CONQUISTA Y COLONIZACIÓN; Situación de los indígenas

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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El derecho de los indígenas: la dignidad de los indios retrasados, maltratados, explotados y esclavizados Una de las cosas que más impresionó a los frailes misioneros y también a no pocos colonos españoles, y por supuesto a Don Vasco de Quiroga que llega a la Nueva España como Oidor y agente gubernamental, fue la situación penosa en que se encontraban los indígenas o indios, ya fuese por el estilo de vida social tradicional en la que vivían, ya fuese por la situación de dura servidumbre a la que muchos conquistadores los sometían en el repartimiento de tierras (encomiendas). Y casi citando sintéticamente su descripción de aquella terrible situación y usando el mismo lenguaje, corriente en aquella época, los vio dispersos por los campos, vagando por los mercados o «tianguis», sometidos y tiranizados por sus caciques, dados a sus grandes idolatrías que los llevaban hasta la práctica de abundantes sacrificios humanos. Le pareció que estaban faltos de gobierno o sumidos en deshumanizadoras tiranías. Y, por supuesto, que sufrían toda clase de vejaciones y abusos, tanto de parte de sus caciques como de los conquistadores españoles. Y, además, convencido de que la máxima esclavitud que sufrían era el sometimiento a las prácticas idolátricas, obra de los demonios, que los llevaban irremediablemente a una perdición segura, de la que había que arrancarlos con todos los medios a disposición. Sintéticamente resume así aquella situación, y en tal descripción coinciden otros cronistas y misioneros del primer momento (s. XVI). La falta de «policía», o una organización política eficiente, con incidencia en los derechos humanos Para estos cronistas y misioneros, incluido el jurista y Oidor Don Vasco, el origen de todos los males de la población indígena radicaba en la deficiente educación, y en su tradición y práctica «política» (en el sentido griego del término). El vivir dispersos, sin poblaciones, sin jefes que los guíen con alguna de las tres clases de gobierno bueno que hay, según Aristóteles, y en cambio teniendo todos los otros tres tipos de gobierno malo.

Eso era lo que estaba exigiendo la cooperación de España para ayudarles a descubrir las formas de buen gobierno, de organización política y social conveniente, de un modo digno de vivir como personas y de saber y tener medios para defender sus derechos, de modo que puedan llegar a ser «bastantes y suficientes», y aptos para todo género humano de convivencia en «policía» o «civiliza¬ción», al modo en que se vive en Castilla, con pueblos y ciudades, con fueros y ordenanzas, con medios adecuados de producción, sosteni¬miento, perpetuación y perfeccionamiento.

Quiroga no duda de la capacidad de los indios para organizarse y vivir civilizadamente. La situación es fruto del desconocimiento y de los abusos de sus tiranos, que los explotan, los acribillan a tributos, y disponen hasta de sus vidas, sus mujeres y haciendas. Bastaba que reconocieran la autoridad del Papa y la soberanía del Rey de España, y se convirtieran así en ciudadanos con todos los derechos; dotarles de leyes adaptadas a su situación, muy diferente de la de España, y mantenerles en el dominio de sus propios territorios, respetando sus justas tradiciones y aun recono-cien¬do la autoridad de sus jefes, pero reunidos en pueblos o ciudades para una buena organización, civilización y aun evangelización, lo cual era la principal justificación por la que los españoles podían intervenir y mantenerse en las tierras y dominios indianos, de acuerdo con la autoridad recibida de las bulas papales. He aquí un párrafo que podría ser como el resumen de todo lo dicho: “Y pues su Majestad, como rey y señor y apóstol deste Nuevo Mundo, a cuyo cargo está todo el grand negocio de él en temporal y espiritual, por Dios y por el Sumo Pontífice a él concedido, tiene todo el poder y el señorío que es menester para los regir y encaminar, gobernar y ordenar, no solamente se les puede, pero aun se les debe (como lo manda y encarga la bula), por su Majestad mandar, dar una tal orden y estado de vivir, en que los naturales para sí y para los que han de mantener sean bastantes y suficientes, y en que se conserven y se conviertan bien como deben, y vivan y no mueran ni perezcan como mueren y perecen, padeciendo como padecen agravios y fuerzas grandes por falta desta buena policía que no tienen y por el derramamiento y soledad en que viven. Porque todo se ordenaría y remediaría y cesaría ordenándose ésta, y todo bien y descanso vendría juntamente con ella a todos”. Desde la primera carta suya que conocemos (del 14 de agosto de 1531), aparece Don Vasco haciendo un análisis y balance de la situación en que ha encontrado a los indígenas o indios, y propone lo que inmediatamente ha visto como remedio, y que de un modo u otro mantendrá como tarea y cometido de toda su vida y de su acción entre los pueblos indígenas. El licenciado Quiroga contempla a los indios, “tantos que parece que son como las estrellas en el cielo y arenas en la mar, que no tienen qüento y no se podría allá creer la multitud destos yndios naturales”, y ve que “su manera de bivir es un caos y confusyón, que no ay quien entienda sus cosas ni maneras, ni pueden ser puestos en orden ni policía de buenos Xpianos, ni estorvarles las borracheras e ydolatrías ni otros malos ritos e costumbres que tienen, sy no se toviese manera de los reduzir en orden y arte de pueblos muy concertados y hordenados, porque como [por la razón de que] biven tan derramados sin orden ni concierto de pueblos, syno cada uno donde tiene su pobre pegujalejo de mayz, alrededor de sus casyllas, por los campos, donde sin ser vistos ni sentidos pueden ydolatrar y se emborrachar y hazer lo que quysieren, como se ha visto e vee cada día por experiencia”. Así que la cosa no tendrá remedio “hasta que, placiendo a Dios, se junten en pueblos de ciudades grandes, donde se les puedan dar ordenanzas buenas, que sepan y entiendan y en que vivan, y se pueda tener cuenta y razón con ellos”. Y esto de tal manera que, estando reunidos en pueblos levantados en lugares baldíos, “trabajando e rompiendo la tierra, de su trabajo se mantengan y estén hordenados en toda buena horden de policía y con santas y buenas y católicas hordenanzas”. El deficiente tratamiento de los indios: naborías, tamemes y esclavos Pero, según los juristas y misioneros españoles, entre ellos el Oidor Vasco de Quiroga, si el panorama de la población indígena era bastante negro antes de la llegada de los españoles, no es que hubiera mejorado mucho con la presencia de éstos. Es más, en muchos aspectos se puede decir que había empeorado y, desde luego, era mucho más sangrante por el hecho de ser causada por cristianos, y por quienes tenían que contribuir al bienestar y perpetuación de los naturales, además de su cristianización, como lo impo-nían las bulas que justificaban la presencia en Indias de los españoles.

Ya en su carta al Consejo de Indias de 1531, Don Vasco se manifiesta bien expresivo respecto a la situación de los indios y su tratamiento por los españoles, por lo cual aboga por el recogimiento de los indios más deshere¬dados, huérfanos y pobres, en pueblos especiales para ellos: “Que será una grande obra pía y muy provechosa y satisfactoria para el descargo de las conciencias de los españoles que acá han pasado, que se cree que mataron e fueron cavsa de ser muertos en las guerras y minas los padres y madres de los tales huérfanos y de haver quedado así pobres, que andan por los tianguez e calles a buscar de comer lo que dejan los puercos y los perros, cosa de gran piedad de ver, y estos huérfanos y pobres son tantos, que no es cosa de se poder creer si no se vee.” Don Vasco hace tremendas denuncias en su «Información en derecho», sobre el tratamiento que los españoles dan a los indios, en pasajes como éste, en el que dice que no se les ha dado poder ni derecho para “no sólo quitarles lo suyo, pero repartirlos y hacer atajos dellos como de otros ganados y animales irracionales, para los esquilmar hasta sacarles la sangre que no tienen ni pueden dar, y en fin, hasta acabarlos como se hace”.

Sabemos que los indios eran repartidos entre los españoles, casi desde la primera hora de la conquista, por el sistema e institución de la encomienda, y que éstos los utilizaban para su propio provecho en los oficios y tareas que mejor les parecía: los servicios personales, la construcción, el trabajo de la tierra, la carga y el transporte, y, lo que era lo más duro y más perjuicios les causaba, el trabajo en las minas, lejos de sus hogares, casi sin comer y tratados como bestias, muchas veces hasta su agotamiento y muerte.

Aunque esto no siempre era así y las leyes hicieron todo lo posible por mitigar estas situaciones, es claro que no solamente Bartolomé de las Casas, y ya antes Antonio de Montesinos y los dominicos, sino también otros muchos misioneros y aun representantes de la Corona como Don Vasco, conocieron situaciones de este tipo y las denunciaron sin ambages, logrando muchas veces resultados bastante positivos.

Las denuncias de muchos de ellos, entre los que destaca también Don Vasco en la cuestión de los esclavos indios, son las más grandes y llamativas. Don Vasco a ello dedica la entera «Información en derecho», que escribió y envió al Consejo de Indias en 1535, tratando de conseguir que se revocara la Cédula real de 20 de febrero de 1534, en que se volvía a permitir hacer a los indios esclavos y herrarlos para señalarlos como tales esclavos, siendo así que por la provisión del 2 de agosto de 1530 que se había dado a la Segunda Audiencia, la práctica de hacer esclavos nuevos había sido completamente abolida en Nueva España.

Era una tremenda lacra que por inercia de lo que se hacía en Europa, especial-mente con los sarracenos y negros de África, y desde luego por el interés desenfrenado de los españoles de mala conciencia, había sido introducida desde el principio en las Indias por el propio Cristóbal Colón, haciéndola extensiva a los mismos indios. En diversos momentos se había estudiado en España el tema de la esclavitud en el Nuevo Mundo y parecía que, por fin, en 1530 había llegado el término de la pesadilla para los nativos de la Nueva España. Pero las protestas de los que se aprovechaban de esta práctica lograron convencer al Rey de la conveniencia de no hacer tan drástica la ruptura con el pasado, y lograron la consabida cédula que ponía severas restricciones y condiciones para poder hacer esclavos, tanto de guerra como de rescate, pero que eran condiciones que se podían burlar fácilmente por los que no querían terminar con aquella práctica abominable y nefasta y, en definitiva, venía a legalizar de nuevo y dar continuidad a la práctica esclavista en relación con los naturales de aquellas tierras.

Y eso es lo que denunciarán muchos frailes misioneros y administradores civiles, incluido Don Vasco, que en su largo alegato, procediendo por toda clase de argumentos y autoridades, y hasta con la amenaza de la extinción de los indios y, como consecuencia, de todas las legítimas ganancias que de las indianas tierras se pudieran conseguir, lucha por la abolición total de las servidumbres y sistemas de esclavitud.

Según Don Vasco, no se podían admitir como lícitos los esclavos de guerra porque, siendo los indios pacíficos y bien dispuestos, no era posible hacer una guerra legítima. Tampoco se podían hacer esclavos indios de rescate o de compra a los caciques, porque los que ellos tenían a su servicio no eran verdaderos esclavos que perdieran su libertad, al modo como ocurría entre los romanos y en la práctica europea. Y, además, porque los que ofrecían muchas veces los señores como esclavos, no habían sido ganados en luchas o compras legítimas, sino que eran libres y los presentaban a los españoles como esclavos para complacer a éstos, incluso logrando que los mismos indios confesasen que lo eran.

Por todos estos errores y triquiñuelas, no convenía ceder en lo más mínimo y se debía volver a lo determinado por la provisión de 1530, que prohibía totalmente hacer nuevos esclavos y favorecía que los antiguos fuesen liberados poco a poco por los diversos modos reconocidos para obtener la libertad y, en todo caso, por la muerte de su dueño.

A pesar de las denuncias de muchos misioneros, juristas e incluso funcionarios reales españoles de criterio y de buena conciencia, las cosas no habían avanzado mucho todavía en 1570: “Item debe vuestra majestad mandar proveer que no se hagan indios esclavos, aunque sean chichimecas, porque éstos en tiempo del obispo de Mechuacán don Vasco de Quiroga estuvieron pacíficos, e si los españoles no les hiciesen mal ellos serían nuestros amigos, a lo menos que no se vendan ni cabtiven las mujeres y muchachos e niños a los pechos, por ques gran dolor, e digan en España a los santos religiosos e varones de Indias sus dichos, porque los españoles tienen la culpa, que los miserables en sus casas se están, y despoblar aquellas infinitas tierras y las mejores del mundo de naturales, piérdese mucho, e jamás darán provecho, mayormente siendo riquísimas de metales e fertilísima de todas las cosas para la vida humana”.

Los otros tipos de servicios que entre los indios se practicaban y que heredaron con gusto los españoles, como los indios naborías o de servicio, y los tamemes o indios de carga, venían a convertirse en la práctica en un cierto tipo de esclavitud, si no por el título, sí por la manera abusiva de practicarlo.

Las leyes fueron disponiendo que los trabajos fuesen mitigados y remune-rados, incluso fijando los correspondientes aranceles, pero las resistencias y los abusos se continuaron practicando en muchas ocasiones. Evidentemen¬te también a estos indios alcanzan las denuncias de frailes misioneros y juristas, y especialmente a los indios que se alquilan voluntaria¬mente o a los que obligan a realizar el pernicioso trabajo de las minas.

A Don Vasco de Quiroga, por ejemplo, le preocupan especialmente los indios llamados «naborías de por fuerza», que son obligados al servicio de los españoles y que, pudiendo venderse y comprarse, en la práctica vienen a ser considerados y tratados como esclavos, siendo así que no lo son. A éstos Don Vasco les dedica un apartado especial por ser la materia más difícil y más comprometida, la más desconocida en España, y la que suponía un mayor riesgo de perpetuación de los «esclavos de hecho», porque los trataban como tales, y aun de derecho, pues era fácil venderlos camuflados como si realmente fueran esclavos.

A esta problemática hacían referencia también “las dubdas que se sienten para herrar los indios que los caciques dan por esclavos”, consulta que propone el gobernador interino de Honduras Andrés de Zerezeda, con la que contemporiza el maestro Rojas que da su informe sobre ella, y que puntualiza con firmeza y radicalidad Don Vasco, en los documentos anejos que envía junto con la «Información en derecho», para ilustración y apoyo de sus teorías en contra de todo tipo de esclavitud o cosa que se le parezca. También hace referencia Don Vasco al tema de los tamemes o indios de carga, aludiendo a una reciente provisión que permitía cargar a los indios con tal de que lo aceptaran ellos libremente, que la carga no excediera de dos arrobas y que se les pagara el servicio convenientemente. Quiroga dice que esa provisión es imposible de cumplir. “Porque mandar e proveer que los tamemes se tomen e alquilen y paguen por su voluntad y no de otra manera, justa cosa sería, si así fuese y si así se hiciese, y si en ellos, digo en los tamemes y naturales, hobiese voluntad alguna o atrevimiento para tenerla e decir de no, cuando le faltase voluntad e toviesen en esto algún querer o no querer en lo que quieren o les mandan los españoles, y en los españoles hobiese comedimiento e templanza en ello, y cuando no lo hobiese, pudiese haber testigos y juez y castigo y quien osase quejar de españoles.” Pero como esto no se da, ni por parte de los indígenas, ni por lo que se refiere a los españoles, el licenciado Quiroga prefiere que no se permitan en absoluto estos abusos y se evite todo tipo de esclavitud abierta o solapada. El derecho de libertad religiosa Más difícil es poder encontrar en muchos juristas e incluso teólogos de la época la defensa de los derechos religiosos de los indígenas, sobre todo si se pretende establecer un juicio a partir de la visión actual de la materia, derecho fundamental conseguido a través de costosos debates históricos. Sin embargo, algunos pensadores de aquella época llegaron a defender que, si los indios se resistían al reconocimiento de la soberanía del Rey de España y a la escucha pacífica de la predicación de la fe cristiana, debían ser dejados en su tradición y prácticas antes que violentarles por la guerra o de cualquier otra manera.

La mayoría de juristas y misioneros de la época, incluido el citado Vasco de Quiroga, no son partidarios en absoluto de dejar a los indios en sus idolatrías y aberraciones, causa de tantos males, ni en su destrucción y mala vida, sino que para ellos ha de procurarse por todos los modos posibles que entren en un ámbito de convivencia y organización cívico social de «policía mixta», es decir que abarca lo humano o material y lo sobrenatural o el mundo de la fe:

“Ni porque sea mixta la policía, como esta tierra e Nuevo Mundo y la buena simplicidad, humildad y obediencia y igualdad de él lo requiere, pues está la una e la otra a cargo de la conciencia real e católica de su Magestad en él, e asimesmo mire por razón desto también al fin supernatural, no por eso, a mi ver, se pierde ni destruye el fin temporal”, que desde luego ha de ser la fe cristiana, la única verdadera y salvado¬ra “Y no es de maravillar que esto acontezca agora así en esta gentilidad de nuestros tiempos y en estas partes, pues lo mismo acontecía en el tiempo de la primitiva iglesia con la gentilidad de aquellos tiempos entre los apóstoles, que no puede ser nadie más sancto que ellos, excebto san Pablo, a quien Dios hizo vaso de elección para que llevase su nombre entre ellos, sin embargo que estaba de Dios ordenado que en aquella gentilidad así abominada, menospreciada e aborrecida casi de todos, se había de plantar la verdadera fe de su iglesia católica y apostólica”.

Y él piensa que, si se propone convenientemente a los indios, éstos la abrazarán fácilmente: “La cura y remedio bastante, y bien común y general de todo y para todo, a mi ver podría ser, y sería muy fácil, juntándolos a ellos a su parte en orden de muy buena policía mixta y muy buen estado, que fuese católico y muy útil y provechoso, así para lo espiritual como para lo temporal; pues la cera y la materia está tan blanda y tan dispuesta, que ninguna resistencia de su parte tiene”.

El Oidor, todavía laico, Quiroga apoya su confianza en la misma fuerza evangélica de la palabra de Dios y de los buenos ejemplos de los cristianos, máxime teniendo en cuenta la condición y la disposición positiva de los naturales a escuchar la predicación y a asumir las prácticas cristianas cuando se les proponen con respeto, con amor, con presentación razonable y con el ejemplo de lo que allí puede convertirse en una nueva Iglesia, libre de las lacras y miserias de la vieja de Europa.

De todo esto él está convencido por la propia experiencia de la predicación de los frailes y por el trabajo de apostolado que él mismo ha realizado, sobre todo en sus pueblos hospitales: “Por do parece que los unos, según razón, han de aborrecer, y los otros entrañablemente amar la religión cristiana; y así se ha visto y ve de cada día más por la experiencia, y por esta razón entre otras y por los secretos juicios de Dios, se esperaba entre aquestos pobrecillos (que así se quiere y se ordena que ahora se hierren) en estas partes, muy grande Iglesia y perfecta cristiandad, por quien lo sabe y entiende como se debe saber y entender”.

Él piensa que incluso, en situaciones extremas, podía haber razones para hacer recurso a la fuerza para pacificar a los indios, y así pacificados, atraerlos a la fe católica: “Así que por la sujeción y pacificación y sosiego de aquestos bárbaros tales, debajo de poder de príncipes católicos cristianos, para instruirlos, ruega la Iglesia, pero no para destruirlos, sino para humillarlos de su fuerza y bestialidad, y humillados, convertirlos y traerlos al gremio y misterios della y al verdadero conocimiento de su criador y de las cosas criadas. Con éstos tales y para este fin y efecto, cuando fuerzas hobiese, por justa, lícita y santa, «servatis servandis», ternía yo la guerra, o, por mejor decir, la pacificación o compulsión de aquéstos, «non in destructionem sed in aedifica¬tio¬nem», como lo dice san Pablo, 2ª ad Corinthios y san Agustín”.

Libertad, pues, según estos juristas, en la propuesta de la fe cristiana sí, pero al mismo tiempo existe la obliga¬ción para el Rey y los cristianos españoles de hacerles la oferta a los indios, según está mandado por las cédulas reales y por las bulas del Papa, con las cuales los españoles se han comprometido, porque ello es lo que justifica su presencia en las Indias y lo que fundamenta todos sus derechos en aquellas tierras.


NOTAS

BIBLIOGRAFIA

CASTAÑEDA, P., La teocracia pontifical y la conquista de América, Vitoria: Editorial ESET 1968

SCHÄFER, E., El Consejo real y supremo de las Indias. Su historia, organización y labor administrativa hasta la terminación de la Casa de Austria, Escuela de Estudios Hispano-Americanos 28, Sevilla 1935

SERRANO GASSENT, P., Vasco de Quiroga. Utopía y derecho en la conquista de América, Madrid: Fondo de Cultura Económica 2001

ZAVALA, S.A., La encomienda indiana, Madrid: Centro de Estudios Históricos, Junta para Ampliación de Estudios, 1935; México: Ed. Porrúa 19732 - La «Utopía» de Tomás Moro en la Nueva España, Biblioteca Histórica Mexicana de Obras inéditas, México 1937

         - Ideario de Vasco de Quiroga, México: FCE – El Colegio de México 1941, 19952; también en ID., Recuerdo de Vasco de Quiroga, México: Ed. Porrúa 1965	
         - Ensayo bibliográfico en torno de Vasco de Quiroga, México: El Colegio Nacional, 1991. El Autor tiene una amplia publicación de estudios sobre Vasco de Quiroga y su entorno.


JUAN ROBLES DIOSDADO © UVAQC 2010