CUBA; la Iglesia y la Virgen en el Congreso Católico Nacional de 1959

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Cuba al final de la década de 1950

Casi al mismo tiempo que se realizó la Peregrinación Nacional de la Virgen de la Caridad por el Cincuentenario de la República, el golpe de estado del 10 de marzo de 1952 rompió el ritmo constitucional de la nación. Poco después se produjo el asalto al Cuartel Moncada y en pocos meses se sucedieron numerosos acontecimientos luctuosos, porque el terror implantado por los titulados revolucionarios del Movimiento 26 de Julio y la represión del régimen de Batista, generaron un clima de gran inestabilidad. Los católicos de Cuba, el clero y la jerarquía volvieron sus ojos hacia el Santuario del Cobre. Los Obispos, y en particular el de Santiago de Cuba, comenzaron a emitir Cartas Pastorales pidiendo por la paz el regreso a la normalidad y el fin del enfrentamiento fratricida. La violencia no respetó el Santuario del Cobre, que fue puesto en peligro por la explosión de un polvorín cercano.

El triunfo de la revolución trajo grandes esperanzas. Los rebeldes bajaron de las montañas con rosarios y cruces al cuello, con estampas en los bolsillos y escapularios en el pecho. Nadie debía dudar de la fe y la religiosidad de los vencedores en aquellos primeros momentos, pero con el paso de las semanas y de los primeros meses del año 1959, las medidas tomadas por el régimen y el horror de los fusilamientos masivos hizo que la jerarquía católica comenzara a dudar de los propósitos del nuevo gobierno.

Pronto comenzaron a sucederse acontecimientos que demostraban que la revolución giraba hacia la izquierda, y que se avecinaba una nueva dictadura. Nuevas Cartas Pastorales de los Obispos comenzaron a llamar la atención del Pueblo de Dios. En cierto momento, el pleno del episcopado cubano comprendió claramente que no había más camino que acudir a su Madre, Reina y Patrona, la Santísima Virgen de la Caridad del Cobre, que debía presidir un grandioso Congreso Católico Nacional, para que la Gracia de Dios descendiera sobre Cuba y guiara los pasos de la Nación hacia el futuro.

La Virgen de la Caridad del Cobre sale de su Santuario el 21 de noviembre de 1959. Su recorrido triunfal de Oriente a Occidente

El 21 de noviembre de 1959, Nuestra Señora la Virgen de la Caridad, en medio de una atmósfera densa a fuerza de amor, salió del Santuario del Cobre: fue despedida con gran emoción por su Capellán, el Padre Mario Carassou Bordelois. Ese día iba a comenzar el Maratón organizado por la Acción Católica: se iba a encender una antorcha con el fuego de las velas del Santuario, y la luz de esa antorcha recorrería toda la Isla, de oriente a occidente, llevada por los portadores que se irían relevando, para que el fuego del amor a María, Madre de Dios, calentara los espíritus y les sirviera además de estrella y de guía. Dijo el Presidente Nacional de la Acción Católica, en los momentos en que se iniciaba el Maratón: “Esta Antorcha representa el fuego del ideal que arde en el corazón de los jóvenes cubanos: amor a Dios y amor a la Patria. Al pasear orgullosa por los campos y ciudades irá encendiendo los corazones de todos los cubanos en este ideal”.[1]

Cuentan las crónicas de esos momentos que “Aquel sábado 21 de Noviembre el cielo santiaguero amaneció encapotado. El día transcurrió a intervalos entre la fina llovizna y el copioso aguacero. Era como un anticipo de lo que después había de ser signo distintivo de la magna concentración pública del Congreso. También estuvo presente la lluvia en la salida de la Antorcha del Santuario del Cobre. El Maratón comenzó con un acto sencillo pero emocionante. Se cantó una Salve solemne y a continuación la antorcha fue encendida con las luces que iluminan la imagen venerada de nuestra Patrona. A las nueve de la noche salió del Santuario bajo la lluvia. Un repique de campanas en todos los pueblos y ciudades de Cuba, anunciaba el inicio del Maratón…”.[2]

La Antorcha, en manos de los corredores, salió del Santuario del Cobre en dirección al Puerto de Moya. La lluvia y el viento azotaban sin tregua a los corredores, cansados por la empinada cuesta... el pueblo de Palma Soriano se lanzó a la calle bajo la lluvia para recibir la Antorcha: “Hoy me siento orgulloso de mi pueblo que sabe hacer honor a su fe cristiana”,[3]comentó el párroco del lugar. En la mañana del 22, la Antorcha llegaba a Contramaestre, que se había engalanado para recibirla. De allí pasó a Baire y después a Jiguaní, cuyos federados la llevarían hasta Bayamo. En la Ciudad Monumento la Antorcha fue recibida con una gran caravana de bicicletas que se extendía más de dos cuadras... el acto se prolongó hasta el anochecer del domingo. Luego siguió hacia Holguín, en manos de los federados de Bayamo y de Manzanillo. En Holguín, las tiendas habían cerrado: todo el pueblo participó en el gran acto.

Eran las 9 de la noche del lunes 23 de noviembre cuando llegó la antorcha a Victoria de las Tunas y luego continuó su marcha haciendo escala en Guáimaro, Cascorro y Sibanicú hasta llegar a Camagüey.

En la Ciudad Prócer, donde nacieron los primeros luchadores de la independencia de Cuba junto con las ideas de Patria y Libertad, iba a tener lugar el acto más emocionante y espectacular de toda la ruta, que hizo recordar la apoteósica recepción que se dio en 1951 a la Santa Imagen de la Virgen de la Caridad, cuando llegó a Camagüey durante la Peregrinación Nacional de 1951-1952 por el Cincuentenario de la República: “Una interminable caravana de autos, bicicletas y público siguió al corredor desde la entrada de la ciudad hasta la Plaza de las Mercedes. Allí S. E. el Sr. Obispo de Camagüey recibió la Antorcha de manos del maratonista. Televisión Camagüey trasmitió el acto por control remoto. El público sobrepasó con mucho las diez mil personas...”.[4]

Desde Camagüey la Antorcha continuó rumbo a Ciego de Ávila, adonde llegó al mediodía del miércoles 23 tomando rumbo hacia Sancti Spíritus y Santa Clara. Llegó a Cienfuegos el jueves 24 por la noche y al mediodía del viernes 25 entraba en Colón para seguir hasta Matanzas, ciudad a la que arribó el sábado 28. La ruta hacia La Habana se iba haciendo cada vez más difícil y sobre todo desde que la Antorcha salió de Matanzas, por la incontable caravana de ómnibus, camiones y automóviles llenos de peregrinos de toda la Isla que iban a tomar parte en el Congreso.[5]

La Virgen llega a La Habana el 28 de noviembre. Memoria y testimonios de algunos incidentes y provocaciones que se realizaron

Alrededor de las 7 de la noche la Antorcha entraba en La Habana por la Virgen del Camino, y unos minutos después de las ocho, el último de los maratonistas la entregaba al Presidente Nacional de la Juventud Masculina de Acción Católica, quien procedió a colocarla en un trípode ante la estatua del Apóstol José Martí, en el Parque Central de La Habana. La luminaria encendida con el fuego del Santuario del Cobre había recorrido más de mil kilómetros y había pasado por las manos de más de mil federados. Ahora, en la llama prendida ante la estatua de Martí, se comenzaban a encender miles y miles de antorchas: la luz se multiplicaba en decenas de miles de luces como si las estrellas del cielo hubieran bajado a La Habana para saludar a la Virgen de la Caridad, realizando en su honor un grandioso desfile.[6]

Cerca de las 4 de la tarde del sábado 28, aterrizaba en el Aeropuerto de Rancho Boyeros el Avión Presidencial, en el que algunos miembros del Ejército Rebelde habían acompañado la imagen venerada de la Patrona de Cuba, que venía a recibir el homenaje de su pueblo. La comitiva que acompañó a la Virgen desde que saliera del Santuario estaba presidida por el Arzobispo de Santiago de Cuba, Mons. Enrique Pérez Serantes, y estaba integrada por varios funcionarios del gobierno. Acompañaba a Pérez Serantes un fraile franciscano, Fray Rafael Monterrey,[7]que en 1959 custodió la Santa Imagen de María igual que 346 años antes, en noviembre de 1612, Fray Francisco Bonilla, Superior del Convento de San Francisco de Santiago de Cuba, acompañó y custodió a la Virgen de la Caridad desde el Hato de Barajagua hasta el pueblecito del Cobre, y de la misma forma que en 1952, cuando el primer viaje de la imagen de Nuestra Señora de la Caridad a La Habana, Fray Manuel Oroquieta, franciscano, la acompañara en el trayecto: en La Habana la recibiría Fray Lucas Iruretagoyena, en esa continuidad histórica de Cuba por la cual los franciscanos están siempre presentes en los viajes de la Virgen.

Los más altos dignatarios de la Iglesia, el Comité Organizador del Congreso y autoridades del gobierno, recibieron a la Virgen y muy pronto se puso en marcha, seguida de una gran caravana de autos que la llevó en triunfo desde el Aeropuerto de Rancho Boyeros hasta la Catedral donde fue recibida por Mons. Manuel Arteaga Betancourt, Cardenal Arzobispo de La Habana, y por miles de devotos que se apiñaban en la vetusta plaza ante la Iglesia... “Millares de cubanos hicieron guardia continua hasta las diez de la noche, hora en que fue colocada en la urna de cristal sobre la carroza, para desfilar con el pueblo hasta la Plaza Cívica”.Error en la cita: Etiqueta de apertura <ref> sin su correspondiente cierre </ref>

Los acontecimientos, sin embargo, presagiaban un futuro tenebroso. En verdad era necesario que los cubanos se agruparan a los pies de su Patrona, la Virgen de la Caridad: porque nunca más que en los años siguientes necesitarían su luz para poder andar por los caminos de su Divino Hijo.

La Misa en la Plaza Cívica (29 de noviembre de 1959); El Mensaje de S.S. Juan XXIII

En la Plaza Cívica la muchedumbre esperaba a la Virgen rezando y cantando. Cuando apareció la pequeña imagen morena dentro de su urna de cristal, ya perlada por la lluvia, se alzaron las antorchas, las cruces y las banderas y más de un millón de pañuelos blancos se agitó en la noche mientras una voz poderosa, coreada por la multitud, entonaba las letanías de Nuestra Señora saludando a la Madre de Dios: “Ave inesperada, Gaviota de Nipe, Paloma del Cobre, Madre de la Caridad, Patrona de Cuba, Virgen Mambisa...” algunos miembros del Ejército Rebelde llevaron la querida imagen hasta su altar y de inmediato comenzó la Santa Misa, en la que ofició Mons. Enrique Pérez Serantes, Arzobispo de Santiago de Cuba, quien dirigió emotivas palabras a la multitud.[8]

Era el acto cumbre del Congreso Católico Nacional: un momento solemne en el que la Gracia del Señor se derramó, extensa y numerosa, sobre todos los presentes. Mucho necesitábamos aquella Gracia en momentos en que se iniciaban la confusión y el desconcierto: quién sabe qué habría sido de nosotros si Dios y la Virgen no hubieran estado presentes. Terminada la Misa, llegó el momento que más esperaban los congresistas, por el pueblo, por todos los presentes y por aquellos que imposibilitados de asistir, miraban por la televisión o escuchaban por radio el desarrollo del grandioso evento: el momento de escuchar las palabras que dirigiría directamente desde Roma al pueblo de Cuba, Su Santidad el Papa Juan XXIII. Nunca el silencio religioso fue más grande entre aquel millón de personas que cuando oyeron las palabras llenas de sabiduría y amor que les dedicaba el Santo Padre:

La faz del mundo podría cambiarse si reinara la verdadera caridad. La del cristiano que se une al dolor, al sufrimiento del desventurado, que busca para éste la felicidad, la salvación de él tanto como la suya. La del cristiano convencido de que sus bienes tienen una función social y de que el emplear lo superfluo a favor de quien carece de lo necesario no es una generosidad facultativa, sino un deber... La convivencia humana y el orden social han de recibir su mayor impulso de una multiforme labor orientada, por convicción de los miembros de la comunidad, hacia el bien común.

Cuando la angustia y el tormento tienen aún frescas las rosas de las heridas, esta caridad impone un gesto preciso: amistad, estima, respeto mutuo, una actitud interior de algo continuado, un perdón sin distingos, una reconciliación que se ha de reconstruir día a día y hora a hora sobre las ruinas del egoísmo y de la incomprensión.

Si el odio ha dado frutos amargos de muerte, habrá que encender de nuevo el amor cristiano, que es el único que puede limar tantas asperezas, superar tan tremendos peligros y endulzar tantos sufrimientos. Este amor, cuyo fruto es la concordia y la unanimidad de pareceres, consolidará la paz social. Todas las instituciones destinadas a promover esta colaboración, por bien concebidas que parezcan, reciben su principal firmeza del mutuo vínculo espiritual que deriva del sentirse los hombres miembros de una gran familia, por tener el mismo Padre Celestial, la misma Madre, María.

Mucho esperamos de vuestra Asamblea de Apostolado Seglar. Las consignas de estos días para promover la unión y salvar la paz cristiana de Cuba y de afianzar sus tradiciones católicas, tendrán como denominador común y recabarán su mayor eficacia de la caridad vivida por vosotros y puesta en práctica en el seno de vuestras organizaciones...[9].

Las palabras de Su Santidad Juan XXIII estaban llenas de sabiduría, se correspondían perfectamente con los signos y augurios de la época que comenzaba, y constituían un alerta para los católicos: la caridad y el amor debían prevalecer sobre todas las consideraciones para consolidar la paz social. Solamente el amor cristiano, libre de pasiones, de revanchas y de rencores, podría trazar los objetivos más justos y más adecuados.

Los cubanos escucharon devotamente el mensaje de Su Santidad, pero la gente estaba demasiado confundida, asustada y amedrentada por una gran suma de acontecimientos inesperados, por promesas tremendas que causaban más angustia que esperanza. Y aunque la Virgen de la Caridad del Cobre, la de la bahía de Nipe en 1612, la de la rebelión de los mineros en el siglo XVIII, la que liberó por primera vez a los esclavos al alborear el XIX, la que fue como Virgen Mambisa el Primer Símbolo de la Patria y el faro que guio a los primeros luchadores por la libertad, la que donó la tela con que fue confeccionada la Primera Bandera que ondeó en la Demajagua, la que recibió la victoria que pusieron a sus pies los mambises en 1898 cuando se celebró en el Santuario del Cobre el Te Deum y la Misa Solemne que sirvieron de marco a la Declaración Mambisa de la Independencia del Pueblo Cubano, la que fue declarada Patrona de Cuba por inspiración patriótica de los veteranos, la que recibió la Coronación Canónica como Reina y Madre de todos los cubanos en 1936, la que llevó a cabo la Peregrinación Nacional por el Cincuentenario de la República en 1951-1952, sin que un solo rincón de la Patria quedara sin la Visita de la Madre Celestial, Peregrina y Misionera, la que presidió el Congreso Católico Nacional y la Misa Solemne en noviembre de 1959, la Madre a la que todos acuden en las alegrías y en las penas, la Reina de los Hogares cuyo cuadro se venera en todas las casas… aunque la Virgen seguía allí, viva en las mentes y en los corazones, reinando sobre su pueblo, pareció como si una densa niebla la ocultara a nuestra vista entre las montañas, aunque su luz seguía brotando entre las sombras que se abatieron sobre la Patria.

Y allí siguió Ella, esperando el regreso de los Hijos. Cuando los hijos emprenden un viaje, cuando van a un lugar peligroso, cuando marchan a la guerra, las madres permanecen esperando. Las madres siempre esperan el retorno de sus hijos con el corazón apretado, y siempre intuyen el momento en que van a regresar. Y la Virgen de la Caridad siempre supo que sus hijos regresarían, lacerados y maltrechos, para arrodillarse ante su altar: y allí los esperó para arroparlos y protegerlos, para envolverlos amorosa en su manto.

Notas

  1. Larrúa Guedes, Salvador. Historia de la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de la Isla de Cuba, Reina y Madre de todos los cubanos. Miami, 2008
  2. Ibídem,
  3. Ibídem,
  4. Ibídem,
  5. Ibídem,
  6. Ibídem,
  7. Varios Autores. Encuentro-Reflexión sobre la Historia Franciscana en Cuba. Folleto. Convento de Santo Domingo, Guanabacoa, 1998, p. 5
  8. Ibídem,
  9. Ibídem,

SALVADOR LARRÚA GUEDES