DÍAZ DEL CASTILLO, Bernal

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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(Medina del Campo 1496? – Guatemala, 1584) Conquistador y cronista español.


Nació en Medina del Campo, España, hacia el año de 1496, aunque se desconoce la fecha exacta de su nacimiento[1]. Sus padres fueron Francisco Díaz del Castillo, regidor de Medina del Campo, y María Díez de Rejón. Al parecer provenía de una familia numerosa ya que, según sus crónicas, se encontró en el Nuevo Mundo con muchos parientes suyos. Vivió en la pobreza sus primeros años; realizó los estudios básicos en la escuela local y a muy corta edad inició su carrera militar.


En 1514 viajó al Nuevo Mundo en la expedición de Pedro Arias Dávila, gobernador de Castilla del Oro. Estuvo con Arias algún tiempo en Panamá, después del cual solicitó permiso para viajar a Cuba donde gobernaba Diego Velázquez, quien según el propio Díaz del Castillo, era pariente suyo. Velázquez le ofreció, al igual que a otros españoles, indios en encomienda, oferta que nunca aceptó. Deseoso de aventuras, en febrero de 1517 se unió a la expedición de Francisco Hernández de Córdoba, la cual arribó a las costas de Yucatán en lo que fue el primer contacto con lo que más tarde sería la Nueva España. Desembarcaron en distintos puntos, pero fueron hostilizados por los indios de pequeñas poblaciones costeras quienes les persiguieron y no les permitieron proveerse a agua, haciendo más duro el viaje de regreso a Cuba. Llegaron a La Habana, pero deseaban llegar a la ciudad de Santiago, por lo que decidió embarcarse junto con otras tres personas en una pequeña canoa que terminó por naufragar. Finalmente logró llegar a Santiago donde el gobernador Velázquez lo animó a volver a las tierras recién descubiertas en una nueva expedición.


Un año más tarde zarpó de vuelta al territorio mexicano, esta vez en compañía de Juan de Grijalva, de quien el cronista hizo grandes halagos tanto de su persona como de sus dotes de mando; este viaje no fue tan desastroso como el anterior, aunque decidieron no quedarse en las tierras descubiertas y retirarse a Cuba. Poco después, al enterarse de la expedición que estaba organizando Hernán Cortés, decidió alistarse sin titubear. Ésta contaba con once navíos, naves pesqueras y bergantines; 518 soldados (45 artilleros, 16 jinetes, 110 marineros). Díaz del Castillo se embarcó en el navío llamado San Sebastián, al mando de Pedro de Alvarado. Después de algunos altercados entre Cortés y Diego Velázquez, finalmente zarparon el 10 de febrero de 1519.


La relación entre el capitán extremeño y Díaz del Castillo llegó a ser cercana, como él mismo lo señala en su obra: “Muchos de los que éramos amigos de Cortés (…)”[2], o “(…) y a nosotros de los que sentía que éramos de su bando, nos rogaba que mirásemos por su persona (…)”[3]. Sin embargo, el cronista muestra cierta variación en su criterio cuando escribe sobre él, según va recordando los momentos en que se vio favorecido por Cortés o aquellos en los que no entendía sus motivos. Así, en ocasiones encontramos alabanzas a su persona con adjetivos como “hombre de gran corazón” o “bueno y leal servidor” y en otros momentos critica duramente sus decisiones militares. Díaz del Castillo estimó y admiró a Cortés como soldado y hombre de gran corazón y talento, pero le guardó cierto rencor por las escasas recompensas que dio a sus servicios.


Tomó parte en la mayoría de los principales acontecimientos de la conquista del Imperio azteca. Aunque durante toda la conquista fue un simple soldado raso, cabe destacar que su decisión de convertirse en soldado fue motivada más por la necesidad que por gusto. Durante la empresa en el Nuevo Mundo dio muestra de gran valentía, sobreponiéndose al miedo que suponía saberse en continuo peligro de muerte encomendándose a Dios “(…) por salvar nuestras vidas (…) porque ciertamente las teníamos en grande peligro, cual nunca estuvieron”[4]. Este miedo se deja entrever en repetidas ocasiones a lo largo de su crónica: “(…) e que de noche ni de día dormíamos ni reposábamos con aqueste pensamiento; e que si otra cosa algunos de nuestros soldados menos que esto que le decíamos sintiesen, que serían como bestias que no tenían sentido, que se estaban al dulzor del oro, no viendo la muerte al ojo”[5].


No obstante, nunca escondió el horror que le producía la posibilidad de ser capturado vivo para ser sacrificado y posteriormente comido por los indígenas, razón por la cual luchaba con tal ahínco en las batallas: “(…)se comían las carnes con chilmole(…) y les comieron las piernas y brazos (…) y los cuerpos, que eran las barrigas y pies, echaban a los tigres e leones, que tenían en la casa de las alimañas (…) rogábamos a Dios que nos librase de tan cruelísima muerte(…)”[6]. Otra razón por la cual peleaba de tal manera, al igual que el resto de los soldados españoles, era la nula posibilidad de volver atrás debido a la falta de apoyos del gobernador Diego Velázquez y de la quema de las naves en las que habían llegado de Cuba (aunque sabemos que en realidad fueron barrenadas) ordenada por Cortés. Recibió numerosas heridas, algunas de las cuales fueron muy graves, pero sobrevivió a todas ellas gracias a la fortaleza de su físico.


A través de su obra se aprecia su profunda religiosidad y deseo de evangelizar. Como muchos de sus compañeros de armas, “se encomienda a Dios y a la Virgen Santísima en todas las ocasiones de peligro. Confiesa y comulga antes de las batallas, implora el triunfo al Altísimo y agradece con oraciones y ofrecimientos las victorias y su liberación después de la lucha[7]. Asimismo, en diversas ocasiones manifestó ver la intervención divina en los acontecimientos narrados por él: “Muchas veces, ahora que soy viejo, me paro a considerar las cosas heroicas que en aquel tiempo pasamos (…) Y digo que nuestros hechos no los hacíamos nosotros, sino que veían todos encaminados por Dios; porque ¿qué hombres ha habido en el mundo que osasen entrar cuatrocientos y cincuenta soldados, y aun no llegábamos a ellos, en una tan fuerte ciudad como Méjico?”[8].


Después de la caída de Tenochtitlán, Díaz del Castillo acompañó a Cortés en un par de expediciones más, incluyendo la desastrosa a Las Hibueras; más tarde le fueron concedidos en encomienda los pueblos de Macatempa, Xalpanenca y Capocingo. Después viajó a Santiago de los Caballeros de Guatemala, donde estableció su residencia hasta el día de su muerte.


Durante su estancia en Tenochtitlán fue obsequiado por Moctezuma con una moza hija de un principal, Doña Francisca, quien probablemente fue la madre de las dos hijas que tuvo Díaz del Castillo antes de casarse. Tiempo después tuvo relación con una indígena guatemalteca llamada Doña Angelina, con quien engendró un hijo más. En 1544 contrajo matrimonio con Teresa Becerra, hija de Bartolomé Becerra quien había sido compañero de armas de Díaz del Castillo y más tarde alcalde ordinario de Guatemala, ciudad en donde se llevó a cabo la boda. Doña Teresa había quedado viuda poco antes de un joven colono llamado Juan Durán, con quien había tenido una hija llamada Isabel, a la que se sumaron los nueve hijos que nacieron del nuevo matrimonio y los tres anteriores que Díaz del Castillo había procreado con Doña Francisca y Doña Angelina.


Hizo dos viajes a España en demanda de favores a los servicios que había prestado durante la Conquista, en el segundo de los cuales participó en la junta que, sobre los temas de la defensa de los indios, perpetuidad de encomiendas y tributos, se celebró en Valladolid en 1550. De regreso en Guatemala, al no lograr que el presidente de la Audiencia satisficiera lo que pretendía haber obtenido en España, prosiguió en su lucha por los que creía ser derechos inherentes a sus méritos de conquistador. Finalmente no obtuvo el premio que esperaba, ni la inmensa fortuna que soñó en su juventud al embarcarse a América, pero sí obtuvo lo suficiente para poder mantener desahogadamente a su casa y a su numerosa familia.


Tiempo después fue elegido regidor de la ciudad de Guatemala. Cuando se encontraba residiendo en aquella ciudad, dando muestras de una extraordinaria memoria, se dio a la tarea de recordar los episodios de la conquista de la Nueva España y decidió ponerlos por escrito. Dio por concluida su obra en 1575: intitulada Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, incluye un vívido relato de los principales acontecimientos de la misma, desde su comienzo hasta la caída de Tenochtitlán y otros acontecimientos que a ella siguieron basados en su propia experiencia y en narraciones de sus compañeros. Esta obra se publicó por primera vez en Madrid en 1632, con carácter póstumo, gracias a la copia que pudo utilizar el fraile mercedario Alonso Remón; aquella publicación tuvo un impacto mínimo. En Guatemala quedó otra copia que fue anotada en diversos lugares por Francisco, uno de los hijos de Díaz del Castillo. La siguiente impresión se hizo en 1795 y no fue sino hasta mediados del siglo XIX y principios del XX cuando la obra alcanzó una difusión masiva. En la actualidad se le considera un clásico tanto para escritores y críticos como para lectores comunes.


Bernal Díaz del Castillo falleció en Guatemala durante los primeros días de enero de 1584. Se sabe que sus restos fueron inhumados en la iglesia catedral de Santiago de Guatemala –destruida tiempo después por una serie de terremotos- donde “el señor Obispo Fray Gómez de Córdoba, y el Cabildo de esta santa Iglesia Catedral, les dio asiento y sepultura en lo más principal de ella[9].

Obras: Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España.


Notas

  1. Las distintas fechas que hay sobre su nacimiento se deben, en parte, a que él mismo se contradice en varias ocasiones en sus escritos. No obstante, Bernal Díaz declaró haber nacido en 1496, durante los Juicios de Probanzas de Méritos de doña Leonor de Alvarado, Diego de Holguín y Martín Gaspar, y en “otros documentos de cuya autenticidad no puede dudarse”. (Joaquín Ramírez Cabañas en Madariaga de, Juan José. Bernal Díaz y Simón Ruiz de Medina del Campo. Cultura Hispánica, Madrid, 1966, p. 21).
  2. Díaz del Castillo, Bernal. Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España. 8ª edición. Espasa-Calpe, Madrid, 1989, p. 119.
  3. Díaz del Castillo, Bernal. Obra citada, p. 344.
  4. Díaz del Castillo, Bernal. Obra citada, pp. 129-130.
  5. Díaz del Castillo, Bernal. Obra citada, p. 198.
  6. Díaz del Castillo, Bernal. Obra citada, pp. 371-372.
  7. Madariaga de, Juan José. Bernal Díaz y Simón Ruiz de Medina del Campo. Cultura Hispánica, Madrid, 1966, p. 11
  8. Díaz del Castillo, Bernal. Obra citada, p. 204.
  9. Ramírez Cabañas Joaquín en Madariaga de, Juan José, Obra citada, p. 119.

Bibliografía

  • Díaz del Castillo, Bernal. Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España. 8ª edición. Espasa-Calpe, Madrid, 1989.
  • Madariaga de, Juan José. Bernal Díaz y Simón Ruiz de Medina del Campo. Ediciones Cultura Hispánica, Madrid, 1966.


SIGRID MARÍA LOUVIER NAVA