FILIPINAS: Organización de la Iglesia

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Los comienzos de la evangelización en Filipinas van de la mano de la llegada de las expediciones exploradoras de los españoles a partir de la inicial que Magallanes- Elcano llevaron a cabo en 1522; en aquella expedición se encontraban algunos frailes como capellanes, e incluso en aquel primer encuentro con las Islas celebraron las primeras misas en el archipiélago. Pero aquellas primeras presencias no tuvieron una consecuencia permanente, ni un influjo determinante en la historia de la evangelización del archipiélago.

La evangelización sistemática comienza con la llegada de los agustinos al archipiélago, en la expedición que partió de la Nueva España capitaneada por Miguel López de Legazpi y el fraile agustino fray Andrés de Urdaneta en 1565. Desde el punto de vista eclesiástico la Iglesia en las Islas Filipinas comenzó bajo la jurisdicción del arzobispo de México, el dominico Alonso de Montúfar, que designó al provincial de los agustinos «juez delegado eclesiástico en Filipinas».

Llegados los franciscanos a Manila en 1578, el provincial de los agustinos transfirió, no sin ligeros roces, su autoridad eclesiástica a los superiores de la Orden de San Francisco. La erección del obispado de Manila en 1578 marca la fecha de la definitiva organización de la Iglesia, idéntica a la ya vigente en Hispanoamérica.

EL PATRONATO-VICARIATO EN FILIPINAS

El Patronato real concedido por los romanos pontífices a los reyes de España para las tierras de América, fue extendido y aplicado con idénticas atribuciones y responsabilidades a Filipinas con la llegada a dichas islas de Miguel López de Legazpi (13 de febrero de 1565).

Como tónica general, puede afirmarse que en tiempo de la dinastía española de los Austrias (1565-1700) este patronato real fue correctamente observado dentro de los límites de la cordialidad y justicia, y solo con algunas pequeñas interferencias y abusos. Con la subida al trono español de los Borbones, y de modo particular durante el gobierno de Carlos III (1759-1788), sobrevinieron los litigios y serias intromisiones del poder civil en materia eclesiástica, además de no cumplir la autoridad civil con sus obligaciones para con las iglesias, obispos, cabildos eclesiásticos y envío de misioneros.

Este sistema, que con el tiempo evolucionó de «Patronato» a «Vicariato», llevaba anexos determinados derechos y obligaciones. Sintetizamos las más relevantes:

A) Obispos

Vacante una diócesis, el Consejo de Indias presentaba una lista de candidatos que juzgaba más dignos para ocupar la sede vacante. De los candidatos presentados, el rey escogía uno e inmediatamente cursaba al embajador de España en Roma la correspondiente orden para que, en su nombre, hiciese su presentación al Papa. Acto seguido, por encargo del romano pontífice, se incoaba en España el requerido proceso informativo o consistorial.

Aunque estaba severamente prohibido en las «Decretales» que un candidato presentado para una vacante asumiera el gobierno de la misma antes de recibir la preconización, por mucho tiempo se aceptó que el monarca español, una vez presentado el candidato a la Santa Sede, mandara a quien ya había presentado que sin pérdida de tiempo pasara a gobernar la diocésis para la que había sido presentado «en todo lo que no fuere materia de orden».

La Santa Sede hubo de transigir con esto, pero cuando verificó la decadencia del Patronato (siglo XIX), tuvo la suficiente energía y valor para oponerse a más de un candidato si juzgaba que no reunía los requisitos de ciencia, virtud y dotes de gobierno que las leyes eclesiásticas exigían. Casos famosos y muy sonados fueron el de Abad y Queipo, presentado por Carlos IV para la diócesis de Michoacán y quien, sin ser confirmado por Roma, firmó el decreto de excomunión del cura Miguel Hidalgo, y el del agustino Francisco Miro, presentado por Isabel II en 1860 para la diócesis de Nueva Segovia y rechazado insistentemente por el Vaticano.

B) Concilios

Si un obispo o arzobispo pretendía celebrar sínodo o concilio en su diocésis, necesitaba primero contar con la autorización real. Durante la celebración del mismo, el vice-patrono o gobernador general de Filipinas tenía derecho y obligación de asistir, bien personalmente o bien por alguien nombrado por él «ad casum». Finalmente, era obligación inexcusable enviar las actas del sínodo o concilio al Consejo de Indias para su aprobación, y esto antes de ser impresas o promulgadas.


C) Cabildos eclesiásticos

Era competencia también del rey de España presentar candidatos para vicarios, prebendados, canónigos, etc., a quienes más tarde el obispo o prelado de la iglesia catedral confería el titulo e institución canónica. Dada la gran distancia que separaba a España de Filipinas, a partir de 1608 el monarca español dio licencia a su gobernador general y vice-patrono de las islas para hacer la presentación «ad interim», la que luego el rey confirmaba o desaprobaba por Real cédula.


D) Clero regular

En este campo, las leyes de Indias fueron más escrupulosas y precisas. Era competencia de la Corona de España aprobar la creación de nuevas provincias religiosas, erección de casas-conventos y parroquias, dar el visto bueno a las expediciones misioneras que partían de España, al regreso de los enfermos o de los voluntarios a la Península, etc.

Casi desde el principio del establecimiento de los españoles en Filipinas (1565), la Corona presionó con insistencia para que las Órdenes religiosas presentaran al gobernador general y vice-patrono las actas de los Capítulos provinciales, debiendo por otra parte presentar para cada parroquia tres candidatos, de los que el gobernador escogería uno y lo presentaría al correspondiente obispo para su institución y colación canónica. Las aludidas Ordenes aceptaron con repugnancia esta intromisión real, y solo a partir de 1655 se logró doblegar su resistencia.

El coste de las expediciones de misioneros que se dirigían desde España o México a Filipinas corría por cuenta de la Real Hacienda, ayuda que por otra parte era más que insuficiente, como lo constatan los libros de cuentas de las respectivas Órdenes. Desde 1794 esta aportación real se redujo a más de la tercera parte, y para los agustinos y dominicos, de 1848 a 1893, se negó toda ayuda económica, debiendo correr ellos con todos los gastos.

Respecto de los agustinos hubo además una conducta extraña y engañosa para los no enterados en historia eclesiástica de Filipinas. En 1809 llegaron a Cádiz, procedentes del seminario de Santo Tomás que esta Orden poseía en la ciudad de México, nada menos que 40.000 duros, destinados a la manutención de los religiosos del Colegio-seminario de Valladolid y a costear el gasto de los religiosos que se dirigían a Filipinas. Los funcionarios de la Real hacienda de Cádiz requisaron los 40.000 duros, y solo después de calurosas reclamaciones el comisario-procurador en las Cortes de Madrid y Roma, fray Juan Crespo, logró recuperar la insignificante cantidad de 2.500 duros, quedándose las reales cajas con los restantes 37.500.

De nada valieron posteriores memoriales del citado padre Juan Crespo y sucesores en el cargo, limitándose el gobierno de Madrid a respuestas incoloras, difuminadas y nada convincentes. Ante las reclamaciones justas de los procuradores de la Provincia de Filipinas, el gobierno de Madrid se avino a un modo de compensación de los más originales, según el cual la cantidad adeudada de 37.500 duros se iría reintegrando a la Provincia dueña con el pago de los dos tercios, mitad o un tercio del coste de las misiones que zarparan para las islas Filipinas, hasta dejar cancelada la suma adeudada. Esto se pudo lograr en 1845, y en esa fecha la Corona, exhausta hasta no más poder de dinero, decretó que los dominicos y agustinos a partir de 1848 costearían de sus propios bolsillos el coste total de sus misiones a las islas.

DIOCESIS Y ARCHIDIOCESIS

Diócesis-archidiócesis de Manila

1) Erección. En 1576 el papa erigió el obispado de Manila, y en 1578 Felipe II presento para su primer obispo a Domingo de Salazar, dominico, el que con las bulas en su poder fue consagrado en la ciudad de México (1579). En septiembre de 1581 Salazar llegó a Manila y acto seguido pasó a erigir dicha sede, la que por otra parte seguía siendo sufragánea de la de la ciudad de México, según bula de Gregorio XIII del 6 de febrero de 1578.

Desde el primer momento, el obispo Salazar quiso tener su propio cabildo eclesiástico a tono con lo que él creía exigir la nueva diocésis y la catedral de Manila. Pero de las 27 prebendas que Salazar propuso a Felipe II, éste aprobó solo cinco dignidades: deán, arcediano, provisor, maestrescuela y tesorero; tres canonjías: magistral, doctoral y penitenciario; dos raciones y dos medias raciones.

Las condiciones de vida, tanto del obispo como de los miembros de su cabildo, fueron por necesidad de las más precarias y llamativas. Después de muchos reclamos, aireados en los más diversos tonos y colores, en 1604 Felipe III fijó los estipendios, asignando 600 pesos al deán, 400 pesos a las demás dignidades, 300 pesos a los canónigos y, finalmente, 200 pesos para los racioneros y medio-racioneros. Solo en 1680 el rey Carlos II incrementó dichos salarios en 100 pesos anuales a cada uno de los prebendados.

La primera iglesia-catedral de Manila se comenzó en 1581, siendo, como el resto de los edificios de Manila, de tabla, caña y nipa, si bien muy pronto, según mandato del gobernador general, doctor Santiago de Vera, comenzó a construirse de materiales fuertes. Todo marchó bien durante bastantes años, desafiándose arzobispos y miembros del cabildo en dotarla de todo lo mejor, movidos por el afán de competir con las mejores iglesias de las Órdenes religiosas.

Los sueños, sin embargo, terminaron en desilusión y llanto, pues el terremoto de 1645 echó por tierra el edificio de la catedral, así como otros muchos templos y viviendas. Reconstruida la catedral por iniciativa del arzobispo Miguel Poblete, por segunda vez el terremoto del 3 de junio de 1864 derrumbó el edificio, sepultando entre sus escombros a muchos miembros del cabildo, que en la tarde de dicho día 3 de junio estaban celebrando las Vísperas solemnes de la fiesta del Corpus Christi. Una tercera catedral, inaugurada por el arzobispo dominico Pedro Payo (1876-1889), fue igualmente destruida durante la batalla por la liberación de Manila en la Segunda Guerra Mundial (1945). La iglesia catedral que hoy existe fue levantada por el arzobispo, más tarde cardenal, Rufino J. Santos.

2) División. Muy pronto el obispo Salazar sorprendió que la extensión de la diocésis que gobernaba, todas las islas en este caso, llevaba consigo un cumulo de dificultades por la imposibilidad de gobernarla y, sobre todo, visitarla. Desde el primer momento, Salazar pensó en la necesidad inmediata de crear nuevas diocésis, elevando a este efecto a sede arzobispal la de Manila y dándole como sufragáneas otras dos o tres diocésis. Todo con el plausible deseo de que las almas y los pueblos estuvieran mejor atendidos.

A finales de 1591 el obispo Salazar salió de Filipinas para España con el propósito de informar a Felipe II del estado de las islas Filipinas y pedir lo que él creía más conveniente para su mejor gobierno y administración, tanto en el orden temporal como en el espiritual. Una carta de Felipe II a su embajador plenipotenciario en Roma, con fecha 17 de junio de 1595, y la consiguiente concesión del papa Clemente VIII, dejan translucir las acertadas intervenciones del obispo Salazar, que no habían sido otras que pedir la restitución de la suprimida Audiencia de Manila, la erección en metropolitana de la Iglesia de Manila y la creación de tres nuevos obispados o diocésis sufragáneas.

El Consejo de Indias estudió con ponderada detención la propuesta del obispo Salazar y sin mayores divagaciones comprendió que era justa la petición de elevar la sede de Manila a metropolitana, haciéndola al mismo tiempo independiente del arzobispo de la ciudad de México, y subordinar a la silla de Manila otras varias diocésis sufragáneas.

Felipe II considero acertada la recomendación del Consejo, y así, en carta a su embajador en Roma, mandaba a éste que, recibido su despacho, propusiera a Su Santidad y le suplicara de su parte tuviera a bien erigir en metropolitana la iglesia catedral de Manila, dándole como sufragáneos los siguientes tres obispados: uno, en la ciudad de Nueva Segovia, en la provincia de Cagayán, en la isla de Luzón, bajo la advocación de la Concepción de Nuestra Señora; otro, en la ciudad de Cáceres o Nueva Cáceres, en tierra de Camarines, en la misma isla de Luzón y al sur, bajo la advocación de San Juan Evangelista; y el tercero y último, en la ciudad del Santísimo Nombre de Jesús (Cebú), en la isla de este mismo nombre, bajo la advocación del Santo Ángel Custodio.

El 14 de agosto de 1595 el papa Clemente VIII, por breve dado en Roma, aprobó la erección de Manila en arzobispado, dándole al mismo tiempo como sufragáneas las referidas diocésis. El 30 de agosto inmediato nombró, previa la presentación del monarca español, como primer arzobispo de Manila al franciscano Ignacio de Santibáñez, el que apenas pudo desempeñar acto alguno en el tiempo de su gobierno pues moría apenas tomada posesión de su archidiócesis.

Los prelados que gobernaron la diócesis-archidiócesis de Manila desde 1576 hasta 1898, fecha en que España perdió Filipinas, fueron 25: un obispo (Domingo de Salazar) y 24 arzobispos. Los límites de la nueva archidiócesis de Manila comprendían las actuales provincias civiles de Nueva Écija, mitad sur de la provincia de Tarlac, más las de Zambales, Pampanga, Bataàn, Bulacàn, Rizal, Cavite, Batangas, La Laguna y las islas de Mindoro y Marinduque.

Diocésis de Cebú

La diocésis de Cebú fue erigida el 14 de agosto de 1595, y su primer obispo fue Pedro de Agurto, agustino criollo mexicano. El número de obispos que administraron esta diocésis (1595-1903) fue de 21, habiendo sido el último el franciscano Martin de Alcocer, el cual prolongó su gobierno hasta 1903 y hubiera terminado sus días en su querida diocésis de Cebú de haber sido escuchadas las súplicas del mismo clero filipino.

La extensión de esta diocésis era la más amplia de las cuatro existentes en Filipinas. Comprendía todas las islas Visayas o Pintados, Mindanao y las islas Marianas, conocidas más vulgarmente por Islas de los Ladrones. De ahí que sus obispos muy pocas veces lograron hacer la prescrita visita a su diocésis, debido en gran parte a lo que hemos apuntado sobre sus límites, no echando tampoco en olvido la gran incidencia que en las provincias de Visayas tuvieron las correrías de los moros, joloes y camucones, las más de las veces confabulados con los naturales de Borneo, que siempre mantuvieron sus lanzas en alto contra todo lo español y religioso por considerar que España les había desplazado del dominio que mantenían. en las Filipinas.

Diocésis de Nueva Cáceres o Camarines

La diocésis de Camarines fue creada en la misma fecha que la de Cebú (14 de agosto de 1595). Su primer obispo fue el franciscano Luis de Maldonado, que no llegó a tornar posesión de su sede por haber fallecido con anterioridad. El total de obispos que gobernaron esta diocésis fue de 27, el ultimo de los cuales, el agustino Arsenio del Campo, se vio obligado a abandonarla por motivos graves de salud apenas comenzadas las hostilidades hispanoamericanas.

Los limites de la diocésis de Nueva Cáceres eran los de las actuales provincias civiles de Quezón, Camarines Norte, Camarines Sur, Albay y Sorsogén, más las islas de Catandunaes, Masbate, Burias y Ticao.

Diocésis de Nueva Segovia

Erigida con la misma fecha (14 de agosto de 1595) que las diocésis de Cebú y Nueva Cáceres, su primer obispo fue el dominico Miguel de Benavides, más tarde segundo arzobispo de Manila. Inicialmente la sede estuvo en Cal-loc (Cagayán de Luzón), pero por estar mejor situada a todos los efectos la ciudad de Vigan, conocida en los primeros tiempos como Villa Fernandina, hoy capital de la provincia de Ilocos Sur, Fernando VI autorizó su traslado a la referida ciudad de Vigan el 7 de septiembre de 1758. En 1762 la ciudad pasó a ser legalmente la sede de la diocésis de Nueva Segovia.

Fueron los obispos Juan Ruiz de San Agustín, agustino recoleto, y Pedro Agustín Blaquier, agustino, los que dieron un buen empuje a la nueva catedral, de materiales fuertes y dignos. También fueron 27 los obispos que desde 1595 a 1898 dirigieron el gobierno de esta diocésis, habiendo sido su ultimo obispo en el periodo español el dominico José Hevia Campomanes. La diócesis comprendía las actuales provincias de Tarlac, Pangasinán, Ilocos Norte, Ilocos Sur y todo el valle de Cagayán de Luzón.

Diócesis de Jaro

Esta diócesis, situada en la isla de Panay, fue desmembrada de la de Cebú a petición de la reina Isabel II (17 de enero de 1865) y erigida como tal por el papa Pio IX por el breve «Qui ah initio» bajo la advocación de Santa Isabel. Su primer obispo fue el dominico Mariano Cuartero, que tomó posesión de su sede el año 1868 y que en cuanto a la catedral poco tuvo que hacer pues para estos oficios los agustinos le cedieron su espaciosa y bonita iglesia de Jaro, dándoles como permuta el obispo Cuartero la parroquia de San José, de la ciudad de Iloilo, iglesia que tuvieron que levantar los nuevos párrocos.

Por lo que se refiere a la administración de esta diocésis durante el periodo español, al obispo Mariano Cuartero le sucedieron los agustinos recoletos Andrés Ferrero y Leandro Arrúe. Sus límites eran las provincias de Iloilo, Cápiz, Antique, islas Calamianes, isla de Negros, Zamboanga y Nueva Guipúzcoa (la actual provincia de Davao).

BIBLIOGRAFÍA

General

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ISACIO RODRÍGUEZ

© Historia de la Iglesia en Hispanoamérica y Filipinas, II, BAC, Madrid 1992