Diferencia entre revisiones de «DEFENSA DEL INDÍGENA; misiones en Panamá»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Revisión del 05:49 16 nov 2018

Los primeros conquistadores llegaron en 1501 al territorio que luego se llamaría «Castilla del Oro» y más tarde «Panamá». Posteriormente, en 1513 ya se fundaba la primera ciudad de Tierra Firme: Santa María La Antigua del Darién.

Uno de los primeros resultados de la labor evangelizadora fueron las reducciones indígenas. Allí se congregaba a los indios que, o bien se encontraban en régimen de encomienda, o eran libres y sólo estaban sujetos al tributo real. Ésta era una de las fases más importantes en el proceso de integración del indio a la colonia, y de paso, de su aculturación y desestructuración.

Éste fue el comienzo de muchas poblaciones en nuestro país. Entre 1519 y 1522, ya existía un “reparto” de 8,729 indígenas desde Chepo a Penonomé, entre 102 encomenderos, según carta del obispo Tomás de Berlanga O.P. Entre 1550 y 1610, se formaron once más. Desde la primera mitad del siglo XVI hay constancia de las protestas de los obispos: en 1541 dice Tomás de Berlanga, O.P., obispo de Panamá: “Solo demás algunas estancias, muchas distantes 8 leguas de los pueblos de cristianos, sin doctrina, sin administración de sacramentos... La hacienda real no se administra con limpieza. Los indios, aunque ya procuran que no mueran por no quedar sin ninguno, pero, ¿qué peor tratamiento puede dárseles que tenerlos como esclavos sin cosa propia?.”

Dice el obispo Antonio de Calderón en la relación de su viaje a Veragua (en 1604): “Si el obispo de Chiapa, viviera agora, bien pudiera hacer otro libro. Se duele de cómo son explotados por los españoles, quienes los tienen convertidos en verdaderas acémilas sin atender sus más humanas necesidades…”

De un misionero jesuita de principios del siglo XVI, en Veraguas, se nos cuenta que luego de formar una cristiandad, “el Gobernador, impaciente por establecer un Real de minas con los indianos, habló al misionero para que él mismo les intimase esa resolución. Excusose con buen modo y le expuso las razones en contra, porque hallándose tan tierna esta cristiandad, la exponía a perderse toda, por huir del trabajo que tanto aborrecían. Ofendido el Gobernador con la repulsa, pasó luego a Panamá, donde dando privadas quejas en toda la ciudad, las dio también a la Real Audiencia, representando lo mucho que perdía el Real Erario por la contradicción del misionero”.

El mercedario Melchor Hernández también denunció que “muchos encomenderos que no tenían más que 2, 6 ó 12 indios, les exigían mayores esfuerzos físicos de los que debían por derecho y en general admitía la ley, y por eso muchos indios determinaron huir a los montes”.

Las denuncias señaladas nos indican que desde el primer momento, obispos y misioneros (no todos, ciertamente) hicieron el esfuerzo por honrar el título con el que se les nombraba al partir: “Protectores y Defensores de Indios”. Esto se dio a partir de la designación de Cisneros a Las Casas como tal, lo cual luego se desarrolló como institución formal, aunque no con muchos éxitos, por lo menos en Panamá. Un ejemplo bien claro fue el obispo Pablo de Torres, OP, que rigió la diócesis de Panamá de 1534 a 1560, aunque los últimos años los pasó acusado y maldecido por encomenderos, muriendo en el viaje a España.

Los objetivos de las reducciones eran tres: uno de carácter laboral, otro cultural y otro, en el que la reducción se plantea como un factor de articulación regional. Ya en 1590, el dominio colonial de las sabanas de occidente estaba más o menos asegurado con las fundaciones de Remedios, Alanje y Montijo (al occidente del territorio). En cambio, en Darién (al oriente), nunca hubo control efectivo.

En 1604, encontramos a los mercedarios Melchor Hernández y Melchor del Castillo entre los guaymíes, al igual que al jesuita Julio Pesce. En 1622 el dominico Adrián von Ufeldre tiene gran éxito entre el mismo pueblo. Son años de gran ofensiva misional. Incluso hay un relato extraordinariamente rico en detalles, sobre el trabajo del misionero Ufeldre.

Un ejemplo de cómo se hicieron estas reducciones en Veraguas, nos lo da el historiador de la Orden de la Merced: “Los gobernadores... despacharon sus capitanes para que, reduciéndolos (a los indios) saliesen de la brutalidad de su vida e idolatrías, persuadiéndoles a que poblasen la tierra llana, la cultivasen y conociesen al verdadero Dios, permitiendo doctrinarse. Hiciéronlo los españoles, pero más como soldados que como católicos, porque los trataban como a míseros esclavos”. Incluso antes de esto, un obispo, en carta al rey, denuncia que “los encomenderos se sirven de los indios con harta deshonestidad y desta manera es imposible el obispo darles doctrina”.

Pero no sólo sucedía esto en Veraguas y Chiriquí. El obispo Antonio de León escribe en 1677, sobre los misioneros en Darién: “Los religiosos a cuyo cargo están las cuatro doctrinas que hay, no logran fruto alguno, pues tan bárbaros están hoy como el primer día, porque los religiosos más asisten a sus conveniencias temporales que a las espirituales”. Es decir, que por parte de los encomenderos e incluso por parte de algunos misioneros, las misiones estaban destinadas a fracasar, ya desde los primeros dos siglos.

Ciertamente, iniciando el siglo XVIII se renuevan también los esfuerzos. El P. Esteban Ferriol SJ, “había conseguido restablecer las misiones que nuestros antiguos misioneros había asentado entre los indios guaimíes hacia 1606” (habla del P. Pesce). Este padre “que dominaba la difícil lengua de los indios y era de genio muy afable, fue bien recibido por aquellos pobrecitos. Pudo sacarlos de los bosques y formar algunos pueblos, donde pudiese con más facilidad catequizarlos y reducirlos a la vida cristiana y civilizada. Hasta se dio traza para enseñarles algunas artes mecánicas... Trabajó ahí 36 años, solo, pues no había cómo darle compañero”.

Contrastando con muchas de las opiniones vertidas por los misioneros, el padre Ferriol decía que “los indios Guaimíes eran de carácter dulce y apacible, muy inclinados a la religión. Pero nunca pudieron ser conquistados del todo por los españoles porque siempre que se vieron en peligro de perder su libertad y de ser condenados al trabajo de las minas”, con lo cual, añade el autor, “apelaron a la fuga internándose en lo más espeso de sus bosques”.

En 1625, Fray Adrián se enfrenta al Gobernador Lorenzo del Salto cuando iban a fundar la población indígena de San Lorenzo, y esto le valió la enemistad del Gobernador. En 1633, un nuevo Gobernador, Álvaro Velásquez Camargo, “hizo repartimiento de los indios a los españoles para que les sirviesen por meses, pagándoles al cabo de un mes veinte reales”, Fray Adrián se opuso tenazmente a esta acción, lo que le valió que lo enviaran al Perú, aunque más adelante volvió a Panamá a trabajar en el Darién.

En 1745 llegaron otros dos jesuitas al área: Aspérgalo y Portolani y dice el informe que “ya estaban doctrinando a los guaimíes sin hacer caso de las imponderables molestias, fatigas y trabajos que traen consigo aquellas peregrinaciones por sendas y caminos tan intransitables, llenos de suma miseria y aun faltos de lo necesario para sostener la vida”. La misión duró hasta 1767, con la expulsión de la Compañía de Jesús de los dominios españoles. También hay jesuitas en el Darién en estos tiempos. En 1741 se logró un tratado de paz con los indios del Norte (Kuna Yala) y del Sur. Allí se pedía que fueran los jesuitas, ningún otro misionero. Estos llegaron en 1741, Lefebre y Grande en el Sur y Alvarez y Escobar en el Norte. Llegaron luego los padres Franciscis y Walburger, quienes trabajaron con muchos problemas y pocos frutos en la zona de Yaviza. Curiosamente a estos padres les llamaban «diablo-tela-negra». El intento jesuítico de cristianización (del Darién) se sella por un fracaso. Así sentencia el P. Grande: “Por lo que mira a los cunas del Atlántico y los cunas del Pacífico, tengo por imposible la reducción”. Hasta 1821, sólo seis sacerdotes atendían a los 1,266 habitantes del Darién del Pacífico y otros seis a los 1,663 del Darién atlántico. Entre 1821 y 1876, hubo abandono total de las misiones indígenas de Darién.

Pero volvamos a los buenos intentos. En Roma se interesa nuevamente Propaganda Fide por enviar misioneros a Panamá. Su trabajo se inicia en 1766, cuando las misiones son administradas por el Colegio de Cristo Crucificado de Guatemala. En los primeros años fueron buenos los logros. En 1775, el obispo Francisco de los Ríos habla de esto. En Alanje tenían fundados tres pueblos reclutados de seis naciones indígenas (doraces, changuinas, dolegas, róbalos, carates y cotos), con 506 personas. En Remedios había otros dos con 971 indios guaymíes.

En Panamá fracasaron no menos de 44 tentativas misionales que llegaron a la fase doctrinal. De cerca de 70 proyectos que llegaron al nivel de doctrinas, mucho menos de la mitad logró alcanzar la fase parroquial, pues sólo 25 pueblos lograron sobrevivir hasta finales del período colonial. En Darién, en 1759, las misiones no sumaban más de 73 indios. En 1760 dejan de tener misioneros. En Veraguas, el último mercedario se va en 1761. Propaganda Fide no se da por vencida y hace un último intento. En 1776 el colegio franciscano de Guatemala renuncia a las misiones panameñas, pero siguen bajo su cuidado hasta 1785 cuando se funda el colegio franciscano de Propaganda Fide, con sede en Panamá. Esta etapa dura un cuarto de siglo y cierra sus puertas antes de la independencia.

De las seis misiones que se tenían en 1785, quedan cinco en ese año (Las Palmas, Tolé, Gualaca, San Antonio y Dolega). Bugaba hacía desaparecido por sublevaciones. En veinte años se produjeron dos levantamientos en Bugaba, uno en Tolé (con la muerte del sacerdote), otro en Cañazas... José Codina, franciscano, señala que los padres reductores se veían a menudo forzados a aplicar a los indios “penas corporales, a castigar con algunos azotes y amenazas a estos indios sediciosos y tumultuarios”.

Entre 1823 y 1836, no hay obispos en Panamá. Con la situación confusa, difícil, controvertida, de la separación de España y unión a la Gran Colombia, se comprende que la iglesia también pasara por momentos parecidos. Pocos son los datos que encontramos en los libros sobre indígenas y misiones. Tenemos unos pocos datos interesantes de Penonomé: la élite dirigente penonomeña, dice un historiador, trata de ejercer una suerte de “colonialismo interno” cuando exige a la indiada que pague el diezmo hasta los albores del siglo XX. En Penonomé, hacia 1823, la población indígena es el 65.1%, en Olá es de 99.7%, en Antón de 5.2% y en Natá de 10%. No hay trabajo de misiones propiamente dicho.

En 1875 el obispo de Panamá visita Darién. Escribe un historiador: “ya apaciguados los ánimos una vez destruida la riqueza arbórea, el obispo José T. Paúl, SJ, visitó personalmente los núcleos más importantes del Darién. Era la primera visita pastoral que allí se hacía desde la de Mons. Piedrahita por 1680”. Como no había ni doctrinas ni asentamientos, no se colocó curas fijos. Hubo misioneros “volantes” en La Palma, Chepigana, El Real, Yaviza, Pinogana y Garachiné. En 1878, el mismo obispo hace visita pastoral a Tolé. Recomienda que bauticen a los indios que bajen y, si es posible, se haga una excursión a la cordillera.

En 1889 encontramos en los archivos del Arzobispado de Panamá, una denuncia del “yugo español” sobre los pobres, hecha por el cura Francisco Bernal, de Tolé, ante el obispo Peralta. En 1892, Basilio Ruíz Surdo, desde Tolé, acude al obispo para que defienda a los indígenas. Lo sigue haciendo con igual insistencia en 1893, 1894, 1897 y 1898.

En 1892, Simón de Aldecoa, párroco de Remedios, nos habla de su trabajo con indígenas, lo cual no es común en las cartas e informes de los párrocos de esta zona. Informa que se puso en contacto con algunos jefes indígenas para que se bautizaran “pues muchos de ellos lo piden espontáneamente; tal fue la devoción del indio Evaristo Bejarano, Gobernador, que el mismo día de San Lorenzo les obligó a todos los indios a recibir el bautismo”.

En noviembre de 1898, un grupo de seis agustinos recoletos llegó a Panamá; venían de Manila. Fueron muy bien recibidos por el Obispo Peralta que, inmediatamente les entregó la iglesia de San José, abandonada por varias décadas, lo que supuso el reencuentro de los agustinos recoletos con su vieja iglesia. Les ofreció también las parroquias de Chepo y Pacora con las misiones de Darién. Una base en El Real de Santa María les ayudaría a misionar tan difícil territorio, que recorrieron enseguida y establecieron otro centro en Pinogana, más cercano de las tierras de indios. Cuatro sacerdotes fueron destinados a esta misión, en la que pronto hubieron de experimentar lo insalubre y duro del territorio. Tres sacerdotes murieron de fiebres y, tras varias vicisitudes, en 1910 devolvieron al obispo las parroquias y la misión de Darién. Un nuevo intento, también fallido, de los muchos que se dieron durante cuatro siglos, por misionar tan difíciles tierras.

En esos años, preocupa mucho en Panamá la situación de lo que hoy llamamos Kuna Yala (San Blas), sobre todo por razones políticas. En la Constitución Nacional de 1904 se decía que: “Se reconoce que la religión católica es la de la mayoría de los habitantes de la república y la Ley dispondrá se le auxilie para fundar un seminario conciliar en la capital y para misiones en las tribus indígenas” (art. 26). Por tanto, empiezan las “incursiones” de algunos misioneros, Gassó y otros, con muchas dificultades y recelos de parte de los indígenas.

Luego de una visita a San Blas, el obispo Francisco Javier Junguito, SJ, escribe una carta pastoral. Dice: “Justo era el que aprovecháramos la ocasión que el Señor nos ha proporcionado para mirar por esos millares de almas que yacen por largos siglos privados de la luz del Evangelio, sumidas en las tinieblas de la gentilidad, encadenándose generación tras generación en ruina precipitada. Preocupación nuestra ha sido el saber cómo pudiéramos hacer sentir los beneficios de la Fe cristiana a tantos infelices”.

“La fecha inicial de la civilización de San Blas –escribe el P. Erice CMF, misionero por muchos años en Kuya Yala- fue el día en que se inauguró en Panamá la primera escuela indígena kuna. No es posible una civilización sin escuela”. Esta escuela tenía por fin “civilizar y cristianizar a cierto número de jóvenes indios de San Blas y, por medio de ellos, procurar más adelante estos mismos servicios a todos” (escriben en 1909). Añaden que fueron pedidos por el P. Gassó, SJ, entonces misionero en aquellos lares.

Después de la revolución de Tule y, sobre todo con la creación del Vicariato Apostólico de Darién (1925), con las provincias de Colón y Darién y la Comarca de San Blas, con la sede en la ciudad de Colón, comenzó la misión claretiana (religiosos) y franciscana (religiosas). Inició en septiembre de 1928, en Narganá-Corazón de Jesús. “Las demás islas eran consideradas rebeldes, anti-wagas, anti-panameñas”. En los primeros años de la misión los métodos usados fueron la catequesis de niños y de adultos, la creación de sociedades religiosas, la celebración de festividades y la pastoral sacramental.

Una buena iniciativa, heredada de los primeros misioneros del siglo XVI fue retomada por los misioneros: aprender el idioma nativo. En 1935, el visitador de los padres claretianos escribía: “Todos los misioneros aquí, tienen la obligación sagrada de aprender la lengua india, que habla el pueblo. Es obligación rudimentaria impuesta por la Iglesia y por deber del apostolado. Es digno de alabanza que procuren traducir a la lengua del país el catecismo, las oraciones y cánticos populares”.

Para 1936, se puede decir que el P. Puig había entablado conversaciones de paz con casi todos los caciques. “Lo que se les ha dado es lo de menos, lo principal es lo que se les ha dicho. A todos se ha aconsejado la paz, el amor al gobierno, el amor a las autoridades, ellos han recibido bien estos consejos”, dice este misionero.

En 1924, se embarca el pare Anglés para el Darién, bien provisto de notas y oficios del Presidente de la nación –Belisario Porras- para el gobernador de la provincia, la autoridad del distrito y los corregidores. Así recomienzan, por enésima vez, las misiones en esta provincia. Volviendo a Chiriquí, encontramos otro informe de 1911, esta vez del padre J. Agredas, donde se dice que por ser la mayoría de la población indígena, conviene que las parroquias que se encuentran en esas condiciones estén a cargo de misioneros que “catequicen a los indios salvajes y reduzcan a la vida cristiana a los que han recibido el bautismo”.

A principios de 1921, los agustinos recoletos toman las dos parroquias que había en David y que se extendían hasta Tolé (¡unos cien kilómetros de largo!). De un informe del P. Valeriano Ocón entresacamos: “Todos estos pueblos (oriente de Chiriquí) con unos 40 vecindarios y 33 mil habitantes civilizados y 10 mil salvajes, forman una carga demasiado pesada para dos padres... es imposible hacer más”. En 1934 abandonan esta zona. Entre 1941-1945, está un carmelita; en 1951, un franciscano; los otros años, desde 1878, la atienden sacerdotes diocesanos.

En 1917, a petición de monseñor Rojas Arrieta, los padres Paulinos se hacen cargo de la parroquia y misión de Bocas del Toro. Continuaron la labor del padre Völk en la cabecera de la parroquia y afianzaron su trabajo misionero y evangelizador entre los ngóbes y los nasos. Crearon las parroquias de Almirante y Changuinola y extendieron la de Bocas del Toro por las comunidades de la Laguna de Chiriquí y las costas del Golfo de los Mosquitos hasta Santa Catalina o Calovébora.

En 1967, llegan las religiosas Misioneras de la Madre Laura a Llano Ñopo, Tolé y crean un centro de salud y un centro misional, apoyadas por un misionero dominico. En 1970 llegan los padres agustinos. En 1972 se propone un Plan de Evangelización centrado en la formación de líderes. En 1977, los padres jesuitas reciben las parroquias de Remedios y San Félix y se inicia un trabajo con indígenas ngóbe de esa zona. También en la parroquia de San Lorenzo, un sacerdote paulino inicia su trabajo con indígenas, ese mismo año.

En 1980 comenzamos la celebración de los Encuentros de Misioneros del Área Guaymí o Emag, que hoy llamamos EmangbuNaBri o Encuentros de Misioneros de las Áreas Ngóbe, Bugle, Naso y Bribri. Iniciaron en la misión de Kankintú, con participación de misioneros y misioneras de las diócesis de David y Santiago y la Prelatura de Bocas, por supuesto. Cada año, durante los últimos treinta, se han celebrado estos encuentros, alternativamente en las diócesis de David y Santiago y en la Prelatura de Bocas del Toro.

También han sido un aporte excelente las reuniones semestrales del Equipo Misionero de Kuna Yala (Emisky) que, uniendo la ancestral organización y religiosidad del pueblo kuna a los sacrificados esfuerzos de misioneros y misioneras en Kuna Yala, han producido muy buenos frutos para la Pastoral Indígena en Panamá. Así mismo, los misioneros del Vicariato Apostólico de Darién celebran sus Encuentros de Pastoral Indígena que, con sus reflexiones y trabajos de evangelización inculturada, marcan pautas en el desarrollo de la pastoral indígena de nuestra iglesia panameña. De forma paralela, nacieron los ENPI o Encuentros Nacionales de Pastoral Indígena. Se celebran cada tres años. En ellos participan los obispos con pastoral indígena organizada en las diócesis respectivas, misioneros y misioneras no indígenas, misioneros y catequistas indígenas, de modo que al menos el cincuenta por ciento de los participantes han de ser indígenas, asistidos y asesorados por expertos de teología y pastoral indígena y del Departamento de Misiones (Demis) del CELAM.

Los principales puntos de pastoral a los cuales hemos llegado en los nueve Encuentros nacionales de pastoral indígena desde 1979 son:

  1. El apoyo a la lucha por la tierra, que se ha plasmado en el apoyo a la definición de las Comarcas y todo lo que conlleva;
  2. El luchar por la creación de una Iglesia autóctona, con sus ministerios propios, liturgia propia, etc.
  3. El trabajo por lo que luego se llamó inculturación, con todas las implicaciones que esto tiene en cuanto al idioma, la celebración, los ministerios, la formación, la liturgia, la recuperación de la memoria histórica, etc.
  4. El diálogo religioso, tratando de comprender una religiosidad de siglos que también nos enriquece y en la cual también encontramos la presencia de Dios.
  5. Los proyectos de desarrollo integral.

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JORGE SARSANEDA DEL CID