HUANCA; Historia y significado de una devoción

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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INTRODUCCIÓN Una frase del hermano jesuita san Alonso Rodríguez, dicha al joven sacerdote también jesuita san Pedro Claver, apóstol de los esclavos africanos traídos al Continente Sudamericano y que fue para este último una de las motivaciones que le llevaron a dejar Europa y embarcarse hacia las Indias Occidentales, es la siguiente: “Las almas de los indios tienen un valor infinito, porque tienen el valor de la sangre de Jesús, mientras que las riquezas de las Indias no valen nada...”. Uno de los hechos que corroboran la veracidad de esta frase, es la devoción al «Señor de Huanca». La pintura del Señor de Huanca es devoción muy conocida en el mundo andino peruano. La pintura representa a Jesús que, agachado, recoge un manto púrpura, tras haber sido flagelado; de hecho en el cuadro el lacayo aparece detrás de Jesús y éste está atado a una columna. Este cuadro llamó la atención a quien esto escribe, ya que el patrono del pueblo de mis padres es el Cristo de la Columna, conocido allí como el «Amarrado», y de pronto encontrarte en Cuzco, con una devoción a una imagen similar, pero con unos 75 años de adelanto (la del Señor de Huanca data de 1675, mientras que la imagen del Cristo de la columna es de 1756), me impresionó, de manera que en mis ratos libres pregunté por esta devoción, aunque durante un tiempo fue poco lo que pude averiguar. El interés por esta devoción no desapareció, sino que siguió latente. Así, mi sorpresa fue grande y grata a la vez, cuando descubrí en un pase por La Paz (Bolivia), en diciembre de 1997, que en la iglesia de La Merced hay un cuadro del Señor de Huanca, y que en la puerta de la misma se podía adquirir un cuadernillo titulado: «Breve historia del Señor de Huanca. Novena y oraciones. Las caídas del Señor», folleto de 32 páginas que por el estilo y contenido debe ser copia de algún devocionario peruano sobre el Señor de Huanca. Esto reavivó mi interés por esta devoción, pero las tareas pastorales me impidieron hacer poco más que leer el devocionario. En junio del 2001, el equipo responsable del Instituto Superior de Estudios Teológicos de La Paz se propuso realizar unas jomadas teológico-filosóficas, que se llevaron a cabo del 19 al 22 de noviembre, a mí se me pide que hable de «Los rostros eclesiales de hoy», cosa que acepté como un reto. Entre los rostros de los que hablé, no dudé en presentar el del Señor de Huanca, como modelo del rostro de Cristo en el siglo XVII, modelo que sirve como punto de referencia sobre todo para una Iglesia inculturada en el mundo indígena andino. Preparar la disertación me llevó a investigar más sobre el Señor de Huanca, aunque fue poco lo que pude encontrar. Por último, en diciembre de 2001, visité el Santuario del Señor de Huanca, cerca de Pisaq, en el valle del Vilcanota, municipalidad de San Salvador, provincia de Calca. Allí pude conversar con el Padre Manuel Ampuero, prior de los mercedarios que custodian el santuario, que amablemente me informó sobre el Señor de Huanca y sobre el santuario. EL SEÑOR DE HUANCA La historia del Señor de Huanca es la siguiente: Huanca, perteneciente a la municipalidad de San Salvador, provincia de Calca, se encuentra a 50 km. del Cuzco, a las faldas del monte Pachatusan, a 3.300 m. de altura sobre el nivel del mar, en el valle del Vilcanota.

Cerca de allí se encuentran las minas de Yamatín, que en la época de esta historia (1675) eran propiedad del marqués de Valle Umbroso; para la explotación de las minas se usaba el sistema de la «mita», por la cual varias comunidades indígenas debían aportar un número determinado de hombres que durante un tiempo establecido trabajarán en las minas como pago de tributo. Una de las comunidades que debía aportar hombres al marqués de Valle Umbroso era la de Chinchero, y entre los hombres que mandó en el contingente iba el protagonista de nuestra historia: Diego Quispe. Un día del mes de mayo de 1675, temiendo Diego Quispe recibir un fuerte castigo por una falta cometida y su actitud de rebeldía, decidió huir de la mina e intentar regresar a su casa en Chinchero. Desde la quebrada de Quispicanchi (donde en 1783 se aparecerá el Señor de Qoyllur Rit’i) pasó al valle del Vilcanota, por las alturas, y se refugió entre una aglomeración de rocas que formaban como una caverna, con miedo a ser descubierto por sus perseguidores. Antes de amanecer, todavía de noche, con el fin de ganar tiempo, y cuando se disponía a salir en dirección a Chinchero, la caverna se iluminó y vio a un hombre, con su cuerpo destrozado por la flagelación, chorreando sangre y con el rostro afligido, que lo miraba con los ojos llenos de lágrimas. Ante la aparición, Diego cae de rodillas y exclama:

“¡Señor!” El hombre lo llama por su nombre y le dice: “Diego, he escogido este sitio para hacerlo un volcán de amor y una piscina de regeneración y te he elegido a ti para que seas el mensajero de mis bondades y misericordias. Anda a tu pueblo; preséntate a tu cura, haz tu Primera Comunión y regresa ese día. Yo nuevamente te espero aquí.”

Diego hizo lo que le habían mandado, llegó a su pueblo, se reunió con su familia, se presentó a su sacerdote, el Padre Urioste de la Borda, y tras hacer su Primera Comunión, un día de junio del mismo año, Diego Quispe acompañado por su familia y el Padre Urioste de la Borda, vuelve al lugar de la aparición; entran en la caverna el Padre Urioste y Diego, y ambos ven la misma aparición: Jesús que recogía un manto púrpura después de la flagelación. Como el terreno de la aparición era propiedad de los mercedarios, el Padre Urioste de la Borda, llevando consigo a Diego Quispe, contó al comendador de la Orden de La Merced en el Cuzco la aparición milagrosa de la que había sido testigo. El padre comendador hizo construir una pequeña capilla y encargó a un pintor de la escuela cuzqueña que pintase sobre la piedra de la caverna el fresco que hoy se sigue venerando y que trata de reproducir al Señor tal y como fue visto en su segunda aparición. Aunque el Padre Urioste de la Borda murió poco después, ese lugar se convirtió en un lugar de peregrinación para los indígenas de la zona. Pero la devoción al Señor de Huanca no tomará importancia hasta la tercera aparición, que sucedió un siglo después, en julio de 1775. Vivía en Cochabamba Don Pedro Valero, rico propietario de minas en Potosí, pero se encontraba enfermo sin que ninguno de los médicos del lugar atinaran a realizar el diagnóstico exacto. Entonces, a través, de una cocinera india, llega a la casa el Dr. Emmanuel, que para curar usaba medios naturales, y con un tratamiento de infusiones lo sanó. Don Pedro Valero quiso pagarle los servicios, pero el Dr. Emmanuel se negó a recibir nada a cambio, sólo pidió a Don Pedro que cuando pudiera pasara a visitarlo por su casa, en Huanca, cerca del Cuzco. Hasta 1778 Don Pedro no pudo viajar al Cuzco; cuando por fin pudo llegar allí preguntó por el Dr. Emmanuel, pero nadie supo decirle nada, no era conocido. Cuando ya se disponía a regresar a Cochabamba, estando en el patio de la casa donde se alojaba, oyó a unos indios que descargaban leña decir que iba a acercarse a Huanca por motivo de la fiesta del Señor, el 14 de septiembre; animado, les preguntó por el Dr. Emmanuel, pero tampoco lo conocían, así que decidió viajar con ellos a Huanca. Cuando en Huanca entró en la pequeña capilla, pudo ver el fresco del Señor de Huanca, y al verlo reconoció en el Cristo pintado el rostro del Dr. Emmanuel. De regreso en el Cuzco, contó al obispo Don Juan Manuel Moscoso y Peralta lo que le había pasado, y éste decidió al año, el 21 de agosto de 1779, visitar la capilla del Señor de Huanca, siendo esta la primera peregrinación oficial de la que hay constancia. Después vino el desarrollo de la devoción, la construcción del Santuario actual y así hasta el día de hoy. COMENTARIO A LA HISTORIA DEL SEÑOR DE HUANCA Hemos descrito la historia del Señor de Huanca porque creemos que esta devoción, dejando de lado la historicidad o no de la misma, marca un hito importante en la espiritualidad cristiana de América Latina. Para comprender esto vamos a ir comentando algunas circunstancias que rodean la devoción al Señor de Huanca. Origen europeo de la devoción Esta imagen de 1675 no es una novedad en el mundo cristiano: ya nos encontramos en las catacumbas de Pretextato, en el llamado cubículo de la Coronatio, con una pintura de mediados del siglo III donde se representa una escena de la Pasión de Jesús: la coronación de espinas. Aunque esto no era lo habitual, pues, en Europa occidental, no será hasta los orígenes de la Baja Edad Media (siglo XII) y con la finalidad de contrarrestar los movimientos heréticos espiritualistas que prescindían de la humanidad de Cristo (cátaros, albigenses...) cuando se representen en el arte religioso las distintas escenas de la Pasión de Cristo, mostrando a los fieles un Dios que por Amor se hizo hombre, y que sufrió realmente por causa de nuestros pecados, invitando así a una auténtica conversión a Cristo y a su Iglesia, a reconocerse pecadores y, al mismo tiempo, redimidos por la sangre de Cristo, para que este reconocimiento les llevara a vivir una auténtica vida de cristianos.

Esto se representa y se predica. La predicación sobre la Pasión la llevan a cabo las nuevas órdenes mendicantes: franciscanos, dominicos, mercedarios, carmelitas, todos fundados en las dos primeras décadas del siglo XIII. Los dominicos realizan y divulgan por toda Europa la devoción del rosario, uno de cuyos misterios dolorosos es la flagelación de nuestro Señor Jesucristo; mientras que los franciscanos traen a Europa, desde Tierra Santa el viacrucis, ya que ellos son los custodios de los santos lugares desde 1342. Ya en el siglo XV, nos encontramos en Europa con numerosas hermandades penitenciales, que centraban su espiritualidad en la contemplación de la Pasión de Cristo, espiritualidad que empezó a expresarse en el arte y en la mística, así santa Teresa de Jesús, en el Libro de su Vida dice al referirse a una nueva imagen de un Ecce-homo que llegó a su convento:

“... era de Cristo muy llegado, y tan devota que en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros”. De todo esto podríamos deducir que la devoción al Señor de Huanca tendría su origen en la predicación de los sacerdotes y misioneros a los pueblos indígenas de los Andes, predicación que se venía desarrollando desde hacía lo menos cien años antes de que se apareciera el Cristo a Diego Quispe. Origen andino de la devoción Pero Huanca no era un lugar cualquiera, pues era ya, antes de la aparición de Cristo, un lugar sagrado para los pobladores originarios. Detrás del actual santuario, situado a las faldas del monte Pachatusan, y para la cosmovisión andina todos los montes tienen un carácter sagrado, hay cuatro manantiales de agua, que también tienen un carácter sagrado. Estos manantiales, aunque hoy en día tienen cristianizados sus nombres y sus funciones, siguen reflejando la tradición precolombina. El primero llamado de la «Virgen María o de la Mamacha», haciendo alusión a la Pachamama o Madre Tierra, es usado para que beban los peregrinos. El segundo, llamado de «San Isidro Labrador», era destinado para que los agricultores tomaran agua para bendecir los surcos del campo. El conocido como «El Arcángel», era destinado para lavar a los niños y protegerlos así de los demonios y de toda clase de males. Del cuarto manantial estaba prohibido beber, se le llama del «demonio», pero de él bebían los chamanes, y aquellos que habían recibido poderes especiales de los dioses y los «apus». Todo esto nos indica la importancia del lugar como lugar sagrado en la cosmovisión andina, con lo que la devoción al Señor de Huanca, no hizo sino cristianizar un lugar que ya era sagrado para la población originaria. El encuentro de dos culturas en la devoción al Señor de Huanca En la aparición de Cristo a Diego Quispe nos encontramos ante un proceso de aculturación: un elemento de la cultura cristiana que venía siendo enseñado en las catequesis, pero que pertenecía a la cultura de los conquistadores y explotadores, se hace presente y natural, se sitúa en medio de un pueblo vencido y explotado con una rica cultura propia, que seguía siendo enseñada aunque de manera clandestina. Esto se traduce en que Diego Quispe, al ver al Cristo flagelado no ve lo mismo que un europeo veía al contemplar o meditar la Pasión de Cristo. El europeo pensaba en lo que Dios había sufrido por él, y experimentaba sentimientos como el arrepentimiento, la conversión, deseos de unir sus sufrimientos a los de Cristo, etc... Pero Diego Quispe ve algo más, ya no ve al Dios de los conquistadores, de los que explotan a su pueblo y se sirven del trabajo y de la vida de los suyos para su enriquecimiento, sino que ve a un Dios que sufre como él, que es flagelado como los indios de la época eran flagelados, un Dios hermano, que está junto a sus hermanos y que les trae esperanza y promesa de salvación. Diego Quispe descubre aquí ese amor de Dios del que nos habla el Papa Benedicto XVI en su primera encíclica «Deus Caritas Est». Tenemos aquí, ya en 1675, elementos que más tarde en los años ochenta del pasado siglo darán origen a la Teología de la Liberación, nos referimos a los temas del sufrimiento del inocente,14 pues sin duda que Diego Quispe, al igual que los indígenas de la época, no se sentían merecedores del trato que les dispensaban los conquistadores. Sufren siendo inocentes, y por eso se identificarán con un Dios que siendo inocente se sometió a la humillación y al sufrimiento, que derramó su sangre por ellos. Nos encontramos, pues ante uno de los primeros rostros indios de Cristo. Pero la devoción al Señor de Huanca no se queda ahí, da un paso más, paso que se da con la tercera aparición, la de 1775. Esta aparición y la curación milagrosa de D. Pedro Valero suponen en palabras de Manuel María Marzal la superación ritual del sistema colonial al dar igual de oportunidades al mitayo fugitivo que al rico propietario de minas enfermo; “esto no supone la justificación de la desigualdad, sino la afirmación de la igualdad fundamental, a pesar del sistema” . Se da aquí una muestra de la voluntad de Dios de que todos seamos hermanos: Él trata a Diego Quispe como hijo suyo, y trata a Pedro Valero como hijo suyo, sin fijarse en la raza, la condición social... Sólo nos falta que nosotros nos tratemos como hermanos. Subrayar el hecho de que para que D. Pedro Valero pudiera encontrar al Dr. Emmanuel tuvo que hablar con los indios, viajar con ellos y participar en su fiesta, entrando a una capilla con ellos, para ver allí la pintura del Cristo flagelado. Tuvo que convivir con los indios como hermano, tuvo que descubrir que era cierta la frase que hemos citado al principio de este trabajo y que lo ha motivado: las almas de los indios tienen el valor de la sangre de Cristo. Y si esto no bastaba, D. Pedro Valero, el propietario de minas, perteneciente a la alta sociedad cochabambina, tuvo que ver y reconocer que había sido curado por alguien que había puesto su tienda (Jn. 1,14) entre los indios, entre los indígenas que eran explotados en las minas, entre ellos vivía y el culto que recibía era el de ellos, pues eran ellos los que peregrinaban hasta su santuario y era con sus ritos y tradiciones como se celebraba su fiesta. Ahora la fiesta y la celebración se abre, se ofrece también a la sociedad criolla, a los explotadores, para que reconociendo estos que la sangre de Cristo fue también derramada por los indios, formasen con estos un solo pueblo, actualizando así las palabras de san Pablo en su carta a los Efesios: “Por su muerte en la cruz, Cristo ha dado fin a las luchas entre ambos pueblos y los ha reconciliado con Dios, haciendo de ellos un solo cuerpo” .

CONCLUSIONES Hasta este momento, sobre todo en el apartado anterior, hemos expuesto algunos pensamientos sobre lo que significa y lo que pudo significar la aparición del Señor de Huanca a Diego Quispe primero y a D. Pedro Valero en segundo lugar. Somos conscientes de que lo escrito es fruto de reflexiones hechas por el Autor de este escrito, sacerdote católico, europeo español, con estudios en Historia y Teología. Por tanto, lo dicho hasta aquí no tiene porqué coincidir con lo que un quechua o un cusqueño actual entiende o vive al rezarle al Señor de Huanca. Ejemplo de esto lo podemos encontrar en la historia que recoge M. M. Marzal sobre el origen de la fiesta al Señor de Huanca en una parroquia de Lima y que transcribimos en parte: “En 1962 un amigo mío dijo que tenía un lienzo del Señor de Huanca y me lo regaló por ser yo cusqueño. Con nosotros vivía mi suegra, que era muy devota del Señor de Huanca y solía ir a la fiesta en el santuario cada año. Cuando mi amigo me regaló el lienzo, yo lo coloqué en la sala de mi casa. Al poco rato escuché que mi esposa y mi suegra comenzaban a llorar y abrazarse, hablando en quechua. Al principio no les di importancia y pensé que quizás era porque estaban tomando licor; pero, al fijarme más, escuché que estaban cantando en quechua los tradicionales cantos del Señor de Huanca y me pidieron que cantara con ellas. Me impresionó mucho el respeto único que ellas tenían al Señor y desde entonces comenzamos a rezarle regularmente en casa. Luego, mi hija quiso ofrecerle una misa al Señor. Voluntariamente le nació, al ver que teníamos la imagen en casa y también por estar en estado, para que naciera bien su bebé. Así la primera fiesta con misa fue en 1970. Al año siguiente, la fiesta la hizo la familia de mi cuñado, y ese año ya hubo también vísperas y procesión con banda. Desde entonces se sigue celebrando todos los años la fiesta, a la que asisten sobre todo familiares y paisanos”. Esto se puede unir al hecho de que sobre el Señor de Huanca no hay casi ninguna información histórica, sólo que la fiesta es el 14 de septiembre, que hace muchos milagros y que castiga al fiel que no le rinde el culto que merece. Pero todo esto, creo que no quita legitimidad a la reflexión aquí expuesta, y que a pesar de lo que hoy es la devoción al Señor de Huanca, no quita lo que pueda ser el día de mañana. Creo que en la construcción de una auténtica espiritualidad cristiana quechua la imagen y la devoción del Señor de Huanca tienen mucho que decir, por todo lo expuesto y porque en esta imagen nos encontramos a un Cristo que nos ama hasta derramar su sangre por nuestra liberación; es la imagen que hace realidad las palabras que motivaron a san Pedro Claver para ir a América: “las almas de los indios tienen el valor de la sangre de Jesús”. Y al menos para un sacerdote misionero, esta imagen confirma el sentido de la misión: dejar su mundo, su cultura para ir al encuentro del mundo y de la cultura quechua con la que Cristo, ya en 1675, se quiso identificar. Pero para que esta devoción sea entendida así, hace falta llenar de contenidos teológicos y pastorales la historia y la devoción del Señor de Huanca, contenidos que sean capaces de evangelizar el populismo que esta devoción conlleva corrigiendo abusos y supersticiones que no tienen nada que ver con el mensaje liberador e integrador del Evangelio qué se manifestó en las dos primeras apariciones del Señor. Este, creo que es uno de los retos que se le presenta a la Iglesia si quiere presentar un rostro inculturado de Cristo en el mundo andino actual. Señalamos algo que creemos importante, y es que en esta devoción al Señor de Huanca se vislumbra ya, en el último cuarto del siglo XVII, lo que creo será el gran aporte de la Teología y Espiritualidad de América Latina a la Iglesia, y es que Cristo no sólo es el guía y la meta hacia la que camina la Iglesia, pueblo de Dios, tal y como nos lo presenta el Concilio Vaticano II, sino que es alguien que camina con su pueblo, “compartiendo la vida, las esperanzas y las angustias de su pueblo”.


NOTAS

BIBLIOGRÁFÍA

Nota del Autor: la mayor parte de la información procede de conversaciones habidas con distintas personas conocedoras de esta devoción al Señor de Huanca y tradición oral. AUTOR ANÓNIMO Breve Historia del Señor de Huanca. Novena y oraciones. Las caídas del Señor, La Paz. 1980

BENEDICTO XVI Deus Caritas Est, 2006

BLEDA, J. L. “Los rostros eclesiales de hoy”, Espacio Teológico Filosófico 2, 121-138. 2002

LEONARDI, C.; RICCARDI, A.; ZARRI, G. Diccionario de los santos. I. A-I. II. J-Z, Madrid. 2000

MARZAL, M. M. “La experiencia religiosa quechua”, Rostros indios de Dios, La Paz, 27-80.

JOSÉ LUIS BLEDA FERNÁNDEZ © RPHE, 12 (2010) 41-53. Studia Missionalia, vol. 55-2006.