Diferencia entre revisiones de «DOMINICOS EN EL «NOVUS ORBIS »»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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==Fray Diego de Deza y Cristóbal Colón==
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El 21 de diciembre de 1504, desde Sevilla, Cristóbal Colón escribía a su hijo Diego, que se hallaba en La Corte: «Es de trabajar de saber si la Reina, que Dios tiene, dejó dicho algo en su testamento de mí, y es de dar priesa al señor obispo de Palencia, el que fue causa que Sus Altezas hobiesen las Indias, y que yo quedase en Castilla, que ya estaba yo de camino para fuera». 
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Colón, recién llegado, cansado, físicamente derrotado o enfermo, está en vilo y en penas. Azuza a su hijo a que averigüe si la reina, su gran protectora, ha dispuesto algo en su testamento -falleció en Medina el 26 de noviembre de 1504- sobre sus intereses, y le indica la vía para lograrlo: el «obispo de Palencia», es decir, fray Die¬go de Deza.  Casi de soslayo, la hace la inesperada, refulgente confesión: él fue «la causa» del Descubrimiento.
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En 1892, al conmemorarse y celebrarse el IV Centenario, Pierre Mandonnet, profesor de la Universidad de Friburgo (Suiza), iniciaba sus lecciones sobre Les do¬minicains et la découverte de I'Amérique por ese luminoso texto colombino.  A su za¬ga, aunque con otra técnica, de él parto yo también para el bosquejo que se me ha encomendado explicar en este simposio. Es, sin duda, por su augusto origen y por su calor paterno -por su sinceridad-, el más firme punto de partida para una ex¬posición, sumaria por fuerza, del servicio de los dominicos a la aventura colombina y a la subsiguiente evangelización del Novus Orbis.
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Advertiré, para empezar con buen pie, pisando en terreno sólido, que la mentada confesión colombina no es un monolito, ya que arropan otras declaraciones epis¬tolares. Por ejemplo, el 21 de noviembre del mismo año de 1504, le había dicho a Die¬go: «Feciste bien de quedar allá a remediar algo y a entender ya en nuestros nego¬cios. El señor obispo de Palencia, siempre desque yo viene a Castilla, me ha favore¬cido y deseado mi honra».   Aprueba, pues, que Diego se haya quedado en la Corte, sin correr a Sevilla, y reaparece la figura de Deza como el clavo de seguridad al que debe agarrarse.  
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Sin que sea preciso aducir más textos o pruebas documentales, sí se me antoja -presumo que también a los  lectores- preguntar: ¿dónde y cuándo se encontraron el obispo y el navegante? Algunos responden, casi a bote pronto, que ocurrió el encuentro Colón-Deza en Salamanca. A mi parecer, no fue allí, y no porque a Colón no se le hubiese perdido nada en Salamanca -donde siempre se encuentra algo-, sino porque la baza o el apoyo a su proyecto tenía que buscarlo en la Corte; y la Corte, de ordinario ambu¬lante, por no decir trashumante, se hallaba, cuando Colón “presentó” su proyecto por primera vez, en Córdoba.
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Allí, en Córdoba, ubica Las Casas, amigo de la familia y muy alerta y cercano a los sucesos. No es cosa de divertirnos a las andanzas cordo¬besas de Colón, y a los amoríos con Beatriz de Arana, que fructificaron en Fernando Colón, primer biógrafo de don Cristóbal. Precisamente, el editor y anotador de la biografía, Harrisse, puso en tela de juicio, con objeciones que Mandonnet califica de “formales”, que el encuentro Deza-Colón ocurriese en Salamanca.  Con la mejor de su oficio, Mandonnet trata de desanudar esas objecionesNo vaya caer en la misma flor. Están enhiestas: el relato del encuentro en Salamanca se lo sacó de la fantasía Remes,  al  siglo y medio más tarde, lo mismo que 'licenció' por Salamanca a Bartolo¬mé de las Casas.
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Ambas cosas -encuentro Colón-Deza, estudios de Bartolomé de Las Casas en la ciudad del Tormes-, son agua que Remesal lleva a su río o a su cró¬nica, pero sin legitimación o pruebas documentales. Es más verosímil el apunte de Bartolomé de las Casas, que lo sitúa (el encuentro) en Córdoba. Leamos el apunte lascasiano: «Partíóse (Colón) para la Corte, que a la sazón estaba en la ciudad de Cór¬doba, de donde los Reyes Católicos proveían en la guerra de Granada, en que andaban muy ocupados. Llegado en la Corte a 20 de enero, año de 1485, [… ] procuró de hablar e informar las personas que por entonces ha¬bía en la Corte señaladas y que sentía que podían ayudar. Éstas fueron el cardenal don Pedro González de Mendoza [...]; otro era el maestro del príncipe Don Juan, fray Diego de Deza, de la Orden de Santo Domingo».
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No hay desperdicio, como no hay inexactitud, en el relato. Fray Diego se hallaba efectivamente, en Córdoba, con la Corte, en calidad de «maestro del príncipe». Las Casas «vio» la carta mentada de Colón, y, además, «muchos años antes que lo viese yo escripto», lo había oído.   En fin, hay constancia de ayudas económicas de los Reyes al viandante Colón,  y también indicios de que Deza actuó como “mediador” en pro de los intereses del Al¬mirante.

Revisión del 13:57 25 feb 2015

Fray Diego de Deza y Cristóbal Colón

El 21 de diciembre de 1504, desde Sevilla, Cristóbal Colón escribía a su hijo Diego, que se hallaba en La Corte: «Es de trabajar de saber si la Reina, que Dios tiene, dejó dicho algo en su testamento de mí, y es de dar priesa al señor obispo de Palencia, el que fue causa que Sus Altezas hobiesen las Indias, y que yo quedase en Castilla, que ya estaba yo de camino para fuera».

Colón, recién llegado, cansado, físicamente derrotado o enfermo, está en vilo y en penas. Azuza a su hijo a que averigüe si la reina, su gran protectora, ha dispuesto algo en su testamento -falleció en Medina el 26 de noviembre de 1504- sobre sus intereses, y le indica la vía para lograrlo: el «obispo de Palencia», es decir, fray Die¬go de Deza. Casi de soslayo, la hace la inesperada, refulgente confesión: él fue «la causa» del Descubrimiento.

En 1892, al conmemorarse y celebrarse el IV Centenario, Pierre Mandonnet, profesor de la Universidad de Friburgo (Suiza), iniciaba sus lecciones sobre Les do¬minicains et la découverte de I'Amérique por ese luminoso texto colombino. A su za¬ga, aunque con otra técnica, de él parto yo también para el bosquejo que se me ha encomendado explicar en este simposio. Es, sin duda, por su augusto origen y por su calor paterno -por su sinceridad-, el más firme punto de partida para una ex¬posición, sumaria por fuerza, del servicio de los dominicos a la aventura colombina y a la subsiguiente evangelización del Novus Orbis.

Advertiré, para empezar con buen pie, pisando en terreno sólido, que la mentada confesión colombina no es un monolito, ya que arropan otras declaraciones epis¬tolares. Por ejemplo, el 21 de noviembre del mismo año de 1504, le había dicho a Die¬go: «Feciste bien de quedar allá a remediar algo y a entender ya en nuestros nego¬cios. El señor obispo de Palencia, siempre desque yo viene a Castilla, me ha favore¬cido y deseado mi honra». Aprueba, pues, que Diego se haya quedado en la Corte, sin correr a Sevilla, y reaparece la figura de Deza como el clavo de seguridad al que debe agarrarse.

Sin que sea preciso aducir más textos o pruebas documentales, sí se me antoja -presumo que también a los lectores- preguntar: ¿dónde y cuándo se encontraron el obispo y el navegante? Algunos responden, casi a bote pronto, que ocurrió el encuentro Colón-Deza en Salamanca. A mi parecer, no fue allí, y no porque a Colón no se le hubiese perdido nada en Salamanca -donde siempre se encuentra algo-, sino porque la baza o el apoyo a su proyecto tenía que buscarlo en la Corte; y la Corte, de ordinario ambu¬lante, por no decir trashumante, se hallaba, cuando Colón “presentó” su proyecto por primera vez, en Córdoba.

Allí, en Córdoba, ubica Las Casas, amigo de la familia y muy alerta y cercano a los sucesos. No es cosa de divertirnos a las andanzas cordo¬besas de Colón, y a los amoríos con Beatriz de Arana, que fructificaron en Fernando Colón, primer biógrafo de don Cristóbal. Precisamente, el editor y anotador de la biografía, Harrisse, puso en tela de juicio, con objeciones que Mandonnet califica de “formales”, que el encuentro Deza-Colón ocurriese en Salamanca. Con la mejor de su oficio, Mandonnet trata de desanudar esas objeciones. No vaya caer en la misma flor. Están enhiestas: el relato del encuentro en Salamanca se lo sacó de la fantasía Remes, al siglo y medio más tarde, lo mismo que 'licenció' por Salamanca a Bartolo¬mé de las Casas.

Ambas cosas -encuentro Colón-Deza, estudios de Bartolomé de Las Casas en la ciudad del Tormes-, son agua que Remesal lleva a su río o a su cró¬nica, pero sin legitimación o pruebas documentales. Es más verosímil el apunte de Bartolomé de las Casas, que lo sitúa (el encuentro) en Córdoba. Leamos el apunte lascasiano: «Partíóse (Colón) para la Corte, que a la sazón estaba en la ciudad de Cór¬doba, de donde los Reyes Católicos proveían en la guerra de Granada, en que andaban muy ocupados. Llegado en la Corte a 20 de enero, año de 1485, [… ] procuró de hablar e informar las personas que por entonces ha¬bía en la Corte señaladas y que sentía que podían ayudar. Éstas fueron el cardenal don Pedro González de Mendoza [...]; otro era el maestro del príncipe Don Juan, fray Diego de Deza, de la Orden de Santo Domingo».

No hay desperdicio, como no hay inexactitud, en el relato. Fray Diego se hallaba efectivamente, en Córdoba, con la Corte, en calidad de «maestro del príncipe». Las Casas «vio» la carta mentada de Colón, y, además, «muchos años antes que lo viese yo escripto», lo había oído. En fin, hay constancia de ayudas económicas de los Reyes al viandante Colón, y también indicios de que Deza actuó como “mediador” en pro de los intereses del Al¬mirante.