HISTORIA DE LAS COSAS DE NUEVA ESPAÑA; Análisis del Prólogo

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Introducción

El misionero franciscano Bernardino de Sahagún (1499ca-1590) es uno de los máximos conocedores y divulgadores de la cultura de los antiguos mexicanos. Su obra cumbre es la «Historia general de las cosas de Nueva España», también conocida como «Código Florentino», terminada de redactar hacia 1576, y sólo publicada en el siglo XIX .

En el «Código Florentino» hay una parte, la más extensa, en donde Sahagún vierte el resultado de sus largas y complejas investigaciones, llevadas a cabo con un criterio inclusivo que hoy no deja de admirar; como buen humanista, está dispuesto a acoger la verdad y el bien, también del mundo precristiano, en este caso el azteca.

La parte más amplia de su obra son las diversas descripciones del antiguo mundo azteca; además existen una serie de prólogos y apostillas que ocupan mucho menos espacio, pero que ofrecen la posición propia de Sahagún respecto al resto de su obra; son pequeñas piezas que expresan la opinión subjetiva del misionero sobre el antiguo mundo indígena. Es esto lo que pretendemos dilucidar: ¿Cuál es la posición personal de Fray Bernardino respecto a la cultura y la religión de los antiguos mexicanos?

Analizaremos esta cuestión a partir, principalmente, del «Prólogo» inicial, verdaderamente pieza fundamental para entender el pensamiento de Sahagún.[1]Es, de todas las piezas subjetivas de la Historia, una de las más elocuentes respecto al pensamiento del misionero. Iremos comentando las diferentes ideas, con la idea de captar y explicar la mente del autor.[2]

Para leer este texto es necesario considerar que Sahagún juega permanentemente en un doble plano: la situación de los indígenas a él contemporáneos (a poco de concluida la conquista), y la de los antiguos mexicanos prehispánicos, dos ámbitos que están en relación de continuidad / discontinuidad, como veremos.

Extirpación de la idolatría

Los dos primeros párrafos se ocupan de la erradicación de la idolatría, un pecado que los evangelizadores deben siempre combatir cuando encuentran pueblos que practican otras religiones.[3]Las primeras frases son muy conocidas: “El médico no puede acertadamente aplicar las medicinas al enfermo, (sin) que primero conozca de qué humor, o de qué causa proceda la enfermedad; de manera que el buen médico conviene sea docto en el conocimiento de las medicinas y en el de las enfermedades, para aplicar conveniblemente a cada enfermedad la medicina contraria”.[4]

Y a continuación la aplicación pastoral: entre los aztecas contemporáneos resta mucho recurso a los antiguos dioses, muchos “ritos idolátricos, y supersticiones idolátricas y agüeros, y abusiones y ceremonias idolátricas”. Hace falta que los predicadores y confesores conozcan estas importantes «enfermedades» para aplicar la «medicina contraria».

El inicio del «Prólogo», si se tiene en cuenta la imagen de un Sahagún como iluminado pionero de la investigación etnográfica, no puede ser más desolador: los ministros del Evangelio deben saber que los pecados de los naturales no son sólo «borrachera, hurto y carnalidad», sino el abominable pecado de idolatría, por el cual se da culto no al verdadero Dios, sino a falsos dioses. Por tanto se impone el estudio de la religiosidad prehispánica, como medio de ver si aún hoy perduran las supersticiones. Y es en este momento inicial cuando el autor hace una solemne y explícita declaración de principios:

“Pues porque los ministros del Evangelio que sucederán a los que primero vinieron, en la cultura de esta nueva viña del Señor no tengan ocasión de quejarse de los primeros, por haber dejado a oscuras las cosas de estos naturales de esta Nueva España, yo, Fray Bernardino de Sahagún, fraile profeso de la Orden de Nuestro Seráfico P. San Francisco, de la observancia, natural de la Villa de Sahagún, en Campos, por mandato del muy Reverendo Padre el P. Fray Francisco Toral,[5]provincial de esta Provincia del Santo Evangelio, y después Obispo de Campeche y Yucatán, escribí doce libros de las cosas divinas, o por mejor decir idolátricas, y humanas y naturales de esta Nueva España.”[6]

A mi entender, una declaración tan solemne es un escudo para prevenir los ataques que pudieran sobrevenir a la «Historia», como por desgracia sucedió. Sahagún explica al lector que si escribió tanto sobre las antiguallas de los mexicanos, fue por motivos no sólo rectos sino necesarios. Escribió por obediencia a un superior, y lo hizo para ayudar a los predicadores y confesores en su labor pastoral.

Escribió porque veía que importantes restos de idolatría no eran detectados por los misioneros, con las consiguientes deficiencias en el proceso de cristianización. Llama la atención, sin embargo, la profundidad del estudio sahaguntino: «cosas idolátricas, y humanas y naturales», dispuestas en doce libros… ¿y todo para combatir las supersticiones? Es verdad que con la idolatría se relacionan tantas cosas humanas y naturales, pero parece excesiva la extensión de la obra si sólo se trataba de combatir la idolatría.

A continuación el autor señala las vicisitudes de los doce libros, acabados de redactar en lengua náhuatl en 1569, pero cuya traducción al castellano quedó bloqueada desde 1570 hasta 1575, cuando de nuevo se reemprendió el trabajo gracias al Comisario general franciscano Fray Rodrigo de Sequera.[7]El lector está siendo informado, pues, de las dificultades que tuvo que superar la «Historia», y está percibiendo la índole problemática de un estudio profundo de las antiguas idolatrías indígenas.

Una imagen realista y equilibrada del pasado indígena

Después de haber trazado estas premisas, Sahagún cambia casi radicalmente la orientación de su «Prólogo». En los párrafos que siguen sale a la luz, a mi juicio, lo más genuino del franciscano, pues hace una razonada apología de la cultura de los antiguos mexicanos, con su aplicación misionera. Entramos en un nuevo orden de reflexiones, donde la represión de la idolatría ya no es el motivo central.

Así comienza el párrafo cuarto: “Es esta obra como una red barredera para sacar a luz todos los vocablos de esta lengua con sus propias y metafóricas significaciones, y todas sus maneras de hablar, y las más de sus antiguallas buenas y malas”.[8]

En primer lugar, Sahagún osa afirmar que la «Historia» es una fuente exhaustiva para dominar la rica y expresiva lengua de los nahuas. Además con su obra se pueden conocer muchas de sus «antiguallas», que significativamente divide en «buenas y malas»: ya no se trata sólo de idolatrías, el campo se amplía a «antiguallas», que pueden ser incluso «buenas», aunque las haya también «malas».

Aparece también en el párrafo una frase clave para comprender la mente de Sahagún: “Aprovechará mucho esta obra para conocer el quilate de esta gente mexicana, el cual no se ha conocido”.[9]La «Historia» es un instrumento esencial para conocer el grado de perfección cultural al que llegaron los antiguos mexicanos. Si no se conoce es por culpa de la conquista española, que cayó sobre los naturales como maldición divina, dice el franciscano, tomando pie de la profecía de Jeremías.[10]

Es decir, los actuales aztecas son muy distintos de sus antecesores, que gozaron de un gran esplendor cultural. Si actualmente aparecen como de bajo quilate, debido a la crisis militar y cultural de la conquista, no fueron así anteriormente: “fueron tan atropellados y destruidos ellos y todas sus cosas, que ninguna apariencia les quedó de lo que eran antes”.[11]

El concepto de Sahagún fluye con naturalidad mezclando los dos planos, de los mexicanos antiguos y de sus contemporáneos: “Así están tenidos por bárbaros [ahora] y por gente de bajísimo quilate –como es según verdad, en las cosas de policía echan [antes, ¿y ahora?] el pie delante a muchas otras naciones que tiene gran presunción de políticos, sacando fuera algunas tiranías que su manera de regir contenía [antes]”.[12]

Para poder comprender el «hoy» de los mexicanos, es menester conocer su «ayer», y así poder valorar sus potencialidades culturales. No hay que dejarse llevar de las tristes apariencias actuales. Por eso, el trabajo ímprobo desarrollado para escribir la «Historia» ha valido la pena: “En esto poco que con gran trabajo se ha rebuscado parece mucho la ventaja que hicieran si todo se pudiera haber”.[13]

Con este comentario Sahagún viene a decir que si se hubiera podido acceder a otras fuentes, el cuadro de la antigua cultura mexicana sería aún más rico. Nótese que el misionero no es amigo de un elogio indiscriminado del pasado indígena: por dos veces ya ha manifestado la distinción entre antiguallas buenas y malas, y ha señalado la existencia de «algunas tiranías». También es interesante la forma en la que une y desune el pasado con el presente indígena, en relación de continuidad «cultural» y discontinuidad «vivencial» por efecto de la conquista.

Es palpable que hemos entrado desde el párrafo cuarto en un nuevo orden conceptual, con poca relación con el problema idolátrico. No son temas opuestos o contrarios a la extirpación de la idolatría, pero sí independientes de esta cuestión. Lo que Sahagún está postulando ahora es un adecuado juicio histórico sobre los mexicanos, que facilite la consideración equilibrada de los contemporáneos.

En el quinto párrafo se ocupa de resumir el pasado de los aztecas, centrándose en lo que hoy consideramos la época postclásica (1000ca.-1521). Un argumento muy utilizado por algunos padres de la Iglesia de los primeros siglos, para hacer la apología del cristianismo, es que éste venía de muy lejos, no era algo recién aparecido en la historia: Moisés (s. XV a. C.), dicen algunos, era antes que Platón (s. IV a. C.), como recalcando que a la antigüedad corresponde más nobleza.[14]

De la misma forma Sahagún va a mostrar que el territorio de la Nueva España ha sido poblado desde al menos 500 años antes Cristo. Enseguida se detiene a describir un modelo clásico de la gente civilizada, pulida, con policía: la edificación de «polis», de ciudades; no repara en elogios hacia la ciudad de Tula, construida dice “ha ya mil años o muy cerca de ellos”, es decir, hacia el año 570 d.C.

A la capital de los toltecas la llama «célebre y grande», «famosa», «muy rica y decente, muy sabia y muy esforzada», y la compara con Troya. En efecto, hoy sabemos que la civilización tolteca era un paradigma entre los aztecas y otros pueblos nahuas, su punto de referencia ideal. Hace también referencia a una ciudad anterior, Tulantzinco, con «edificios muy notables», y a Cholula, para entroncar luego con los mexicanos, que también construyeron una ciudad: “Muchos años después los mexicanos edificaron la ciudad de México, que es otra Venecia, ellos [mexicanos antiguos ¿y presentes?] en saber y en policía son otros venecianos”.[15]

El misionero español está mostrando que los mexicanos son herederos de un rico patrimonio cultural. Supieron edificar una gran ciudad en una laguna, como Venecia, una de las repúblicas más importantes de la Cristiandad de entonces. Y los compara a los venecianos en «saber y policía», aludiendo quizás a algunos timbres de gloria de la Serenísima República de Venecia: riquezas, foco cultural, capacidad de relaciones exteriores, etc.

No olvida tampoco Sahagún a los tlaxcaltecas, a los que compara con los cartagineses, luchadores indomables. Y termina el párrafo: “y casi en toda esta tierra hay señales y rastro de edificios y alhajas riquísimos”,[16]volviendo al argumento de la antigüedad. Como se aprecia, no hay rastro del clima de extirpador de idolatrías con que inicia el «Prólogo». En los últimos párrafos Fray Bernardino va a intentar la síntesis de los conceptos precedentes. Se abre una nueva sección, la última, del «Prólogo».

Aplicaciones misioneras del estudio etnológico

El sexto párrafo expone un pensamiento muy característico de Sahagún: “Es, cierto, cosa de grande admiración que haya Nuestro Señor Dios tantos siglos ocultado una selva de tantas gentes idólatras, cuyos frutos ubérrimos sólo el demonio los ha cogido, y en el fuego infernal los tiene atesorados”.[17]

Después de haber considerado en forma objetiva o fenomenológica el notable pasado prehispánico, el misionero hace una triste consideración teológica: pero todos esos abundantes tesoros culturales, los tiene monopolizados Satanás en el infierno, que es como decir: no han dado gloria a Dios, no han fructificado. Y, a continuación, la esperanzada proyección al futuro: “ni puedo creer que la Iglesia de Dios no sea próspera donde la sinagoga de Satanás tanta prosperidad ha tenido, conforme aquello de San Pablo:[18]«Abundará la gracia donde abundó el delito»”.[19]

Aquí la perspectiva clara es la del misionero. Se duele, sí, de lo poco que han servido en el pasado los valores culturales indígenas. Pero lo importante es lo que está por venir, la evangelización, aquello por lo que los misioneros han atravesado el Atlántico. Ahora la Iglesia debe triunfar, aprovechando lo que antes aprovechó en exclusiva el diablo: los aspectos positivos de las tradiciones culturales de los mexicanos. De esa forma se subraya la continuidad cultural en aras de la conversión de las almas.

El párrafo siete, que prepara la conclusión, es de gran belleza simbólica, y vuelve a señalar la continuidad entre pasado-presente indígena. Describe cómo las viejas tradiciones narraban el descenso de los pueblos hacia el centro de México, buscando nada menos que el Paraíso terrenal, en náhuatl «Tamoanchan».

Quizás, explica Sahagún, los peregrinantes seguían un oráculo divino, o quizás del demonio, o tal vez sólo una «tradición de los antiguos». Pero ellos no llegaron a encontrar el Paraíso, como sí han conocido los actuales mexicanos: “Ellos [antiguos] buscaban lo que por vía humana no se puede hallar, y nuestro señor Dios pretendía que la tierra despoblada se poblase para que algunos de sus descendientes fuesen a poblar el paraíso celestial como ahora lo vemos por experiencia”.[20]

La clave providencial es clara: los antiguos están en función de los presentes. Los antiguos buscaban, en vano, el Paraíso terrenal, y los actuales, por gracia divina, han encontrado el celestial. Dios ha dispuesto que sólo los contemporáneos alcancen los bienes sobrenaturales, la incorporación a la Iglesia por el bautismo y el beneficio de los bienes espirituales de los cristianos, aquí y en el otro mundo tras la muerte. La conclusión del párrafo es, probablemente, la parte más hermosa de todo el «Prólogo»: “Mas, ¿para qué me detengo en adivinanzas? pues es ciertísimo que estas gentes todas son nuestros hermanos, procedentes del tronco de Adán como nosotros, son nuestros prójimos, a quienes somos obligados a amar como a nosotros mismos, quid quid sit (sea como sea)”.[21]

En cierta medida, es una nueva dirección la que imprime aquí Sahagún al discurso: no se habla tanto de las riquezas culturales cuanto de lo que une a los españoles con los naturales: éstos son hombres, de la misma naturaleza que los españoles, sean misioneros o pobladores. Son hijos de Adán, como todos los hombres. Y, espiritualmente, son prójimos, como el que curó el buen samaritano,[22]son acreedores de amor, amor cristiano y, por tanto, amor humano.

En el siguiente y último párrafo, Fray Bernardino vuelve a la dialéctica pasado-presente. Las riquezas viejas fructifican en las actuales virtudes: “De lo que fueron los tiempos pasados, vemos por experiencia ahora que son hábiles para todas las artes mecánicas, y las ejercitan; son también hábiles para aprender todas las artes liberales, y la santa Teología, como por experiencia se ha visto en aquellos que han sido enseñados en estas ciencias…”.[23]

Es como la aplicación antropológica de esa continuidad con el pasado, a pesar del trauma sufrido por la conquista. No son tan sólo buenos para las artes mecánicas, sino para más altos vuelos intelectuales, como las mismas artes liberales y hasta la teología, la reina de las ciencias y saberes.[24]Continúa el recuento de virtudes con el arte de la guerra, en donde los aztecas eran grandes maestros. Y si hoy se adornan de estas virtudes, viene a concluir el franciscano, es por su herencia cultural del pasado, que ha sido capaz de sostenerlos y de fructificar en el presente.

Pero no es esto el fin del misionero y de su «Historia». Sahagún persigue la conversión, la salvación de los naturales, y por eso exclama: “Pues no son menos hábiles para nuestro cristianismo sino en él fueron cultivados”.[25]El mensaje, a pesar de una gramática poco ortodoxa, es palpable: todas esas virtudes humanas, herencia del pasado, les facilitan y posibilitan la incorporación al cristianismo, les abren las puertas de la salvación.

A mi juicio, es éste el mensaje principal que lanza Sahagún en estos párrafos. Las últimas frases son una nueva apertura a la dimensión providencial: lo que Dios está ganando en México es una compensación por tantas almas que se pierden en Europa y Asia, citando implícitamente la Reforma protestante y el avance turco.[26]Y termina: “de lo cual quedamos muy obligados de dar gracias a Nuestro Señor y trabajar fielmente en esta su Nueva España”.[27]

Un «Prólogo» articulado y… ¿coherente?

Por lo que hemos tratado hasta aquí, se pueden distinguir tres secciones dentro del Prólogo de la «Historia General de las cosas de Nueva España». La primera, dedicada a la «extirpación de la idolatría» (párrafos 1-2); la segunda –tras un párrafo de transición sobre la historia de la redacción (3)– centrada en la «historia cultural de los antiguos mexicanos» (párrafos 4-5); y la tercera trata de las «aplicaciones misioneras» (párrafos 6-8).

Es muy importante considerar la relación entre las secciones para poder captar el mensaje de Fray Bernardino. Si nos quedáramos con una sola de ellas traicionaríamos su pensamiento, pues cada idea es suya, pero dentro del conjunto. La sección sobre la extirpación idolátrica muestra, además del sincero deseo en el misionero de que los mexicanos contemporáneos dejen de adorar a los antiguos dioses, una actitud de prudente defensa: Sahagún teme que su obra sea censurada por la Inquisición o por otras autoridades (como por desgracia sucedió) por exponer con tanto detalle las idolatrías de los antiguos mexicanos.[28]

El franciscano hace una solemne declaración de haber escrito por facilitar la labor evangelizadora, y además bajo mandato de un superior. A continuación, las siguientes secciones nos presentan nuevas facetas, en aquel entonces bastante novedosas, fruto de un humanismo cristiano bien asimilado: la dimensión de la memoria histórica de usos y costumbres de los mexicanos que hace falta conocer, si se desea acertar en la labor evangelizadora.

No es sólo el aspecto negativo de reconocer las idolatrías, sino de potenciar los verdaderos valores culturales ancestrales como camino hacia una profunda cristianización. Los naturales son portadores de un bagaje cultural en buena parte positivo, sobre el que vale la pena inculturar el cristianismo.

Por eso, los últimos párrafos, más misioneros, son los definitivos: ni sólo extirpación, ni sólo estudio etnológico. Lo importante es que estas personas son hermanos nuestros, merecen nuestro amor, hay que llevarles al Paraíso celestial y, para eso, incorporarlos a la Iglesia.

Ya que sus antepasados, a pesar de practicar tantas virtudes civiles y religiosas, no tuvieron contacto con el Evangelio, hagamos que éstos, que tenemos delante de los ojos, alcancen la gloria del cielo. Ojalá que esta «Historia», viene a decir Sahagún, sirva a tan elevados propósitos.

NOTAS

  1. Citaré por la edición facsimilar del Gobierno de la República Mexicana, Secretaría de Gobernación, México 1979, del manuscrito 218-220 de la colección Palatina de la Biblioteca Medicea Laurenziana de Florencia = Codice Florentino [CF]. También hemos consultado B. de SAHAGÚN, Historia general de las cosas de Nueva España, ed. de A. M. Garibay K., Editorial Porrúa (Biblioteca Porrúa 8), México 19814, vol. I. El Prólogo en 27-31. Se ha optado por modernizar el castellano según la versión de Garibay.
  2. Dividimos el Prólogo, corrido en el Códice Florentino, en párrafos por unidades de sentido, según la edición citada de Angel María Garibay.
  3. Es doctrina de la Iglesia Católica condenar el politeísmo. Como un ejemplo entre mil de la catequesis mexicana del siglo XVI, citamos un pasaje de la Doctrina cristiana en lengua española y zapoteca (1567) del dominico Pedro de Feria: «Por tanto, mis hijos, recibid esta verdad en vuestros corazones [hay un solo Dios verdadero], y acabad de destruid del todo la idolatría, dejando de adorar a los palos y piedras, y no creáis más de un solo Dios verdadero, y a Él sólo adorad y servid»: Catecismo del Sacromonte y Doctrina Cristiana de Fr. Pedro de Feria. Conversión y evangelización de moriscos e indios, ed. de L. Resines, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Col. Corpus Hispanorum de Pace, 2ª serie, 10), Madrid 2002, 339. Hemos modernizado el castellano.
  4. CF, f. 1r.
  5. Fray Francisco de Toral (1501-1571). Nació en Úbeda (España). Se incorporó a la Provincia del Santo Evangelio de México, de la que fue elegido Provincial en 1555. Un año más tarde, Toral encarga a Sahagún el estudio, en lengua mexicana, de las antigüedades de los naturales. Fray Francisco conoció el náhuatl, y fue uno de los primeros en aprender el totonaca. Fue consagrado obispo de Yucatán en 1562.
  6. CF, f. 1r.
  7. Llegó a Nueva España en 1575 y apoyó a Sahagún para preparar la versión castellana de su Historia. En 1580, Fray Rodrigo retorna a la Península con la versión de la Historia que hoy se llama Códice Florentino. Fray Bernardino le considera, en la dedicatoria, el salvador y como el autor de la obra. Sobre su intervención crucial en la “salvación” de la Historia, cfr. G. BAUDOT, Fray Rodrigo de Sequera, avocat du diable pour une Histoire interdite, «Caravelle» 12 (1969) 47-82, con versión resumida en IDEM, Utopía e Historia en México, Espasa Calpe, Madrid 1983, 475-479.
  8. CF, f. 1v. Acerca del prestigio del dominio del náhuatl de Sahagún, se puede citar el testimonio del arzobispo de México, Pedro Moya de Contreras que en 1576 lo distinguía como «la mejor lengua mexicana de toda la Nueva España» (Moya a Felipe II, México, 28 de marzo de 1576, en F. DEL PASO Y TRONCOSO, Epistolario de Nueva España, Antigua Librería Robredo de José Porrúa e hijos, México 1940, vol. 12, 13).
  9. CF. f. 1v.
  10. Cfr. Jr 5, 15-17. El oráculo del profeta se dirige contra los reinos de Israel y Judá, que no han obedecido al Señor, y han caído en muchos pecados e infidelidades, por lo que serán castigados por un ejército extranjero.
  11. CF, f. 2r. Esta idea está muy desarrollada en la Relación del autor, digna de ser notada, del libro X de la Historia general de las cosas de Nueva España, que no ha pasado al Códice Florentino. En la edición de Garibay, vol. III, 157-162.
  12. CF, f. 2r.
  13. CF, f. 2r.
  14. Como decía san Justino (s. II), el profeta Moisés «es más antiguo que todos los escritores griegos», y de él depende Platón. SAN JUSTINO, Apología I, 44, 8, en D. RUÍZ BUENO, Padres apologistas griegos, BAC (Normal 116), Madrid 1954, 230.
  15. CF, f. 2r.
  16. CF, f. 2r.
  17. CF, f. 2r.
  18. Rom. 5,20
  19. CF, f. 2r-v.
  20. CF, f. 2v.
  21. CF, f. 2v.
  22. Cfr. Lc 10, 25-37.
  23. CF, f. 2v.
  24. Seguramente Sahagún tiene en cuenta la experiencia del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, que inició sus lecciones de enseñanza media a los hijos de caciques en 1536. Se daban clases de latín, lógica, filosofía y parte de la teología. Fue un centro muy original porque permitió el intercambio cultural entre los franciscanos y los hijos de las élites indígenas. Allí se fraguó, en buena parte la redacción de la Historia de Sahagún. Cfr. LEÓN-PORTILLA, Fray Bernardino.
  25. CF, f. 3r.
  26. Esta “teoría de la compensación” la sostuvieron otros autores, como el franciscano Jerónimo de Mendieta (1525-1604). Cfr. A. DE ZABALLA, Visión providencialista de la actividad política en la América española (siglo XVI), «Anuario de Historia de la Iglesia», 1 (1992) 294-296.
  27. CF, f. 3r.
  28. De ello es buena muestra las contradicciones que sufrió la obra en fase de redacción; y sobre todo tras la publicación. Tras la muerte del presidente del Consejo de Indias, Juan de Ovando, en 1575, se inició una política de sospecha y persecución de las obras sobre el pasado indígena, por miedo a favorecer las recidivas idolátricas. Así se explica que la Historia permaneciera inédita hasta el siglo XIX. Sobre este problema, cfr. BAUDOT, Utopía, 479-502.

BIBLIOGRAFÍA

BAUDOT G., Fray Rodrigo de Sequera, avocat du diable pour une Histoire interdite, «Caravelle» 12 (1969)

BAUDOT G., Utopía e Historia en México: los primeros cronistas de la civilización mexicana (1520-1569). Universidad de Toulouse, 1977

DEL PASO Y TRONCOSO F. , Epistolario de Nueva España, Antigua Librería Robredo de José Porrúa e hijos, México 1940

FERIA P. De, Catecismo del Sacromonte y Doctrina Cristiana. Conversión y evangelización de moriscos e indios, ed. de L. Resines, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Col. Corpus Hispanorum de Pace, 2ª serie, 10), Madrid 2002

LEÓN-PORTILLA M., F Fray Bernardino de Sahagún en Tlatelolco. Ed. SER. México, 1999

RUÍZ BUENO D., Padres apologistas griegos, BAC (Normal 116), Madrid 1954

SAHAGÚN B. de, Historia general de las cosas de Nueva España, ed. de A. M. Garibay K., Editorial Porrúa, México 1981

ZABALLA A. DE, Visión providencialista de la actividad política en la América española (siglo XVI), «Anuario de Historia de la Iglesia», 1 (1992)


LUIS MARTÍNEZ FERRER

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