Diferencia entre revisiones de «FILOSOFÍA EN URUGUAY»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Revisión del 20:47 11 jun 2017

La enseñanza de la filosofía en Montevideo comenzó en 1786 en el convento de San Bernardino. Se desempeñaron como sucesivos profesores de filosofía hasta la Independencia: Fray Mariano Chambo, José Benito Lamas (1787-1857) y el franciscano español Fray Cirilo Alameda (1781-1872), quien defendió, desde «La Gazeta de Montevideo», la causa de España, combatiendo las ideas revolucionarias.

El enfrentamiento de corrientes de pensamiento testimonia el dramatismo de la conciencia católica en esa hora histórica. Convocada por la esencia de su misión a preservar la pureza de la fe y, al tiempo, atender con caridad y compromiso las preocupaciones y anhelos de los pueblos.

Los profesores de filosofía en la Casa de Estudios Generales, desde 1833 hasta la fundación de la Universidad, fueron José Benito Lamas nuevamente, el doctor Alejo Villegas (1783-1857), emigrado argentino que dentro de la escolástica tradicional manifestó inclinaciones hacia el eclecticismo. Durante 1838 dictó clases Salvador Ruano, con un programa ortodoxo en la corriente de la Ideología.

Si bien la Ideología de Condillac, Cabanis y Destutt de Tracy tuvo ese solo antecedente en la enseñanza -en Argentina ya había iniciado su largo predominio universitario-, la misma era un referente de pensamiento en el ambiente cultural. Como representante más significativo se destaca la figura de Dámaso Antonio Larrañaga (1771-1848).

Arquetipo del intelectual de fe católica, su acción se desarrolló en varias direcciones: en el campo específico de su vocación sacerdotal; en la proyección pública acompañando a Artigas primero, y estando presente en los difíciles avatares de la nación oriental en el curso del siglo XIX, con aportes decisivos en las áreas cultural y educativa; en la labor académica se destacó como hombre de ciencia.

La tensión entre viejas y nuevas ideas fue mutando desde el ámbito de la conciencia individual hacia la diversidad social que se tradujo en luchas de corrientes filósoficas. A nivel de las costumbres y las tradiciones, había un denominador común: la religión católica, pero no tardó en aparecer el cuestionamiento de la fe que condujo al final de un siglo XIX cargado de rencillas ideológicas.

Un intelectual prototípico de estos reacomodos fue Andrés Lamas (1817-1891). Arturo Ardao caracteriza así a los profesores que entonces tuvo Lamas en la Casa de Estudios Generales en 1837: “Viejos catedráticos de corte colonial, católicos desde luego, aquellos profesores impartían una enseñanza tradicionalista, aunque fuertemente teñida de liberalismo. (…) A ellos debió tal vez Lamas las raíces doctrinarias con que afirmó sus convicciones religiosas y la gran afección que tuvo para las tradiciones culturales españolas”

Más tarde, Lamas se acercó a la Ideología; luego se giró hacia las nuevas ideas que sostenían los jóvenes argentinos de la Asociación de Mayo, implicándose con el saintsimonismo y el eclecticismo. Muy rápidamente abandonó Lamas los fundamentos del socialismo saint-simoniano y, decantada su vida en la madurez, amalgamó sus aventuras de pensamiento con un potente sentido de la acción práctica. Bernardo Prudencio Berro (1803-1868), fue presidente de la República en el período 1860-1864, además de político, hombre de letras, meditador constante que agregó sesgos propios al esquema de filosofía política dominante en el país. Como intelectual católico fue también expresión de la combinación de ideas característica de la época, en que la firme fe católica se compatibilizaba con elementos de las nuevas corrientes de pensamiento.

Desde el propio Larrañaga en adelante se presentaron católicos elogiosos de Cabanis, católicos masones, católicos liberales como el propio Berro. Berro es, quizás, el último representante de este modelo de convivencia interior de ideas no necesariamente compatibles.

En 1849 se instaló, en la Universidad, la cátedra de Filosofía y se nombró como profesor al clérigo argentino Luis José de la Peña, que enseñó el espiritualismo ecléctico. Su texto de clase fue el «Manual de Filosofía» de Eugenio Geruzez, seguidor de Víctor Cousin. Se inició entonces, en la Universidad, un largo reinado del espiritualismo ecléctico que llegó hasta 1877.

Tras las huellas de Dámaso Larrañaga, Jacinto Vera fue vicario apostólico, desde 1859, y primer obispo de Montevideo, desde 1878. Su importancia es cabalmente definida por Alberto Methol Ferré: “El Vicario Apostólico Vera representa cabalmente el tránsito de la Iglesia católica uruguaya a su ensamble con el centro pontificio y es el que intenta formar un «clero nacional» apoyándose en los jesuitas. Es quien preside el tiempo final del ambiguo catolicismo masónico y la lucha abierta con el anticlericalismo”.

En el campo religioso el principal apoyo de Vera fue Mariano Soler (1846-1908), que fue puntal en la estructuración de la lucha intelectual filosófico-religiosa. En el plano cultural tuvo en su entorno dos colaboradores de excepción: Juan Zorrilla de San Martín (1855-1931) y Francisco Bauzá (1849-1899). El primero, poeta de gran valía, también incursionó en el ensayo desplegando su concepción católica del mundo; el segundo, historiador destacado, profundizó las grandes temáticas acerca del valor y la ubicación de la religión católica en la sociedad.

El siglo XX se inauguró, en Uruguay, con la llamada «generación del 900» que procesó la superación del positivismo. Los dos grandes nombres de esa generación fueron José Enrique Rodó y Carlos Vaz Ferreira. Ninguno de los dos profesó la fe católica. José Enrique Rodó (1871-1917) fue definido por el católico Dardo Regules como «cristista» por la valoración y defensa de la figura humana de Cristo como reformador moral.

Vaz Ferreira (1872-1958), el más destacado filósofo uruguayo, fue criticado severamente por el jesuita Antonio Castro, quien publicó en 1914, auspiciado por el Círculo de Estudios Francisco Bauzá, «Algunas anotaciones a la Lógica Viva». El P, Castro cuestionaba la concepción de la razón de Vaz Ferreira, que es el eje de su filosofía, en defensa de la lógica aristotélica tradicional.

Al señalar nombres de destaque del pensamiento católico del siglo XX, en la lista ocupa un lugar de privilegio Dardo Regules (1887-1961), varón ilustre, hombre de fe, jurista, político, meditador de las grandes cuestiones del pensamiento y de la vida. Sus opciones filosóficas y políticas inspiraron al catolicismo uruguayo y le dieron un sesgo nítido en la línea del catolicismo francés, dos de cuyos nombres más preclaros fueron inspiradores de Regules: el filósofo Jacques Maritain y el padre Louis-Joseph Lebret, OP.

Regules analizó el estado espiritual del país y sus fracasos, y trazó el itinerario de su propio hacer intelectual y de acción: “a) En el orden religioso, el ideal culturalista no pudo pasar de una dorada neutralidad (…) Y aunque no prohibió ni inspiró la convicción religiosa, produjo hombres sin el problema intelectual de la fe. (…) b) En el orden filosófico nos apremia hoy la filosofía del ser (…) si no queremos dejar sin sentido a la razón (...) y volver a la verdad definitivamente, inaccesible, reduciendo al hombre a no ser más que un niño ciego, trágicamente heroico. c) En el orden social, los hechos nos empujan. La vida (…) no está en el diálogo de la torre sino en el tumulto de la calle. Y mientras se afinan las vocaciones para un ministerio del espíritu y la tolerancia, hay también que dar pan y justicia al hambriento y al postergado, y no mañana, sino hoy, y no a cualquier hora, sino antes que baje el sol”.

La marca filosófica que dejó el grupo católico que Regules integraba, como figura de primer orden, fue el «enrolamiento» de buena parte de la catolicidad uruguaya en el neotomismo. En la misma generación de Regules se ubica otro intelectual católico de subido valor, Gustavo Gallinal (1889-1951). Político que ejerció múltiples cargos, fue además escritor y conferencista brillante, meditador hondo de la circunstancia nacional.

Alberto Zum Felde (Bahía Blanca, Argentina 1889-1976), ensayista de gran inteligencia y erudición, realizó aportes fundamentales en el área de la filosofía de la cultura, con especial sensibilidad en lo americano. A lo largo de su vida recorrió el arco de posiciones desde un juvenil anarquismo, pasando por el batllismo -que lo llevó a trabajar como crítico literario en el diario «El Día»; en la década del 30 acompañó el señalamiento de las deficiencias espirituales de la democracia, en el libro «El ocaso de la democracia», editado en Chile en 1939, convirtiéndose finalmente al catolicismo, de lo cual dejó testimonio inteligente e iluminado en dos libros: «Cristo y nosotros» (1959) y «Diálogo Cristo-Marx» (1971). .

En el orden de la producción filosófica, el catolicismo dio en el siglo XX uruguayo dos nombres mayores: Juan Llambías de Azevedo (1907-1972) y Enrique Grauert Iribarne (1916-1972).

La seria docencia de Juan Llambías en la Facultad de Humanidades hizo conocer la corriente fenomenológica que se manejó con solvencia en el país. En 1965 publicó su obra «Max Scheler. Exposición sistemática y crítica de su filosofía». Esta obra surgió con motivo de un curso de catorce lecciones que Llambías dictó en el Seminario Interdiocesano del Uruguay y constituye la primera obra sistemática sobre Scheler en idioma español.

Dejó un excelente Manual de Metafísica para alumnos de enseñanza secundaria superior. Juan Llambías fue también catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de la República. Interlocutor de Heidegger y amigo de Gadamer, su luz desborda las fronteras de Uruguay.

En el mismo plano de excelencia, el Dr. Enrique Grauert fue catedrático de Filosofía Medieval en la Facultad de Humanidades de Montevideo, riguroso y erudito, ortodoxo tomista y atento a la filosofía contemporánea. Además de estudios e investigaciones específicas concentró su visión filosófica en su libro de 1952 «Conocimiento y existencia. Introducción a una gnoseología de lo existente».

También ocupó la cátedra de Filosofía Medieval Jesús Caño Guiral (1932-2002), en la Universidad pública primero y en la privada Universidad de Montevideo después. Era español, naturalizado uruguayo, formado por la Iglesia Católica en Irlanda, hombre de amplio espectro pensante y novelista.

Otro profesor a destacar fue José Luis Rebellato (1946-1999). Ejerció la docencia de la Filosofía en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República. Fue sacerdote salesiano y hombre de gran sensibilidad social; exploró las posibilidades filosóficas de la escuela de Frankfurt y la hermenéutica.

La tradición de profesores católicos de filosofía en la enseñanza secundaria es vasta y muchos de ellos han sido autores de manuales. A lo largo del siglo XX, debe citarse a Juan Ortega, salesiano, autor de una «Iniciación filosófica», aún hoy recomendada como apoyo didáctico. Orestes Bazzano, jesuita y profesor del Instituto de Filosofía Ciencias y Letras de Montevideo, antecedente de la Universidad Católica, de rigurosa versación filosófica, escribió un serio manual de «Lógica».

Agustina Schroeder, profesora de educación secundaria, y luego inspectora pedagógica de los cursos de Filosofía, traductora de filósofos alemanes -por ejemplo Scheler- para las editoriales Nova y Sudamericana de Argentina. Adolfo Canessa Prando (1907-1985), profesor de dedicada labor escrita, publicó «Manuales de Filosofía» para distintos cursos y aportó sus enfoques en recensiones cuidadas. En 1961 publicó su «Ensayo sobre el existencialismo».

En la segunda mitad del siglo XX y primera década del XXI, murieron tres hombres desatacados de la cultura uruguaya, todos de raíz católica; los tres dejaron reflexiones marcadas sobre la Iglesia que aún hoy nos interrogan. Son Carlos Real de Azúa (1916- 1999); Juan Luis Segundo (1925-1996) y Alberto Methol Ferré (1929-2009).

Carlos Real de Azúa, brillante, profundo, originalísimo en sus enfoques siempre creativos. Su producción pasó por campos diversos: la literatura, la historia cultural, la ciencia política, manteniendo siempre un conocimiento y actualización constantes en los fundamentos filosóficos. Tensiones y variaciones de perfil, inasible en sus certezas últimas, son comentarios siempre vigentes sobre Real de Azúa.

Referimos lo que Real dijo de sí mismo. En su obra «Antología del ensayo uruguayo contemporáneo», Real plantea su comprensión del grupo «Asir»: “Cotelo ha sostenido la filiación católica, en un «cristianismo existencial», del grupo «Asir» y si, en verdad, el estricto rótulo no es aplicable a Lockhart y (no enteramente) a Visca, todo el sustantivo trasfondo intelectual es religioso, aún catolizante e inequívocamente «espiritualista» (…). Con más precisión, en cambio, diríase que es la hostilidad a una visión racionalista, inmanentista, mecanicista, naturalista del mundo lo que, en última instancia los identifica. Tal hostilidad pone inversamente, en primer plano, no el poder de convicción de una refutación polémica de tipo filosófico o científico sino la validez suprema de una realización «personalista» del ser humano, de una plenificación del hombre (lejos de todo individualismo y todo autonomismo) en la trascendencia, en la comunicación con lo Absoluto, en la superación de la temporalidad y de las barreras del ego. (…). Hasta aquí este prologuista y anotador ha tenido a menudo la impresión de estar esquematizando mucho de sus propias ideas”.

Juan Luis Segundo S.J. es un nombre mayor del catolicismo uruguayo del siglo XX, no sin tensiones críticas y reconocimientos a la par. Su primer libro, de 1948, fue «Existencialismo: filosofía y poesía». En los años finales de la década del 50 creó los Cursos de Complementación Cristiana y en 1962 publicó «Función de la Iglesia en la realidad rioplatense». En 1963 apareció editada en París su tesis doctoral defendida en la Sorbona: «Berdiaeff, una reflexión cristiana sobre la persona». Junto al sesgo académico de su personalidad destacaba el énfasis de su actitud de servicio y su profundo compromiso con las necesidades y luchas populares.

Alberto Methol Ferré, laico formado rigurosamente en la filosofía tomista, desarrolló un estilo de pensamiento centrado en el análisis de problemas reales en constante referencia a las fuentes de las altas tradiciones de la fe y la razón. Sus centros temáticos fueron la Iglesia y el destino latinoamericano. Su vasta cultura abarcaba la filosofía, la historia, la política. Se destaca su perspicaz captación y su lealtad al ideario rodoniano.

En el ámbito de la meditación jurídica con perspectiva filosófica, dos católicos se destacan: Eduardo J. Couture (1904-1956) y Adolfo Gelsi Bidart (1918-1998). La proyección católica del Prof. Couture se traslució, más que en sus escritos, en su actitud vital que hizo de él un ejemplo de virtud y sensibilidad, en la incorporación de un humanismo militante a la tarea de los profesionales del derecho. Sus «Mandamientos del Abogado» son aún hoy, reiteradamente citados dentro y fuera de fronteras.

Adolfo Gelsi Bidart, autoridad doctrinaria en el campo del derecho procesal, derecho de la familia y derecho agrario, fue filosóficamente tomista y re-meditador de Maritain, enseñó filosofía con formación clásica y carisma docente por la vía de hacer accesible lo profundo. Fundó y militó incansablemente, junto a su esposa Ana María Castillo, en el Movimiento Familiar Cristiano y luego en el Centro de Investigaciones y Estudios Familiares.

En la primera década del siglo XXI murieron dos mujeres –una teóloga, otra filósofa- que pusieron al servicio de la Iglesia católica los primores de su inteligencia encarnada en la fe: Teresa Porcile (1943-2001) y Cristina Araújo Azarola (1945-2003).

Teresa Porcile, licenciada en Filosofía en el Instituto de Filosofía, Ciencias y Letras, y doctora en Teología con la tesis «La Mujer, Espacio de Salvación. Misión de la mujer en la Iglesia, una perspectiva antropológica» (1991).

En «Ser teóloga desde América Latina: urgencia y desafío de ver la salvación desde la mujer», su ponencia en el Sínodo de «las tres Américas y el Caribe» convocado en Roma en 1998, Porcile nos señala el núcleo de su filiación filosófica: “Tal vez una de las grandes tragedias de Occidente, sobre todo a partir del siglo XVI, ha sido confundir lo intelectual con lo meramente racional, relegando a una «esfera inferior sentimental y emotiva» se ha dicho con menosprecio y por ignorancia-, el conocimiento por vía transracional: la visión, la profecía, la intuición o el deseo.”

Cristina Araújo ejerció una milicia constante en la enseñanza pensada en el marco de la fe, actuó en el Centro Cultural Católico Fe y Razón, animó la Revista «Fe y Pensar» y «Soleriana» de la Facultad de Teología de Montevideo. Dos importantes artículos fueron: “La filosofía en el proceso de inculturación de la fe”, y “La neutralidad intelectual no existe”. Su libro «Atrévete a pensar» fue publicado póstumamente

NOTAS


BIBLIOGRAFIA

ARDAO, Arturo, Filosofía Pre-universitaria en el Uruguay, Montevideo, 1945;

ARDAO, A., Racionalismo y liberalismo en Uruguay, Montevideo, 1962;

ARDAO, A., Etapas de la inteligencia uruguaya, Montevideo, 1971; Cuadernos Uruguayos de Filosofía, tomos 1-5, Montevideo, 1961-1968;

METHOL FERRÉ, Alberto, Las corrientes religiosas, Montevideo, 1969; Problemática filosófica del Uruguay de hoy. Actas del Primer Encuentro Nacional de Filosofar Latinoamericano, Montevideo, 1989;

REAL DE AZÚA, Carlos, Antología del ensayo uruguayo contemporáneo, 2 tomos, Montevideo, 1964;

REGULES, Dardo y otros, Cinco discursos sobre nuestro tiempo, Montevideo, 1940;

SEGUNDO SJ, Juan Luis, “¿A dónde va esta Iglesia? en Cuadernos de Marcha, Montevideo, nº 8, diciembre de 1967.


HELENA COSTÁBILE