CENTROAMÉRICA; Iglesia y Sociedad

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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La Iglesia y la sociedad en Centroamérica a finales del siglo XIX y comienzos del XX


Entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, América Latina atravesó una fase de desarrollo económico, sostenido por un notable flujo de capitales extranjeros, en modo particular de Gran Bretaña y de una fuerte inmigración europea. Este desarrollo tenía como contrapartida, por un lado la precaria y desigual condición de dependencia de las potencias extranjeras, y por otro lado, la inestabilidad política que se traducía en frecuentes movimientos políticos internos con golpes de estado, intentonas revolucionarias, luchas intestinas fratricidas, disputas territoriales y conflictos entre Estados vecinos, como la «guerra del Pacífico», entre 1879 y 1882, entre Perú, Chile y Bolivia y muchos episodios de menor cuantía en Centro América.

Gracias a un cierto desarrollo económico se produjo un fuerte crecimiento de las ciudades, y en ellas se fue construyendo un estado social intermedio entre la reducida oligarquía dominante (grandes hacendados y algunos hombres de negocios) y las grandes masas populares; se formaba una clase media urbana, prevalentemente ocupada en las actividades administrativas y terciarias. Hasta que la coyuntura económica se mantuvo favorable, esta clase, privada de autonomía económica, permaneció ligada a los intereses de la oligarquía local y al capital extranjero. A partir de la década de 1910, debido a la caída de las inversiones europeas (en parte sustituidas por la inversión norteamericana), provocó serios contragolpes sociales y políticos.

En las grandes ciudades creció el descontento y se difundieron ideologías socialistas y anárquicas de proveniencia europea. Paralelamente al darse reivindicaciones de la clase media, las diversas masas ciudadanas y el naciente proletariado urbano fueron impulsando sensibles modificaciones en las decisiones a nivel político. Dos casos emblemáticos son los de México, dominado por la dictadura de Porfirio Díaz (1876-1910) y el comienzo de la Revolución mexicana (1911), y Argentina, a través de la lucha con motivo de la reforma electoral, que concluyó con la derrota de la oligarquía y la llegada a la presidencia de Bernardo Irigoyen (1916), exponente de la Unión Cívica Radical.

En este mismo período los Estados Unidos de América en sus relaciónes con América Latina estuvieron caracterizados por una política expansionista. El Presidente Theodore Roosevelt, en su política exterior afirmaba la «doctrina Monroe», interpretada en clave imperialista. América Latina débil y dividida, será una gran «colonia externa» de Estados Unidos.

Los Papas y la América Latina de finales del siglo XIX y comienzos del XX

En el convulsionado siglo de las independencias nacionales, la Iglesia latinoamericana sintió la cercanía de los Papas, velando por su supervivencia y colaborando concretamente para superar los duros embates de los regalistas, liberales y masones. Ya Pío IX había visitado América Latina siendo un joven diplomático de la Santa Sede en una delicada misión en tiempos de Pío VII y León XII; Pío IX, en su largo pontificado (1846-1878), se constituyó como defensor de la perseguida Iglesia latinoamericana. Sus diversas y frecuentes intervenciones fueron hechas con decisión; un repertorio sobre el asunto contiene más de cien documentos sobre el particular.

Su sucesor León XIII continuará en el mismo sentido su preocupación por el Continente latinoamericano. “Uno de los documentos más importantes de la política pontificia en el siglo XIX fue la nota del cardenal Jacobini (12 de abril de 1885, Secretario de Estado) sobre el poder de los Nuncios. Tal nota descalificaba los argumentos del publicista español Ramón Nocedal, quien insinuaba que la misión de los nuncios, «siendo puramente exterior y diplomática, no obligaba a que los Obispos tuvieran en cuenta sus instrucciones»”.

El Pontificado de León XIII (1878-1903) significó una relación estrecha con América Latina. Joseph Lortz escribe: “La tensión entre la cultura moderna y la Iglesia se había ido convirtiendo de modo creciente en uno de los signos de la época. Reconquistar la cultura o el mundo, o al menos entablar con ellos un diálogo abierto, tal era la gran tarea sin cuya solución le sería cada vez más difícil a la Iglesia cumplir su cometido. […] El hombre que se dio perfecta cuenta de esto y que, al mismo tiempo, poseía la agilidad necesaria fue León XIII, cuya posición extraordinariamente fuerte en la Iglesia, le ofrecía inmejorables condiciones para hacer una gran labor”.

León XIII mantuvo con los Obispos latinoamericanos un conocimiento personal y cordial, sobre todo a partir del Concilio Plenario Latinoamericano (1899). Refiriéndose a toda Iberoamérica, en una carta dirigida al Cardenal Rampolla, tras trazar un amplio panorama de la Iglesia universal, se expresaba del siguiente modo sobre América Latina: “Las estrechas coincidencias de origen, idioma y religión, como así mismo la misma fe, que comparte la población española del sur [de los Estados Unidos] nos invitan a no dejarlos de lado en las especiales medidas que tendremos en cuenta para procurar favorecerles”. León XIII marcó un giro en la diplomacia vaticana, con disposiciones más conciliadoras en relación a los Gobiernos civiles, y por una más adecuada concepción sobre cómo la Iglesia debe tratar de ejercer su influjo en toda la sociedad.


La situación político-religiosa de los Países de Centro América

La Santa Sede miraba con atención los vaivenes de la situación política, social, económica, cultural y religiosa de América Central. Ya en 1900 se había visto la conveniencia del envío de un Delegado Apostólico a América Central, tema de nuevo planteado en 1908, al menos en la República de Costa Rica.

Se dijo entonces en la Secretaría de Estado Vaticana: “Las tristes condiciones religiosas y sociales, en las cuales se encuentran los pueblos de América Central requieren, ya desde hace algún tiempo, la particular atención de la Santa Sede. Fue en modo particular en la época del Concilio Plenario de América Latina, cuando la misma Santa Sede solicitó al Obispo de Costa Rica, el único de los cinco Obispos de la Provincia Eclesiástica de Guatemala que pudo intervenir en el Concilio, de presentar una breve relación sobre el estado de aquellas Diócesis”.

En resumidas cuentas: “… los datos indicados en dicha Ponencia, se sabe, que desde entonces la situación religiosa era deplorable”. Y el mencionado Informe continuaba: “La relativa pequeñez de aquellos Estados; el espíritu de orgullo y de recíproco celo; las incesantes luchas entre los partidos en cada Estado, la momentánea ventaja del uno o del otro, terminaba improvisamente en una verdadera revolución; la manía de imitar, especialmente en lo legislativo, todo aquello de malo que se hacía en Europa, para aparecer a la altura de los tiempos y no ser menos que las Naciones que se decían llamar civiles; la fascinación de todo lo violento y primitivo, que ejercitaban las palabras de libertad y de progreso sobre poblaciones pobres e incultas, más allá del uno u otro cuando en boca de uno u otro político, venían pronunciadas como gritos de guerra contra la Potestad constituida sobre todo contra la Iglesia: por estos males, unidos a las causas generales de malestar de todas las Naciones latinoamericanas, daban a aquellos países, el aspecto de un campo en ruinas”.

Hasta aquí se resaltan los problemas de orden político y social que naturalmente incidían sobre el terreno de la evangelización y lo pastoral. Seguidamente el texto de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios destacó cuanto se veía en el aspecto religioso: “En el orden religioso, por otro lado, el espectáculo no era menos desconcertante. Desde entonces varias llamadas de atención habían llegado desde la Santa Sede, como del Clero, como de los fieles, los que deploraban el abandono espiritual en los que se encontraban aquellas regiones. En uno de estos reclamos proveniente desde Truxillo [Trujillo] en la costa septentrional de Honduras, se leía que en los tres departamentos de Cortés, Colón y las Islas existían inmensas extensiones de territorio, con mucha población, donde no era posible encontrar un párroco e incluso ni siquiera un sacerdote católico.

De igual modo en la vasta Comarca de la Mosquitia [Honduras], en la zona oriental, no había sido visitada por algún sacerdote desde hacía cerca 40 años y desde este tiempo no se habían bautizado los niños: mientras tanto los Protestantes concretaban grandes progresos, abriendo escuelas e iglesias. En general, los males que más o menos afligían a la República bajo el aspecto religioso, se podían resumir en estas causas: insuficiencia, ignorancia y mala conducta del Clero; negligencia en la enseñanza del catecismo; alejamiento de los sacramentos por parte del pueblo, por motivos de fuerte lucro ejercitado por los sacerdotes; el estado miserable de las iglesias, deplorable condición de los Seminarios, privados de los necesarios recursos y de las asignaciones que el Gobierno debería haber hecho llegar y falta de sujetos capaces de administrarlos y de formar a la ciencia y en el espíritu eclesiástico; consecuencia de todo esto es el grandísimo detrimento de la fe y de la moral de los fieles”.

De la constatación de esta dura realidad se pueden destacar entre otros aspectos: «el abandono espiritual», concretamente se hace mención de una extensa región en la que ni siquiera era posible encontrar un sacerdote católico. Precisamente entre las primeras tareas a las que se aboca el nombrado primer Delegado Apostólico, será visitar y hacer llegar un informe sobre la situación de la zona de la Mosquitia. Diversos factores confluían para que se diese esta situación. Se señalaba también el avance de los protestantes: por algunos medios concretos (el templo y la escuela, es decir el aspecto religioso y educativo); se hacían presentes para cubrir estas necesidades de la población, que quedaba a merced de quienes ofrecían estas posibilidades y servicios.

El clero, muy insuficiente, no podía cubrir todas las necesidades; tampoco estaba preparado para afrontar las diversas circunstancias y problemáticas de la región; también, por otro lado, no brillaba por su buena conducta y ser un ejemplo y dar un testimonio adecuado a los fieles. Será esta una de las causas que subrayará Monseñor Juan Cagliero, nombrado Delegado Apostólico en la Región, al tomar conciencia de la realidad de buena parte de las cinco Naciones Centroamericanas que se le confiaban. Otros problemas no menos graves eran: el abandono de la enseñanza catequética y doctrinal, el alejamiento de las personas ante conductas inapropiadas de sus pastores, el estado deplorable de los mismos templos, el descuido en de la promoción y formación de las vocaciones sacerdotales, y la falta de buenos formadores de los seminaristas.

Ante esta situación dramática, en 1909 la Santa Sede toma algunas decisiones prácticas para paliarlas. Así escribe: “Mientras tanto, en los ochos años sucesivos, por lo que resulta de las noticias de periódicos y de alguna que otra ocasional correspondencia de los Obispos de América Central, aquella condición de las cosas de las que se lamentaba en el 1900 no prometía algo bueno del que pudiese esperarse en un futuro, algo mejor. Los mismos acontecimientos de trastornos internos y de guerrillas en los confines; la repetición de recrudecimientos legislativos contra la Iglesia, de la cual es un ejemplo la ley que prohíbe a los Sacerdotes de llevar el hábito eclesiástico por las calles, emanadas tres años atrás por el Gobierno de Nicaragua, y la consiguiente persecución y expulsión del Obispo y de muchos sacerdotes que habían protestado contra semejante prohibición; el mismo abandono de la disciplina eclesiástica y del espíritu de subordinación en el Clero, del cual dan fe los continuos lamentos del Obispo de Comayagua [Honduras], también él obligado a alejarse de su sede; el mismo abandono del pueblo a la ignorancia religiosa y a las malas costumbres por falta de buenos sacerdotes y de Órdenes Religiosas, de lo que son prueba la intensa correspondencia llegada el último año de la Diócesis de San Salvador, también por medio del Consulado General de Guatemala; más allá de esto, el estado de vejez o de enfermedad de algún Obispo, como aquel de Comayagua [Honduras] y el Arzobispo de Guatemala, el último de los cuales ha pedido repetidas veces un Coadjutor; he aquí un cuadro, si no completo, al menos suficiente, de las necesidades en las cuales aun actualmente se debaten aquellas Diócesis”.

Este documento indica un conocimiento bastante completo de la situación en América Central por parte de la Santa Sede y los Organismos responsables, que estaban al corriente de cuanto sucedía en esta zona de América. “Llamados por el S. Padre a ponderar la gravedad de estos males y procurar buscar los remedios, los Eminentísimos Padres coincidieron en el parecer que el remedio más rápido y práctico hubiese estado el de enviar allá un Visitador Apostólico, el que estudiase sobre el lugar la situación y refiriera a la S. Sede para las oportunas medidas. En consecuencia de esto, parece que la S. Sede puso un ojo sobre algún sujeto perteneciente a una Congregación Religiosa para confiarle la grave misión. Con todo se ignora por cuál determinada razón, lo deliberado por la Congregación de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios permaneció sin ejecución”.

El papa Pío X, en un documento enviado a la Comisión de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios señala que: “se estaba frente a una delicada amenaza: que el Protestantismo del Norte pueda tener un buen juego para descender y asentarse definitivamente en aquellas regiones… [Por lo que se ve conveniente establecer en ellas], un Representante de la S. Sede, que desarrolle su acción benéfica en las cinco Repúblicas Centrales- [y que] interpelado por una persona privada, el Presidente de Costa Rica [habría manifestado que] recibiría de buen grado un Delegado Apostólico que fuese a residir en aquella ciudad, y no sólo ha respondido con placer, sino también con el deseo que se concretice cuanto antes esta idea…”.

Otro importante motivo que aceleró la decisión del Papa Pío X fue el proyecto de constituir una Alta Corte de Justicia que ayudase a superar los diversos conflictos entre las cinco Repúblicas de América Central, y colaborase en el logro de un crecimiento sustentable y un progreso en todos los órdenes: “Más allá de esto es posible observar que el momento para tomar alguna medida eficaz parece realmente haber llegado, ya que las noticias que arriban estos días de América muestran una seria tendencia, bajo el fuerte impulso político de Estados Unidos, de constituir entre las cinco Repúblicas un acuerdo permanente que ayude a desterrar entre ellos de los continuos conflictos y facilitar la paz y el progreso civil”.

En esta sección del Documento existe una nota marginal, donde se hace mención a lo que había sido publicado por algunos periódicos de Nueva York: “De acuerdo a lo que ya fue establecido en la reciente conferencia tenida en Washington por los representantes de las cinco Repúblicas de Centro América (Guatemala, Honduras, San Salvador, Nicaragua y Costa Rica), se está preparando la actuación del nuevo Tribunal superior de arbitraje de América Central. Este tribunal, cuyas decisiones serán inapelables, se compondrá de cinco jueces, uno por Estado; durarán en su cargo siete años. El tribunal tendrá su sede en Costa Rica con plenos poderes para todas las cuestiones internacionales, nacionales e individuales de las cinco repúblicas.

Contemporáneamente otros acuerdos estrecharán siempre más aquellos Estados formando una confederación, al menos de hecho. Se ha firmado un tratado de extradición, como el existente entre nosotros y el de México. Los representantes de las cinco repúblicas están estudiando el proyecto de fundar una Universidad del Centro América, y una red ferroviaria interregional para aquellas regiones”. La consecuencia del análisis fue obvia: el envío de un Delegado Pontificio a la República de Costa Rica, por lo que se iniciaron las tratativas para obtener tal aceptación.

Los indígenas indoamericanos en la preocupación y ayuda por parte de los Papas

En la escala social en América, especialmente en el mundo anglosajón y también por la clase criolla, los «indígenas indoamericanos» no fueron considerados durante largo tiempo como parte integrante de la sociedad americana con igualdad de derechos por parte de los europeos pobladores del Continente. En el caso de la Norteamérica anglosajona la lucha contra la población india y el despojo de sus tierras perduró violentamente hasta bien entrado el siglo XX con su exterminio o con la segregación en aisladas «reducciones» de indios.  

El número aproximado de indoamericanos en América Latina, al inicio del siglo XX, se estimaba en veinticinco millones; es decir una décima parte de la población total del Continente, un número minimalista que no incluye las poblaciones mayoritarias en países donde, la antigua población de raíces indígenas indias junto a la mestiza, constituye la mayoría de la población como en regiones de México, Centroamérica, Perú, Bolivia y Paraguay.

Cabe decir que los censos realizados en casi todos los países de América, no reflejan la población indígena étnicamente sin mestizaje, siendo la población descendiente pura muy por debajo de lo mencionado en los censos; dichos censos sólo reflejan la población que se identifica con cualquiera de los pueblos indígenas, ya sea por idioma, afinidad cultural, etc., aunque los pueblos indo-indígenas de América, en el sentido estricto de la palabra, pueden en su conjunto ser considerados numéricamente pocos.

En cuanto a su religión, en América Latina se consideran sociológicamente católicos e incluso han incorporado diversos ritos católicos en su sistema religioso tradicional, si bien los esquemas valorativos e interpretativos de su existencia socio-religiosa, proceden más bien de sus costumbres ancestrales, antes que las del Evangelio. A partir del siglo XIX, tras las independencias, la Santa Sede creó estructuras eclesiásticas propias para estos pueblos, llamados «Vicariatos Apostólicos» o Prefecturas Apostólicas, antes de convertir dichos territorios en diócesis según el derecho Canónico entonces en vigor.

Diversos institutos misioneros masculinos y femeninos se dedicaron a la atención de estos pueblos indo-americanos, con frecuencia marginados dentro de la sociedad civil de cada país. También a falta de clero suficiente se crearon Prelaturas territoriales (Diócesis en formación). Con la promulgación de la Constitución Apostólica «Sapienti consilio», de San Pío X, muchos de estos territorios, que en buena parte dependían de la Congregación de Propaganda Fide, pasaron a ser regidos por el derecho común y se fijó como norma que dependiesen de la mencionada Congregación sólo aquellas zonas o regiones “donde la Jerarquía sagrada aún no estuviese constituida, continuando el estado de misión. O bien aquellas regiones donde, aunque estuvieran constituidas, se encuentren aún en los primeros pasos”.

En América Central, a principios del siglo XX fueron erigidos dos Vicariatos Apostólicos, uno en Guatemala (El Petén) y otro en Nicaragua (Bluefields). El documento pontificio más importante de este periodo fue la encíclica de San Pío X «Lacrimabili Statu» del 7 de junio de 1912, dirigida a los obispos de América Latina, en favor de los Indios y condenando la esclavitud e injusticias a que eran sometidos.

La Encíclica recuerda la bula de Benedicto XIV «Immensa Pastorum» del 22 de diciembre de 1741, escrita cuando la trata de esclavos africanos se encontraba en su apogeo, pero también cuando la «caza» de indios para reducirlos a la esclavitud estaba en todo su vigor en Brasil, llevada a cabo por los mercaderes y explotadores de indígenas portugueses (los «bandeirantes») de Brasil, y que incursionaban sobre todo a partir de Sâo Paulo en las reducciones jesuitas de Paraguay a la caza de esclavos indios.

La encíclica constata cómo a distancia de siglos y no obstante numerosas intervenciones de la Iglesia, la situación de los indios se encontraba en un estado muy lamentable, víctimas de matanzas, torturas, saqueos y reducciones a esclavitud. Retomando palabra tras palabra, la «Immensa Pastorum» declara culpables de “crímenes inmensos” aquellos que “se atrevan o presuman de reducir a dichos indios a la esclavitud, de venderlos, comprarlos, cambiarlos o regalarlos, de separarlos de sus mujeres y de sus hijos, de despojarles de sus cosas y de sus bienes, de conducirlos o transportarlos a otros lugares, y en cualquier modo de privarles de su libertad y tenerlos como esclavos, y también de prestar a quienes hacen tales cosas consejo, ayuda, favor, bajo cualquier pretexto y nombre, o de enseñar y proclamar ser todo ello licito, de cualquier otra manera cooperar a cuanto se ha dicho”.

El catolicismo y los movimientos sociales en América Central

Con el nacimiento de los «Estados Nacionales», la Iglesia se vio obligada a adaptarse a las nuevas circunstancias, perdiendo muchos privilegios que hasta esa fecha ostentaba. La ideología liberal es la que mejor representó este proceso de secularismo radical progresivo. En muchos casos, la Iglesia no disponía de una adecuada preparación para afrontar debidamente estos conflictos y la problemática social que despuntaba en el continente. En los últimos años del siglo XIX e inicios del XX tuvo lugar el fenómeno ya recordado de la inmigración, y a través de la misma se desató el proceso de un renovado impulso mediante la acelerada trasmisión de las ideas que estos grupos importaban y por el esfuerzo que realizaron por implantar sus enfoques ideológicos en los lugares donde eran recibidos.


NOTAS

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JULIO CÉSAR CABRERA FLOREAN