GUADALUPE; El Santuario, su Culto y la Plaza Mariana

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Coincidiendo con las celebraciones del bicentenario del inicio del proceso de la independencia mexicana, el 9 de diciembre del año2010, el cardenal arzobispo de México Norberto Rivera Carrera, acompañado por las autoridades civiles de la Ciudad de México y por el Cabildo de la Basílica de Guadalupe, inauguraba la explanada monumental de la Plaza Mariana en el Santuario de Guadalupe en México. El mismo cardenal-arzobispo había explicado dos meses antes el significado del gesto y del monumento, cuando bendecía la nueva etapa de su construcción el 21 de septiembre de 2010: “Esta obra será simbólica para todo México porque aquí está el corazón de nuestra patria, en Santa Maria de Guadalupe. Esta obra servirá precisamente para dar a conocer mejor el Acontecimiento Guadalupano, dar a conocer mejor el Evangelio de Jesucristo, para que la Iglesia tenga más conciencia de tarea en el Mundo”.


El culto a María de Guadalupe, corazón y pulso de la fe católica en Mexico y América Latina, se desarrolló de manera gradual. En la segunda mitad del siglo XVI hay ya en la ermita de Guadalupe un culto bien asentado, y aunque esta devoción tuvo algunos opositores, también recibía el apoyo indiscutible y permanente de los arzobispos de México. Era además, un lugar valorado por las autoridades políticas, como se muestra en las entradas de los virreyes a Guadalupe, antes de hacerlo en la ciudad de México. El que el Cabildo Metropolitano haya tomado la administración de Guadalupe entre 1624 y 1683, es signo también de la importancia que iba teniendo el Santuario, lo mismo que el acudir en peregrinación al Tepeyac, el cerro de las apariciones al borde del gran lago de Texcoco, corazón del Imperio azteca, o traer la Tilma guadalupana (el icono de la Virgen impresa en el manto del indígena Juan Diego Cuauthlatoatzin) a la Ciudad en momentos de epidemias y calamidades.


De aquí se entiende la historia de un culto en intenso crecimiento a partir de aquel singular año de las apariciones, del 9 al 12 de diciembre de 1531, con las diversas pequeñas ermitas y templos sucesivos construidas en los siglos XVI y XVII, hasta alcanzar los explendores monumentales del complejo ya artisticamente maduro del siglo XVIII, y su posterior coronación con la majestuosa nueva Basílica, sus aledaños y Plaza a finales del siglo XX y comienzos del XXI. La actual Basílica fue en cierto sentido re-consagrada por la repetida presencia del venerado Juan Pablo II, la proclamación reconfirmada de la Virgen de Guadalupe como patrona del Continente americano y de las Filipinas, seguida por la canonización de Juan Diego Cuauhtlatoatzin, “el embajador” de Santa María de Guadalupe, el 31 de julio de 2002.


Este proceso de construcciones indican a las claras la fuerza de la devoción guadalupana y el fuerte amor a la Virgen por parte de la sociedad, motivada seguramente con lo que de acuerdo al Nican Mopohua, el documento indígena fundamental sobre las apariciones, fechado en la década de 1550 a 1560, María de Guadalupe pidió que se levantara un templo a su Hijo “para en él mostrar y dar todo su amor”. Todo esto hasta llegar a la erección de la colegiata planeada ya a finales del siglo XVII y concluida en el siglo siguiente. El proceso jurídico en sí comienza con el testamento de un rico vecino de México llamado Andrés de Palencia en 1707; la actitud del rey de España Felipe V, y también del Consejo de Indias, fue de apoyo a la petición, incluso con aportaciones económicas importantes por parte de varios entes, así como ordenando más tarde que el pueblo de Guadalupe se elevara a villa, a pesar de la insignificancia de su población. Se mandó que la colegiata fuera de patronato real, lo que ya indicaba a las claras la alcurnia que se le quería dar hasta que se erigió la Colegiata el 6 de marzo de 1749.


No todo había sido facil en aquel camino, ni se agotaron tampoco las dificultades tras la erección de la Colegiata. Sin embargo la resolución de las mismas indica el tesón y las raíces profundas de las convincciones que acompañaban al Acontecimiento guadalupano, siempre vivo en la conciencia del pueblo fiel: clero y simples fieles. Recientemente el Archivero de la Basílica de Guadalupe, el Dr Gustavo Watson Morrón, ha publicado un estudio sobre el asunto el cual lleva como título: El templo que unió a Nueva España. Historia del Santuario y de la Colegiata de Guadalupe.[1]


El hecho de que Guadalupe sea la primera Colegiata de América tuvo consecuencias determinantes, también para la configuración del culto guadalupano y su relación con la formación de una conciencia siempre más radicada de una “ mexicanidad católica”. La Colegiata comenzó practicamente su andadura a partir del 22 de octubre de 1750, fecha de la toma de posesión de los primeros capitulares. El hecho supuso un aumento del número de sacerdotes residentes en Guadalupe, y el crecimiento en esplendor y en la cura pastoral del Santuario, que englogaba también la parroquia de Guadalupe. Aspecto central para el Cabildo fue el cuidado de la imagen original de Santa María de Guadalupe, y la atención a los peregrinos. Las funciones de cada sacerdote de la Colegiata se descubren en sus Estatutos y en las reuniones del Cabildo.


El conjunto guadalupano en el Tepeyac se irá renovando en las antiguas construcciones e enriqueciendo con otras nuevas exigidas por el culto y por la devoción popular: capillas y templos, que ofrecen en el Tepeyac un mosaico religioso católico singular, tal cual hoy lo contemplamos; todo ha sido fruto de un desarrollo vivo de este Acontecimiento Guadalupano, donde los miles de fieles que aquí acuden a venerar en su “Casita” a la Madre de Dios, de su mano, en el “cruce de sus brazos” y en su regazo (Nican Mopohua), acercarse a su Hijo Jesucristo, son la expresión más elocuente de la vida católica de un pueblo. La historia de estas construcciones y su uso comienza con las dos primeras ermitas que allí se construyeron ya en el siglo XVI y donde estuvo la imagen por 90 años, hasta las sucesivas iglesias levantadas por la devoción popular. Es digno de mención el hecho de que con frecuencia estas ermitas eran costruidas gratuitamente por devotos que se empeñaban en tales faenas como en una experiencia de gratitud y de oración. Entre ellas señalamos la primera basílica del siglo XVII y comienzos del XVIII, la Iglesia de las monjas Capuchinas y el templo del “Pocito” de finales del siglo XVIII, considerado como una de las joyas del barroco mexicano. Todo en Guadalupe es expresión de un primor artístico singular, fruto de aquella devoción, en las que vemos intervenir al simple pueblo fiel en sus diversas componente sociales, a la Corona española, a los arzobispos, al clero y al cabildo, cada cual en una carrera de donaciones en favor del embellecimiento de la “Casita” de la Señora.

Solamente así se entiende el desarrollo del culto en el Santuario en sus diversas facetas y obras: de caridad, nacidas en el entorno del Santuario y que empezaron ya a fines del s. XVI como la obra pía para dotar huérfanas (1576-1592) y la de los pobres vergonzantes (fundada hacia 1595); encontramos comprometidos en tales obras a gente del pueblo, arzobispos y virreyes. Surgen también las cofradías a partir de 1571, que se comprometían también en las obras de caridad, y más tarde la Congregación de Guadalupe, que promoverá la devoción a Nuestra Señora. Y ya en el siglo XVII comienza la cofradía de naturales, gracias a la iniciativa de los mismos indígenas de los pueblos que rodeaban al Santuario; se crean asociaciones de fieles con un tinte guadalupano ya que “María de Guadalupe genera comunión. El apostolado era realizado en gran parte en esa época por las cofradías, muchas de ellas surgidas en las repúblicas de indios”.[2]


En la lista de inciativas nacidas en el seno de Guadalupe destacan las ricas fiestas en honor a María de Guadalupe, entre las que ya desde muy temprano destaca la fiesta de los naturales. El 12 de diciembre comienza a celebrarse a mediados del siglo XVII y para que esta fiesta de la aparición tuviera misa y oficio propio, se realizan las Informaciones de 1666, que son el documento jurídico más importante sobre el hecho guadalupano. Se crea también el colegio de Infantes, que permanece hasta nuestros días, para ayudar en el esplendor del culto. Y aquí vemos la importancia dada a la liturgia que el Santuario de Guadalupe buscó en todo momento asimilarse al modelo de la Catedral Metropolitana de México. “Hay un aspecto en que este Santuario fue singular: la celebración de las fiestas de la Virgen, que eran la de los indios y la de la aparición. Había una multitud de personas que acudían a ellas, y en el caso del 12 de diciembre esta fiesta englobaba a todos los estratos de la población. Hay en el s. XVIII una continuidad con lo que los indígenas expresaron en los siglos anteriores, en los bailes, cantares y procesiones, y que prosigue en nuestros días. Además había fiestas en honor a la Virgen que eran un factor de unión religiosa en los gremios, como la que hacían los labradores, o en los tribunales, como la que organizaban los miembros del Tribunal de Minería. En otras iglesias y capillas de México algunas corporaciones más hacían su fiesta a María de Guadalupe. Por tanto, Ella fue factor de unidad en el mundo del trabajo, lo que sigue haciendo en la actualidad”[3]Y este estado de cosas continúa con fuerza hasta nuestros días. Por todo ello, los Papas han enriquecido, ya desde sus comienzos en el siglo XVI (Gregorio XIII hacia 1575) con gracias e indulgencias a Guadalupe, hecho que indica que el santuario iba aumentando cada vez más en importancia.


El culto y la pastoral en el Santuario con sus diversos aspectos se entienden a la luz de esta vida en crecimiento. La vida del Santuario de Guadalupe se desarrolla a través de la liturgia divina y la atención al peregrino. En Guadalupe estos dos aspectos revisten precisas peculiaridades. Desde el punto de vista canónico, y a partir de la erección de la Colegiata, ésta no se diferenciaba mucho a la de las catedrales de la América española; sin embargo las continuas y numerosas peregrinaciones de fieles obligaban a que esta Colegiata-Santuario revistiese caracteristicas particulares. Ante todo ello se nota en la composición del Cabildo, que muy pronto se encontró formado por una mayoría de criollos, gran parte de ellos bien formados universitariamente y con cargos importantes en la Universidad o en la Iglesia o con una precisa experiencia parroquial. Socialmente provenían en buena parte de la clase criolla más emergente, pero también de otros estratos sociales más populares, lo que les permitía una mayor cercanía a la masa de los peregrinos. Estas tipologías de sacerdotes, de su proveniencia y formación, nos descubre como Guadalupe representaba ya una plataforma formativa del clero mexicano y de su protagonismo en la vida social y eclesial de la Nueva España; todos estos sacerdotes guadalupanos eran estimados, tanto en México como en España, aunque se daban también casos de conflictos y aspectos controvertidos.


Uno de los aspectos más interesantes fueron las llamadas prebendas de idiomas indígenas, gracias a la iniciativa del P. Francisco Rábago, jesuita y confesor de Fernando VI, en el siglo XVIII. Es interesante subrayar la firmeza de los reyes de España en este punto por razones pastorales. A ellas accedían solamente los sacerdotes conocedores de las lenguas indígenas. Los sacerdotes, llamados capellanes de coro y confesionario, se consagraban al cuidado del culto y a las confesiones de los peregrinos, lo que indica que el número de fieles que buscaban la confesión en el Santuario era significativo. Guadalupe extendía su influjo pastoral también fuera del círculo restringido del Santuario con misiones populares y atención pastoral a pobres y enfermos, con los gravámenes que estas iniciativas representaban y con las dudas y polémicas que a veces suscitaban.

Una notable fuente documental para entender mejor el sentido guadalupano son los sermones sobre la Virgen de Guadalupe que se predicaron en su Santuario. Conocemos algunos de estos sermones ya a partir del siglo XVII; ellos muestran un aprecio al indígena combinado con un emergente sentimiento criollo, donde se expresan sea el amor a la Virgen María como a la tierra mexicana donde habían nacido. A Guadalupe acudían los peregrinos en busca de socorro, como el hijo a la Madre; estas peregrinaciones toman también un caracter social, promovidas por virreyes, arzobispos y corporaciones diversas; y ello se ve especialmente durante las varias calamidades que periodicamente afligían a las poblaciones. Y aquí entra la tipología no sólo de los peregrinos, sino también de los pobladores del entorno de la Villa de Guadalupe, muy pequeño, por cierto; la mayoría eran indígenas de muy escasos recursos. Sin embargo, y dado el notable número de sacerdotes que habitaban allí, la población peregrina fue desde siempre muy concurrida.


Otro de los aspectos que mayormente llama la atención fue el de la formación de sacerdotes indios. El intento de fundación de un seminario indígena a los piés de la Morenita nos señala la importancia que para la fe de los indígenas significaba este Santuario. Esta iniciativa no fue fácil; sus complejos avatares al final la hicieron fracasar. Se había querido confiar a los jesuitas, pero su supresión en los Dominios de España en 1767 la anuló por desgracia. La importancia que tuvo Guadalupe ya desde los comienzos se ha demostrado también en la historia, jalonada desde sus comienzos, como toda historia viva, de controversias, polémicas y pasiones. Pero ya muy tempranamente virreyes y arzobispos comenzaron no solamente a interesarse de Guadalupe, sino también a convertir el lugar y su culto en un punto fundamental de su presencia y actividad en México, tanto en el campo civil como en el eclesial, con obras y gestos que demuestran su fervor guadalupano.

En el caso de los virreyes es significativo que la toma del bastón de mando de al menos cinco virreyes, haya sido en la villa de Guadalupe, así como otros, al terminar su mandato, pasaban a despedirse de la Virgen. Todo ello demuestra como la imagen de Guadalupe estaba afianzada en el corazón tanto de la clase política como en la de la población del virreinato, convirtiendolo en el centro propulsor de su vida eclesial y social, y en un punto de convergencia y unión entre los distintos componentes sociales de la población.


No fue facil la vida del Santuario guadalupano en sus comienzos, y tampoco lo fue cuando se quiso convertirlo en una Colegiata, por lo que tal gesto significaba entonces en el cuadro de las instituciones eclesiásticas y civiles. Aquellos debates resultarán beneficiosos para el mismo Santuario y aclararán aún más su significado, tanto eclesial como civil. Se dieron de hecho muchas controversias, muy en consonancia con los gustos de la época. Incluso algunos llegaron a proponer el que Guadalupe obtuviera una autonomía jurídica propia en el campo eclesiástico, con la conversión de sus abades en obispos residenciales, al ejemplo de algunos casos en la vieja Europa. A ello se opusieron tenazmente los arzobispos de México. Estaba claro para ellos que la Tilma guadalupana había sido consignada desde las apariciones al obispo Zumárraga, por expreso deseo de la Señora, como lo relata el Nican Mopohua, por lo que los arzobispos siempre se consideraron fieles guardianes de la misma. Otros temas polémicos analizados y documentados en el Archivo guadalupano, se refieren a la llave de la vidriera de la imagen de la Virgen, a cuestiones de honor y jurisdicción, de las que estuvo llena aquella época del Patronato, complicada por los conflictos entre el mundo eclesiástico y el civil. Hubo polémicas para todos los gustos, como la suscitada por la pintoresca y erronea interpretación guadalupana de fray Servando Teresa de Mier.


Como toda institución eclesiástica y civil, la vida económica del Santuario-Colegiata tendrá sus problemas y su importancia, pues ella llevará a no pocos conflictos de intereses. “El Cabildo de Guadalupe no se distinguió siempre por su aptitud en el buen manejo de la economía. Algunas dotaciones que recibieron no supieron manejarlas para que rindieran mejores intereses”,[4]a pesar de que la Corona española accedió a conceder al Santuario de Guadalupe algunos notables privilegios económicos. Pero lo que impresiona es la buena disposición de los fieles, de todos los sectores de la población, que buscaron ayudar económicamente a la Colegiata-Santuario, lo que se ve en la enorme lista de donaciones y de fundaciones que se expresan en las actas capitulares. La motivación principal de todo esto es que lo daban a la Virgen de Guadalupe.


Otro de los aspectos que mayormente llama la atención ha sido la cuestión, ya temprana, del patronato de la Virgen y de su significado. Ya a comienzos del siglo XVIII se declaró el patronazgo de la Virgen de Guadalupe sobre la ciudad de México; la cosa surgió en un momento de angustia debido a una grave epidemia (1736-1737); siguió la jura del patronato por parte de todos los cabildos eclesiásticos y civiles de lo que ahora es México y Guatemala. El hecho de la confirmación pontificia del patronato generó una de las fiestas más grandes que tuvo México en todo el periodo virreinal. Unido a ellos se encuentran dos iniciativas importantes para fundamentar históricamente las apariciones de María de Guadalupe: otras nuevas Informaciones en 1722, y la recopilación de fuentes que hizo Lorenzo Boturini. En 1754 el papa Benediccto XIV aprobó el patronazgo de la Virgen de Guadalupe sobre Nueva España, y concedió misa y oficio propios para el 12 de diciembre, aplicadando a Guadalupe la frase del salmo “No hizo cosa igual con nación alguna”. Aquellas Informaciones confirmaban las de otras fuentes. Guadalupe crecía cada día más en la devoción de los fieles. Basta ver las relaciones de gracias, de “milagros” y de exvotos que adornan el Santuario. No faltó en el siglo XVIII un hecho considerado milagroso por muchas personas: el derramamiento de aguafuerte sobre la imagen de María de Guadalupe sin destruirla.


Se puede por ello afirmar que “María de Guadalupe logró una unidad ya en el siglo XVIII, entre peninsulares, criollos, mestizos, indígenas y otras castas, siempre en torno a Ella, que nadie más pudo lograr. Difícilmente se encontrará en este aspecto un ejemplo similar. Quiera Dios que lo siga haciendo en el México actual”.[5]El significado evidente y para todos constatable de lo que significa Guadalupe es claro para quién se asome a la Basílica de Guadalupe. Esta es una historia de gracia para México, para todo el Continente americano y para toda la Iglesia, por ser la historia de una evangelización perfectamente inculturada, en palabras del Papa Juan Pablo II y de los obispos latinoamericanos en la Conferencia de Puebla en enero de 1979.

Notas y referencias

  1. Watson Marrón Gustavo. El templo que unió a Nueva España. Historia del Santuario y Colegiata de Guadalupe. Basílica de Guadalupe, Universidad del Pedregal, Seminario Conciliar, Arquidiócesis de Mexico, ISA Corporativo. México, 2012
  2. Ibíd
  3. Ibíd
  4. Ibíd
  5. Ibíd


FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ