Diferencia entre revisiones de «IDOLATRÍA Y EVANGELIZACIÓN»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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El modelo de los Apóstoles y la opresión de la idolatría  
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==El modelo de los Apóstoles y la opresión de la idolatría==
En la América precolombina la idolatría se conformaba por una maraña de ídolos, dioses y mitos, que bien expresaban lo que San Pablo llama “los tiempos de la ignorancia” (Act. 17,30). Estos tiempos son los tiempos de la perversión de la Alianza cósmica (la revelación primitiva) sellada entre la humanidad entera y el Dios altísimo, manifestada por Melquisedec, figura de Cristo-Sacerdote (Gen. 14, 18-9).  
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El mismo San Pablo lo ha explicado, pues este sacerdote, rey de justicia y rey de paz, “sin padre, sin madre, sin genealogía, sin principio de sus días ni fin de su vida, se asemeja en eso al Hijo de Dios, que es sacerdote para siempre” (Heb. 7, 3). Como San Juan, el Apóstol señala -pues Melquisedec no tiene genealogía humana - la eternidad del sacerdocio mesiánico anunciado en el Antiguo Testamento: “Tú eres sacerdote para siempre, a la manera de Melquisedec.” (S. 109, 4). Superior al sacerdocio levítico, destinado a desaparecer, Cristo-Sacerdote enlaza vitalmente la Alianza cósmica primera con la Nueva Alianza.  
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En la América precolombina la idolatría se conformaba por una maraña de ídolos, dioses y mitos, que bien expresaban lo que San Pablo llama ''“los tiempos de la ignorancia”'' (Act. 17,30). Estos tiempos son los tiempos de la perversión de la Alianza cósmica (la revelación primitiva) sellada entre la humanidad entera y el Dios altísimo, manifestada por Melquisedec, figura de Cristo-Sacerdote (Gen. 14, 18-9).
Pero, mientras tanto, y a la espera de la “plenitud del tiempo” (Gal. 4, 4), la revelación primitiva se ha corrompido y deformado bajo el influjo del pecado, que es el imperio del arconte de este mundo. Los “tiempos de la ignorancia” son, por eso, los tiempos del influjo del demonio y de la idolatría. En modo alguno se trata de sostener que ahora semejante influjo haya desaparecido, sino de recordar que, después del pecado original, adquirió el demonio un "derecho" sobre el hombre, un dominio, del cual sería rescatado por Cristo.
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Los “tiempos de la ignorancia”, son, pues, los tiempos de la corrupción de la Alianza cósmica con el Dios altísimo y son, por eso, los tiempos de la idolatría, como progresiva sustitución del Dios verdadero. Nada más grave, pues Dios, sigue diciendo San Pablo a los atenienses, “no habita en templos hechos por mano del hombre, ni por manos humanas es servido, como si necesitase de algo, siendo el mismo quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas” (Act. 17, 25); siendo nosotros linaje de Dios, “no debemos pensar que la divinidad es semejante al oro o a la plata o a la piedra, obra del arte y del pensamiento humano” (v. 29).  
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El mismo San Pablo lo ha explicado, pues este sacerdote, rey de justicia y rey de paz, ''“sin padre, sin madre, sin genealogía, sin principio de sus días ni fin de su vida, se asemeja en eso al Hijo de Dios, que es sacerdote para siempre”'' (Heb. 7, 3). Como San Juan, el Apóstol señala -pues Melquisedec no tiene genealogía humana - la eternidad del sacerdocio mesiánico anunciado en el Antiguo Testamento: ''“Tú eres sacerdote para siempre, a la manera de Melquisedec.”'' (S. 109, 4). Superior al sacerdocio levítico, destinado a desaparecer, Cristo-Sacerdote enlaza vitalmente la Alianza cósmica primera con la Nueva Alianza.
Trátase de una verdad al alcance del hombre porque lo cognoscible de Dios le es manifiesto mediante las creaturas; pero, en el “tiempo de la ignorancia”, ignorancia culpable e inexcusable, los hombres han sustituido a Dios “por la semejanza de la imagen del hombre corruptible, y de aves, cuadrúpedos y reptiles” (Rom. 1, 23).  
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Esta sustitución, esta suprema mentira, es el obstáculo absoluto para la «encarnación» de la Palabra. Por eso, tanto los Apóstoles como los Padres y luego los misioneros de América, comprendieron que la condición «sine qua non» de la evangelización era la eliminación de la idolatría que es sustitución-negación de Dios-uno. Precisamente atribuyeron al demonio y a su influjo, con las Escrituras en la mano, la progresiva instauración de la idolatría. Y esto es así porque toda acción contra el Verbo es demoníaca (Mt. 13, 38; 23, 15; Jn. 8, 38). Y así como el Verbo es Cabeza y Mediador, Satán es una suerte de “príncipe” y “cabeza” y, en verdad, “mediador”, que “peca desde el principio”, (1 Jn. 3, 8).  
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Pero, mientras tanto, y a la espera de la ''“plenitud del tiempo”'' (Gal. 4, 4), la revelación primitiva se ha corrompido y deformado bajo el influjo del pecado, que es el imperio del arconte de este mundo. Los ''“tiempos de la ignorancia”'' son, por eso, los tiempos del influjo del demonio y de la idolatría. En modo alguno se trata de sostener que ahora semejante influjo haya desaparecido, sino de recordar que, después del pecado original, adquirió el demonio un "derecho" sobre el hombre, un dominio, del cual sería rescatado por Cristo.
En ese sentido, como bien ha dicho Frank-Duquesne, es contrario al Ser, “es la locura furiosa de los trascendentales”, puesto que la Verdad le parece atentatoria contra su Yo sustituido al Señor (idolatría absoluta); por eso es asesino de los hombres “desde el principio” porque es el hombre imagen y semejanza de Dios. Es ontológicamente mentira no solamente cuando engañó a Eva sino es mentira contra sí mismo, pues quiere gozar de “un ser que no le venga del Execrado” y, por eso, vive para siempre “en un «camouflage» perpetuo”.
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El demonio miente y miente siempre y “pone una máscara a la creatura, trampea la creación, desmiente al mismo Dios”. Este desorden absoluto, se manifiesta en la idolatría y aunque los idólatras no tengan conciencia de ello, no hay idolatría sin la acción concreta de Satán; él no puede no ser sino equivoco, falso personaje, “sustitución ontológica”, porque ha querido y quiere destruir la creación, incluso en sí mismo.  
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Los ''“tiempos de la ignorancia”'', son, pues, los tiempos de la corrupción de la Alianza cósmica con el Dios altísimo y son, por eso, los tiempos de la idolatría, como progresiva sustitución del Dios verdadero. Nada más grave, pues Dios, sigue diciendo San Pablo a los atenienses, ''“no habita en templos hechos por mano del hombre, ni por manos humanas es servido, como si necesitase de algo, siendo el mismo quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas”'' (Act. 17, 25); siendo nosotros linaje de Dios, ''“no debemos pensar que la divinidad es semejante al oro o a la plata o a la piedra, obra del arte y del pensamiento humano”'' (v. 29).
La idolatría en los hombres es por modo de negativa «participación» en la acción del arconte de este mundo, pues sustituye la Verdad (el Verbo es la Verdad) por la mentira, por una suerte de trampa metafísica. Como dice bella y trágicamente Frank-Duquesne: “él es asesino de intención, asesino «a partir del principio»....de su principio y, más aun, del principio, puesto que, querer hacer mentir al Verbo, es querer matarle como Verbo, como Palabra, como todo aquello que Él tiene de propio, de esencialmente Sí-mismo: un Logos que no sería más la expresión fiel del Padre ¡qué triunfo! Tentativa frustrada de «verbicidio» y, puesto que el hombre es la sombra creada del Verbo, éxito ¡ay! del homicidio".   
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La idolatría es, pues, opresión, esclavitud y, en el fondo, negación del ser más propio del hombre; es, por eso mismo, sea o no consciente, culto o pseudo-culto al «dios de este mundo» que intenta su perpetuo acto de verbicidio en cada ídolo sustitutivo del Verbo. Sé perfectamente con cuanta ironía pueden ser tomadas estas palabras por los “científicos” autosuficientes del inmanentismo actual; pero, desde la fe, no puede ser otra la doctrina sobre la idolatría. Así lo sostuvieron, cada uno a su modo, los Padres apologístas (Arístides, Taciano, San Justino, Atenágoras, Teófilo, Hermias) y los Padres posteriores.  
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Trátase de una verdad al alcance del hombre porque lo cognoscible de Dios le es manifiesto mediante las creaturas; pero, en el “tiempo de la ignorancia”, ignorancia culpable e inexcusable, los hombres han sustituido a Dios ''“por la semejanza de la imagen del hombre corruptible, y de aves, cuadrúpedos y reptiles”'' (Rom. 1, 23).
Así lo vieron también los misioneros españoles en América. Fray Bernardino de Sahagún no duda en afirmar, luego de largo estudio acerca de los dioses mexicanos, que “todos los dioses... son demonios” y que “el pecado de la idolatría (es) el mayor de todos los pecados”. Dice más: “sé de cierto que el diablo ni duerme ni está olvidado de la honra que le hacían estos naturales, y que está esperando coyuntura (luego de la evangelización) para si pudiese volver al señorío que ha tenido”.
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El Padre José de Acosta sostiene esta doctrina acerca del carácter demoníaco de toda idolatría, y, sobre todo, afirma que a los indios “tan oprimidos los tiene el demonio con miserable esclavitud.” Lo importante es retener que la idolatría, en cuanto tentativa perpetua de verbicidio y acto progresivo de homicidio, es la alienación del hombre y la manifestación de la anti-Palabra.  
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Esta sustitución, esta suprema mentira, es el obstáculo absoluto para la «encarnación» de la Palabra. Por eso, tanto los Apóstoles como los Padres y luego los misioneros de América, comprendieron que la condición «sine qua non» de la evangelización era la eliminación de la idolatría que es sustitución-negación de Dios-uno. Precisamente atribuyeron al demonio y a su influjo, con las Escrituras en la mano, la progresiva instauración de la idolatría. Y esto es así porque toda acción contra el Verbo es demoníaca (Mt. 13, 38; 23, 15; Jn. 8, 38). Y así como el Verbo es Cabeza y Mediador, Satán es una suerte de “príncipe” y “cabeza” y, en verdad, “mediador”, que ''“peca desde el principio”,'' (1 Jn. 3, 8).
Nada más opuesto a la «encarnación» de la Palabra en el alma del hombre y en su cultura, pues es expresión concreta de la verdadera opresión y esclavitud del hombre. Por eso, es condición pre requerida para la evangelización, la extirpación de la idolatría. Cierto es, sin embargo, que aun a través de la misma idolatría y a pesar de ella, se vislumbra a veces la presencia del Dios verdadero (Viracocha, Ometéotl, Tloque Nahuaque); pero jamás alcanzará su manifestación explícita sin la previa y necesaria extirpación de la anti-Palabra enmascarada en la idolatría.  
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La «pars destruens» de la evangelización del Nuevo Mundo no podía ser otra que la eliminación de la idolatría. Como agudamente observa el Padre José de Acosta, la idolatría reside, primero, en el corazón y, en segundo lugar, en el ídolo; por eso era menester tener cuidado “porque arrancando de manos de los indios contra su voluntad los ídolos, se los meten más en el corazón”; de modo que si se los quita por la fuerza se corre el riesgo de “cerrar a cal y canto la puerta del evangelio”.  
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En ese sentido, como bien ha dicho Frank-Duquesne, es contrario al Ser, ''“es la locura furiosa de los trascendentales”'', puesto que la Verdad le parece atentatoria contra su Yo sustituido al Señor (idolatría absoluta); por eso es asesino de los hombres ''“desde el principio”'' porque es el hombre imagen y semejanza de Dios. Es ontológicamente mentira no solamente cuando engañó a Eva sino es mentira contra sí mismo, pues quiere gozar de ''“un ser que no le venga del Execrado”'' y, por eso, vive para siempre ''“en un «camouflage» perpetuo”''.<ref>Albert Frank-Duquesne. ''Réflexions sur Satan en marge de la tradition judéochrétienne'', en el vol. VV.AA. ''Satan, Etudes Carmélitaines'', Ed. Desclée de Brouer, París, 1948, p. 248</ref>
Como dice San Agustín, “antes hay que quitar los ídolos del corazón de los paganos que de los altares.” Además, el quitarlos del corazón, conlleva la obligación de “quitárselos también de los ojos”: respecto de los indios ya cristianos, “no se ha de tolerar ningún vestigio de superstición” de la que hay que precaverse “destruyendo todos los signos de ella”; en cambio, con los todavía infieles es preferible “dejarlos en su ceguedad hasta que sean iluminados del Altísimo.” El mejor remedio contra la idolatría no era otro que la evangelización.  
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Esto es verdad, pero era menester también una suerte de refutación tanto teórica cuanto práctica, tal como puede verse en los catecismos y confesionarios y en las Actas del Tercer Concilio Limense. Sería tedioso seguir paso a paso tanto la enumeración de las idolatrías, como la refutación contenida en el Catecismo, en el Confesionario y en los Complementos pastorales del Tercer Concilio de Lima bajo la inspiración del gran Obispo que fue Santo Toribio de Mogrovejo y debidas a la pluma de José de Acosta.  
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El demonio miente y miente siempre y ''“pone una máscara a la creatura, trampea la creación, desmiente al mismo Dios”''. Este desorden absoluto, se manifiesta en la idolatría y aunque los idólatras no tengan conciencia de ello, no hay idolatría sin la acción concreta de Satán; él no puede no ser sino equivoco, falso personaje, “sustitución ontológica”, porque ha querido y quiere destruir la creación, incluso en sí mismo.  
En los «Complementos pastorales», la Instrucción contra las ceremonias y ritos paganos se distribuye en seis capítulos: en el primero trata de las idolatrías en sí mismas; en el segundo, de los sacrificios y ofrendas, especialmente de los sacrificios humanos; en el tercero, de los difuntos y la costumbre ritual de desenterrar los muertos; en el cuarto, se trata de los hechiceros, que eran algo así como los ministros de la anti-Palabra; en el quinto, de los diversos ritos y agüerías, para terminar en el sexto con la refutación de ciertos errores contra la fe católica, probablemente deslizados entre los indios después de la catequesis.
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La idolatría en los hombres es por modo de negativa «participación» en la acción del arconte de este mundo, pues sustituye la Verdad (el Verbo es la Verdad) por la mentira, por una suerte de trampa metafísica. Como dice bella y trágicamente Frank-Duquesne: ''“él es asesino de intención, asesino «a partir del principio»....de su principio y, más aun, del principio, puesto que, querer hacer mentir al Verbo, es querer matarle como Verbo, como Palabra, como todo aquello que Él tiene de propio, de esencialmente Sí-mismo: un Logos que no sería más la expresión fiel del Padre ¡qué triunfo! Tentativa frustrada de «verbicidio» y, puesto que el hombre es la sombra creada del Verbo, éxito ¡ay! del homicidio"''.<ref>Ibídem, p. 249</ref>
La extirpación de la idolatría, respecto de la conciencia primitiva que está en relación concreta con el cosmos, acudía a argumentos de hecho: la destrucción de los ídolos no producía una alteración cósmica, ni males inmediatos en los destructores; además, los ídolos mienten a los hombres, no saben curar y someten a los indios a una verdadera esclavitud. También los misioneros acudieron al argumento del ridículo, pues los dioses nada sienten cuando se los toca o golpea o destruye; cuando se los quema no se vengan.
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Cuando se leen los Catecismos o la extensa relación del Padre Pedro Borges, espontáneamente se recuerdan los capítulos 13 y 14 del libro de la Sabiduría, cumplida y bellísima refutación de la idolatría que Bernardino de Sahagún creyó conveniente transcribir íntegramente al final del primer libro de su magna obra. El apego de los indios a sus creencias idolátricas y a la multitud de mitos y agüerías, recuerdan por cierta analogía la persistencia de diversos mitos en los paganos de los primeros siglos cuando se expande el Cristianismo en la cuenca del Mediterráneo; también era posible que se responsabilizara a los cristianos que habían abatido a los dioses viejos, por las desgracias del presente.  
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La idolatría es, pues, opresión, esclavitud y, en el fondo, negación del ser más propio del hombre; es, por eso mismo, sea o no consciente, culto o pseudo-culto al «dios de este mundo» que intenta su perpetuo acto de verbicidio en cada ídolo sustitutivo del Verbo. Sé perfectamente con cuanta ironía pueden ser tomadas estas palabras por los “científicos” autosuficientes del inmanentismo actual; pero, desde la fe, no puede ser otra la doctrina sobre la idolatría. Así lo sostuvieron, cada uno a su modo, los Padres apologístas (Arístides, Taciano, San Justino, Atenágoras, Teófilo, Hermias) y los Padres posteriores.
Esto había ocurrido en un pueblo de gran cultura cuando, en el 410, Alarico tomó, incendió y permitió el saqueo de Roma; los paganos responsabilizaron de la catástrofe a la pérdida de los dioses debida a la predicación de los cristianos; a esto respondió San Agustín que era precisamente el paganismo idolátrico el verdadero responsable de las desgracias del Imperio.
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En el Nuevo Mundo, la idolatría (como sostuvieron los grandes misioneros Garcés, Motolinía, Sahagún, Zumárraga, de Acosta, y todos los historiadores y cronistas) fue la causa más eficaz de una larga e inhumana esclavitud. No se trataba solamente de la esclavitud a sus tiranos, sino de la opresión interior del animismo, de la magia cósmica, de los sacrificios humanos. Esto explica por qué, en 1525, los franciscanos acordaron la destrucción no sólo interior sino de todos los signos exteriores de la idolatría.  
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Así lo vieron también los misioneros españoles en América. Fray [[SAHAGÚN,_Bernardino_de_Fray | Bernardino de Sahagún]] no duda en afirmar, luego de largo estudio acerca de los dioses mexicanos, que ''“todos los dioses... son demonios” y que “el pecado de la idolatría (es) el mayor de todos los pecados”''.<ref>[[SAHAGÚN,_Bernardino_de_Fray | Bernardino de Sahagún]], ''Historia general de las cosas de [[NUEVA_ESPAÑA;_Virreinato_de_la | la Nueva España]]''. Porrúa, México, Sexta edición. Libro I, Confutación C y G (p.58-59)</ref>''Dice más: “sé de cierto que el diablo ni duerme ni está olvidado de la honra que le hacían estos naturales, y que está esperando coyuntura (luego de la evangelización) para si pudiese volver al señorío que ha tenido”.''<ref>Ibídem, Libro III, (p. 189). Casi lo mismo en el prólogo del Libro V (p. 267) y en el prólogo del Libro VII (p. 429)</ref>
Pero el argumento predominante de los misioneros contra la idolatría fue siempre el mismo: que era la manifestación máxima del demonio como sustitución del Dios verdadero. Fray Pedro de Córdoba así lo enseña en su Catecismo y pone el acento en el engaño de los demonios que “hacían que los adorarais y les hicierais los «cues»y «teucales» y templos. Y aún hacían que la honra que habéis de dar a Dios verdadero se la dieseis a ellos; es decir, los dioses que adorais son, en realidad, demonios que os quieren mal y os han engañado; por eso es menester quemarlo todo como obra del demonio, “apartando vuestros corazones de los ídolos.”
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Y como los misioneros sabían del poder recurrente de la idolatría, recordaban a sus nuevos cristianos que tener escondidos algunos ídolos y no renunciar totalmente a ellos desaprovechaba la gracia del bautismo. En los «Coloquios de los doce apóstoles», y en los demás catecismos y confesionarios se insiste en el carácter demoníaco de la idolatría, como puede comprobarse en el de fray Alonso de Molína, en las preguntas del mismo en el «Confesionario Menor» acerca de las que él llama “imágenes del demonio”, y en las típicas interrogaciones contenidas en su «Catecismo Mayor» acerca de la adoración de las creaturas como el sol o la luna y ciertas imágenes que muchas veces los indios tenían escondídas.  
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El Padre José de Acosta sostiene esta doctrina acerca del carácter demoníaco de toda idolatría,<ref>José de Acosta, ''Historia Natural y Moral de las Indias'', Libro V., c. 1-6, p. 217 y ss.</ref>y, sobre todo, afirma que a los indios ''“tan oprimidos los tiene el demonio con miserable esclavitud.”''<ref>José de Acosta. ''De procuranda indorum salute'', Libro V, c. 9, p. 559</ref>Lo importante es retener que la idolatría, en cuanto tentativa perpetua de verbicidio y acto progresivo de homicidio, es la alienación del hombre y la manifestación de la anti-Palabra.
En algunos catecismos, como el de fray Dionisio de Sanctis, se exhorta a los indígenas a “renunciar todas aquellas o aquellas cosas que teman por Dios; teniendo por cierto que son creaturas, y ser tenidas por Dios es engaño manifiesto de demonío.”
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Alguien que sabe arqueología pero absolutamente nada de teología, al leer estos documentos, se burla de este «aparato fantástico» y escribe que “todo lo que sobrepasaba el entendimiento de los españoles era para ellos idolatría u obra del demonio.” A la ignorancia teológico-filosófica y al menosprecio por el entendimiento de los españoles del siglo XVI, se une el prejuicio antirreligioso que hace caso omiso de una doctrina seriamente sostenida por el mismo colegio apostólico desde Pentecostés.  
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Nada más opuesto a la «encarnación» de la Palabra en el alma del hombre y en su cultura, pues es expresión concreta de la verdadera opresión y esclavitud del hombre. Por eso, es condición pre requerida para la evangelización, la extirpación de la idolatría. Cierto es, sin embargo, que aun a través de la misma idolatría y a pesar de ella, se vislumbra a veces la presencia del Dios verdadero (Viracocha, Ometéotl, Tloque Nahuaque); pero jamás alcanzará su manifestación explícita sin la previa y necesaria extirpación de la anti-Palabra enmascarada en la idolatría.
Concluida la «pars destruens», es conveniente analizar la doctrina transmitida. La misma negatividad de la idolatría no anula jamás totalmente el anhelo religioso del alma indígena (el Logos spermatikós pugna siempre por aparecer); por eso, la eliminación de la idolatría que es ruptura, no solamente no elimina el anhelo religioso sino que le limpia y abre el camino; latente tras la idolatría, irrumpirá curado y sanado y se comportará como «humus» apto para la siembra de la Palabra en la originariedad indígena.  
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La «pars destruens» de la evangelización del Nuevo Mundo no podía ser otra que la eliminación de la idolatría. Como agudamente observa el Padre José de Acosta, la idolatría reside, primero, en el corazón y, en segundo lugar, en el ídolo; por eso era menester tener cuidado ''“porque arrancando de manos de los indios contra su voluntad los ídolos, se los meten más en el corazón”;'' de modo que si se los quita por la fuerza se corre el riesgo de ''“cerrar a cal y canto la puerta del evangelio”''.
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Como dice San Agustín, ''“antes hay que quitar los ídolos del corazón de los paganos que de los altares.”''<ref>La opinión de San Agustín, en ''Sermo 62, 11, 17'' (citada por el P. Acosta en ''De procuranda''… Libro V., c. 10, p.561</ref>Además, el quitarlos del corazón, conlleva la obligación de ''“quitárselos también de los ojos”'': respecto de los indios ya cristianos, ''“no se ha de tolerar ningún vestigio de superstición”'' de la que hay que precaverse ''“destruyendo todos los signos de ella”''; en cambio, con los todavía infieles es preferible ''“dejarlos en su ceguedad hasta que sean iluminados del Altísimo.”''<ref>Ibídem, Libro V., c.12, p.565</ref>El mejor remedio contra la idolatría no era otro que la evangelización.
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Esto es verdad, pero era menester también una suerte de refutación tanto teórica cuanto práctica, tal como puede verse en los catecismos y confesionarios y en las Actas del [[PERÚ;_Virreyes_y_episcopado_y_el_tercer_Concilio_Limense | Tercer Concilio Limense]]. Sería tedioso seguir paso a paso tanto la enumeración de las idolatrías, como la refutación contenida en el Catecismo, en el Confesionario y en los Complementos pastorales del Tercer Concilio de Lima bajo la inspiración del gran Obispo que fue Santo [[MOGROVEJO_Y_ROBLEDO,_Toribio_Alfonso_de | Toribio de Mogrovejo]] y debidas a la pluma de José de Acosta.
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En los «Complementos pastorales», la Instrucción contra las ceremonias y ritos paganos se distribuye en seis capítulos: en el primero trata de las idolatrías en sí mismas; en el segundo, de los sacrificios y ofrendas, especialmente de los sacrificios humanos; en el tercero, de los difuntos y la costumbre ritual de desenterrar los muertos; en el cuarto, se trata de los hechiceros, que eran algo así como los ministros de la anti-Palabra; en el quinto, de los diversos ritos y agüerías, para terminar en el sexto con la refutación de ciertos errores contra la fe católica, probablemente deslizados entre los indios después de la catequesis.<ref>Juan Guillermo Durán. ''El Catecismo del III Concilio Provincial de Lima y sus complementos pastorales (1584-1585).'' Facultad de Teología, Universidad Católica Argentina, Buenos Aires, 1982, pp. 447-455</ref>
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La extirpación de la idolatría, respecto de la conciencia primitiva que está en relación concreta con el cosmos, acudía a argumentos de hecho: la destrucción de los ídolos no producía una alteración cósmica, ni males inmediatos en los destructores; además, los ídolos mienten a los hombres, no saben curar y someten a los indios a una verdadera esclavitud. También los misioneros acudieron al argumento del ridículo, pues los dioses nada sienten cuando se los toca o golpea o destruye; cuando se los quema no se vengan.<ref>Cf. Pedro Borges. O.F.M.  ''Métodos misionales de la cristianización de América,'' Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1960. cap. VI, pp. 247-306</ref>
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Cuando se leen los Catecismos o la extensa relación del Padre Pedro Borges, espontáneamente se recuerdan los capítulos 13 y 14 del libro de la Sabiduría, cumplida y bellísima refutación de la idolatría que [[SAHAGÚN,_Bernardino_de_Fray | Bernardino de Sahagún]] creyó conveniente transcribir íntegramente al final del primer libro de su magna obra. El apego de los indios a sus creencias idolátricas y a la multitud de mitos y agüerías, recuerdan por cierta analogía la persistencia de diversos mitos en los paganos de los primeros siglos cuando se expande el Cristianismo en la cuenca del Mediterráneo; también era posible que se responsabilizara a los cristianos que habían abatido a los dioses viejos, por las desgracias del presente.
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Esto había ocurrido en un pueblo de gran cultura cuando, en el 410, Alarico tomó, incendió y permitió el saqueo de Roma; los paganos responsabilizaron de la catástrofe a la pérdida de los dioses debida a la predicación de los cristianos; a esto respondió San Agustín que era precisamente el paganismo idolátrico el verdadero responsable de las desgracias del Imperio.<ref>Cf. ''Sermo 81'', 9; 106, 13. Los pasajes en ''De Civitate Dei'' son innumerables.</ref>
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En el Nuevo Mundo, la idolatría (como sostuvieron los grandes misioneros Garcés, Motolinía, Sahagún, Zumárraga, de Acosta, y todos los historiadores y [[CRONISTAS_ANTIGUOS_EN_URUGUAY | cronistas]]) fue la causa más eficaz de una larga e inhumana esclavitud. No se trataba solamente de la esclavitud a sus tiranos, sino de la opresión interior del animismo, de la magia cósmica, de los sacrificios humanos. Esto explica por qué, en 1525, los franciscanos acordaron la destrucción no sólo interior sino de todos los signos exteriores de la idolatría.<ref>Cf. Jerónimo de Mendieta. ''Historia Eclesiástica Indiana,'' 227, Biblioteca de Autores Españoles, vols. CCLX-CCLXI, Madrid, 1970</ref>
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Pero el argumento predominante de los misioneros contra la idolatría fue siempre el mismo: que era la manifestación máxima del demonio como sustitución del Dios verdadero. Fray Pedro de [[CÓRDOBA_DE_LA_NUEVA_ANDALUCÍA | Córdoba]] así lo enseña en su Catecismo y pone el acento en el engaño de los demonios que ''“hacían que los adorarais y les hicierais los «cues»y «teucales» y templos. Y aún hacían que la honra que habéis de dar a Dios verdadero se la dieseis a ellos; es decir, los dioses que adorais son, en realidad, demonios que os quieren mal y os han engañado''; por eso es menester quemarlo todo como obra del demonio, ''“apartando vuestros corazones de los ídolos.”''<ref>''Doctrina Christiana,'' art. V, 122-130, en Juan Guillermo Durán, ''Monumenta Catechetica Hispanoamericana''. UCA. Buenos Aires, 1984, p.243-244</ref>
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Y como los misioneros sabían del poder recurrente de la idolatría, recordaban a sus nuevos cristianos que tener escondidos algunos ídolos y no renunciar totalmente a ellos desaprovechaba la gracia del bautismo.<ref>''Doctrina Christiana III''. (de los sacramentos), en Juan Guillermo Durán, p.264</ref>En los «Coloquios de los doce apóstoles», y en los demás catecismos y confesionarios se insiste en el carácter demoníaco de la idolatría, como puede comprobarse en el de fray Alonso de Molína,<ref>''Doctrina Christiana.'' Apéndice 3, n° 73, en Juan Guillermo Durán, p. 401</ref>en las preguntas del mismo en el «Confesionario Menor» acerca de las que él llama ''“imágenes del demonio”'',<ref>''Confesionario Menor'', III, A, 6-7, en Juan Guillermo Durán, p. 413</ref>y en las típicas interrogaciones contenidas en su «Catecismo Mayor» acerca de la adoración de las creaturas como el sol o la luna y ciertas imágenes que muchas veces los indios tenían escondídas.<ref>''Confesionario Mayor,'' B, 4-6, en Juan Guillermo Durán, p. 449</ref>
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En algunos catecismos, como el de fray Dionisio de Sanctis, se exhorta a los indígenas a ''“renunciar todas aquellas o aquellas cosas que teman por Dios; teniendo por cierto que son creaturas, y ser tenidas por Dios es engaño manifiesto de demonío.”''<ref>''Catecismo (Breve y muy sumaria Instrucción''. Cartagena, 1575. II,I, c., 1 217), en Juan Guillermo Durán, p. 599</ref>
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Alguien que sabe arqueología pero absolutamente nada de teología, al leer estos documentos, se burla de este «aparato fantástico» y escribe que ''“todo lo que sobrepasaba el entendimiento de los españoles era para ellos idolatría u obra del demonio.”'' A la ignorancia teológico-filosófica y al menosprecio por el entendimiento de los españoles del siglo XVI, se une el prejuicio antirreligioso que hace caso omiso de una doctrina seriamente sostenida por el mismo colegio apostólico desde Pentecostés.
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Concluida la «pars destruens», es conveniente analizar la doctrina transmitida. La misma negatividad de la idolatría no anula jamás totalmente el anhelo religioso del alma indígena (el Logos spermatikós pugna siempre por aparecer); por eso, la eliminación de la idolatría que es ruptura, no solamente no elimina el anhelo religioso sino que le limpia y abre el camino; latente tras la idolatría, irrumpirá curado y sanado y se comportará como «humus» apto para la siembra de la Palabra en la originariedad indígena.
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El momento de la ruptura conlleva el momento de la transfiguración, que no puede existir sin aquello que abre el surco para la «encarnación» de la Palabra. Nadie comprendió mejor está condición que los misioneros españoles y a ella adaptaron la doctrina que transmitieron y el modo según el cual la transmitieron.
 
El momento de la ruptura conlleva el momento de la transfiguración, que no puede existir sin aquello que abre el surco para la «encarnación» de la Palabra. Nadie comprendió mejor está condición que los misioneros españoles y a ella adaptaron la doctrina que transmitieron y el modo según el cual la transmitieron.
  
 
==NOTAS==
 
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==BIBLIOGRAFÍA==
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ACOSTA JOSÉ DE, ''Historia Natural y Moral de las Indias'', Ed. Atlas, Madrid, 1954 
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ACOSTA JOSÉ DE. ''De procuranda indorum salute''. Ed. Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1987
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BORGES PEDRO.  ''Métodos misionales de la cristianización de América'', Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1960
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DURÁN JUAN GUILLERMO. ''El Catecismo del III Concilio Provincial de Lima y sus complementos pastorales (1584-1585).'' Facultad de Teología, Universidad Católica Argentina, Buenos Aires
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FRANK-DUQUESNE ALBERT. ''Réflexions sur Satan en marge de la tradition judéochrétienne,'' en el vol. VV.AA. Satan, Etudes Carmélitaines, Ed. Desclée de Brouer, París, 1948
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MENDIETA JERÓNIMO DE. ''Historia Eclesiástica Indiana'', 227, Biblioteca de Autores Españoles, vols. CCLX-CCLXI, Madrid, 1970
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SAHAGÚN BERNARDINO DE, ''Historia general de las cosas de [[NUEVA_ESPAÑA;_Virreinato_de_la | la Nueva España]]''. Porrúa, México, Sexta edición.
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'''ALBERTO CATURELLI'''
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Revisión actual del 19:30 8 ene 2017

El modelo de los Apóstoles y la opresión de la idolatría

En la América precolombina la idolatría se conformaba por una maraña de ídolos, dioses y mitos, que bien expresaban lo que San Pablo llama “los tiempos de la ignorancia” (Act. 17,30). Estos tiempos son los tiempos de la perversión de la Alianza cósmica (la revelación primitiva) sellada entre la humanidad entera y el Dios altísimo, manifestada por Melquisedec, figura de Cristo-Sacerdote (Gen. 14, 18-9).

El mismo San Pablo lo ha explicado, pues este sacerdote, rey de justicia y rey de paz, “sin padre, sin madre, sin genealogía, sin principio de sus días ni fin de su vida, se asemeja en eso al Hijo de Dios, que es sacerdote para siempre” (Heb. 7, 3). Como San Juan, el Apóstol señala -pues Melquisedec no tiene genealogía humana - la eternidad del sacerdocio mesiánico anunciado en el Antiguo Testamento: “Tú eres sacerdote para siempre, a la manera de Melquisedec.” (S. 109, 4). Superior al sacerdocio levítico, destinado a desaparecer, Cristo-Sacerdote enlaza vitalmente la Alianza cósmica primera con la Nueva Alianza.

Pero, mientras tanto, y a la espera de la “plenitud del tiempo” (Gal. 4, 4), la revelación primitiva se ha corrompido y deformado bajo el influjo del pecado, que es el imperio del arconte de este mundo. Los “tiempos de la ignorancia” son, por eso, los tiempos del influjo del demonio y de la idolatría. En modo alguno se trata de sostener que ahora semejante influjo haya desaparecido, sino de recordar que, después del pecado original, adquirió el demonio un "derecho" sobre el hombre, un dominio, del cual sería rescatado por Cristo.

Los “tiempos de la ignorancia”, son, pues, los tiempos de la corrupción de la Alianza cósmica con el Dios altísimo y son, por eso, los tiempos de la idolatría, como progresiva sustitución del Dios verdadero. Nada más grave, pues Dios, sigue diciendo San Pablo a los atenienses, “no habita en templos hechos por mano del hombre, ni por manos humanas es servido, como si necesitase de algo, siendo el mismo quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas” (Act. 17, 25); siendo nosotros linaje de Dios, “no debemos pensar que la divinidad es semejante al oro o a la plata o a la piedra, obra del arte y del pensamiento humano” (v. 29).

Trátase de una verdad al alcance del hombre porque lo cognoscible de Dios le es manifiesto mediante las creaturas; pero, en el “tiempo de la ignorancia”, ignorancia culpable e inexcusable, los hombres han sustituido a Dios “por la semejanza de la imagen del hombre corruptible, y de aves, cuadrúpedos y reptiles” (Rom. 1, 23).

Esta sustitución, esta suprema mentira, es el obstáculo absoluto para la «encarnación» de la Palabra. Por eso, tanto los Apóstoles como los Padres y luego los misioneros de América, comprendieron que la condición «sine qua non» de la evangelización era la eliminación de la idolatría que es sustitución-negación de Dios-uno. Precisamente atribuyeron al demonio y a su influjo, con las Escrituras en la mano, la progresiva instauración de la idolatría. Y esto es así porque toda acción contra el Verbo es demoníaca (Mt. 13, 38; 23, 15; Jn. 8, 38). Y así como el Verbo es Cabeza y Mediador, Satán es una suerte de “príncipe” y “cabeza” y, en verdad, “mediador”, que “peca desde el principio”, (1 Jn. 3, 8).

En ese sentido, como bien ha dicho Frank-Duquesne, es contrario al Ser, “es la locura furiosa de los trascendentales”, puesto que la Verdad le parece atentatoria contra su Yo sustituido al Señor (idolatría absoluta); por eso es asesino de los hombres “desde el principio” porque es el hombre imagen y semejanza de Dios. Es ontológicamente mentira no solamente cuando engañó a Eva sino es mentira contra sí mismo, pues quiere gozar de “un ser que no le venga del Execrado” y, por eso, vive para siempre “en un «camouflage» perpetuo”.[1]

El demonio miente y miente siempre y “pone una máscara a la creatura, trampea la creación, desmiente al mismo Dios”. Este desorden absoluto, se manifiesta en la idolatría y aunque los idólatras no tengan conciencia de ello, no hay idolatría sin la acción concreta de Satán; él no puede no ser sino equivoco, falso personaje, “sustitución ontológica”, porque ha querido y quiere destruir la creación, incluso en sí mismo. La idolatría en los hombres es por modo de negativa «participación» en la acción del arconte de este mundo, pues sustituye la Verdad (el Verbo es la Verdad) por la mentira, por una suerte de trampa metafísica. Como dice bella y trágicamente Frank-Duquesne: “él es asesino de intención, asesino «a partir del principio»....de su principio y, más aun, del principio, puesto que, querer hacer mentir al Verbo, es querer matarle como Verbo, como Palabra, como todo aquello que Él tiene de propio, de esencialmente Sí-mismo: un Logos que no sería más la expresión fiel del Padre ¡qué triunfo! Tentativa frustrada de «verbicidio» y, puesto que el hombre es la sombra creada del Verbo, éxito ¡ay! del homicidio".[2]

La idolatría es, pues, opresión, esclavitud y, en el fondo, negación del ser más propio del hombre; es, por eso mismo, sea o no consciente, culto o pseudo-culto al «dios de este mundo» que intenta su perpetuo acto de verbicidio en cada ídolo sustitutivo del Verbo. Sé perfectamente con cuanta ironía pueden ser tomadas estas palabras por los “científicos” autosuficientes del inmanentismo actual; pero, desde la fe, no puede ser otra la doctrina sobre la idolatría. Así lo sostuvieron, cada uno a su modo, los Padres apologístas (Arístides, Taciano, San Justino, Atenágoras, Teófilo, Hermias) y los Padres posteriores.

Así lo vieron también los misioneros españoles en América. Fray Bernardino de Sahagún no duda en afirmar, luego de largo estudio acerca de los dioses mexicanos, que “todos los dioses... son demonios” y que “el pecado de la idolatría (es) el mayor de todos los pecados”.[3]Dice más: “sé de cierto que el diablo ni duerme ni está olvidado de la honra que le hacían estos naturales, y que está esperando coyuntura (luego de la evangelización) para si pudiese volver al señorío que ha tenido”.[4]

El Padre José de Acosta sostiene esta doctrina acerca del carácter demoníaco de toda idolatría,[5]y, sobre todo, afirma que a los indios “tan oprimidos los tiene el demonio con miserable esclavitud.”[6]Lo importante es retener que la idolatría, en cuanto tentativa perpetua de verbicidio y acto progresivo de homicidio, es la alienación del hombre y la manifestación de la anti-Palabra.

Nada más opuesto a la «encarnación» de la Palabra en el alma del hombre y en su cultura, pues es expresión concreta de la verdadera opresión y esclavitud del hombre. Por eso, es condición pre requerida para la evangelización, la extirpación de la idolatría. Cierto es, sin embargo, que aun a través de la misma idolatría y a pesar de ella, se vislumbra a veces la presencia del Dios verdadero (Viracocha, Ometéotl, Tloque Nahuaque); pero jamás alcanzará su manifestación explícita sin la previa y necesaria extirpación de la anti-Palabra enmascarada en la idolatría.

La «pars destruens» de la evangelización del Nuevo Mundo no podía ser otra que la eliminación de la idolatría. Como agudamente observa el Padre José de Acosta, la idolatría reside, primero, en el corazón y, en segundo lugar, en el ídolo; por eso era menester tener cuidado “porque arrancando de manos de los indios contra su voluntad los ídolos, se los meten más en el corazón”; de modo que si se los quita por la fuerza se corre el riesgo de “cerrar a cal y canto la puerta del evangelio”.

Como dice San Agustín, “antes hay que quitar los ídolos del corazón de los paganos que de los altares.”[7]Además, el quitarlos del corazón, conlleva la obligación de “quitárselos también de los ojos”: respecto de los indios ya cristianos, “no se ha de tolerar ningún vestigio de superstición” de la que hay que precaverse “destruyendo todos los signos de ella”; en cambio, con los todavía infieles es preferible “dejarlos en su ceguedad hasta que sean iluminados del Altísimo.”[8]El mejor remedio contra la idolatría no era otro que la evangelización.

Esto es verdad, pero era menester también una suerte de refutación tanto teórica cuanto práctica, tal como puede verse en los catecismos y confesionarios y en las Actas del Tercer Concilio Limense. Sería tedioso seguir paso a paso tanto la enumeración de las idolatrías, como la refutación contenida en el Catecismo, en el Confesionario y en los Complementos pastorales del Tercer Concilio de Lima bajo la inspiración del gran Obispo que fue Santo Toribio de Mogrovejo y debidas a la pluma de José de Acosta.

En los «Complementos pastorales», la Instrucción contra las ceremonias y ritos paganos se distribuye en seis capítulos: en el primero trata de las idolatrías en sí mismas; en el segundo, de los sacrificios y ofrendas, especialmente de los sacrificios humanos; en el tercero, de los difuntos y la costumbre ritual de desenterrar los muertos; en el cuarto, se trata de los hechiceros, que eran algo así como los ministros de la anti-Palabra; en el quinto, de los diversos ritos y agüerías, para terminar en el sexto con la refutación de ciertos errores contra la fe católica, probablemente deslizados entre los indios después de la catequesis.[9]

La extirpación de la idolatría, respecto de la conciencia primitiva que está en relación concreta con el cosmos, acudía a argumentos de hecho: la destrucción de los ídolos no producía una alteración cósmica, ni males inmediatos en los destructores; además, los ídolos mienten a los hombres, no saben curar y someten a los indios a una verdadera esclavitud. También los misioneros acudieron al argumento del ridículo, pues los dioses nada sienten cuando se los toca o golpea o destruye; cuando se los quema no se vengan.[10]

Cuando se leen los Catecismos o la extensa relación del Padre Pedro Borges, espontáneamente se recuerdan los capítulos 13 y 14 del libro de la Sabiduría, cumplida y bellísima refutación de la idolatría que Bernardino de Sahagún creyó conveniente transcribir íntegramente al final del primer libro de su magna obra. El apego de los indios a sus creencias idolátricas y a la multitud de mitos y agüerías, recuerdan por cierta analogía la persistencia de diversos mitos en los paganos de los primeros siglos cuando se expande el Cristianismo en la cuenca del Mediterráneo; también era posible que se responsabilizara a los cristianos que habían abatido a los dioses viejos, por las desgracias del presente.

Esto había ocurrido en un pueblo de gran cultura cuando, en el 410, Alarico tomó, incendió y permitió el saqueo de Roma; los paganos responsabilizaron de la catástrofe a la pérdida de los dioses debida a la predicación de los cristianos; a esto respondió San Agustín que era precisamente el paganismo idolátrico el verdadero responsable de las desgracias del Imperio.[11]

En el Nuevo Mundo, la idolatría (como sostuvieron los grandes misioneros Garcés, Motolinía, Sahagún, Zumárraga, de Acosta, y todos los historiadores y cronistas) fue la causa más eficaz de una larga e inhumana esclavitud. No se trataba solamente de la esclavitud a sus tiranos, sino de la opresión interior del animismo, de la magia cósmica, de los sacrificios humanos. Esto explica por qué, en 1525, los franciscanos acordaron la destrucción no sólo interior sino de todos los signos exteriores de la idolatría.[12]

Pero el argumento predominante de los misioneros contra la idolatría fue siempre el mismo: que era la manifestación máxima del demonio como sustitución del Dios verdadero. Fray Pedro de Córdoba así lo enseña en su Catecismo y pone el acento en el engaño de los demonios que “hacían que los adorarais y les hicierais los «cues»y «teucales» y templos. Y aún hacían que la honra que habéis de dar a Dios verdadero se la dieseis a ellos; es decir, los dioses que adorais son, en realidad, demonios que os quieren mal y os han engañado; por eso es menester quemarlo todo como obra del demonio, “apartando vuestros corazones de los ídolos.”[13]

Y como los misioneros sabían del poder recurrente de la idolatría, recordaban a sus nuevos cristianos que tener escondidos algunos ídolos y no renunciar totalmente a ellos desaprovechaba la gracia del bautismo.[14]En los «Coloquios de los doce apóstoles», y en los demás catecismos y confesionarios se insiste en el carácter demoníaco de la idolatría, como puede comprobarse en el de fray Alonso de Molína,[15]en las preguntas del mismo en el «Confesionario Menor» acerca de las que él llama “imágenes del demonio”,[16]y en las típicas interrogaciones contenidas en su «Catecismo Mayor» acerca de la adoración de las creaturas como el sol o la luna y ciertas imágenes que muchas veces los indios tenían escondídas.[17]

En algunos catecismos, como el de fray Dionisio de Sanctis, se exhorta a los indígenas a “renunciar todas aquellas o aquellas cosas que teman por Dios; teniendo por cierto que son creaturas, y ser tenidas por Dios es engaño manifiesto de demonío.”[18]

Alguien que sabe arqueología pero absolutamente nada de teología, al leer estos documentos, se burla de este «aparato fantástico» y escribe que “todo lo que sobrepasaba el entendimiento de los españoles era para ellos idolatría u obra del demonio.” A la ignorancia teológico-filosófica y al menosprecio por el entendimiento de los españoles del siglo XVI, se une el prejuicio antirreligioso que hace caso omiso de una doctrina seriamente sostenida por el mismo colegio apostólico desde Pentecostés.

Concluida la «pars destruens», es conveniente analizar la doctrina transmitida. La misma negatividad de la idolatría no anula jamás totalmente el anhelo religioso del alma indígena (el Logos spermatikós pugna siempre por aparecer); por eso, la eliminación de la idolatría que es ruptura, no solamente no elimina el anhelo religioso sino que le limpia y abre el camino; latente tras la idolatría, irrumpirá curado y sanado y se comportará como «humus» apto para la siembra de la Palabra en la originariedad indígena.

El momento de la ruptura conlleva el momento de la transfiguración, que no puede existir sin aquello que abre el surco para la «encarnación» de la Palabra. Nadie comprendió mejor está condición que los misioneros españoles y a ella adaptaron la doctrina que transmitieron y el modo según el cual la transmitieron.

NOTAS

  1. Albert Frank-Duquesne. Réflexions sur Satan en marge de la tradition judéochrétienne, en el vol. VV.AA. Satan, Etudes Carmélitaines, Ed. Desclée de Brouer, París, 1948, p. 248
  2. Ibídem, p. 249
  3. Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de la Nueva España. Porrúa, México, Sexta edición. Libro I, Confutación C y G (p.58-59)
  4. Ibídem, Libro III, (p. 189). Casi lo mismo en el prólogo del Libro V (p. 267) y en el prólogo del Libro VII (p. 429)
  5. José de Acosta, Historia Natural y Moral de las Indias, Libro V., c. 1-6, p. 217 y ss.
  6. José de Acosta. De procuranda indorum salute, Libro V, c. 9, p. 559
  7. La opinión de San Agustín, en Sermo 62, 11, 17 (citada por el P. Acosta en De procuranda… Libro V., c. 10, p.561
  8. Ibídem, Libro V., c.12, p.565
  9. Juan Guillermo Durán. El Catecismo del III Concilio Provincial de Lima y sus complementos pastorales (1584-1585). Facultad de Teología, Universidad Católica Argentina, Buenos Aires, 1982, pp. 447-455
  10. Cf. Pedro Borges. O.F.M. Métodos misionales de la cristianización de América, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1960. cap. VI, pp. 247-306
  11. Cf. Sermo 81, 9; 106, 13. Los pasajes en De Civitate Dei son innumerables.
  12. Cf. Jerónimo de Mendieta. Historia Eclesiástica Indiana, 227, Biblioteca de Autores Españoles, vols. CCLX-CCLXI, Madrid, 1970
  13. Doctrina Christiana, art. V, 122-130, en Juan Guillermo Durán, Monumenta Catechetica Hispanoamericana. UCA. Buenos Aires, 1984, p.243-244
  14. Doctrina Christiana III. (de los sacramentos), en Juan Guillermo Durán, p.264
  15. Doctrina Christiana. Apéndice 3, n° 73, en Juan Guillermo Durán, p. 401
  16. Confesionario Menor, III, A, 6-7, en Juan Guillermo Durán, p. 413
  17. Confesionario Mayor, B, 4-6, en Juan Guillermo Durán, p. 449
  18. Catecismo (Breve y muy sumaria Instrucción. Cartagena, 1575. II,I, c., 1 217), en Juan Guillermo Durán, p. 599

BIBLIOGRAFÍA

ACOSTA JOSÉ DE, Historia Natural y Moral de las Indias, Ed. Atlas, Madrid, 1954

ACOSTA JOSÉ DE. De procuranda indorum salute. Ed. Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1987

BORGES PEDRO. Métodos misionales de la cristianización de América, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1960

DURÁN JUAN GUILLERMO. El Catecismo del III Concilio Provincial de Lima y sus complementos pastorales (1584-1585). Facultad de Teología, Universidad Católica Argentina, Buenos Aires

FRANK-DUQUESNE ALBERT. Réflexions sur Satan en marge de la tradition judéochrétienne, en el vol. VV.AA. Satan, Etudes Carmélitaines, Ed. Desclée de Brouer, París, 1948

MENDIETA JERÓNIMO DE. Historia Eclesiástica Indiana, 227, Biblioteca de Autores Españoles, vols. CCLX-CCLXI, Madrid, 1970

SAHAGÚN BERNARDINO DE, Historia general de las cosas de la Nueva España. Porrúa, México, Sexta edición.


ALBERTO CATURELLI