GUATEMALA; Mártires de la Fe en el siglo XX

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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El contexto de una historia trágica

La historia de Guatemala en la segunda parte del siglo XX ha sido una historia trágica, con golpes de Estado ininterrumpidos, pronunciamientos militares y una larga guerra civil, concluida sólo en 1997. A lo largo de esos años la Conferencia Episcopal de Guatemala fue tomando posiciones progresivamente más comprometidas en defensa de la justicia hollada en todo el país, y no sólo por la suerte de los católicos.

Después de le revolución bolchevique en Rusia en 1917, el cristianismo sufre una persecución en todos los países donde logra implantarse la ideología marxista como sistema político. La extensión del dominio comunista se extiende con notable fuerza en algunos países del mundo europeo occidental, a veces aliado con unos partidos socialistas claramente marxistas, como fue el caso de España en la década de 1930 (La Segunda República Española de 1931-1939 con su sangrienta persecución antirreligiosa, sobre todo en octubre de 1934 y luego en el trienio de 1936 a 1939).

Tras la Segunda Guerra Mundial el mundo se divide en dos grandes bloques; uno capitalista bajo la bandera de los Estados Unidos, y el otro marxista-comunista bajo la bandera de la URSS. Aquella confrontación llega también a América Latina donde la pugna entre ambos bloques alcanza una tensión máxima a partir de la década de 1960 con el triunfo de la Revolución Cubana, el nacimiento de movimientos guerrilleros marxistas, y los regímenes políticos basados en la doctrina de la seguridad nacional, sostenida por los Estados Unidos de Norteamérica.

En este contexto, en Latinoamérica generalmente predomina entre sus episcopados un fuerte temor al dominio comunista, que ya en otras partes del mundo había logrado ocupar el poder político con fuertes persecuciones contra el cristianismo, expulsiones masivas de los misioneros cristianos occidentales e intentos de creación de iglesias nacionales «patrióticas» sometidas al régimen comunista.

Ello explica también el fuerte anticomunismo de muchos episcopados, incluido el guatemalteco. Se denunciaba al comunismo como «enemigo de Dios y de la patria». Tras el Concilio Vaticano II y el agudizarse los sistemas de «capitalismo feroz», la Conferencia Episcopal de Guatemala fue aquilatando progresivamente sus juicios sobre la situación social a la luz de las reflexiones que el Consejo Episcopal Latino Americano había hecho en su Segunda Conferencia General celebrada en Medellín en 1968.

En aquel entonces no siempre los obispos guatemaltecos fueron unánimes en sus juicios; el arzobispo de Guatemala (1964-1983), cardenal Mario Casariego y Acevedo,[1]permaneció en posiciones de condena del peligro comunista, que amenazaba los sistemas políticos de todo el Continente Latinoamericano con los movimientos de guerrillas comunistas que surgían en numerosos países del Continente, impulsados también por las corrientes marxistas alimentadas por la llamada «revolución cultural», impulsada a partir de 1968 desde muchos círculos universitarios europeos y americanos.

Esos movimientos sociales revolucionarios toman como punto de referencia el año 1968 del Mayo francés, por haber sido su inicial y más radical explosión el movimiento revolucionario organizado desde algunas universidades francesas. Procesos similares se realizaron en Europa y en los Estados Unidos (protestas contra la Guerra de Vietnam), junto a los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy.

También en 1968 las tropas soviéticas ahogan en sangre la «Primavera de Praga» (20 de agosto), lo que produjo un fuerte desengaño en el llamado «mundo marxista progresista occidental» y que quizá tuvo un fuerte influjo desencadenante en el movimiento estudiantil e intelectual parisino. En México se produce el movimiento estudiantil (julio-octubre), de cariz fuertemente marxista en el que participaron estudiantes, profesores, intelectuales, obreros y profesionistas, y que destruyó la vida académica, provocando represiones violentas como la matanza en la plaza de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968, previo a la celebración de los Juegos Olímpicos en México.

En 1969, en toda Europa occidental se desatan cadenas de huelgas promovidas por el mundo sindical, estudiantil y político marxista y anarquista; en Italia sucede el violento «otoño caliente» (septiembre-diciembre). En China la «Revolución Cultural» toma otro cariz, pues es dirigida desde el poder por el propio Mao Tse Tung, según el emblemático estandarte del «Libro Rojo»,[2]en el que grupos occidentales marxistas pretendieron inspirarse y que en muchos países de América Latina darán pie a formaciones guerrilleras comunistas-leninistas, como los Tupamaros en Uruguay (ya comenzada en 1962), y el «Sendero Luminoso» en Perú (Partido Comunista del Perú.

Tales movimientos de 1968 compartieron de un modo muy impreciso la misma dimensión cultural o política, con gran presencia estudiantil, de naturaleza asamblearia (más o menos manipulada o espontánea), pero siempre desbordando los sistemas políticos y sociales establecidos, por lo que darán pie a movimientos violentos de protesta y alimentarán la «guerrilla urbana» organizadas en amplias zonas en algunos países en América Latina, independientemente de que su gobierno fuese democrático, liberal, o incluso socialista.

El Episcopado Guatemalteco ante las situaciones críticas en el país en las décadas de 1960-1970

Todos estos graves factores obligarán a las jerarquías eclesiásticas a reflexionar sobre los motivos profundos de tales graves movimientos violentos de protestas. Ello sucederá también en el caso de Guatemala. Tras el Vaticano II y la Conferencia del CELAM en Medellín (1968), el Episcopado Guatemalteco (CEG) fue progresivamente emitiendo juicios siempre más críticos ante las situaciones de injusticas permanentes en el país.

A finales de la década de los años 60, la Iglesia guatemalteca se mostraba en su conjunto más comprometida en suscitar procesos de concientización en la sociedad guatemalteca, sobre todo en relación al mundo marginado rural e indígena. Los documentos que produce la CEG son muestra de ello ya a partir de 1956, cuando comienza a emitir juicios sobre la situación que vive el país.

Así en 1957 interviene tras el asesinato del Presidente de la República Carlos Castillo Armas (27 de julio), alertando sobre el peligro del comunismo.[3]En 1962 la CEG vuelve a publicar una Carta Pastoral sobre los problemas sociales y el peligro comunista en Guatemala, sin desconocer las raíces de una inestabilidad producida por un malestar social generalizado. No fue un documento fácil de ser aceptado por todos, ya que no todos los obispos se encontraban de acuerdo en los juicios emitidos sobre la situación.

Otra Carta de julio de 1964 mete en guardia sobre algunas falsas interpretaciones del Concilio, en el tema de la libertad religiosa y las relaciones con las sectas. En una nota de 1966, ante las elecciones políticas, regresa a insistir sobre el peligro y las falacias del comunismo, y proponiendo la doctrina social de la Iglesia ante la cuestión social. Se llega así al «Mensaje del Episcopado guatemalteco» de mayo de 1967, en el que los obispos analizan la situación social insostenible –dicen- y sugieren una serie de posibles soluciones.

Este «Mensaje» representa ya una visión más crítica sobre la grave situación social de Guatemala, sugiriendo algunos pasos para su “solución con un desarrollo integral”. Continúan en la misma línea otros documentos que anualmente publican desde 1969 a 1978, cuando sacan un documento bajo el título «Fe y Política» en vista de las elecciones presidenciales de marzo de 1978, y donde ya entran más de lleno en la situación social del país.

El año de 1979 fue un tiempo de dura prueba para la Iglesia en Guatemala. Los obispos publican 2 de mayo un Comunicado en el que calan en la dolorosa realidad social guatemalteca. Tienen a la vista las indicaciones de la Tercera Conferencia del CELAM en Puebla, cuando la Iglesia se vio sometida a una fuerte intimidación con las limitaciones para los sacerdotes y religiosos/as extranjeros.

El gobierno militar había cerrado las puertas a todo diálogo bajo el temor del comunismo, y amenazaba con un control férreo de todo el trabajo de evangelización de la Iglesia católica. Los obispos responden a aquella política de intimidación proponiendo en tres comunicados sucesivos, cuanto habían declarado en Puebla.

«Crisis profunda de humanismo»

1980 es un año ya más rico en intervenciones. Son cinco. Una de ellas lleva como título: «Crisis profunda de humanismo». En él los obispos denuncian las persecuciones y los asesinatos de sacerdotes, religiosos y seglares católicos. Rechazan también con firmeza las acusaciones del gobierno, que había comenzado una campaña de descrédito y de falsas acusaciones contra la Iglesia, a la que presentaban como aliada del comunismo. Este es el Documento:

“1. Guatemala vive una crisis profunda de humanismo. La más clara manifes¬tación de este hecho, es precisamente la violencia, que ha adquirido entre nosotros caracteres inimaginables. Se asesina, secuestra y tortura y hasta se profanan con saña irracional los cadáveres de las víctimas. Proliferan también otras formas de violencia: la difamación, la delación, la mentira y la manipulación de las concien¬cias a través de los medios de comunicación masiva.

2. La violencia extrema en la que se debate nuestra Patria tiene sus raíces en la pérdida de los altos valores del espíritu y ha traído como consecuencia la afloración de los más bajos instintos del hombre marcado por el pecado, del cual Jesucristo ha venido a libramos por su obra redentora. Inmersa en esta realidad y sufriendo en sus miembros esta larga pasión, la Iglesia Católica, fiel a las ense¬ñanzas de Cristo, ha ofrecido a todos los guatemaltecos su mensaje salvador y ha señalado que los caminos para encontrar la solución a tan graves problemas no pueden ser otros que los de la justicia, la verdad y el amor fraternal. Esta predica¬ción de la Iglesia ha sido comprendida y aceptada con gozo y esperanza por la inmensa mayoría de los guatemaltecos, pero ha suscitado al mismo tiempo el rechazo de algunos sectores, los cuales han desatado una violenta persecución contra el Pueblo de Dios y sus Pastores, cerrando todas las vías para un diálogo leal y constructivo.

3. Prueba de esta situación de persecución en que se encuentra la Iglesia son los hechos siguientes: - Como 1o hemos denunciado en su oportunidad, son ya numerosos los Catequistas, Delegados de la Palabra y otros cristianos que han sido secuestrados, torturados y asesinados. Los agentes de Pastoral somos conti¬nuamente vigilados, se graban nuestras predicaciones, se controlan todas nuestras actividades. En un pueblo mayoritariamente católico, han sido asesinados recientemente tres sacerdotes, uno secuestrado, varios sacerdotes y religiosos están bajo amenaza de muerte, y otros han sido expulsados del País.

Para nosotros es especialmente significativa por las circunstancias que la rodearon, la muerte violenta de José María Gran Cirera, M.S.C. [misionero del S. Corazón], Párroco de Chajul, asesinado por la espalda, mientras regresaba a caballo de llevar el consuelo de la religión a numerosos feligreses de apartadas aldeas de su Parroquia, acompañado únicamente de su sacristán [catequista] don Domingo Batz, que fue igualmente asesinado.

Parte de esta persecución religiosa es la campaña de desprestigio y difama¬ción que han venido sufriendo obispos, sacerdotes y religiosos, tendiente a crear un clima de desconfianza del pueblo católico hacia sus legítimos pastores. También es parte de esta campaña la manipulación abusiva que se ha hecho de las palabras del Santo Padre y de diversos documentos eclesiales. Los mismos sacerdotes que han ofrendado, como mártires de Cristo, su vida por la predicación del Evangelio han sido posteriormente objeto de insidiosas calumnias, con las que se pretende opacar su claro testimonio cristiano.

4. Frecuentemente se acusa a la Iglesia de ser vehículo del comunismo ateo. Una vez más rechazamos esta acusación por absurda y falsa. La Iglesia Católica, que funda sus enseñanzas en la verdad del Evangelio, tiene un mensaje que está muy por encima de cualquier ideología humana y jamás podrá favorecer ningún sistema que lesiona la dignidad del hombre. Más aún, en numerosas ocasiones ha condenado el materialismo ateo, sea de corte marxista o capitalista y la ideología de la seguridad nacional.

Todas estas campañas de desprestigio y difamación en contra de la Iglesia Católica han provocado una situación de confusión en algunos sectores del Pueblo Católico. Hay quienes incluso piensan equivocadamente que, atentando y finan¬ciando la persecución en contra los cristianos, defienden la integridad de la fe y alejan el peligro del comunismo. Pero a los católicos conscientes, esta situación nos ha llevado a unirnos más con Cristo y a tener una mayor conciencia de Iglesia.

5. Como Obispos de la Iglesia Católica en Guatemala, declaramos que los autores intelectuales y materiales del asesinato de un sacerdote incurren en excomunión y por lo tanto quedan excluidos de la Iglesia. No pueden tampoco considerarse católicos todos aquellos que propician, alientan y financian campañas de odio y de destrucción.

6. Los Obispos, mejor que ninguno, conocemos la labor sacrificada y bene¬mérita de nuestros sacerdotes, religiosos, catequistas y demás agentes de pastoral. Muchos de ellos han sacrificado su Patria, su comodidad y su familia para venir a servir al Pueblo de Guatemala, consumiendo día a día sus vidas hasta en las regio¬nes más apartadas de la Patria. Nos duele por eso la persecución a que están ahora sometidos y nos duele especialmente que haya guatemaltecos tan ingratos que paguen con tanta maldad el bien que ellos hacen.

7. Nosotros, Pastores de la Iglesia, que debemos ser fieles a la verdad, sobre Cristo, la Iglesia y el hombre, exhortamos a todos los cristianos y hombres que con conciencia lúcida aceptan el valor de la dignidad en sí mismos y en los demás, a la búsqueda de soluciones humanas y pacíficas. Convencidos plenamente de que la Iglesia es lugar de encuentro del hombre con Dios y de los hombres entre sí, estamos abiertos a un diálogo veraz y constructivo con todas las personas o enti¬dades que quieran con sinceridad buscar soluciones justas a la grave situación que nos atormenta.

8. Contando con el poder de Cristo Resucitado, pedimos a nuestros feligre¬ses que intensifiquen la oración en las familias y en las comunidades para alcanzar de Dios la fortaleza cristiana, la capacidad de amar y perdonar a quienes nos persiguen y la valentía de manifestar nuestra fe comprometida. Que se intensifique el sentido y la práctica de la penitencia; mayor responsabilidad humana y cristia¬na; el trabajo cotidiano, la pobreza evangélica y el desprendimiento de todos los ídolos, para seguir con verdadera libertad al Señor, nuestro Camino, Verdad y Vida.

Exhortamos finalmente a todos los sacerdotes, religiosos y fieles católicos a que, rechazando las campañas insidiosas que pretenden dividirnos, se esfuercen por mantener la unidad, que es, según la voluntad de Cristo, el gran signo de los verdaderos discípulos y la fuerza que hará creíble nuestro Mensaje. Nos anima la protección de la Santísima Virgen a quien está consagrada Guatemala. Ella, que es Madre de la Iglesia, será la mejor inspiración del amor y fraternidad que debe movernos a todos los guatemaltecos.

Guatemala de la Asunción, en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, 13 de junio de 1980”.

Comunicados y Cartas Pastorales ininterrumpidas de los Obispos

El 24 de julio de 1980, la CEG publica un Comunicado ante la situación de persecución por la cual atraviesa la Iglesia, especialmente en la diócesis de El Quiché, región que confina con la de Huehuetenango, otra de las regiones también golpeadas por la persecución.

El documento de los Obispos denuncia: “Una de las regiones más castigadas por estos años de guerra no declarada ha sido, sin duda, El Quiché. Desde los años 50 floreció en ese amplio y difícil territorio una Iglesia pujante, animada por el trabajo incansable de la Acción Católica. En 1955 se estableció en el departamento la Congregación de los Misioneros del Sagrado Corazón, y desde entonces se realizó un laudable trabajo de evangelización y promoción humana y social del pueblo, del departamento que siempre se ha con¬siderado el más pobre del País, y el que proveía mano de obra barata temporal para las grandes fincas y haciendas de la Costa Sur.

Desde más o menos 1975, tiempos en que se inicia el proceso de militarización del departamento, dado que la guerrilla había incursionado por el norte desde 1972, la Iglesia en El Quiché venía sufriendo control de sus acciones pastorales. En 1980, y luego de la masacre de la Embajada de España el 31 de enero,[4]la represión se recrudeció.

Se suceden los conflictos laborales en la Costa Sur, donde los trabajadores, de la mano del Comité de Unidad Campesina (CUC), reivindican aumentos salariales; el 3 de mayo el ejército reprime una manifestación de mujeres en Nebaj [Quiché], en la que al menos unas seis personas fueron asesinadas. La Diócesis del Quiché denuncia reiteradamente todos estos hechos de violencia.

Se suceden los secuestros y matanzas de campesinos en distintos lugares del departamento. En mayo ametrallan la casa cural de la parroquia de Uspantán, y luego de la muerte del P. José María Gran [misionero del Sagrado Corazón, español], los pocos agentes de pastoral que quedan en la zona norte, se ven obligados a retirarse, por las amenazas”.

A lo largo de los años siguientes, a partir de 1981 y hasta ya entrada la década de 1990, la persecución contra la Iglesia con violencias y asesinatos continúa en aumento, por lo que también los obispos emanan una serie de Comunicados y Cartas Pastorales (90 en total, desde 1981 a 1997) sobre aquella situación.

Entre ellos hay que destacar el Comunicado de con¬dena por asesinato del Padre español Juan Alonso, misionero del Sagrado Corazón, culpable solamente de hacer el bien a la gente y de promover la justicia y el amor. El Padre Juan Alonso había desarrollado hasta poco antes su trabajo apostólico en el también marginal Vi¬cariato apostólico [región deprimida y casi sin clero] de Petén. Hacia finales de 1980 se traslada en la diócesis de Quiché, donde ya había trabajado anteriormente.

Llegó en los últimos días de enero de 1981 y precisamente a uno de los lugares más peligrosos, la zona norte donde se encuentra la cuenca de Cunén, Uspantán y Chicamán. Al llegar se enteró que el ejército estaba cercando Chicamán. A los pocos fieles que se atrevían a venir a la Misa, les mostró el crucifijo que llevaba siempre al cuello diciendo: “¡Cómo me voy a ir si es por Cristo que estoy aquí!”.

El día 15 de febrero fue detenido por un grupo paramilitar; humillado, torturado y asesinado en el camino que desde Uspantán lleva a Cunén. Se encuentra introducida su Causa sobre su Martirio junto con otros dos de sus hermanos de Instituto, los Padres José María Gran Cirera y Faustino Villanueva y Villaneva.

El 8 de abril los Obispos publican una Carta Pastoral Colectiva: «El hombre, su dignidad y Derechos de la Misión de la Iglesia y de sus miembros en el momento actual». Esta Carta Pastoral ofrece datos estadísticos indiscutibles, y describe la situación cada vez más intolerable que se vive en el país. Recuerdan el mensaje del 13 de junio de 1980, cuando afirmaban que la violencia que reinaba en Guatemala era fruto de una “profunda crisis de humanismo”.

Los Obispos subrayaban el valor inalienable de la persona humana y de su dignidad. Manifestaban también el temor de que las repetidas intervenciones de la Jerarquía pudiesen exasperar los ánimos de los militares y aumentar la persecución contra la Iglesia, pero consideraban que aquel momento dramático era de tal gravedad que callar habría sido una culpa más grave.

Sobre el mismo tema y con el mismo tono emitirán aquel triste año de 1981 otros 4 comunicados y otras dos Cartas Pastorales. Con el mismo intenso dolor continúan sus intervenciones a lo largo de 1982; uno de ellos el 30 de enero, pocos días antes del asesinato del Hermano Santiago (James) Miller, de las Escuelas Cristianas, en Huehuetenango, cuya causa de Martirio ha sido ya aprobada por la Santa Sede (2018).

En el comunicado citado, los Obispos denunciaban cómo en 1981 se estaba dando un recrudecimiento de la violencia y la polarización ideológica acompañada de gestos de odio y terror en todo el país. Luego reafirmaban cómo la Iglesia debía continuar en su misión, “porque nuestra fe nos enseña que cuando sufrimos persecución, calumnias, amenazas y aun la misma muerte por causa de la justicia, estamos participando más plenamente en el misterio pascual de Cristo, en su cruz y en su resurrección… Conviene recordar que, si no se toma ninguna actitud que soluciones la actual situación…, vendrá pronto la exasperación de las masas y se ocasionarán las más violentas reacciones, injusta en la forma, pero justas en íntima razón de ser”.

El 31 de marzo de 1982 los Obispos de la CEG entregan a la Junta Militar del nuevo Gobierno golpista una Carta sobre la situación. El martes 23 de marzo de 1982, dos semanas después de que el general Ángel Aníbal Guevara fuera electo Presidente de la República,[5]una facción militar liderada por Efraín Ríos Montt,[6]dio un golpe de estado contra el presidente todavía vigente, general Fernando Romeo Lucas García.[7]

Luego de tres meses, Ríos disolvió la Junta Militar que él mismo dirigía, se proclamó «Presidente de la República» y asumió el poder de forma dictatorial. Con la Carta, los Obispos intentaban por vez primera establecer un diálogo con la nueva Junta Militar. Señalaban “la esperanza del pueblo se ha visto anima¬da por la promesa de que «serán plenamente respetados y garantizados los derechos humanos»,” contenida en el primer comunicado oficial, emitido a través de Relaciones Públicas del Ejército, el día veinticuatro de marzo [1982].

Pero fue cosa vana porque durante los cinco primeros meses del año 1982, prensa y radio informaban constantemente de masacres, sin identificar sus autores materiales. El ejército y la guerrilla se acusaban mutuamente de los hechos. Ciertamente la represión gubernamental era brutal e indiscriminada. En la reunión ordinaria que los Obispos tuvieron los días 26 y 27 de ese mes, analizaron la realidad de violencia que sufría el País.

Comprobaron el crecimiento del número de refu¬giados, tanto externos como internos en el País. Fue la primera vez que se insinuaba la existencia de lo que años después se conocería como «Comunidades de Pobla¬ción en Resistencia» (CPR), entendidos entonces como «refugiados de la montaña». Ante el espectáculo de tanta masacre de campesinos e indígenas, los Obispos afirmaban: “jamás en nuestra historia nacional se ha llegado a extremos tan graves. Estos asesinatos se ubican ya en el campo del genocidio”.

Con este Comunicado, y sin especificar hechos concretos, los Obispos condenaban públicamente las masa¬cres de campesinos, como los Obispos denunciarán de nuevo apenas dos meses después, el 27 de mayo. Las intervenciones episcopales continuaron incansables a lo largo de los años siguientes; sólo en 1983 fueron 7 comunicados, de ellos una Carta Pastoral colectiva: «Confirmados en la Fe».

En 1984 publican otra Carta Pastoral colectiva (10 de junio): «Para Construir la Paz». No pasa año en que no publiquen alguna Carta Pastoral colectiva como: «Renovados en el Espíritu» (1986); «Desafío y esperanza», sobre la educación y sobre el bien común (1987); «El Clamor por la Tierra» (1988); « Guatemala tarea de todos» (1990). Ya por entonces los refugiados guatemaltecos en México alcanzan varios millares, por lo que se plantean también su asistencia pastoral.

En 1992 publican una Exhortación Pastoral sobre el «Retorno de Refugiados a la Patria»; y una Carta Pastoral colectiva recordando el V centenario de los comienzos de la evangelización en América: «500 años sembrando el Evangelio»; «Cristo es nuestra Paz» (1994); «Consolidemos nuestra democracia» en ocasión de las elecciones políticas; de nuevo ante la dramática situación en Ixcán (en el departamento de Quiché con población de mayoría maya) y en todo el departamento de Quiché (también todo él de mayoría maya); «¡Urge la Verdadera Paz!», carta pastoral colectiva sobre la reconciliación, la paz y la solidaridad (1995), o comunicado ante los hechos de violencia ocurridos en la comunidad de retornados del exilio «Aurora ocho de octubre» de la Finca Xamán, Chisec, Alta Verapaz el cinco de octubre de 1995 (8 de octubre 1995).

En 1996 publican varios comunicados y cartas como: «Llegó para confirmarnos en la fe» (20 de diciembre); «La justicia se construye desde la verdad» (6 de marzo); «¡No matarás!» (23 de julio). En 1997, ya en el tiempo en que se estaba alcanzando unos acuerdos de paz tras largos decenios de Guerra civil,[8]publican la Carta Pastoral Colectiva «Jesucristo Ayer, Hoy y Siempre» en preparación del Gran Jubileo del año 2000 (30 de marzo). Con motivo de la Beatificación de la Hermana María Encarnación Rosal, el 4 de mayo de 1997 por Juan Pablo II, publican otra intervención el 8 de abril de 1997.[9]

Para presentarle los mártires guatemaltecos al Papa Juan Pablo II, los obispos redactaron el documento «Lista de los Testigos de la Fe», con el cual fue introducida la Causa Martirial en Guatemala de la Asunción. Está fechada el 6 febrero 1996.[10]

Nuevo Documento sobre «Testigos Fieles del Evangelio»

La CEG publica el 23 de noviembre de 2007 su Carta: «Testigos fieles del Evangelio». La Introducción histórica dice:

“Brevemente ofrecemos algunas claves de lectura para comprender en su justa medida en vida y testimonio de sacerdotes, catequistas y miembros de Iglesia que dieron su vida hasta derramar su sangre en años recientes.

partir de los años 1940-1950, la Iglesia en Guatemala empezaba a superar el trauma de los regímenes de las dictaduras liberales, con el florecimiento de la Acción Católica Rural, que arraigó, sobre todo en pueblos indígenas (mayas). Estos años de crecimiento coincidieron con la reorganización de la Iglesia en Guatemala, luego del control férreo ejercido por los regímenes liberales de turno, que de 1871 hasta mediados del siglo XX, no sólo limitaron sus espacios de pre¬sencia, sino que le negaron de muchas maneras el libre ejercicio de su acción pastoral.

La amplia geografía guatemalteca contaba con muy pocos sacerdotes y agentes de pastoral a principios de los años 50. Sin embargo, la labor era dura, y las necesidades desbordaban sus posibilidades. La incidencia de las iglesias protestantes o de las sectas fundamentalistas, era entonces mínima, casi reducida a algunos grupos de personas en las cabeceras municipales.

La presencia de sacerdotes, misioneros de diversas Congregaciones religio¬sas, fue determinante. La Acción Católica dio como resultado el surgimiento de múltiples comunidades vivas y llenas de fuerza; se revitalizó la pastoral, la cate¬quesis, la organización de las parroquias, la formación de los catequistas, el compromiso de los cristianos. Surgieron las vocaciones sacerdotales (se abrió el Seminario Nacional) y a la Vida Consagrada, sobre todo femenina.

Sin embargo, las condiciones de vida de la gente eran bastante difíciles. Iban a la Costa, región de grandes fincas, porque en sus pueblos no había trabajo, ni tierra; los salarios que percibían eran irrisorios, las condiciones sanitarias, deplo¬rables; trasladados durante muchas horas en camiones como animales, por cami¬nos difíciles de terracería, llegaban a las fincas enfermos, en las que no se les reconocía ningún tipo de derechos ni prestaciones laborales. Alojados en grandes galeras, soportando el calor de las tierras bajas a las que no están tan acostumbra¬dos, eran fácil presa de enfermedades propias de tales regiones de clima tropical: malaria, tifoidea, hepatitis... enfermedades gastrointestinales, respiratorias, infec¬ciones.

En no pocos casos, se trasladaba la familia completa, sobre todo si se trataba de recoger el café. Todo esto nos hace ver las condiciones de explotación y marginación en que trabajaban, y la ardua labor de la Iglesia.

Con la organización parroquial, la formación, y sobre todo la lectura de la Palabra de Dios, la gente toma conciencia de su dignidad, que aplica a todos los campos de la vida. La Iglesia promueve la justicia social, la dignidad, la unión y solidaridad de todos, con programas de salud, educación, alfabetización, forma¬ción religiosa y la doctrina social de la Iglesia. Creció la organización campesina, sobre todo las cooperativas que ayudaron grandemente a levantar el nivel de vida de la gente.

Al principio de la década de los años 60, Iglesia y autoridades gubernamen¬tales cooperaban de forma cercana en la realización de algunos de estos objetivos. Poco a poco, cuando las condiciones de vida se hacían más duras para los más pobres, las cosas fueron cambiando; empezaron a tomar conciencia y hacerse escuchar en sus reclamos, fueron capaces de formular proyectos en favor de las comunidades rurales más desatendidas, exigían salarios justos y condiciones de trato más humanas en las fincas; en una palabra, la Iglesia ayudó al pueblo a reconocerse en su original y primera dignidad de hijos de Dios y ser respetados como tales.

Esta tarea de la Iglesia, empezó muy pronto a ser mal vista por ciertos secto¬res sociales que veían como paulatinamente los campesinos tomaban conciencia y era más difícil explotarlos. La Iglesia, por su parte empezó a tomar distancia de los gobiernos militares, haciendo algunas críticas importantes cuando pasaban por alto sus atribuciones, sobre todo por las violaciones a los derechos humanos y la injusticia social.

La violencia era el ambiente normal en el que se debatía el país; a partir de 1960, el orden se mantenía mediante escuadrones de la muerte, bandas paramilita¬res de extrema derecha, que recibieron diversos nombres; éstos, a veces de forma selectiva, otras más colectiva, iban aniquilando personas, líderes campesinos, estudiantiles, obreros, profesionales.

La presencia de grupos guerrilleros en ciertas zonas geográficas del país, po¬larizaban las fuerzas y se valían de las necesidades y carencias del pueblo para integrar prosélitos a su causa; los gobiernos militares justificaron cualquier medida de fuerza, en razón del orden y la seguridad nacional; las violaciones a los derechos humanos se prodigaron como práctica normal.

Para los organismos de seguridad del Estado, el mundo indígena era desco¬nocido. No comprendían su forma de ser, de actuar; despreciaban su cultura; las represalias se hacían masivas, porque la vida de uno, dos, tres o más indígenas, contaba muy poco; a veces, para castigar cualquier sospecha, se aniquilaban familias enteras, desde las personas mayores, hasta los niños de pecho.

Por todo esto, y porque la Iglesia por medio de la Acción Católica les dio una posibilidad de participar, de trabajar, de organizarse ... , en fin, de ser sujetos de su propia historia, ellos empezaron a tomar conciencia clara de la situación que padecían, a sentir que la solidaridad era necesaria para cambiar la situación. Mu¬chas personas tomaron conciencia cierta de esta realidad al leer la Biblia y darse cuenta de lo que significaba en la vida concreta ser hijo de Dios. La gente empezó a reconocer que su historia se parecía a la historia del pueblo de Dios, y este descubrimiento les dio esperanza.

En realidad, de esta situación, la única que entendió sus alcances y dimen¬siones, fue la Iglesia católica, porque vivía muy cerca de las necesidades de la gente; de modo que cuando comenzó la «violencia», nombre con el que se aludía a la situación de verdadera guerra (sobre todo en la década de los años 80), muchos de los males se le empezaron a imputar a la Iglesia católica, y una de las primeras formas de combatirlos fue promoviendo la proliferación de sectas fundamentalistas, con el fin de quebrar la fuerza de la Iglesia católica y la unidad del pueblo.

Pero sobre todo, la represión empezó a alcanzar de forma indiscriminada, a muchos miembros de la Acción Católica, catequistas, líderes cristianos, sacerdotes, religiosos, religiosas; se empezó a identificar a los catequistas con subversión, y bastaba la mínima sospecha o cualquier acusación caprichosa de personas que querían vengarse o hacer algún mal a la Iglesia, diciendo que eran «guerrilleros», para que fueran inmediatamente desaparecidos, torturados y asesinados. La irra¬cionalidad de acciones como estas llegó a límites de barbarie. El Papa Juan Pablo II denunció la tergiversación entre evangelización y subversión, en su dis¬curso del 7 de marzo de 1983 a los indígenas en Quetzaltenango en su primera visita a Guatemala.

La muerte trágica del Padre Guillermo Woods, MM, en 1976, y del Padre Hermógenes López el 30 de junio de 1978, ambos asesinados, fue el aviso claro para indicar que toda la Iglesia había entrado de lleno en la mira contrainsurgente, regida de acuerdo a los dictámenes de la seguridad nacional. El gobierno y los altos mandos del ejército habían entrado en una carrera de enriquecimiento fácil, que permitía los abusos y la corrupción desmedida.

De las amenazas se pasó a la acción; luego de los trágicos sucesos de la Em¬bajada de España del 31 de enero de 1980, fueron asesinados en mayo dos sacerdotes de la Congregación del Inmaculado Corazón de María, que trabajaban en la Prelatura de Escuintla, el P. Conrado de la Cruz (desaparecido el 1 de mayo) y el Padre Walter Voordeckers (asesinado a plena luz del día el 12 de mayo); el 4 de junio de 1980 fue asesinado el P. José María Gran, MSC, con su sacristán [catequista], cuando regresaban de una gira pastoral, en la Diócesis del Quiché; siguieron los Padres Faustino Villanueva, MSC, (10 de julio) y la del P. Juan Alonso MSC, (15 de febrero de 1981) de la misma Diócesis. Fue un año muy trágico para la Iglesia guatemalteca, tiem¬pos de verdadera persecución.

Esta breve narración histórica, nos da el contexto amplio de los testimonios que aquí se ofrecen, recogidos en un número todavía muy limitado. Muchas comunidades cristianas quedaron desmanteladas; las iglesias y oratorios cerrados, y en el peor de los casos, ocupados por las fuerzas del ejército, que destinaban los locales para sus cuarteles, bodegas de pertrechos de guerra, lugares de interrogatorios y de tortura. Verdadera ofensa contra la dignidad y sensibilidad religiosa de los pueblos que no sólo no podían llegar a orar a la Iglesia del lugar, ni tan siquiera profesar libremente su fe cristiana, como Iglesia católica.

En algunos lugares la consigna era muy concreta: «¡Hay que acabar con los Padres!»; se demonizó toda la labor de la Iglesia, se tildó de guerrilleros a todos los catequistas, de modo que, quien quisiera substraerse a tales políticas se jugaba la vida, la de él y la de su familia. Con frecuencia la misma familia de los catequistas era presa del odio y de la violencia, y brutalmente exterminada, como si el «contagio» alcanzara a gran¬des y niños de pecho. Debieron esconder sus Biblias, sus imágenes, sus libros de canto y otros objetos religiosos con el fin de no ser fácilmente identificados; muchas veces, todos estos objetos, metidos en bolsas de plástico, los enterraban con la esperanza de recuperarlos algún día. Hubo momentos y lugares, en que ser CATEQUISTA, significaba estar condenado a muerte.

Como el ejército era anuente a la penetración de las sectas fundamentalistas que se prestaban fácilmente al juego contrainsurgente para contraponerse al traba¬jo pastoral de la Iglesia Católica, algunos miembros de la Acción Católica debieron optar más o menos forzadamente por pertenecer a alguna de estas sectas para salvar su vida y la vida de sus familiares. Algunas de estas sectas ofrecían un carnet (especie de documento de identidad) que en los «cateos» era mejor conside¬rado por los registradores de los aparatos de seguridad del gobierno. La propagan¬da era agresiva y mentirosa, desprestigiando la labor de la Iglesia, y amenazando para que se pasaran a las sectas, de lo contrario el ejército los iba matar. Era un verdadero chantaje, que provocaba angustias tremendas, cuando estaba por medio la propia vida.

Solo en este ambiente de terror es comprensible el testimonio de vida de los Catequistas, Miembros de Acción Católica, Sacerdotes y Misioneros, que fueron víctimas de esta violencia, y de los que hacemos hoy memoria como «testigos fieles» de Jesucristo, del Evangelio, del Reino de Dios.

Muchos de los testimonios ofrecen un vivo paralelo con los mártires cristia¬nos de los primeros siglos; estos catequistas de hoy, con el ejemplo de aquellos, pero sobre todo a la luz de la Palabra de Dios, de la fe, de la verdad, de la causa de la justicia, del compromiso sin cesiones por la comunidad cristiana, por la Iglesia católica, supieron ser fieles hasta el final.

Todos ellos son hombres y mujeres humildes, pobres, sencillos, la mayoría indígenas mayas, pero personas con una gran dignidad. Personas que siempre buscaron la paz, el entendimiento entre todos, en unión. Personas que como Jesús, pasaron por el mundo haciendo el bien. Hombres y mujeres, también, que no estuvieron dispuestos a sacrificar a los ídolos, ni claudicaron ante los valores del engaño, la mentira y la opresión, pues siempre habían vivido los valores de la verdad, la justicia, la solidaridad, eran cristianos convencidos y como tales se comprometían con fe en la Iglesia y el servicio a los demás.

Fueron personas recias. Su testimonio es claro. Muchos de ellos podían ha¬berse liberado de la muerte, junto con su familia, si hubieran hecho uso de la «prudencia de este mundo», abandonando no sólo su tierra, sino convicciones y prácticas de fe. Resistieron con entereza la tentación de la violencia.

Murieron como vivieron. Y vivieron siguiendo e imitando a Jesús. Procla¬maron su Reino, antepusieron a su vida la fidelidad a la Palabra de Dios, murieron dignamente por una causa sublime, que hoy los hace participes del sacramento mayor de la Resurrección de Cristo Jesús. Son signo de una sociedad más justa y humana. Ellos constituyen una gracia también para la Iglesia, porque con su tes¬timonio hasta derramar su sangre, nos muestran que la Verdad es el sentido último de aquella vida que se sacrificó por algo creído con mayor pasión que la propia existencia. Su testimonio mantiene nuestra esperanza.

«Después de esto, miré y vi una multitud enorme que nadie podía contar. Gentes de toda nación, raza, pueblo y lengua; estaban de pie ante el trono y ante el Cordero. Vestían de blanco, llevaban palmas en las manos» (Ap 7,9).”

NOTAS

  1. El cardenal Mario Casariego y Acevedo, arzobispo de Guatemala, religioso somasco (Clérigos Regulares de Somasca), era entonces el único cardenal de Centroamérica. Nació en la localidad asturiana de Figueras de Castropol, el 13 de febrero de 1909. Emigró a El Salvador y en 1932 fue ordenado sacerdote. Nombrado obispo por Pío XII poco antes de morir, es consagrado obispo el 27 de diciembre de 1958 por Juan XXIII. Participó al Vaticano II. Arzobispo primero coadjutor y luego titular de Ciudad de Guatemala el 12 de septiembre de 1964 sucediendo al arzobispo Mariano Rossell y Arellano. Fue secuestrado durante algunos días en marzo de 1968 por un grupo de terrorista de extrema derecha que pretendó inculpar del hecho a la guerrilla marxista de Guatemala ya en acción. Fue creado cardenal por Pablo VI el 28 de abril de 1969. Muere en Ciudad de Guatemala el 15 de junio de 1983.
  2. El Libro Rojo de Mao, también conocido como el Pequeño Libro Rojo, Libro Tesoro Rojo (en chino) fue publicado en abril de 1964 por el gobierno de la República Popular China en el que se recogen discursos pronunciados por Mao Tse Tung (Zedong), presidente del Partido Comunista de China. Recopilado por su colaborador Lin Piao, jefe de las fuerzas armadas, el libro sería uno de los instrumentos básicos de enseñanza ideológica de las masas durante la época de la Revolución Cultural.
  3. Carlos Alberto Castillo Armas (Santa Lucía Cotzumalguapa, Escuintla, 4 de noviembre de 1914 – Ciudad de Guatemala, 26 de julio de 1957), militar golpista, Presidente de Guatemala desde el 8 de julio de 1954 hasta su asesinato en julio de 1957 en el interior de la casa presidencial. Fue conocido por liderar el Golpe de Estado en Guatemala de 1954 organizado por la CIA de Estados Unidos.
  4. La matanza de la embajada española en Guatemala es un incidente ocurrido en ese país el jueves 31 de enero de 1980, cuando la Policía de Guatemala ―en el marco de la dictadura de Fernando Romeo Lucas-García invadió la embajada y asesinó a 37 personas incendiándolas con fósforo blanco. En la matanza perecieron: personal de la embajada, Eduardo Cáceres Lehnhoff, ex vicepresidente de Guatemala, Adolfo Molina Orantes, ex canciller de Guatemala, estudiantes universitarios y campesinos indígenas de El Quiché que se habían refugiado en la embajada.
  5. Ángel Aníbal Guevara (La Democracia, Escuintla, Guatemala, 1924), fue declarado ganador de las elecciones presidenciales del 7 de marzo de 1982, lo que produjo una serie de manifestaciones por parte de los candidatos opositores Mario Sandoval Alarcón, Gustavo Anzueto Vielman y Alejandro Maldonado Aguirre, quienes alegaban que había existido fraude en el conteo de los votos. El general Guevara no pudo asumir el mando debido al golpe de Estado del 23 de marzo de 1982, encabezado por el general Efraín Ríos Montt
  6. Efraín Ríos Montt (16 de junio de 1926-1 abril 2018), nacido en Huhetenango, dictador y presidente de Guatemala que usurpó el poder con un golpe de estado el 23 de marzo de 1982. Será a su vez depuesto por otro golpe de estado del ministro de defensa Oscar Humberto Mejía Víctores el 8 de agosto de 1983. Fue acusado de graves delitos de lesa humanidad y crímenes de guerra junto con otros de sus ministros. El 26 de enero de 2012 pudo ser finalmente juzgado bajo la acusación de genocidio y de crímenes contra la humanidad. Dos “Comisiones sobre la Verdad”, la REMHI (Recuperación de la Memoria Histórica, informe elaborado en el marco del Proyecto Inter-diocesano de Recuperación de la Memoria Histórica de la Conferencia episcopal de Guatemala), y la relación de la CEH, investigación llevada a cabo por las Naciones Unidas, como parte de los Acuerdos de Paz Firme y Estable 1996, demostraron la amplia dimensión de los crímenes de lesa humanidad cometidos bajo su régimen militar con matanzas, violaciones, torturas y otros crímenes contra las poblaciones indígenas, que calificaron como “genocidio guatemalteco”. Se defendió escudándose en que se trataba de una violenta guerra civil. Durante su mandato fue sostenido por los Estados Unidos, recibiendo fuerte ayuda y sostén directo e indirecto por parte de varias organizaciones USA, incluida la CIA, según dichas relaciones citadas.
  7. Fernando Romeo Lucas García (n. San Juan Chamelco, 4 de julio de 1924 -Puerto la Cruz, 27 de mayo de 2006), terrateniente, militar y político guatemalteco, ministro de la Defensa y coordinador del proyecto de la Franja Transversal del Norte durante el gobierno del general Eugenio Laugerud García y luego como Presidente de Guatemala del 1 de julio de 1978 al 23 de marzo de 1982, cuando fue depuesto por un golpe de estado liderado por oficiales jóvenes del ejército que colocaron al general Efraín Ríos Montt al frente de un triunvirato militar integrado también por los coroneles Horacio Maldonado Shaad y Francisco Gordillo. Su gestión se vio enmarcada por graves denuncias internacionales de violaciones de derechos humanos, pero también por el apoyo de la administración de los presidentes norteamericanos Jimmy Carter y Ronald Reagan, quienes veían con preocupación el avance de las revoluciones comunistas en El Salvador y Nicaragua en esos años.
  8. La “guerra civil” de Guatemala (también llamado conflicto armado interno en Guatemala) fue un largo conflicto bélico librado entre 1960 y 1996 dentro del marco de la Guerra Fría entre el bloque capitalista de los Estados Unidos y el bloque comunista de la Unión Soviética, con graves violencias de todo tipo, dramáticas consecuencias económicas y políticas, polarizaciones de la sociedad guatemalteca y todo tipo de atropellos de los derechos humanos. El conflicto se inició a principios de la década de los sesenta, cuando el 13 de noviembre de 1960 se realizó un fallido golpe de Estado con el fin de derrocar a Miguel Ydígoras Fuentes; este, fue solo el último de una serie de sucesos que provocaron la polarización de la sociedad guatemalteca desde la Independencia en 1821 hasta la caída del régimen del coronel Jacobo Árbenz Guzmán en 1954. En 1962 se crea el primer grupo guerrillero del país, el Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre (MR13), el cual se organizó y estuvo activo en el oriente del país hasta su disolución en 1971 (cf. datos en Wikipedia).
  9. María Vicenta Rosal Benítez, como religiosa asume el nombre de María Encarnación Rosal del Corazón de Jesús (Quetzaltenango, 26 de octubre de 1820 - Tulcan (Ecuador), 24 de agosto de 1886), fue reformadora de la rama femenina de la Orden de los Bethlemitas y beatificada por el papa Juan Pablo II. Su fiesta litúrgica se celebra el 27 de octubre.
  10. Publicada por la CEG, Calzada Roosvelt, 4-54 Z. 7 de Mixco, Ciudad de Guatemala.

BIBLIOGRAFÍA

Documentos de la Conferencia Episcopal de Guatemala: Colección completa en Archivo General de la misma en: Calzada Roosevelt, 4-54 Z. 7 de Mixco, Ciudad de Guatemala.

GERONTOPOLITANA: Beatificationis seu Declarationis Martyrii Iacobi Alfredi Miller. Fratris Professi Instituti Fratrum Scholarum Christianarum in Odium Fidei, uti Fertur, Interfecti (+13.II.1982), Positio super Martyrio, Roma 2016.

OKLAHOMENSIS [U.S.A.]: Beatificationis seu Declarationis Martyrii Serv i Dei Stanley Francisci Rother Sacerdoti Diocesani in odium fidei, uti fertur, interfecti (+ 28 iulii 1981). Roma 2015.

Testigos fieles del Evangelio, Ed. S. Paulo, 2007. (La CEG publica el 23 de noviembre de 2007).

VICARIATUS APOSTOLICI IZABALENSIS ( GUATEMALA): Beatificationis seu Declarationis Martyrii Servorum Dei Tullii Maruzzo, Sacerdotis Professi Ordinis Fratrum Minorum Et Aloisii Obdulii Arroyo Navarro, Christifidelis Laici, Ex Tertio Ordine Sancti Francisci In odium Fidei, uti fertur, interfectorum (+ 1981) Positio super Martyrio. Roma 2016.


MANUEL ANTONIO GONZALEZ – FIDEL GONZALEZ FERNANDEZ

Postulaciones Mártires Guatemala