Diferencia entre revisiones de «EVANGELIO EN MÉXICO; Primeros pasos»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Los primeros misioneros en México

El primer encuentro del mundo indo-americano con el Acontecimiento cristiano sucede a través de la mediación española, con toda la complejidad y problemática que entrañó tal mediación.[1]

El mercedario fray Bartolomé de Olmedo acompañaba a Hernán Cortés en sus conquistas, pero muere en 1524. Una vez confirmado como gobernador de la Nueva España en octubre de 1522, Hernán Cortés pidió al Rey que le enviase religiosos para la evangelización. Tres religiosos franciscanos toman tierra en Nueva España en agosto de 1523. Son los sacerdotes belgas Juan Dekkers (o Juan de Tecto), Juan van den Auwera (o Juan de Ayora), y el lego Pedro de Gante. Pero la evangelización metódica empieza con la llegada de la misión franciscana de los llamados “Doce Apóstoles” en junio de 1524. Entre ellos se encuentra el célebre fray Toribio Paredes de Benavente (“Motolinía”). Los naturales llamaron a los frailes “Motolinía” (que significaba " muy pobre") por su aspecto humilde y pobre.[2]

Fray Toribio de Benavente agregó ese apelativo a su nombre y así pasará a la historia. Los franciscanos españoles, pertenecientes a la llamada observancia o reforma estricta de su vida religiosa, y que constituían una provincia o jurisdicción franciscana llamada de San Gabriel, habían decidido ir a misionar al Nuevo Mundo ya en 1523. Pero según Mendieta se debió también a Hernán Cortés su llegada a la Nueva España.[3]Clemente VII erige la primera diócesis mexicana el 11 de octubre de 1525, y Carlos V designa Tlaxcala como sede de la misma.[4]A finales de 1527, Carlos V pide al Papa crear otra nueva diócesis en la ciudad de México, que accede a ello el 2 de septiembre de 1530. Su primer obispo, designado ya desde 1528 para el gobierno de la diócesis, fue el franciscano fray Juan de Zumárraga, consagrado en España en el 1533 o 1534; había sido elegido por Carlos V por su piedad; era prior de un convento en Castilla al tiempo de su elección.

La reforma de la Iglesia española

Para comprender mejor "el encuentro del catolicismo ibérico y las culturas americanas", que "dio lugar a un poceso peculiar de mestizaje, que si bien tuvo aspectos conflictivos, pone de relieve las raíces católicas así como la singularidad del Continente",[5]es necesario adentrarnos más, tanto en la historia de la España de aquél entonces como en los primeros pasos de la Iglesia en tierras americanas. El dinamismo que impulsó y continúa todavía fecundando tal síntesis, que es el continente latino americano en su configuración, lo constituye la fuerza de la fe católica. Los obispos latinoamericanos escribieron en su reunión plenaria de Puebla, celebrada en 1978: "Con deficiencias y a pesar del pecado siempre presente, la fe de la Iglesia ha sellado el alma de América Latina, marcando su identidad histórica esencial y constituyendose en la matriz cultural del continente, de la cual nacieron los nuevos pueblos".[6]

Es esto lo que le da sentido a su ser; el encuentro con el Evangelio, con la verdad de que existe Dios Padre Bueno, que nos ha dado a su Hijo Jesucristo para salvación nuestra, bajo el aliento del Espíritu Santo; un Dios que nos ha dado a su Madre para que sea Nuestra, una “Niña” que se ha hecho “nuestra” para, a su vez, darnos a su Hijo, al Hijo de Dios, que se hace nuestro en ella. Madre Nuestra para darnos todo su amor, su consuelo, su protección.

El papel de Nuestra Señora de Guadalupe ha sido fundamental. Ella se apareció a un indio, a Juan Diego Cuauhtlatoatzin, y lo hizo portador de este anuncio de comunión. Ella, en el mensaje dado a través del indio Juan Diego, también buscó, antes que nada, la aprobación de un español, el obispo fray Juan de Zumárraga, es decir, la aprobación de la jerarquía de la Iglesia fundada por Cristo sobre Pedro y los demás Apóstoles, cuya misión continúan el Papa y los Obispos, sus sucesores. Sin el indio y sin el español no se hubiera realizado este camino de comunión.

España estaba en un momento de apogeo y expansión. Venía de concluir la guerra de reconquista contra el dominio musulmán de su suelo. Después de siete siglos de dominio musulmán de parte de su territorio, especialmente en el sur de la Península, los Reinos cristianos de León-Castilla, Aragón-Cataluña y Navarra, empiezan a cimentar su unidad. Los Reyes Católicos otorgan una gran importancia a la fe y alientan con gran energía y constancia un proceso de reformas y austeras observancias que, aunque ya venía gestándose desde hacía tiempo, alcanza con ellos una sistemática propuesta de reforma cristiana. El humanismo español de finales del siglo XV y de todo el XVI es sumamente rico en realizaciones literarias y espirituales. Es un tiempo donde lo épico y lo religioso se entrelazan en un universo cultural sumamente fecundo.

Se tenía mucho cuidado de que las Órdenes que pasaban a América fueran todas reformadas. Serán cinco Órdenes religiosas, reformadas o nuevas, las protagonistas de la historia de la evangelización en el Nuevo Mundo hispano: los franciscanos, los dominicos, los agustinos y más tarde los mercedarios; a estas Órdenes religiosas antiguas, llamadas mendicantes por su origen y estilo, se sumarán pasado medio siglo los recién fundados jesuitas. Los franciscanos que llegaron a México para emprender la evangelización pertenecían a la más severa y genuina de las Observancias evangélicas. El humanismo español constituía el ambiente cultural de estos misioneros.

Es conocida la influencia, por ejemplo, de Erasmo de Rotterdam;[7]el mismo Zumárraga había leído sus libros, como lo demuestra la carta que envió el 2 de noviembre de 1547 a fray Francisco del Castillo, provincial de su comunidad en Burgos.[8]Desde este horizonte los evangelizadores trataron, desde sus posibilidades, de crear una nueva humanidad cristiana, singularmente sana y fiel. “La primera generación de misioneros en México, por ejemplo, los obispos Juan de Zumárraga y Vasco de Quiroga, se caracterizaban por el sello del humanismo contemporáneo; Zumárraga estaba influenciado por Erasmo, y Quiroga por Tomás Moro. Esta actitud espiritual fue decisiva en algún modo, y precisamente también en relación con la labor misional”.[9]

La extraordinaria labor evangelizadora que realizaron los misioneros en tierras americanas encuentra en estos altos ideales de reforma y santidad de vida, una de sus principales motivaciones. Son elementos que no podemos dejar de tomar en cuenta al momento de estudiar la labor y los métodos que usaron para lograr la conversión de los indígenas americanos.

Los comienzos de la Evangelización

El primer sacerdote católico que celebró en suelo mexicano fue el secular Juan Díaz, que vino con Grijalva en 1518 y regresó después con Cortés muriendo en tierras mexicanas. También con Cortés vino un mercedario, Bartolomé de Olmedo. Pero el primer contingente numeroso y propiamente misionero fue el llamado de los “doce” apóstoles franciscanos, encabezados por fray Martín de Valencia. Si bien, un año antes habían llegado tres franciscanos, que no eran españoles sino belgas (entonces súbditos del Rey-emperador de España Carlos V): fray Johann van der Auwera, fray Johann Dekkers y el hermano lego, fray Peter van der Moeren (fray Pedro de Gante). Por tanto, los “doce” franciscanos fueron la primera misión consistente, oficial y bien organizada.[10]

Desembarcaron en Veracruz el 13 de mayo de 1524; un poco más de un mes duró su trayecto hasta la Ciudad de México, a donde entraron el 18 de junio, y el 2 de julio realizaron su primer capítulo o asamblea religiosa para organizar la misión. Si bien, en un primer momento se ocuparon de la construcción de los conventos más adecuados, así como de la catequesis, doctrina, administración de Sacramentos y de todo aquello que se refiere a su labor espiritual, también trabajaron como historiadores, etnógrafos, cronistas, para conocer desde el fondo el mundo completo y complejo de sus nuevos dirigidos. Y como dice Mendieta “desde entonces por maravilla pasó año que dejasen de venir algunos religiosos de la orden de los menores”,[11]de los que fueron al menos veinte en 1529. En 1526 llegaron doce dominicos,[12]pero entre muertes y retornos, al final sólo quedaron tres, aunque pronto se sumarían otros con una fuerte personalidad y consistencia; de todos modos el primer contacto efectivo de los indios con la religión de los españoles fue, casi en su totalidad, a través de los hijos de san Francisco.

Cualquier elogio que pueda entonarse de esos primeros apóstoles franciscanos resulta corto ante la realidad: pobres hasta entre los indios pobres, tan abnegados y penitentes como un tlamacazqui, honestos y desinteresados, no escatimaron un ápice de sus fuerzas, exprimidas al límite entre miles de gentes de lenguas diversas, para trabajar por el bien de los indios. Así lo reseña el franciscano fray Gerónimo de Mendieta, testigo de aquella primera experiencia:

“Y para que mejor se entienda el trabajo que en los primeros tiempos tuvieron los predicadores del santo Evangelio en estas partes, puédese cotejar con el de los predicadores de España y de otros reinos de la cristiandad. En España sabemos ser cosa común a los predicadores, cuando predican un sermón, quedar tan sudados y cansados, que han menester mudar luego la ropa y calentarles paños y hacerles otros regalos. Y si a un predicador, (acabado de predicar) le dijesen que cantase una misa, o fuese a confesar un enfermo, o a enterrar un difunto, pensaría que luego le podían abrir a él la sepultura. Pues cierto que el común ordinario de esta tierra era un mismo fraile contar la gente por la mañana, y luego predicarles, y después cantar la misa, y tras esto bautizar los niños, y confesar los enfermos (aunque fuesen muchos), y enterrar si había algún difunto. Y esto duró por más de treinta o cuasi cuarenta años; y el día de hoy en algunas partes se hace. Algunos hubo (y yo los conocí) que predicaban tres sermones uno tras otro en diversas lenguas, y cantaban la misa, y hacían todo lo demás que se ofrecía, antes de comer. Y llegados a la mesa el regalo que tenían era echarse un jarro de agua a pechos, y no beber gota de vino, por guardar la pobreza, a causa de ser en esta tierra el vino costoso. Fraile hubo que sacó en más de diez distintas lenguas la doctrina cristiana, y en ellas predicaba la santa fe católica, discurriendo y enseñando por diversas partes”.[13]

La evangelización que emprendieron estos franciscanos con tanto celo estuvo precedida en general por la conquista por parte de la Corona española. Es un elemento que no puede dejar de tomarse en cuenta. Los misioneros se movían en medio de una población en cierto sentido aturdida y atemorizada por el desmoronamiento repentino y total del sistema político-religioso que había constituido su fundamento durante siglos. Por lo demás los mismos franciscanos, con el apoyo militar y político de los españoles, emprendieron desde el inicio —como parte de su método evangelizador— la extirpación pública de la idolatría. La destrucción de templos e ídolos indígenas fue sistemática. No es difícil imaginar que esto, en una población aún no completamente cristianizada, generaba para los indígenas una experiencia ambivalente, pues veían en los misioneros adversarios declarados de sus tradiciones y, simultáneamente, a verdaderos padres que se entregaban incondicionalmente a ellos. Fue pues un proceso con luces y sombras, pero es un hecho que el don del Evangelio brilló en América gracias a estos entregados misioneros.[14]

Los problemas que se presentaron en los primeros pasos de la evangelización fueron muy complejos. Los mismos misioneros tenían sus límites como cualquier ser humano. Fray Francisco Toral, obispo de Yucatán, escribía por ejemplo algo más tarde: “por faltar letras en algunos de los que allí vinieron al principio, sucedieron grandes inconvenientes, desatinos y escándalos por los excesos que en castigar a los indios ovo”.[15]Mendieta a su vez, recuerda que junto a luminarias como Motolinía, Sahagún, Arnoldo de Bassacio, Juan de Rivas, García de Cisneros, o Juan Foucher, hubo otros que mostraban una falta de preparación,[16]y pide por eso que “los predicadores de los indios han de ser examinados en que sepan la lengua congruamente, y en que tengan mediana noticia de la Sagrada Escriptura; y los que no la tienen, tengan a lo menos bien entendida y platicada la Doctrina cristiana, y no les dejen predicar otra cosa”.[17]

El idioma fue también un problema para los primeros evangelizadores. Se puso mucho empeño en aprender la lengua indígena,[18]lo cual no fue siempre fácil, pero es gracias a estos hombres que hoy en día estos idiomas se conservan.[19]

El exceso de celo de algunos de los neo-conversos es comprensible, como suele suceder en estos casos, y a veces constituyó también una dificultad en algunas circunstancias, como lo vemos en los métodos misioneros de Ixtlilxóchitl: “La reina Tlacoxhuatzin su madre, como era mexicana y algo endurecida en su idolatría, no se quería bautizar y se había ido a un templo de la ciudad con algunos señores. Ixtlilxúchitl fue allá y le rogó que se bautizase, ella le riñó y trató muy mal de palabras diciéndolo que no se quería bautizar, y que era un loco, pues tan presto negaba a sus dioses y ley de sus antepasados. Ixtlilxúchitl viendo la determinación de su madre se enojó mucho y la amenazó que la quemaría viva si no se quería bautizar, diciéndole muchas buenas razones hasta que la convenció y trajo a la iglesia con los demás señores para que se bautizasen, y quemó el templo donde ella estaba y echólo por el suelo”.[20]

Pero son también hermosos los testimonios de coherencia y radicalidad de muchos cristianos, especialmente de algunos jóvenes dispuestos a entregar la propia vida, como testifica con gran edificación Motolinía.[21]Hay que recordar a los tres adolescentes mártires de Tlaxcala, hijos de caciques aliados de Cortés, quienes murieron a manos de sus mismos padres y paisanos por fidelidad a la fe cristiana que habían encontrado hacía poco. Ellos pertenecen a las filas de los numerosos niños catequistas que ayudaron a los frailes en la evangelización desde los comienzos.

La ambigüedad en el comportamiento de algunos conquistadores en ciertos casos, no era compartida en absoluto por los frailes misioneros;[22]ninguno pretendía un sincretismo, ni tratar de atraer a los indios por caminos tortuosos de malentendidos.[23]Explicaron con claridad que Jesucristo no era Quetzalcóatl.[24]Así, los primeros misioneros nunca trataron de manejar nada que llevara a un sincretismo, y junto a la lucha contra la idolatría buscaron siempre evangelizar con la adaptada administración de los sacramentos, con la exposición de una sencilla doctrina y, sobre todo, manifestándoles el supremo amor del Evangelio por medio de su testimonio de vida.

Si bien, por lo general, no se encontró en México resistencia explícita, tampoco se puede decir que no la hubo. Los indios al menos en una ocasión protestaron, asentando su desacuerdo y pidiendo que se oyese a sus tlamatinime, es decir, a sus “sabios”, a los sacerdotes de su antigua ley. A la llegada de los “doce”, Cortés obligó a los Señores indios a asistir a su primera catequesis, que dieron por medio de intérprete. Al finalizar la primera sesión, concluyeron afirmando: “Si vosotros queréis ver y admirar este reino y riquezas de aquel por quien todos vivimos, nuestro Señor Jesucristo, ante todas cosas os es muy necesario despreciar y aborrecer, desechar y abominar y escupir estos que agora tenéis por dioses y adoráis, porque a la verdad no son dioses, sino engañadores y burladores, y también os es muy necesario que os apartéis y desechéis todos los pecados de cualquier manera que sean, porque todos ellos enojan a Jesucristo, y es también menester que os purifiquéis de todas vuestras suciedades, con el agua de Dios.”[25]

Ante eso, pues, uno de los señores se levantó y les explicó que ellos, los gobernantes, no tenían otra autoridad que la militar, judicial y fiscal, que en todo lo que fuera cuestión de doctrina ellos, como todos, se atenían a la palabra de sus tlamatinime, de sus sabios, que se les oyera a ellos.[26]Así se expresaron en aquel famoso diálogo:

“Señores nuestros, muy estimados señores:

Habéis padecido trabajos para llegar a esta tierra,

aquí ante vosotros, os contemplamos, nosotros, gente ignorante [...]

“Por razón de Él (Dios) nos arriesgamos, por eso nos metemos en peligro [...]

“Tal vez a nuestra perdición, tal vez a nuestra destrucción, es a donde seremos llevados [...]

“Vosotros dijisteis que nosotros no conocemos

al Señor del cerca y del junto, a aquel de quien son los cielos y la tierra.

Dijisteis que no eran verdaderos nuestros dioses.

Nueva [falsa] palabra es ésta, la que habláis,

por ella estamos perturbados, por ella estamos molestos,

Porque nuestros progenitores, los que han sido, los que han vivido sobre la tierra,

no solían hablar así [...]

“Era doctrina de nuestros mayores que son los dioses por quien se vive,

los que nos merecieron, (con su sacrificio nos dieron vida) [...]

“Y ahora nosotros ¿destruiremos la antigua regla de vida?

¿La de los chichimecas?¿La de los toltecas?

¿La de los colhuacas? ¿La de los tecpanecas? [...]

“Oid, señores nuestros, no hagáis algo a vuestro pueblo

que le acarree la desgracia, que lo haga perecer [...]

“No podemos estar tranquilos, y ciertamente no creemos aún,

no lo tomamos por verdad, (aún cuando) os ofendamos.

“Aquí están los señores, los que gobiernan, los que llevan, tienen a su cargo

el mundo entero.

Es ya bastante que hayamos perdido, que se nos haya quitado,

que se nos haya impedido nuestro gobierno.

“Si en el mismo lugar permanecemos,

sólo seremos prisioneros. Haced con nosotros lo que queráis”.[27]


Este diálogo expresa el dramatismo de ese primer contacto. Se les pedía a los indígenas que rechazaran como falsas sus tradiciones seculares. El cambio que les pedían equivalía a una traición a la Huehuetlamanitiliztli, “La Antigua Regla de Vida de los Ancianos”. Para entender mejor el drama de ellos, hay que tomar en cuenta que en la mente india la verdad,[28]es lo que tiene raíz, es decir lo sólidamente arraigado, lo estable, lo perenne, y por lo tanto lo nuevo, que es por definición algo “sin raíz”, “sin arraigo”, resulta sinónimo de falso. Asimismo, en la axiología india, lo que al ser humano le confiere genuino valor es “tener raíz”, tener antepasados, y lo que hace moral o inmoral su conducta, es su fidelidad a éstos, a la Huehuetlamanitiliztli.

A esto hay que sumarle el desconcierto del indígena al ver efectivamente la impotencia de sus dioses para defenderse a sí mismos y para liberarlos de los españoles. La vida continuaba y ya no se ofrecían sacrificios rituales. No era cierto que necesitaban de la sangre humana en su lucha contra la Luna y Estrellas. Junto a esto es necesario tener en cuenta la realidad en la que se encontraban. Uno de sus gobernantes españoles lo describía así: “Quién podrá acabar de referir las miserias y trabajos que aquellas más que miserables y malaventuradas gentes pasan y sufren, sin tener socorro ni ayuda humana, perseguidos, afligidos, desamparados, quién y qué hay que no sea contra ellos, quién que no les persiga y aflija, y quién que no les robe y se aproveche de su sudor: y pues que no se puede decir todo, y lo dicho basta para que se entienda la necesidad que hay de remedio, quédese lo infinito que se pudiera referir con verdad, así de lo que he visto y averiguado, como de lo que he oído a personas de crédito. Esta manera de gobierno nunca la tuvieron sus reyes y señores antiguos”.[29]

Hoy se puede ver en las antiguas religiones tradicionales precortesianas un sentido religioso que quizás hubiera podido ayudar a asimilar los contenidos cristianos de Dios.[30] Los mismos evangelizadores eran conscientes de que el pensamiento indígena poseía algunas semejanzas con el cristianismo, pero veían también los obstáculos de tipo afectivo y moral que éste tenía. Sahagún, por ejemplo, en una carta escrita al papa san Pío V el 25 de diciembre de 1570, afirma que más que politeísmo lo que los indígenas profesaban era la creencia en un Dios único, con muchas formas: “Entre los philosophos antiguos unos dixeron qye ningún dios avia y desta opinión fueron muchos: Ximocrates dixo que avia ocho dioses y nomás. Antistenes dixo que avia muchos dioses populares, pero sólo un todo poderoso criador y governador de todas las cosas. Esta opinión o creencia es la que e hallado en toda esta Nueva España. Tienen que ay un Dios que es puro espíritu, todopoderoso, criador y gobernador de todas las cosas [...] A este atribuyan toda sabiduría y hermosura y bienaventuranza”.[31]

Este drama no tenía solución humana aparente e inmediata. La única salvación posible fue el horizonte reconciliador de la “Buena Nueva”, y diez años después de caída la ciudad de Tenochtitlan, cuando ya el asentamiento español estaba sólidamente cimentado, “floreció” lo inesperado, lo que la teología cristiana llama el misterio de la Gracia; en nuestro caso fue lo que nos muestra el Acontecimiento Guadalupano: La Gracia divina, a través de la Madre de Dios, la Virgen María, bajo la advocación de Guadalupe, tomó la iniciativa; la Virgen María se apareció al indio Juan Diego. Dios mismo invitaba al indio y al español a reconocerse hijos en su Hijo, encarnado en el seno de la Inmaculada Virgen María.

Todo el Valle del Anáhuac se estremeció con incrédula dicha:

“Yo me recreaba con el conjunto policromado

de variadas flores de tonacaxóchitl,

que se esparcían, sobrecogidas y milagrosas,

entreabriendo sus corolas

en presencia tuya. Oh Madre nuestra, Santa María.


“Dios te creó, oh Santa María,

entre abundantes flores

y nuevamente te hizo nacer,

pintándote en el obispado”.[32]


El historiador Mariano Cuevas nos ofrece un interesante documento. Se trata de una carta de fray Juan de Zumárraga dirigida a Hernán Cortés en donde, según Cuevas, le transmitiría la alegría de este Acontecimiento. Cuevas asegura que se trata precisamente del traslado de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe a la ermita. Lo transmitimos sin más comentarios de carácter histórico crítico sobre su contenido, junto con el análisis de Cuevas porque expresa en el fondo el problema:

“Ilustre Señor y muy dichoso en todo. Gratias agamus Domino Deo nostro, proponiendo de le servir mucho más de aquí adelante (…) Cristóbal de Salamanca llegó en rompiendo el alba, víspera de la Concepción de la preservada Virgen, en que nos vino la redención (digo yo en fe y fiesta de la Señora Marquesa) para lo cual yo me aparejaba cuanto podía y los trompetas tenía y los detengo; V. S. haya paciencia para mañana y en la farsa que ordenamos. Lo pagaré en la Natividad gozosa de Nuestro Salvador y cuán grandiosa será! luego lo divulgue; y en saliendo el sol anduve mis estaciones de San Francisco primero de la Iglesia Mayor y de Santo Domingo. Señor Obispo de Tlaxcala que predica mañana y ahora entiendo en mi procesión y en escrebir a la Veracruz. No se puede escrebir el gozo de todos. Con Salamanca no hay que escrebir. Al Custodio hice mensajero a Cuernavaca. A Fr. Toribio va ya un indio y todo sea alabar a Dios y hareitos de indios y todos laudent nomen Domini. Víspera de la fiesta de las fiestas.

Diga V. S. a la Señora Marquesa que quiero poner a la Iglesia Mayor título de la Concepción de la Madre de Dios, pues en tal día ha querido Dios y su Madre hacer esta merced a esta tierra que ganastes, y no más ahora. De V. S. Capellán. El electo regocijado”.[33]

El P. Cuevas analiza así este documento: “Esta carta es de 1531. No es de fecha anterior a 1530, porque antes de este año, Cortés no era aún Marqués. No es posterior a 1531, porque Zumárraga en Diciembre 1532 ya no estaba en México y desde 1533 ya no era [obispo] Electo sino Consagrado. Es de aquel año (a) en que Motolinía estaba cerca de México, (se le manda un indio con recado urgente con probabilidad de encontrarle), (b) Cortés y la Marquesa podían venir en 26 de diciembre, puesto que se les espera y exhorta a que tengan paciencia en la procesión, y (c) todos estaban contentos a 24 de diciembre. “No se puede escrebir el gozo de todos”. Es así que esto pasó el año 1531 y no el 1530, luego es la carta de 1531. Se prueba la menor por partes; (a) Motolinía en 1530 andaba por rumbos inciertos, allá en Centro América; (b) Cortés en 1530 tenía real cédula para no entrar a México so graves penas. Se le levantó el año 1531. (c) Medio México estaba muy descontento en 1530 por la llegada de la nueva Audiencia justiciera.

¿Se refería en esta carta Zumárraga a la Aparición? Sí, porque en 1531 y en esa fecha no podemos ni rastrear que hubiera otra merced hecha por María a toda la tierra conquistada por Cortés y en tal forma celebrada y precisamente el 26 de Diciembre, más que la aparición.

¿No se refería a la llegada de los Oidores? No, porque ya hacía un año que habían llegado. No, porque los mentaría o haría alusiones a ellos, como lo hizo cuando realmente vinieron. No, porque ningún Oidor, ni la noticia de su llegada tuvieron conexión con ninguna fiesta de la Inmaculada. No, porque la llegada de hombres desconocidos no era causa para poner título a la Catedral ni para esas muestras de alegría espiritual. De hecho no las dio cuando vinieron.

¿No dice Zumárraga que la gran merced tuvo lugar el 7 de diciembre? Lo que dice es que fue en fiesta de la Inmaculada y fiesta de la Inmaculada en el misal Sevillano (vigente en México) era desde el 8 hasta el 17 de Diciembre, fechas que abarcan las de las Apariciones, sucedidas del 9 al 12.

Si alguno me pregunta: ¿Por qué no describe las Apariciones? Respondo, porque el 24 de Diciembre, fecha de la carta, ya Hernán Cortés se las sabía de memoria. Cortés estaba a unas horas de México. Este volante fue con ocasión de alguna pregunta que Cortés debió hacer a Zumárraga sobre la llegada de Salamanca y la retención de los trompetas.

Lo único de nuevo que le dice Zumárraga respecto a las apariciones, es que «luego divulgó» lo que al escribir a Cortés, en los primeros momentos, pensó tener en secreto.

¿Pruébanse las apariciones con esta carta? Con ella sola, no. Pero quien las tiene probadas por otras razones, (y las tenemos), en esta carta encuentra una confirmación, pues tendrá que conceder que Zumárraga no puede referirse a otra cosa más que a ellas.

¿Cuál es la principal utilidad de esta carta? La de demostrar que Zumárraga tuvo conocimiento y sumo aprecio de la gran merced. Con esto se embota completamente el «argumento del silencio» por lo que hace a Zumárraga referente a la Aparición, pues ya no puede deducirse de él que fue porque ignoró o despreció la Aparición. El argumento del silencio vale únicamente cuando el silencio supone ignorancia o desprecio de la noticia.

¿No es esta carta dudosa, pues tanto la han atacado? No. Si los ataques hicieran dudosas a las historias, ninguna sería tan dudosa como el Santo Evangelio que tantos ataques ha sufrido”.[34]

NOTAS:

  1. III CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO (Puebla 28.1.-13. 2.1979), La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina, Documentos de Puebla (Ed. CELAM Lima 1979), nn. 409-412,445-446,457; Mensaje del CELAM publicado en julio de 1984; Insegnamenti di Giovanni Paolo II, (Ed. Vaticana) VI/1 690699,857-860,863-864,885-897. Sobre el carácter de la conquista española: R. GROUSSET, Bilan de l'histoire, (Librairie Plon Paris 1946).
  2. BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO, Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, Madrid 1947, c. CLXXI. JERÓNIMO DE MENDIETA, Historia Eclesiástica Indiana, Libro III, México 1971, c. XII. Fray Toribio de Benavente, (Motolinía) había nacido en Benavente (Zamora-España) a finales del siglo XV. Profesa en la provincia franciscana de Santiago, pasa luego como los demás “Doce Apóstoles” de México a la recolección o reforma de los observantes franciscanos de vida más estricta. Los frailes habían dejado España el 25.1.1524 y tocaron tierra mexicana el 13.5.1524. Motolinía fue elegido guardián de al menos unos 10 conventos franciscanos en México; visita Guatemala (1529 y 1533, 1543); asiste a la fundación de Puebla (1531); fue provincial de México (1548); en 1555 escribe una carta al emperador Carlos V, que será célebre por su juicio dramático sobre la conquista. Muere el 9.8.1569 en el convento de San Francisco de México. TORIBIO DE BENAVENTE MOTOLINÍA, Historia de los Indios de la Nueva España, México 1973; Congreso Franciscanos Extremeños en el Nuevo Mundo, Actas y Estudios, Monasterio de Guadalupe-España 1986.
  3. MENDIETA, Historia Eclesiástica, Libro III c. I; HERNÁN CORTÉS, Cartas de la Relación, Madrid 1932, pp. 121-122. La misma petición de misioneros de la observancia la tenemos en testimonios de Bernal Díaz del Castillo y en Gerónimo Mendieta. La bula “Alias felicis” del 25.4.1521 de León X, y sobre todo la bula Omnimoda de Adriano VI (o el documento llamado “Exponi nobis nuper fecisti” de Adriano VI del 10. 5 .1522) habían concedido amplias facultades a los misioneros mendicantes. Pocos días después de su llegada celebran con Cortés la junta apostólica sobre el método evangelizador: MOTOLINÍA, Historia, p. 13. FERNANDO DE ALVA IXTLILXÓCHITL, Compendio del reino de Texcoco, en: Obras Históricas, t. I, México 1985, p. 491, nos describe, la llegada de los “Doce Apóstoles” a Tetzcoco o Texcoco el 12.6.1524, la emoción de los indios y el gran número de bautismos.
  4. Su primer obispo fue el dominico fray Julián Garcés (1527), que tendrá un papel importante en la provocación de la bula “Sublimis Deus” (o “Veritas ipsa”) de Paulo III. La sede será luego trasladada a Puebla de los Angeles en 1539. Diccionario de Historia Eclesiástica de España, III 1456-1457.
  5. CUARTA CONFERENCIA DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO, Santo Domingo, Octubre 12-28 de 1992, n. 18, en CELAM, Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, Santafé de Bogotá 1994.
  6. TERCERA CONFERENCIA DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO, Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, Santafé de Bogotá 1994, Puebla, 27 de enero - 13 de febrero de 1979, n. 445. El texto cita un discurso de Juan Pablo II en este sentido, pronunciado en Zapopan (México), en aquella ocasión. En el número 444 afirman los obispos: "La religión del pueblo latinoamericano, en su forma cultural más característica, es expresión de la fe católica. Es un catolicismo popular", ibidem.
  7. Cfr. MARCEL BATAILLON, Erasmo y España, Ed. FCE, México 1982.
  8. Carta de fray Juan de Zumárraga a fray Francisco del Castillo, provincial de Burgos, México a 2 de noviembre de 1547, AGI, S. Justicia, legajo 1011, f. 35v.
  9. JOHANNES BECKMANN, La propagación de la fe y el absolutismo europeo, en HUBERT JEDIN, Manual de Historia de la Iglesia, Ed. Herder, Barcelona 1992, T. VI, ps. 391-392. Una idea semejante la expresa Eugenio Ímaz: “Los primeros años de la conquista conocieron en Nueva España el verdadero humanismo, el de raíces humanas y humanistas. Zumárraga y Quiroga manejaron un ejemplar de la Utopía (Basilea, 1518) que lleva anotaciones platónicas al margen”. EUGENIO ÍMAZ, Topía y Utopía, estudio preliminar en Utopías del Renacimiento. Tomás Moro: Utopía, Tomaso Campanella: La Ciudad del Sol, Francis Bacon: Nueva Atlántida, Ed. FCE (= Col. Popular N° 121), México 111995, p. 17. Ver también, PEGGY K. LISS, Orígenes de la nacionalidad mexicana, 1521-1556. La formación de una nueva sociedad, Ed. FCE, México 1986, ps. 164-165.
  10. Los “doce” primeros franciscanos fueron: fray Martín de Valencia, fray Francisco de Soto, fray Martín de la Coruña o de Jesús, fray Juan Suárez o Juárez, fray Antonio de Ciudad Rodrigo, fray Toribio de Benavente (llamado Motolinía), fray García Cisneros, fray Luis de Fuensalida, fray Juan de Rivas, fray Francisco Jiménez; y dos hermanos legos, fray Andrés de Córdoba y fray Juan de Palos.
  11. FRAY GERÓNIMO DE MENDIETA, Historia Eclesiástica, o. c., p. 248.
  12. Los dominicos llegaron a la Nueva España en julio de 1526, también venían en el simbólico número de “doce”; unos habían realizado el largo viaje desde España: el vicario o superior, fray Tomás Ortiz, fray Vicente de Santa Ana, fray Diego de Sotomayor, fray Pedro de Santa María, fray Justo de Santo Domingo, fray Pedro de Zambrano, el diácono fray Gonzalo Lucero y el lego fray Bartolomé de la Calzadilla; otros venían de la Isla de La Española: fray Domingo de Betancourt, fray Diego Ramírez, fray Alonso de las Vírgenes y el novicio fray Vicente de las Casas. Desgraciadamente cinco murieron antes de un año y cuatro regresaron a España antes de que terminara ese año de 1526. Así que en este primer año apenas permanecieron tres: fray Domingo de Betancourt, el diácono fray Gonzalo Lucero y el novicio fray Vicente de las Casas. Cfr. MARIANO CUEVAS, Historia de la Iglesia, o. c., T. I, ps. 213-225.
  13. Ibíd., p. 249.
  14. El don del Evangelio fue un hecho como lo expresa Juan Pablo II: “La grandeza del acontecimiento de la Encarnación y la gratitud por el don del primer anuncio del Evangelio en América invitan a responder a Cristo con una conversión personal más decidida y, al mismo tiempo, estimulan a una fidelidad evangélica cada vez más generosa.” JUAN PABLO II, Ecclesia in America, Ed. Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 1999, p. 44.
  15. Carta de Fray Francisco de Toral, Obispo de Yucatán, al rey Don Felipe II, en Códice Franciscano Siglo XVI, Ed. Chávez Hayhoe, México 1941, p. 236.
  16. Cfr. FRAY GERÓNIMO DE MENDIETA, Historia Eclesiástica, o. c., pp. 571-728.
  17. Códice Mendieta, Documentos, o. c., T. I, p. 75.
  18. Fray Diego Durán amonestaba: “debían los que tratan con ellos y de su conversión procurar de saber muy bien la lengua y entenderlos, si pretenden hacer algún fruto [...] Y no se contenten con decir que ya saben un poco de la lengua para confesar y que aquello les basta, lo cual es error intolerable [...] Y no tengan los prelados tanto error en decir que ya sabe lengua el ministro para confesar un enfermo, que bien le pueden fiar el sacramento [...] Miren, por amor de Cristo crucificado, cómo se encargan de este negocio tan importante que no basta ser uno lengua como quiera, pues querrá predicarles y declararles los misterios de la fe y predicará error y mentira [...] con vocablos tan groseros y toscos, que los indios, demás de reírse y hacer burla, y escarnio de ellos, no los entienden, ni saben lo que quieren decir.” FRAY DIEGO DURÁN, Historia de las Indias, o. c., T. I, ps. 92-93.
  19. “Fr. Alonso de Molina [...] es la mejor lengua mexicana que hay entre españoles [...] y otro que se llama Fr. Bernardino de Sahagún, son los que pueden volver perfectamente cualquier cosa en la lengua mexicana y escribir en ella [...] ambos son ya viejos [...] ninguno calará tanto los secretos y propiedad de la dicha lengua cuanto estos dos que la sacaron del natural hablar de los viejos, y los mozos ya comienzan a barbarizar en ella.”: Códice Franciscano, o. c., p. c., pp. 60-61.
  20. FERNANDO DE ALVA IXTLILXÓCHITL, Obras Históricas, o. c., T. I, p. 492.
  21. Cfr. MOTOLINÍA, FRAY TORIBIO, Historia, o. c., ps. 174-181.
  22. “A los españoles llamaron tetehuv [teteu] que quiere decir dioses, y los españoles corrompiendo el vocablo decían teules, el cual nombre les duró más de tres años, hasta que dimos a entender a los indios que no había más que un solo Dios, y que a los españoles que los llamasen cristianos, de lo cual algunos españoles necios se agraviaron, y indignados contra nosotros decían que les quitábamos su nombre, y esto muy en forma”. Ibid., p. 171.
  23. En la primera Junta Apostólica que se llevó a cabo en la Nueva España, en 1524, entre los frailes franciscanos era clara una idea, la cual mantuvieron siempre con estricta observancia, “buscando desarraigar la idolatría, y plantar la fe católica”. FRANCISCO ANTONIO LORENZANA, Concilios Provinciales, Imprenta del Superior Gobierno del Br. D. José de Hogal, México 1769, p. A3.
  24. “Llamaron (vuestros padres) dios a Quetzalcóatl, el cual fue hombre mortal y corruptible que, aunque tuvo alguna apariencia de virtud, según ellos dijeron, pero fue gran nigromántico, amigo de los diablos y por tanto amigo y muy familiar de ellos, digno de gran confusión y de eterno tormento y no de que lo festejasen como a dios, y le adorasen como tal; erraron grandemente vuestros antepasados en la adoración de este pobre hombre mortal y corruptible, y dijeron de él muchas y muy grandes mentiras, como en su historia está claro; lo que dijeron vuestros antepasados que Quetzalcóatl fue a Tlapallan y ha de volver y lo esperáis es mentira, que sabemos que murió y su cuerpo está echo tierra y su ánima nuestro Señor Dios la echó en los infiernos; allá está en perpetuos tormentos.”: FRAY BERNARDINO DE SAHAGÚN, Historia General, o. c., p. 62.
  25. Los diálogos de 1524 según el texto de fray Bernardino de Sahagún y sus colaboradores indígenas, edición facsimilar del manuscrito original, versión del Náhuatl, estudio y notas de MIGUEL LEÓN-PORTILLA, Ed. UNAM, Fundación de Investigaciones Sociales, México 1986, p. 85. Esto también es muy importante con respecto a la argumentación de algunos antiaparicionistas de que la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe fue un invento para que ambiguamente los indios, disfrazaran un culto a Tonantzin, o solamente para que la imagen de María de Guadalupe tuviera éxito poniéndola astutamente, y pudiera ser aceptada, venerada y pacificara a los indígenas. Ya que, quien sabe como se encontraba la mentalidad de los españoles y en especial de los frailes; quienes gracias a Jesucristo habían recuperado su nación y por Él caminaban en esta gran misión no podían directamente prestarse a ambigüedades o malos entendidos; por lo que nunca iban a promover un culto que no fuera el ortodoxo.
  26. “Demás de esto sabed, Señores nuestros, que tenemos sacerdotes que nos rigen y adiestran en la cultura y servicio de nuestros dioses; ay también otros muchos, que tienen diuersos nombres, que entienden en el servicio de los templos de noche y de día, que son sabios y hábiles, ansí cerca de la revolución y curso de los cielos como cerca de nuestras costumbres antiguas, tienen los libros de nuestras antiguallas en que estudian y ojean de noche y de día; estos nos guían y adiestran en la cuenta de los años, días y meses y fiestas de nuestros dioses, que de veinte en veinte días se festejan. Estos mismos tienen cargos de las historias de nuestros dioses y de la doctrina tocante a su servicio; porque nosotros no tenemos cargo sino de las cosas de la guerra y de los tributos y de la justicia. Juntaremos a los ya dichos y dezirlos emos lo que emos oydo de las palabras de Dios; ellos es bien que respondan y contradigan pues que saben y les compete de oficio [...] Como los Sátrapas y los Sacerdotes de los ydolos vieron entendido el razonamiento y plática de los doze, turbáronse en gran manera y cayóles gran tristeza y temor y no respondieron nada; de ay a un raro tornaron a hablar y concertaron entre todos de ir al día siguiente todos a ver, oír y hablar a los doze”: Los diálogos de 1524, o. c., p. 86.
  27. WALTER LEHMAN, Sterbende Gotten und Christliche Heilbotschaft, Stuttgart 1945, en MIGUEL LEÓN-PORTILLA, La Filosofía Náhuatl estudiada en sus Fuentes, Ed. UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México 41974, ps. 130-133.
  28. En náhuatl, nelliliztli significa literalmente “arraigamiento”.
  29. ALONSO DE ZORITA, Breve relación, o. c., p. 167.
  30. Cfr. MIGUEL LEÓN-PORTILLA, La Filosofía Náhuatl estudiada en sus Fuentes, Ed. UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México 41974. Especialmente interesante es el análisis de algunos de los nombres de la divinidad indígena como Ometéoltl, Ipalnemohuani, Moyocoyani Teyocoyani, Tloque Nahuaque e Ilhuicahua Tlaltipaque Mictlane, nombres que manifiestan una sorprendente profundidad filosófica.
  31. Carta de fray Bernardino de Sahagún al papa Pío V. México a 25 de diciembre de 1570, ASV, A.A. Arm. I - XVIII, 1816, Cartaceo, f. 3r-3v.
  32. Canto atribuido a Francisco Plácido, Señor de Atzcapotzalco, en MARIANO CUEVAS, Album Histórico Guadalupano del IV Centenario, Ed. Tip. Salesiana, México 1930, p. 24. También: El Pregón del Atabal, en ERNESTO DE LA TORRE VILLAR Y RAMIRO NAVARRO DE ANDA, Testimonios Históricos, o. c., p. 23.
  33. Actualmente este documento está perdido, pero consta que estuvo en el AGI, Estante 31, cajón 6, en legajo 3. Lo publica en fotografía MARIANO CUEVAS, Álbum Histórico Guadalupano, Ed. Escuela Tipográfica Salesiana, México 1930, pp. 32-39. También en su Historia de la Iglesia, o. c., T. I, p. 283. Y hace un estudio sobre el mismo en su obra: Notable Documento Guadalupano, Ed. Comité General de la A.C.J.M. (= Col. Estudios Históricos, Serie C, N° 1), México 1919.
  34. MARIANO CUEVAS, Historia de la Iglesia, o. c., T. I, pp. 282-283.


FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ