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La razón del Concilio[1]

A finales del siglo XIX algunos eclesiásticos vieron la necesidad de celebrar un Concilio que reuniese a todos los obispos iberoamericanos para tratar sobre los problemas que estaba poniendo a la Iglesia y a la sociedad Iberoamericana el siglo que declinaba. Tenían el ejemplo de la Iglesia de los Estados Unidos que ya había celebrado el III Concilio de Baltimore. Muchos obispos lo miraban como un ejemplo que había que seguir. Durante tres siglos las Iglesias hispanoamericanas habían vivido una notable unidad; lo mismo se podía decir del Brasil lusitano. Muchos iberoamericanos estaban tomando una conciencia de pertenencia a las raíces comunes de lo que se llama hoy Latinoamérica. Lo señalaba el Visitador Apostólico en México Mons. Averardi, quien estaba convencido junto a los obispos mexicanos de que México tenía unas raíces indo-españolas que lo hermanaban al resto de las repúblicas iberoamericanas, que nada tenían que ver con la cultura anglosajona del Norte. El mexicano común despreciaba, recordaba Averardi, a los norteamericanos a los que llamaba despectivamente yankees. Los dos elementos que constituían el temperamento de estos pueblos eran: lo católico y lo latino[2].

La nueva nomenclatura de América Latina↗ estaba entrando ya en el lenguaje común. Su origen más remoto quizá se deba al mexicano Lucas Alamán↗ y al norteamericano Henry Clay. En 1823 el canciller mexicano Alamán quería establecer una serie de pactos de unión entre los nuevos países hispanoamericanos (y al igual que Bolívar, sin incluir Brasil), unión que debía incluir una preferencia o unión aduanera. Comenzaba a actuar esta política con un acuerdo con Nueva Granada (Colombia). Los Estados Unidos a través de su embajador Poinsett, y por instrucción del subsecretario de Estado Henry Clay, exigieron el mismo tratamiento. La oposición política norteamericana hizo naufragar esta política económica desde sus comienzos. La razón la había formulado ya el proprio Clay cuando, el 20 de mayo de 1820, siendo presidente de la Cámara de Representantes, estableció en célebre discurso la necesidad de hacer de Estados Unidos el centro comercial en torno al cual girarán las Repúblicas hispanoamericanas y Brasil : “Podemos crear un sistema del cual seremos centro y en el cual toda América del Sur actuará con nosotros. Con respecto al comercio seremos más beneficiados; este país se convertirá en el depósito del comercio del mundo”[3]. Esta perspectiva de evitar privilegios comerciales exclusivos entre los países hispanoamericanos la completó Clay con las instrucciones que dio a los observadores norteamericanos que iban a participar en el Congreso de Panamá convocado por Bolívar para 1826. El proyecto fracasó también por la fuerte oposición de Inglaterra.

En el Congreso Hispanoamericano de Lima de 1847 se retomaron las perspectivas aduaneras de Alamán, pero también fracasaron. Todavía, tras la guerra civil norteamericana (1861-1865) se pensó en una “Unión o alianza comercial continental americana”, ideada por Steven A. Douglas, que abarcaba desde México y Cuba hasta Panamá, e incluía también a Canadá. Era una repetición de la idea geopolítica de los fundadores de los Estados Unidos del Norte. En el mismo tiempo surgía la Unión Latinoamericana impulsada por el colombiano José María Torres Caicedo, que incluía expresamente a Brasil. Por eso se justificaba la opción latinoamericana, en vez de hispanoamericana, que se limitaba solamente a la antigua zona castellano-española. Por ello todo, indica que el término haya sido acuñado, o al menos difundido, aunque todavía de manera intelectual, por Torres Caicedo como contrapuesto al otro polo geopolítico, el anglosajón. El término se difundió en seguida en el campo eclesiástico al fundarse el seminario o Colegio Pío Latinoamericano de Roma en 1858. Pasaría luego a los documentos oficiales de la Santa Sede. Por ello asume un preciso valor político: la justificación de la formación de un bloque latino en América contra el anglo-americano[4], y un valor eclesiástico como indicación de un territorio continental y cultural-eclesial.

Estas problemáticas y estos acontecimientos influyeron también en el nacimiento en el seno de la Iglesia de una conciencia de pertenencia a una realidad histórica precisa que empezaba a llamarse Latino América. De aquí la necesidad de la celebración de un “Concilio Plenario” de todas las antiguas Iglesias iberoamericanas o latinoamericanas. Así que el siglo XIX, caracterizado por una dolorosa historia de divisiones y de luchas sangrientas entre hermanos, que con frecuencia habían olvidado o menospreciado sus raíces católicas y querido adoptar otras ideologías y experiencias ajenas a tal historia, iba a acabar con la celebración de una magna asamblea episcopal católica que confesaba aquella pertenencia constitutiva común, base de la unidad que se quería reconstruir (como casi un siglo después volverán a recordar los obispos en Puebla y en Santo Domingo).

León XIII y América Latina: La convocación del Concilio Plenario

El cardenal Rampolla, secretario de Estado vaticano, así escribía a Averardi en 1897: “Las graves necesidades espirituales que afligen a las poblaciones católicas latinoamericanas, y los más graves peligros que amenazan su fe, han constituido desde hace años la preocupación de la Santa Sede”[5].En efecto, León XIII estaba informado sobre cuanto sucedía en América Latina por los obispos del Continente y por los diversos nuncios y delegados o visitadores apostólicos. En 1892 se habían cumplido los 400 años del Descubrimiento. El acontecimiento no le había pasado desapercibido a León XIII, que dirigió una carta a los episcopados de las dos Américas, así como a los de España y de Italia[6]. Las celebraciones ayudaron a la Iglesia a “redescubrir” las Américas, especialmente aquella “ibérica” o “latina”. El Pontífice intuyó la necesidad de convocar un Concilio Plenario de todos sus obispos para relanzar una nueva etapa evangelizadora. En la Carta Apostólica Cum diuturnum, fechada en la Navidad, 25 de diciembre, de 1898, con la que convocaba del Concilio, el Papa recordaba a los obispos sus raíces culturales comunes (“unidos por la afinidad de raza”), les invitaba a una unión efectiva entre ellos y con el Romano Pontífice, y señalaba los objetivos del Concilio: “asegurar la unidad de la disciplina eclesiástica al mismo tiempo que la santidad de costumbres”[7]el Papa recordaba también cómo la conmemoración del IV Centenario lo había empujado a la convocación del Concilio : “Hoy, hemos realizado lo que hace tiempo deseábamos con ansia...Desde la época en que se celebró el cuarto centenario del descubrimiento de América, empezamos a meditar seriamente en el mejor modo de mirar por los intereses comunes de la raza latina, a quien pertenece más de la mitad del Nuevo Mundo. Lo que juzgamos más a propósito fue que os reunieseis a conferenciar entre vosotros, con nuestra autoridad y a nuestro llamado todos los obispos de esas Repúblicas”[8]

Se empezó en seguida la preparación del Concilio en cada país y desde Roma. Así por ejemplo, para México se optó por enviar un visitador apostólico, Mons. Niccolò Averardi, para que ayudase en los preparativos tanto con una acción diplomática con el gobierno del don Porfirio Díaz↗, como una animación eclesial con los obispos[9]. Como método de trabajo se pensó que el medio mejor sería el de celebrar una serie de concilios provinciales preparatorios en cada Provincia eclesiástica. Esta preparación tenía como objetivo reunir a toda la Iglesia mexicana, que no se había reunido como tal desde 1771, en el IV Concilio Mexicano. Lo mismo sucedía en todo el resto del continente latinoamericano. La fragmentación a la que hemos aludido había provocado una incomunicación y una dispersión inter-eclesiales deplorables.

En México la celebración de estos Concilios Provinciales constituyó la preocupación principal del Visitador Apostólico. La situación mexicana había sido a la largo del siglo XIX una de las más dramáticas del Continente, con sus interminables conflictos y guerras civiles, con la rapiña perpetrada impunemente contra toda norma del derecho internacional por parte de los Estados Unidos contra un México postrado e indefenso, y el consiguiente expolio de más de la mitad de su territorio nacional ; con las radicalizaciones de los gobiernos liberales y masones en relación a la Iglesia y una larga cadena de otras desgracias.

Todos estos hechos habían dejado unas heridas profundas en la vida del pueblo mexicano. El arzobispo de México Próspero M. Alarcón, señalaba en su Carta Pastoral con la que anunciaba el Concilio Provincial Mexicano: “han sucedido en el siglo actual la negación y la indiferencia. Los caracteres de los dos extensos campos en que hoy aparecen haberse dividido los católicos y los que no lo son, tienden a acentuar cada día más”[10]. Estas divisiones, decía el arzobispo mexicano, motivaban y fomentaban numerosas divisiones políticas que habían dejando un río de guerras. El arzobispo recordaba luego la obra pacificadora del presidente mexicano de entonces, Porfirio Díaz. La nueva era de paz ayudaba también a la Iglesia a rehacerse y construir nuevos caminos. Por ello el Arzobispo consideraba que había llegado el tiempo para la celebración de un Concilio provincial “cuando se contempla con dolor el criminal abandono en que viven muchos católicos...” [11]. El arzobispo recordaba que “el objeto de los Concilios provinciales no es de ordinario la definición de puntos dogmáticos en que se ocupan los Concilios Ecuménicos, sino indicar ligeramente los errores condenados ya, como para dar a los fieles una vez más la voz de alerta a fin de que ellos se alejen, esforzándose en conservar sana su inteligencia, y decretar cuanto para la reforma de las costumbres en el clero y en el pueblo y para la mutua edificación de los fieles crean convenir”[12]. Se señalaba también que otro de los objetivos era el de buscar los medios para la renovación del clero, la libertad de acción, el diálogo con el Gobierno para buscar conjuntamente los medios más eficaces para la responder a las necesidades del hombre. Era importante este objetivo, ya que la labor de la Iglesia no se desconectaba de la realidad concreta del hombre.

En México se celebraron así cuatro Concilios provinciales en cada una de las Archidiócesis, a excepción de la de Antequera (Oaxaca) donde ya se había celebrado un concilio provincial años antes, pero que sirvió como punto de referencia para los que se estaban celebrando ahora y en la Arquidiócesis de Linares que no se pudo celebrar. Averardi tuvo primero que convencer a los obispos sobre la necesidad de la celebración de tales concilios y más tarde emplear su fina acción diplomática para superar dificultades de todo tipo dentro de la Iglesia, y los obstáculos que los enemigos acérrimos de la misma ponían para que se pudiesen celebrar[13].

Algunos eclesiásticos temían que estos Concilios podían dar pié a una intromisión y control por parte de Roma, o cambiar el orden eclesiástico existente, como recuerda el obispo de San Luis Potosí, Ignacio Montes de Oca, a Mons. Averardi[14]. De ello era bien consciente Averardi como lo manifiesta en una carta suya al citado Mons. Montes de Oca [15]. De hecho “algunos Sacerdotes u Obispos no hacen buena cara a esta eclesiástica disposición...”, escribía Averardi. Otros obispos la aceptaban más por obligación que por convencimiento. Así por ejemplo, en la Archidiócesis de Linares, tras correr mucha tinta en correspondencia entre los distintos obispos, el metropolitano y el visitador al final no se realizó. Averardi gastará gran parte de su energía precisamente en poner de acuerdo a los obispos o convencerles de la necesidad de la celebración de los Concilios provinciales. Lo confesaba en una carta del 16 de octubre de 1896 a Rampolla: “he tenido que trabajar duramente[16]” (“ho dovuto realmente durare grave fática)” .

A pesar de las dificultades el resultado fue satisfactorio, como el mismo Averardi escribe a Rampolla antes de concluirse los Concilios provinciales que se estaban celebrando en cuatro de las seis Provincias eclesiásticas (México, Durango, Michoacán, Guadalajara)[17]. El primero se celebró en la ciudad de México en agosto de 1896 con la asistencia de 4 obispos sufragáneos (mas Montes de Oca, de San Luis Potosí, como teólogo consultor), los cabildos catedralicios respectivos, los rectores de los dos Seminarios y los Superiores de las casas religiosas... Este Sínodo marcaría las trazas para los demás [18]. El de Durango se celebró en septiembre de 1896; el de Michoacán en enero de 1897, y el de Guadalajara en diciembre de 1896 hasta mayo de 1897.

Si esto sucedía en un México con el más numeroso episcopado de Iberoamérica, ¿qué pasaría en el resto de Iberoamérica? Averardi percibía en los Sínodos provinciales un remedio a tantos males de la vida eclesial, incluida la urgente reforma del clero, de los seminarios, de los religiosos, cuyas casas había visitado, y el comienzo de una nueva etapa . Averardi pensaba también en la celebración de un Concilio general, que él llamaba “nacional”. Incluso manifestaba a Rampolla que contaba con el apoyo del general Porfirio Díaz. Le parecía que el momento era propicio y que incluso el gobierno lo veía con buenos ojos, ya que buscaba mejorar su imagen internacional. El proyecto acariciado por Averardi fracasará, pero no el de un Concilio Plenario de todo el episcopado latinoamericano[19].

En este tiempo numerosos obispos latinoamericanos visitan con más frecuencia Roma y se fomentan también las peregrinaciones de los fieles a la Sede Apostólica, en línea con un movimiento que se extiende por todo el mundo. En México el principal promotor fue el entonces obispo de Chilapa, don Ramón Ibarra y González, que había fundado una asociación llamada Apostolado de la Cruz, que las promovía[20]. Esta peregrinación, aunque no fue tan grande como se había pensado en un principio, revistió, sin embargo, una gran importancia, ya que se ubicaba en los días en que los concilios Provinciales ya habían terminado, y en los momentos en que el “Esquema” para el Concilio Plenario había sido enviado a todos los Obispos mexicanos; además se estaba pidiendo la opinión de los Prelados acerca del lugar más apropiado para la realización del mismo. Tanto el Papa como el Secretario de Estado tuvieron una información directa de la situación del país y una información directa sobre los preparativos que se iban realizando en México para el Concilio, sobre la paz que se respiraba en el país y el reflorecimiento de la Iglesia Mexicana. Este argumento de la paz que vivía México, fue el más recurrido cuando se trató de dar la opinión del lugar más apropiado para la reunión conciliar, ya que algunos, entre ellos Averardi, procuraron, sin conseguirlo, que el Concilio Plenario Latinoamericano se realizara precisamente en México...”[21].

La celebración del concilio plenario. La preparación y la elección del lugar de la celebración

Varios obispos latinoamericanos de amplias miras, como Mariano Soler de Montevideo, ya en 1888 y Mariano Casanova de Santiago de Chile en 1892, habían propuesto la celebración de un Concilio Plenario[22]mientras que otros de México, Colombia y Brasil habían juzgado inoportuna tal convocación. El Concilio se convocaba así sin contar con el entusiasmo de todos. De este modo a algunos obispos mexicanos y también al de Medellín (Colombia), les parecía que la heterogeneidad de situaciones de América Latina, la distancia y la edad de algunos prelados no era propicia al proyecto[23]él debían acudir los metropolitanos y algunos obispos sufragáneos de cada provincia eclesiástica. Sería el primer Concilio Plenario de toda la Iglesia Latinoamericana al que concurrían los representantes de las 18 Repúblicas que componían entonces su geografía política. Panamá aún pertenecía a Colombia, y Cuba y Puerto Rico acababan de ser arrebatados al dominio español por los Estados Unidos e independizados de España.

Sin embargo, a pesar de las dificultades, estaba naciendo una conciencia de unidad y de pertenencia a unas raíces culturales comunes entre los mismos obispos. Algunos Obispos mexicanos veían también la necesidad de mostrar tal unidad en un gesto como aquel. Así el obispo de San Luis Potosí, Montes de Oca, decía que una de las finalidades para celebrar el Concilio era el de “mostrar al mundo cuánto ha hecho en América la Religión Católica, traída por los heroicos hijos de España y Portugal[24]. El arzobispo de Antequera, Mons. Gillow y Zavalza, escribía que en el Continente Americano se encontraba la raza sajona que dominaba al Norte y que “tiene marcada tendencia de influir sobre las demás naciones y muy particularmente sobre México, Centro y Sur América. Fortaleciéndose el elemento católico en esta Repúblicas podrá acaso conservarse el equilibrio entre las dos fuerzas y probablemente el factor que se funda en la unidad de la fe y adhesión a la Santa Sede será el más poderoso, para conservar en el porvenir la autonomía propia de cada una de estas naciones”[25]. También la opinión pública manejó tales opiniones. Citamos como ejemplo cuanto escribe el periódico El Tiempo de México comentando el hecho del Concilio en junio de 1899 : “Este sínodo podrá tener otras consecuencias políticas. Los obispos de los diferentes Estados de la América del Sur se conocerán aquí. Los vínculos de amistad y estimación recíproca contraídos en Roma, será más tarde una nueva fuerza en servicio de la idea tan halagüeña que desde hace tiempo acarician los más prominentes hombres de Estado: frente a las pretensiones de más en más amenazadoras de los Estados Unidos, una federación de las Repúblicas de la América Latina sería la mejor salvaguardia de su independencia y su legítima iniciativa”[26]

Las dificultades para realizar un concilio plenario latinoamericano eran muchas, y lo señalaban ya algunos eclesiásticos convencidos de su necesidad, como: ponerse de acuerdo entre tantas naciones para elegir la ciudad más apropiada para la celebración de dicho concilio; la dificultad de asistir a Roma, en el caso de que se escogiera esta ciudad como sede conciliar; las dificultades en el orden político... Por ello alguno pensaba como más oportuno la celebración de concilios nacionales en cada nación o de semi-plenarios que reagrupasen a varias naciones [27]. Sin embargo la mente de la Santa Sede era cada vez más clara: había que celebrar un Concilio plenario, a pesar de las largas distancias y del corto espacio de tiempo para poder prepararlo bien.

Se dejaba a los obispos la libertad de indicar las fechas adecuadas y de escoger la sede. Algunos, como los de Santo Domingo, México, Cuernavaca y Querétaro propusieron la capital mexicana; los de Chile y Argentina se inclinaban por Santiago de Chile ; el de Lima ofrecía esta capital en nombre de su gobierno. Mons. Averardi, delegado y visitador apostólico en México, le habló del tema al mismo presidente Porfirio Díaz con la hipótesis de poder celebrarlo en la capital mexicana, “haciéndole también entender que esto retornaría a sumo honor de esta Nación, que es la más importante bajo todo respecto entre las otras Repúblicas de América Latina[28]. Averardi escribía que Díaz había acogido con “grandissimo piacere questa idea, promettendomi il suo appoggio ed il suo favore”[29]. De todos modos no se ponían de acuerdo sobre el lugar, mientras la Santa Sede insist1a en conocer sus opiniones y propuestas sobre el asunto[30]. Merecería un estudio especial las propuestas llegadas a Roma[31]. De todas maneras muchos indicaban que pese a existir la misma base indo-española, existían grandes diferencias por lo extenso del Continente Americano y no veían cómo un Concilio plenario podría legislar para un continente tan fragmentado y formado por pueblos que, como escribía uno el obispo de Tehuantepec, José Mora, “si bien fueron conquistados por España y Portugal, después de su independencia se han hecho tan diversos entre sí por usos y costumbres en las Diócesis de esta República, y aun en la misma Diócesis, de modo que para gobernar bien a los fieles hay que no tocar ciertos puntos...”.De todos modos los obispos se mostraban fieles y dispuestos a la obediencia a la Sede Apostólica.

Aceptado el hecho de la voluntad firme de la Santa Sede de querer que el Concilio se celebrase, las propuestas indican la variedad de opiniones y consideraciones. Así Mons. Gillow proponía sin duda México por ser este país el primero en haber tenido los dos primeros obispados en la tierra firme del Continente, Puebla o Tlaxcala y el de México, y señalaba en concreto Tlaxcala, lugar del primer obispado[32]. Coincidían en ello muchos otros obispos mexicanos[33]. Otros proponían la ciudad de México, pese a que algunos lo veían peligroso dado el ambiente de liberalismo hostil que allí reinaba[34]. Otros, se inclinaban por Roma, como punto que podía poner de acuerdo a todos, aunque el viaje sería un impedimento para que pudiesen asistir muchos obispos, pero era el lugar de la catolicidad[35]. Roma podía ser un ideal, pero el viaje iba a ser largo y penoso, económicamente costoso; iba a obligar a que los obispos permaneciesen por largo tiempo fuera de sus sedes. Las propuestas tenían que confrontarse con las que provenían de los demás obispos de América Latina[36].

Al final la balanza se inclinó por la Ciudad Eterna. La mayor parte, por motivos políticos, prácticos (dificultad de viajar en el Continente) y afectivos de devoción al Papa, prefirió Roma[37]. Los motivos orden político tuvieron un peso especial en esta elección: ni se encontró un lugar adecuado y seguro políticamente, ni tampoco se quería herir las susceptibilidades nacionales; también se querían evitar las interferencias gubernamentales. Sin embargo la actitud de muchos gobiernos fue positiva, como expresamente hacen constar las Actas[38]. Otro motivo de la elección de Roma fue la necesidad de contar con personas preparadas en cuestiones canónicas y teológicas.

En diciembre de 1898 León XIII aprobó la decisión de los obispos latinoamericanos y los obispos fueron convocados en Roma. El 31 de diciembre de 1898 el cardenal Rampolla, Secretario de Estado de León XIII, envió las Cartas del Papa con las que invitaba a los obispos latinoamericanos al Concilio Plenario. Las Cartas Apostólicas Cum diuturnum están fechadas el 25 de diciembre de 1898, día de Navidad, y en ellas se precisa que el Concilio comenzaría el 28 de mayo de 1899 en Roma[39].

El Concilio tuvo “una preparación asombrosamente profunda”, según Schmidlin[40]. Se preparó un esquema previo de temas, estructurados en más de mil artículos. Sus redactores parece ser que fueron los cardenales Rampolla, Vannutelli y Angelo Di Pietro. Los dos últimos conocían la realidad latinoamericana directamente, ya que Di Pietro había representado a la Santa Sede en Paraguay, después de la terrible guerra de la triple alianza, en Argentina (1877-1879) y en Brasil (1879-1881), y Vannutelli había estado trabajando análogamente en Ecuador, Perú, Colombia, Costa Rica, El Salvador y Honduras (con residencia en Quito) desde 1869 a 1877[41]. En 1897 la Santa Sede remitió el Esquema a los metropolitanos y delegados apostólicos que seguramente los transmitieron al resto de los obispos, algunos de los cuales enviaron sus observaciones (454 en total). La Iglesia latinoamericana de entonces no gozaba de las condiciones actuales, ni por comunicaciones ni por posibilidades y mucho menos con organismos capaces de coordinar un trabajo de este estilo, por lo cual se entiende el procedimiento adoptado entonces.

Participantes y celebración

Una circular de la Congregación vaticana del Concilio del 7 de enero de 1899 determinaba que deberían asistir todos los arzobispos y aquellos obispos “que son únicos en una república: Costa Rica, Comayagua (Honduras), Nicaragua, El Salvador y Paraguay[42]. No se imponía la obligación al resto de los obispos sufragáneos. El metropolitano debía reunir a los mismos para elegir a uno o a varios que los representaran. Probablemente la consulta se realizó por carta en muchos lugares, dadas las distancias y el escaso espacio de tiempo a disposición. Pero en algunos países como México se pudieron reunir y elegir sus representantes[43].

Los obispos llegaron a Roma con la esperanza de recuperar el tiempo y el espacio perdido durante un siglo de traumas. El Concilio fue abierto el 28 de mayo de 1899, solemnidad de la Santísima Trinidad, y concluyeron el 9 de julio. La sede del Concilio fue la capilla del Colegio Pío Americano[44]. Concurrieron 53 prelados en representación de toda la Iglesia Latinoamericana (sic), 13 arzobispos y 40 obispos. Las sesiones se celebraron entre el 29 de mayo y el 9 de julio de 1899. Sólo faltaron los arzobispos de Guatemala, de Charcas o La Plata (Sucre, Bolivia), Caracas, y el de Santo Domingo, por motivos de los disturbios políticos del proprio país o de salud. Los países más representados fueron México con 13 obispos; Brasil con 11; Colombia y Argentina con 6 cada uno; Chile con 5. Las demás repúblicas con 3 o menos, pero de toda Centroamérica solo acudió el obispo de Costa Rica[45]. Llama la atención la edad media de los obispos (entre 51 y 60 años) y su joven experiencia en el ministerio episcopal (la mayor parte con menos de 10 años); sin embargo todos estaban marcados por dolorosas experiencias conflictivas.

Los decretos conciliares

Los obispos habían recibido antes de su llegada a Roma un voluminoso Esquema con varios temas. Habían enviado 454 observaciones al Esquema propuesto por Roma[46]. Solo se han publicado las síntesis de las 29 congregaciones generales y de las nueve sesiones solemnes[47].. El Concilio pasó casi inadvertido en su tiempo al resto de la Iglesia, y la misma Civiltà Cattolica apenas le dedica unas escasas páginas de crónica[48].

Las 29 congregaciones generales fueron presididas a turno por los arzobispos participantes en calidad de delegados apostólicos del Papa[49]. Algunos cardenales de la Curia Romana (Di Pietro, Cretoni, Gotti, Jacobini, Agliardi, Ferrata) asistieron como presidentes honorarios a las sesiones solemnes. Entre los consultores oficiales no encontramos latinoamericanos, aunque algunos obispos llevaron los propios. Entre los consultores oficiales destaca el capuchino español José Vives y Tutó, creado cardenal durante el Concilio. En la segunda congregación general (30 de mayo) se insistió en la “total libertad” de que los padres conciliares debían gozar, y se afirmó que podían servirse de los consultores que traían consigo[50]

El objetivo del Concilio quedó enunciado así en la sesión de inauguración: “La mayor gloria de Dios; la defensa y propagación de la fe católica; el aumento de la religión y la piedad; la salvación de las almas, el esplendor de las Iglesias; el decoro y disciplina del clero, y la dignidad, defensa y ampliación del... Orden Episcopal”.

Valor jurídico del Concilio

El Concilio se clausuró el 9 de julio de 1899 en el Colegio Pío Latinoamericano, donde se había abierto el 28 de mayo anterior. León XIII aprobó sus decisiones el 1 de enero de 1900 con las Cartas Apostólicas “Jesu Christi Ecclesiam”[51]y tuvo fuerza de ley canónica a partir del 1 de enero de 1901. Desde el punto de vista jurídico ¿qué valor tiene este Concilio ?[52]. No fue ni un concilio nacional ni un concilio provincial, ni mucho menos un concilio diocesano. El término plenario es fluctuante. No se encuentran casos frecuentes de este estilo de concilios en la tradición de la Iglesia moderna. Las Asambleas del clero francés de los siglos XVII y XVIII eran de naturaleza muy diversa; se llamó plenarios a los concilios celebrados en Baltimore (USA) en el s. XIX. Este concilio latinoamericano tiene como característica precisa el hecho de haber reunido a todo el episcopado latinoamericano por convocación expresa del Papa. Ninguno de los metropolitanos y obispos de aquella área socio-política, que comenzaba a configurarse como América Latina, poseía los requisitos canónicos para poder convocar un concilio de este estilo. Sólo el Papa podía hacerlo. En este sentido se adelanta, en cierto sentido a la praxis actual de convocar Sínodos especiales para los diversos continentes o para diversas realidades territoriales o eclesiales. Tampoco tiene su correlación en las futuras conferencias episcopales ni nacionales ni continentales como el CELAM, ya que estas conferencias no poseen la autoridad canónica que tuvo este Concilio.

Balance del Concilio

1. El Concilio depende en sus fuentes doctrinales de los Concilios de Trento y Vaticano I, del Magisterio de Pío IX (especialmente el Syllabus) y desde luego de León XIII (unas cien citas), el Catecismo Romano, documentos y declaraciones de las Congregaciones Romanas y de otros sínodos antiguos y de la doctrina de algunos episcopados de Iberoamérica[53].

2. Su eclesiología es la clásica bellarminiana del tiempo dentro de la cual coloca la actividad de los cristianos. Se refleja esta mentalidad al hablar de los cristianos laicos. El Concilio cree en el pueblo latinoamericano y en su generosidad católica; pero ve el laicado todavía como sujeto pasivo, destinatario de la acción evangelizadora y sacramental de la Iglesia jerárquica, y no tanto como el cristiano bautizado que tiene una vocación cristiana fundamental también de testimonio y de responsabilidad misionera.

3. Defiende el matrimonio cristiano agredido por la legislación laicista y condena la indiferencia religiosa del Estado liberal. Por estos motivos estimula la acción política de los cristianos “para introducir en las venas del Estado, a guisa de sangre y de jugo salubérrimo, la sabiduría y la virtud de la religión católica”.

4. El Concilio rechaza el “neo-regalismo” republicano del Estado liberal o su pretendido patronalismo. Reafirma la doctrina del Syllabus de Pío IX y de la encíclica Libertas de León XIII sobre las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Denuncia y condena el totalitarismo estatal. Condena las muchas perversiones contra la dignidad de la persona.

5. Repite el concilio la condena del liberalismo, de los diversos tipos de ateísmo, racionalismo y positivismo y señala al protestantismo como fuente de todos los errores modernos en la misma línea del Magisterio de Pío IX y León XIII.

6. Sin embargo su sensibilidad social es bastante escasa. Apenas conoce la Rerum Novarum de León XIII, publicada en 1891. Los obispos se mueven fundamentalmente en una línea “caritativa” más que “social”. No aluden al problema de los afro-americanos, mientras el problema había sido recordado en los concilios de Baltimore de los Estados Unidos (si bien hay que reconocer que las circunstancias y las situaciones eran muy diversas). Tampoco los indios ocupan un lugar eminente en sus preocupaciones; hablan sólo del trabajo misionero entre los indios que no han sido todavía evangelizados. En cambio es evidente la preocupación por los inmigrantes, exhortando a recibirlos con caridad y condenando los engaños a que los sometían “seductores impíos y sin conciencia”. En la época del dominio hispano-portugués la Iglesia había llevado fundamentalmente el peso de las obras de caridad, asistencia y beneficencia social; a lo largo del siglo XIX los Estados liberales despojaron a la Iglesia de sus obras educativas y caritativas, pero en la mayoría de los casos no ocuparon su lugar y dejaron desamparados a las clases más débiles de la sociedad. Por ello ahora el Concilio reafirma el derecho de la Iglesia a restablecer su apostolado de caridad.

7. A los obispos les preocupa a la laicización de la escuela por la ignorancia religiosa cada vez más generalizada. Señalan a la masonería como el alma de tal sistema de laicización; por ello los obispos la condenan enérgicamente, y ven la urgencia de una presencia de la Iglesia en el campo de la educación.

8. Les preocupa la formación y la promoción de la vida santa de los sacerdotes. Sin embargo no asoma todavía el ya grave problema de la escasez de los mismos. Recuerdan cómo América es deudora de su fe y de su cultura sobre todo a las Órdenes religiosas, por ello juzgan que las persecuciones y los vejámenes contra las Órdenes religiosas lo largo del siglo han sido sumamente injustas.

9. León XIII siguió con el máximo interés el desarrollo del Concilio, que se celebraba no lejos del Vaticano, donde el Papa se consideraba preso por el gobierno italiano. Una vez clausurado el Concilio, al recibir el 10 de julio a los obispos, les declaró que había seguido día a día sus trabajos y que consideraba aquel acontecimiento como “la página más gloriosa de su pontificado[54]. Pronunció un discurso que el anciano Pontífice les dejaba como testamento. En él destaca su preocupación por la formación de los sacerdotes y la fundación de seminarios sólidos, cultural y doctrinalmente, y que siguiesen la doctrina tomista. Le preocupa al Papa el cuidado que los obispos debían tener por su clero, especialmente el parroquial y por la catequesis de los niños. Señala también la importancia de las misiones rurales. La gente latinoamericana, dice el Papa, es sencilla y buena. “Sabemos que desean ardientemente la palabra de Dios”. El Papa, siempre preocupado por la formación de los sacerdotes, recomienda a los obispos la obligación de convocarlos periódicamente a los ejercicios espirituales.

10. Un juicio sobre el Concilio Plenario debe tener en cuenta el momento en que fue celebrado y los protagonistas que en él tomaron parte. - Cien años después de su celebración, el historiador puede correr el riesgo de quedarse en la epidermis positivista y juzgar que el Concilio haya tenido poco influjo en la vida social de América Latina. - Puede correr también el riesgo de no tener en cuenta todos los factores y la transformación de la cultura latinoamericana. Entonces su diagnóstico queda desfasado. Hay que reconocer que el Concilio conoce los trances dolorosos y los cambios por los que pasa el Continente latinoamericano. Está atento también a las posiciones peligrosas del mundo contemporáneo, ya señaladas por los Papas de la época; más no despliega grandes proyectos que respondan al cambio que se estaba operando en el Continente.

- Sus actitudes son comunes a las de las demás comunidades católicas del tiempo. Si en Europa se dejaba sentir ya el comienzo de una época de abandono en masa de la fe cristiana, en América Latina la Iglesia quiere defender la herencia y tradición católica que le queda y a la masa católica. Los obispos no quieren dejarla a merced de los invasores y advenedizos (masones, liberales y protestantes, para usar una trilogía de “enemigos” de tal “tradición católica”). La postura teológica y pastoral de conservación y defensa de los obispos tiene que ser enjuiciada a la luz de tales asaltos violentos.

11. O. Koehler escribe que: “Este Concilio Plenario al final del pontificado de León XIII abordó, sin duda alguna, los problemas centrales de la Iglesia en los países de América Latina[55]. El juicio citado es sin duda demasiado optimista, pero tampoco es un juicio equivocado. Hay que reconocer que el Concilio Plenario de 1899 no ofrece una originalidad doctrinal. Recoge la enseñanza tradicional, disponiéndola en forma organizada y metódica, para referirse a una Iglesia latinoamericana cuyos problemas y potencialidades, siendo parcialmente comunes con gran parte de la Iglesia Católica, no se individualizan ni se estudian específicamente. Parece como si la preocupación del Concilio fuese la de conservar para la Iglesia el puesto que la historia anterior le había asignado, y que ahora el laicismo le quería arrebatar.

12. Los decretos, de carácter marcadamente jurídico, ¿tienden sólo a defender tal puesto, o son también un punto de partida para una nueva etapa? Las dos cosas. En definitiva el Concilio defendía el carácter y las raíces católicas latinoamericanas, que más adelante reconocerán sobre todo Medellín, Puebla y Santo Domingo[56]. Era defender al hombre latinoamericano de las manipulaciones ideológicas y económicas que se asomaban avasalladoras en el Continente. El pueblo latinoamericano estaba aún cercano a sus pastores, como lo demuestran numerosos hechos como la solidaridad del pueblo con obispos, sacerdotes y religiosos perseguidos en Guatemala, Costa Rica, México, Argentina, Ecuador... y la misma historia del México católico mártir de la primera parte del siglo XX.

13. Pero el mejor resultado del Concilio hay que verlo en a la creación de una conciencia de comunión entre los obispos y en el mismo seno de la Iglesia latinoamericana, que percibió, con mayor o menor intensidad, que constituía una realidad eclesial con un temperamento proprio y que tal temperamento y unidad, forjada por la obra evangelizadora precedente, había sido infravalorada por la hostilidad liberal y masónica[57]. En definitiva la Iglesia quedaba como la única realidad popular en el Continente.

14. De esa experiencia Conciliar nacerá la institución y el funcionamiento de las conferencias episcopales de cada país y más tarde el mismo CELAM en sus conferencias generales[58]. De hecho, en seguida, en el primer decenio del siglo XX, ya se tiene la experiencia de conferencias episcopales en Venezuela, Colombia, Argentina. La historia sangrienta de México obligará también a los obispos mexicanos a reunirse. En los tiempos del dominio español habían funcionado en las diócesis y en las provincias eclesiásticas los sínodos diocesanos y los concilios. Ahora entra la nueva figura de reuniones episcopales, con procedimientos más ágiles. Se abre paso a numerosas formas de comunión episcopal en cada país y entre varias naciones[59]. Los episcopados latinoamericanos de la primera mitad del siglo XX, muestran cada vez más una preocupación notable por la vida de su pueblo y nos sorprenden por su preocupación por los problemas sociales y reales de la gente.

15. En conclusión: leyendo las Actas del Concilio Plenario Latinoamericano nos topamos con una temática general y aparentemente con pocas referencias concretas a la situación latinoamericana, como harán las grandes conferencias episcopales latinoamericanas del CELAM en nuestro siglo (Río de Janeiro en 1955, Medellín en 1968, Puebla en 1979 y Santo Domingo en 1992). ¿Está ausente por lo tanto una sensibilidad latinoamericana? Como escribía el obispo de Colima A. Silva a Mons. Averardi desde Génova el 22 de julio de 1899: “El día 9 del corriente terminamos felizmente nuestro Concilio Plenario, del cual hemos quedado sumamente complacidos”[60]. Es un Concilio muy importante, aunque el entusiasmo fue grande al inicio y los Prelados que participaron estaban muy emocionados por la “aventura” de este encuentro. Quizás se hubiera deseado que los temas tratados en el Concilio se hubieran enfocado más a la realidad que vivía Latinoamérica. Sin embargo, el hecho de que se hayan encontrado los Prelados en un trabajo que los unía como latinoamericanos, en unos mismos intereses y confrontados con realidades similares, ayudó a que el horizonte eclesial se ampliara grandemente, y se pudiera cimentar una primera base que darían como fruto las futuras Conferencias Episcopales Latino Americanas, con grandes perspectivas de un Continente llamado de la Esperanza[61].

16. Hay que tener presente las circunstancias de entonces y cómo este episcopado proviene de un continente todavía unánimemente católico, pero donde la Iglesia era continuamente hostigada por unos gobiernos que seguían una planificada política anticatólica. Por otra parte, el Concilio tomó un cariz marcadamente canónico. El Concilio expresa cumplidamente las preocupaciones que agobiaban en aquellos momentos a la Iglesia universal. Se ve que los consultores que prepararon el esquema no son latinoamericanos y que sus preocupaciones si distancian a veces de los problemas agobiantes de la América Latina de entonces.

17. Sería conveniente examinar las observaciones enviadas por los obispos latinoamericanos al Esquema preparatorio y sus intervenciones para captar cuáles eran sus preocupaciones. Algunas intervenciones, como se puede leer entre líneas, muestran una preocupación y una perplejidad sobre el influjo efectivo del Concilio en la sociedad latinoamericana. Así se dijo entonces: “¿qué pensará el mundo entre tanta variedad de opiniones, acerca de nuestras reuniones pastorales? Las declarará tal vez fórmulas y ritos estériles, vanas declaraciones, proyectos inútiles, sentencias sin fruto. Pero esto nada nos importa, porque hasta la historia profana demuestra cuánto yerran los que de tal manera opinan”[62].


El Concilio se celebraba en las postrimerías del pontificado leonino y está lógicamente marcado por las aspiraciones del mismo. León XIII había inaugurado una nueva etapa en el pontificado romano y gozaba de notable prestigio en el ámbito internacional (recuérdese la solución del conflicto del Kulturkampf o la mediación diplomática entre Alemania y España; sus grandes encíclicas...), también en América Latina con la creación de nuevas diócesis, la estipulación de varios acuerdos y concordatos y el establecimiento de relaciones diplomáticas con varios piases del Continente. Era un empeño preciso del Papa establecer un diálogo constructivo con la sociedad, incluso con aquellos Estados más hostiles a la Iglesia (como en el caso de Francia) y relanzar una nueva evangelización entre las clases del proletariado (recuérdese la Rerum Novarum).


El Papa quería que el Concilio Plenario tratase los problemas candentes del día en América Latina, precisamente ante el reto de la nueva evangelización (la terminología es nuestra), sin excluir ninguno de ellos (laicismo del Estado, nuevas ideologías anticristianas, la masonería, que en América Latina causaba estragos con su odio virulento contra todo lo católico)[63]. Como escribe E. Cárdenas, “León XIII hubo de recoger el pesado lastre de un catolicismo a la defensiva, replegado intemporalmente y sin audiencia en el mundo positivista y ya, en gran parte, tecnócrata”[64]. Si esto es cierto para el mundo católico en general, lo era con mayor fuerza para el latinoamericano. Se entiende por ello cómo las Actas del Concilio Plenario reflejarán aquella problemática y no estarán exentas, como bien recuerda el mismo E. Cárdenas, la visión historiográfica leonina del antagonismo de las Dos Ciudades de San Agustín : su protagonista es la Iglesia, su antagonista, la anudación de fuerzas anticristianas que opera la masonería. Pero es una Iglesia militante y gloriosa, “realidad cumplida y perfecta, el «regnum immobile» opuesto a las fluctuaciones del mundo y sustraído al riesgo de la historicidad”[65]. Aquel ambiente de acoso y persecución explica los acentos del Concilio.

Notas

  1. Cf. Bibliografía sobre los “tiempos del Concilio Plenario” en CARDENAS E., “La vida Católica en América Latina”, 465-469 ; los estudios de carácter histórico sobre el Concilio son todavía escasos. Lo han estudiado el mexicano CEJUDO VEGA F., El primer Concilio Plenario en América Latina. Estudio Comparativo, México 1961; CHAVEZ SANCHEZ,, (en relación a México); CARDENAS E., “La vida Católica en América Latina”, 465-552; cf. ibidem, 518, nota 204, cita a MORANDO F.
  2. Los obispos latinoamericanos en Puebla reafirmarán lo mismo repetidamente: cf. en CONFERENCIAS GENERALES DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO, “Documentos de Puebla”, nn. 51, 409-419, Ed. por CELAM, Santa Fe de Bogotá 1994.
  3. Texto cit. en METHOL FERRE Alberto’, Nueva dialéctica histórica en América Latina, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, , colección Diálogo y autocrítica, n. 39, México D.F. 1995, 30-31.
  4. Ver la voz AMÉRICA LATINA: el término.
  5. “I gravi bisogni spirituali che affligono le cattoliche popolazioni dell’America Latina, ed i più gravi pericoli da cui è minacciata la loro fede, hanno formato da varii anni oggetto di preocupazione da parte della Santa Sede” (RAMPOLLA M, Lettera a Mons. Averardi, del 12 de julio de 1897, en ASV, VVAM, Busta XII, f. 459r, cit. en CHAVEZ SANCHEZ, o.c., 356).
  6. Quarto abeunte saeculo, del 16 de julio de 1892, en ASS XXV, (1892-1893), 3-7. La carta transpira admiración por Cristóbal Colón.
  7. Cum Diuturnum, en Acta Leonis XIII, 18 (1899), 201-203 (traducción del latín). Otros documentos de León XIII relativos a A.L. son la Carta Apóstólica Concilium Plenarium Vestrum del 25.12.1899, en Acta Leonis XIII, 19 (1899), 97-98, donde el Papa muestra su complacencia por la terminación del Concilio Plenario. Testimonio de comunión con la Santa Sede brindado por los Obispos participantes en el Concilio; Carta Apostólica Jesu Christi Ecclesiam, del 2.1.1900, en Acta Leonis XIII, 20 (1900) : con la aprobación y promulgación de los Decretos del I concilio Plenario de A.L.
  8. Actas, p. XXI-XXII (traducción del latín).
  9. Cf. CHAVEZ SANCHEZ R. E., La Iglesia en México hacia el Concilio Plenario Latinoamericano (1896-1899), Moderador Giacomo Martina, S.J., P. U. Gregoriana, Roma 1986, 476 pp., Roma 1986.
  10. ALARCON P.M., Carta Pastoral, México 14 de junio de 1896.
  11. Ibid, 8.
  12. Ibid., 9
  13. Cf. la tesis doctoral citada de R.E. CHAVEZ SANCHEZ, La Iglesia en México...
  14. En una carta fechada en San Luis Potosí el 19 de mayo de 1896, cuyo original se conserva en Visita Apostólica México, en el ASV, Busta I, f. 432r, cit. en CHAVEZ SANCHEZ, o.c., 291.
  15. Carta fechada en México el 28 de mayo de 1896, , en ASV, VAM, Busta I, f. 433r, cit. ibid., 292.
  16. AVERARDI N., Minuta al Cardenal Rampolla (11 de mayo de 1896), en ASV, VAM, Busta XIII, f. 6r, cit. en CHAVEZ SANCHEZ, o.c., 294.
  17. AVERARDI N, Minuta al Cardenal Rampolla (4 de noviembre de 1897) en ASV, VAM, Busta XIII, f. 8r-8v, cit. en CHAVEZ SANCHEZ, o.c., 298.
  18. Este Concilio fue digno sucesor de las Juntas (1524; 1539 ; 1546), previas a los primeros Concilios Mexicanos (1555 ; 1565 ; 1585 ; 1771), por lo que éste es conocido como el V (cf. las polémicas sobre el IV y su publicación en LOPETEGUI L. - ZUBILLAGA F, Historia de la Iglesia en la América Española, BAC, Madrid 1965, 200-201 ; y en relación al V mexicano en CHAVEZ SANCHEZ, o.c., 293-306.
  19. Carta de N. AVERARDI, Minuta al Cardenal Rampolla (México 11 de mayo de 1896), ibid, Busta XV, f. 106v., cit. en CHAVEZ SANCHEZ, o.c., 293.
  20. Una peregrinación mexicana salió para Roma, superando no pocas dificultades en enero de 1898, acompañada por los obispos de Puebla, Tamaulipas y el de Chilapa, el citado Don Ramón Ibarra. Se había querido llevar a Roma unos 400 peregrinos, pero dadas las grandes dificultades de todo tipo la peregrinación quedó reducida de unas cuarenta personas, en su mayoría clérigos: cf. en El Apostolado de la Cruz, 1/50, 1 (México 10 de abril de 1898), en ASV, VAM, Busta XVII, f. 274r., cit. en CHAVEZ SANCHEZ, o.c., 352.
  21. CHAVEZ SANCHEZ, o.c., 354.
  22. Cf. La Civiltà Cattolica, serie XVII, vol. VI, (1899), 725.
  23. CARDENAS, .o.c., 519 ; cf. CHAVEZ SANCHEZ, o.c., que señala los legajos (Buste) XIII y XIV del ASV, VAM de mons. Niccolò Averardi.
  24. Así escribe en El Estandarte, San Luis Potosí, 12 de marzo de 1899, s.p., citado en CHAVEZ SANCHEZ, o.c., 378.
  25. GILLOW Y ZAVALZA E., Copia de la Carta al Cardenal Rapolla, VAM en el ASV, Busta XIII, f. 175 (Oaxaca 8 de septiembre de 1897), cit en CHAVEZ SANCHEZ, o.c., 378.
  26. El Tiempo, México, 8 de Junio de 1899, s.p., cit. en CHAVEZ SANCHEZ, o.c., 379.
  27. Así un gran convencido de su necesidad como el obispo mexicano Filemón Fierro, de Tamaulipas, que trabajó intensamente con sus hermanos en el episcopado para convencerles de su necesidad, y con Mons. Averardi, Visitador Apostólico en México. Fierro pensaba, en el caso de un Concilio semi-plenario, que los obispos mexicanos podrían unirse, por ejemplo, a los de Guatemala, “que tanto por su proximidad, como por la semejanza de usos y costumbres con los nuestros tendrían menos inconvenientes, para la unión que indico” (Fierro, a Jacinto López, en ASV, VAM, Busta XIII, f. 482r-482v, citadas en CHAVEZ SANCHEZ, 367-368.
  28. AVERARDI, Minuta al Cardenal Rampolla, , en ASV, VAM, Busta XIII, f. 7r (México 16 de Octubre de 1896), citado en CHAVEZ SANCHEZ, 373 : “(...) mi sono permesso di manifestargli ipoteticamente e con tutta prudenza e delicatezza l’idea della celebrazione in questa capitale di un Concilio Plenario di tutta l’America Latina, facendogli anche intendere che ciò tornerebbe a sommo onor suo e di questa Nazione, che è la più importante sotto ogni rispetto fra le altre Repubbliche dell’America Latina”.
  29. Ibidem.
  30. Así Rampolla escribe a Averardi, delegado apostólico en México, que “i vescovi nel rispondere alle mie lettere del 18 Marzo 1889, non furono concordi. Alcuni proposero diverse città dell’America Latina. Quando si trattò di tenere il Concilio Plenario degli Stati Uniti dell’America dell’Nord, vennero a Roma gli Arcivescovi o mandarono qualche loro suffraganeo e con opportune conferenze furono prese le necessarie intelligenze per l spedita celebrazione del concilio stesso” (carta del 12 de Julio de 1897, desde Roma) y le pedía a Averardi que los Metropolitanos le enviasen sus observaciones y también las propuestas sobre el lugar de la celebración (cf. in ASV, VAM, ivi, f. 461r-461v, cit. en CHAVEZ SANCHEZ, o.c., 381).
  31. Así entre otras propuestas el Obispo de Tepic, Ignacio Díaz, proponía extender la devoción de la Virgen de Guadalupe en toda América, y la de estudiar el tema de la justicia social (uno de los pocos que indicaron este punto !) : cit. en CHAVEZ SANCHEZ, o.c, 384..
  32. Carta a averardi, cit. en CHAVEZ SANCHEZ, o.c, 387.
  33. Cf. Documentación en CHAVEZ SANCHEZ, o.c, 387-389.
  34. Entre ellos el mismo arzobispo de Antequera Guillow y el de la capital de México, Próspero M. Alarcón (cf. en CHAVEZ SANCHEZ, o.c, 389-390).
  35. Los obispos que proponían los lugares precedentes, sugerían también Roma como un posible lugar. Otras propuestas de los obispos mexicanos fueron, por ejemplo Guadalajara, ciudad muy católica y practicante; el arzobispo de Antequera ofrecía incluso una hacienda de su propiedad, ya usada para preparar el Sínodo de Antequera o de la ciudad de Tehuacán dentro de su territorio; otro, José Mora, proponía España...
  36. Cf. las observaciones en CHAVEZ SANCHEZ, o.c, 387-394, sobre el tema del “lugar”, con especial referencia a los obispos mexicanos.
  37. Lo agradece León XIII en su carta Diuturnum del 25.XII. 1898 ; en la Iesu Christi Ecclesiam del 1.I.1900, y lo dicen los padres conciliares a León XIII en su carta del 29.V.1899 : cf. en Actas y Decretos del Concilio Plenario de la América Latina celebrado en Roma el año del Señor de MDCCCXCIX, p. XVss ; XIIss ; XXVIIss, respectivamente.
  38. Cf. nota anterior sobre la edición de las Actas, que fueron traducidas por el obispo mexicano don José María Montes de Oca, obispo de San Luís Potosí ; CÁRDENAS, o.c., 518, nota 207, nota que su traducción a veces peca de excesiva en la manera de interpretar el texto original latino.
  39. Cum Diuturnum, en Acta Leonis, 18 (1899), 201-203.
  40. Cit. en CARDENAS E, “La vida Católica en América Latina”, en QUINTIN ALDEA - E. CARDENAS., 517, nota 203.
  41. Los datos los tomamos de CARDENAS, o.c.(ut supra), 517-522, que cita también las fuentes de su información.
  42. Actas, p. XXIV-XXV.
  43. cf. CHAVEZ SANCHEZ, o.c., 394-412, donde examina las diversas reuniones efectuadas al efecto en las distintas provincias eclesiásticas.
  44. MEDINA ASENSIO L, Historia del Colegio Pío Latinoamericano, 87-91 ; cf. noticias sobre la apertura en La Civiltà Cattolica, serie XVII, vol. VI (1899), 725-728. En la apertura actuó por primera vez el célebre maestro Lorenzo Perosi como director de la Capella Pontificia ; cf. CARDENAS, o.c., 519.
  45. La lista de los obispos puede verse en Actas, pp. XLVIII-XLIX ; más asequible se puede ver en CARDENAS, o.c., 520-522, donde nos ofrece datos interesantes sobre las edades y procedencia de los obispos y sobre los estudios hechos sobre el asunto hasta el momento de la publicación de su obra en 1987.
  46. Pertenecían a 11 obispos de México, 4 de Colombia, 3 de Venezuela, 3 de Brasil, 3 de Haití y uno de Guatemala, de Ecuador, de Argentina, de Uruguay y de Chile, según los datos de F. Moando, citada en CARDENAS, o.c., 521.
  47. Sería interesante analizarlas con detención para comprender los focos de interés de los obispos como también sería interesante estudiar el epistolario, las comunicaciones y las reflexiones de los obispos tras la celebración, trabajo todavía por hacer.
  48. La Civiltà Cattolica, serie XVII, vol. VI (1899).
  49. En una carta del arzobispo de Antequera, Eulogio Gillow a Averardi, desde Roma el 3 de julio de 1899, escribe que los obispos chilenos querían que presidiera su Metropolitano por ser el más antiguo ; los de Brasil pretendían que fuese el arzobispo de Bahía, hasta que se concertó en que presidiera en turno según orden de antigüedad cada uno de los Metropolitanos (cf. en CHAVEZ SANCHEZ, carta del 3.7.1899, desde Roma, de E. Gillow y Zavalza a mons. Averardi, en ASV, VAM, Busta XIII, f. 445v).
  50. Actas, p. LXXVI.
  51. Jesu Christi Ecclesiam, en Leonis XIII Acta, 20 (1900).
  52. Cf. CORREA LEON Pablo, “El Concilio Plenario latinoamericano de 1899 y la Conferencia episcopal Latinoamericana de 1955”, en Cathedra, vol XI, 1 (Bogotá), 47-55.
  53. Sin embargo parece que el Concilio ignora los Concilios y Sínodos indianos, a pesar de que el obispo Montes de Oca diga que se tuvieron muy presentes: menciona los sínodos de Quito y Bogotá, celebrados algunos decenios atrás: cf. en CARDENAS, o.c., 525.
  54. La cita la tomamos de CARDENAS, o.c., 549, que refiere esas palabras recogidas por mons. Brioschi.
  55. Cf en CARDENAS, o.c., 549.
  56. En MHI, t. VIII, 204, cit. en CARDENAS, o.c., 549.
  57. Nos referimos a los Documentos publicados por el CELAM en las reuniones generales celebradas en aquellas ciudades : cf. CONFERENCIAS GENERALES DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO, “Documentos de Puebla”, nn. 51, 409-419, Ed. por CELAM, Santa Fe de Bogotá 1994.
  58. Hay que tener en cuenta que la realidad de reuniones episcopales en el siglo XIX no eran una novedad. Ya en 1830 habían comenzado las reuniones periódicas de los obispos belgas, reunidos en Malines para tratar el tema de las relaciones con el Estado y temas litúrgicos, de disciplina, pastoral y organización eclesiástica. No hay que olvidar que Gioacchino Pecci, futuro León XIII había sido nuncio en aquel país y conocía el éxito positivo de tales reuniones episcopales : cf. FELICIANI G., Le conferenze episcopali, Bologna 1971, 9. León XIII será un convencido propulsor del “conventus episcoporum” como instrumento para realizar e incrementar la concordia entre los obispos ; tal era el papel fundamental confiado a las conferencias o reuniones episcopales (cf. en FELICIANI, o.c., 51) y tal será el fruto más importante en el caso del Concilio Plenario Latinoamericano : el punto de partida de un nuevo capítulo de historia de aquella Iglesia y la base del futuro CELAM.
  59. Los artículos 208 y 288 del Concilio pedían la celebración de frecuentes reuniones (consensus) en cada provincia eclesiástica. Ponía así las bases jurídicas para tales experiencias.
  60. En el Perú se siguen celebrando los “Concilios limenses”.
  61. Citado en CHAVEZ SANCHEZ, o.c., 415 : A. Silva A., a mons. Averardi, en ASV, VAM, Busta XIII, f. 726r.
  62. CHAVEZ SANCHEZ, o.c., 415-416.
  63. Cit. en CARDENAS, o.c., 526.
  64. Cf. una buena síntesis en relación a América Latina en CARDENAS, o.c., 513-517.
  65. CARDENAS, o.c., 515.

Bibliografía

  • CARDENAS E, La vida Católica en América Latina

CEJUDO VEGA F, El primer Concilio Plenario en América Latina. Estudio Comparativo, México 1961;

  • CHAVEZ SANCHEZ R. E., La Iglesia en México hacia el Concilio Plenario Latinoamericano (1896-1899), Tesis Doctoral, Moderador Giacomo Martina, S.J., P. U. Gregoriana, Roma 1986, 476 pp. Roma 1986.
  • LOPETEGUI L - ZUBILLAGA F, Historia de la Iglesia en la América Española, BAC, Madrid 1965
  • MEDINA ASENSIO L, Historia del Colegio Pío Latinoamericano,
  • CORREA LEON Pablo, “El Concilio Plenario latinoamericano de 1899 y la Conferencia episcopal Latinoamericana de 1955”, en Cathedra, vol XI, 1 (Bogotá).
  • CONFERENCIAS GENERALES DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO, “Documentos de Puebla”, N° 51, CELAM, Santa Fe de Bogotá 1994.
  • FELICIANI G., Le conferenze episcopali, Bologna 1971
  • METHOL FERRE A’, Nueva dialéctica histórica en América Latina, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, , colección Diálogo y autocrítica, n. 39, México


FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ