Diferencia entre revisiones de «ECUADOR: Factores fundantes de la Nación»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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- - - - - - - - - - - - - - - -: ''Hitos de la Historia de la Iglesia en el Ecuador'', Academia Ecuatoriana de Historia Eclesiástica, Quito 2010.
 
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- - - - - - - - - - - - - - - - -: Serviles y arrepentidos en la Independencia (1812 – 1813). Academia Nacional de Historia, Quito 2013.
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HIDALGO-NISTRI Fernando (Compilador): ''Compendio de la Rebelión de América. Cartas de Pedro Pérez Muñoz'' (Quito, Abya Yala, 1998).
 
HIDALGO-NISTRI Fernando (Compilador): ''Compendio de la Rebelión de América. Cartas de Pedro Pérez Muñoz'' (Quito, Abya Yala, 1998).

Revisión del 08:44 15 oct 2018

Queremos hacer una aproximación prospectiva al papel que juegan los factores sociales fundantes de la nación ecuatoriana en el proceso de maduración de la independencia nacional, en el momento presente y de cara al futuro, y si la mayoría de los ecuatorianos de hoy se sienten involucrados en dicho proceso. Es necesario iniciar con una «explicatio terminorum» desde la sociología para dilucidar hacia donde deberían ir.

Buscamos dar una mirada honestamente completa a los factores sociales fundantes de la nación; pero no una mirada en el momento presente, sino la que tuvieron los ecuatorianos de hace doscientos años. Luego intentaremos la aproximación a lo prospectivo.

Esos «factores sociales fundantes» en lo que en ese entonces era el Reino de Quito, pueden encontrarse en la religión católica, la valoración de lo propio, el deseo de sostener y defender los derechos, la solidaridad circunstancial entre estamentos. Estos factores se hallan presentes en los escritos, informes, proclamas, defensas, elaboradas por los próceres quiteños desde 1808; más aún se detectan ya en los escritos y planes de varios escritores anteriores a 1790, sobre todo los hermanos precursores, Eugenio y Juan Pablo Espejo, el primero médico y polígrafo, el segundo sacerdote y activista.

La situación hace 200 años: La religión católica.

A lo largo y a lo ancho del proceso de formación de las Juntas Soberanas, desde 1808, intento trunco, hasta 1813, los patriotas [los insurgentes] siempre expresaron su profunda adhesión a la fe católica y su rechazo a la Revolución Francesa en cuanto tenía de atea y de perseguidora de la Iglesia. La filiación católica auténtica, no solo de palabras, se puede demostrar.

“El raigambre católico de los próceres quiteños se deja notar también en los fines expresos de la Junta: en el Acta del 10 de agosto [1808] se dice que ellos fueron «sostener la pureza de la religión»”; el Juramento del 11 de agosto enuncia: “Juramos conservar en su unidad y pureza la Religión Católica, Apostólica y Romana, en que, por la misericordia de Dios, tuvimos la felicidad de nacer”.

En la sesión solemne realizada en la Sala Capitular de San Agustín el 16 de agosto, explican los próceres que su propuesta: “se dirige al fin santo de conservar intacta la religión cristiana”; en la Proclama enviada a diferentes ciudades se expresa: “bajo el Ecuador han erigido un baluarte inexpugnable contra las infernales empresas de la opresión y de la herejía”.

Ya derrotada la primera Junta, en las explicaciones dadas el 11 de diciembre dijeron los patriotas que en la jornada de formación de la Junta, “se protestó con la vida morir por la pureza, unidad y conservación de la Religión Católica”. El prócer Juan Pablo Arenas al explicar su actuación en defensa propia exclamó que “entró en el asunto pensando que obraba bien, proponiéndose por base fundamental la defensa de la Religión…”

Al finalizar la reunión de la noche del 9 de agosto los conjurados elevaron al cielo una oración a la Madre de Dios, según Alberto Muñoz Vernaza fue “la Primera Salve republicana”, quien la entonó fue Manuel Rodríguez de Quiroga. El 13 de agosto todos los protagonistas del cambio político concurrieron sin boato al Carmen Alto a pedir luces y fortaleza a Dios.

El solemne día del 16 de agosto, antes de la sesión en la Sala Capitular de San Agustín, el obispo celebró una misa para impetrar de Dios ayuda y protección. De igual manera al día siguiente todas las nuevas autoridades, gente principal y pueblo acudieron a la Catedral a la misa solemnísima de acción de gracias con el canto del Te Deum. Las calles aledañas se engalanaron con colgantes, palmas y flores.

El día 2 de agosto de 1810 cuando los pardos de Lima,[1]sable en mano atacaban a los próceres al grito «Vivan los limeños», estos respondieron con unción y valentía «Viva la Religión», porque en el momento de la muerte relucen y vencen las convicciones más íntimas y queridas. Por esa misma razón todos ellos murieron como buenos católicos, pidieron la extremaunción y el santo viático, como consta, por ejemplo, en la certificación de la muerte de don Juan Pío Montúfar en Alcalá del Guadaira.[2]

La oposición a Napoleón, expresada con vigor en casi todos los documentos de la época, no se explica tan solo por el rechazo a su despotismo, sino también a ser el principal responsable de la extensión europea de las ideas anticatólicas. Sin embargo, algunos españoles acusaron a los patriotas de pretender someter a la América Española a una «Monarquía universal» francesa.[3]

La valoración de lo propio.

Una de las características más destacadas de la cultura ilustrada en el Reino de Quito a finales del siglo XVIII fue lo que los historiadores han dado en llamar “la valoración de lo propio”, circunstancia que se da también en otros espacios de la América Española. La influencia de varios intelectuales fue en esto decisiva, pero también la reacción al trato discriminatorio dado a los criollos por los peninsulares.

Durante el siglo XVIII crece la positividad con que se mira el propio país: en la geografía influye Pedro Vicente Maldonado;[4]en la historia Juan de Velasco;[5]en la economía Miguel Jijón;[6]en la educación y el periodismo Eugenio Espejo. [7]Ellos, y otros más, no solo destacan las peculiaridades del suelo ecuatoriano, sus plantas, sus animales, y su gente, sino que rompen lanzas tanto contra la tan conocida «calumnia de América» como contra la discriminación sufrida de parte de los españoles peninsulares.

Guarda toda verdad la sentencia que afirma que el criollismo es consecuencia directa del talante de los europeos frente a los americanos: “El grupo criollo, quien en realidad nació únicamente de la voluntad discriminatoria de los españoles y de la Corona, durante largo tiempo apartado, considerado como un grupo de blancos de segunda categoría, se afirma … como legítimo propietario del suelo en que vive”.[8]

Esta percepción se comprueba con los reclamos enviados al virrey de Nueva Granada en 1765 con motivo de la llamada «Guerra de los Barrios» o «Revolución de los Estancos» ocurrida en Quito:

“[Los tumultuarios] no hubieran insistido con tanta constancia si los chapetones,[9]con su porte, no se hubiesen conciliado desde mucho tiempo el odio popular, porque son demasiadamente ostentosos, afectando siempre cierta superioridad odiosa respecto de los criollos, hasta querer suprimir la nobleza patricia, y respecto de la plebe es más insufrible su trato, porque los llaman mestizos, improperándolos y vilipendiándolos”.[10]

Años más tarde, en 1792, y en su periódico «Primicias de la Cultura de Quito», Eugenio Espejo rompió lanzas en defensa de las capacidades notables de los quiteños en diferentes ámbitos de la actividad humana, recalcó la habilidad de los artistas, ponderó a Pedro Vicente Maldonado, “un sabio ignorado en la Península, […] aplaudido con elogios sublimes en aquellas dos Cortes rivales (Londres y París) …”; de Miguel Jijón dijo “eres un héroe, y para serlo te basta ser quiteño”.

En general, exclamó: “La copia de luz, que parece veo despedir de sí el entendimiento de un Quiteño, que lo cultivó, me deslumbra; porque el Quiteño de luces, para definirle bien, es el verdadero talento universal”.[11]

Esta valoración de lo propio aparece en casi todos los documentos emanados por los próceres en el proceso de formación de las « Juntas Soberanas» desde 1808 hasta su fracaso en 1813. Uno de los principales líderes del movimiento, Manuel Rodríguez de Quiroga,[12]natural de Charcas, en su «Alegato» en el primer juicio en febrero de 1809, recalcaba el derecho de los criollos a rechazar el mal trato recibido de los peninsulares, quienes los veían como a esclavos sin derechos, así como la capacidad para separar a los gobernantes ineptos y para no aceptar a los opresores y a los usurpadores.

Estas ideas se aplican a todos los criollos americanos; de hecho, Quiroga proclamó: “Pueblos del Continente Americano: favoreced nuestros santos designios. Reunid vuestros esfuerzos al espíritu que nos inspira y nos inflama. Seamos uno”[13]. En el «Manifiesto de la Junta Suprema de Quito al Público» del 10 de agosto de 1809, dicen los próceres:

“No se nos ha tenido por hombres, sino por bestias de carga, destinados a soportar el yugo que se quisiera imponer […] Hemos observado con el mayor dolor que se ha hecho por los españoles europeos la más ultrajante desconfianza de los americanos […] [los españoles] se contentan con una rivalidad ridícula, y como si les fuera indecoroso, teniéndose por dueños, no se dignan hacer a sus esclavos partícipes de sus cuidados, y decretan allá en sus nocturnos conventículos la suerte desgraciada de éstos, soñando conservar el señorío […] Estos engaños han puesto a los quiteños en justa desconfianza, y de que se les repute como a enemigos o como a esclavos viles”.[14]

A los pocos días se hizo público el «Manifiesto del Pueblo de Quito»; en él se reafirma este sentimiento de valoración de lo propio y de rechazo a la opresión de las autoridades subalternas (pues se mantiene la fidelidad al rey):

“Quito, pues, conquistado trescientos años ha por una Nación valerosa, protegido por los Númenes de sus Soberanos, con Leyes Justas, un clima benigno, un terreno fecundo, medianamente poblado de hombres industriosos y aptos para todo, debía ser feliz; pero sin tener de qué quejarse ni de sus Soberanos ni de sus Leyes, ha sido mirado por los españoles que únicamente lo mandaban, como una Nación recién conquistada, olvidando que sus vecinos son también por la mayor parte descendientes de esos mismos españoles; han sido mirados con desprecio, tratados con ignominia, ofensa la más amarga a la dignidad del hombre; han visto todos los empleos en sus manos; la palabra «criollo» en sus labios ha sido la del insulto y del escarnio, y para elevar al Trono sus quejas, han tenido que dar vuelta a la mitad del globo, y de esta inmensa dificultad han abusado siempre sus opresores”.[15]


Cabe detenerse en el uso de la palabra «criollo» como insulto, pues su uso es una de las señales más claras de la postura de los chapetones y su duro rechazo uno de los puntales simbólicos de la autovaloración de los americanos. En 1807 se le enjuició a Joaquín Tobar[16].por «expresiones seductivas», entre sus papeles se encontraron dos estrofas, una contra los criollos y otra contra los chapetones, la primera dice así:

“En la ciudad olandesa

el ojo se llama cri

y esto es porque el lance así

aquella gente profesa.

Ollo llaman al del culo

Y juntando cri con ollo

Es lo mismo decir criollo

Que decir ojo del culo”[17].


El deseo de defender y sostener los derechos.

La antipatía de los criollos por los peninsulares se alimentaba también de la constatación de que casi todos los cargos públicos caían en manos chapetonas, sin importar la impericia o juventud del elegido. Desde la perspectiva española tenemos el siguiente testimonio de 1767:

“Es notorio el odio y aborrecimiento que aquellos naturales tienen a todo ministro que va de España y no es natural de aquellos dominios, porque quisieran ser solos en el mando y jurisdicción…”[18].

Para colocar en su justo sitio la precedente afirmación recordemos que según las leyes, los criollos debían ocupar el 25% de los cargos en las Indias, pero en la práctica nunca llegaron al 9%. Cuando en 1765 estalló en Quito la mencionada «Revolución de los Estancos», el motivo aparente fue estrictamente económico, la protesta por los cambios en la administración del estanco de aguardiente, perjudicial para los productores y los intermediarios.

Sin embargo, la revuelta solo finalizó cuando, por exigencia de los mozos de los barrios, fueron expulsados de Quito todos los españoles solteros, pues éstos se quedaban no solo con los cargos públicos y los negocios concomitantes, sino también con la mano de las ricas herederas.[19]

Manuel Rodríguez de Quiroga, ya mencionado, en su «Alegato» expresa la adhesión a la Patria Quiteña y la legítima aspiración a la libertad política, como también el deseo de todos los habitantes de participar con responsabilidad y activamente en el gobierno de este país.[20]Para ello no solo acude a las tesis de Hugo Grocio (1583-1645)[21]y Pufendorf,[22]sino también a Francisco Suárez.[23]

Por eso afirma con entereza que el poder no va directamente de Dios al Rey sino que pasa a través del pueblo; por eso éste tiene el derecho de reasumir la soberanía cuando falta el monarca legítimo o cuando la anarquía ha destruido la unidad de la comunidad política.[24]Cabe señalar que el precursor Espejo también se refirió en varias oportunidades a los autores citados.

En el «Manifiesto de la Junta Suprema», ya mencionado, recalca el punto: “Los mismos españoles europeos, sin provocación antecedente, han alterado la paz y a cara descubierta se han ostentado en esta Capital enemigos mortales de los criollos; aunque la conducta de éstos para asegurar su honor, su libertad y su vida ha sido dictada por la misma naturaleza, que prescribe imperiosamente al hombre la conservación de estos preciosos derechos”.[25]

Y el «Manifiesto del Pueblo» también se queja de la Junta Suprema de España: “Nota las desconfianzas de la Junta Suprema, manifestadas públicamente, y tomar medidas a dos mil leguas para salvarla de Bonaparte; pero el mismo tiempo no ve empleo alguno concedido al fiel americano, que ella misma elogia”.[26]

En la sesión solemnísima en que se posesionó la Junta de Quito, realizada el 16 de agosto en la Sala Capitular de San Agustín, el Dr. Quiroga pronunció un discurso dirigido a toda América, entre otros puntos afirmó:

“El orden reina, se ha precavido el riesgo y se han echado, por el voto unánime del Pueblo, los fundamentos inmóviles de la seguridad pública. Las Leyes reasumen su antiguo imperio. La razón afianza su dignidad y su poder irresistible, y los augustos derechos del hombre, que no pueden quedar expuestos al consejo de las pasiones ni al imperioso mandato del poder arbitrario”.[27]

Durante el gobierno de la Segunda Junta, presidida por el obispo criollo José Cuero y Caicedo,[28]se proclamó a principios de 1812 el «Pacto Solemne de Sociedad y Unión entre las Provincias que conforman el Estado de Quito», elaborado por el sacerdote patriota Miguel Antonio Rodríguez; en él se defienden de manera expresa los siguientes puntos: La historia está regida por “las disposiciones de la Providencia Divina” y al mismo tiempo camina por “el orden de los acontecimientos humanos”.

La soberanía reside en el pueblo y éste la recupera cuando falta el rey legítimo. El pueblo soberano para su gobierno está “legítimamente representado por los diputados”. Los derechos, que son irrenunciables, vienen de Dios y tienden a la “conservación de la libertad”, así como a mantener la “prosperidad de todos y de cada uno en particular”.

El fin de toda asociación política “es la conservación de los sagrados derechos del hombre por medio del establecimiento de una autoridad política que lo [sic] dirija y gobierne, de un tesoro común que lo [sic] sostenga, y de unas fuerzas Armadas que lo [sic] defiendan”.[29]

Algunos estudiosos niegan a las Juntas quiteñas de 1809 y 1811 su carácter libertario por sus frecuentísimas alusiones a Fernando VII. Pero no se debe descuidar el hecho de que nunca dejan de establecer una condición para mantener su fidelidad al «Deseado» Fernando VII: que recobre el poder en España o que venga a reinar en América (a su debido tiempo se añadirá la condición de que acepte la Constitución Quiteña de 1812). Para cualquier observador de la política europea de esos años la posibilidad de que el reino español, gobernado por los borbones ya en franca decadencia, Carlos IV y Fernando VII, bajo la guía de un ministro de Estado favorito ambicioso, Manuel Godoy,[30]pudiera vencer a Napoleón habría entrado dentro de la más absoluta imposibilidad.

Por eso la fidelidad a Fernando VII no pasa, según un criterio historiográfico bien fundado, de ser un saludo a la bandera para calmar a los timoratos mientras se amarraban todos los nudos de un gobierno no solo autónomo sino independiente.

La solidaridad circunstancial entre estamentos

La sociedad virreinal de los dominios de España estaba estratificada en estamentos, a los cuales se pertenecía por nacimiento, aunque con influencia de la fortuna. Cuando hablamos de nacimiento incluimos la pertenencia a determinado grupo étnico: desde el criollo más blanco hasta el indio y el negro, con la casi infinita gama de mezclas que dieron lugar a una nomenclatura denigrante y en gran parte imaginativa: mestizo, mulato, pardo, zambo, zambaigo, tigre, cuarterón, etc., las llamadas castas.

La persona no actúa todavía como ciudadano, sino como «padre de familia», lo que denota una pertenencia al grupo originario. El estamento criollo alto solía estar en buenas relaciones con las castas radicadas en las ciudades, aunque a veces no faltaban conflictos por los desprecios y desplantes protagonizados por los de arriba.

Algún autor sostiene que las fidelidades no se daban dentro de las clases, sino de las comunidades, por ejemplo, en los barrios, con una cierta influencia religiosa debida a la pertenencia a determinada parroquia o a la cercanía de un convento. Desde 1765 no era raro que junto al grito tan extendido de «¡Viva el Rey, abajo el mal gobierno!», los jóvenes gritaran «¡Viva el barrio!»,[31]teniendo en cuenta que, en todos los barrios [de Quito], menos en los dos extremos, San Blas y San Sebastián, habitaban personas de todos los estamentos, aunque en el del Sagrario hubiese más nobles.

Los mismos indígenas, generalmente indiferentes a los conflictos entre criollos y chapetones, en varias oportunidades estuvieron junto a los primeros, no se sabe si por propia iniciativa o por motivos pecuniarios.

De hecho desde antes de la matanza indiscriminada de más de 300 personas en las calles de Quito el 2 de agosto de 1810, hubo una reacción contra los excesos de la soldadesca realista que contó con la participación de miembros de todos los estamentos, aunque no se puede descartar la presencia de liderazgos de diverso origen: por un lado los criollos de alcurnia deseaban librar a los suyos de la cárcel y de una segura condena a muerte, pero por otro los criollos pobres y mestizos buscaban poner fin a los abusos de los pardos de Lima y vengarse de ellos. Solamente la presencia activa del obispo impidió que la ciudad quedara destruida por los enfrentamientos.

Cuando la Segunda Junta sufrió también la derrota definitiva en 1813, en los campos aledaños a la ciudad de Quito se mantuvieron grupos precariamente armados dispuestos a dar dura batalla a los chapetones victoriosos. La mayoría de sus componentes provenían de las clases populares, como se colige de cartas e informes de personas de la época.[32]

Los años de la Independencia muestran al mismo tiempo la desarticulación entre las regiones: las élites criollas de Guayaquil y Cuenca no apoyaron a las quiteñas; al contrario, hicieron todo lo posible para lograr su derrota y el paso de la capitalidad a una de esas ciudades.

La situación actual y el futuro. La religión católica.

¿Siguen vigentes los factores de los tiempos de la Independencia? ¿Influyen en los procesos nacionales de cara al futuro? Es preciso realizar un deslinde, pues no se da una respuesta única, cada factor ha tenido una evolución propia a lo largo de los años. Sin lugar a dudas la fe católica sigue vigente como factor de acción y de cambio en amplios sectores comprometidos con la dignificación de la persona a todos los niveles.

Tanto los eclesiásticos como los laicos tienen un protagonismo callado pero eficaz en campos como la educación, la salud, la promoción del campesinado, la acogida a los inmigrantes y refugiados, la comercialización justa de los productos, la creación de fuentes de trabajo… A veces pareciera que la fe está ausente de las grandes tareas nacionales, pero se trata de una falsa imagen provocada por la que se ha llamado la «persecución del silencio».

Valga como ejemplo lo sucedido en 2009 con la celebración de los doscientos años del movimiento del 10 de agosto de 1809: la Comisión estatal organizada para ello, presidida por un profesor marxista de Historia económica de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, no incluyó para nada a la Iglesia, ni en los actos protocolarios ni en los académicos; más bien trató de convencer a la población de que la Iglesia se habría constituido en el principal soporte de la monarquía en Quito, lo cual constituye una enorme tergiversación de la realidad histórica.

Esta actitud es un reflejo del agresivo proceso de secularización sufrido por la sociedad ecuatoriana desde fines del siglo XIX, pero también es producto del alejamiento sistemático de la religión de los grupos auto-titulados cultos; en ellos todavía se cumple lo dicho por Tocqueville a mediados del siglo XIX: se consideran revolucionarios por el mero hecho de ser anticatólicos.

En las nacionalidades indígenas el abandono de la Iglesia Católica ha tenido dos vertientes: la primera es el paso a las iglesias y sectas protestantes; la otra, el regreso discutible e incierto, a las religiones ancestrales, con una grave distorsión, pues no se ha vuelto a las auténticas creencias de las culturas prehispánicas ecuatorianas, sino a los ritos incas impuestos por la también sangrienta conquista incásica y que no tuvieron realmente arraigo en la población originaria indígena «quiteña», por lo que fueron revividos por influencia de antropólogos con formación europea y nostalgias posmodernas.[33]

Para ello, una de las principales armas ha sido la manipulación de los datos históricos con el fin de presentar a la Iglesia como sempiterna aliada de los poderosos, desde la conquista española hasta hoy. Las mentiras, a veces propagadas por católicos y desde instituciones católicas, caen en la caricatura o en la más grosera manipulación, pero han tenido un indiscutible éxito.

Un connotado historiador ecuatoriano escribió un libro intitulado «La Iglesia modeladora de la nacionalidad»,[34]tema que fue glosado por el Papa Juan Pablo II en su discurso a los intelectuales al visitar Ecuador en 1985. Desde hace poco más de cien años se ha tratado de borrar esa realidad a partir de la escuela y en los medios de comunicación, cada día más contrarios a la fe católica.

Sin embargo, todavía existen bases para un reencuentro entre la Fe y la ecuatorianidad; en diferentes sectores católicos se constata el deseo de dialogar con el mundo laico, pero no siempre hay eco; los prejuicios son fuertes, al igual que las tomas de posición acríticas y sujetas a lo «políticamente correcto». Se abren nuevos espacios de diálogo, como centros culturales y programas educativos. En este aspecto el futuro depende de lo que los ecuatorianos decidan hacer.

La valoración de lo propio.

Si exceptuamos a las nacionalidades indígenas, que no llegan al 7% de la población y que en su mayoría no son étnicamente puras, la población ecuatoriana ha sufrido un proceso de desvalorización de lo auténticamente propio. Es cierto que se habla del mestizaje como elemento fundante de la sociedad ecuatoriana, pero se desecha, al menos en el discurso oficial y en la educación, el componente europeo, hispánico y se privilegia tan solo lo indígena.

Como muestra: todos los símbolos que identifican a las entidades públicas son de origen prehispánico; no hay uno solo que provenga del arte, ni siquiera popular, del rico período perteneciente a la época virreinal hispana o inspirado en las gestas libertarias o en acontecimientos axiales de la república. Este hecho es más paradójico si se tiene en cuenta que la gran mayoría de los idiomas pre quichuas han desaparecido y la población no conoce los verdaderos elementos de las culturas ancestrales. El imaginario nacional se ha llenado de inventos y de mitos, muy cercanos al del «buen salvaje». También es notorio el hecho de que los indígenas en sus proyectos políticos rechazan la colaboración de colectivos que no sean de izquierdas.

En amplios sectores urbanos de clase media no existe una vinculación afectiva profunda con la cultura nacional; esto se constata en todos los ámbitos, desde la música hasta las costumbres importadas. Tal vez la excepción sean los platos típicos de ciertas celebraciones ligadas a la religión, pero también en este caso se ha tratado de destruir ese vínculo de diferentes maneras.

Es muy decidora la mutación sufrida por la forma de hablar, debido no solo a la influencia del cine, de la TV y de la radio, sino del auténtico prurito de no hablar como se lo hacía tradicionalmente. La misma escuela ha contribuido no poco a esa suerte de hibridación del habla nacional por el prurito de evitar los vocablos y las construcciones provenientes de las lenguas indígenas, empeño viciado por un notorio componente racista.

Según la autorizada opinión de conocidos antropólogos e historiadores, poco margen existe de acción para revertir este proceso, pues todo conduce o a una especie de sincretismo cultural propio de la globalización, o a una imposición de valores ancestrales, o sea indígenas, falsos y creados en los escritorios de algunos determinados catedráticos universitarios y de allí transmitidos a todo el sistema educativo conformado por profesores de escasa preparación.

No falta quien piensa que la válida y necesaria «opción preferencial por los pobres» significa negar todo defecto a los indígenas, aceptar todos sus proyectos y rechazar la posibilidad de un encuentro constructivo y liberador en la fe y la caridad cristianas.

La defensa de los derechos.

Este aspecto sí tiene plena vigencia, es más desde hace algún tiempo rige en Ecuador una nueva Constitución que define al Ecuador como “un estado de derechos” y para que no falte, se mencionan no solo los derechos de los seres humanos sino de una inasible naturaleza o Pachamama (concepto introducido también en los últimos años). El mismo abandono de la religión en el ámbito educativo ha llevado a este extremo, pues ya no se habla de deberes o de mandamientos, como en la tradición católica.

De allí que impere una especie de monosemia en referencia a la convivencia entre ecuatorianos: respeto a los derechos, pero del lenguaje a la realidad la brecha es cada día mayor, al menos desde el punto de vista político, pues las libertades se han restringido notablemente en los últimos años.

En el ámbito educativo se ha insistido justamente en la defensa de los derechos del niño, de la naturaleza, de la mujer, de los pueblos ancestrales, de las minorías sexuales, etc. Lo cual es la reafirmación de derechos inviolables, pero no se ha inculcado lo suficiente el cumplimiento de los deberes concomitantes.

En la vida política de los últimos años ha crecido el cerco de las autoridades gubernamentales sobre la libertad de expresión, la cual ha sido sistemáticamente coartada de manera sutil. También existen serias preocupaciones sobre la imposición de mayores limitaciones al derecho de los padres a educar a sus hijos de acuerdo con sus convicciones, a pesar de que desde hace más de un siglo ese derecho no se respeta en los establecimientos fiscales. Tal vez el mayor problema consista en la forma de vivir la libertad que se ha impuesto en la sociedad, sobre todo entre los jóvenes, impregnada de relativismo y subjetivismo y de la negativa a aceptar responsabilidades.

La solidaridad circunstancial entre estamentos.

La larga presencia del populismo acrítico en la política nacional y de las interpretaciones marxistas de la realidad en la educación, ha provocado un alejamiento cada vez mayor entre las clases sociales. En las últimas décadas del siglo XX no se ha vislumbrado un proyecto común para el país: los indígenas van a lo suyo, posiblemente la constitución de un nuevo Tahuantinsuyo, con exclusión de los mestizos y criollos; las clases medias viven un desconcierto notorio y de su seno no han surgido líderes que puedan construir un proyecto coherente. En las clases dirigentes ha predominado el egoísmo no solo familiar sino también regional, por lo cual no se avizora la construcción de un nuevo proyecto nacional proveniente de una nueva solidaridad entre los diferentes colectivos que conforman el país, definido por la constitución vigente como “intercultural y plurinacional”.

Perspectivas.

A pesar de las campañas de desprestigio internas y externas, la Iglesia Católica aún conserva la sólida confianza de la mayor parte de la población; a partir de allí es posible ejercer una sana influencia para restablecer un justo amor por lo propio, sin negar los valores que sigan llegando de fuera. Para ello es posible apelar a la antigua Historia del Reino de Quito y a la de los orígenes fundacionales de la nueva República independiente de Ecuador, no tanto a las gestas guerreras o políticas, sino a la vida de tantos católicos entregados al bien común en las diferentes etapas de esta rica y fecunda historia en sus diferentes etapas.

La Iglesia ha colaborado siempre en la defensa de los derechos de los más débiles; este es un hecho real, aunque ignorado, y lo sigue haciendo, antes y hoy con los indígenas, los niños de la calle, los enfermos, los nascituri; a ellos se añaden los refugiados y desplazados por la violencia en los países hermanos. A esto se puede sumar el recordar a todos el cumplimiento de los deberes para con la sociedad, por ejemplo, el deber de eliminar las barreras internas de prejuicios y de resquemores.

En realidad, la Iglesia fue la modeladora de la nacionalidad y tiene la vigencia de una misión de convertirse en la orientadora de nuevos caminos. Uno de los mayores obstáculos consiste en la falta de relación entre fe y vida, la dificultad de construir una cultura animada por la fe, producto de la secularización dominante no solo por la acción de los laicos sino por el influjo de la teoría de la autonomía de lo temporal, entendida a veces como el divorcio total entre la fe y las realidades materiales.

La insuficiente preparación en la Doctrina social cristiana de la mayoría de los católicos, estancados en viejos moldes anacrónicos, pone de manifiesto tal exigencia de una formación de base elemental y en línea con la Doctrina social cristiana. En este punto cabe señalar la urgencia de formar a las nuevas generaciones de sacerdotes y laicos en un mayor respeto a la razón para alejarlos de una religiosidad meramente sentimental y fundamentar los valores no negociables.

En el siglo XIX un Presidente de la República y un Arzobispo de Quito fueron asesinados por orden de la masonería, hecho que hoy parece indudable; veinte años más tarde fueron asesinados dos sacerdotes y expulsados del país obispos y religiosos y se fingió el fusilamiento de otro Arzobispo. Hoy ya no se mata, pero se lucha contra la fe católica con los mismos medios de ayer: la cátedra, la prensa, a los que se suman los medios masivos de comunicación social.

Se crea así una cena de dependencias sociales y educativas que penetran y dominan el campo de la educación personal, familiar y ciudadana, con frecuencia proponiendo un relativismo ideológico y una concepción por lo tanto de la no existencia de la verdad en cuanto tal. El neo paganismo imperante sensibiliza para las catástrofes visibles.

En este cuadro el servicio de la Iglesia Católica es el del servicio total a la verdad y al derecho natural, con frecuencia postergados por este neo paganismo imperante que lleva a un proceso de envilecimiento humano que corrompe a la persona y a la sociedad en cuanto tal. La fundamental independencia consiste en liberar a los pueblos de la opresión de «la muerte de Dios» en el alma, raíz de todos los males, ya sea la nietzscheana, ya la marxista, ya la hedonista, ya la consumista, ya la relativista.


NOTAS

  1. Pardos de Lima: término antiguo de las posesiones españolas en América que se refiere, dado el mestizaje en América, a los descendientes de esclavos africanos que se mezclaron con europeos e indígenas para formar gente que no era ni mestiza ni mulata.
  2. Carlos Freile Granizo: “La Iglesia y la Independencia”, en Revista de la Academia Ecuatoriana de Historia Eclesiástica, Quito.
  3. Fernando Hidalgo-Nistri (Compilador): Compendio de la Rebelión de América. Cartas de Pedro Pérez Muñoz (Quito, Abya Yala, 1998) 28.
  4. Pedro Vicente Maldonado y Flores, (Riobamba, Royal Audience of Quito (hoy Ecuador) 24 de noviembre de 1704 – Londres, 17 de noviembre de, 1748), científico que colaboró la Misión Geodesica Francesa. Fue también un físico y matemático, astrónomo, topógrafo, y geógrafo.
  5. Juan de Velasco (Riobamba, 27 de enero de 1727 – Faenza, Italia, 29 de junio de 1792), jesuita e historiador ecuatoriano, profesor de filosofía y teología en la Real Audiencia de Quito y en la universidad de San Marcos de Lima, en el Virreinato del Perù. Es conocido sobre todo por su obra Historia del Reino de Quito. Tiene también otras obras de física y antologías poéticas. La Historia del Reino de Quito es importante en la historia de Ecuador, porque hipotiza la existencia de un reino pre-incaico en la región del actual Ecuador, al que da el nombre de Reino de Quito. Mencionan y discuten el libro muchos historiadores, entre ellos Marcos Jiménez de la Espada y Federico González Suárez.
  6. Miguel de Gijón [también: Jijón] y León, conde de Casa Gijón, nacido el 28 de septiembre de 1717 en Cayambe (Pichincha, Ecuador) y muerto el 11 de septiembre de 1794 en Jamaica, era un hombre de negocios hispanoamericano, noble, y confidente del político ilustrado Pablo de Olavide (Lima 1725-Baeza, España 1803).
  7. Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz y Espejo (Quito, Real Audiencia de Quito, 21 de febrero de 1747 - ibídem, 26 de diciembre de 1795) médico, abogado, político y considerado como propulsor de la independencia de Ecuador. Fue hermano de la periodista Manuela Espejo y Aldaz (1753-1829), enfermera en durante la epidemia de fiebre amarilla que asoló la ciudad en 1785, y cuidó de su hermano Juan Pablo cuando este enfermó en 1764; es considerada precursora de la enfermería en Ecuador. Compartió con su hermano el pensamiento ilustrado y los ideales independentistas.
  8. Charles Minguet: “Del Dorado a la leyenda negra, de la leyenda negra al caos primitivo: la América Hispánica en el Siglo de las Luces” (AUTORES VARIOS: La América Española en la Época de las Luces, Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, 1988) 419. Esta noción de “ criollismo” y su nacimiento es aquí impreciso y opinión muy discutible del autor citado. (Nota de la Redacción del DHCIAL).
  9. Chapetones: se aplicaba al español recién llegado a América, y por equiparación a la persona inexperta o novata.
  10. AGI Q 398: “Representación” (de los participantes en la Guerra de los Barrios al Virrey) 1765.
  11. Eugenio Espejo: Primicias de la Cultura de Quito, Nº 4,5,6,7 (Quito, Imprenta de Raymundo de Salazar, 1792) passim.
  12. Dr. Manuel Rodríguez de Quiroga, nacido en Chuquisaca (hoy Sucre, Bolivia) en 1771. Siendo niño llegó a Quito acompañando a su padre. Fue abogado y junto a Juan de Dios Morales, los cerebros detrás de la revolución quiteña que el 10 de agosto de 1809 que depuso a las autoridades españolas filo bonapartistas en la Real Audiencia de Quito e instalaron una Junta Autónoma de Gobierno, presidida por el I Marqués de Selva Alegre, S.A.S. Juan Pío Montúfar. Rodríguez de Quiroga fue nombrado ministro de Gobierno y lanzó una proclama jurando lealtad al rey Fernando VII, prisionero de Napoleón. Pronto el Conde Ruiz de Castilla, que había sido derrocado por el levantamiento de agosto de 1809 instaurando la Junta Soberna de Quito, recuperó el poder y mandó encarcelar a los golpistas del 10 de agosto. El 2 de agosto de 1810 Manuel Rodríguez Quiroga y sus compañeros fueron asesinados a bayonetazos por los soldados realistas bonapartistas (del rey usurpador José I Bonaparte) enviados por el virrey del Perú Fernando de Abascal.
  13. “Alegato del Dr. Quiroga en el primer juicio iniciado contra los próceres en febrero de 1809” en Jorge Salvador Lara: Escritos de la Independencia (Quito, Corporación de Estudios y Publicaciones, 1995) passim.
  14. “Manifiesto de la Junta Suprema al Público”, 10 de agosto de 1809, en Id. 182 ss.
  15. “Manifiesto del Pueblo de Quito”, agosto 1809, en Id. 194 s.
  16. Joaquín Tobar, nacido en Cuenca (Ecuador), por sus ideas independentistas fue fusilado por orden del Presidente de la Real Audiencia de Quito, Melchor Aymerich. Su muerte alimentó la llama que culminó con el movimiento revolucionario del 1820 a partir de Guayaquil. La llamada revolución del 9 de octubre de 1820 tiene sus antecedentes a partir de 1814 cuando -luego de haber permanecido durante varios años en México, Europa y los Estados Unidos- José de Antepara, José Joaquín Olmedo y José de Villamil -unos antes y otros después- llegaron a Guayaquil difundiendo las ideas políticas liberales impulsadas en las luchas emancipadoras de la América española
  17. Hernán Rodríguez Castelo: Lírica de la Revolución Quiteña de 1809-1812 (Quito, FONSAL, 2009) 38.
  18. Carta de Pedro de Cistué, Aranjuez, 24 de mayo de 1767, citado por Joseph Pérez: Los movimientos precursores de la emancipación en Hispanoamérica, (Madrid, Alhambra, 1982) 63.
  19. Carlos Freile: La revolución de los estancos, 1765 (Quito, Comisión Nacional Permanente de Conmemoraciones Cívicas, 2005) 36 s.
  20. Estos principios de derecho natural fueron expuestos por Santo Tomás en su filosofía del derecho de gentes. Los desarrolla la Escuela jurídica de Salamanca, con sus grandes maestros juristas, comenzando por Francisco de Vitoria en sus Relectio de Indis (1539), que se destacó por sus contribuciones al derecho internacional basados en el pensamiento humanista del realismo aristotélico-tomista así como por otros teólogos y juristas de dicha Universidad, como Domingo de Soto, y en América el oidor de la II Audiencia de la Nueva España, y luego primer obispo de Michoacán Don Vasco de Quiroga con su “Información en sobre algunas provisiones del Consejo de Indias (1535) que tendrán un papel fundamental en la historia del derecho de gentes.
  21. Hugo Grotius o Grocio (Huig de Groot; Hugo de Groot) (1583-1645): filósofo del derecho, holandés de nacimiento, involucrado en las controversias calvinistas llamadas arminianas, basa sus teorías en una concepción del derecho natural, con una visión escuetamente sin referencia alguna a la trascendencia, iusnaturalismo; es decir la teoría que trata del derecho natural abstrayéndolo (o excluyendo) de la idea de Dios, sobre la base de la “pura razón” humana, excluyendo toda apertura a la “lex aeterna Dei”, como propiciaban desde siempre la tradición jurídica cristiana. No fue el primero en formular, como con frecuencia se escribe, una doctrina sobre el derecho internacional, pero sí la de una idea de una sociedad de estados, gobernados no por la fuerza sino por leyes de común acuerdo para dar fuerza a tales leyes. La paz de Westfalia (1647) tras la guerra de los Treinta Años será una expresión de tales concepciones, que precisamente por esos principios excluyentes de la trascendencia demostró ya en sus principios su fragilidad e inconsistencia nata.
  22. Samuel von Pufendorf (1632-1694) jurista y filósofo alemán, escribe Elementorum Jurisprudentiæ Universalis Libri Duo donde expone algunas reflexiones sobre las tesis de Hugo Grocio y Thomas Hobbes. En su obra De Jure Naturæ et Gentium Libri Octo reelabora los temas iusnaturalistas. Otra de sus obras, De Officio Hominis et Civis juxta Legem Naturalem Libri Duo, será utilizada como manual en las facultades de derecho de las universidades.
  23. Francisco Suárez (1548-1617) jesuita español, filósofo y teólogo y una de las figuras eminentes de la Escuela de Salamanca, considerado uno de los grandes pensadores tomistas. Su trabajo es considerado un punto de partida fundamental en la historia de la segunda escolástica, señalando la transición entre sus fases renacentistas y barrocas y que ejercerá un influjo fundamental en la historia del derecho como en el de la filosofía humanista.
  24. Véase el “Alegato” citado.
  25. Véase el “Manifiesto” citado, 184.
  26. “Manifiesto del Pueblo”, 196.
  27. “Manifiesto de la Junta Suprema de Quito a la América. Discurso del Dr. Manuel Rodríguez de Quiroga en la Sala Capitular de San Agustín”, 16 de agosto de 1809, en Salvador 203.
  28. José de Cuero y Caicedo (Cali, 1735 - Lima, 1815), obispo de Quito entre 1801 y 1815, político y filósofo de corriente ilustrada. Fue miembro de la Escuela de la Concordia y presidente del Estado de Quito, por lo que se le considera además como prócer de la independencia ecuatoriana.
  29. Federico C. Trabucco: Constituciones de la República del Ecuador (Quito, Editorial Universitaria, 1975) 26.
  30. Manuel Francisco Domingo Godoy Álvarez de Faria Ríos Sánchez Zarzosa (Badajoz, 12 de mayo de 1767 – Paris, 7 octubre de 1851), nombrado “Príncipe de la Paz” y otros muchos títulos como consecuencia de sus intervenciones políticas durante la Revolución francesa. Fue ministro principal bajo Carlo IV de Borbón y estuvo comprometido en numerosos casos de corrupción y desastres que arrastraron España a derrotas frente a Inglaterra primero y a rendirse a Napoleón luego, causando el declive imparable del Imperio español.
  31. Martin Minchon: El Pueblo de Quito 1690 – 1810 (Quito, FONSAL, 2007) 275.
  32. Véase Carlos Freile Granizo, Serviles y arrepentidos en la Independencia (1812 – 1813). Academia Nacional de Historia, Quito 2013.
  33. Sin embargo, Hidalgo-Nistri presenta el testimonio de un español realista que señala la reivindicación incásica de ciertos indígenas (o.c. 31). Es un tema que merece mayor investigación.
  34. Julio Tobar Donoso: La Iglesia Modeladora de la Nacionalidad (Quito, La prensa Católica, 1953).

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CARLOS FREILE GRANIZO

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