COMPLEJO Tupí-Guaraní

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Con respecto a la ubicación geográfica originaria de los tupí-guaraníes, si bien existe disparidad de criterios entre los estudiosos del tema, se puede afirmar que los movimientos migratorios prehispánicos de los indígenas se habían iniciado en la región conocida como Sierra del Roncador, ubicada entre los cursos de los ríos Tapajós y los de Aripuana y Jiparaná hace más o menos 5.000 años. Este proceso de expansión fue posible porque contaban con una vasta red de comunicación fluvial desde el río Amazonas hasta las nacientes del río Paraguay, así como por la cuenca del río Paraná que llegaba hasta el Río de la Plata. Toda esa enorme cuenca se encontraba recorrida por todo tipo de aguas que facilitaban la navegación y la comunicación a medida que iba progresando la expansión tupí-guaranítica.

Desde esa zona de dispersión, se desplazaron en distintas oleadas hacia la región del río Amazonas en su curso medio e interior. Kuwahiva, Mundurukú, Kurnaya, Yuruna, Sipáva, Asurini son parte de los principales grupos que se fueron desplazando. Desde allí, algunos llegaron al actual territorio de Amapá y a la Guayana francesa. En la región central se supone que no pasaron al norte del río Amazonas, en tanto que otros grupos se extendieron por los actuales estados de Pará, Maranhao, Ceará y Río Grande del Norte (grupos Tupí-Nambá, Tembé, Guayayará, Urubú, Tiobayaira, Potiguará, Caeté, entre otros) y prosiguieron hacia el sur. Gran parte de la costa fue ocupada por pueblos del mismo origen, ya que por diferentes vías otros grupos guaraníes alcanzaron el Atlántico (Tupí-Nambá, Tupinikin).

Hacia el norte y luego al oeste, siguiendo el curso del río Madeira (los grupos Kawahiwa) y luego remontando el Solimôes (Yuricaguá), el Marañon y el Ucayali (Omagua, Cocama) llegaron hasta las estribaciones de la cordillera de los Andes en los actuales territorios de la república del Perú. Hay autores que, basándose en Ruy Díaz de Guzmán, sostienen que en su expansión hacia el oeste llegaron a la zona de los contrafuertes andinos y representaron una preocupación para el Impero de los Incas por los ataques y devastaciones que producían, por lo que debieron construir un importante sistema de fortificaciones.

Hacia el sur tomaron aparentemente la ruta de los altos del río Jurema, descendiendo luego por el río Paraguay. De esta corriente migratoria se separaron los grupos que marcharon hacia el este llegando a las costas oceánicas de Brasil, en época cercana a la llegada de los europeos a América. Estos grupos se ubicaron a lo largo de la costa desde el Norte de Río de Janeiro hasta la zona de San Vicente en el sur del actual Brasil. Algunos grupos marcharon hacia el oeste, estableciéndose en la zona del río Mamoré (Guarayos) y en el Chaco, donde por contacto otros pueblos fueron guaranizados como ocurrió con los Sirionó, Paniagua, Chiriguanos, Chané.

Los que siguieron hacia el sur por la vía del río Paraguay, se dirigieron hacia la zona del Paraná, donde fueron reconocidos como los “guaraníes” propiamente dichos. Cabe señalar que el límite meridional del proceso expansivo de los guaraníes, ya fuere de los grupos propiamente guaraníes o de los grupos que fueron guaranizados, lo constituyó el Río de la Plata. A la llegada de los adelantados y conquistadores españoles al Río de la Plata, se encontraban establecidos en el delta del río Paraná - fueron conocidos como los Chandules o Carios o guaraníes de las islas - y también en algunas islas del río Uruguay, llegando a desplazarse por la costa del Río de la Plata hasta probablemente la desembocadura del río Santa Lucía, como lo muestran algunas “urnas” tan características de su alfarería.

Evidentemente en todo este proceso migratorio que hemos señalado, debieron haber incidido diversos factores, como el mito de la llamada “tierra sin mal”, la situación de conflictos entre las distintas parcialidades de la etnia tupí y de los guaraníes, así como el sistema productivo originario que, al agotarse la tierra, obligaba a migraciones constantes para mantener una población en permanente crecimiento. La inmensa expansión geográfica así como la influencia sobre otros grupos tribales sudamericanos quedan claramente evidenciadas al apreciarse el predominio del tronco tupí en el conjunto de las lenguas indígenas actualmente habladas en las zonas tropical y subtropical de América del Sur al este de la cordillera de los Andes.

A comienzos de la era cristiana, los indígenas tupí-guaraníes formaban un conjunto de pueblos ligados, más que por vínculos políticos, por un fondo común de antiguas tradiciones religiosas, sociales, lingüísticas y por la similar forma de adaptación al medio geográfico. En un proceso migratorio de larga duración unos se desplazaron hacia la costa atlántica y otros se mantuvieron en la floresta tropical. Los primeros pasaron a conocerse como los “tupí”, en tanto que los segundos, fueron genéricamente denominados “guaraníes”, que quiere decir “guerreros”. Pese a ello, se pueden reconocer y compartieron una serie de características comunes a lo largo del tiempo. Los dos grandes complejos se mantuvieron como una serie de comunidades autónomas, cada una con sus conductores de las aldeas, pero compartiendo los elementos clásicos de una cultura que los identificó más allá de las zonas donde se les podía encontrar.

Eran poseedores de una cultura que correspondía a los pueblos amazónicos de floresta tropical. Alfred Métraux situó la ubicación original de los grupos guaraníes en la zona de las nacientes de los ríos Tapajós y Xingú, desde donde iniciaron un proceso de expansión que les permitió ocupar un área amplísima, como ya vimos, que fue desde los territorios de las Guayanas hasta el Río de la Plata y desde el litoral atlántico de Brasil hasta la cordillera de los Andes.

Es muy importante destacar el papel de la lengua guaraní, o tupí-guaraní como elemento de cohesión y de la influencia que ejercieron estos pueblos en la región sudamericana. Su reconocida gravitación demográfica se puede demostrar por la dispersión de la lengua y su utilización posterior como principal medio de comunicación con las otras parcialidades indígenas. La lengua constituyó un elemento identificador de pertenencia a una misma comunidad. Del tupí antiguo o “avañeengá” se originaron dos dialectos: a) el “ñeengatú” en la región norte, que fue utilizado como lengua general de trato y adaptado y difundido por los misioneros, y utilizado por ellos como instrumento de catequesis durante los siglos XVII y XVIII; y b) el “avañeé”, más al sur que dio lugar a las formas idiomáticas modernas.

Otro aspecto de la cultura guaraní es su sistema ideológico dentro del que se encuentran los mitos referidos a la creación del mundo y los hombres. Sus particulares concepciones religiosas generaron, por una parte, el simbolismo que acompañaba los rituales antropofágicos y, por otra, las concepciones de sus divinidades, entre las que está “Tupá”, el trueno. Fue justamente esta divinidad la que fue tomada por franciscanos y jesuitas para identificarla con el Dios del cristianismo. Es a estos sacerdotes que se debe la idea de que los antiguos guaraníes creían en un ser supremo. También creían en espíritus malignos a los que intentaban alejar los chamanes, especie de intermediarios, mediante procedimientos mágico-religiosos. Entre los diversos mitos de los guaraníes se encuentran el de la “tierra sin mal”. Esta era asimilable a una especie de paraíso terrenal en el que las plantas y los frutos crecerían naturalmente, en el que las flechas y venablos alcanzarían por sí solos las piezas de caza, y ello fue hasta épocas relativamente recientes. Es así que, en esa búsqueda de “la tierra sin mal”, llegaron al territorio del Uruguay, al promediar la década de 1980, grupos pequeños de guaraníes; uno de ellos integrado por unas siete familias de origen Mbya-guaraní. De esas familias, solo una permanece en la actualidad en Uruguay y vive en una de las pocas zonas rurales de la capital Montevideo.

Cabe señalar finalmente con respecto a este mito de la “tierra sin mal”, que las opiniones están divididas en lo que se refiere al momento o época en que se originó este mito. Para muchos autores, como Alfred Métraux este mito fue el que desencadenó hace varios miles de años el impulso migratorio y aún se mantiene a comienzos del siglo XXI. En cambio otros autores consideran que este mito se originó luego de la llegada de los europeos y a consecuencia de ella, como uno de los tantos “cultos de crisis” que se originaron durante los procesos de conquista y aculturación.

En lo que se refiere a las principales prácticas económicas, los tupí-guaraníes tuvieron un elevado grado de adaptación a la selva o más precisamente a la floresta tropical para el cultivo de roza. Este implicaba un tipo de explotación agraria extensiva, que los obligaba a desplazamientos continuos por el agotamiento de la fertilidad de la tierra. Esta modalidad de agricultura de zona se aplicó sobre todo al cultivo de la “mandioca amarga”, como la más importante planta de alimentación de ese medio. Cabe señalar que no era una forma incipiente o primitiva de cultivar, sino una técnica especializada que consistía en la delimitación de un área de la floresta tropical en la que se procedía al corte de los grandes árboles y arbustos para obtener un espacio suficiente para el cultivo y se procedía a la quema de la maleza. Pero como la fertilidad de la tierra se agotaba rápidamente, era necesario ir buscando otros territorios para nuevas rozas, pues las cosechas iban descendiendo en calidad y cantidad, pudiendo no llegar a cosechar lo suficiente para alimentar a la población siempre creciente de los grupos tupí-guaraníes. La “mandioca amarga” tiene una gran riqueza alimentaria, por sus componentes, en almidón, en vitamina A y aminoácidos, pero no puede ser consumida directamente por el alto contenido de ácido hidrociánico de su pulpa que la torna altamente venenosa. El consumo de harina de mandioca sigue siendo la base de la alimentación de una parte importante del norte de Argentina, de Paraguay, de Brasil y del norte de Uruguay. En el Río de la Plata, la harina de mandioca es conocida como “fariña”, palabra de origen portugués.

Los guaraníes cultivaron además la variedad de mandioca dulce o yuca, la batata dulce que tiene la ventaja de no ser altamente venenosa. También cultivaron el maní, diversas variedades de frijoles o porotos, calabazas, ajíes, así como el maíz, de la variedad que llamaban “abatí”. Sobre el cultivo de este cereal, hay que tener en cuenta que era originario de la región actualmente ocupada por México y los países centroamericanos, de allí, se extendió hacia el Sur siguiendo la cordillera de los Andes hasta las tierras ocupadas después por los Incas. A la región amazónica pudo llegar por dos vías: una, a través del área circundante penetrando luego por los ríos Orinoco y Negro; otra, desde el ámbito dominado por los Incas, siguiendo el camino del río Marañón hacia el Norte o desde el Oriente de lo que es Bolivia tomando la ruta del río Mamoré hacia el Norte o del Pilcomayo hacia el Sueste. En cualquier caso, la gran difusión del cultivo de maíz indica la existencia de una red de relaciones, ya que el cultivo se adoptó después que los guaraníes se habían situado en diferentes puntos del enorme espacio ocupado. Fuera de otros cultivos de menos importancia económica, los guaraníes utilizaron para diversos fines los cultivos medicinales.

También fue muy importante la utilización de la yerba mate o “ilex paraguayensis”. Su ingesta fue una práctica habitual desarrollada por los grupos guaraníes desde cientos de años antes de la llegada de los europeos a la región del Paraguay. Después su consumo lograría una gran difusión con el apoyo de los franciscanos y jesuitas, quienes la sembraron y exportaron a diversas regiones de América.


Completaron sus prácticas económicas con los productos de la caza y de la pesca. En general llegaron a domesticar con una finalidad no solo económica de alimentación, sino que en sus aldeas criaban monos y aves para su entretenimiento, así como para confeccionar los adornos plumarios para sus chamanes y caciques. A medida que los guaraníes se fueron expandiendo a otros territorios con diferentes ecosistemas, debieron adaptarse e ir otorgando prioridad a la recolección, la caza y pesca, en perjuicio de la agricultura de roza. Lo propio ocurrió con la agricultura y en particular con el cultivo del algodón, ya que cuando se desplazaron hacia las regiones del sur y del Chaco comenzaron a utilizar las fibras de caraguatá, que eran recolectadas no cultivadas.

En lo que se refiere a la sociedad de los grupos tupí-guaraníes, se basada en la familia patriarcal, que constituía además una unidad productiva llamada “tevy”, que ocupaba una gran choza colectiva que agrupaba a algunas familiares nucleares denominadas por los sacerdotes como “fogones”. Los “tevy” conformaban aldeas que consistían en 4 ó 5 viviendas comunales con una plaza en el centro, lugar donde se llevaba a cabo la vida social de cada aldea. Cada familia guaraní, o cada “fogón”, se encargaba de su propia subsistencia y tenía como tareas comunitarias fundamentales la preparación de la tierra y el cultivo de roza, y la construcción de las viviendas colectivas cada vez que se desplazaban.

En cuanto a las jerarquías de organización del poder, entre los tupí-guaraníes, estaban los jefes guerreros o “avá été”, los líderes políticos o “mburuvichá” y los chamanes o líderes religiosos. Dentro de la sociedad era la mujer la que debía dedicarse a la mayoría de las actividades económicas como sembrar, cultivar, recoger la cosecha y a veces hasta pescar. Si bien los hombres se ocupaban de la caza y de las actividades guerreras, durante las expediciones de conquista eran acompañados de sus mujeres que los servían durante las marchas y a veces en el mismo combate. De ahí la importancia e influencia que podían tener los caciques guaraníes porque su poder aumentaba en la medida en que contaban con mayor cantidad de mujeres, las que además de encargarse de la producción y sustento de la comunidad podrían ser pretendidas por otros hombres, lo que suponía una influencia mayor de los líderes políticos o mburubichás.

Otra de las características distintivas de los guaraníes fue su fuerte actividad guerrera contra otros pueblos, ya que su proceso de expansión llevaba inevitablemente a entrar en conflicto por el control de los territorios. De esta constante actividad bélica obtenían prisioneros varones, que eran utilizados en las ceremonias de antropofagia ritual para ser comidos en banquetes caníbales. Obtenían además mujeres, con cuyos vientres incrementaban el número de sus integrantes a la vez que les servían para el trabajo agrícola.

En lo que se refiere a las ceremonias de antropofagia ritual, en ellos se cantaba y danzaba consumiendo “cauín” hasta embriagarse. Posteriormente, esa práctica habría quedado limitada a los chamanes o jefes religiosos de las comunidades de los guaraníes, que eran los únicos que podían participar del banquete. Se puede considerar que el objetivo de obtener cautivos haya constituido un importante incentivo para las actividades guerreras. Sin lugar a dudas la antropofagia ritual es lo que mejor se conoce de los guaraníes en el comienzo del contacto con los europeos. Justamente lo que más impresionó a aquellos europeos que describieron sus hábitos; de la misma manera que ha llamado la atención la relativa rapidez con que las prácticas rituales antropofágicas fueron abandonadas, cuando los franciscanos y jesuitas llevaron a cabo su tarea misional.

Producto de la gran expansión y de las actividades guerreras es que llegaron a mantener contacto con otros grupos indígenas que estaban ubicados en diferentes regiones de América del Sur, y ello les permitió vincularse a otras culturas. Así se puede explicar la forma en que pudieron difundirse algunos elementos característicos de las pautas culturales de este complejo que llegó a ocupar la mayor cantidad de territorios en la América precolombina.

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SUSANA RODRIGUEZ VARESE / RODOLFO GONZÁLEZ RISSOTO