GUADALUPE; Antigüedad del culto

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Es delicioso recordar los manuscritos de aquel momento, en los que se narran el admirable fervor con que, tanto indígenas como españoles, acudían a la pequeña ermita del Tepeyac. El Licenciado Primo Feliciano Velázquez va recogiendo testimonios de la época que describen la fuerza histórica con que la Virgen de Guadalupe había entrado en las preferencias de los fieles: "Enarbolada la cruz por los castellanos sobre las ruinas del teocalli mayor, así conquistadores como misioneros diéronse prisa en despedazar y aventar los numerosos ídolos, que habían poblado casas y cerros y caminos. Los vapores de sangre de las víctimas se disiparon con el humo del incienso, ofrecido en las aras del verdadero Dios y de sus santos. Donde antes reinaba Telpochtli, el mancebo Tezcatlipoca, se puso a san Juan Bautista; tuvo santa Ana su altar en Chiauhtempan, morada antigua de Toci, nuestra abuela; y donde veneraron a la Tonantzin, se erigió el templo de Santa María de Guadalupe".


Cuanto ganaban los plebeyos con las prácticas de la religión cristiana y mayormente con la abolición de los sacrificios humanos, tanto debió ser el gozo de su alma, para siempre redimida de absurdas y horrorosas supersticiones. Torquemada asienta que "prevalecía la devoción de los dioses Telpochtli, Toci, Tonan, cuando nuestros frailes vinieron a esta tierra, y que cabalmente, por remediar el daño, que no todos lo saben, determinaron de hacer iglesia en el pueblo de Chiauhtempan, donde pusieron a Santa Ana, abuela de Nuestro Señor, porque viniese con la festividad antigua, en lo que toca a la gloriosa santa y celebración de su día, aunque no en el abuso e intención idolátrica. Así, en Tianquizmanalco construyeron casa a San Juan Bautista; y en Tonantzin, junto a México, a la Virgen Sacratísima, que es nuestra señora y madre..."


Nadie niega la remota antigüedad de la imagen y su templo. Citado queda el México en 1554, cuyo autor señaló, entre otras, la iglesia de Tepeaquilla, casi a la par pintada por el cosmógrafo Santa Cruz en su plano. Citado está también Bernal Díaz del Castillo, que habló conjuntamente de la santa casa de Guadalupe en Tepeaquilla y de la imagen, de quien dijo: "miren los santos milagros que ha hecho y hace cada día". Verosímil es que el conquistador historiógrafo partió de México en 1540, cuando, rogado de Cortés, fuese a la corte a demandar ante el Consejo de Indias. Por su libro sabemos que de España, de donde había vuelto en 1550, se vino en derechura a Guatemala, para ya no salir. Es, por tanto, más que probable que su noticia de Guadalupe atañe a tiempo anterior a 1550; igual que la de fray Juan de Cisneros, quien, fijando hacia 1540 los principios del santuario de los Remedios, escribió por 1616 ser más antiguo el de Guadalupe, "que es una Imagen de gran devoción y concurso, casi desde que se ganó la tierra, que hace y ha hecho muchos milagros".


En junio de 1554, cuando llegó el arzobispo don fray Alonso de Montúfar, la casa de Nuestra Señora de Guadalupe no era más que una ermitilla. Pero apenas se publicó que, yendo a ella, cobró la salud un ganadero, empezó a crecer la devoción y fueron en aumento las limosnas, fundándose luego una cofradía; por lo cual determinó el prelado edificar una iglesia, que en septiembre de 1556 estaba ya abierta al culto. Claramente se distingue el templo original o primitivo y el de 1556. No pudo el señor Montúfar ser el fundador de la ermitilla, que existía "antes de que él viniese; lo fué de la iglesia, adonde se trasladó la imagen que en aquélla estaba”. Y de no escaso valor sobre la preexistencia de la ermitilla es una declaración de Juan de Masseguer. Dijo en 24 de septiembre de 1556 que todo el pueblo a una tenía gran devoción a la dicha imagen de Nuestra Señora y la iba con gran frecuencia a visitar todo género de gente, "nobles ciudadanos y indios, aunque sabe que algunos indios an atibiado en la dicha devoción, porque los frayles se lo an mandado...".


Entre los españoles tomó la devoción tal impulso que, según el decir de los contemporáneos, "ya no se platicaba en la tierra sino: ¿dónde queréis que vayamos? ¡vamos a Nuestra Señora de Guadalupe!; pareciéndoles estar en Madrid, que decían ¡vamos a Nuestra Señora de Atocha!, o en Valladolid, ¡vamos a Nuestra Señora del Prado! También entre los indios crecía, a pesar de los empeños en contrario; y así lo proclamaba su concurrencia a la ermita". El 8 de septiembre del año en que va el relato, hallándose en Guadalupe Juan de Salazar, procurador de la real audiencia, salió con algunos amigos a recibir al señor Montúfar, quien, llegado a la iglesia, hizo oración, "y hecha, se volvió a hablar a muchos indios que allí estaban; y como no sabía la lengua, para podelles hablar mandó a un sacerdote, que se llama (Francisco) de Manjarrés, que les declarase lo que el dicho señor arzobispo les quería decir; el cual, como lengua que es, les dijo cómo habían de entender la devoción de la imagen de Nuestra Señora; cómo no se hace la reverencia a la tabla ni a la pintura sino a la imagen, por razón de lo que representa, que es a la Virgen María, nuestra Señora, y como la reverencia que a la imagen hace no para allí, sino va a lo representado por ella".


Públicos, además, eran los milagros obrados mediante la venerada imagen; y andaban haciendo la información, de orden de su ilustrísima, a fin de que, "según lo que se hallase por cierto y verdadero, aquello se predicaría o se disimularía". A lo que se entiende, eran curaciones repentinas, como la del ganadero y la declarada por Juan de Masseguer en la ocasión precitada: "ayer particularmente fue allá a llevar a una hija suya, que estaba mala de tose, y que se ahogaba, y la encomendó allá a Nuestra Señora y dio su limosna, y le hizo decir una misa, y bendito Dios, la niña está buena". Comprendía entonces el distrito de Guadalupe seis estancias de españoles y cinco de indios de lengua mexicana, sujetos a la ciudad de México, a Santiago Tlatilolco, que tenían por nombres Santa Isabel Tola, San Pedro Zacatenco, Tecoman, San Juan Ixhuatépec y Santiago Atzaqualco, notados en el plano del primero de ellos, conforme a sus títulos. Les administraba los sacramentos y enseñaba la doctrina cristiana "en latín y en su lengua", el presbítero Antonio Freire, de las ilustres alcuñas de los Contiños, Alvarez y Freires, natural de Allandra en el arzobispado de Lisboa; el cual vino a estas partes con una dimisoria de don Juan Alburquerque, obispo de Goa en la India de Portugal, y después de residir en la diócesis de Michoacán, como cura y vicario de Pungarabato y de las minas de Espíritu Santo, obtuvo licencia por 1550 de celebrar en el arzobispado de México, donde fue cura de Tanchinoltípac y finalmente capellán de Guadalupe en Tepeaquilla.


Así lo dictó él mismo en 10 de enero de 1570, agregando que podía haber catorce años que el señor Montúfar edificó la iglesia "con las limosnas que le dieron", la que se sustentaba asimismo de limosnas y con una renta de siete u ocho mil pesos, cuya cuenta llevaban dos mayordomos, personas abonadas de México. Entre los devotos sobresalió el creso de aquel siglo, don Alonso de Villaseca, que si abrió generosamente la mano para el convento de San Francisco, no se quedó corto en el favorecer después a los jesuitas. Uno de éstos refiere que, a la muerte de Villaseca, fue su cadáver trasladado de Ixmiquilpan al santuario de Guadalupe, donde se detuvo tres días, pagándole así Dios las cuantiosas limosnas con que había procurado promover el culto de su Madre.


Sobre ellas y una capellanía de misas, ofrendó una rica colgadura de terciopelo carmesí: prueba todo de que miró como suya la iglesia de Tepeyácac, quimo teopanti tepeyacac, según expresa Juan Bautista en sus anales, al narrar la solemnidad del 15 de septiembre de 1566: "en la cual (traducción), octava de la Natividad de María nuestra Madre, fueron a Tepeyácac todos a celebrar la fiesta de Santa María de Guadalupe. Regaló Villaseca una imagen que hizo de pura plata; y edificó unos aposentos donde duermen los enfermos. Hubo procesión, en qué iban los señores oidores y el arzobispo, con todos nosotros los indios. Dio, Villaseca de comer a los señores, para hacer saber que miraba como suyo el templo de Tepeyácac. Hubo asimismo danzas: cantaron los mexicanos el michcuicatl y los tlatilolcas el yaocuicatl".



© ENCICLOPEDIA GUADALUPANA p. 47-49