Diferencia entre revisiones de «HISPANIDAD Y MESTIZAJE»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Es la fe que movió al conquistador a valerse de motivos y razones trascendentes que hicieron de sus acciones una oportunidad providencial de manifestar esa religión y fe que movió al imperio español desde Isabel la católica, pasando por Carlos V y Felipe II, a cristianizar a los súbditos de los nuevos reinos de España, con todo lo que ello va a significar.
 
Es la fe que movió al conquistador a valerse de motivos y razones trascendentes que hicieron de sus acciones una oportunidad providencial de manifestar esa religión y fe que movió al imperio español desde Isabel la católica, pasando por Carlos V y Felipe II, a cristianizar a los súbditos de los nuevos reinos de España, con todo lo que ello va a significar.
  
La palabra «hispanidad», concretamente, que, como la define el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, significa y es el “carácter genérico de todos los pueblos de lengua y cultura hispánica”, parece casi una tautología. Pero veamos que podemos escudriñar y hacer patente que esa hispanidad, que no es ya propia de España, ni exclusiva de ella, sino de una hispanidad nueva, que configura e informa ese carácter propio, particular, singular en que la hispanidad «española», se hace «americana» o, propiamente «Hispano-americana».  
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La palabra «hispanidad», concretamente, que, como la define el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, significa y es el ''“carácter genérico de todos los pueblos de lengua y cultura hispánica”'', parece casi una tautología. Pero veamos que podemos escudriñar y hacer patente que esa hispanidad, que no es ya propia de España, ni exclusiva de ella, sino de una hispanidad nueva, que configura e informa ese carácter propio, particular, singular en que la hispanidad «española», se hace «americana» o, propiamente «Hispano-americana».  
  
 
Por lo pronto, decir que lo hispánico en América se materializa por esa unidad sustancial que es el mestizaje indo-español, aunque también es un mestizaje hispano-indígena, la eufonía está presente en las dos palabras, pero no se trata solamente de una eufonía, sino de una prioridad ontológica, de carácter metafísico formal respecto de una materia preexistente.
 
Por lo pronto, decir que lo hispánico en América se materializa por esa unidad sustancial que es el mestizaje indo-español, aunque también es un mestizaje hispano-indígena, la eufonía está presente en las dos palabras, pero no se trata solamente de una eufonía, sino de una prioridad ontológica, de carácter metafísico formal respecto de una materia preexistente.
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La pregunta que surge necesariamente es, ¿en qué consiste esa actualidad histórica? Pues consiste en lo que llamamos «tradición», “ese valor insustituible” de toda vida de un pueblo y nación y, que además y fundamentalmente, es en donde toda sociedad, pueblo o nación se reconocen a sí mismos en lo que son.  
 
La pregunta que surge necesariamente es, ¿en qué consiste esa actualidad histórica? Pues consiste en lo que llamamos «tradición», “ese valor insustituible” de toda vida de un pueblo y nación y, que además y fundamentalmente, es en donde toda sociedad, pueblo o nación se reconocen a sí mismos en lo que son.  
  
En suma, en reconocer y conocer su identidad propia, su identidad, esto es, una forma de ser que se identifica consigo misma, he ahí el fundamento del ser sucesivo de una nación, su “subsistir está en su continuar” como decía el Padre Osvaldo Lira, y agregaba: “he ahí la esencia de una nación”, identidad, “la misma entidad nacional”.<ref>LIRA PÉREZ O., “Hispanidad y Mestizaje”, Ed. Covadonga, Santiago de Chile 1985,  pp. 78-79,</ref>
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En suma, en reconocer y conocer su identidad propia, su identidad, esto es, una forma de ser que se identifica consigo misma, he ahí el fundamento del ser sucesivo de una nación, su “subsistir está en su continuar” como decía el Padre Osvaldo Lira, y agregaba: “he ahí la esencia de una nación”, identidad, “la misma entidad nacional”.<ref>LIRA PÉREZ O., ''“Hispanidad y Mestizaje”'', Ed. Covadonga, Santiago de Chile 1985,  pp. 78-79,</ref>
  
 
==La fe católica como en el proceso integrador de la identidad hispanoamericana==
 
==La fe católica como en el proceso integrador de la identidad hispanoamericana==

Revisión del 21:29 26 may 2018

Una Perspectiva Filosófica

Quiero tratar las palabras «Hispanidad» y «Mestizaje», más allá de su significado para alcanzar lo significante; quiero decir, que deseo aprehender y patentizar que las palabras «Hispanidad» y «Mestizaje» están cargadas y plenas de humanidad, de historia, de vida y tradición. Las palabras Hispanidad y Mestizaje, su sentido y su significado hacen alusión, en esta ocasión en que van íntimamente unidas, a los acontecimientos y a la situación histórica geográficamente ubicada en nuestra querida América, esa América que nos permite hoy en día llamarla con toda propiedad «Hispanoamérica», cuyo sentido denota a todas luces y a todo el que quiera ver sin anteojeras, la influencia innegable, por evidente e histórica, de aquella España que otrora influyó como causa formal en esa nuestra tierra llamada América.

La influencia de España como causa formal no es precisamente sobre su tierra física, sino sobre una materia prima, en un sentido metafísico, que son sus gentes, su vitalidad, sobre su alma espiritual que constituye la sangre viva de esa materia constituida como cuerpo formalmente, y cuyo todo potestativo y sucesivo llamamos y es Hispanoamérica, ontológicamente considerada.

Me refiero, claro está, a que Hispanoamérica no es única y simplemente un lugar geográfico ubicado en un lugar determinado del mundo, sino que Hispanoamérica es en sentido positivo y no exclusivo, la geografía humana de la que está conformado ese continente que llamamos Hispanoamérica. En suma, es su dimensión y realidad histórica en la que se ha ido fraguando y conformando a través de los siglos una realidad humana concreta y vital y, no se trata de cualquier vitalismo, sino de uno que estará henchido de cultura, tradición y porvenir, y que por lo tanto adquirirá una realidad y dimensión biográfica muy particular.

Ahora bien, como diría el filósofo chileno Osvaldo Lira Pérez, sacerdote y filósofo contemporáneo, al analizar la realidad que nos rodea estrictamente y con rigor, claridad y seriedad filosófica y profundidad metafísica, en esta tarea lo que hay que hacer es simplemente utilizar el sentido común, pero claro está, un sentido común, como él decía, «estilizado», y es lo que intentaré hacer tratando de interpretar con libertad el espíritu de sus ideas, de su pensamiento y su modo de ver la realidad, intentando ser fiel a él en la medida de lo posible. Por lo pronto, analizar y decir algo acerca de esa pretensión de significado que poseen algunas palabras, las que al ser pronunciadas o pensadas son lanzadas como una piedra cayendo por el vacío de un precipicio a un fondo que imaginamos, pero que otras veces conocemos, o, que simplemente vemos desde cierta distancia en perspectiva; a saber, la piedra cae inevitablemente e inexorablemente sin que podamos hacer nada para evitarlo, la gravitación la atraerá siempre al fondo, queramos o no, nuestra voluntad queda paralizada e inmovilizada, o mejor, en potencia de alcanzar algo, en este caso un significado.

Algo así acontece con el significado de las palabras; adquieren, por decirlo así, analógicamente una presencia entitativa en la mente de quien la concibe, sus significados están ahí, o, aquí, en nuestra inteligencia significando lo que significan y ya está, gravitando siempre sobre sí mismas, sin embrago, acontece con las palabras algo extraño, algo extraordinario, pasa con ellas que se desbordan de sí mismas, se exceden más allá de lo que son, de su significado inmediato, hasta el punto de volverse y hacerse plásticas como deseando alcanzar, la inteligencia a través de ellas, la realidad extra-mental que pretenden significar y graficar.

Las palabras, en fin, se inundan, se anegan en su propio significado y a veces también se ahogan en ellas mismas. No hay que olvidar que las palabras son más lo que no dicen que lo que dicen de las cosas; y es por esta razón que resplandecen como una luz en medio de la oscuridad. La realidad, las cosas, la naturaleza no hablan; se muestran, nos hacen señas, nosotros hablamos por ellas, ¿cómo? a través de las palabras que, sin embargo, poseen la peculiaridad de ser limitadas; pero pese a ello y por ello, esto es, por su limitación, las palabras están henchidas y preñadas de luminosidad para continuar y seguir creando lenguaje y comunicación con el Ser.

Formación de la identidad de Hispanoamérica

En cuanto a lo que podamos decir respecto de América, esa América propia, íntima, idéntica a sí misma, esa América inicial, con su identidad eminentemente geográfica más que cultural, entendida desde una visión de totalidad, aquélla América inmensa, sólo la podemos expresar y hacer patente desde el «logos», desde la palabra.

Esa América inicial que está ausente de una identidad cultural de totalidad, ese inicio de ausencias y soledades recíprocas en el seno mismo de su geografía continental, ese momento genético del encuentro primero, aquél instante de mutuas incógnitas para quienes todo es novedad, sorpresa, temor, pero también esperanza, dada fundamentalmente por una razón transida por una fe.

Es la fe que movió al conquistador a valerse de motivos y razones trascendentes que hicieron de sus acciones una oportunidad providencial de manifestar esa religión y fe que movió al imperio español desde Isabel la católica, pasando por Carlos V y Felipe II, a cristianizar a los súbditos de los nuevos reinos de España, con todo lo que ello va a significar.

La palabra «hispanidad», concretamente, que, como la define el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, significa y es el “carácter genérico de todos los pueblos de lengua y cultura hispánica”, parece casi una tautología. Pero veamos que podemos escudriñar y hacer patente que esa hispanidad, que no es ya propia de España, ni exclusiva de ella, sino de una hispanidad nueva, que configura e informa ese carácter propio, particular, singular en que la hispanidad «española», se hace «americana» o, propiamente «Hispano-americana».

Por lo pronto, decir que lo hispánico en América se materializa por esa unidad sustancial que es el mestizaje indo-español, aunque también es un mestizaje hispano-indígena, la eufonía está presente en las dos palabras, pero no se trata solamente de una eufonía, sino de una prioridad ontológica, de carácter metafísico formal respecto de una materia preexistente.

En ambos casos se da una prioridad ontológica, a saber: existen una materia y una forma, primero en entes subsistentes que son los individuos, las personas que la hacen posible biológicamente; y en segundo término, en un ente sucesivo que son los pueblos y naciones con su cultura singular y propia, generada por ese mestizaje, genético primero, y en segundo término, cultual, sincrético, intercultural.

Este «mestizaje cultural» es hasta tal punto, que conforma una suerte de entes sucesivos que son las naciones, en las que se da una identidad común de carácter evidentemente analógico, y en dónde lo español, o, hispánico, culturalmente hablando, está como coprincipio especificador de carácter actual entitativo en las naciones hispanoamericanas, al modo de cada una de ellas, en una realización, o mejor, en una creación existencial irrepetible y única, como acontece con todo ente subsistente.

Ahora bien, en lo que a Hispanoamérica se refiere, lo que acontece se entiende como nueva creación. Es precisamente Hispanoamérica creación en un sentido analógico, pero se trata de una analogía metafísica, por lo que la hace ser creación en sentido «propio», no perfecta ni absoluta, claro está, porque se da con una materia prima preexistente, a saber, los pueblos y naciones originarios americanos, y la española descubridora y conquistadora.

De la mezcla de ambas, de la adecuación de una a otra surgirá entonces el mestizaje, creando y trayendo a la existencia este nuevo ser, esta nueva unidad ontológica, primero sustancial que son los individuos racionales con carácter personal, y en segundo término la unidad sucesiva que va a ser, en sus inicios, la unidad de los reinos americanos que conformaban y eran parte de la corona de España.

Hay que recordar que el mestizaje se dio desde el primer momento del encuentro entre el español y el indígena americano. Este dato no es menor, porque no se trata de un mestizaje multicultural, sino intercultural, al menos durante 300 años.

Pues bien, así las cosas, como la causa se conoce por sus efectos y no puede dejar de haber en el efecto algo de la causa, de tal modo podemos concluir que se puede llegar a dar en el orden de las naciones y en el desarrollo social y político de ellas, un cierto orden causal necesario, que puede explicar la unidad y el sello creador que va a dibujar, o mejor, a formar, durante los primeros tres siglos de la política de puertas cerradas asumida por la corona de España en los nuevos reinos, el mestizaje racial y cultural entre indígenas y españoles exclusivamente.

El mestizaje del que estamos hablando, como ya se puede ver, es de un mestizaje que se va a ir sucediendo a un nivel positivamente intercultural y valórico, imponiéndose como causa formal la lengua y la religión, claro está, en su contenido; en suma, en la doctrina y la fe. Pero no se trata de una imposición tiránica desnaturalizante, sino al revés, perfectiva, en donde la materia que recibe la forma debe ser adecuada a esa forma que recibe, por lo que se puede concluir que en la cultura y visión del indígena americano existía la nobleza necesaria y proporcional que permitía la adecuación formal de la visión cristiana del hombre y el mundo, lo que hizo posible la unidad cultural del Continente americano en una unidad geopolítica llamada «Hispanoamérica».

Esta causa formal será entonces de carácter eminentemente sucesiva, quiero decir dinámica, móvil, ágil, en suma, «histórica», porque es exclusivamente humana, generando así un porvenir desde una actualidad histórica de carácter contingente y también necesario que lo hizo y hará posible.

La pregunta que surge necesariamente es, ¿en qué consiste esa actualidad histórica? Pues consiste en lo que llamamos «tradición», “ese valor insustituible” de toda vida de un pueblo y nación y, que además y fundamentalmente, es en donde toda sociedad, pueblo o nación se reconocen a sí mismos en lo que son.

En suma, en reconocer y conocer su identidad propia, su identidad, esto es, una forma de ser que se identifica consigo misma, he ahí el fundamento del ser sucesivo de una nación, su “subsistir está en su continuar” como decía el Padre Osvaldo Lira, y agregaba: “he ahí la esencia de una nación”, identidad, “la misma entidad nacional”.[1]

La fe católica como en el proceso integrador de la identidad hispanoamericana

Por cierto, de lo que se trata en definitiva es de comprender, a mi juicio, que lo que subsiste es una realización creadora de una doctrina y una fe a través de una lengua, realizada en el uso patente de una voluntad gobernada por una inteligencia especulativo-práctica que posibilitó la integración real, hasta el día de hoy, de unos principios cristianos universales, que por el hecho de serlos y de serlos bien comprendidos no pueden contrariar el orden natural establecido por la Causa primera, por Dios, y que conocemos por revelación y también por la sola razón natural.

La Iglesia Católica, con su estructura regular y secular, es de algún modo la causa eficiente que actúa para que la causa formal de esa misma Iglesia, que es el Espíritu Santo actuando en el Cuerpo Místico de Cristo, realice la concreción de la causa formal plasmada en la persona individual racional del nuevo ser existente que creará ese ser sucesivo del que hemos venido hablando, que va a ser posible por la generación del mestizaje hispanoamericano, tanto biológico, como cultural.

Esa identidad que se va a conformar por los valores cristiano-occidentales en la unidad hispanoamericana, generará, al mismo tiempo, como toda identidad dada por la diversidad desde la que se hace posible, una distinción y, a veces, separación, siempre, por cierto, relativa, desde la que se hará posible una reafirmación o, reconocimiento y afirmación de ese carácter único y distintivo al poseer la facultad de ver la diferencia, también relativa, surgida de las circunstancias accidentales que hacen posible esa identidad única de cada ser constituido existencialmente, ya sea ontológicamente subsistente o cuya existencia substancial es su ser sucesivo, como es el caso de las naciones.

En primer lugar, decir que en las naciones estos elementos inherentes de carácter accidental de orden cultural no subsisten per se, sino que existen en quien inhieren,[2]pero que lo hacen ser de algún modo lo que son, a saber, forman su carácter e identidad, desarrollando así aspectos y énfasis diferentes, por circunstancias, también distintas, por razones que son de carácter geográfico, por hábitos consuetudinarios, por vivencias comunes, pero, sin embargo, de carácter social particular, etcétera.

Identidad hispanoamericana y viabilidad de la Independencia

En el caso de Hispanoamérica, todas esas situaciones generarán una cierta independencia práctica para la gobernabilidad de los nuevos virreinatos americanos. Dicho de otro modo, se fueron generando necesidades nuevas que a la vez suscitaban una identidad propia en cada uno de ellos, pero dada en una identidad común.

Parece contradictorio, pero no lo es, como por ejemplo, no hay contradicción alguna en lo que se pueda llamar «identidad familiar», la que se funda en los lazos filiales y culturales entre sus miembros. Algo así acontece analógicamente con las naciones; en éstas con el paso de los siglos, en Hispanoamérica se fue logrando una identidad e independencia relativa, pues como toda independencia, la independencia absoluta es una utopía.

Lo importante y relevante es el uso de la libertad en la independencia. Toda independencia supone diálogo y toda autonomía también; en suma, algo nuevo se estaba gestando desde el sustrato mismo de los valores comunes que llegaron a conformar la identidad hispanoamericana, la lengua y su fe, desde ese mestizaje hispanoamericano, exclusivamente español e indígena, que durará tres siglos y eso será, precisamente, lo que hará posible en el Siglo XVIII, la independencia y viabilidad de las naciones hispanoamericanas.

La conclusión lógica a la que llegamos después de analizar este «principio de identidad» aplicado a las naciones como entes sucesivos y continuos, es que la independencia de las naciones hispanoamericanas solo fue posible desde los mismos principios internos, entrañables e íntimos, pero fundamentalmente trascendentes, dados en la identidad común. Pero no igualdad de los pueblos y naciones que conforman la geografía humana y cultural del Continente Hispanoamericano, sino analógicamente, y como toda identidad supone lo diverso, así también, todo lo diverso supone cierta identidad, y lo común que es en definitiva aquello por lo que se dará y verificará la diferencia, y esa diferencia y alteridad respecto de esa identidad hispanoamericana, va a ser evidentemente la corona de España.

En suma, la realidad europea en la que está inserta España con su propia identidad milenaria, y también en su particular contingencia histórica, pero que al mismo tiempo será de algún modo afectada por su propia creación.

Como afirma Osvaldo Lira: “La independencia hispanoamericana ha tenido, a nuestro juicio,....todas las características de un parto prematuro, pero de ningún modo las de un aborto, como lo prueba - por vía de ejemplo que vale casi para todas ellas –la madurez y dignidad que llega a alcanzar la vida política de Chile en los cuarenta primeros años de su época republicana”.[3]

Esta afirmación la entendemos en el sentido de que la viabilidad y potencialidad realizadora de la constitución de las nuevas naciones, se debe precisamente a la suficiente madurez relativa alcanzada por las mismas instituciones dadas para la gobernabilidad de los distintos virreinatos y capitanías.

No debemos confundir la viabilidad de la independencia de las naciones hispanoamericanas con la independencia y autonomía política de ellas. La viabilidad de la independencia de las naciones hispanoamericanas se debe a causas intrínsecas de carácter formal, que hacen posible un desarrollo y formación estable de instituciones y, por otra parte, lo más importante, de ideales acerca de la persona y la sociedad, fundados en una visión cristiano católica del mundo, que marcará a fuego el mestizaje y las naciones hispanoamericanas en la conformación de sus instituciones gubernativas, tales como las intendencias y las juntas de gobierno, las audiencias y cabildos.

Sin embargo, creemos y estamos convencidos que el aporte más fundamental como causa formal intrínseca de la viabilidad de las naciones hispanoamericanas, está dado por el inmenso impacto de la profundidad y alcances que tendrá la reflexión filosófico teológica de la Escuela de Salamanca, en lo que respecta al indígena americano y sus derechos y deberes, tanto en el ámbito jurídico como económico.

Ahí tenemos a Francisco de Vitoria, a Domingo de Soto, a Domingo Bañez y tantos insignes intelectuales de la Escuela de Salamanca, generando así un cierto orden de equidad y justicia en la dinámica propia de la vida social y comercial entre los virreinatos y la corona española, y al interior de los mismos virreinatos y capitanías, y esto porque los atropellos y abusos a los indígenas y luego a los mestizos fueron una realidad.

Respecto de la independencia y autonomía política de las nuevas naciones hispanoamericanas, ya no de su viabilidad, la que, sin embargo, es necesaria para su independencia y autonomía en su realización, aquí, en este preciso momento sí concurren causas extrínsecas, y como tal accidentales que coadyuvan a generar el movimiento independentista de los reinos hispanoamericanos, como es la revolución francesa, la independencia de los Estados Unidos, la invasión napoleónica, la distancia y lejanía del rey, y cierta pérdida de organicidad de la corona de España.

En fin, la herencia de Alfonso X «el sabio» y el derecho común, las «partidas», plasmado por ejemplo en las «leyes de Indias», la herencia de la fe católica y la lengua común, han hecho posible, a nuestro juicio, que en el transcurso de apenas 200 años de historia independiente de nuestras naciones hispanoamericanas, haya sido posible desarrollar una vida, una biografía continental hispanoamericana en relativa paz y tranquilidad.

Las comparaciones son odiosas, pero ahí tenemos el siglo XX europeo, transido de dolor y muerte. Pero cuidado, las naciones hispanoamericanas son nuevas, poseen juventud, esperemos que la historia y la experiencia de Europa nos sirvan de enseñanza, las naciones sin historia son naciones sin memoria, están condenadas a repetirse.

Es bueno y necesario recordar para el futuro, como afirma Alexander Solzhenitsyn, recordando un viejo adagio ruso que dice “al que recuerde lo viejo que le saquen un ojo, pero al que lo olvide, que le saquen los dos.” Y algo común tenemos entre Europa e Hispanoamérica, además de su historia, tenemos la esperanza, palabra que viene a significar y a iluminar el carácter propio del mestizaje hispanoamericano, y cuyo significado puede ser quizá, el devolver a España esos principios originales plasmados, conservados y mantenidos, de algún modo, por su propia creación.

NOTAS

  1. LIRA PÉREZ O., “Hispanidad y Mestizaje”, Ed. Covadonga, Santiago de Chile 1985, pp. 78-79,
  2. Inherir, formar parte consubstancial de algo
  3. LIRA, ob., cit.