IDOLATRÍA; Problemática, reaparición y extirpación

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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La idolatría como obstáculo a la Evangelización

El mayor obstáculo en la evangelización del Nuevo Mundo lo constituyo la idolatría. Por eso la primera etapa que los europeos cristianos -exploradores y conquistadores- tuvo una impronta negativa: destruir en el alma del indio la falsa concepción de Dios. Por parte de la Iglesia la extirpación de la idolatría tuvo dos tiempos: primero, el de la supresión de 1a idolatría pública; segundo, el de la persecución de su reconocimiento y de sus prácticas secretas.

Después de que los personeros de las religiones paganas contemplaron pasmados como se venía al suelo el edificio de sus creencias por obra de unos advenedizos, se organizó una verdadera contraofensiva pagana. A lo largo de esta consideración, se podrá advertir cómo se repite, con sorprendente analogía el mismo fenómeno que se presentó en el imperio romano a lo largo del siglo cuarto: la religión derrocada parece reanimarse y ataca de forma astuta y agresiva.

¿Cómo podían tolerar en silencio los sacerdotes paganos semejante ruptura con la tradición y la traición a los dioses de la nación o de la tribu? Muchos paganos entendieron la contraofensiva provocando estragos entre los conversos. Esta es la razón de las prohibiciones de que los paganos estén presentes en la celebración del culto cristiano. Y, por eso se buscaba el aislamiento de los ambientes pa¬ganos.

La Iglesia tuvo que registrar con dolor que la idolatría renacía en forma privada, y a veces en forma general. Sucedía que el cristianismo se masificaba; se extendía la creencia que la presencia de los españoles tenía contados sus días; se verificaba un enfriamiento de la obra misionera. Quince años después de le conquista de México, sus obispos constataban el renacimiento da una idolatría secreta. Algunos indios llegaron sus ídolos en las propias iglesias, debajo o dentro de las cruces e imágenes... Tal ocurrió en México, el Perú y Nueva Granada. Hablando del Nuevo Reino de Granada escribe Groot:

“Es de saber que después de mucho tiempo, y cuando ya se creía extirpada la idolatría entre los indios convertidos al cristianismo, vino a descubrirse que practicaban ciertas ceremonias idolátricas en las sepulturas de sus mayores… Luego que se supo esto, el Arzobis¬po [Zapata de Cárdenas] mandó que los curas y doctrineros predicasen a los indios haciéndoles entender el pecado que en aquello cometían que con él invalidaban su conversión a la fe católica...”.[1]

Aunque los argumentos idolátricos de los indios eran frágiles y carentes de rigor lógico, estaban profundamente unidos al sentimiento. El «Confesionario» de Lima estima fácil persuadir a los indios contra sus idolatrías; era patente su falsedad y los paganos fácilmente se rendían: “Son estos indios, de suyo tan sujetos, y la mentira tiene tan pocas raíces, quo con sólo entender ellos que los entienden se dan por vencidos, y con sólo referirles sus engaños y sus abusos se rinden a la verdad, como el ladrón, que, en manifestándole su hurto, se corta”.[2]

Hasta qué punto estaba en lo cierto o no el “Catecismo” po¬drá verse más adelante, cuando se vean los resultados del esfuerzo evangelizador.

Los hechiceros y curacas paganos

Significaron y fueron un serio peligro frente al esfuerzo do evangelización. Fray Antonio de la Calancha, en su obra publicada a fines del siglo XVII, aduce un compendio de cuanto andaban proclamando:

“Levantó el demonio unos indios hechiceros dogmatizadores, que fueron introduciendo algunos errores y pestilenciales herejías, y estos fueron que Dios no era siempre bueno, ni tenía cuidado de los pobres, y que de balde no le servían los indios. Que no es tan piadoso ni tiene tanta misericordia como dicen los cristianos. Y que no hay perdón de pecados para culpas enormes. Que Dios creó a los indios para vivir en pecado y que ellos no pueden ser bue¬nos. Que como los cristianos tienen sus imágenes y las adoran, así se pueden adorar sus guacas [puede referirse a sepulcros, objetos de culto de las religiones antiguas aborígenes…] o ídolos. Que lo que predican los sacerdotes no es todo verdad...”.[3]

Los hechiceros desarrollaron la más sistemática oposición al Evangelio. En Sinaloa decían que el bautismo mataba a los indios; en Pe¬rú, para salvar su paganismo fomentaron un sincretismo peligroso. Trataban de persuadir la imposibilidad de cumplir el sexto mandami¬ento, evitar la embriaguez. Argüían, además: ¿por qué dejar la re¬ligión de los antepasados? ¿Qué de nuevo ha traído la religión cristiana? Cuántas pestes y castigos han sobrevivido desde la llegada de los cristianos.

Trataban igualmente de convencer a los demás que no tardaría la hora en que los viracochas (españoles) tendrían que salir muy pronto. El virrey Toledo llega a afirmar que los hechiceros convierten más indios que cien frailes juntos. Y el Tercer Con¬cilio de Lima dice cómo los hechiceros deshacen en un día el trabajo de un año.[4]

Se mostró como necesaria la represión de los hechiceros; se ordenó su retención, el paseo infamante, como se hacía en España, se les impuso la pena de azotes. Los Concilios de México y Lima adoptaron medidas relativamente suaves: penitencias corporales, etc. Los hechiceros se replegaban y volvían astutamente a emerger con entusiasmo proselitista, causando millares de defecciones, a partir de la segunda mitad del siglo XVI.

Se estableció una prisión junto a las iglesias donde debían ser adoctrinados; pero el Segundo Concilio de Lima ordenó el encarcelamiento de los contumaces. Estas determinaciones no se tomaron con severidad.[5]Sobre esto ya se había pronunciado el Primer Concilio en las constituciones 26 y 60. Pero el Tercer Concilio, en el capítulo 42 de la Acción II, si de¬terminó la separación de quienes llama «arioli et scelestissimi daemonum ministri, flamines»: hechiceros, sacerdotes criminales de los demonios.[6]

También fueron implacables enemigos de la predicación las concubinas de los indios, obligadas a separarse por la conversión de los maridos.

Defecto radical: falta de motivación intelectual

Se hizo mucho en la instrucción sobre la fe; pero no hubo el én¬fasis necesario que contrabalanceara las creencias idolátricas, que tan radicalmente abrigaban los habitantes de América. Es posible que los misioneros se mostrasen demasiado optimistas en una suerte de «opus operatum» del anuncio evangélico. Los domi¬nicos de Guatemala, por ejemplo, entreven el peligro, y forman catálogos de errores que habría que refutar.

En el Perú José de Acosta se hallaba preocupado por este problema: la idolatría debería ser abordada con mayor detenimiento.[7]Acosta lamenta la escasez y frivolidad de la predicación contra la idolatría; es necesario explicar, sin embargo, que Acosta escribe cuando esta actitud era más disculpable, pues la apariencia que ofrecía el Perú a fines del siglo XVI era de cristiandad.

La sola extirpación material de la idolatría no garantizaba nin¬guna conversión interior. Tenía que ir acompañada de un convencimi¬ento sobre la falsedad de los ídolos. Polo Ondegardo escribe hacia 1571 sus «Informaciones acerca de la Religión y Gobierno dé los In¬cas» y asevera por propio testimonio, que las recaídas de los indios en la idolatría o la formación de un sincretismo religioso se debían a la falta de una motivación teórica contra la idolatría.[8]

Pero muchos misioneros prefirieron afirmar simplemente, sin razonamientos, insistiendo y machacando, en la confianza -no siempre desautorizada- de que el «slogan» produciría su efecto. La pre¬gunta final, sin embargo, tiene que ser ésta: ¿obtuvieron los misio¬neros lo que pretendían en su lucha contra la idolatría?

Legislación contra la idolatría: ejemplos.

El Primer Concilio de Lima ordena en la Constitución 3a: “Que las guacas sean derribadas y en el mismo lugar, si fuere decente, se hagan yglesias”. Se motiva esta determinación porque la idolatría es contra la ley natural y porque supone un continuo peligro de re¬torno al paganismo. Es interesante observar cómo la literatura misional de esta época, incluso hasta el término de la dominación española en América, acude espontáneamente a la conducta de Gregorio Magno, a cuya iniciativa se debe la conversión de Inglaterra; la Iglesia encontró entonces el mismo fenómeno y las mismas dificultades.

Los templos paganos se consideran templos del demonio; pero el papa San Gregorio no quiere su destrucción sino su purificación, para que sirvan de templos al Dios verdadero. Los cristianos de los siglos IV y V cayeron en una fiebre de destrucción, cosa reprueba San Agustín: “Lo que conviene es destruir los ídolos de los co¬razones de los hombres”.[9]

Este furor anti idolátrico se encarnizaba tanto más, cuanto que, con harta sorpresa, se descubría que la idolatría conservaba demasiado vigor. Todavía en el siglo siguiente (XVII) escribe Fray Pedro Simón sobre la Nueva Granada:

“Es la idolatría, un pecado que se embebe tanto en el alma que no se arranca della sin grandísimas dificultades, que corre en esto al paso de la herejía, de los cuales dos vicios nacen tan poca esperanza de enmienda, que aunque se espera de todos los domas, y por esto admiten corrección fraterna, estos dos de idolatría y de herejía no la admiten por haber menester otros medios más fueres para desarraigarlas. Bien nos declara esto acerca de la ido¬latría, la experiencia que se tiene en estas Indias y nuevas conquistas, pues de ochenta, noventa y cien años que se les predica a estos indios, se hallan hoy, casi en todas partes descubiertas las mismas, aunque no en público, como en sus principios”.[10]

El Segundo Concilio de Lima se pronunció contra los ídolos, guacas y supersticiones. El Sumario de la segunda parte, N° 98 manda “con precepto que los curas abisen publicamente y con mucho ahinco con tres días de fiesta, ante notario y testigos, a todos, los yndios que manifiesten las guacas e ydolos públicos y particulares, y después de manifestados se derriben y disipen totalmente”... Se amenaza con severo castigo cualquier infracción o reinci¬dencia.[11]

El Sínodo de Bogotá ordenó también la destrucción de santuarios, ídolos y supersticiones, “donde ya hay algunos indios cristianos, y lumbre de fe...sin hacer daño a las personas y haciendas”.[12]El arzobispo Zapata, sucesor del obispo Barrios en Santa Fe, se muestra más cauteloso, poro igualmente intransigente. Manda.

“que con toda solicitud y sancto zelo de la honra de Dios y bien destos yndios, los sacerdotes inquieran donde ay sanctuarios, y sabido, no toquen en ellos, sino den abiso con toda brevedad a su prelado... para que con su auctoridad se mande destruir y asolar del todo, sin que aya memoria dellos; y aunque el sínodo antiguo (del obispo Barrios), manda que se ponga allí alguna cruz o purificado aquel lugar se haga allí alguna hermita, por la mucha experiencia que se tiene de la malicia destos yndios, que debaxo de especie de piedad van al mismo lugar a idolatrar, paresció más conveniente raer de la tierra totalmente la memoria de los sanctuarios...”.[13]

Se añade enseguida un capítulo contra los hechiceros, jeques o mohanes, que desvirtúan las enseñanzas del sacerdote diciendo quo todo cuanto dice es mentira y engaño.

Como en el resto de América, en la Nueva Granada perseveraba la actitud idolátrica. El arzobispo Bartolomé Lobo Guerrero se quejaba de que los indios “al cabo de sesenta y cinco años que pasó el Evangelio a estas partes, están tan faltos de fe y tan llenos de idola¬tría, como al principio, cosa que a todos nos debería traer en har¬to escrúpulo y desconsuelo”.[14]

En 1573 intervino el Rey para dictaminar sobre la represión de la idolatría, y se ofrecen alicientes a los misioneros que se distingan en su celo. Pero se ordena también no presentarse bruscamente, ni empezar la evangelización derribando ídolos y reprobando vi¬cios, pues esto llevaría a cerrar toda posibilidad do conversión.[15]

Se buscaron también medios preventivos contra todo renacimiento idolátrico; por ejemplo, el de la cautela en el lenguaje. Las palabras eminentemente cristianas, como Dios, cristiano, cruz, Nuestra Señora, imagen, domingo, fiesta, ayunar, etc..., y aun otras del lenguaje común, como casado, soltero, etc..., pasaron sin tocarse a las lenguas indígenas.[16]

Evaluación

¿Cómo fue posible que los misioneros se atrevieran a tanto? ¿No medían la gravedad, del caso? ¿O era que se sentían seguros con el apoyo de las armas españolas? Porque efectivamente, en muchos casos los conquistadores se daban a la tarea de destrucción.

Por otra parte, la «razzia» anti idolátrica se efectuaba en forma pública y humillante. Quizá se pretendía así muchas veces, para lo¬grar un fuerte impacto religioso en los indios. Se solía hacer se¬gún esquemas de exorcismos litúrgicos; luego se entronizaba la cruz o una imagen sagrada cristiana. Tampoco se oponían los indios, porque los misioneros ejercían sobre ellos un inmenso ascendiente; los misioneros impusieron respeto de los indios entre supersticioso y servil, estupefactos, por la audacia de los evangelizadores.

Los colonos especialmente calificaron de temeridad injustificada esta manera de proceder; existía el temor de una sublevación de los indios. La circunspección con que habla el Primer Concilio de Lima, quizá refleja el temor de una sublevación. De hecho, las crónicas de la época no registran casi nunca el enfrentamiento violento de los indios, ni menos sublevaciones genérales de tipo religioso. ¿Qué juzgar sobre la actitud iconoclasta de los misioneros? Ciertamente casi ninguno se planteó el problema como caso de conciencia pastoral. Lo juzgaron necesario, por ley divina. Es interesante registrar que aun Roma dijo su palabra: el Secretario de San Pío V, cardenal Alessandrino, escribe al Nuncio de España Castagna, que no se permita a los infieles tener lugares de culto idolátrico, en el caso de que vivan juntamente con cristianos, sino que se derriben, para evitar el renacimiento de la idolatría.

Los obispos no podían pensar de otra manera, en aquellas circunstancias, y la ley civil lo corroboraba.[17]Pedro Borges, historiador experto en la metodología misionera americana, dice que sólo ha encontrado una excepción en esta manera general de obrar: en las misiones jesuitas de Sonora y Sinaloa, que temiendo los desafíos que una destrucción sistemática de los ídolos podía acarrear a la empresa misional, la llevaron a la práctica muy circuns¬pectamente.[18]

También Borges acude a un teólogo y a un misionero y teólogo, Fernando Zurita, que no ve derecho en esta conducta, tratándose de personas particulares y de indios no sometidos al poder cristiano político, a no ser que los ídolos ofendieran directamente la religión cristiana. En el caso concreto, Zurita cree que ha sido lícito por suponer, que se trotaba de territorios puestos de hecho bajo el dominio de España, pero sin que se provocase ni ofendiese a los indios.

Acosta dice que no es lícito mientras la idolatría no ofenda los sentimientos cristianos y se trate de gentes no sometidas a España. Si ofenden y escandalizan, es lícita su liquidación, a condición de que no se sigan males peores. Pero Las Casas y Acosta se muestran muy reservados como método apostólico.

Los misioneros fueron conscientes del aspecto negativo de tal pro¬cedimiento; supusieron que había más ventajas en tal intransigencia -y de acuerdo con las hipótesis del tiempo- no entendían cómo no hubiese culpa en quienes estaban suficientemente instruidos en la abominación de la idolatría. Sólo que muchas veces el anunció del Evangelio fue acompañado de la destrucción de los ídolos.[19]

Lo que se critica no es tanto la actitud anti idolátrica, sino su radicalismo. Los misioneros se extralimitaron en 1a supresión de manifestaciones en las que creían descubrir peligros de idolatría; y pudo ser que tuviesen alguna razón: bebidas, fiestas, canciones… El Padre Acosta ya observaba este radicalismo, sin aprobarlo. No está de sobra recordar que parte de la producción literaria, sobre todo el teatro, sirvió para reemplazar y educar la conciencia idolátrica de los indios.[20]

La proposición de la moral cristiana

Abordamos ahora el tema, aunque brevemente, para destacar el aspecto de la dificultad que encarnó la práctica de la moral cristiana en los ambientes de Indias, y el esfuerzo de energía y de paciencia de la Iglesia, para lograr qua tantos pueblos paganos y viciosos empezasen a vivir una nueva forma de vida.

Seria extremadamente errado, injusto y falso hablar de una farsa cristiana: tenemos innumerables documentos que nos muestran a misioneros, obispos y Concilios del siglo XVI, extremadamente reservados en la administración del bautismo. Remitimos a los testimonios del dominico Remesal, al jesuita Pérez de Ribas, al franciscano Toral en Yucatán, y a la legislación conciliar. No se puede injuriar a los evangelizadores de América de falsía o ignorancia de los rudimentos de la evangelización, bautizando sin convertir.

Los misioneros tuvieron que luchar contra una montaña de aberraciones: poligamia, incesto, sacrificios humanos, sodomía, guerras tribales, desprecio de la vida humana, y un largo etcétera. Uno de los misioneros de los chiriguanos, el jesuita Diego de Samaniego, testigo de tanto embrutecimiento moral, tuvo que silenciar, de inicio algunas exigencias de la ley cristiana. Decia: “No ponerles las dificultades al principio, sino aficionarlos antes a Nuestro Señor, y. después Él dará fuerzas para quitar lo otro que pide espacio[21]. Y el dominico Pedro de Feria insistía ante sus neófitos: “No penséis hijos que os bautizasteis o hicisteis cristianos, para comer, beber, dormir y holgar. No. De trabajar habéis”.[22]

Ante las enormes dificultades que tuvieron los misioneros para que los indios aceptasen la práctica de la moral cristiana, la obra de la Iglesia aparece como un testimonio insigne de su capacidad de transformación del hombre y de toda la sociedad, como se ve claramente en la historia de las transformaciones operadas por la evangelización paciente a lo largo de la Edad Media con los pueblos bárbaros en Europa;[23]por lo menos la originalidad del cristianismo lleva a la inconformidad con el pecado.

Los indios del Perú no se resignaban a la monogamia, ni en general a la práctica de la castidad; el Padre Pérez de Ribas tiene quo luchar con la concepción de los indios de ciertas tribus de México, entre las cuales el fenómeno del «machismo» es un motivo de gloria. Al jesuita Padre Rogel le aseguraba un cacique su disposición de hacer cesar la idolatría, sodomía y sacrificios humanos, pero no veía valor en su gante para resignarse a vivir con una sola mujer.

E1 problema de la poligamia era tan serio que provocó entre los misioneros graves conflictos de conciencia. Se llegó a creer, en más de un caso, en la posibilidad de una transacción; así Fray Francisco de la Cruz en el Perú.[24]Más extraño es todavía que el Primer Concilio de Lima “permitió se santificasen aquellos matrimonios de incas casados con sus propias hermanas, hasta que consultado el Papa, determinase lo que se debiera hacer”.[25]

E1Concilio no hacía concesiones propiamente, sino que quería solu¬cionar cuestiones de hecho. La «Crónica miscelánea» del franciscano Fray Antonio de Tollo, escrita hacia 1650, dejaría entrever que algunos franciscanos disimularon a veces la poligamia; no se sigue que bautizaran a los indios. Los misioneros agotan los recursos para indu¬cir a los indios a la práctica monogámica; invocan el ejemplo del «gran rey de los viracochas», Felipe II, y enfatizan en la autori¬dad de los cristianos, capaces de vivir con una sola esposa.[26]Lo que sobre todo encarga la legislación conciliar es el primero de todos los mandamientos: el amor de Dios y del prójimo.

En otros muchos campos relativos a usos y costumbres no fue siempre fácil deslindar usos y costumbres de mera dimensión cultural tradicional, y de otras que tenían un significado religioso y que podían prestarse al desarrollo o continuación de las antiguas supersticiones. Para lo que en el mundo de la antropología moderna está ya muy claro, no lo era así en aquel entonces, donde la ciencia antropológica no se encontraba desarrollada en absoluto según los cánones actuales.[27]Así nos encontramos cómo a veces se prohíben costumbres y ceremoniales religiosos de tonsuras, horadamientos rituales de la nariz o las orejas, nombres paganos etc.[28]

Se puede ver así, cómo ejemplo, el Catecismo de Zapata, capítulos 15 a 18. A los relapsos se los castigaba con penas corporales, porque la pena espiritual, apenas era comprendida. El Tercer Concilio de México, que pertenece a los últimos años del siglo XVI, se muestra extremadamente severo:

“Libro l. De remover los obstáculos de la salvación de los indios: El gobernador y los demás ministros reales se apliquen con esmero a que no queden ídolos en sus casas u otros edificios, mandándolos destruir; igualmente que los cúes [lugares sagrados, templetes] y demás lugares en que estos infelices sacrificaban a los demonios, arrasándolos enteramente; para que el enemigo común, pronto siempre a dañar, no ha¬lle imagen alguna de la antigua impiedad con que procure alucinar a los ya convertidos que se han librado de sus lazos; antes queda cerrado todo camino a la idolatría, a fin de que permanez¬can constantes en la fe”.[29]

En este sentido, y ya muy anteriormente, se conoce el celo iconoclasta anti pagano de algunos de los frailes franciscanos misioneros, como Fray Toribio de Benavente en Cholula, y Fray Diego de Landa en Yucatán. Sin pretender una defensa apologética de las maneras «iconoclastas» radicales en tal sentido, se necesita encuadrar aquel modo de actuar a la luz de cuanto estamos indicando y de la experiencia que el mundo bíblico del Antiguo Testamento y luego del Nuevo siempre ha afirmado con fuerza, y que queda reflejado de manera precisa en el primer mandamiento de la Ley de Dios, dado al Pueblo elegido a través del Decálogo.

La idolatría siempre fue considerada en la fe bíblica tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento como el pecado más grave, y en la Biblia nos encontramos continuamente la radicalidad con la que es tratado tal desviación religiosa.[30]


Por ello es impropia la manera en que algunos antropólogos presentan las antiguas culturas amerindias precolombinas, pues adolecen de un debido análisis de muchas de las manifestaciones religiosas de aquellas culturas, brillantes en muchos aspectos, pero degeneradas en no pocos, como en el caso de los sacrificios humanos, las borracheras y drogadicciones rituales, las desviaciones en el campo de la sexualidad y de las relaciones incestuosas entre padres e hijas y otros fenómenos del mismo estilo.

Los españoles, tanto conquistadores como misioneros, quedaban horrorizados ante el espectáculo que veían ante sí en aquellas prácticas que les causaban suma repulsion; las Cartas de Relación de Hernán Cortés, como las Crónicas y relaciones de los misioneros de los siglos XVI, muestran aquella tremenda impresion ante tales espectáculos.

Esas actitudes, hoy juzgadas como intransigentes, fueron norma y modo común de comportamiento a lo largo de los tres siglos de presencia misionera española en América. Entre aquel fervor de destrucción de cuanto podía oler a culto idolátrico, entra la destrucción sistemática de cuanto podía ser interpretado como depositario o expresión de tal culto. Desgraciadamente los misioneros de entonces carecían en gran parte y por lo general de medios y preparación para poder entender el sentido de muchos códices de aquellas antiguas culturas y su valor simplemente cultural.

Así vemos ya desde los primeros momentos el trabajo sistemático de los primeros misioneros franciscanos en la destrucción del culto idolátrico y de cuanto podía llevar, significar o esconder el mismo. Su ejemplo y estilo será seguido por el resto de los misioneros sucesivos. Y la «destrucción» o erradicación de la idolatría ocupará a lo largo de los dos primeros siglos de la evangelización, una de las tareas en las que se vieron más empeñados los misioneros en su lucha contra la misma.

Lo mismo se puede decir de los tribunales instituidos con tal objeto en la América española, como la versión de la Inquisición en el Nuevo Mundo. Los escritos o tratados sobre la «extirpación» de la idolatría abundan sobre manera, así como las indicaciones que se dan en los catecismos, sermonarios y otros escritos y en las disposiciones sinodales.

Entre aquellos primeros misioneros que se distinguieron en aquella lucha sin cuartel sobresalen y son recordados con tintes muy negativos en la historiografía, como Fray Toribio de Benavente Motolinía, y sobre todo Fray Diego de Landa, obispo de Yucatán, que en 1562 ordenó la destrucción de cuantos códices mayas encontraron.

El hecho llevado a cabo a partir de la mentalidad señalada, ciertamente produjo un daño notable para el conocimiento posterior de la cultura maya. Sin embargo, y ello parecería contradictorio con aquel modo de proceder, tanto Fray Diego de Landa como el resto de los misioneros, no pretendían barrer la tradición cultural de aquellos pueblos, ya que si hoy se conocen muchos aspectos de las mismas se deben a sus escritos.

Así fray Diego de Landa ha dejado un tratado: «Relación de las cosas de Yucatán», que es una de las fuentes históricas fundamentales hoy para conocer su cultura, constituyendo casi el cien por cien de lo que hoy conocemos sobre dicha cultura, con descripciones de su religión, de su lengua, de su cultura y del sistema de su escritura. El manuscrito lo escribe hacia 1566, aunque las primeras copias del mismo se hayan perdido.

Hacia 1660 se publica una versión del mismo trabajo, pero solamente en 1862 el sacerdote francés Charles Etienne Brasseur de Bourbourg publica el manuscrito en una edición bilingüe español-francés bajo el título de «Relation des choses de Yucatán de Diego de Landa». El fraile obispo franciscano ordenará la destrucción de los codices mayas al dares cuenta de cómo los mayas continuaban practicando los cultos idolátricos, por lo que la Inquisición celebró un «Auto de fe» en la localidad de Mani el 12 de julio de 1562, cuando, según el mismo Landa, 27 códices y unas cinco mil imágenes de ídolos mayas fueron quemados. Solamente se preservaron tres codices de jeroglíficos mayas precortesianos y fragmentos de un cuarto.

Razón y fuerza

Los indios preguntaban. ¿Qué han sido entonces nuestros ídolos? los misioneros respondían convencidos: demonios; enemigos del hom¬bre. Por eso se imponía una conclusión: había que destruir sus templos y sus objetos. Esto podrían llegar a admitirlo los indios; pero ¿cómo convencerlos de que todos sus antepasados habían vivido en error durante tantos siglos? Entre los indios tenía gran fuerza la autoridad: los misioneros se veían obligados a responder evidentemente habían vivido engañados como niños.

El diablo y los hechiceros habían mantenido en el error a los indios; se habían criado como en las sombras de la noche, en cada cosa parece un hombre. Pero Dios finalmente se había apiadado de ellos y había enviado a los misioneros. De este modo discurren Motolinía, Sahagún, los Catecismos de Lima.

Habla interés en poner de relieve la derrota de los guacas, cues, y demás objetos idolátricos, y el triunfo do los españoles. “¿Dónde están, ¿dónde se escondieron? ¿qué se han hecho los ídolos?”. Y, “¿por qué se callan cuando se les pisa y quema y despedaza?”. Los misioneros acudían al Libro de la Sabiduría y al profeta Oseas.[31]

El gran argumento de los misioneros para convencer a los indios estribaba en la crueldad de los ídolos, en cuyo honor se practicaba toda clase de aberraciones: sacrificios humanos, mutilaciones, flagelaciones y vulgaridades. Se ha ya aludido a Fray Bernardino de Sahagún que compuso una refutación sistemática de todas las divinidades paganas, basándose en la Escritura. Además de Sahagún, los padres Feria y Acosta argumentan que la idolatría ha sido la causa de tantas calamidades con que Dios los castiga.

Y como la astro latría estaba muy difundida, Borges aduce el caso del dominico, Fray Gonzalo Lucero, que por medio de un juguete de esferas explicaba a los indios en qué consistía un eclipse solar, “con una naranja en la mano y dos candelas encendidas” … de lo que “quedaron los indios admirados y muy contentos y risueños y corridos de su ignorancia”.[32]

Todos estos esfuerzos de raciocinio y de fuerza contemplaron los recursos que se juzgaron necesarios de generalidad y radicalismo. Se vio la necesidad de aislar a los convertidos del ambiente idolátrico; el medio se impuso muchas veces a una conversión sincera. Como la proliferación de los síntomas de renacimiento idolátrico se hizo universal en Indias, se estableció una suerte de «ley del arcano» con una organización policiva, en que los muchachos cristianos fueron habilísimos protagonistas.

En México, Guatemala y Perú se educó a los indios cristianos como aguaciles y fiscales. Ya desde el comienzo de la evangelización vemos en la práctica este método empleado por los misioneros. Tal fue el caso de los tres protomártires cristianos del Continente: los Santos Niños Mártires de Tlaxcala.

Desde los comienzos de la evangelización, los misioneros se mostraron radicales en arrasar toda manifestación idolátrica pública. Iban “por las provincias más populosas; derribando innumerables cues y templos”, se informa al emperador en 1532.[33]Pedro Borges recoge el dato de Sahagún, cuando los franciscanos do México, acompañados de los niños por ellos formados, se empeñaban en la destrucción de los ídolos :

“Juntábase gran copia de ellos [niños], y después de haberse enseñado un rato, iba un fraile con ellos, o dos, y subíanse en un cu y derrocabanlo en pocos días; y así se derrocaron en poco tiempo to¬dos los cues que no quedo señal de ellos, y otros edificios de los ídolos dedicados a su servicio”.[34]Esta actitud no fue monopolio de los franciscanos en México. Se practicó en toda América; por ello es de admirar que la idolatría tuviera fuerzas para renacer. Esto es un hecho qué merece estudiarse, examinando los resultados del esfuerzo evangelizador.

Tres notas comunes caracterizan el empeño por la extirpación de la idolatría: primero, se atribuye importancia capital a la destruición de todo símbolo idolátrico; segundo, esto se realiza en forma sintomática y radical; finalmente, esto constituye la primera actividad misionera.[35]Los antiguos cristianos no podían proceder en esta forma; los amotinamientos anti idolátricos se sucedieron a la conversión; en Indias, los cristianos venidos de lejos comenzaban suprimiendo implacablemente los signos de idolatría.

Si nos causa muchas reservas esta forma do proceder tendremos que preguntarnos: ¿en el ambiente de cristiandad española, de contrarreforma y de conquista del siglo XVI, resulta explicable? ¿O es precisamente esta conducta la que aguarda al historiador? Veamos lo que ocurría fines del siglo XVII en Nueva Granada, es decir, 170 años después de los acontecimientos anti idolátricos de México. El agustino fray Francisco Romero, cuenta cómo destruyó un santuario de ídolos en la Sierra Nevada:

“Se hallaron en las eminencias o colinas de algunas sierras y entre los cóncavos o ebras de algunos montes hasta diez templos, y entre ellos diversos ídolos de figuras incógnitas cuales se demuestran en la estampa inmediata, que son los que traje conmigo, para aclarar más en ambas curias la gran necesidad que hay de operarios en algunas partes principales de América. Otros se quemaron a la vista de algunos indios y otros despachó al gobernador… para que inmediatamente enviase algún sacerdote quo continuase lo que hubiese sembrado”.[36]

Esta obra de extirpación se hizo en todas partes en forma tan radical, que, a mitad del siglo XVI, prácticamente no había indicios idolátricos públicos en México, en el Perú, y más tarde en Nueva Granada. Pasma el atrevimiento: ¿obedeció a una consigna semejante obra de destrucción? Era una obvia iniciativa misionera.

Más admiraría que un español y sacerdote, y misionero, y del siglo XVI, no hu¬biese procedido así. No se perdonó nada, ni siquiera los escritos; en lugar de los edificios y objetos idolátricos, se suplantan símbolos cristianos hasta la exageración. Se cuenta de dos frailes dominicos que construyeron, cada uno, ciento y tantas iglesias.[37]

Menos radical fue la legislación. Por lo menos la Ley 6 (Tit., 1, L.l) de las Leyes de Indias manda expresamente que “asentada la paz con los naturales… u¬sando de los medios más suaves que parecieren, para aficionarlos a que quieran a ser enseñados, no comiencen a reaprehenderles sus vicios ni idolatrías, ni les quiten las mujeres ni ídolos porque no se escandalicen, ni les cause extrañeza la doctrina cristiana, enseñándoles primero, y después... les persuadan a que de su propia voluntad dejen lo que es contrario a nuestra sancta Fee Catholica...procurando los christianos vivir con tal ejemplo, que sea el mejor y más eficaz maestro”.[38]


NOTAS

  1. GROOT, Historia eclesiástica y civil de la Nueva Granada, ed. 1953, I, c, VIII, p.293, ed.1953.
  2. BORGES, 253.
  3. CALANCHA, Coronica moralizada...GH, 105.
  4. III Concilio de Lima, cap.42.Act.5, en VARGAS UGARTE I, 340.
  5. II Concilio de Lima, Const.107, VARGAS UGARTE, p.211.
  6. III Concilio de Lima: VARGAS UGARTE,I, 281.
  7. ACOSTA, De procuranda..., L.V, Cap.X.
  8. BORGES, 250.
  9. S. GREGORIO MAGNO: PL,77,1215; Ep,76. L. 21. Para S. Agustín: PL 43, 550; PL, 38, 422-423. Sermo 62, c.11).
  10. 3a Noticia Historial, II,1. ROMERO M.G.1.c.364.
  11. VARGAS UGARTE, I, 205-206; 253.
  12. ROMERO H G., o. c. 364.
  13. Cap.14-. Eclesiástica Xaveriana, l. c. l70).
  14. ROMERO H.G., o.c.365-366.
  15. En Segovia, 13 de julio 1573- CDIA,8,532.
  16. BORGES, 301.
  17. GH,103, Notas 24 y 25.
  18. BORGES, 276, Nota l0l.
  19. BORGES, 286.
  20. Cf TORRE REVELLO, Orígenes del Teatro roligioso, en Razón y Fe, 1947, 220-235; 335-347. Para estas líneas, BORGES, c. VI Y GH,97-107.
  21. BORGES,165.
  22. Ib.164.
  23. cf. En este sentido la obra clásica de CHRISTOPHER DAWSON, La Religión y el origen de la Cultura Occidental, Ed. Encuentro, Madrid 2010.
  24. BORGES,177.
  25. BORGES, ib. y MATEOS, MH, 7, 30.
  26. Hay que notar que este tipo de problemas se han planteado ininterrumpidamente a lo largo de los pueblos, sobre todo cuando en estos se vivían costumbres y tradiciones profundamente arraigadas en el campo cultural y social, entre ellas el culto a los antepasados practicado en determinadas maneras que limitan o se acercan a un culto supersticioso incompatible con la fe cristiana, y en el campo moral toda la cuestión de las relaciones entre hombre y mujer y los sistemas de matrimonio, generalmente en buena parte de los casos con el sistema poligámico. Estas situaciones están a la orden del día en muchas sociedades actuales en el mundo africano y en muchas sociedades de aborígenes en los varios continentes, incluido el americano.
  27. Cf. en tal sentido las declaraciones del Sínodo sobre la Amazonia del 2019, donde se tocan estos problemas relativos al mundo amazónico indígena y sus características culturales que defiende.
  28. Queda claro que tales costumbres tenían un mero sentido cultural, que se encuentran en todos los pueblos, y que hoy día, por ejemplo, se han puesto como moda normal en el mundo moderno (tatuajes, adornos de variada índole), que en aquellos momentos muchos misioneros interpretaron erróneamente escapándoles el sentido cultural que tenían.
  29. TEJADA Y RAMIRO, 540.
  30. A muchos antropólogos de los tiempos modernos se les escapa este aspecto fundamental para los creyentes del Libro ( judíos, cristianos y musulmanes), por lo que sus análisis pecan con frecuencia de una incapacidad en el saber encuadrar debidamente el fenómeno. Esta manera de enjuiciar hechos como los aquí referidos se encuentran con relativa frecuencia en escritos, también difundidos de manera telemática y virtual.
  31. ACOSTA, Hist.Nat. V, cap. 9.
  32. BORGES, 272-273.
  33. BORGES, 275-276.
  34. BORGES, 276.
  35. BORGES, 276.
  36. Llanto Sagrado, GH,101.
  37. BORGES, 273, Nota 108.
  38. GH,103.

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EDUARDO CARDENAS – FIDEL GONZALEZ FERNANDEZ