Diferencia entre revisiones de «EL SALVADOR. Fe y política en el arzobispado de Oscar Arnulfo Romero (I)»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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==El clero y la política==
 
==El clero y la política==
 
 
Mons. Oscar Arnulfo Romero gobernaba en 1978 la diócesis metropolitana de El Salvador que entonces contaba con 1.312.030 fieles.<ref>Cfr. ''Annuario Pontificio per l’anno 1978'', Ciudad del Vaticano 1978. Para los datos que siguen cfr. también CELAM, ''III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano'', Oficina de Prensa y Publicaciones – CELAM, 1978.</ref>Las otras cuatro diócesis del país contaban en conjunto con 2.476.390 fieles. Los sacerdotes censados oficialmente en la archidiócesis de San Salvador eran 229, de los que eran 89 diocesanos y 140 religiosos, en su mayoría no salvadoreños. Pero los realmente presentes en 1978 eran sólo 185, por las numerosas expulsiones de eclesiásticos del país. El Salvador tenía una relación de 9.609 fieles por sacerdote (7.092 en la archidiócesis de San Salvador). Dada la escasez de clero, la atención de las almas no estaba exenta de dificultades.<ref>Las estadísticas cambian velozmente en los últimos años: La archidiócesis en 2017 sobre una población de 2.836.404 personas contaba 1.560.000 de bautizados, correspondientes al 55,0% del total.</ref>  
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Mons. Oscar Arnulfo Romero gobernaba en 1978 la diócesis metropolitana de El Salvador que entonces contaba con 1.312.030 fieles.<ref>Cfr. ''Annuario Pontificio per l’anno 1978'', Ciudad del Vaticano 1978. Para los datos que siguen cfr. también [[CONSEJO_EPISCOPAL_LATINOAMERICANO_(CELAM) | CELAM]], ''III [[CELAM._Conferencias_generales | Conferencia General]] del Episcopado Latinoamericano'', Oficina de Prensa y Publicaciones – [[CONSEJO_EPISCOPAL_LATINOAMERICANO_(CELAM) | CELAM]], 1978.</ref>Las otras cuatro diócesis del país contaban en conjunto con 2.476.390 fieles. Los sacerdotes censados oficialmente en la archidiócesis de San Salvador eran 229, de los que eran 89 diocesanos y 140 religiosos, en su mayoría no salvadoreños. Pero los realmente presentes en 1978 eran sólo 185, por las numerosas expulsiones de eclesiásticos del país. El Salvador tenía una relación de 9.609 fieles por sacerdote (7.092 en la archidiócesis de San Salvador). Dada la escasez de clero, la atención de las almas no estaba exenta de dificultades.<ref>Las estadísticas cambian velozmente en los últimos años: La archidiócesis en 2017 sobre una población de 2.836.404 personas contaba 1.560.000 de bautizados, correspondientes al 55,0% del total.</ref>  
  
No era fácil para la Iglesia proporcionar una adecuada instrucción religiosa. Algunos países de América Latina presentaban porcentajes similares, pero otros (Argentina, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Paraguay, Uruguay o Venezuela) tenían menos de 5.000 fieles por sacerdote. En Europa, en la misma época, la relación era, en promedio, un sacerdote por cada 2.000 fieles católicos. En vista de estas cifras, se comprende el entusiasmo con el que, en El Salvador, como en otras partes de América Latina, se acogió inicialmente la fórmula de las comunidades de base. En la mentalidad de los responsables eclesiales de entonces, estas comunidades venían a suplir la falta de sacerdotes, y la dispersión geográfica de parroquias extendidas a lo largo de decenas de kilómetros y con jurisdicción sobre 20 o 30 mil almas, confiadas al cuidado de un solo sacerdote residente.  
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No era fácil para la Iglesia proporcionar una adecuada instrucción religiosa. Algunos países de [[AMÉRICA_LATINA:_El_Término | América Latina]] presentaban porcentajes similares, pero otros (Argentina, Chile, Colombia, [[COSTA_RICA;_Afrodescendientes | Costa Rica]], Ecuador, Paraguay, Uruguay o Venezuela) tenían menos de 5.000 fieles por sacerdote. En Europa, en la misma época, la relación era, en promedio, un sacerdote por cada 2.000 fieles católicos. En vista de estas cifras, se comprende el entusiasmo con el que, en El Salvador, como en otras partes de [[AMÉRICA_LATINA:_El_Término | América Latina]], se acogió inicialmente la fórmula de las comunidades de base. En la mentalidad de los responsables eclesiales de entonces, estas comunidades venían a suplir la falta de sacerdotes, y la dispersión geográfica de parroquias extendidas a lo largo de decenas de kilómetros y con jurisdicción sobre 20 o 30 mil almas, confiadas al cuidado de un solo sacerdote residente.  
  
 
Una gran parte del clero se identificaba con el cristianismo social que había propuesto monseñor Luis Chávez y González (arzobispo 1938-1977).<ref>Sobre el arzobispado de Chávez cfr. A. Rivera Damas, “Monseñor Chávez, ‘siervo bueno y fiel’”, Orientación, 5 de abril de 1987. Cfr. también J. Ramón Vega, ''Las 54 cartas pastorales de Monseñor Chávez'', San Salvador 1994.</ref>Sin embargo, había quien lo interpretaba más políticamente y quien le daba una acepción más religiosa, remitiéndose a la doctrina social católica. El mismo Chávez, aunque hubiera suscrito gustosamente los documentos de Medellín y fuera audaz en la relación con las autoridades civiles, continuaba siendo un prelado a la antigua. Lo que sucedió tras el asesinato del padre Rutilio Grande, es decir, la suspensión de las relaciones oficiales entre la Iglesia y el Estado, tal como había pedido a Romero la mayoría del clero de San Salvador, dejó perplejo al arzobispo emérito.  
 
Una gran parte del clero se identificaba con el cristianismo social que había propuesto monseñor Luis Chávez y González (arzobispo 1938-1977).<ref>Sobre el arzobispado de Chávez cfr. A. Rivera Damas, “Monseñor Chávez, ‘siervo bueno y fiel’”, Orientación, 5 de abril de 1987. Cfr. también J. Ramón Vega, ''Las 54 cartas pastorales de Monseñor Chávez'', San Salvador 1994.</ref>Sin embargo, había quien lo interpretaba más políticamente y quien le daba una acepción más religiosa, remitiéndose a la doctrina social católica. El mismo Chávez, aunque hubiera suscrito gustosamente los documentos de Medellín y fuera audaz en la relación con las autoridades civiles, continuaba siendo un prelado a la antigua. Lo que sucedió tras el asesinato del padre Rutilio Grande, es decir, la suspensión de las relaciones oficiales entre la Iglesia y el Estado, tal como había pedido a Romero la mayoría del clero de San Salvador, dejó perplejo al arzobispo emérito.  
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De hecho, Mons. Chávez había intentado crear ocasiones institucionales de encuentro entre autoridades religiosas y autoridades civiles, y había logrado instaurar ocasiones de dicho tipo en una docena de fiestas y celebraciones nacionales. Un grupo de sacerdotes, animadores de las comunidades eclesiales de base (CEB), formaron un comité para influenciar al nuevo arzobispo Romero e inducirlo a un claro compromiso con las organizaciones populares de la izquierda. Mons. Romero nunca vio nada malo en este dialogo con él, que le permitía mantener un contacto con estos sacerdotes comprometidos. Por su personalidad, él era muy independiente. Le importaba, sí, que sus sacerdotes se mantuvieran cerca de él, pues era el mejor modo de acompañarlos como obispo en sus compromisos y valorar la calidad del servicio pastoral.
 
De hecho, Mons. Chávez había intentado crear ocasiones institucionales de encuentro entre autoridades religiosas y autoridades civiles, y había logrado instaurar ocasiones de dicho tipo en una docena de fiestas y celebraciones nacionales. Un grupo de sacerdotes, animadores de las comunidades eclesiales de base (CEB), formaron un comité para influenciar al nuevo arzobispo Romero e inducirlo a un claro compromiso con las organizaciones populares de la izquierda. Mons. Romero nunca vio nada malo en este dialogo con él, que le permitía mantener un contacto con estos sacerdotes comprometidos. Por su personalidad, él era muy independiente. Le importaba, sí, que sus sacerdotes se mantuvieran cerca de él, pues era el mejor modo de acompañarlos como obispo en sus compromisos y valorar la calidad del servicio pastoral.
  
En el Libro de Actas del Senado Presbiteral de la Arquidiócesis de San Salvador correspondiente a los años que transcurren de 1977 a 1983, bastante interrumpido debido a la situación bélica en que se vio envuelto el país, y también la Iglesia, encontramos algunas noticias interesantes respecto a este grupo de sacerdotes que algunos dieron por llamar «Sacerdotes de la Nacional», es decir agrupación de sacerdotes de todas las diócesis, y cuyo objetivo era analizar la realidad nacional desde la perspectiva no solo pastoral sino también política, y actuar paralelamente a los obispos como si hubiera dos Iglesias, una jerárquica y una «iglesia popular». De hecho, sus actuaciones estaban muy ligadas a las políticas de las Organizaciones populares y bastante influenciadas por los jóvenes jesuitas de la Universidad Centroamericana en cuestiones de acompañamiento de los fieles en su compromiso político.
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En el Libro de Actas del Senado Presbiteral de la Arquidiócesis de San Salvador correspondiente a los años que transcurren de 1977 a 1983, bastante interrumpido debido a la situación bélica en que se vio envuelto el país, y también la Iglesia, encontramos algunas noticias interesantes respecto a este grupo de sacerdotes que algunos dieron por llamar «Sacerdotes de la Nacional», es decir agrupación de sacerdotes de todas las diócesis, y cuyo objetivo era analizar la realidad nacional desde la perspectiva no solo pastoral sino también política, y actuar paralelamente a los obispos como si hubiera dos Iglesias, una jerárquica y una «iglesia popular». De hecho, sus actuaciones estaban muy ligadas a las políticas de las Organizaciones populares y bastante influenciadas por los jóvenes [[EVANGELIZACIÓN_DE_AMÉRICA;_contribución_de_los_jesuitas | jesuitas]] de la Universidad Centroamericana en cuestiones de acompañamiento de los fieles en su compromiso político.
  
 
Algún sector del clero reclamaba indirecta por la existencia de ese grupo de sacerdotes que calificaban de «ala izquierda» de la arquidiócesis. Por ejemplo, en el Acta N° 20 del 27 de abril de 1978, se lee lo siguiente: ''“El Señor Arzobispo ha recibido una carta anónima firmada por «varios sacerdotes», en la que le acusan de estar manipulado por el ala izquierda de la Arquidiócesis; de insistir demasiado peligrosamente en las denuncias a las autoridades civiles y de no escuchar a los que no piensan igual que él. Con este motivo se tiene una amistosa discusión sobre la actuación de la Iglesia ante los conflictos del país, y se acaba viendo la conveniencia de hacer una reunión abierta y franca para oír a todos y reflexionar sinceramente sobre casos concretos, etc. O mejor, realizar una encuesta anónima para más libertad”'' (folio 29). La verdad es que había un grupo de sacerdotes que pretendían hacer en El Salvador algo semejante a lo que en Chile hacían los sacerdotes que sostenían el movimiento «Cristianos para el socialismo».
 
Algún sector del clero reclamaba indirecta por la existencia de ese grupo de sacerdotes que calificaban de «ala izquierda» de la arquidiócesis. Por ejemplo, en el Acta N° 20 del 27 de abril de 1978, se lee lo siguiente: ''“El Señor Arzobispo ha recibido una carta anónima firmada por «varios sacerdotes», en la que le acusan de estar manipulado por el ala izquierda de la Arquidiócesis; de insistir demasiado peligrosamente en las denuncias a las autoridades civiles y de no escuchar a los que no piensan igual que él. Con este motivo se tiene una amistosa discusión sobre la actuación de la Iglesia ante los conflictos del país, y se acaba viendo la conveniencia de hacer una reunión abierta y franca para oír a todos y reflexionar sinceramente sobre casos concretos, etc. O mejor, realizar una encuesta anónima para más libertad”'' (folio 29). La verdad es que había un grupo de sacerdotes que pretendían hacer en El Salvador algo semejante a lo que en Chile hacían los sacerdotes que sostenían el movimiento «Cristianos para el socialismo».
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En la archidiócesis de San Salvador los sacerdotes fuertemente politizados, que se identificaban precisamente con la Nacional y eran altamente activos entre las fuerzas de izquierdas, eran una minoría, pero su presencia no era sumisa en lo más mínimo. Para ellos, la conversión consistía en pasarse a la lucha social, y la fe debía resolverse en la política. Su politización se ha interpretado erróneamente basándose en lo sucedido tras la desaparición de Mons. Romero. En la Nacional había entonces pocos sacerdotes vinculados a la guerrilla, a diferencia de lo que pasaría después de 1980, en la larga guerra civil, cuando la Nacional pasó a ser simplemente «Iglesia Popular», alternativa a la Iglesia jerárquica «oficial».  
 
En la archidiócesis de San Salvador los sacerdotes fuertemente politizados, que se identificaban precisamente con la Nacional y eran altamente activos entre las fuerzas de izquierdas, eran una minoría, pero su presencia no era sumisa en lo más mínimo. Para ellos, la conversión consistía en pasarse a la lucha social, y la fe debía resolverse en la política. Su politización se ha interpretado erróneamente basándose en lo sucedido tras la desaparición de Mons. Romero. En la Nacional había entonces pocos sacerdotes vinculados a la guerrilla, a diferencia de lo que pasaría después de 1980, en la larga guerra civil, cuando la Nacional pasó a ser simplemente «Iglesia Popular», alternativa a la Iglesia jerárquica «oficial».  
  
Por otra parte, es cierto que la Nacional, de acuerdo con su nombre, se proponía crear una Iglesia nacional de alguna manera alternativa a la de las estructuras diocesanas y jerárquicas tradicionales. Pretendía reagrupar al clero de todo el país para coordinarlo «a nivel de base», unificar la pastoral en una línea única, homogeneizar el contenido de la predicación del clero salvadoreño, controlar los medios de comunicación de la Iglesia, determinar los nombramientos de nuevos párrocos y hacer que la Iglesia apoyara las organizaciones populares.  
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Por otra parte, es cierto que la Nacional, de acuerdo con su nombre, se proponía crear una Iglesia nacional de alguna manera alternativa a la de las estructuras diocesanas y jerárquicas tradicionales. Pretendía reagrupar al clero de todo el país para coordinarlo «a nivel de base», unificar la pastoral en una línea única, homogeneizar el contenido de la predicación del clero salvadoreño, controlar los [[PANAMÁ;_Medios_de_comunicación_social | medios de comunicación]] de la Iglesia, determinar los nombramientos de nuevos párrocos y hacer que la Iglesia apoyara las organizaciones populares.  
  
 
En los encuentros entre sacerdotes de la Nacional se elaboraban motivaciones y respuestas a las cuestiones del día. En un acta de reunión de septiembre de 1977 se planteaba la siguiente pregunta: ''“¿Qué actitud debe tomar el sacerdote que trabaja en pastoral con las organizaciones populares marxistas-leninistas que luchan por implantar una sociedad más justa?”''. Y se contestaba con esta serie de afirmaciones:
 
En los encuentros entre sacerdotes de la Nacional se elaboraban motivaciones y respuestas a las cuestiones del día. En un acta de reunión de septiembre de 1977 se planteaba la siguiente pregunta: ''“¿Qué actitud debe tomar el sacerdote que trabaja en pastoral con las organizaciones populares marxistas-leninistas que luchan por implantar una sociedad más justa?”''. Y se contestaba con esta serie de afirmaciones:
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''- el poder que tiene base popular no excluye a nadie, borra las clases y tendrá capacidad de no corromperse porque interpreta los intereses populares que son la base y vida de la sociedad”''.<ref>''Acta de la reunión del grupo sacerdotal interdiocesano de reflexión pastoral'', 5 de septiembre de 1977, Archivo Histórico de la Arquidiócesis de San Salvador.</ref>
 
''- el poder que tiene base popular no excluye a nadie, borra las clases y tendrá capacidad de no corromperse porque interpreta los intereses populares que son la base y vida de la sociedad”''.<ref>''Acta de la reunión del grupo sacerdotal interdiocesano de reflexión pastoral'', 5 de septiembre de 1977, Archivo Histórico de la Arquidiócesis de San Salvador.</ref>
  
Más numerosos que los miembros de la Nacional eran los sacerdotes marcados por un genérico progresismo o «medellinismo». Entre estos podían incluirse casi todos los jesuitas, que, con casi cincuenta miembros activos, tenían un gran peso en los equilibrios diocesanos, constituyendo casi una cuarta parte de todos los sacerdotes. Tampoco en El Salvador la Compañía de Jesús desmentía la fama de la preparación intelectual y de las virtudes organizativas de sus miembros, que destacaban por encima del clero local, más modesto culturalmente.  
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Más numerosos que los miembros de la Nacional eran los sacerdotes marcados por un genérico progresismo o «medellinismo». Entre estos podían incluirse casi todos los [[EVANGELIZACIÓN_DE_AMÉRICA;_contribución_de_los_jesuitas | jesuitas]], que, con casi cincuenta miembros activos, tenían un gran peso en los equilibrios diocesanos, constituyendo casi una cuarta parte de todos los sacerdotes. Tampoco en El Salvador la [[JESUITAS_(Compañia_de_Jesús) | Compañía de Jesús]] desmentía la fama de la preparación intelectual y de las virtudes organizativas de sus miembros, que destacaban por encima del clero local, más modesto culturalmente.  
  
Los jesuitas dirigían la UCA, con 3.500 estudiantes, a la que describían como un lugar de «cultura liberada» puesta ''“al servicio del proceso de liberación del pueblo salvadoreño respecto a su situación de opresión estructural”''.<ref>Así reza el librito redactado por César Jerez, superior de los jesuitas salvadoreños, ''Los jesuitas ante el pueblo salvadoreño'', San Salvador, 1977, p. 38.</ref>A través de esta universidad incidían en la formación de la clase dirigente del país. Además, editaban publicaciones de prestigio; ocupaban muchos cargos directivos de la CONFRES, la asociación de religiosos que operaban en El Salvador; dirigían Radio YSAX; estaban al cargo de sectores de la curia diocesana; gestionaban entidades como la Fundación Vivienda Mínima que daba casa a miles de familias indigentes; impartían educación popular con la asociación Fe y Alegría; y tenían colegios y parroquias. Ningún arzobispo de San Salvador habría podido prescindir de su apoyo, y aún menos en periodos de crisis.  
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Los [[EVANGELIZACIÓN_DE_AMÉRICA;_contribución_de_los_jesuitas | jesuitas]] dirigían la UCA, con 3.500 estudiantes, a la que describían como un lugar de «cultura liberada» puesta ''“al servicio del proceso de liberación del pueblo salvadoreño respecto a su situación de opresión estructural”''.<ref>Así reza el librito redactado por César Jerez, superior de los [[EVANGELIZACIÓN_DE_AMÉRICA;_contribución_de_los_jesuitas | jesuitas]] salvadoreños, ''Los [[EVANGELIZACIÓN_DE_AMÉRICA;_contribución_de_los_jesuitas | jesuitas]] ante el pueblo salvadoreño'', San Salvador, 1977, p. 38.</ref>A través de esta universidad incidían en la formación de la clase dirigente del país. Además, editaban publicaciones de prestigio; ocupaban muchos cargos directivos de la CONFRES, la asociación de religiosos que operaban en El Salvador; dirigían Radio YSAX; estaban al cargo de sectores de la curia diocesana; gestionaban entidades como la Fundación Vivienda Mínima que daba casa a miles de familias indigentes; impartían educación popular con la asociación Fe y Alegría; y tenían colegios y parroquias. Ningún arzobispo de San Salvador habría podido prescindir de su apoyo, y aún menos en periodos de crisis.  
  
El tono de la Compañía en El Salvador era el de un desafío a la injusticia, de una lucha viril contra las estructuras del mal. En definitiva, un «perinde ac cadaver» trasladado a nuevos escenarios: ''“Los jesuitas, como orden religiosa, debemos ir a la raíz del Evangelio y vivirlo radicalmente, en la exigencia del espíritu de las bienaventuranzas. Esta es la misión en la Iglesia de las órdenes religiosas. En la fundación de cada orden religiosa hay un profundo inconformismo con la vida cristiana rutinaria. En la intuición de cada fundador de religiosos, late la impaciencia de Jesús de volver a traer fuego a la tierra”''.<ref>''Ibidem,'' p. 40.</ref>  
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El tono de la Compañía en El Salvador era el de un desafío a la injusticia, de una lucha viril contra las estructuras del mal. En definitiva, un «perinde ac cadaver» trasladado a nuevos escenarios: ''“Los [[EVANGELIZACIÓN_DE_AMÉRICA;_contribución_de_los_jesuitas | jesuitas]], como orden religiosa, debemos ir a la raíz del Evangelio y vivirlo radicalmente, en la exigencia del espíritu de las bienaventuranzas. Esta es la misión en la Iglesia de las órdenes religiosas. En la fundación de cada orden religiosa hay un profundo inconformismo con la vida cristiana rutinaria. En la intuición de cada fundador de religiosos, late la impaciencia de Jesús de volver a traer fuego a la tierra”''.<ref>''Ibidem,'' p. 40.</ref>  
  
 
Pero ¿qué significaba ser «medellinista»? Era la opción preferencial por los pobres, la crítica de estructuras sociales injustas, la idea de que existía un pecado social además del individual, un marcado interés por la política, la opción por un cristianismo comprometido, el llamamiento a la concientización y al cambio, el orgullo por el camino latinoamericano de la Iglesia católica. Significaba también vivir una espiritualidad de la persecución, en el marco de la violencia desplegada por el régimen militar.
 
Pero ¿qué significaba ser «medellinista»? Era la opción preferencial por los pobres, la crítica de estructuras sociales injustas, la idea de que existía un pecado social además del individual, un marcado interés por la política, la opción por un cristianismo comprometido, el llamamiento a la concientización y al cambio, el orgullo por el camino latinoamericano de la Iglesia católica. Significaba también vivir una espiritualidad de la persecución, en el marco de la violencia desplegada por el régimen militar.
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El rector del Seminario Rosa Chávez no toleraba las tensiones políticas entre los seminaristas. Echó a alguno e invitó a otros a aclarar si querían convertirse en sacerdotes o en activistas políticos. Mons. Romero no disentía abiertamente de lo que proponía Rosa Chávez. Al mismo tiempo creía que debía ser indulgente ante la efervescencia juvenil, que era más acentuada precisamente en los seminaristas más inteligentes y generosos. Mons. Romero no quería perder a ninguno de sus seminaristas. Actuaba con aquella sensibilidad pastoral aprendida con gran esfuerzo a lo largo de los años, según la cual la Iglesia se gobierna con paciencia.  
 
El rector del Seminario Rosa Chávez no toleraba las tensiones políticas entre los seminaristas. Echó a alguno e invitó a otros a aclarar si querían convertirse en sacerdotes o en activistas políticos. Mons. Romero no disentía abiertamente de lo que proponía Rosa Chávez. Al mismo tiempo creía que debía ser indulgente ante la efervescencia juvenil, que era más acentuada precisamente en los seminaristas más inteligentes y generosos. Mons. Romero no quería perder a ninguno de sus seminaristas. Actuaba con aquella sensibilidad pastoral aprendida con gran esfuerzo a lo largo de los años, según la cual la Iglesia se gobierna con paciencia.  
  
Que los superiores del seminario, de acuerdo al perfil de su función institucional, afrontaran los problemas con severidad si era necesario: a él, obispo, le correspondía la responsabilidad de afrontarlos con la debida comprensión. Del «Diario» de Mons. Romero se deduce que tenía confianza en Rosa Chávez. En enero de 1980 propuso su nombramiento como obispo.<ref>Escribió al respecto al cardenal Aloísio Lorscheider, presidente del CELAM, el 4 de enero de 1980, tras una visita de este a San Salvador, para que lo comunicara a Roma.</ref>Pero en lo referente al seminario, Mons. Romero no actuaba como le sugería Rosa Chávez, denunciando abiertamente los excesos de los seminaristas politizados.
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Que los superiores del seminario, de acuerdo al perfil de su función institucional, afrontaran los problemas con severidad si era necesario: a él, obispo, le correspondía la responsabilidad de afrontarlos con la debida comprensión. Del «Diario» de Mons. Romero se deduce que tenía confianza en Rosa Chávez. En enero de 1980 propuso su nombramiento como obispo.<ref>Escribió al respecto al cardenal Aloísio Lorscheider, presidente del [[CONSEJO_EPISCOPAL_LATINOAMERICANO_(CELAM) | CELAM]], el 4 de enero de 1980, tras una visita de este a San Salvador, para que lo comunicara a Roma.</ref>Pero en lo referente al seminario, Mons. Romero no actuaba como le sugería Rosa Chávez, denunciando abiertamente los excesos de los seminaristas politizados.
  
 
==NOTAS==
 
==NOTAS==
  
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'''© CONGREGATIO DE CAUSIS SANCTORUM: ''POSITIO ROMERO SUPER MARTIRIO''. PN 1913. 2014. ''Biografia Documentada'' (cap. X, extracto).'''
 
'''© CONGREGATIO DE CAUSIS SANCTORUM: ''POSITIO ROMERO SUPER MARTIRIO''. PN 1913. 2014. ''Biografia Documentada'' (cap. X, extracto).'''
  
 
'''Vincenzo Criscuolo, Ofmcap., (Relator General) -Vincenzo Paglia – Roberto Morozzo Della Rocca [Postulación]'''
 
'''Vincenzo Criscuolo, Ofmcap., (Relator General) -Vincenzo Paglia – Roberto Morozzo Della Rocca [Postulación]'''
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[[JESUITAS_(Compañia_de_Jesús)|JESUITAS (Compañia de Jesús)]]
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[[PANAMÁ;_Medios_de_comunicación_social|PANAMÁ; Medios de comunicación social]]
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[[EVANGELIZACIÓN_DE_AMÉRICA;_contribución_de_los_jesuitas|EVANGELIZACIÓN DE AMÉRICA; contribución de los jesuitas]]
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[[COSTA_RICA;_Afrodescendientes|COSTA RICA; Afrodescendientes]]
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[[AMÉRICA_LATINA:_El_Término|AMÉRICA LATINA: El Término]]
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[[CELAM._Conferencias_generales|CELAM. Conferencias generales]]
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[[CONSEJO_EPISCOPAL_LATINOAMERICANO_(CELAM)|CONSEJO EPISCOPAL LATINOAMERICANO (CELAM)]]
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Revisión actual del 14:22 22 may 2021

El clero y la política

Mons. Oscar Arnulfo Romero gobernaba en 1978 la diócesis metropolitana de El Salvador que entonces contaba con 1.312.030 fieles.[1]Las otras cuatro diócesis del país contaban en conjunto con 2.476.390 fieles. Los sacerdotes censados oficialmente en la archidiócesis de San Salvador eran 229, de los que eran 89 diocesanos y 140 religiosos, en su mayoría no salvadoreños. Pero los realmente presentes en 1978 eran sólo 185, por las numerosas expulsiones de eclesiásticos del país. El Salvador tenía una relación de 9.609 fieles por sacerdote (7.092 en la archidiócesis de San Salvador). Dada la escasez de clero, la atención de las almas no estaba exenta de dificultades.[2]

No era fácil para la Iglesia proporcionar una adecuada instrucción religiosa. Algunos países de América Latina presentaban porcentajes similares, pero otros (Argentina, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Paraguay, Uruguay o Venezuela) tenían menos de 5.000 fieles por sacerdote. En Europa, en la misma época, la relación era, en promedio, un sacerdote por cada 2.000 fieles católicos. En vista de estas cifras, se comprende el entusiasmo con el que, en El Salvador, como en otras partes de América Latina, se acogió inicialmente la fórmula de las comunidades de base. En la mentalidad de los responsables eclesiales de entonces, estas comunidades venían a suplir la falta de sacerdotes, y la dispersión geográfica de parroquias extendidas a lo largo de decenas de kilómetros y con jurisdicción sobre 20 o 30 mil almas, confiadas al cuidado de un solo sacerdote residente.

Una gran parte del clero se identificaba con el cristianismo social que había propuesto monseñor Luis Chávez y González (arzobispo 1938-1977).[3]Sin embargo, había quien lo interpretaba más políticamente y quien le daba una acepción más religiosa, remitiéndose a la doctrina social católica. El mismo Chávez, aunque hubiera suscrito gustosamente los documentos de Medellín y fuera audaz en la relación con las autoridades civiles, continuaba siendo un prelado a la antigua. Lo que sucedió tras el asesinato del padre Rutilio Grande, es decir, la suspensión de las relaciones oficiales entre la Iglesia y el Estado, tal como había pedido a Romero la mayoría del clero de San Salvador, dejó perplejo al arzobispo emérito.

De hecho, Mons. Chávez había intentado crear ocasiones institucionales de encuentro entre autoridades religiosas y autoridades civiles, y había logrado instaurar ocasiones de dicho tipo en una docena de fiestas y celebraciones nacionales. Un grupo de sacerdotes, animadores de las comunidades eclesiales de base (CEB), formaron un comité para influenciar al nuevo arzobispo Romero e inducirlo a un claro compromiso con las organizaciones populares de la izquierda. Mons. Romero nunca vio nada malo en este dialogo con él, que le permitía mantener un contacto con estos sacerdotes comprometidos. Por su personalidad, él era muy independiente. Le importaba, sí, que sus sacerdotes se mantuvieran cerca de él, pues era el mejor modo de acompañarlos como obispo en sus compromisos y valorar la calidad del servicio pastoral.

En el Libro de Actas del Senado Presbiteral de la Arquidiócesis de San Salvador correspondiente a los años que transcurren de 1977 a 1983, bastante interrumpido debido a la situación bélica en que se vio envuelto el país, y también la Iglesia, encontramos algunas noticias interesantes respecto a este grupo de sacerdotes que algunos dieron por llamar «Sacerdotes de la Nacional», es decir agrupación de sacerdotes de todas las diócesis, y cuyo objetivo era analizar la realidad nacional desde la perspectiva no solo pastoral sino también política, y actuar paralelamente a los obispos como si hubiera dos Iglesias, una jerárquica y una «iglesia popular». De hecho, sus actuaciones estaban muy ligadas a las políticas de las Organizaciones populares y bastante influenciadas por los jóvenes jesuitas de la Universidad Centroamericana en cuestiones de acompañamiento de los fieles en su compromiso político.

Algún sector del clero reclamaba indirecta por la existencia de ese grupo de sacerdotes que calificaban de «ala izquierda» de la arquidiócesis. Por ejemplo, en el Acta N° 20 del 27 de abril de 1978, se lee lo siguiente: “El Señor Arzobispo ha recibido una carta anónima firmada por «varios sacerdotes», en la que le acusan de estar manipulado por el ala izquierda de la Arquidiócesis; de insistir demasiado peligrosamente en las denuncias a las autoridades civiles y de no escuchar a los que no piensan igual que él. Con este motivo se tiene una amistosa discusión sobre la actuación de la Iglesia ante los conflictos del país, y se acaba viendo la conveniencia de hacer una reunión abierta y franca para oír a todos y reflexionar sinceramente sobre casos concretos, etc. O mejor, realizar una encuesta anónima para más libertad” (folio 29). La verdad es que había un grupo de sacerdotes que pretendían hacer en El Salvador algo semejante a lo que en Chile hacían los sacerdotes que sostenían el movimiento «Cristianos para el socialismo».

A raíz de la confianza que Monseñor Romero prestó a los jóvenes militares golpistas del 15 de octubre de 1979 para evitar una guerra civil, los «Sacerdotes de la Nacional» se enfurecieron contra el Arzobispo y le escribieron una carta reclamando su actitud para con los militares que, según ellos, eran los causantes de tanta represión y duelo en el país.

En la archidiócesis de San Salvador los sacerdotes fuertemente politizados, que se identificaban precisamente con la Nacional y eran altamente activos entre las fuerzas de izquierdas, eran una minoría, pero su presencia no era sumisa en lo más mínimo. Para ellos, la conversión consistía en pasarse a la lucha social, y la fe debía resolverse en la política. Su politización se ha interpretado erróneamente basándose en lo sucedido tras la desaparición de Mons. Romero. En la Nacional había entonces pocos sacerdotes vinculados a la guerrilla, a diferencia de lo que pasaría después de 1980, en la larga guerra civil, cuando la Nacional pasó a ser simplemente «Iglesia Popular», alternativa a la Iglesia jerárquica «oficial».

Por otra parte, es cierto que la Nacional, de acuerdo con su nombre, se proponía crear una Iglesia nacional de alguna manera alternativa a la de las estructuras diocesanas y jerárquicas tradicionales. Pretendía reagrupar al clero de todo el país para coordinarlo «a nivel de base», unificar la pastoral en una línea única, homogeneizar el contenido de la predicación del clero salvadoreño, controlar los medios de comunicación de la Iglesia, determinar los nombramientos de nuevos párrocos y hacer que la Iglesia apoyara las organizaciones populares.

En los encuentros entre sacerdotes de la Nacional se elaboraban motivaciones y respuestas a las cuestiones del día. En un acta de reunión de septiembre de 1977 se planteaba la siguiente pregunta: “¿Qué actitud debe tomar el sacerdote que trabaja en pastoral con las organizaciones populares marxistas-leninistas que luchan por implantar una sociedad más justa?”. Y se contestaba con esta serie de afirmaciones:

“- debe haber colaboración, es decir, una incorporación al proceso, una presencia efectiva, no hegemónica, sino de servicio, aportando los elementos cristianos que lleven al cambio - el cristianismo actual no es capaz de llevarnos a una práctica política; la DC [Democracia Cristiana] intentó tenerla y fracasó; por eso, lo menos que puede hacer la Iglesia es colaborar para que surjan las bases que harían posible el reino de Dios - algunos obispos afirman que los católicos militantes en organizaciones populares marxistas pueden perder la fe; la verdad es que la fe se compromete o aumenta; lo que sí sucede es que la forma de ejercer la autoridad sobre esos cristianos cambia, a la vez que ellos toman conciencia de la contradicción interna de la Iglesia-institución como parte del sistema opresor;

- la Iglesia es para transformar el mundo, si no lo hace traiciona a Cristo; si las organizaciones populares propician el cambio que Cristo proclamó, los cristianos tenemos que integrarnos a las organizaciones populares;

- el poder que tiene base popular no excluye a nadie, borra las clases y tendrá capacidad de no corromperse porque interpreta los intereses populares que son la base y vida de la sociedad”.[4]

Más numerosos que los miembros de la Nacional eran los sacerdotes marcados por un genérico progresismo o «medellinismo». Entre estos podían incluirse casi todos los jesuitas, que, con casi cincuenta miembros activos, tenían un gran peso en los equilibrios diocesanos, constituyendo casi una cuarta parte de todos los sacerdotes. Tampoco en El Salvador la Compañía de Jesús desmentía la fama de la preparación intelectual y de las virtudes organizativas de sus miembros, que destacaban por encima del clero local, más modesto culturalmente.

Los jesuitas dirigían la UCA, con 3.500 estudiantes, a la que describían como un lugar de «cultura liberada» puesta “al servicio del proceso de liberación del pueblo salvadoreño respecto a su situación de opresión estructural”.[5]A través de esta universidad incidían en la formación de la clase dirigente del país. Además, editaban publicaciones de prestigio; ocupaban muchos cargos directivos de la CONFRES, la asociación de religiosos que operaban en El Salvador; dirigían Radio YSAX; estaban al cargo de sectores de la curia diocesana; gestionaban entidades como la Fundación Vivienda Mínima que daba casa a miles de familias indigentes; impartían educación popular con la asociación Fe y Alegría; y tenían colegios y parroquias. Ningún arzobispo de San Salvador habría podido prescindir de su apoyo, y aún menos en periodos de crisis.

El tono de la Compañía en El Salvador era el de un desafío a la injusticia, de una lucha viril contra las estructuras del mal. En definitiva, un «perinde ac cadaver» trasladado a nuevos escenarios: “Los jesuitas, como orden religiosa, debemos ir a la raíz del Evangelio y vivirlo radicalmente, en la exigencia del espíritu de las bienaventuranzas. Esta es la misión en la Iglesia de las órdenes religiosas. En la fundación de cada orden religiosa hay un profundo inconformismo con la vida cristiana rutinaria. En la intuición de cada fundador de religiosos, late la impaciencia de Jesús de volver a traer fuego a la tierra”.[6]

Pero ¿qué significaba ser «medellinista»? Era la opción preferencial por los pobres, la crítica de estructuras sociales injustas, la idea de que existía un pecado social además del individual, un marcado interés por la política, la opción por un cristianismo comprometido, el llamamiento a la concientización y al cambio, el orgullo por el camino latinoamericano de la Iglesia católica. Significaba también vivir una espiritualidad de la persecución, en el marco de la violencia desplegada por el régimen militar.

Sobre una base religiosa tradicional para la que eran familiares los temas del sacrificio y del sufrimiento, se injertaban contenidos inusitados hasta pocos años antes. Una novena cualquiera del santo patrón del pequeño pueblo, que tradicionalmente consistía en misas al alba, adoración del Santísimo y rosarios, se centraba en temas de reflexión que expresaban el sufrimiento experimentado por los fieles.

Había sacerdotes «medellinistas» con una fuerte carga política anti-institucional y otros que respetaban las jerarquías civiles y eclesiásticas. Un padre Rutilio Grande o un padre Fabián Amaya vivían, según las indicaciones de Medellín, una opción preferencial por los pobres, pero no se proponían revoluciones, ni fomentaban contraposiciones en la Iglesia. En las periódicas asambleas del clero, en San Salvador, un grupo de presión organizado podía llegar a tomar la iniciativa y orientar el consenso.

Era un fenómeno típico de aquellos años: las dinámicas de grupo de colectivos, asambleas, reuniones y consejos eran las mismas en muchos países del mundo occidental, y no sólo en ambientes estudiantiles. Minorías politizadas y dialécticas podían influir en las discusiones, mientras que los disidentes callaban para no ir contra la que parecía ser la línea dominante. Todos eran invitados a firmar, uno tras otro, llamamientos, documentos, cartas, denuncias, que había que difundir con ciega confianza en la verdad taumatúrgica y resolutoria de lo que se ponía negro sobre blanco. Los personajes tildados de «enemigos internos» eran objeto de condenas públicas.

Otros eclesiásticos disentían del «medellinismo» de moda, sin manifestar públicamente sus opiniones por miedo de nadar contra corriente o preocupados por no acentuar discordias. Varios sacerdotes de la archidiócesis salvadoreña, no sólo ancianos, se sentían incómodos en la efervescencia política y en el clima de choque frontal con el Gobierno, y preferían una pastoral clásica, sin estar cerca de la política. Algunos sacerdotes simpatizaban abiertamente con la derecha oligárquica y privilegiaban la política sobre la fe, del mismo modo que los sacerdotes de la Nacional, desde el punto de vista de la reacción y no de la revolución.

Estos sacerdotes no dudaban en desobedecer a Mons. Romero, al que se oponían, y buscaban apoyo en otros obispos. En junio de 1978 Mons. Romero hizo una encuesta privada entre el clero de la diócesis relativa a la existencia de un “ambiente hostil parcializado en contra de la pastoral llevada en el arzobispado”. La encuesta era anónima para favorecer la plena libertad de expresión. Los resultados no resolvieron las dudas de Mons. Romero. Sólo el 54% de los sacerdotes rellenó y devolvió los cuestionarios. No era precisamente un indicador de consenso cuando Mons. Romero, con la encuesta, quería solicitar unidad y solidaridad.[7]

Tras una lectura global de las respuestas se observaba que el grado de confianza del que podía gozar Mons. Romero estaba alrededor del 70% de los que habían rellenado el cuestionario.[8]A la pregunta sobre la libertad de los sacerdotes de expresarse libremente en las asambleas presbiteriales y con el arzobispo contestaron positivamente el 70%, pero se indicaron «grupos de presión y fanatizados» en el mismo clero. El 42% de las respuestas hablaba de la existencia de grupos de sacerdotes y laicos que tenían “influencia dominante visible en la actuación del señor arzobispo”.

El 31% consideraba que la curia diocesana estaba en manos de “un grupo de determinada tendencia”. Había la sospecha difundida de que “un grupo de sacerdotes” movidos por intereses personales adulaban al arzobispo (casi la mitad de las respuestas). Sólo el 21% creía que Romero podía fiarse de todos sus sacerdotes. Las homilías de Mons. Romero obtenían una notable aprobación (el 83% las consideraba apropiadas, contra el 14%). No obstante, sólo el 50% creía que en la diócesis se hubiera creado “unidad real, no teórica” como consecuencia de la acción de Mons. Romero y de “horas difíciles que nos han hecho compactarnos alrededor del pastor”.

En cambio, el 70% aprobaba el comportamiento de Mons. Romero ante las autoridades civiles. Ante una pregunta sobre el nuncio apostólico, se producía una oleada adversa para con el representante de Roma: el 39% pedía un cambio de nuncio; el 12%, la supresión de la nunciatura; el 30%, que el nuncio mejorara sus relaciones con la Iglesia local; y, contracorriente, el 9% quería que Mons. Romero fuera más comprensivo con el papel del nuncio Gerada.

Mons. Romero tenía que gestionar dos seminarios: el menor, que pertenecía sólo a la diócesis, y el mayor, que era común para los seminaristas de todas las diócesis salvadoreñas, salvo la de San Vicente (su obispo no quería tener nada que ver con el ambiente de la capital donde estaba Mons. Romero). En la archidiócesis no faltaban vocaciones. La imagen valiente de Mons. Romero atraía. En 1980 Mons. Romero tuvo que aplazar para el año siguiente la entrada en el seminario de un centenar de jóvenes.[9]Era una abundancia sorprendente para una Iglesia crónicamente afligida por la escasez de clero. Los seminaristas de San Salvador eran partícipes de las ideas de la Nacional en mayor medida que el clero.

El rector, el padre Rosa Chávez, informaba continuamente a Mons. Romero sobre las dificultades internas del seminario y denunciaba la ideologización de los seminaristas de la archidiócesis. En el seminario había violentos contrastes porque los seminaristas provenientes de otras diócesis eran mayoritariamente de otras opiniones políticas, y porque la política, en las circunstancias del momento, era una materia explosiva que cuestionaba fuertemente la fe y la ortodoxia doctrinal.

El equipo directivo del seminario, formado por sacerdotes de las distintas diócesis, luchaba contra la politización interna, en su opinión, en vano. Algunos seminaristas de San Salvador participaban en las manifestaciones de calle de la oposición «popular»; habían creado una célula del BPR (Bloque Popular Revolucionario) dentro del seminario y colgaban pancartas revolucionarias del BPR de la fachada del edificio de San José de la Montaña. Los seminaristas politizados acusaban a la gestión del seminario de ignorar el país real.

El rector del Seminario Rosa Chávez no toleraba las tensiones políticas entre los seminaristas. Echó a alguno e invitó a otros a aclarar si querían convertirse en sacerdotes o en activistas políticos. Mons. Romero no disentía abiertamente de lo que proponía Rosa Chávez. Al mismo tiempo creía que debía ser indulgente ante la efervescencia juvenil, que era más acentuada precisamente en los seminaristas más inteligentes y generosos. Mons. Romero no quería perder a ninguno de sus seminaristas. Actuaba con aquella sensibilidad pastoral aprendida con gran esfuerzo a lo largo de los años, según la cual la Iglesia se gobierna con paciencia.

Que los superiores del seminario, de acuerdo al perfil de su función institucional, afrontaran los problemas con severidad si era necesario: a él, obispo, le correspondía la responsabilidad de afrontarlos con la debida comprensión. Del «Diario» de Mons. Romero se deduce que tenía confianza en Rosa Chávez. En enero de 1980 propuso su nombramiento como obispo.[10]Pero en lo referente al seminario, Mons. Romero no actuaba como le sugería Rosa Chávez, denunciando abiertamente los excesos de los seminaristas politizados.

NOTAS

  1. Cfr. Annuario Pontificio per l’anno 1978, Ciudad del Vaticano 1978. Para los datos que siguen cfr. también CELAM, III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Oficina de Prensa y Publicaciones – CELAM, 1978.
  2. Las estadísticas cambian velozmente en los últimos años: La archidiócesis en 2017 sobre una población de 2.836.404 personas contaba 1.560.000 de bautizados, correspondientes al 55,0% del total.
  3. Sobre el arzobispado de Chávez cfr. A. Rivera Damas, “Monseñor Chávez, ‘siervo bueno y fiel’”, Orientación, 5 de abril de 1987. Cfr. también J. Ramón Vega, Las 54 cartas pastorales de Monseñor Chávez, San Salvador 1994.
  4. Acta de la reunión del grupo sacerdotal interdiocesano de reflexión pastoral, 5 de septiembre de 1977, Archivo Histórico de la Arquidiócesis de San Salvador.
  5. Así reza el librito redactado por César Jerez, superior de los jesuitas salvadoreños, Los jesuitas ante el pueblo salvadoreño, San Salvador, 1977, p. 38.
  6. Ibidem, p. 40.
  7. Hubo 100 respuestas de 185 cuestionarios distribuidos. Cfr. Encuesta al presbiterio. Historial de la encuesta, s.f. pero de agosto de 1978, firmada por el equipo responsable formado por los padres Cuesta, F. Mejía, L. Montesinos, con la ayuda de los padres A. Orellana, W. Guerra, J. Delgado, O. Cruz, F. Amaya y R. Torruella, en Archivo Histórico de la Arquidiócesis de San Salvador.
  8. Cfr. los resultados adjuntos al documento citado en la nota anterior.
  9. Cfr. homilía del 24 de febrero de 1980, Romero, Su Pensamiento, cit., VIII, p. 267.
  10. Escribió al respecto al cardenal Aloísio Lorscheider, presidente del CELAM, el 4 de enero de 1980, tras una visita de este a San Salvador, para que lo comunicara a Roma.

© CONGREGATIO DE CAUSIS SANCTORUM: POSITIO ROMERO SUPER MARTIRIO. PN 1913. 2014. Biografia Documentada (cap. X, extracto).

Vincenzo Criscuolo, Ofmcap., (Relator General) -Vincenzo Paglia – Roberto Morozzo Della Rocca [Postulación]