GUATEMALA; Reorganización eclesial

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Intereses de grupos económicos

Detrás de los continuos pronunciamientos militares, se esconden los intereses no ocultos de grupos sociales y de poder económico. Ello se ve con claridad en la sorda polémica que se abre es la Asamblea Constituyente que debería elaborar una Constitución que garantizase los intereses de los vencedores. Lo indicaba también entonces el arzobispo Rossell, en las celebraciones acostumbradas de los «Te Deum» en la Catedral, con ocasión de los cambios de poder.

Así cuando comienza el mandato del coronel Castillo Armas, quien había ofrecido mucho pero le dejan cumplir poco, escribe: “Con pena lamentamos que la hora presente, exactamente igual que en épocas pasadas, los que tienen miedo al nombre de Dios y sin embargo califican de ateo al comunismo, han estado difundiendo con celo digno de mejor causa la especie inexacta de que la Iglesia de Guatemala quiere aprovecharse de la situación política anticomunista para implantar su hegemonía, y suplantar, como en los días del conservadurismo de hace un siglo, al Gobierno y someterlo a su influencia”.

El arzobispo se ve precisado a hacer, una vez más, las siguientes declaraciones: “La Iglesia no necesita adquirir ninguna hegemonía porque la tiene y nunca la ha perdido en nuestra patria, donde todos confían en su palabra, creen en su doctrina, colaboran en sus obras...”. Luego aclara que no pide ningún privilegio sino simplemente que se le reconozcan los legítimos derechos a la Iglesia católica que no se le han querido reconocer hasta entonces, y ofrece su colaboración con el nuevo Gobierno.

Y por último termina diciendo que “invita a todos los católicos a hacer obra social constructiva y no demagogia politiquera que busca el lucro personal a corto o largo plazo” (20 de julio de 1964). Así comienza el tercer y último período del ministerio episcopal de Mons. Mariano Rossell y Arellano (1954-1964). Mons. Rossell, hombre batallador, cada vez más consciente del gran engaño de la llamada «la liberación», vuelve a la carga:

“Todo guatemalteco sabe que la obra de la Iglesia en la liberación de la Patria ha sido grande. Que la sangre derramada en los campos de batalla y en las prisiones, en las torturas, la mayor parte ha sido de buenos católicos... Pero había esas otras fuerzas que agazapadas, esperaban el momento del triunfo, que no era suyo, y de la tranquilidad para volver a ejercer sobre Guatemala el dominio ignominioso del pasado... Apenas comenzó la época, que creímos tranquila y segura, de la Liberación, comenzamos a sentir ya el influjo del liberalismo y de la masonería en nuestra Patria...

Yo quisiera que todos entendieran que no pido para la Iglesia de Guatemala humildemente ningún favor; yo no suplico como una limosna lo que es el derecho de la Iglesia; yo espero dignamente que se le reconozcan a la Iglesia sus derechos ... (que) están resumidos en la libertad absoluta para poder ejercer la misión que el Señor le ha confiado en la tierra, de maestra de conciencias ...”.[1]

Detrás de esta apasionada defensa, de quien había experimentado en carne propia las frustraciones tras los triunfos populares del «Unionismo» en 1920, y de la «Revolución» en 1944, se escucha la voz del líder solitario, pero respetado por su unción y su acendrado amor a su pueblo, de un hombre que se rebela contra el oportunismo e hipocresía de los politiqueros.

Confusión y propuestas ambiguas y anacrónicas por parte de algunos sectores

Con la llegada de «la liberación» se dan algunas situaciones molestas: Algunos católicos bastante ignorantes o «cachurecos» proponen firmar un nuevo «Concordato» como el de los tiempos de Carrera; inmediatamente el nuncio aclara que con respetar los acuerdos implícitos para un decoroso « modus vivendi» de 1927 y 1936 basta.

Otros piden a la Asamblea Constituyente que se declare el catolicismo como la religión del Estado y, nuevamente, las autoridades eclesiásticas aclaran que en ningún momento se ha pensado en tal cosa, que basta con que se respete la libertad religiosa y se reconozca legalmente a la Iglesia. Sin embargo, algunos prestigiosos historiadores aún siguen escribiendo que oficialmente la Iglesia exigía semejante anacronismo.

Los vencedores presentan al arzobispo Mariano Rossell como «el héroe» de la historia y al nuncio Genaro Verolino como «el villano», cómplice de los comunistas. Circulan rumores de que el nuevo gobierno lo va a declarar «non gratum». Esto tensiona las relaciones entre nunciatura y arzobispado, y también entre la Cancillería y la Secretaria de Estado del Vaticano.

Como resultado hay un enfriamiento en las relaciones diplomáticas; se retira al nuncio Genaro Verolino; se deja vacante la nunciatura en Guatemala, y después de un tiempo prudencial se pide el «placet» para mons. José Paupini, como nuevo nuncio de Su Santidad ante el gobierno de Guatemala.


El 1 de marzo entra en vigor la Constitución de 1956. En lo que se refiere a la Iglesia hay innovaciones: Se puede exteriorizar la religión, pero prohibiendo explícitamente que los ministros del culto participen en política (arts. 42, 51 y 53); se reconoce la personalidad jurídica de las diversas iglesias (art 50); se permiten las asociaciones para defender los intereses religiosos (art 54); se autoriza la enseñanza religiosa voluntaria en las escuelas públicas (art 97); se mantiene la necesidad de pertenecer al estado seglar para optar a cargos públicos (arts 141, 160, 172 y 191).

El panorama cambia sustancialmente para la Iglesia en Guatemala. Con la descentralización desde 1951 se inicia una ayuda de emergencia con personal religioso de otras naciones, a tal grado que en 1955 los religiosos ya son más del 66% del personal apostólico, cuando 10 años antes no llegaban al 33% con respecto al Clero secular nacional.

200 años después se revierte el proceso que se tuvo a mediados del siglo XVIII con la secularización de las parroquias; esta vez las parroquias atendidas por el Clero secular pasan temporalmente a manos de los religiosos, hasta que se consoliden las diócesis y tengan su propio Clero.

Las grandes necesidades pastorales obligan a que, con la ayuda de la Santa Sede, se distribuya gran parte del territorio entre diversos institutos misioneros: las Verapaces a los dominicos y salesianos principalmente; los franciscanos se hacen cargo de numerosas parroquias en Guatemala, Quetzaltenango, San Marcos, Retalhuleu, Suchitepéquez, Santa Rosa, Jutiapa, Zacapa e Izabal; el Petén se confía al IEME (Instituto Español de Misiones Extranjeras); Huehuetenango a los Maryknoll (Misiones Extranjeras de los Estados Unidos); Quiché a los Misioneros del Sagrado Corazón españoles; Sololá a los carmelitas españoles; Escuintla a los Misioneros del Inmaculado Corazón de María (Scheut) belgas, holandeses y filipinos; además algunos grupos de sacerdotes seculares italianos, españoles, alemanes y estadounidenses se hacen cargo de diversas parroquias en toda Guatemala.

Llegan también bastantes congregaciones religiosas femeninas dispersándose por todos los rincones del país. Los misioneros recién llegados no siempre tienen fácil su inserción en el apostolado, por el contraste con grupos tradicionales especialmente con las cofradías en el campo. Pero lo más impactante es el nombramiento de tres nuevos obispos religiosos: Mons. Luis Manresa Formosa, jesuita guatemalteco, para Los Altos; Mons. Celestino Fernández, franciscano español, para San Marcos, y Mons. Constantino Luna, franciscano italiano, para Zacapa.

Es el momento más difícil en la misión de reorganizar la Iglesia que se le ha confiado al nuncio Mons. Verolino. El arzobispo Rossell tuvo que pasar por momentos de duro desengaño, por la forma como fue usado y por las muy duras críticas que se le hicieron. Morirá precisamente mientras se realizaban las celebraciones jubilares por sus 25 años de ordenación episcopal, el 10 de diciembre de 1964.

Nuevas fundaciones eclesiales, penetración del protestantismo y pronunciamientos militares

La década de los años de 1960 se caracteriza en el campo católico por las abundantes fundaciones: nuevas diócesis, parroquias, comunidades religiosas, colegios, dispensarios, cooperativas, seminarios, emisoras. Al mismo tiempo, diversas denominaciones protestantes norteamericanas vuelcan cuantiosos recursos para sus misiones de Guatemala, que señalan como prioridad en su proyecto estratégico de expansión por América Latina.

La noticia que sorprende a todos en 1957 es el asesinato del libertador del comunismo, el presidente Carlos Castillo Armas. El arzobispo Mariano Rossell presagia la violencia que pronto, por décadas, ensangrentará los campos de Guatemala. Con la turbulencia de las elecciones afloran todos los mezquinos intereses que se protegían tras el «anticomunismo» guatemalteco.

Un candidato, el general Ydígoras Fuentes, tiene el atrevimiento de ofrecerle a Mons. Rossell regalías a cambio de su apoyo, pero el arzobispo lo rechaza firmemente, no sólo por su intachable honestidad sino por la amargura que le ha dejado su apoyo al “anticomunismo” y el asesinato de su amigo el presidente Castillo Armas.

Ante la regresión social que se palpa, el alma del arzobispo va siendo embargada por el desencanto, que recuerda a algunos los profetas del Antiguo Testamento en sus momentos más difíciles: “Los caídos de hace cuatro años, son los principales acusadores contra los que en vez de implantar la justicia social, sólo se aprovechan de la indigencia del pobre para seguirlo explotando ... Toda esa sangre inocente de héroes y cristianos, ¿quién creyera que iba a ser aprovechada por la eterna jauría de hambrientos políticos, que no tienen más ambición que ampararse a la sombra del poder? Anticomunistas falsos e hipócritas que sólo buscan el medro y seguir, como siempre, explotando la hidalguía de los que luchan contra el comunismo en defensa de los valores superiores y eternos...”.[2]

Problemas vivos en la Iglesia guatemalteca en vísperas del Concilio Vaticano II

Al subir a la Presidencia el general Miguel Ydígoras Fuentes logra que el nuevo nuncio, mons. José Paupini, imponga la obligación de que todos los documentos eclesiásticos públicos deban tener el «visto bueno» de la Nunciatura antes de publicarse; una especie del antiguo «pase regio». El arzobispo no vuelve a publicar ninguna carta pastoral sino hasta después de la caída de ese Gobierno, poco antes de su muerte, con la carta pastoral “Sobre el IV centenario de la muerte del Obispo Marroquín” (12 de abril de 1963).

Ydígoras favorece algunas iniciativas de carácter religioso, y condescendiente con la Iglesia para mostrarse tolerante; entre ellas permite la fundación de la primera universidad católica, la Universidad Rafael Landívar, por iniciativa de los jesuitas y de un destacado grupo de intelectuales católicos.

Sin embargo la corrupción administrativa es tal que llevó al país a una de las crisis políticas más graves que ha vivido, y que desemboca en un golpe militar. Se nombra como obispo auxiliar al Padre Mario Casariego Acevedo a fines de 1958, ayudado de niño por Mons Rosell. Se celebra en Guatemala, del 11 al 15 de febrero de 1959, el I Congreso Eucarístico Centroamericano.

En vísperas del Congreso Eucarístico, Juan XXIII anunció su deseo de celebrar el «Concilio Ecuménico Vaticano II», que marcaría cambios profundos en la vida de la Iglesia. La Santa Sede en Guatemala crea nuevas diócesis y nombra nuevos obispos: Mons. Humberto Lara, paúl guatemalteco, como obispo auxiliar de las Verapaces; Mons. Angélico Melotto, franciscano italiano, obispo de Sololá; Mons. Hugo Gubermann, maryknoll norteamericano, para la Prelatura Nullius de Huehuetenango; en 1961 se establece la Prelatura de Esquipulas para la que nombró prelado a Mons. Rossell y para la Administración Apostólica del Petén entre los misioneros del IEME que trabajan en ese territorio es escogido Mons. Genaro Astarcoz.

Los jesuitas entregan la administración y atención espiritual del Seminario Mayor Nacional Nuestra Señora de la Asunción, haciéndose cargo del mismo los eudistas, y el Seminario de Quetzaltenango es llevado por los misioneros del Espíritu Santo. El departamento de Chiquimula comienza a ser atendido por los capuchinos; los redentoristas sirven en algunas parroquias en Suchitepequez; llegan los claretianos a dar su ayuda pastoral en Izabal.

Los hermanos de La Salle también llegan al país para promover la educación católica, al igual que nuevas congregaciones de religiosas. En 1959 los monjes benedictinos de la abadía de San José, Luisiana (US.A.), fundan un monasterio para atender el santuario de Esquipulas que luego se transforma en basílica en 1968 y en abadía en 1982, madre de otros monasterios.

A nivel continental, en 1955 en la I Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Río de Janeiro, se funda el Consejo Episcopal Latinoamericano ( CELAM) para promover la evangelización en el Continente Latinoamericano. Simultáneamente con todas las arquidiócesis de Centroamérica -Panamá, San José, Managua, Tegucigalpa, San Salvador y Guatemala- se inaugura una cadena de potentes radioemisoras católicas.

En 1961 el papa Juan XXIII publica su gran encíclica social «Mater et Magistra», y llama a las iglesias de los países desarrollados a que se vuelquen en ayuda hacia América Latina. Desde 1956 y, especialmente en 1961, los obispos de Centroamérica, integrados en el Secretariado Episcopal de América Central (SEDAC), publican cartas pastorales colectivas advirtiendo sobre los peligros del comunismo, urgiendo al compromiso con la justicia social en la región.

Después de la carta colectiva de 1945 firmada por 3 obispos, la primera carta colectiva del episcopado guatemalteco, ahora firmada por 12 Obispos, es la del 15 de agosto de 1962, en la que afirman: “Ignorar, pues, el problema social, significaría buscar soluciones exteriores, superficiales y aparentes, absolutamente incapaces de devolver a la patria el bienestar y la paz...”.

Tratan sobre las falsas soluciones: las del comunismo y del liberalismo económico, y exponen los principios de la Doctrina Social de la Iglesia. Denuncian la concentración de la propiedad rural en pocas manos, las tristes condiciones de vida de los campesinos, la marginación urbana, piden la formación social en los centros católicos de educación y plantean la tesis y los nuevos programas para el «desarrollo integral», alrededor de la cual se inicia una amplia variedad de proyectos y programas especialmente en el campo.

Se llega así a aquel 11 de octubre de 1962, fecha de apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II y con él se abre una nueva etapa la historia de la Iglesia; también en Guatemala.


NOTAS

  1. Discurso en la Catedral de Guatemala el 10 de octubre de 1954. El 7 de julio de 1955 la Gran Logia de Guatemala envía un comunicado internacional pidiendo ayuda para detener la ofensiva desencadenada por la Iglesia católica. Dicho comunicado fue reproducido por la Respetable Logia de Colombia en el diario “El Gráfico” de Bogotá el 12 de septiembre de 1955. Como complemento de esta información ver las conclusiones del Congreso Latinoamericano de la Francmasonería Simbólica, celebrado en Santo Domingo en 1972.
  2. Oración fúnebre por los caídos, del 7 de julio de 1958, citada en R. BENDAÑA PERDOMO, La Iglesia en la Historia de Guatemala, Guatemala, 2010, p. 244.


RICARDO BENDAÑA PERDOMO

(La Iglesia en la historia de Guatemala 1500-2000, Artemis Edinter©)