CHALMA; Santuario del Señor de

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Situado a 95 kilómetros al suroeste de la ciudad de México, el Santuario del Señor de Chalma es uno de los centros de peregrinación más antiguos e importantes de México. Decenas de miles de peregrinos se dirigen a él a lo largo del año para participar en alguna de las trece fiestas que, con gran solemnidad, se celebran en ese Santuario. Las más importantes son las de Epifanía, el miércoles de Ceniza, el Triduo Pascual, San Agustín, Navidad y la fiesta Patronal, la que se celebra el primero de julio.

La historia del Santuario del Señor de Chalma se remonta a los mismos inicios de la labor evangelizadora llevada a cabo en la Nueva España ↗por los frailes agustinos↗ que arribaron en 1534. En la época prehispánica la región estaba habitada por los matlalzincas y formaba parte del señorío de Tenanzingo; su principal población era Ocuila, mientras que Chalma era un poblado sin la menor importancia. En 1537 dos agustinos, fray Sebastián de Tolentino y fray Nicolás Perea, se encontraban en Ocuila donde la labor misionera era especialmente difícil pues “los indios de Ocuila y Malinalco eran famosos por sus prácticas mágicas. Sobre los de Ocuila nos relata Sahagún que «usaban muy mucho de los maleficios y hechicerías».”[1]

Según la tradición escrita por el cronista del Santuario Joaquín de Sardo, los dos misioneros predicaron el Evangelio en Ocuila “con gran fervor y con feliz aprovechamiento de las almas, convirtiendo los religiosos innumerables fieles a nuestra santa religión.”[2]Sin embargo, en la víspera de la Pascua de Pentecostés de ese año de 1537 Fray Sebastián y fray Nicolás fueron informados que muchos no se querían convertir porque en la cercana Chalma existía una cueva donde se realizaban sacrificios humanos, especialmente de niños, en honor al ídolo de una deidad llamada Oxtoteótl (dios de la cueva). Fray Sebastián y fray Nicolás fueron a la cueva seguidos por un numeroso grupo y observaron restos de los diabólicos rituales que allí se realizaban.

Los frailes aprovecharon la ocasión para predicar el Amor misericordioso de Jesucristo y exhortaron a los indígenas a que destruyeran el ídolo, pero “no quedaron muy persuadidos los indios y entonces los religiosos trataron de convencer a los principales y uno de ellos les dijo: «Yo os prometo y os doy palabra de que quitada esa piedra de escándalo (el ídolo) os pondré en su lugar una imagen de Jesucristo, Hijo de Dios y Señor nuestro que os represente al vivo lo que padeció por salvarnos». Los indios principales, dudosos, prefirieron dejar la resolución del asunto para otro día. Los religiosos regresaron a la cueva donde estaba el ídolo, resueltos a derribarlo. «Pero ¡oh estupendo prodigio! –dice Sardo-, ¡oh portento admirable de la divina omnipotencia!, luego que ponen el pie en aquel lugar los sagrados ministros con la demás comitiva, advierten asombrados el suceso mismo que allá con los filisteos obró la diestra del Todopoderoso, pues hallaron a la sagrada imagen de nuestro Soberano Redentor Jesucristo crucificado, colocado en el mismo altar en que estaba antes el ídolo detestable y a éste derrumbado en el suelo, reducido a fragmentos y sirviendo de escabel a las divinas plantas de la Santa imagen».”[3]

Las peregrinaciones para conocer la imagen del Señor de Chalma no se hicieron esperar, y para atender a los peregrinos, a finales del siglo XVI los frailes agustinos Bartolomé de Jesús María y Juan de San José, decidieron construir un “convento de visita”. A principios del siglo XVII se construyó el Templo cuyo edificio sufrió dos remodelaciones: una en 1683 realizada por fray Diego Velázquez de la Cadena, y otra en 1721 realizada por fray Juan de Magallanes. El 6 de septiembre de 1783, el Rey Carlos III le otorgó el título de Real Convento y Santuario de Nuestro Señor Jesucristo y San Miguel de las Cuevas de Chalma.

La imagen, muy ligera y resistente porque está hecha de una pasta de caña de maíz llamada «tatzinqueni», es sumamente venerada por ser muy milagrosa y se encuentra en el Altar Mayor, construido de madera policromada y de estilo plateresco. El Templo tiene una fachada de estilo neoclásico y destaca por su esbelta cúpula aperaltada.

Notas

  1. Obregón Gonzalo. El Santuario de Chalma. En De la Torre Villar Ernesto, Lecturas Históricas Mexicanas,, Ed. UNAM, 1994, Tomo V p. 268.
  2. Ibídem.
  3. Ibídem, p. 271

Bibliografía

  • De la Torre Villar Ernesto, Lecturas Históricas Mexicanas,, Ed. UNAM, 1994, Tomo V


JUAN LOUVIER CALDERÓN