EVANGELIZACIÓN: aportes de los Agustinos en Nueva España

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Aunque el primer fraile agustino que pisó el continente americano fue Fr. Vicente de Requejada en 1527, como capellán alistado por la casa Welser-Ehiger y compañía, a la que el emperador Carlos V, había concedido la colonización de Venezuela,[1]sin embargo, será por las mismas fechas, cuando en la Provincia de Castilla se comience a gestionar el establecimiento de una comunidad. Los trámites tardaron varios años, sin duda por la pretensión de la Corona de que se establecieran en América Central, mientras que los Agustinos preferían la Nueva España. En este sentido tenemos una cédula del 22 de abril de 1528 que recomendaba a la Audiencia de La Española, que favoreciera el establecimiento de dicha Orden en su territorio.[2]

E12 de mayo de 1531, otra de la reina Juana al Provincial Agustino de Castilla, dando permi-so para fundar un convento en Santa Marta y otro en Nicaragua.[3]Una tercera del 15 de abril de 1522, al mismo, para que no envíe misioneros a Nueva España, sino a la provincia de Santa Marta.[4]Finalmente e130 de septiembre de 1532, enviaba la reina Juana una cédula a la Audiencia de México, anunciándole la llegada de la primera comunidad Agustina.[5]

Esta primera expedición estuvo compuesta de siete frailes, con Fr. Francisco de la Cruz como cabeza, Fr. Jerónimo Jiménez, Fr. Juan de Sanromán, Fr. Juan de Oseguera, Fr. Jorge de Ávila, Fr. Alonso de Borja y Fr. Agustín de Coruña, quienes se embarcaron en Sevilla el3 de marzo de 1533 en la nao «Santa María de la Anunciada», al mando del maestre Juan Sánchez de Figueroa,[6]«y con prospero viento llegaron a los 22 de mayo, día de la Ascensión de Nuestro Señor Jesu-Christo, al puerto de San Juan de Ulúa en la Nueva España».

Narra el mismo cronista Grijalva, cómo partieron de Veracruz el 27 de mayo y llegaron a la ciudad de México el 7 de junio, víspera de la fiesta de la Santísima Trinidad.[7]Cuatro de ellos llegaron enfermos, así que por orden médica debieron hacer el viaje en mulas.[8]

La preparación del misionero

En la tarea evangélica, aparte de la disponibilidad del sujeto, se requiere una preparación, y aun cuando nuestros primeros frailes no habían recibido una preparación formal para su tarea, sin embargo podemos decir que habían sido forjados de manera especial en sus respectivos conventos, lo que les permitirá tener la apertura necesaria para adecuarse en lo posible a la nueva situación que encontraban.

a) Antecedentes Se debe hacer notar que la Orden Agustina había logrado reformarse en España, desde que inició Fr. Juan de Alarcón este movimiento hacia 1431 en el convento de Villanubla. Se transforma en congregación de observancia hacia 1438, y bajo el impulso de los Reyes Católicos, logra absorber, y por consiguiente reformar a todas las Provincias Agustinas, siendo de especial importancia el capítulo de Toledo, 1504, que significó la unión de la congregación de observancia con la Provincia de Castilla.[9]

Esta reforma que propugnó una vivencia estricta, tanto de la regla como de las constituciones, haciendo especial énfasis en el voto de pobreza y en el espíritu de penitencia, en lo primero será de suma importancia en el contacto que tengan estos frailes con las culturas indígenas, sintonizando con ellas. Lo segundo aparecerá de inmediato en el modo nuevo con el que Fr. Francisco de la Cruz transformó las costumbres españolas, con mayor tiempo para la meditación, tres días de disciplina, mayor rigidez en la guarda de las normas regulares sobre las comidas, con abstinencia de carnes viernes y sábados, lo que se conservó en la Provincia y fue razón para que se la considerara una Provincia recoleta.[10]La nueva imagen del fraile la tenemos descrita en el mismo Fr. Francisco a su llegada a Sevilla: «el habito muy estrecho, y muy de gruessa gerga a rayz de las carnes, los pies descalces, y las palabras pocas, graves y compuestas».[11]

Estas nuevas modalidades habían sido aprobadas por el provincial de Castilla Fr. Antonio de Villasandino y su Definitorio, reunido en el convento de Dueñas, al término del capítulo provincial de 1540. Acuerdan que los usos propios de estas partes como eran: vestir de sayal o jerga, tanto en el hábito como la túnica interior a raíz de la carne, siempre de color negro. El disciplinarse tres días a la semana: lunes, miércoles y viernes. El no dormir en colchón sino sólo unas frazadas encima de las tablas. El andar por los caminos a pie, calzando alpargatas en vez de zapatos. El estar en oración después de la antífona nocturna y después de maitines, media hora. El no aceptar rentas ni cosa que se les parezca. El no tener apellido propio, sino de santos o del lugar de nacimiento, «todas estas cosas se guarden en esas partes de aquí adelante y siempre, ordenamos y mandamos que los religiosos que en essas partes ressidieren sean obligados a la observancia de todas estas cossas y cada una de ellas en la manera que nos obligan nuestras constituciones».[12] Estas costumbres perduraron en el tiempo: el uso de las alpargatas hasta 1574, el vestirse de sayal mucho más, ya que en los coristas y sacerdotes jóvenes más de un siglo, y todavía a fines del siglo XVII, se usaba en el noviciado, al igual que el estilo de cama. En cuanto al hábito, como era estrecho y así estaban vestidas las imágenes de los santos de la Orden, dieron pie para que los recoletos quisieran demostrar mayor antigüedad. El cambio de los nombres empezó con los mismos siete, pues Fr. Jerónimo Jiménez fue de San Esteban, Fr. Alonso de Borja se puso de Aranda, y Fr. Agustín de Gormaz se cambió de Coruña.[13]

En cuanto a la cuestión de los bienes, no fue pérdida de una costumbre sino orden explícita del Definitorio Castellano, reunido en Valladolid el 10 de julio de 1549, pues no se había obedecido una orden anterior, «ordenaban y mandaban se obedesiesse lo determinado por el difinitorio de aquella Provincia en orden a que se admitiesen rentas y heredades conformandose en esto con el Orden de Santo Domingo, por el gran desasosiego que de no las tener se sigue en las religiones, y así anularon todas las determinaciones en contrario fechas por esta Provincia». Concluían diciéndoles «que no fueran a esas partes a inventar orden nueba, ni costumbres nuebas, sino a plantar y conserbar las que nuestros padres antiguos nos dejaron».

Avisaban allí mismo que los señores del Consejo de Indias estaban conformes con esta determinación.[14]Aun cuando comenzaron a aceptar bienes, las actas capitulares insisten en que estos garanticen únicamente la manutención de los conventos, así las actas de Epazoyucan, 1563, prohíben que los conventos tengan granjerías como telares, ni carretas, ni bueyes sino solo para las obras, ni sementeras de más, al igual que la cría de ganado menor, poniéndose un tope de 200 cabezas para cabras, borregos y cerdos.[15]

En íntima conexión con la reforma debe colocarse el nuevo tipo de actividad que debían realizar estos frailes, totalmente opuesta a cierta meta contemplativa que se había propuesto la citada reforma; sobre todo en un principio y que la tenía prácticamente alejada de la actividad pastoral,[16]un ideal que cantará Fr. Luis de León en sus conocidos versos, y que todavía estará fresco en América para el siglo XVIII, cuando Fr. Matías de Escobar escriba su crónica: Americana Thebaida. Vitas Patrum de los religiosos Hermitaños de N. P. San Agustín de la Provincia de S. Nicolás Tolentino de Mechoacan.[17]

Si la reforma ayudó forjando frailes con perspectivas de vida más comprometida, en este último punto, al propugnar una vida retirada, alejada de la sociedad y con una vida activa muy limitada, la celebración de la misa y algunas confesiones, vida típicamente conventual, será tal vez no un impedimento para la labor evangélica americana, pero sí causará sinsabores, por las frecuentes acusaciones que se recibían en el sentido de que los frailes se estaban relajando, porque su vida transcurría fuera de los conventos. Esta será sin duda, la gran diferencia que existirá entre la vida religiosa peninsular y la americana, la que para algunos suponía relajación.

Así se expresaba el virrey novohispano Conde de Monterrey, el 4 de agosto de 1597; sospe-chaba que debía existir alguna, aunque no añadía pruebas, esta «nacida de la asistencia en las doctrinas donde ordinariamente están solos dos o tres frailes que viven a su voluntad y tengo para mí que es poco el daño y que le huviera tan grande o poco menor si en España a frailes que no fueran de extraordinaria aprobación les dispusieran su vivienda en semejante forma».[18]

Por otra parte, los Agustinos no habían tenido experiencias misioneras previas a la Novohispana, como había sucedido con Franciscanos y Dominicos en el Caribe, donde a decir verdad, los resultados no habían sido del todo satisfactorios, por diferentes circunstancias que se salen del tema. Ésta puede ser la circunstancia en que radique la amplitud de miras que tendrán nuestros frailes hacia las cualidades del indígena, pues como afirma Ricard, serán «los agustinos entre las tres órdenes, quienes mayor confianza mostraron en la capacidad espiritual de los indios».[19]

Esto se puede corroborar si tenemos en cuenta que el Fr. Francisco de Vitoria O.P., aunque en forma dubitativa, pero con los informes que había recibido de sus hermanos de hábito desde las Antillas, pone la falta de capacidad del indígena como una de las posibles causas justas de la conquista, mientras que Fr. Alonso de la Veracruz conociendo la realidad Novohispana, la pone sin ambages como causa no justa de la misma.[20]Para el maestro agustino, los habitantes del nuevo mundo no solo no eran como niños o a-mentes, sino que se mostraban aventajados a su manera, y algunos aventajadísimos. Antes del arribo de los españoles tenían sus leyes y sus magistrados, con gobierno no solo monárquico sino también aristocrático, castigaban a los malhechores y premiaban los servicios en pro de la república, por lo que no se podía decir que eran tan infantes o a-mentes como para que fueran incapaces de tener jurisdicción sobre sus bienes, porque un niño incluso antes de llegar al uso de razón, es verdadero dueño y heredero. Y para probar que el argumento se utilizaba por conveniencias de otro género, afirma que si fueran incapaces, no podían pecar, y así todos los vicios no se les podían imputar más que a los animales brutos, pero si se les considera culpables, tienen juicio de razón suficiente para pecar y por consiguiente son capaces de tener jurisdicción.[21]

b) Preparación inmediata Tal preparación la tendrán los frailes al llegar a su destino misional. Se acordó, en el llamado primer capítulo celebrado e18 de junio de 1534 en el convento de Ocuituca, salir al encuentro de la primera gran dificultad: las lenguas indígenas, pero también la de conocer la idiosincrasia de las distintas etnias que les tocó administrar, que todos los hermanos en cuanto llegaran de España, sin importar las borlas y sin excepciones, cada uno escogiera algún pueblo y lengua en donde enseñarse a «administrarles».[22] Esto dará magníficos resultados y será la razón por la que los letrados de la Orden puedan ayudar con una eficacia notable, las nuevas circunstancias concretas con las que topaban los frailes. Así Fr. Alonso de la Veracruz iluminaba la problemática matrimonial en su obra «Speculum coniugiorum», que entre 1556 y 1599 tuvo cuatro ediciones y no sólo en México.[23]Caso similar y no en materia eclesiástica, será Fr. Agustín Farfán, médico que ingresó en la Orden el 26 de agosto de 1569, quien tras conocer las yerbas y materiales curativos con los que se contaba en Nueva España, compuso la primera obra de su género editada en México, «Tractado Breve de Anathomia y Chirugia y de algunas enfermedades que más comúnmente suelen haver en esta Nueva España», obra que entre 1579 y 1610 tuvo cuatro ediciones.[24]

Dos serán los puntos claves de la actividad misionera. La relación con el Señor a través de la oración, y la preparación intelectual. La primera se codificó desde el ya citado capítulo de Ocuituco: «Ordenamos que tengan cada día dos horas de oración mental, una después de la Antiphona, y otra después de maytines» «se digan siempre maytines a media noche, y las horas por la mañana y vísperas, y completas a las tres», este «officio divino se reze siempre en comunidad en el choro, y aunque no aya mas de un religioso en casa».[25]

La segunda la encontramos claramente expresada desde que Fr. Francisco de la Cruz regresó a España por más obreros, 1535, y para «buscar un hombre docto, y virtuoso, que leyesse Artes y Theologia a los Religiosos, teniendo por cosa esencial y necessaria la de las letras, as si para el lustre de la Religión, como para resolver las grandes dificultades que en esta tierra se ofrecían por momentos en materia de sacramentos y privilegios», y encontró en Salamanca al clérigo Alonso Gutiérrez,[26]mejor conocido tras el hábito agustino como Fr. Alonso de la Veracruz. Será este fraile quien inicie el primer estudio superior en materias eclesiásticas entre las Órdenes de Nueva España, en conformidad a la razón de su venida, y de acuerdo al mandato del capítulo de 1540, su sede Tiripetío, donde también puso la primera biblioteca de que haya constancia.[27]Este mismo fraile será la piedra fundamental de la naciente universidad mexicana, donde a lo largo del siglo desfilarán por sus cátedras distintos miembros de la Orden, siendo también agustinos los primeros que se inscriban como alumnos en la facultad de teología.[28]

Las rutas en Nueva España

Como es sabido, los Agustinos arribaron nueve años después que los Franciscanos y seis que los Dominicos; sin embargo, se pueden considerar, sin duda alguna, entre los fundadores de la iglesia mexicana, por haber desarrollado su labor evangélica en tierras vírgenes, todavía no roturadas por las otras Órdenes. Además de las actividades alrededor de la ciudad de México, como el hacerse cargo del recién fundado hospital de Santa Fe, realizado por el entonces Oidor Don Vasco de Quiroga, donde este pretendió llevar a la práctica las ideas que el gran humanista inglés Thomas More había desarrollado en su Utopia.[29] Tomaron estas «rutas primordiales»: la primera hacia la llamada sierra baja, en el actual estado de Guerrero, con Tlapa 1533, y Chilapa 1534, como centros principales. Fundaciones que van a estar ligadas a la capital con las realizadas en el marquesado de Don Hernán Cortés, hoy estados de Puebla y Morelos, destacando el convento de Ocuituco 1533, primer convento Agustino de América. La segunda hacia el norte, a la llamada sierra alta, hoy mejor conocida como la región de las Huastecas, que abarca los estados de Puebla, Veracruz, Hidalgo, Querétaro y San Luis Potosí. Teniendo como centros: Atotonilco 1535, Molango 1535, Metztitlán 1543, Huejutla 1545, Actopan e Ixmiquilpan 1550. La tercera hacia el occidente, el reino Tarasco, Tiripetío 1537, bajan por Tacámbaro 1540, a la tierra caliente michoacana, cuyo apóstol Fr. Juan Bautista Moya pondrá como centros de su actividad la Huacana y Pungarabato, territorio que abandonarán en 1568. Con anterioridad, 1550, comienzan a fundarse los principales conventos de esta zona: Valladolid, Cuítzeo, Yuriria, Charo; Pátzcuaro 1576, Tzirosto 1575, Guadalajara 1573 y Zacatecas 1576.[30]

Analizando estas tres rutas podemos ver cómo los agustinos, al haber llegado después que las otras Órdenes, les tocó acudir a la evangelización de las partes más difíciles de la orografía mexicana, desempeñando su labor en culturas indígenas que llamaríamos periféricas, como sería la Huasteca, la Otomí y sobre todo la Chichimeca. Solo en Michoacán con los Tarascas tendrían contacto con una cultura más desarrollada. Esto explica los raros testimonios indígenas sobre los agustinos, y el porqué éstos no nos legaron material etnográfico abundante, el cual se reduce a largas cartas, como la relación de Fr. Nicolás Witte sobre el modo de tributar los indígenas de Metztitlán en su gentilidad,[31]o la descripción que hace Fr. Guillermo de Santa María sobre los usos y costumbres de los Chichimecas.[32]

Evangelización

El proyecto evangelizador agustino abarcó la integridad del indígena, en un humanismo cristiano donde lo primero que importaba era la persona, de aquí la necesidad de educarla, a lo que iba aparejada la instrucción y formación cristiana, «porque al ministerio del Evangelio siempre se deve supponer la pulicia, como a la gracia se supone la naturaleza».[33]Nuestros frailes se van a distinguir en ambas ramas de este proyecto. Tras estudiar los métodos de las tres Órdenes, Ricard concluye: «Sin embargo, en el arte de fundar pueblos, civilizarlos y administrarlos se llevaban la palma los agustinos, verdaderos maestros de civilización».[34]«Tuvieron los agustinos para sus fieles muy altas ambiciones, y éste es el rasgo distintivo de su enseñanza, en parangón con la de las otras dos órdenes. Intentaron iniciar a los indios en la vida contemplativa».[35]

a) La Cristiana Policía Dadas las características del territorio donde se fueron estableciendo nuestros frailes, como en la región de Metztitlán donde «estava esta tierra llena de gente desde las cabernas más hondas hasta los riscos más encumbrados, sin tener poblason alguna, ni mas casas para su vivienda, que las cabernas, y riscos con que se abrigavan, haziendo quando mas y mejor unas sombras de fagina, que apenas los defendía de las inclemencias grandes de aquel cielo».[36] Esto nos coloca ante la primera gran tarea: andar por esas sierras, «que para baxar se atavan unas maromas por debaxo de los brazos, quedandose arriba algunos indios ... para guindarlos hasta llegar a lo más obscura, y más desviado del camino, en busca de aquellos pobres indios»,[37]tratando de convencerlos para que formaran pequeñas poblaciones, donde se pudiera educarlos y cristianizarlos mejor. Labor de por sí difícil que se complicaba sin el dominio del idioma nativo; tanto que el santo Fr. Antonio de Roa, tras un año de andar en estos menesteres sin fruto alguno, decidió abandonar la empresa. Afortunadamente la espera del barco en Totolapan, le hizo cambiar de idea y regresó a Molango para convertirse en el gran apóstol de esta tierra.[38] El aprendizaje de las distintas lenguas debió costarles más de lo que nos imaginamos, pues aun cuando de inmediato se dieron al aprendizaje del náhuatl, siendo el primero en dominarlo Fr. Agustín de Coruña, sin embargo, salieron a su primer destino, con mucha teoría y poca práctica de la lengua, tanto que en cuanto pudieron, para no utilizar intérprete, se aprendieron de memoria el catecismo repitiéndolo casi sin entenderlo.[39]Y es que si había algunas lenguas fáciles como la Tarasca, otras ofrecían especial dificultad como la Otomí, que a pesar de gramáticas, catecismos y sermones, no era fácil de transmitir.[40]Además habrá doctrinas como la de Pahuatlán donde se hablaban tres lenguas, náhuatl, totonaca y otomí.[41]

Las complicaciones no solo vinieron al principio, ni solo por cuestión de lengua, sino que a veces, después de haber recibido bien a los frailes, cuando comenzaba el cambio de religión, la fidelidad a la antigua por parte de los sacerdotes y principales de los pueblos, hacía que de repente se desmoronara lo construido, a pesar del celo apostólico de los misioneros. Buen ejemplo de esto es el boicot que los principales de Chilapa organizaron contra Fr. Jerónimo de San Esteban y Fr. Agustín de Coruña, que duró tres meses, exigiéndoles suma confianza en Dios, ya que ni les hablaban, ni los escuchaban, ni les daban de comer.[42]

Mención especial merece el trabajo entre los Chichimecas, por su belicosidad con ataques a los conventos, quemando el de Xilitla en 1587,[43]y el de Chichicaxtla dos veces, en 1588 y 1589; sin embargo nuestros frailes se sostenían con tranquilidad, con flema escribe Grijalva, que como los Chichimecas «no están domados, y comen carne humana nunca nos acabamos de asegurar en las vidas».[44]

Una vez que los tenían más o menos reunidos, se iniciaba el aprendizaje de lo indispensable para que pudieran recibir lo más pronto posible el bautismo. La multitud de los indígenas era tal que los frailes, «acudían una vez a un pueblo y otra vez a otro, y muchos días a dos y a tres pueblos. Sembrando y cogiendo a todas manos».[45]Esta abundancia de la mies, impedía pensar en un largo proceso catecumenal; no les parecía prudente, puesto que las epidemias estaban diezmando la población y conforme a su mentalidad, la administración del sacramento era lo que más apremiaba. Para esto construían nuestros frailes un gran jacal en el que pudiera caber el mayor número de gente, y allí instrumentaban una catequesis que culminaría en el bautismo.

«Cuando ya estaban los más catequizados....se trató de las fábricas, así del pueblo como de la iglesia».[46]Se trazaban los pueblos «en quadro, y todas las calles con salida», siguiendo el modelo de la capital, quedando «tan bien fundados y en tan buena planta, que todos parecían estampa de la gran Ciudad de México, que es la más hermosa de las del mundo». Se planeaban enseguida las obras públicas, sobre todo las más indispensables, como el llevar agua a las poblaciones con canales que la conducían al convento, a la plaza pública y al hospital, destacando en esto la de Chilapa, construida por Fr. Pedro Juárez de Escobar, quien superó muchas dificultades técnicas.[47]

Esta fuente se construyó en 1545 y aprovechaba todos los accidentes del terreno, superando las barrancas con acueductos de pequeña extensión.[48]Enseguida venía la construcción de las viviendas, mejorando con el uso de la ventana la construcción prehispánica con solo el hueco de la puerta.[49]Basalenque nos describe mejor este cambio: «las casas se edificaron bajas, a su modo, más con el cumplimiento necesario para su habitación, de sala, cocina y las más con sus oratorios para guardar sus imágenes, y tener ellos su retiro para rezar».[50]Aquí tenemos dos tipos de casas según se prestaba la cultura de los distintos pueblos, la primera propia de las culturas menos desarrolladas, la segunda para gente de más capacidad, como los Tarascas. Con esto se les iba enseñando las mínimas normas sociales, «porque la gente estava tan inculta, que ni comer sabía, ni vestirse, ni hablarse a lo menos con cortesía y humanidad».[51]

Dentro de la traza del pueblo, junto al convento, se crearon como en Tiripetío, salones propios para la enseñanza de las artes y oficios, aprovechando las aptitudes indígenas que con el conocimiento de las nuevas técnicas europeas iban a provocar grandes resultados, desde los cultivos, mandando traer de España árboles frutales, flores, verduras y ganados, enseñándoles a sembrar trigo y aún maíz que ya lo tenían, para que fuera más fácil. De igual forma los oficios mecánicos, enviando a México los indígenas más dotados,[52]o llevando a los pueblos maestros españoles. Basalenque pondera los trabajos de carpintería, herrería, cantería y albañilería o samblaje como él lo llama, porque esto era de suma importancia para la construcción de iglesias y conventos.[53]

Sobre lo que no se puede dudar, por las soberbias obras de este género que todavía hoy podemos admirar, sobre las cuales Grijalva opinaba que «con lo que más illustraron el reyno y en lo que mostraron la grandeza y generosidad de sus animas, fue en la fábrica de los templos y conventos, testigos a la posteridad de la opulencia del Reyno, y del gran número de Indios que entonces avia, pues aun después del cocoliztli, quedaron manos para tan soberbios edificios, tan fuertes, tan grandes, tan hermosos, y de tanta architectura, que no nos dexó mas que dessear».[54]Efectivamente, son agustinos al decir de los historiadores del arte colonial, los principales ejemplos del estilo arquitectónico propio de este primer siglo. «El arte plateresco florece en ellos como en ningunos otros», lo que demuestra a plenitud la mano de obra especializada que se alcanzó en los pueblos a ellos encomendados; baste aquí como ejemplo máximo, la fachada de la iglesia conventual de Cuitzeo, dibujada por algún escultor español, pero dirigida y realizada por canteros indígenas, como lo corrobora un cartel colocado en la misma, «Fr.Metl me fecit», Francisco Juan Metl me hizo.

Algunas de estas obras eran dirigidas por frailes peritos en este arte, destacando Fr. Andrés de Mata en Actopan, «uno de los monumentos más sugestivos de nuestra arquitectura colonial», así como Ixmiquilpan, y Fr. Juan de Utrera en Ucareo, «arquitecto excelente», quien ideó un nuevo modo de construcción, para concluir su obra en el tiempo prefijado.[55]Estos frailes se preocupaban en solucionar las necesidades propias de algún pueblo, venciendo todos los obstáculos, de tal forma que después aquella carencia se convertía en arte, y «assi ay son famosos los carpinteros de embutido y tarasea, y los bordadores de todos los pueblos, que están a nuestra administración».[56]

Todo esto se hacía con las personas mayores, porque con los niños, en todos los conventos se reunían a diario a lo que llamaríamos enseñanza de las primeras letras: leer, escribir, contar y cantar, escogiendo de ahí las mejores voces para la formación de los coros conventuales, tan importantes en las ceremonias litúrgicas como veremos, dándoles educación especial a quienes destacaban, y vaya que si los indígenas tenían amplias aptitudes musicales, como aquel Francisco de quien narra Basalenque que se presentó entre los organistas españoles a una oposición en México. No en balde se mandó comprar en Toledo un órgano de los mejores que hubo en la tierra para Tiripetío.[57]

Estos coros infantiles llevaban una vida casi conventual, pues vivían allí, se levantaban con los frailes, y mientras estos rezaban el oficio, ellos cantaban el «Te Deum» y las horas menores del oficio parvo de Nuestra Señora, cantaban las vísperas y desempeñaban todos los oficios corales que se necesitaran.[58]En todo este proceso los frailes se comportarán como los padres o tutores de los indígenas, tratando de componer sus diferencias de manera amigable, castigando sus faltas, «pues por su corta capacidad nunca salen del poder de tutores».[59]

b) La Vida Cristiana «Sujeta pues la multitud, y reducida a la Doctrina, empesaron a cathequicarla y disponerla para administrarles el santo sacramento del Baptismo y los demas».[60]Estas palabras de Grijalva nos marcan el inicio de la evangelización, es decir, el conformar la vida de los indígenas con el evangelio, lo cual será un largo y difícil proceso que se inicia con la transformación de la mentalidad religiosa indígena que giraba en torno a una cosmovisión donde ellos eran parte activa en la preservación de ese orden, frecuentemente atacado por deidades malignas. Además la experiencia y la fidelidad al culto de sus mayores les hacía confiar plenamente en sus divinidades, por lo que la conversión al cristianismo no va a ser cuestión de días, y la persistencia en sus antiguas creencias, máxime cuando intervenían aspectos socioeconómicos de la antigua jerarquía indígena, tanto civil como religiosa, va a tardar en diluirse. Además del ya citado boicot de Chilapa, tenemos como ejemplo los neófitos de Yecapixtla, que, si-guiendo las instrucciones de su cacique, habían decidido seguir dando culto a Toxcotl, por lo cual habían abandonado el lugar del culto cristiano.[61] Este fenómeno siempre iba aparejado con amenazas para sus vidas como sequías o enfermedades, en caso de no abandonar los nuevos pueblos y volver a sus antiguas costumbres.[62]Hoy sabemos que estando reunidos en poblados era más fácil que las distintas pestes hicieran mayores estragos. Se narran también casos extraños ocurridos a sacerdotes indígenas, que se conectan con el demonio, siendo en el caso de los nahuales, indios he-chiceros que se transformaban en animales salvajes para cometer sus fechorías, en donde la creencia indígena se traspasaba incluso a los mismos frailes, «nuestros Frayles que an sido ministros alli, y son tambien juezes del foro interior, todos an tenido por cierto esta transmutación».[63]Esto les hacía más firme su convicción de que estaban luchando contra el demonio en persona.

El método utilizado en la formación de esta cristiana república por los Agustinos va a estar influenciado por la organización que dio Fr. Alonso de Borja al hospital de Santa Fe, fundado por el ínclito Oidor y futuro obispo de Michoacán, Don Vasco de Quiroga, donde se llevaba una vida comunitaria y donde su intención iba más allá de un nivel ordinario. «No se contentava con que los Indios fuesen Christianos, sino que quería que todos fuessen religiosos»[64]y para ello «en breve tiempo les predicó no solo el camino ancho de los fieles, sino la senda estrecha de los perfectos». Él fue quien, a través de cantos y oraciones que diariamente se ejecutaban, marcó la pauta para el aprendizaje catequético.[65]

Se debe hacer notar que los superiores siempre tendrán cuidado para que todas estas actividades fueran uniformes y homogéneas en todos los conventos.[66]También anotaremos que el método tradicional tendrá sus excepciones, como el utilizado en Molango por Fr. Antonio de Roa, cuya predicación era muy plástica, representando personalmente en vivo, la pasión del Señor o las penas del infierno.[67]Como distinto será el testimonio que a través de milagros obraba Fr. Juan Bautista Moya en la tierra caliente rnichoacana.[68]

c) Catequesis. Esta actividad esencial tuvo su primera legislación en el capítulo de Ocuituco, 1534, que ordena una especial vigilancia del fraile con los niños, quienes serían instruidos por indígenas hábiles y basados en el catecismo de Fr. Pedro de Gante OFM, mientras Fr. Agustín de Coruña terminaba el suyo.[69]Pusieron especial interés en la formación de estos cuadros de catequistas indígenas, quienes serán sus principales auxiliares desde un principio, quedando así en sus pueblos como las autoridades religiosas en ausencia del fraile.[70]La catequesis tenía lugar en el atrio de los conventos donde se dividían por sexos, y donde ancianos indígenas impartían sus conocimientos, en un principio dos horas por la mañana y otras tantas por la tarde, quedando después en vigor las matutinas. Las oraciones y cantos allí aprendidos quedaban fijados en la mente de los neófitos, con el método de Fr. Alonso de Borja, que después pasó a ser ley.

Todas las mañanas al amanecer se juntaban en las esquinas de los pueblos, donde se había puesto imágenes o cruces, y ahí recitaban y cantaban lo aprendido en el catecismo, convenientemente traducido a sus lenguas; además los domingos todo el pueblo se congregaba en el atrio, y durante dos horas antes de la misa parroquial recordaban o se instruían en sus oraciones. Al anochecer, los varones acudían de nueva cuenta a las esquinas donde cantaban la salve y cuatro oraciones por las ánimas del purgatorio. En esta forma cuando se les exigía el catecismo para la confesión cuaresmal o la celebración del matrimonio, todo estaba perfectamente aprendido.[71]

d). Sacramentos. Pasemos a ver cómo realizaban, después de la conveniente catequesis, la práctica sacramentaria.

El bautismo.

Acerca de este sacramento hubo ciertas diferencias en su administración entre las tres Órdenes fundantes; los Franciscanos, por la gran multitud de indígenas que encontraron, juzgaron que se podía dispensar en las ceremonias y exorcismos bastando lo esencial, verter el agua sobre las cabezas, mientras que las otras dos no se atrevieron a tanto. Finiquitó la cuestión la bula «Altitud O Divini Consilii», dada por Paulo III el 1 de junio de 1537, sanando para el pasado los bautismos franciscanamente hechos, pero dando las normas concretas para el porvenir, que simplificando en algo el ritual, urgía a celebrarlo conforme a las normas, a no ser por urgente necesidad.[72]Se juntaron los obispos y determinaron que esta urgencia sería en enfermedad mortal, hacer un viaje por mar, entrar en batalla o hacer un viaje entre enemigos, lo que no calmó la discusión, pues algunos pensaban que estos eran casos de extrema necesidad, y que la urgencia sería un término medio entre lo ordinario y lo extremo.[73]

Los agustinos desde un principio, 1534, optaron por guardar en todo el ceremonial romano, bautizando niños todos los domingos y poniendo cuatro fechas anuales para los adultos: Pascua, Navidad, Pentecostés y San Agustín. En tales días se haría el bautismo «con grandissima solemnidad, imitando a los santos padres de la primitiva yglesia».[74]En realidad este sacramento estaba supeditado en los adultos a la regularización de su matrimonio, por la poligamia existente entre la clase privilegiada de la sociedad prehispánica. A este respecto se debe afirmar que la nueva religión supo sortear el problema canónico, pero no la problemática social que se les presentaba. Paulo III en la bula ya citada, aclara el valor de los matrimonios naturales, pero eran los frailes quienes debían intervenir para encontrar la pareja, entre sus distintas mujeres, quedando en toda su algidez, lo que hoy llamaríamos derechos humanos.

Tenían que despedir al resto de las mujeres, que con toda conciencia se habían unido a tal varón, ¿y los hijos? ¿Por qué debían perder un hogar y un padre o una madre, si ésta debía partir? En este asunto es donde habrá más roces entre frailes y obispos, de aquí que en los capítulos se insista en «que ninguno case o dispense a los Naturales que no fueren de su jurisdicción».[75]

En las cuatro fechas señaladas, se adornaban no solo las iglesias, sino los pueblos. Formaban los neófitos una procesión donde lucían sus mejores galas, llegados al lugar escogido para la ceremonia, los estaban esperando formando una valla los ya bautizados coronados con guirnaldas de flores. Entre dos sacerdotes se cumplían todas las ceremonias del ritual, una vez terminado éste, se les coronaba de flores, mientras la música y las campanas manifestaban su alegría por el acontecimiento. Así entraban todos en la iglesia para la celebración eucarística, con un sermón especial donde les recordaban el modo como habían de comportarse. Por la tarde «avia gran mitote, con que se solemnisava el dia a la usanca de la tierra».[76]

La confesión

En este sacramento no hubo necesidad de impulsar a los indígenas, quienes se acercaban con frecuencia al mismo. Sin embargo, había eclesiásticos que pensaban en la imposibilidad de que pudieran acercarse, «que de tan poca capacidad no se puede fiar una obra tan perfecta. Por que como quiera que no conozcan la deformidad del pecado, la bondad de la culpa ofendida, ni la gravedad de la culpa no pueden tener el arrepentimiento, ni el dolor que en este sacramento es necesario». Prevaleció, sin embargo, una actitud más pastoral en donde se opinaba que si les habían abierto las puertas de la Iglesia con el bautismo, era necesario darles el remedio para «tantas caydas como la fragilidad humanad da», afirmando que quienes conocen al indígena, «se admiran y quedan confusos de ver tan vivas y copiosas lagrimas, tantos sollozos, tan enteras y cumplidas confesiones .... Que vale más sentir la contrición que saber su definición».[77]

Los agustinos propugnaron esta segunda opción, interviniendo en ello Fr. Juan de Sanromán y el moralista Fr. Juan Bautista Moya, demostrando que no había dolo por parte de los indígenas, sino que más bien necesitaban una mayor enseñanza.[78]Aunque a decir verdad, se necesitaba un pleno conocimiento del indígena para poder afirmarlo. Siguiendo la norma agustina, al llegar Fr. Melchor de los Reyes al país, a pesar de sus borlas, -después fue catedrático de escritura en la universidad-, fue destinado a trabajar con los otomíes, le pareció al docto fraile que las confesiones de los indígenas podían ser sacrilegios, puesto que no sabían a ciencia cierta la materia de que se acusaban. Consultó por ello a Fr. Juan Bautista Moya, con fama de docto, santo y escrupuloso, pero sobre todo conocedor de la mentalidad indígena, quien le puso el siguiente ejemplo: «Pregúntale a un indio si ha hurtado, y dice que sí. Pregúntale que quantas vezes, y responde que él no ha hurtado nunca, una vez dize que quatro, y si lo apuran dice que ciento. La verdad es que quando dize cualquiera cosa destas, no siente lo contrario. Y as si, ni miente, ni niega la verdad». Sacando como conclusión que se debía juzgar por inadvertencia y no por mentira, porque decían lo que entendían.»[79] Para la confesión pascual, las multitudes aumentaban, puesto que todos eran examinados sobre la doctrina, preparándose con rezos a este sacramento, lo que se realizaba en los atrios, pasaban a la iglesia y allí los frailes en una plática los exhortaban al arrepentimiento. Venía el sacramento, dejando a los pies del confesor un huevo, para saber el número de los confesados y poderlo confrontar después con el padrón del pueblo.[80]

La eucaristía

Mayores argumentos se adujeron acerca de este sacramento en cuanto a la participación de los indígenas, diciendo que si la iglesia había decidido que no comulgaran los niños por su incapacidad y no por eso dejaban de vivir en gracia, en igualdad de circunstancias los indígenas debían abstenerse por lo pronto de esta participación, práctica que favoreció un concilio de Lima. Se argumentaba en contra, que a semejanza del cuerpo humano, si los indígenas habían nacido a la vida de la gracia por el bautismo, debían mantenerla comiendo de este pan de vida, ya que si los habían bautizado era porque tenían una fe explícita en la Trinidad, tendrían entonces suficiente capacidad para entenderlo que era necesario para este sacramento, puesto que no se les pide que comprendan el modo del misterio, sino la verdad del mismo. Y aunque frailes aislados de las distintas Órdenes se la concedían, fueron los agustinos quienes pronto lo van a realizar comúnmente, distinguiéndose en esta promoción Fr. Alonso de la Veracruz y Fr. Pedro de Agurto, quien incluso escribió un tratado al respecto. Por eso nuestros frailes los animaban desde el mismo día del bautismo a que se instruyeran y desearan este sacramento.[81]

No se equivocaron, pues los cronistas confirman la devoción con que recibían este sacramento. Se vestían de fiesta, se iban a la iglesia desde las siete y allí esperaban en silencio la celebración de la misa, que frecuentemente tardaba porque el ministro estaba ocupado en confesiones de último momento. Se preparaban rezando la tradicional oración de Santo Tomás de Aquino en su lengua, al comulgar les ponían unas guirnaldas de flores, rezaban la misma oración en acción de gracias, y en silencio daban gracias como hasta el mediodía, cuando se iban a sus casas, «donde ni se a hecho fuego, ni saben si an de comer, porque quieren dar a entender con esto, que todas sus mientes y sus conatos pusieron en lo que más importava», los vecinos les procuraban el sustento aquel día, haciendo notar el cronista que el comulgante era reverenciado «como entre nosotros el Missa cantano». Acabando de comer regresaban a la iglesia y allí se pasaban la tarde, o visitaban cruces o hermitas.[82]

En cuanto al viático, se les había metido en la cabeza que el Santísimo solo podía salir de las iglesias con mucha pompa; constatando además la pobreza de las casas indígenas, se les hacía una indecencia llevar la Eucaristía a los enfermos, por lo que la costumbre era llevar al enfermo a la iglesia en hamacas.[83]

La extrema unción

No ocurría lo mismo en este sacramento, no les importaba la hora, ni las dificultades para atender al enfermo; más aún cuando se enteraban que algunos sacerdotes de los ídolos andaban también convenciéndolos en la hora postrera para que volvieran al camino que habían abandonado, lo que debió ocurrir a menudo durante los primeros años. Por eso «hasta ay son unas vivas centellas los ministros; que coman, que duerman, que haga sol, o que llueva; en llamándolos para Olear van con tanta priessa, una, dos y tres leguas».[84]

e.) Las Ceremonias. La vida entera del indígena estaba amalgamada con sus creencias, porque ellos se consideraban colaboradores indispensables de los dioses, en caso concreto de Huitzilopochtli, quien no podía subsistir si no era alimentado con el chalchíhual, el líquido precioso, el terrible néctar de que se alimentaban los dioses. De aquí la xochiyaoyotl o guerra florida que proporcionaba los guerreros para el sacrificio.[85]Por otra parte, el sacrificio personal del indígena tenía siempre su aspecto cruento, era su forma de cooperar en la supervivencia del cosmos. Así en el ritual de los sacrificios el sujeto era parte activa del mismo, con danzas u otros elementos.[86]Esto será una de las primeras dificultades que deberán superar los misioneros, ya que en la liturgia católica el fiel participaba en forma totalmente pasiva, la que además se desarrollaba en una lengua extraña, el latín. Por otro lado, su misma concepción del sacrificio hará que los indígenas entiendan de manera rápida el sacrificio único de la cruz, manifestado en la misa.

Otro de los retos fue la magnificencia de sus ceremonias, no en balde una de las razones que tendrán los agustinos para proceder en sus construcciones, en el aderezo de sus templos y en la riqueza de sus utensilios será ésta: «para que los indios con la gloria de los edificios, con las riquezas de los templos, con la solemnidad de las fiestas, y con el culto divino, se olvidassen del trabajo passado, y de la flor de su gentilidad».[87]

Por lo mismo, tratarán de que todas las ceremonias del culto cristiano se desarrollen con la mayor solemnidad posible, caso concreto las misas dominicales, que eran «solemnissimas, porque como queda dicho es grande la riqueza del altar, y mucha la música del charo». Ya que en todos los conventos contaban con un órgano, y el cuidado suficiente de tener gente preparada para manejarlo, no dudando en enviarlos a México, donde las respectivas comunidades pagaban los gastos; estos a su vez enseñaban a otros en sus pueblos, siendo ésta una de las características de la evangelización agustina, la música en el culto, «ningun pueblesito ay de veinte indios; donde no aya trompetas, y unas flautas para officiar la missa».

Además, habiéndose dado cuenta de la gran religiosidad indígena, los tenían ocupados buena parte del tiempo en estos menesteres. Los cronistas resaltan la gran estima que tenían por sus imágenes, gastando en ellas o en su arreglo, lo que no tenían para comer, cumpliendo con estricta observancia todo lo que se les enseñaba, «en materia de religión, ya que no sobran, en nada faltan. Y como siempre están debajo de la disciplina, son puntualísimos en observar lo que una vez les enseñan».[88]

Todos los viernes después de vísperas, conforme a la tradición de la Orden, se reunían para cantar la «Benedicta», que consistía en el rezo de tres salmos y tres lecturas de San Agustín.[89]Los sábados se volvían a reunir a la misma hora para el canto de la Salve. Sitio especial merecen las procesiones que prácticamente en todas las fiestas hacían su aparición, sacando los distintos barrios o cofradías sus imágenes, concentrándose en las cabeceras las distintas visitas para los días más importantes como eran las pascuas: navidad, resurrección y pentecostés, además de la festividad del santo patrón, cada quien con sus andas, estandartes, luces y trompetas, que «es la cosa más alegre y más suptuosa de quantas goza el Reyno».[90]

Son de notar las procesiones de cuaresma, que se desarrollaban los viernes después de la Benedicta, había sermón sobre alguno de los pasajes de la pasión del Señor, con las imágenes que para ello tenían, acabando éste, comenzaba la procesión detrás de una cruz, cantando las letanías y cada cual con sus candelas, «y a la buelta que ya es de noche se agota todo el pueblo, todo lo que dura un Miserere cantado con disciplina seca».[91]Todo esto hace exclamar al cronista: «Con ser este Reyno tan rico, y tan religioso en los Españoles, en esto de las procesiones todos dan la ventaja a los indios».[92]La cofradía más común en las doctrinas agustinas, será la de las ánimas, cuyo patrón era San Nicolás de Tolentino,[93]que en Michoacán será nulificado por la actividad de los hospitales. Dos serán los instrumentos principales que utilicen los agustinos novohispanos en su evangelización: el «Santissimo Sacramento del Altar, y la de la Cruz; porque fueron estos dos instrumentos principales de la conversión de los Indios». Así la fiesta más faustosa del año será el «Corpus Domini», cuando las cabeceras parroquiales se convertían en un vergel, haciendo gala de flores, frutos y animales. «Allí se ven juntas las cosas más raras y escondidas de la naturaleza, que sirven de hermosura y de reconocimiento a su hazedor».[94]

Los mismos conventos competían en sus ornamentos y custodias para este día, siendo la más renombrada la que compró en España Fr. Diego de Chávez para Yuriria, que medía como un metro de alto y pesaba 24 kilos y medio de plata.[95]También se le daba importancia cuando cada quince días se renovaba el depósito sacramental, asistiendo todo el pueblo con sus velas, mientras el altar estaba adornado con abundancia de flores y los instrumentos musicales hacían solemne la ceremonia. De igual forma, en las visitas del Provincial revisaba a conciencia lo relativo al Sacramento, siendo suficiente motivo para privación del oficio, el prior que manifestara negligencia a este respecto, incluso en la lámpara, que era siempre de plata y ardía con aceite de oliva.

En cuanto a la Cruz, la que estaba en todas partes, en sus casas, en las esquinas del pueblo, en los caminos, en los montes y «en fin en todos los lugares donde hallan alguna singularidad allí la tienen,... y donde quiera que la ven, la reverencian, y muchos y muchas vezes le besan el pie». En todos los pueblos había un calvario, y aun cuando las enramaban y les ponían flores cada vez que podían, todo esto se opacaba el día 3 de mayo, cuya fiesta duraba dos días. El día anterior bajaban todas las cruces desde donde estuvieran, las llevaban a bendecir y con mucha pompa, en medio de procesiones y debajo de palio las regresaban a sus lugares entre música, danzas, luces y si era posible, pólvora. Al día siguiente hacían grandes banquetes, ya el señor de la casa, el barrio o el pueblo según a quien perteneciera la cruz.[96]

La síntesis entre la cristiana policía y la vida cristiana se hacía en los llamados hospitales, que habían surgido por la necesidad de las continuas epidemias que durante este primer siglo victimaron alrededor del 80 o 90 por ciento de la población indígena.[97]En estas pestes los religiosos debieron empeñarse a fondo, porque muchas veces las familias completas estaban afectadas y sin nadie que las atendiera, así que no solo servían de médicos espirituales sino también de corporales.[98]El gran promotor de estas instituciones es Don Vasco de Quiroga, y florecerán sobre todo en su obispado de Michoacán, allí surgirán en cada doctrina e incluso en las visitas que tuvieran regular número de población.

En estas instituciones dedicadas a la Concepción de María, no solo se curaban los enfermos, sino que con el trabajo comunitario se enriquecía el hospital y servía como medio ascético donde se iba acrisolando la vida cristiana de los naturales. Los agustinos influenciados por la labor de Fr. Alonso de Borja en Santa Fe, los promocionarán ampliamente. Al frente del hospital estaba un prioste, un mayordomo y un fiscal, elegidos anualmente en presencia del prior conventual. El prioste organizaba el rol para el servicio, por semanas y sin que valieran privilegios, se iban rotando todos los casados del pueblo por parejas matrimoniales, de seis en seis, a no ser que fuera muy abundante la población; allí mientras las mujeres atendían al cuidado de los enfermos, limpieza del local y alimentación, y en sus ratos libres tejiendo o bordando, los hombres trabajaban en las tierras o cuidaban el ganado del hospital, o también podían laborar en sus propios oficios, como carpintero, herrero, albañil, etc., solo que todas las ganancias de esa semana iban a parar a la caja comunal. Además durante esa semana llevaban una vida de corte monacal, se quitaban todos sus adornos, sobre todo las mujeres, rezaban a las horas acostumbradas por el oficio divino, desde maitines a media noche hasta el resto de las horas, aunque en lugar de los salmos decían oraciones y rosarios, con muchos cantos y sin darle el menor descanso al cuerpo a lo largo del día. Ni duda cabe que en esta forma les enseñaban que el cristianismo no era solo un conjunto de verdades que debían creer, sino también un conjunto de actitudes que debían asumir a lo largo de toda su vida.[99]

Como complemento de todo esto se debe añadir la utilización que hicieron del teatro, para que los indígenas percibieran mejor el contenido de su predicación, tradujeron al náhuatl la pasión del Señor, representándola a lo largo de la cuaresma, lo que todavía perdura.[100]Asimismo, las pinturas que adornaban las porterías de los conventos, las iglesias y las capillas abiertas, donde se proyectan los sacramentos o las advocaciones de María en las letanías, aunque lo más común era el juicio final, o los tormentos del infierno que esperaban a quienes cometieran tal o cual clase de pecados. Son notables a este respecto la capilla abierta de Actopan y la capilla de Santa María Xoxoteco.[101]Merece también recordarse que fue la Orden de San Agustín de donde surgieron las tradicionales posadas navideñas mexicanas.

Todo comenzó hacia el último cuarto del siglo XVI, cuando se les ocurrió celebrar en los nueve días previos a la navidad, nueve misas que llamaron de aguinaldo y celebraban al amanecer. Estas misas tuvieron gran acogida, porque «como la hora es tan alegre, y la devoción tan grande, y tanta la solemnidad con que se cantan, fue grande la frecuencia de los fieles, y el aplauso con que se recivieron».[102]Mayor fervor alcanzaron cuando el prior de Acolman, Fr. Diego de Soria, nombrado procurador de la Provincia para España y Roma,[103]consiguió del Papa Sixto V el breve «Licet is de cuius munere» del 5 de agosto de 1586, que concedía veinte años y cuarenta días de indulgencia para todos los asistentes.[104]

«La devoción fue tan grande, y la alegría espiritual tan extraordinaria, que en pocos años no huvo yglesia ninguna en todo el Reyno, as si de Españoles como de Indios donde no se cantassen, y aunque la indulgencia solo se gana en nuestras yglesias, la frequencia de los fieles en todas, es tan grande que ya no ay diferencia de la Mar al Río, antes es tan grande la solemnidad, las músicas y las demostraciones de alegría que ay en los Monasterios de Monjas que parece suya la devoción».[105]Como se puede apreciar cuando escribe el cronista, 1624, la fiesta ya se había extendido por toda Nueva España.

Notas

  1. Cf. CAMPO DEL POZO FERNANDO, Los agustinos en la evangelización de Venezuela, Caracas, 1979, 43.
  2. Cf. CASTRO SEOANE ]OSÉ-SANLES MARTÍNEZ RICARDO, Aviamento y catálogo de misioneros a Indias y Filipinas en el siglo XVI. Según los libros de la casa de la contratación, en Missionalia Hispanica, 34 (1977), 93-94.
  3. Cf. CECCHERELLI CLAUDIO, El bautismo y los Franciscanos en México, en Missionalia Hispanica, 12 (1955), 273-274.
  4. Cf. Ídem, nota 2, 94.
  5. Cf. Ídem, nota 3, 274-275.
  6. Cf. Ídem, nota 2, 95-97.
  7. Cf. GRIJALVA JUAN DE, Crónica de la Orden de N. P. S. Agustín en las Provincias de la Nueva España, México, 2, 1924, 39-40.
  8. CE. Ídem, nota 2, 98. El 15 de junio de 1533 se pagaron 129 pesos y medio, al arriero Pedro López, por el traslado de los frailes, ocupando 12 mulas, 8 con sus ropas y libros y 4 con los enfermos
  9. CE. ÁLVAREZ GUTIÉRREZ LUIS, El movimiento observante agustiniano en España y su culminación en tiempo de los Reyes Católicos, Roma, 1978 (= Studia Augustiniana Historica 6).
  10. Cf. GRIJALVA, O.C., 60.
  11. GRIJALVA, 74.
  12. SCARDO JOSÉ, Suplemento chronico a la istoria mexicana de la Orden de Sant Agustin nuestro Padre, Manuscrito 4349 de la Biblioteca Nacional de Madrid, fol. 29r.
  13. Cf. Ibídem, 28lV.
  14. Ibídem, 41r. Un estudio sobre este punto: cf. ANDRÉS MARTÍN MELQUIADES, Espiritualidad Agustiniana en Nueva España en el siglo XVI, en Actas del Congreso Internacional Agustinos en América y Filipinas, curo 1. Rodríguez, t. 1, Valladolid-Madrid, 1990, 161-187.
  15. Cf. Archivo General de Indias, Indiferente General, 2985.
  16. Cf. ÁLVAREZ GUTIÉRREZ, O.C., 190-98.
  17. Obra editada en México, 1924.
  18. JARAMILLO ESCUTIA ROBERTO, Los Agustinos de Michoacán. 1602-1652. La difícil formación de una Provincia, México, 1991,245-46. Mayor luz aportan los advertimientos que el virrey Don Martín En¬ríquez dejó al Conde de Coruña, 25 de septiembre de 1580: «tocante a los Religiosos es muy diferente que en España, porque allá ya V.S. save que con estarse el religioso en su casa o acudir alguna vez a algu¬na obra de caridad quando se ofrese, cumple con su obligación, y en solo este se encierra lo que ay que dar y tomar con ellos, mas aca como por falta de clerigos a sido siempre forzoso que frailes hagan oficio de curas y que su Magestad se valga dellos para la dotrina de los yndios, y el acudir a esta dotrina a de ser andando por estos pueblos unas beces solos y otras de dos en dos, donde nunca hacen mucho a siento, que es una vida mas livertada de la que havian de tener los de su nombre y profesiom>. Archivo General de Indias. Audiencia de México, 20, ramo 1, documento 40, número 4.
  19. RICARD ROBERT, La conquista espiritual de México. Ensayo sobre el apostolado y los métodos misioneros de las órdenes mendicantes en la Nueva España de 1523-1524 a 1572, México, 2' ed., 1986, 198.
  20. CEREZO DE DIEGO PROMETEO, Alonso de Veracruz y el derecho de gentes, México, 1985, 288.
  21. ALPHONSUS A VERACRUCE, De dominio infidelium et iusto bello, en The writings of Alonso de la Veracruz, ed. E.J. Burrus, T.II Rome-St. Louis, Mo., 1968, no. 716-718, pp. 370,372.
  22. Cf. GRIJALVA, 62-65.
  23. Cf. BURRUS ERNEST, The writings of Alonso de la Veracruz, T. V, Rome-St. Louis, Mo., 1972, 335.
  24. Cf. GARCÍA ICAZBALCETA JOAQUÍN, Bibliografía Mexicana del siglo XVI, México, 2 1954, 236, 300, 406-407.
  25. GRIJALVA, 63-64.
  26. Ibídem, 76.
  27. Cf. BASALENQUE DIEGO, Historia de la Provincia de San Nicolás de Tolentino de Michoacán del Orden de N.P. S. Agustín, Bravo Ugarte José, México, 3 1963, 64-67.
  28. Cf. CUEVAS MARIANO, Historia de la Iglesia en México, II El Paso, Texas, 1928,290-309.
  29. Cf. WARREN J. B., Vasco de Quiroga y sus pueblos hospitales de Santa Fe, Morelia, 2' ed., 1990, 33-74. GRIJALVA, 54-58.
  30. Cf. RICARD ROBERT, o.c., 152-163; ZAVALA ALIPIO, Historia de la Provincia Agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de México, II, México, 1984, 251-71.
  31. Cf. CUEVAS MARIANO, Documentos inéditos del siglo XVI para la historia de México, México, 1915, 221-228. El documento está fechado en Metztitlán el 27 de agosto de 1554.
  32. CE. Relaciones Geográficas del siglo XVI: Michoacán, ed. René Acuña, México, 1987, 369-376.
  33. Ibídem, 198.
  34. RICARD, o.c., 235.
  35. Ibídem, 198.
  36. GRIJALVA, 106-107. Este cronista nos presenta estas sierras llenas de demonios, porque «a la verdad, una criatura condenada, que a de hazer, sino buscar las más solas, y más inaccesibles cierras». Ibídem, 109.
  37. Ibídem, 110.
  38. Cf. Ibídem, 123.
  39. Cf. Ibídem. 44.49.47. El mismo cronista enumera las distintas lenguas que manejaban los frailes: Náhuatl, Otomí, Tarasco, T1apaneca, Huasteca, Ocuilteca, Matlaltzinga, Totonaca, Mixteca y Chichimeca. Procuraron, sin embargo, ir poco a poco reduciéndolas al Náhuatl. Cf. Ibídem, 235-236. La Chichimeca habría que dividirla en varias por las etnias donde alguna vez trabajaron nuestros frailes: Pame, Huachichil y Vamar. Cf. Carta de Fr. Guillermo de Santa María, nota 32,344. Así se coincide con el cronista Fr. ESTEBAN GARCÍA, quien añade la Tepehua y la Serrana, que son lenguas Chichimecas. Cf. GARCÍA ESTEBAN, Crónica de la Provincia Agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de México, Madrid, 1918, 185.
  40. Cf. GRIJALVA, 111.
  41. Cf. Ibídem, 250.
  42. Cf. Ibídem, 50-51
  43. Cf. Ibídem, 274.
  44. Ibídem, 294.
  45. Ibídem, 66.
  46. BASALENQUE DIEGO, o.c., 59.
  47. Cf. GRIJALVA, 222. BASALENQUE, 59.
  48. HERNÁNDEZ PONS ELSA. La fuente colonial de Chilapa de Álvarez Guerrero, en Boletín de Monumentos Históricos, 11 (1990), 38-49.
  49. Cf. GRIJALVA, 222. BASALENQUE, 59.
  50. Cf. BASALENQUE, 59-60.
  51. GRIJALVA, 53.
  52. Cf. Ibídem, 222-223. Nótese que había zonas desérticas donde se alimentaban fundamentalmente del maguey y sus derivados, como en Atotonilco. Cf. ibídem, 112.
  53. Cf. BASALENQUE, 60.
  54. GRIJALVA, 225.
  55. CF. TOUSSAINT MANUEL, Arte Colonial en México, México, 5' ed., 1990,45-49. Se puede consultar además PALOMERO PÁRAMO JESÚS MIGUEL, El convento Agustino en Nueva España: Concepto de Grandeza, en Actas del Congreso Internacional Agustinos en América y Filipinas, cur. 1. Rodríguez, II, Valladolid-Madrid, 1990,577-617.
  56. GRIJALVA, 223.
  57. «Dijo que quería tañer delante de todos y que bien sabía que por ser indio no le habían de dar el órgano, mas que se oponía porque viesen que también hay indios hábiles: tañó conforme le pedían, de fantasía y que siguiese un paso, y a todos los músicos dejó espantados»; continúa diciendo que él conoció a su hijo Mateo organista de la catedral de Valladolid, «y tocaba como cualquier español muy diestro; pe¬ro todos decían que era sombra y rasguño de lo que su padre tañía». BASALENQUE, 62-63, CE. GRI¬J.\LVA, 226.
  58. CF. GRIJALVA, 227.
  59. CF. Ibídem, 223-224.
  60. Ibídem, 138.
  61. Cf. Ibídem, 79.
  62. Cf. Ibídem, 127-128.
  63. Cf. Ibídem, 81-84.
  64. Ibídem, 113-114.
  65. Cf. Ibídem, 55-56.199.
  66. Esto se nota en las actas del capítulo de Epazoyucan, 8 de marzo de 1563. Cf. Archivo General de Indias. Indiferente General 2985. Igualmente a principios del siglo siguiente en la Provincia de Michoacán. Cf. JARAMILLO, o.c., 261.
  67. Cf. GRIJALVA, 320-325.
  68. Cf. Ibídem, 412-418.
  69. Cf. Ibídem, 63-64.
  70. Cf. Ibídem, 66.
  71. Cf. Ibídem, 226.
  72. Cf. América Pontificia. Primi saeculi evangelizationis. 1493-1592, cur. JOSEF METZLER, I; Cittá del Vaticano, 1991, 361-364.
  73. Cf. GRIJALVA, 144-145.
  74. Ibídem, 63. Lo que se continuará exigiendo en los capítulos provinciales, así en Epazoyucan, 1563. Cf. Archivo General de Indias. Indiferente General 2985.
  75. Cf. Definitorio de Acolman, 24 de septiembre de 1563. Allí se recomienda que para casarse deben saber la doctrina, y después confesarse, porque el matrimonio se debe recibir en estado de gracia. CE. Archivo General de Indias. Indiferente General 2985
  76. Cf. GRIJALVA, 141
  77. Ibídem, 148-149.
  78. CF. BASALENQUE, 39
  79. GRIJALVA, 410.
  80. CE. Ibídem, 231-232.
  81. CF. Ibídem, 151-154.
  82. CE. Ibídem, 232-233. BASALENQUE, 41
  83. CF. GRI]ALVA, 131.
  84. Ibídem, 155-156.
  85. Cf. CASO ALFONSO, El pueblo del sol, México, 1953, 2' ed. 1974, 23-24.
  86. Cf. GONZÁLEZ TORRES YOLOTL, El sacrificio humano entre los Mexicas, México, 1985, reimp. 1988, 102-105.
  87. GRIJALVA,221.
  88. Cf. Ibídem, 226-228.
  89. BASALENQUE cuenta una tradición sobre el origen de esta devoción, que en la Orden se mantenía como promesa. Cf. BASALENQUE, 43.
  90. Cf. GRIJALVA, 227.
  91. Ibídem, 231. Al parecer en esto hubo excesos, pues la devoción penitencial de los indígenas era grande, ya que el capítulo de Epazoyucan, 1563, manda que en ningún pueblo se admitan los indígenas «a disciplina común si no fuere los tres días de las tinieblas, ni se les ynponga que ellos la hagan en común, sino en secreto agan su penitencia, eceto el jueves santo». Cf. Archivo General de Indias. Indife¬rente General 2985.
  92. GRIJALVA, 228.
  93. Cf. Ibídem, 227. Se nota la existencia de una corriente, que prevaleció en el capítulo de Epazoyucan, donde se prohíbe que haya cofradías en los pueblos de indios. Cf. Archivo General de Indias. Indi¬ferente General 2985.
  94. Cf. GRIJALVA, 229.
  95. Cf. JARAMILLO, o.c., 268-269.
  96. Cf. GRIJALVA, 229-230.
  97. Cf. GERHARD PETER, Geografía Histórica de la Nueva España, 1519-1821, México, 1986, 24-28
  98. Cf. GRIJALVA, 214. Es bastante curiosa la razón que da este cronista sobre la causa de la peste: «Lo segundo, y sea esta la principal razono Que quiso pagarles Dios la promptitud, con que captivaron sus entendimientos a la Fe; quiso coronar su voluntad sencilla. Temiose del tiempo (hablemos en nuestro tosco lenguaje) o conocio, como quieren algunos Theologos, que á que! nuevo espiritu se les avia de embejecer, y que avian de reverdecer en ellos antiguas costumbres, y al fin conocio, que los avia de depravar el tiempo, y por esto los arrebató la muerte .... De manera, que venimos a reduzir esta gran peste al bien de los predestinados, que a buena cuenta fueron muchos, de que no poco premio se les devio seguir a sus ministros». ibídem, 215.
  99. Cf. GRIJALVA, 218-220. JARAMILLO, 275-278
  100. Cf. SCARDO, o.c., 32r.
  101. Cf. ARTIGAS H. JUAN B., La piel de la arquitectura. Murales de Santa María Xoxoteco, México, 1979
  102. GRIJALVA, 618-619
  103. Cf. Ibídem, 545.
  104. Cf. América Pontificia, II, 1284-1286
  105. GRIJALVA, 619.


ROBERTO JARAMILLO ESCUTIA © Simposio CAL 1992