. y XIX. Pontevedra: Imp. y lib. Hijo de L. Martínez, 1929.

Rodríguez Jiménez, Carlos. Upata, I. Madrid: Aguilar, 1964.

Rojas, Arístides. Leyendas históricas de Venezuela, II. Caracas: La Patria, 1891.

_________. Orígenes venezolanos, I. Caracas: Imprenta y Litografía del Gobierno Nacional, 1891.

Zaragoza, Lorenzo de. Memorial de la misión de capuchinos de la provincia de Cumaná y un breve resumen de las demás. s. l.: s.f.


BUENAVENTURA DE CARROCERA OFM

©Missionalia Hispanica. Año XXXIX – N°. 115 - 1981