EVANGELIZACIÓN: aportes de los Agustinos en Filipinas y Perú

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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La Evangelización de Filipinas

Un fruto notable del cristianismo americano y agustiniano fue la evangelización de las Islas Filipinas. Aprovechando los conocimientos náuticos de Andrés de Urdaneta, quien había participado en la armada del comendador Jofre de Loaysa,[1]dado que se había hecho agustino, profesando en México el 20 de marzo de 1553,[2]Felipe II le ordena por carta datada en Valladolid el 24 de septiembre de 1559, que de acuerdo a instrucciones que tiene el virrey Don Luis de Velasco, se apreste a ir en esa armada,[3]a lo cual responde Urdaneta el 28 de mayo de 1560, aceptando la encomienda.[4]Con tal motivo se preparó la armada confiada a Don Miguel López de Legaspi, cofrade mayor de la cofradía del Santísimo Nombre de Jesús, sita en el convento agustino de México.

El Definitorio Provincial reunido en Culhuacán el 9 de febrero de 1564, nombra a Fr. Andrés de Urdaneta como prior, Fr. Diego de Herrera, Fr. Andrés de Aguirre, Fr. Martín de Rada y Fr. Lorenzo de San Esteban sacerdotes, y al hermano Fr. Diego de Torres, como la primera comunidad Filipina.[5]El viaje no lo hará Fr. Lorenzo, que murió en el puerto de la Navidad, de donde salieron el 21 de noviembre de 1564.[6]E18 de mayo de 1565 se funda la ciudad de Cebú y con ella el primer convento agustino, teniendo como patrón la imagen del Niño Jesús encontrada entre las casas abandonadas por los naturales.[7]

Dejando en las Islas como superior a Fr. Diego de Herrera, emprendió Urdaneta acompañado por Fr. Andrés de Aguirre, el tan ansiado retorno que hasta entonces había fracasado, el 1 de junio, descubriéndole al pacífico sus secretos el 30 de octubre de 1565, cuando ancló en el puerto de Acapulco.[8]Mientras Urdaneta emprendía el regreso, el resto de sus compañeros iniciaba la evangelización de las Islas, siendo clave su presencia en el trato y contrato que tuvieron los primeros colonizadores con los nativos, actuando inspirados por las ideas Veracrucianas sobre los títulos de ocupación.[9]

Sirva de ejemplo la carta del virrey Don Martín Enríquez, 24 de marzo de 1574, informa que estaba enviando 150 soldados a las Filipinas, «Esta jornada tiene aquí mal nombre por la ruyn orden de allá como tengo escrito a Vuestra Magestad, y apretaron tanto los Frayles que me pu-sieron en punto que pecava mortalmente en embiar soldados y obedecer en esto a Vuestra Magestad ».[10]

Los Agustinos en el Reino Peruano

Tras la experiencia Novohispana, se abrió el trabajo apostólico en el imperio Incaico, donde los agustinos llegaron bastante tarde, si los comparamos con las otras Órdenes, como Dominicos, Franciscanos y Mercedarios, que iniciaron su labor en los primeros años de la década de los treintas.[11]Será a mediados de los cuarenta cuando comiencen los trámites, tras una intervención directa del emperador Carlos, quien solicita en 1546 al Prior General el envío de misioneros al Perú. En esta forma Fr. Jerónimo Seripando ordena al Provincial de Castilla dar cumplimiento a la regia petición, enviando éste por lo pronto a Fr. Agustín de la Santísima Trinidad, 1547, para que fuera preparando el terreno a la primera barcada. Este fraile encontró en Don Hernán González de la Torre y Doña Juana de Cepeda, los bienhechores que le permitieron preparar casa a sus hermanos.

El plan original era enviar algunos frailes desde España, y otros ya con experiencia misional, desde Nueva España. De los 20 o 25 proyectados solo doce serán los escogidos, a quienes se les agregarán dos de México, quienes acompañaban al nuevo Virrey Don Antonio de Mendoza.[12]La primera cédula que ordena a los oficiales de la Casa de Contratación que procedan a organizar la expedición es del 19 de marzo y la última del 22 de abril de 1550. Partieron en la armada del general Sancho de Viedma, llegaron a Panamá a principios de octubre, allí se juntaron con los que procedían de México.

El viaje se complicó tanto que debieron utilizar tres barcos; los primeros partieron a fines de 1550 y el resto hasta febrero de 1551.[13]Estos primeros doce fueron: Fr. Andrés de Salazar, elegido prior, Fr. Jerónimo Meléndez, Fr. Antonio Lozano, Fr. Juan de San Pedro, Fr. Diego Palomino, Fr. Andrés de Ortega, Fr. Pedro de Cepeda, Fr. Baltasar Melgarejo, Fr. Juan del Canto, Fr. Juan Chamorro, Fr. Francisco de Frías y Fr. Juan Ramírez, a los cuales se añadie¬ron procedentes de México Fr. Juan Estacio y Fr. Juan de la Magdalena, llegado a Lima en la cuaresma de 1551, en donde el 19 de septiembre hicieron capítulo, resultando elegido superior Fr. Juan Adriano.[14]

Rutas Misionales

Los primeros intentos misioneros los abandonaron cuando estalló la rebelión de Hernández Girón, pero en cuanto regresó la paz, iniciaron su tarea en dirección norte fundando la misión de Huamachuco, que en 1554 se convertirá en convento. Se extiende el territorio con Laymobamba en Chapapoyas, Chota y Cutervo. En 1560 se funda convento en Trujillo, que será el centro de todas las doctrinas de esta zona desarrolladas en Huamachuco, Chapapoyas, Conchucos y Guambos. Se distingue aquí la fundación de Guadalupe, 1563, significativo santuario mariano. Una segunda ruta se inicia en 1559, que se centra en la capital Incaica, Cusco, abarcando una serie de doctrinas como Vilcabamba, Abancay y Cotabambas. En el mismo año llegan al Alto Perú, Bolivia, con tres misiones: Paria, Toledo y Capinota, quedando esta zona plenamente conformada con Sucre, Charcas y La Paz en 1562, Cochabamba 1579, Potosí 1584 y Tarija 1588, fundando en 1589 el célebre santuario mariano de Copacabana.

Cada uno de estos conventos tendrán sus respectivas doctrinas. Para estas fechas ya habían comenzado a establecerse en el territorio de lo que hoy es Ecuador: 1573 Quito, 1576 Cuenca, 1579 Latacunga, 1583 Loja, 1588 Guayaquil. Asimismo se habían aventurado en la sabana Neogranadina: 1575 Bogotá, 1578 Tunja, Popayán y Cali. Todos estos conventos como casa matriz de múltiples doctrinas. Finalmente en 1595 llegan a Chile fundando en Santiago y La Serena. A finales del siglo XVI, los agustinos se habían extendido por todo Sudamérica desde Cartagena de Indias en Colombia hasta Concepción en Chile, es decir, a lo largo de 9.905 kilómetros, más las distancias entre las doctrinas. Se habían formado a la fecha las Provincias de Nuestra Señora de Gracia del Perú, San Miguel de Quito 1573,[15]y Nuestra Señora de Gracia de Nueva Granada en 1597, aunque la separación no se ejecutó hasta 1601.[16]

Haciendo un resumen, para el 1 de abril de 1612, según la relación del virrey Marqués de Montesclaros, tendríamos 44 conventos, 38 doctrinas, 546 frailes y 75.100 pesos de rentas, excluyendo en estas cifras las correspondientes a la Provincia de Nueva Granada.[17]

A diferencia de sus hermanos Novohispanos, los Peruanos procuran desde fechas muy tempranas introducir en aquel reino la vida religiosa femenina, fundando el 25 de marzo de 1558 en Lima, el convento de la Encarnación, primero en su tipo del virreinato. En 1567 surge el segundo en honor de Nuestra Señora de los Remedios en Chuquisaca, La Plata.[18]

Preparación del Misionero

También aquí llegaron dispuestos a transformar su visión y práctica de vida, pro¬cediendo con espíritu recoleto, utilizando desde el vestido de jerga gruesa con la que confeccionaban sus hábitos estrechos y pesados, o como dice Calancha: «mortaja en lo aparente; cilicio para la salud; solo era acomodado en el precio».[19]La comida en igualdad de circunstancias, se admira el cronista de las cantidades encontradas en los libros de gasto referentes a los alimentos, quizás por las ayudas en especie que reci¬bían de sus bienhechores, solo que al año siguiente de su arribo cuando ya eran vein¬te frailes, gastaron 71 pesos en todo el año, «que parece propio lenguaje de Anacore¬tas del yermo, que gastavan poco, porque comían menos», reducían mucho los gastos por los tres días de ayuno semanal, que muchos hacían a pan y agua, y el que la cena fuera medio pan con algún plato de verduras o legumbres.[20]

Llevaban un horario, que quizás pudieron realizarlo mientras no se dedicaron al apostolado, porque no se nota en él algún hueco para el trabajo pastoral, ocupando todo su tiempo, tanto de día co¬mo de noche, a la oración, con ligeras interrupciones para la comida, y entre 5 y 6 horas dedicadas al descanso.[21]Reservaban amplios espacios a lo que llamaban la con-templación y disciplinas, con tres días de obligación: lunes, miércoles y viernes. El capítulo de culpis, que se transformaba en confesión pública de pequeños descuidos y terminaban el día con la «Benedicta».[22]

Todos utilizaban cilicios para procurarle respi¬ros a la carne, con penitencias privadas, no desechando las públicas. Las celdas prác¬ticamente desamuebladas, pues una tabla la hacía de cama con dos mantas encima, un trozo de jerga como almohada, una tabla pegada a la pared servía para los libros y como escritorio, una cruz y como adorno una calavera, aunque bien poco debían ocupar este recinto por el horario. En sus viajes apostólicos caminaban solo a pie.[23]Todas estas costumbres se legitimaron en el primer capítulo ya citado, a las que aña-dieron disposiciones de carácter utópico para la vida pastoral que iban a emprender, como el que en las doctrinas no pudiera haber menos de cuatro frailes, y que no pu¬dieran salir sino de dos en dos, sin poderse quedar nunca uno solo.[24]

Estas medidas tuvieron que cambiarlas en el segundo capítulo celebrado el 21 de abril de 1554, quitando los hábitos de jerga, conformándose al material utilizado por las otras Órdenes, porque no había posibilidad de conseguir tal tela. Igualmente se conforma¬ban para que pudieran estar en los pueblos de indígenas menos de cuatro hermanos y finalmente acuerdan quitar la decisión que traían de vivir sin rentas, «como se ad¬quieran onestamente, por quanto esto es más conveniente al decoro, clausura i onestidad de nuestra Orden en este Reyno, como nos lo a enseñado la esperiencia», se conformaban con las demás Órdenes, pero a la vez obedecían los mandatos del Pro¬vincial de Castilla, Fr. Francisco Serrano.[25]

Planificación de la Misión

Con los medios ascéticos antes citados se van a lanzar a la evangelización, des¬pués de iniciarse en el aprendizaje de las lenguas indígenas. Para ello se imponen unas normas, que son a la vez disciplinarias y programáticas. En primer lugar el testi¬monio de vida, como el mejor medio de apoyo para la predicación, que quienes se fueran a convertir no vieran en los frailes los vicios que querían extirpar. Toda esta labor la harían a semejanza de Cristo, debiendo padecerla movidos por el amor, su¬friendo con este carácter todas las penalidades. Dado que el interés humano no debía regir sus actos, no debían recibir de los indígenas nada por sus servicios, ni se de¬bían prevenir con alimento, haciéndoles notar con esto que su interés era completa¬mente diferente al de los otros españoles, no buscando las riquezas materiales, «sino introducir la Fe y las virtudes en sus ánimas como ministros de Cristo». Tampoco debían recibir, ni del Rey, ni de los encomenderos un solo real como estipendio, úni¬camente lo que fuera absolutamente indispensable para su pobre vestido y penitente comida, esto sin duda les daba libertad de acción, pues sus necesidades más apremiantes eran cubiertas desde los conventos de Lima o Huamachuco. Si recibie¬ran alguna limosna, en veinticuatro horas debían distribuirla a los pobres o darla al superior.

Debían atraerse las voluntades de los indígenas con paciencia y amor, sin postu¬ras rigoristas, ni enojos, acomodándose a su capacidad, aunque esto les llevara a su¬frir su ignorancia, porque habían ido a servir y su programa de acción sería, más que utilizar al indígena, promoverlo para su propio beneficio, edificarles iglesias, fundar¬les hospitales, procurando ser ellos mismos sus enfermeros, ser instrumentos de paz en sus contiendas y verdaderos padres que los protegieran. Esta tarea debía tener dos corrientes, una «industriándolos en la ley de Dios» y la otra industriándolos «en toda Cristiana Policía».[26]

Esta doble formación debía ser «en materias que no los enso¬berveciese, i en virtudes morales que los onrase», debiendo ponerles escuelas donde aprendieran a leer, escribir y contar, así como talleres de oficios donde se capacitaran en las nuevas técnicas y donde pudieran tener suficientes entradas económicas, «para que medrasen caudales con trabajos onestos, siendo pintores, carpinteros, sastres, plateros i los otros artes a que se acomodasen sus abilidades, i fuesen de importancia para sus pueblos». La doctrina debía ser impartida por los frailes mismos mañana y tarde, para que les hicieran entender el error de sus idolatrías y la verdad del cristia¬nismo. Debían instruirlos en el culto, sobre todo a través del «canto llano i canto de organo», como medio eficaz, «para que lo autorizado del culto, siendo ministros ellos, engendrasen en los demas, tanto respeto, amor i devocion, asi a las fiestas i mis¬terios de la iglesia, como aborrecimiento a sus fiestas, ritos i ceremonias Gentilicas», procurando así extirpar «cualquier asomo de Gentilidad». Para realizar todo esto de¬bían buscar a los indígenas en sus sierras, montañas y cordilleras, cuevas, lagunas y escondrijos, «sin huir del trabajo, rigores del tiempo, descomodidades ni persecucio¬nes», porque se les prometía la gloria, «i que mientras ellos peleasen en estas con¬quistas, los Conventos les ayudarían con penitencias i oraciones».[27]

La Promoción Humana y la Evangelización Cristiana

Conforme a este programa comenzaron a actuar en la primera misión de Hua¬machuco, que al decir de Calancha, será el prototipo que después se tratará de imitar en las demás. El inicio fue el normal, buscar a los indígenas en sus habitáculos, pero a la vez una sistemática destrucción de todos los elementos visibles de la religión antigua, que no en balde es la parte medular de la «Relación de la Religión y Ritos del Perú», cier¬to que aprovechaban las ofrendas, no solo para los pobres, sino incluso en las iglesias que se veían engalanadas en sus doseles y palios con las ricas telas que se habían do¬nado a las distintas Huacas. El prototipo del misionero celoso en el descubrimiento y destrucción de estos centros de culto será Fr. Juan Ramírez.[28]

En cuanto a la promoción humana, comenzaron a fundar pueblos poniéndoles nombres de las advocaciones marianas o de santos de la Orden, siguiendo en orden apóstoles y arcángeles. En cada pueblo surgieron estancias de ganado menor, tanto para el pueblo como para las iglesias y cofradías, con lo que «se consiguen santos efetos, se adorna el culto, se celebran las fiestas, i se curan los enfermos», sobre todo esto último, porque fundaron hospitales donde los indígenas podían curar sus enfer¬mos, donde se les podía atender mejor, aunque hace constatar Calancha que no nece¬sitaban mucho, y que aun cuando se pagaba un médico que anduviera visitando a lo largo del año los distintos hospitales, los remedios indígenas superaban en efectivi¬dad las drogas de las boticas, a pesar de lo cual cada centro tenía surtida su farmacia. Estas mismas estancias proporcionaban la carne con la cual se daba semanalmente a pobres, viejos y enfermos una ración, se podían organizar en las fiestas comidas abundantes para los pobres, e incluso se ayudaba con esto a los pueblos a pagar sus tributos.

Asimismo introdujeron nuevos hábitos en los indígenas, procurando que estos durmieran sobre «barbacoas», es decir, sobre pequeños lechos de tablas o varas y no en el suelo como solían hacerlo, los indujeron a que se vistieran mejor, con más ropa, no solo por el clima, sino también para que imitaran a los españoles, igual fin se propusieron en la comida y en la conversación.[29]En cuanto a la evangelización, como medida precautoria cabe señalar, que una vez fundados los pueblos, para evitar que los indígenas con pretexto de trabajo u otros motivos, acudieran a sus antiguos adoratorios o entierros de sus antepasados, prohibieron los frailes que salieran del pueblo sin su permiso. Asimismo se prohibió bajo excomunión que algún fraile se aprovechara de los indígenas haciendo algún trato o contrato con ellos para evitar faltas a la regla, pero también para que el minis¬tro fuera un verdadero ejemplo, ya que dio muy buen resultado poner un ministro en cada pueblo para que estuviera pendiente de la situación.[30]

Aunque en este proceso no todo fueron logros, sin embargo, nuestros frai¬les no atribuyen sus fracasos a la incapacidad de los indígenas, sino más bien al am¬biente de los propios españoles, que les impedía llegar al fondo del alma y de la con¬cepción indígena de la vida.[31]Se darán también cuenta que necesitaban ponerse en sintonía con sus feligreses, y que en este proceso serían sus actitudes de abnegación, pobreza, etc., las que les abrirían las puertas, más que sus sermones, solo así lograrían la transformación del neófito indígena.[32]


La Devoción Mariana

Una marcada diferencia entre los agustinos Peruanos y los Novohispanos será el culto mariano que los primeros propagaron ardientemente en el cono sur del conti¬nente, lo que hace exclamar a Calancha: «Bendita seas Virgen onradora de frayles Augustinos, que como si lo merecieran los Ángeles nos as escogido en todo este Perú por tus sacristanes,.... Quisiste comensar en Pacasmayo, escogístenos en Copacavana, onrástenos en Pucarani».[33]

Dos son las principales advocaciones: Nuestra Señora de Guadalupe en Pacas¬mayo, y Nuestra Señora de la Candelaria en Copacabana. La primera tuvo su origen en el encomendero de Pacasmayo Don Francisco Pérez Lescano, quien hizo voto a la Virgen de Guadalupe de Extremadura, de llevar una réplica de su imagen al Perú, si le ayudaba a superar la condena a muerte que le había impuesto su enemigo el corre¬gidor de Trujillo, Don Jerónimo Benel. Cumplió con su promesa una vez obtenido el beneficio, y en el año de 1562 avisó al prior de Trujillo, Fr. Juan de San Pedro y éste a su vez al Provincial, quien comisionó a Fr. Luis López para que recibiera la imagen, tomando posesión de la misma con un solar para edificar iglesia y convento, a mediados de 1563. Comenzó a tener fama por los milagros que hacía, más cuando en 1568 el virrey Toledo, que llegaba al Perú estuvo a punto de naufragar, en agradeci¬miento a su ayuda la nombró Protectora de la Armada del Perú. Su fama cubrió toda Sudamérica, haciendo de su fiesta una de las ferias más importantes, llegando así a ser uno de los santuarios marianos más famosos del sur.

Copacabana, en la península del mismo nombre en e1lago Titicaca, era uno de los santuarios más connotados de la religión Inca, por ser el origen mítico de los pri¬meros padres Manco Cápac y Mama Ocllo. Es una escultura hecha por Titu Yupan¬qui, nativo del lugar y de sangre real, quien pretendía que Nuestra Señora sirviera de unión entre su dividido pueblo. El 2 de febrero de 1583 fue recibida la imagen por el párroco del lugar, Antonio Montara. Por cédula del 7 de enero de 1588, y a pro¬puesta del Virrey y Audiencia, se encargaba a los agustinos todas las doctrinas de ese centro, tomando posesión e116 de enero de 1589. Con éstos el culto tomó tal intensi¬dad que llegó a ser el santuario más importante de América del Sur en la época colo¬nial, extendiéndose incluso fuera del continente: basten como ejemplo la iglesia que se le dedicó en Madrid en 1652, y el auto sacramental que le dedicó el gran dramatur¬go Don Pedro Calderón de la Barca, «La Aurora de Copacabana».[34]

La Defensa del indígena

No podemos cerrar este trabajo sin tocar este tema, en el que no fueron ajenos los agustinos; baste ahora como ejemplo dos figuras de las muchas que podríamos ci¬tar. La columna central es sin duda Fr. Alonso de la Veracruz y su obra fundamental «De dominio infidelium et iusto bello».[35]En ella acepta la conquista como una situación dada, que justifica por la antropofagia y los sacrificios humanos, ya que de acuerdo a la Escritura, ninguno tiene derecho sobre su propia vida, por lo que no se necesita la voluntad del injuriado para salvarlo de la muerte, más cuando ningún hombre puede comer carne humana por precepto divino y natural, pecan quienes lo realizan, y deben ser obligados, incluso con castigos, para que desistan de su vicio. Legitima además la permanencia española en América, en favor de la conservación del cristianismo, porque solo un rey católico podía guiar en este sentido a su pueblo, lo que no podía hacer Moctezuma. Por esto Carlos V no está obligado a restituirle el reino.

Solo que no está de acuerdo con la situación que ha encontrado en la Nueva España, no cejando a lo largo de su obra en subrayar que las encomiendas y los tri¬butos subsiguientes no son justos y necesitan una reorganización. Máxime cuando es patente la injusticia, pues en dos pueblos vecinos, uno perteneciente a la Corona y otro a un encomendero se paga por mitad al Rey. Así solo se estaba provocando el lujo y la abundancia entre los españoles, y no se remediaban las necesidades de los indígenas, ni de la comunidad. Siendo que éstos tenían justo dominio sobre todas sus pertenencias, incluidos los tributos justos, de los cuales no pudieron ser despoja¬dos simplemente por ser infieles, porque tal derecho no se funda en la fe.

Por lo mis¬mo, tanto el Virrey como los Oidores y los encomenderos, pecan y deben restituir lo que exigieron de más, sobre lo que los indígenas tributaban a su rey cuando eran pa¬ganos, sin que les excuse de la restitución el escándalo que esto suscite en la repúbli¬ca, pues es preferible esto a permitir que la verdad no salga a flote, porque sería un escándalo farisaico, ya que en esto se diferencia el cristiano del infiel, en que por na¬da creado debe ofender a Dios, y habiendo ofensa, no se puede sostener ésta pase lo que pase. Por esta exclama: «Te pido piadoso lector, depuesto todo afecto, piensa ¿Con qué ley o con qué razón podía el español que arribó a estas tierras cargado de armas, y atacó a estos que no eran enemigos, ni ocupaban tierra ajena, subyugarles arbitrariamente, y con fuerza y violencia pedirles todas las cosas preciosas que po¬seían y despojarlos? Yo no veo esa ley, quizás no veo en medio del sol». Nunca acep¬tará los despojos iniciales, pidiendo justicia en pleno claustro universitario, donde tu¬vo lugar su relección.[36]

La otra figura es el criollo Fr. Juan de Sandoval y Zapata: él no solo denuncia la miserable situación de los indígenas, destinados a una muerte segura por las conti¬nuas injurias y vejaciones que recibían a diario de los españoles, sobre todo de los en¬comenderos, quienes hacían que llevaran cargas insoportables aún para los mismos caballos, y les cobraban tributos superiores a sus posibilidades. «Estas pobres bestias las poseían los españoles -me avergüenzo de hablar así y me duelo de que sea ver¬dad lo que digo-, españoles crueles y como si fueran tiranos cuando son o deberían ser sus pastores y gobernadores, que de manera alguna se preocupaban por la pro¬moción y defensa de los indios, sino que más bien los asesinaban, convirtiendo los bienes de ellos en propia utilidad y beneficio, pensando únicamente en su propio en¬riquecimiento; y los que habían sido nombrados para gobernar al pueblo y dirigir a los indios con justicia, los han explotado como si fueran ovejas destinadas al matade¬ro». Además de acusar y condenar, reivindica en favor de los nativos de América su tesis del autogobierno, porque nadie como los naturales estarán más interesados en fomentar el progreso de sus naciones, por lo cual estos nativos deben ser preferidos en América, en igualdad de circunstancias y sin escándalo de los españoles, al gobier¬no de sus pueblos.

Los indígenas cristianos, descendientes de los antiguos conquistados, son idóneos y dignos de gobernar aquellos reinos, porque fueron de sus antepa¬sados y siguen siendo suyos, pues por razón de su conversión y conquista no perdie¬ron su dominio, ni el derecho a gobernarse y administrar justicia. Por otro lado no hay por qué aplicar a los indígenas derechos distintos que a los españoles, cuando precisamente éstos son los huéspedes y extranjeros; por ello los primeros deben pre¬ferirse para los cargos de sus pueblos.[37]

Los «pecados capitales»

Esto nos introduce en un tema que no por doloroso podemos dejar de lado, por¬que son las causas que han permitido que la evangelización americana deje mucho que desear, dándose una dualidad tan palpable cuanto lamentable, que quienes se di¬cen cristianos, les falte todo, a veces hasta el nombre, lo que ha provocado ese clima de injusticias que son el diario pan nuestro, y que además de la esperanza exigen so¬luciones cristianas de fondo. Dos son a mi juicio las principales responsabilidades:

a) Creer que los españoles eran cristianos Esta será la falla central para la nueva república cristiana que pretendían forjar los misioneros en América. Se olvidaron de evangelizar a esta clase social, se tenía la idea preconcebida de que ya era cristiana, porque estaba bautizada y se sabía los re¬zos, tenía sus cofradías y procesiones, dejaba legados de misas en sus cristianos testa¬mentos, aunque los capitales surgieran de la sangre de tantos indígenas masacrados en las minas o de su aprovechamiento en otros obrajes. Era «dogma de fe» que ya estaba cristianizada, y no porque la Iglesia no levantara su voz en favor del desprote¬gido, sino porque no cayó en la cuenta de que si al misionero se le exigió un cambio completo de mentalidad ante la nueva situación que se le presentaba y que él mismo trataba de conformada con los valores cristianos, que si al indígena se le exigió un cambio completo de sus valores, de su idiosincrasia, de su concepción de la vida; sin embargo, al español no se le exigió nada especial, se creyó en él como cristiano, y fa¬lló en forma grave, puesto que en su mayoría el «dios oro» fue su proyecto de vida, y en aras del mismo pisoteaban los mínimos derechos humanos del indígena y dejaban mal parada la religión que a unos les pedía sumisión, entrega y trabajo, y a otros les toleraba prepotencia y enriquecimiento. El «blanco» como conquistador o encomen¬dero, quería recuperarse de cuantos trabajos había enfrentado, su figura aparecerá duramente criticada en los informes oficiales o privados de los eclesiásticos, pero es¬tos mismos lo consideraban como elemento necesario para la cristianización. ¿Dualidad de puntos de vista o de intereses?, porque los enfrentamientos entre corregido¬res y doctrineros eran tan continuos,[38]las leyes protectoras del indígena tan incumpli¬das y las personas puestas por la Corona para su ejecución se habían convertido en pervertidores, usufructadores y causantes de los males del indígena, que Fr. Luis López de Salís afirma que los indígenas «están peores y más lejos de la policía y de la doctrina que estaban antes. Como testigo de vista afirmo haber conocido comunida¬des muy ricas antes de que hubiese administradores, protectores y corregidores, y que después que los dichos las tomaron a su cargo, no las conozco por la grande dis¬minución que en ellas ha habido».[39]

En carne propia sufrió Fr. Agustín de Coruña, ya como obispo de Popayán, 1564-1589, las represalias de encomenderos y autoridades, por no tolerar las recrimi¬naciones del obispo, sobre su actitud hacia los indígenas, duramente les hacía ver sus incoherencias entre la fe que decían profesar y sus obras, con la boca muchos padre¬nuestros y avemarías, con el cuerpo muchas fornicaciones y adulterios, tomándoles para ello sus hijas y mujeres. Al morir el 24 de noviembre de 1589, a más de 80 años de edad, había vivido 64 de fraile, 55 como misionero en América, y 25 de episcopa¬do, 12 de ellos en el destierro.[40]¿Si esto hacían con un obispo?

Y aunque esta actitud del español favoreció al misionero frente al indígena, sin embargo, al final perjudicó por aplastante mayoría a la sociedad. Así dice Calancha: «Ivan conociendo los Indios que estos religiosos no eran como los demás Españoles, a quien aborrecían de todo coracon, porque les quitavan las mugeres, la azienda, sus comidas i ropa, i siempre les vían erir, acotar, prender, i quitar la vida, sin más ocasión que mala voluntad, ni más motivo que codicia».[41]

La minoría estructural del indígena, sin formarlo para una vida autónoma Ante el peligro que para la fe de los neófitos indígenas representaba la sociedad española, no se les ocurrió nada mejor que la formación de pueblos habitados única¬mente por ellos. Esto trajo múltiples ventajas para su cristianización y para la conser¬vación de sus múltiples usos, costumbres y lenguas. Sobre todo estas últimas serán una barrera ante la creciente sociedad criolla, siendo desde un principio criticados los frailes por convertirse en el puente único entre ambas sociedades, asegurando así su permanencia perpetua, siendo precisamente esto lo que buscaron, pues consideraban al indígena en un estado de perpetua niñez, sin formarlo para una vida autónoma; los querían mucho, los protegían, pero como ciertos padres, no deseaban que sus hijos crecieran, no los enseñaron a vivir en un ambiente adverso, de aquí derivan todavía hoy, muchas de las dificultades con las que se topan los indígenas, porque de repente les fueron arrancados sus protectores, 1754, y quedaron a merced de quien ha queri¬do explotarlos.

A este respecto es bastante clara la carta del agustino Fr. Pedro Juárez de Esco¬bar a Felipe II, 1 de abril de 1579, en donde se queja de que los frailes puedan ser despedidos de sus conventos, según noticias que le habían llegado del virrey Don Martín Enríquez. Después de dar un par de razones, pasa a la tercera, que él consi¬dera la más importante, por el abandono en el que estarían los indígenas, que son co¬mo «niños de ocho años, que no tienen más edad, ni han crecido más, ni crecerán en el entendimiento», por lo que dejarlos sin sus frailes sería «quitarles de los pechos y calor de sus padres y madres, ayos y muy piadosas amas, los cuales con su doctrina los alimentan y con ejemplo les sustentan. Son todos aquestos indios como unos paja¬ritos en los nidos, a quien no les han crecido las alas ni crecerán para saber por si vo¬lar, sino que siempre tienen necesidad que sus padres cuidadosos les acudan con el cebo y alimento a los nidos, porque no mueran de hambre y perezcan, y que jamás, mientras vivieren carezcan de su alimento y presencia, favor y manutencia, porque no se pierdan volando sin fuerzas, y sin alas desfallezcan. Los religiosos solamente, sepa V. M., son sus padres y madres, sus letrados y procuradores, sus amparos y defenso¬res, sus escudos y protectores que por ellos reciben los golpes de cualquier adversi¬dad; sus médicos y curadores así de las llagas corporales y enfermedades, como tam¬bién de los pecados y culpas que cometen como flacos y miserables, a ellos acuden en sus trabajos y persecuciones, hambres y necesidades, y con ellos descansan llorando y quejándose como los niños con sus madres».[42]

Carta enternecedora y verídica además, pero sobre todo de una gran experiencia histórica que no debemos olvidar: en la formación de las personas se debe primor¬dialmente enseñar a crecer, a valerse por sí mismo, para que así cada persona pueda aprovechar mejor los valores propios y los adquiridos.


NOTAS

  1. Cf. RODRÍGUEZ y RODRÍGUEZ ISACIO, Historia de la Provincia Agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas, X, Valladolid, 1976, 3-7.
  2. Cf. ENNIS ARTHUR J., Augustinian Religious Professions in Sixteenth Century Mexico, Villanova, 1986 (Cassiciacum X), 29.
  3. Cf. RODRÍGUEZ y RODRÍGUEZ ISACIO, o.c., X, 11-12.
  4. Cf. Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y organización de las antiguas posesiones españolas de ultramar, segunda serie, T. II, Madrid, 1886, 106-109.
  5. Cf. RODRÍGUEZ y RODRÍGUEZ ISACIO, o.c., XIII, Manila, 1978,313-318.
  6. Cf. Colección de documentos inéditos..., segunda serie, T. II, 213-215.
  7. Cf. GASPAR DE SAN AGUSTÍN, Conquistas de las Pilipinas, 1565-1615, curo M. Merino, Madrid, 1975 (Missionalia Hispánica 18), 191-192.
  8. Cf. ibídem, 203-205.
  9. Cf. TORMO SANZ LEANDRO, Los Agustinos y su lucha por la justicia y libertad de los Indios Filipinos. PORRAS CAMUÑEZ JOSÉ LUIS, Teoría Jurídico Teológica de Martín de Rada OSA sobre los tributos en Filipinas, en Actas del Congreso Internacional Agustinos en América y Filipinas, curo 1. Rodríguez, Valladolid-Madrid, 1990, 641-692. 693-718.
  10. Para esto ya había ido Fr. Diego de Herrera a la Corte a exponer las opiniones de los frailes y regresaba en esa flota con los soldados. Cf. Archivo General de Indias, Audiencia de México 19, ramo 4, documento 128, no. 2.
  11. Cf. EGAÑA ANTONIO DE, Historia de la Iglesia en la América Española. Desde el Descubrimiento hasta comienzos del siglo XIX. Hemisferio Sur, Madrid, 1966 (= BAC 256), 47-49.
  12. Cf. VILLAREJO AVENCIO, Los Agustinos en el Perú. 1548-1965, Lima, 1965, 11-13.
  13. Cf. CASTRO SEOANE JOSÉ-SANLES MARTÍNEZ RICARDO, o.c., en Missionalia Hispánica, 34 1977), 109-117.
  14. Cf. Relación de la religión y ritos del Perú, en Colección de libros y documentos referentes a la historia del Perú, XI, Lima, 1918, 4-8.
  15. Para un bosquejo sobre esta Provincia que no tuvo cronistas coloniales, cf. PANIAGCA PÉREZ JESÚS, Los Agustinos en la Audiencia de Quito. Notas para su estudio. 1573-1650, en Actas del Congreso Internacional Agustinos en América y Filipinas, I, 261-291. Como dato general, ya que los agustinos llegaron después que las otras Órdenes, las doctrinas estaban conformadas así: La Audiencia de Quito contaba con 123 de las cuales 31 franciscanas, 17 dominicas, 11 mercedarias y 2 agustinas. Cf. Ibídem, 272.
  16. Cf. VILLAREJO AVENCIO, o.c., 79-126. Para un conocimiento de la Provincia de Nueva Granada, que tampoco contó con cronistas coloniales, cf. PÉREZ GÓMEZ JOSÉ, Apuntes para la historia de la Provincia Agustiniana de Nuestra Señora de Gracia en Colombia, en Archivo Histórico Hispano-Americano, 18-34 (1922-1930). Del mismo, Apuntes históricos de las misiones Agustinianas en Colombia, Bogotá, 1924. Para la parte Venezolana, cf. CAMPO DEL POZO FERNANDO, Los Agustinos en la Evangelización de Venezuela, Caracas, 1979. De el mismo, Historia documentada de los Agustinos en Venezuela durante la época colonial, Caracas, 1968. Para la parte colombiana, CÁRDENAS EDUARDO, La acción misionera de los Agustinos en la Nueva Granada, Colombia. 1575-1821, en Actas del Congreso Internacional..., I, 293-330.
  17. Cf. Archivo General de Indias. Indiferente General, 3018. Considera el documento dos Provincias: Lima y Quito, y una Vicaría: Chile. La Provincia de Lima tendría 30 conventos en ciudades de españoles: Lima, Caña, Trujillo, Guánuco, Callao, Cañete, Yza, Cusco, Arequipa, La Paz, Oruro, La Plata, Potosí, Cochabamba, Misque y Tarija. 17 pueblos de indios: Guamachuco, Guadalupe, Nasca, Cotabambas, Omasayos, Pucarani, Copacabana, Challacollo, Toledo, Tapacari, Capinota, El Terrado y Clisa. La Provincia de Quito tenía 12 conventos, 9 en ciudades de españoles: Quito, Popayán, Cali, Pasto, Ybarra, Riobamba, Guayaquil, Cuencia y Loja. 3 en pueblos de indios: Latacunga, Sichos, Yuquerres. La Vicaría de Chile tenía sólo dos: Santiago y Coquimbo. Para tener un cuadro comparativo con el resto de las órdenes: Provincias Conventos Doctrinas Frailes Rentas Dominicos 3 48 105 694 75,575 Franciscanos 4 71 71 789 Agustinos 2 44 38 546 75,100 Mercedarios 4 50 72 541 49,600 Jesuitas 2 23 16 412 79,160
  18. Cf. VILLAREJO, 126-133.
  19. CALANCHA ANTONIO DE LA, Crónica Moralizada. curo 1. Prado Pastor, Lima, 1974, 340
  20. Cf. CALANCHA, o.c., 343.
  21. Cf. Ibídem, 345.
  22. Cf. Ibídem, 350.
  23. Cf. ibídem 353.
  24. Cf. Ibídem, 372.
  25. Cf. ibídem, 460-461.
  26. Además del Quechua y el Aimara, las dos lenguas generales, administraron en el altiplano Bolivia¬no con los Urus, Chiriguanos, Aguachiles y Leeos. Cf. VAN DEN BERG HANS, La Orden de San Agus¬tín en Bolivia, en Los Agustinos en América Latina. Pasado y Presente, curo R. Jaramillo, Iquitos, 1987 (= OALA serie verde 6), 201. El único estudio que hay sobre este tema es respecto a Venezuela. Cf. CAMPO DEL POZO FERNANDO, Los Agustinos y las lenguas indígenas en Venezuela, Caracas, 1979. El autor elenca 70 grupos étnicos atendidos por agustinos.
  27. Cf. CALANCHA, 808-812.
  28. Cf. Relación de la religión y ritos del Perú, 10-50.
  29. Cf. CALANCHA, 878-879
  30. Cf. Ibídem, 879-880.
  31. Cf. Ibídem, 883.
  32. Cf. MORA MÉRIDA JOSÉ LUIS, Misiones Agustinianas en el Perú. Siglos XVI-XVII, en Actas del Congreso Internacional..., I, 197.
  33. CALANCHA, 1273
  34. Cf. VILLAREJO, o.c., 68-76.
  35. Texto crítico: ALPHONSUS A VERA CRUCE, De dominio infidelium et iusto bello, en The writings o/ Alonso de la Veracruz, curo E. J. BURRUS II, Roma-St. Louis, Mo., 1968. Estudios básicos: ALMANDOZ G.-\.RMENDIA josf ANTONIO, Fray Alonso de Veracruz OESA y la encomienda indiana en la historia eclesiástica Novohispana. 1522-1556, I, Madrid, 1971. CEREZO DE DIEGO PROMETEO, Alonso de Veracruz y el derecho de gentes, México, 1985. PEREÑA LUCIANO, La escuela de Salamanca. Los Agustinos y América, en Actas del Congreso Internacional. I, 351-383.
  36. Se han citado de la edición crítica los siguientes números: 827. 833. 835. 887. 890. 894. 465.227. 258. 250. 209. 170.
  37. Cf. PEREÑA LUCIANO, O.C., 358-363. 373-375. Fr. Juan nació en México, profesó en la Orden el 13 de julio de 1590, catedrático en la Universidad de México 1600, profesor y rector del colegio de San Gabriel en Valladolid, España, 1602; obispo de Chiapas 1615, y de Guatemala 1621, hasta su muerte 1630. Publicó su obra: De iustitia distributiva, pro Novi Indiarum Orbis rerum moderatoribus Summisque et Regibus Consiliariis elaborata, en Valladolid 1609. Cf. ibídem, 358-359.
  38. Cf. EGAÑA ANTONIO DE, O.C., 359-362.
  39. PEREÑA L, O.C., 377. Carta del 20 de marzo de 1598.
  40. Cf. CÁRDENAS EDUARDO, o.c., 314-317.
  41. CALANCHA, 865.
  42. CUEVAS MARIANO, Documentos inéditos del siglo XVI, 309-312.

ROBERTO JARAMILLO ESCUTIA © Simposio CAL 1992