Diferencia entre revisiones de «IGLESIA Y LIBERARISMO EN LATINOAMERICA»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Esta compleja situación contribuye a la desvertebración de la Iglesia jerárquica hispanoamericana; el caso brasileño sigue otras pautas dado el proceso de su independencia de mano de la misma Corona portuguesa, que se trasladó a [[BRASIL;_Afrodescendientes | Brasil]] tras la invasión napoleónica de Portugal en 1808. En México, para 1829 no quedó un solo obispo en las 10 diócesis mexicanas, ya sea  por muerte, por huida o por vuelta a España. El arzobispo de México se había marchado a España por lo que esta archidiócesis primada quedó sin arzobispo desde 1823 a 1839. Los ordenandos tenían que ir hasta la Luisiana para recibir la ordenación. En Centroamérica, la diócesis de León de Nicaragua quedó sin obispo desde 1825 a 1849, la de Comayagua (Honduras) desde 1817 a 1844, la archidiócesis de [[GUATEMALA;_Afrodescendientes | Guatemala]] desde 1829 a 1843, la de Santa Fe de Bogotá desde 1804 a 1827 (salvo unos pocos meses), la de Cartagena de Colombia desde 1812 a 1831 (excepto un breve periodo). Sus pocos candidatos al sacerdocio tenían que ir a Caracas para la ordenación. En Ecuador, Cuenca estuvo sin obispo desde 1813 a 1837; en Perú sus cinco diócesis quedaron sin obispo prácticamente desde 1816 a 1835; una, la de Santa Cruz de la Sierra estuvo vacante durante 25 años. Los candidatos al sacerdocio tenían que correr mil peripecias para ordenarse lejos de su patria, y los pobres no podían permitirse el coste del viaje, como se dice una carta enviada a León XII en 1826. En las regiones del Plata en 1819 ya no quedaba ningún obispo. El primero llegará en 1830; pero la diócesis de Salta no lo tendrá hasta 1861 (lo había tenido solamente durante dos años, de 1836 a 1838).
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Esta compleja situación contribuye a la desvertebración de la Iglesia jerárquica hispanoamericana; el caso brasileño sigue otras pautas dado el proceso de su independencia de mano de la misma Corona portuguesa, que se trasladó a [[BRASIL;_Afrodescendientes | Brasil]] tras la [[INVASIÓN_NAPOLEÓNICA;_Repercusiones_en_Nueva_España | invasión napoleónica]] de Portugal en 1808. En México, para 1829 no quedó un solo obispo en las 10 diócesis mexicanas, ya sea  por muerte, por huida o por vuelta a España. El arzobispo de México se había marchado a España por lo que esta archidiócesis primada quedó sin arzobispo desde 1823 a 1839. Los ordenandos tenían que ir hasta la Luisiana para recibir la ordenación. En Centroamérica, la diócesis de León de Nicaragua quedó sin obispo desde 1825 a 1849, la de Comayagua (Honduras) desde 1817 a 1844, la archidiócesis de [[GUATEMALA;_Afrodescendientes | Guatemala]] desde 1829 a 1843, la de Santa Fe de Bogotá desde 1804 a 1827 (salvo unos pocos meses), la de Cartagena de Colombia desde 1812 a 1831 (excepto un breve periodo). Sus pocos candidatos al sacerdocio tenían que ir a Caracas para la ordenación. En Ecuador, Cuenca estuvo sin obispo desde 1813 a 1837; en Perú sus cinco diócesis quedaron sin obispo prácticamente desde 1816 a 1835; una, la de Santa Cruz de la Sierra estuvo vacante durante 25 años. Los candidatos al sacerdocio tenían que correr mil peripecias para ordenarse lejos de su patria, y los pobres no podían permitirse el coste del viaje, como se dice una carta enviada a León XII en 1826. En las regiones del Plata en 1819 ya no quedaba ningún obispo. El primero llegará en 1830; pero la diócesis de Salta no lo tendrá hasta 1861 (lo había tenido solamente durante dos años, de 1836 a 1838).
  
  
Estos datos son un botón de muestra de la penosa situación de la Iglesia durante el primer período después de las emancipaciones. Ello sumió a la Iglesia en un estado de anarquía eclesiástico. Lo mismo se puede decir de las parroquias, que quedan vacantes, los seminarios vacíos, las ordenaciones imposibles, la rapiñas de los bienes eclesiásticos continuas, los tesoros artísticos de iglesias y conventos y las ricas bibliotecas dispersados, robados o malvendidos y perdidos para siempre; el clero dividido y sin pastor y los nuevos gobiernos republicanos que se entrometen continuamente en la vida interna de las Iglesias locales. Tal era el panorama desolador que  mostraba la Iglesia hispanoamericana “''en aparente estado de disolución''”. Sin embargo, esta última afirmación, repetida por historiadores poco informados sobre el asunto como Schmidlin, R. Aubert y H. Koehler, y pasada a muchos manuales de historia eclesiástica, debe ser puntualizada caso por caso.
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Estos datos son un botón de muestra de la penosa situación de la Iglesia durante el primer período después de las emancipaciones. Ello sumió a la Iglesia en un estado de anarquía eclesiástico. Lo mismo se puede decir de las parroquias, que quedan vacantes, los seminarios vacíos, las ordenaciones imposibles, la rapiñas de los bienes eclesiásticos continuas, los tesoros artísticos de iglesias y conventos y las ricas [[BIBLIOTECAS_ECLESIÁSTICAS_EN_URUGUAY | bibliotecas]] dispersados, robados o malvendidos y perdidos para siempre; el clero dividido y sin pastor y los nuevos gobiernos republicanos que se entrometen continuamente en la vida interna de las Iglesias locales. Tal era el panorama desolador que  mostraba la Iglesia hispanoamericana “''en aparente estado de disolución''”. Sin embargo, esta última afirmación, repetida por historiadores poco informados sobre el asunto como Schmidlin, R. Aubert y H. Koehler, y pasada a muchos manuales de historia eclesiástica, debe ser puntualizada caso por caso.
  
  
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Cuadro general de la iglesia.

Las independencias sorprendieron a la Iglesia en una “profunda siesta”[1]y desprevenida para enfrentarse con el proceso del siglo liberal que iniciaba. La misma estructura de la Iglesia, demasiado dependiente del Antiguo Régimen, sufría grandes desajustes: le faltaba un clero debidamente formado, que había perdido el ímpetu de los grandes evangelizadores de la primera hora; las diócesis y las parroquias van a sufrir largos periodos de “sede vacante”. Las mismas órdenes religiosas, protagonistas antiguas de su evangelización, se encontraban en claro declive interno. Iberoamérica contaba a finales de siglo unos 60 millones de católicos y 104 diócesis, mientras los Estados Unidos, con sólo 10 millones de católicos, contaban con 13 arzobispos y 62 diócesis[2].


Las diócesis iberoamericanas eran también territorialmente muy grandes. En América Central los católicos eran unos dos millones en 1850 y tres millones y medio en 1900, esparcidos en casi medio millón de kilómetros cuadrados y distribuidos en cinco diócesis, lo que contribuía a una situación de atrofia de aquellas Iglesias locales. Pero en Argentina[3], Colombia, Chile, México[4]y Perú las sedes episcopales se multiplican a lo largo del siglo. Algunos de estos países crecen demográficamente con la ayuda del aluvión de inmigrantes europeos, en gran parte descristianizados, como Argentina y Uruguay; éste último llegará a tener un Obispo hasta 1865 y se erige en diócesis en el tardío 1878[5].


En todos los nuevos países se da una terca hostilidad por parte de los gobiernos liberales contra la Iglesia, con leyes específicas, medidas policiacas, continuas intromisiones en la vida de la Iglesia y en sus instituciones a las que desean controlar e incluso eliminar[6]. Si bien algunos concordatos en algunos países, por cierto muy limitados en su valor y duración legislativa, intentan poner unos límites a tal hostigamiento, éste no cesa[7]. Es la política de la “separación hostil” entre la Iglesia y el Estado, que encuentra en estos Estados latinoamericanos su paradigma más cualificado. El siglo XIX es por ello un siglo de continuo forcejeo entre la mentalidad liberal y positivista del Estado y la Iglesia, para defender lo que cada cual cree que son sus derechos.


Sin embargo la masa popular conservó su fe católica, a veces en forma heroica, gracias sobre todo a las madres y a los abuelos (la población joven masculina de este azorado siglo es una población trashumante, en constante movilización debido a las continuas guerras). Pero esta masa carece de una verdadera catequesis y de una asistencia pastoral adecuada por lo que a veces incluso aquella grande fe se ve como envilecida y se profesa dicotómicamente. En la segunda mitad del siglo, con la violencia de las sacudidas, se va despertando el catolicismo iberoamericano. Comienza un tímido catolicismo combativo, casi inexistente en el anquilosado catolicismo de Brasil, que aparecerá mucho más tarde; por ejemplo en este país la esclavitud es abolida hasta el 13 de mayo de 1888.


La fragmentación, a veces mutuamente hostil entre los nuevos países con sus cadenas de guerras civiles, influye también durante este tiempo en la suerte de la Iglesia. Su destino depende en parte de los diversos gobiernos de cada país. Durante la época virreinal (o colonial) la movilidad de obispos, misioneros, sacerdotes y religiosos era grande en todos los sentidos, ahora todos se encuentran como presos de unas fronteras hostiles, y del estatuto que les impone su pasaporte, sin poder salir a otros lugares y las diócesis sin poder recibir sacerdotes u obispos de otros países.


Estos factores pusieron a la comunidad eclesial en una situación desfavorable e incapaz de enfrentarse con los problemas. Muchos hombres de Iglesia ni siquiera se percataron del cambio epocal ni de las posiciones ideológicas predominantes. Sólo lentamente, a partir de mediados del siglo XIX, y no siempre con igual intensidad en los distintos lugares, la Iglesia se fue despertando de la “larga siesta”. En general la clase política y la intelectual habían dejado ya a la Iglesia. Esta clase estaba saturada de las ideas que oponían fe y razón, fe católica y progreso civil. Al máximo toleraban la fe para una edad infantil o para una clase “mujeril” de la sociedad, como algunos decían.


Diócesis y obispos

En el momento de la independencia hispanoamericana, la Iglesia estaba estructurada en siete archidiócesis metropolitanas y en 34 diócesis sufragáneas. Aquellas eran las de México, Guatemala, Caracas, Santa Fe de Bogotá, Lima, Charcas y Santo Domingo. Cuando se creó el imperio de Brasil, las circunscripciones brasileñas eran seis. En 1810 solamente algunas diócesis estaban vacantes. Los obispos generalmente no eran grandes figuras, pero todos estaban preocupados por conservar la fe, moralmente a la altura de su ministerio, caritativos, preocupados por la formación de su clero poco preparado teológicamente, y que con frecuencia les procuraba disgustos e impertinencias.


El Patronato, que en estos momentos obedecía al más rígido de los regalismos, había politizado mucho el ministerio episcopal. Las Coronas, tanto española como portuguesa, escogían a los obispos que se convertían así en funcionarios reales. Esta situación fue desastrosa durante los primeros años de la emancipación. Se comprende el problema de conciencia o de oportunidad en muchos obispos, cogidos entre la espada y la pared de dos lealtades imposibles de compaginar: al Rey y a las nuevas Repúblicas, o lo que es lo mismo a su grey. En 1810, año en que comienzan los procesos de emancipación de las futuras repúblicas hispanoamericanas, los obispos criollos eran seis. El rey de España presentó entre 1800 y 1820 54 sacerdotes para obispos en Hispanoamérica, todos ellos súbditos incondicionales del Rey; de ellos sólo 18 eran oriundos de la misma. La postura de este episcopado es muy diversa y discutible. Unos pocos eran realistas convencidos; otros se movían en la indecisión; otros se decidieron por el abandono de su diócesis ante el cariz que tomaban los acontecimientos; un reducido número de obispos españoles y criollos acogió la nueva situación, permaneció en sus puestos y fueron leales a las nuevas repúblicas. Serán estos, como Lasso de la Vega, obispo de Mérida de Venezuela, Jiménez de Enciso, de Popayán (Colombia), Goyeneche de Arequipa (Perú), Calixto de Orihuela de Cusco (Perú), que se adhirieron a la causa republicana y que constituirán el puente entre Roma y las nuevas repúblicas hispanoamericanas; otros, que en un primer momento se habían mostrado realistas, pero que más tarde comprendieron la situación y aceptaron las independencias fueron maltratados por Bolívar, Sucre, por el gobierno chileno, o por el dictador paraguayo Doctor Francia. Por ello no todos los obispos estuvieron a la altura del momento, dado el acusado regalismo que había caracterizado la Iglesia española y lusitana del siglo XVIII.


Esta compleja situación contribuye a la desvertebración de la Iglesia jerárquica hispanoamericana; el caso brasileño sigue otras pautas dado el proceso de su independencia de mano de la misma Corona portuguesa, que se trasladó a Brasil tras la invasión napoleónica de Portugal en 1808. En México, para 1829 no quedó un solo obispo en las 10 diócesis mexicanas, ya sea por muerte, por huida o por vuelta a España. El arzobispo de México se había marchado a España por lo que esta archidiócesis primada quedó sin arzobispo desde 1823 a 1839. Los ordenandos tenían que ir hasta la Luisiana para recibir la ordenación. En Centroamérica, la diócesis de León de Nicaragua quedó sin obispo desde 1825 a 1849, la de Comayagua (Honduras) desde 1817 a 1844, la archidiócesis de Guatemala desde 1829 a 1843, la de Santa Fe de Bogotá desde 1804 a 1827 (salvo unos pocos meses), la de Cartagena de Colombia desde 1812 a 1831 (excepto un breve periodo). Sus pocos candidatos al sacerdocio tenían que ir a Caracas para la ordenación. En Ecuador, Cuenca estuvo sin obispo desde 1813 a 1837; en Perú sus cinco diócesis quedaron sin obispo prácticamente desde 1816 a 1835; una, la de Santa Cruz de la Sierra estuvo vacante durante 25 años. Los candidatos al sacerdocio tenían que correr mil peripecias para ordenarse lejos de su patria, y los pobres no podían permitirse el coste del viaje, como se dice una carta enviada a León XII en 1826. En las regiones del Plata en 1819 ya no quedaba ningún obispo. El primero llegará en 1830; pero la diócesis de Salta no lo tendrá hasta 1861 (lo había tenido solamente durante dos años, de 1836 a 1838).


Estos datos son un botón de muestra de la penosa situación de la Iglesia durante el primer período después de las emancipaciones. Ello sumió a la Iglesia en un estado de anarquía eclesiástico. Lo mismo se puede decir de las parroquias, que quedan vacantes, los seminarios vacíos, las ordenaciones imposibles, la rapiñas de los bienes eclesiásticos continuas, los tesoros artísticos de iglesias y conventos y las ricas bibliotecas dispersados, robados o malvendidos y perdidos para siempre; el clero dividido y sin pastor y los nuevos gobiernos republicanos que se entrometen continuamente en la vida interna de las Iglesias locales. Tal era el panorama desolador que mostraba la Iglesia hispanoamericana “en aparente estado de disolución”. Sin embargo, esta última afirmación, repetida por historiadores poco informados sobre el asunto como Schmidlin, R. Aubert y H. Koehler, y pasada a muchos manuales de historia eclesiástica, debe ser puntualizada caso por caso.


Pero, a pesar de todo, las dos décadas dramáticas que van desde 1803 a 1831 son decisivas en la configuración de la futura América Latina. Se trata también de un periodo de “balcanización” durante el cual la independencia de los nuevos países permanece letra muerta en los textos constitucionales de las nuevas repúblicas. Estas se convierten de hecho, en propiedad de oligarquías de terratenientes o de burguesías comerciales, fundidas en una sólida unidad, los patriciados latinoamericanos, que se independizan del Imperio español para pasar a construir las haciendas agrícolas de Inglaterra. “El capitalismo industrial británico se convierte en el dueño de nuestras dependientes economías agrarias. Esencialmente nada había cambiado en relación al periodo colonial. Se continuaba la misma cosa con otra cara y otro estilo, quizá con mayor dureza hacia las masas populares que pierden todas aquellas protecciones erigidas, de manera más o menos eficaz, durante el ciclo de la Cristiandad Indiana...La sociedad indiana era más estatuaria que contractual, pero la ruptura del sistema y la subsiguiente preeminencia del contrato no tuvieron el mismo significado que en Europa. Aquí, en vez de abrazar a las corporaciones y a los artesanados en la dinámica industrial, los abandonó a sí mismos, dado que las industrias se hallaban en el ultramar europeo. Nace así la política de las clientelas y el «caudillismo» como expresión de una vida social desajustada y sin salida, mientras los patriciados liberales se referían a textos constitucionales censitarios. La «siesta colonial» se transformó en un reino de «pronunciamientos», no menos colonial”.[8]


A pesar de todo, paulatinamente durante este período desastroso, la Iglesia hace un notable esfuerzo por reconstruir sus estructuras jerárquicas en medio de infinitas dificultades. Pudo hacerlo gracias al arraigado espíritu cristiano de los pueblos. La reorganización eclesiástica se llevó a término a partir de los pontificados de León XII, pero sobre todo de Pío VIII y Gregorio XVI, que dotarán a las diócesis vacantes de obispos superando graves dificultades diplomáticas y jurídicas con el gobierno de Madrid y adaptándose a las nuevas situaciones republicanas. El criterio pastoral acabó por imponerse a las conveniencias diplomáticas[9]. Entre 1830 y 1900 se erigieron 10 nuevas sedes metropolitanas y 57 sedes sufragáneas con algunos territorios misionales en Argentina, Colombia y Ecuador.


Si bien los gobiernos estaban a veces interesados en que se erigiesen nuevas diócesis, ello se debía a motivos de prestigio. Con frecuencia pretendían ejercitar los derechos del antiguo Patronato o Padroado en los nombramientos de cargos eclesiásticos y con controles inaceptables para la Santa Sede. Por ello se tarda en la formación de nuevas diócesis, y por ello se explica la geografía de las macro-diócesis y parroquias. En la vigilia del Concilio Plenario de 1899, el continente iberoamericano contaba con 60 millones de católicos y las diócesis se habían multiplicado. Las jurisdicciones eran 104: 19 sedes metropolitanas y 85 diócesis. México contaba con 6 archidiócesis y 21 diócesis, Brasil con 2 archidiócesis y 9 diócesis. El resto de los países contaba solamente con una provincia eclesiástica cada uno, menos América Central donde las cinco repúblicas constituían una sola provincia eclesiástica. Destacaban Colombia con una archidiócesis y once diócesis, seguida por Argentina y Perú. Pero en el mismo periodo, Estados Unidos contaba con 13 arzobispados y 62 diócesis. El motivo de esta lentitud hay que buscarla en las trabas y en las fuertes hostilidades de los gobiernos liberales a las que hemos aludido.


El episcopado latinoamericano tampoco cuenta con grandes figuras episcopales que destaquen[10]. En todo el siglo XIX América Latina no contará con algún cardenal. Pío IX había designado para el capelo al obispo de Michoacán (México), Juan Cayetano Portugal, acérrimo defensor de los derechos de la Iglesia y que había intervenido en la vida política de su país como ministro bajo Santa Ana; cuando llegó a México la noticia, el designado ya había muerto. El gobierno de Perú pidió en 1861 el capelo para el arzobispo de Lima, Goyeneche, pero solamente en 1905 Pio X creará un cardenal iberoamericano y será un brasileño, Joaquím Arcoverde, arzobispo de Rio de Janeiro.


El clero secular.

La situación del clero tampoco era rosa. Sin embargo, sin su presencia no se puede entender el entramado social y religioso iberoamericano en todas sus componentes. Su presencia es continua en todos los aspectos de la vida. Forman parte de todas las iniciativas importantes, incluso políticas, y los encontramos en las más altas esferas de la vida pública. Los hay ejemplares, los hay llenos de sombras. El presbítero Víctor Eyzaguirre, que visita México a mitad del siglo, encontró que la formación del clero dejaba mucho que desear. En su relación Los intereses católicos en América se muestra impresionado por el servilismo de muchos sacerdotes y su falta de preparación[11]. El mismo juicio nos lo da Averardi, delegado apostólico en México en los tiempos de Porfirio Díaz, cuyo juicio sobre el clero es bastante severo; lo juzga “sumamente inmoral e indisciplinado, que quizá, o sin quizá, también ha sido causante de las negativas leyes civiles que ahora están en vigor[12].


Los mismos juicios los encontramos en las relaciones de los nuncios de Brasil y de otros delegados apostólicos como Gaetano Baluffi, Lorenzo Barili y Mieceslao Ledóchowski (que vivieron en Colombia entre 1838 y 1861). Roma interviene con los obispos para que remedien el estado deplorable del clero, tanto secular como regular. Pero los mismos obispos imploran la ayuda de Roma en este sentido viendo sacerdotes comprometidos con una vida desarreglada, o con gobiernos irreligiosos. Deploran que a veces se catequiza poco, y que sus sacerdotes lleven una vida mundana o que sean ignorantes, aunque también subrayan que la mayor parte de los sacerdotes conducen una vida digna. Por ello, en la segunda mitad del siglo, los obispos comienzan a solicitar la ayuda de sacerdotes y religiosos extranjeros para la formación de su clero. Con su llegada se empieza a notar la mejoría, como en Colombia con la llegada de los eudistas franceses.


Algunos obispos, sacerdotes y frailes militan con los liberales y otros con los conservadores. Hay de todo. Algunos se hallan enzarzados en la política provinciana y menuda del caciquismo. Esto lleva también a divisiones y a oposiciones con el propio obispo. Sin embargo muchos clérigos y frailes dieron una aportación positiva en las asambleas legislativas. Pero ello no quita la ambigüedad de muchas situaciones y el partidismo político que acarreaba consigo. Con el correr del siglo buena parte de los eclesiásticos se alinea con los conservadores, dando así a veces ocasión para ataques y persecuciones de los liberales contra la Iglesia. La intervención del clero en la vida política se comprende, dado el nivel medio de su formación sobre el resto de la población; pero frecuentemente su intervención fue excesiva y anormal. El citado Víctor Eyzaguirre deplora a veces la confusión de funciones a que llega el sacerdote dado a la política, y cuyo comportamiento puede producir confusión en la gente. Otras veces reconoce los méritos de algunos eclesiásticos que han participado en la vida política y pondera su contribución positiva; algunos eclesiásticos fueron encumbrados hasta los máximos cargos del Estado y no pocos participaron activamente a la lucha por la emancipación. Los casos más celebres de Hidalgo y Morelos en México no constituyen una excepción[13]. Incluso algunos sacerdotes consideraban que debían entrar en política para defender los derechos de las personas y de la Iglesia, frecuentemente conculcados por los nuevos gobiernos.


No establecemos aquí una tipología, ni del obispo ni del sacerdote iberoamericano del periodo, pero un estudio de tal tipología sería de suma utilidad para entender este catolicismo y la historia de estos países[14]. De todos modos, el siglo XIX registra una disminución de sacerdotes en las distintas regiones iberoamericanas y una desproporción cada vez mayor entre sacerdotes y habitantes. Si en 1810 se contaban unos 4229 sacerdotes diocesanos en Iberoamérica, en 1850 eran 3232 y en 1910 eran 4460. Pero la desproporción entre sacerdotes y población va creciendo cada vez más[15].


Su formación dejaba mucho que desear. En Brasil era quizá la más deficiente e improvisada, dando lugar a ordenaciones precipitadas de candidatos poco preparados e inadecuados para el sacerdocio, lo que dará lugar a no pocas infidelidades[16]. Los gobiernos liberales suprimen seminarios, incautan edificios, destruyen, dispersan o se apoderan de sus bibliotecas como las de México y Puebla, de valor inigualable. Esta situación afecta también a las parroquias. El Orbis Terrarum Catholicus de Werner (Friburgo 1890)[17]nos da una reseña de 80 diócesis de las 104 existentes en Iberoamérica en los últimos 10 años del siglo XIX. Estas 80 diócesis contaban con 5522 parroquias, por lo se puede calcular que las parroquias de todas las diócesis podrían llegar al máximo a un total de unas 5900. En México eran 1072 en 1821, y sólo 1331 en 1893. En Colombia unas 500 en 1820 y 930 en 1900. Se calcula que el número medio de habitantes por parroquia en 1899 era de unas diez mil almas; las desproporciones territoriales a veces eran inmensas.


Pese a todos los límites señalados, los sacerdotes iberoamericanos no constituían un cuerpo degradado. La gente estimaba altamente al sacerdote y se fiaba de él. Frecuentemente nos encontramos con levantamientos populares contra los gobiernos liberales que vejan a los sacerdotes, como en México, Guatemala y Colombia. Mariano Cuevas, el conocido historiador eclesiástico mexicano, nos da un juicio positivo sobre el clero de México. Cuando llegó el momento de la persecución, la mayor parte del clero en todas las nuevas Repúblicas dio fiel testimonio de fidelidad y comunión con sus obispos. Muchos, a pesar de su mediocridad intelectual, desafiaron las leyes injustas y permanecieron fieles a su ministerio sacerdotal entre la gente más humilde arriesgando su misma vida. Nos lo testimonia el mismo Eyzaguirre afirmando la abnegación de muchos sacerdotes en parroquias miserables, en climas pestíferos y en condiciones inhumanas. La misma observación la encontramos en algunos delegados apostólicos como el de Centroamérica, Giovanni Cagliero en 1910, y en las relaciones de muchos obispos que reafirman la lealtad, hasta el heroísmo, de muchos sacerdotes siempre junto al pueblo desamparado de todos los que vociferaban las nuevas ideologías políticas. En Colombia, de este clero, salieron 17 obispos que sufrieron la cárcel y el destierro por la defensa de la libertad de la Iglesia y por lo tanto de la persona. La historia de sus sacerdotes mártires de las persecuciones de la primera mitad del siglo XX nos confirman en lo mismo[18].

Los religiosos.

Otro capítulo aparte merecerían los religiosos. Todos pertenecientes a antiguas Órdenes, que como sus hermanos europeos, frecuentemente sufrieron crisis profundas que tuvieron una deplorable repercusión en Iberoamérica. No hay que olvidar que la Iglesia hispanoamericana fue en sus orígenes fundamentalmente una Iglesia “conventual” y el papel que ejercieron en esta historia evangelizadora los franciscanos, dominicos, agustinos, mercedarios y los jesuitas. De menor importancia son otras órdenes como los capuchinos, camilos, oratorianos y betlemitas, u otras órdenes hospitalarias llegadas más tarde o que tuvieron un menor impacto. Las independencias encontraron a estas familias religiosas muy debilitadas y muy vulnerables como sus hermanos europeos. Los jesuitas habían sido expulsados de Iberoamérica en 1759 ( Brasil), 1767 (Territorios españoles) y luego suprimidos en 1773 (Breve Dominus ac Redemptor). Por todo ello se da en Iberoamérica un verdadero proceso de agonía y extinción de las antiguas órdenes, sobre todo masculinas, por factores tanto internos a las mismas como externos (acciones de los gobiernos liberales)[19].


Se recuperarán más tarde y llegarán refuerzos de Europa, o nuevos institutos religiosos fundados en el siglo XIX[20], acogidos generalmente con amplia benevolencia y veneración por la gente y con rabia por los liberales masones más radicales, como el liberal peruano Manuel González Prada que cita los nuevos institutos llegados a Lima y junto con los antiguos y los ve como una invasión pestífera[21]. Traen un nuevo estilo y se dedican a las misiones, a la educación y a la caridad con los más necesitados. Se inauguraba con esta nueva llegada de institutos una nueva y esperanzada fase histórica, pero al mismo tiempo se daba en Iberoamérica un nuevo fenómeno: el nacimiento y fundación de numerosos institutos religiosos, donde destacan países como México, Perú y Colombia[22].


Notas

  1. METHOL FERRE’ A, Il risorgimento cattolico latinoamericano, CSEO-Incontri, Bologna 1983 : “La crisi dell’emancipazione e l’anarchia ecclesiastica” (1808-1831)”, 27-33.
  2. WERNER, Orbis Terrarum Catholicus, Friburgo 1890.
  3. En Argentina el presidente Mitre pide al papa en 1865, y lo obtiene, la creación de un arzobispado en Buenos Aires, ya que el honor nacional se resentía de que las diócesis argentinas fuesen hasta entonces sufragáneas de Charcas, en Bolivia.
  4. En marzo de 1863 Pío IX crea 7 nuevas diócesis en México y 2 arzobispados, tras encontrarse con algunos obispos mexicanos desterrados. Más tarde León XIII erigirá otras cinco diócesis y 3 sedes metropolitanas.
  5. El presidente Atanasio Cruz Aguirre pide al Papa la creación de una diócesis en 1864 ; lo aprueba el Congreso en 1874 contra la oposición de los liberales que dicen : “No es creando obispos como se sirve al país. Más que la mitra vale el libro que enseña al niño a ser hombre y al paria a ser ciudadano. Más que una catedral vale una penitenciería”. Los católicos respondían: que también ellos querían escuelas, pero auténticas, y no que haya penitencierías; (cit. en E. CARDENAS, “Dispensas” citadas, p. 48)
  6. Los gobiernos exigen que los obispos sean nacionales ;así explícitamente lo pide el presidente Carlos Antonio López de Paraguay (1842-1862.
  7. Para los textos de los Concordatos cf. Raccolta di Concortati su meterie ecclesiastiche tra la Santa Sede e le Autorità civili, a cura di A. MERCATI, 2 vols., Tip. Pol. Vaticana 1954. Los Concordatos fueron: con Costarrica (7.10.1852) ; Guatemala (7.10.1852) ; Haití (20.3.1860) ; Honduras (9.7.1861) ; Nicaragua (2.11.1861), San Salvador (22.4.1862) ; Venezuela (26.7.1862) ; Ecuador (26.9.1862) e nueva versión (2.5.1881) ; Guatemala (2.7.1884) ; Colombia (31.12.1887) y añadidos (20.7.1892) ; con Ecuador relativo a la sustitución de las décimas y otros puntos (26.3.1890), (convención del 1865) ; convenciones con la R. de Colombia para aplicar el art. XXV del Concordato de 1887 (9.10.1918 ; 1.1.1919 ; 15.3.1951), y sobre la interpretación del art. 17 del Concordato (21.6.1923 ; 231.6.1923 ; 27.2.1924 ; 10.6.1924 ; 28.6.1924), circular del Nuncio Ap. Al Episcopado colombiano para la ejecución del a Ley n. 54 de 1924 (13.12.1924), convención sobre las Misiones (1.5.1928 ; 29.1.1953) ; modus vivendi e Convención con la R. de Ecuador (27.7.1937) ; convención con la R. de Haití sobre los bienes eclesiásticos ; con la R. Dominicana (16.6.1954).
  8. METHOL FERRE’ A. Il risorgimento cattolico latinoamericano, 30-31 (nuestra trad. de la edic. Ital.) ; cf como confirma del fenómeno del “caudillismo” y del caciquismo” y sus raíces : los estudios de E. KRAUZE, Siglos de caudillos, Tusquets Editores, México D.F. 1994 ; L. ISLAS GARCIA, Apuntes para el estudios del caciquismo en México, Ed. Jus, México 1962.
  9. Cf. LETURIA, P. De. Relaciones entre la Santa Sede e Hispanoamérica, II-III, Roma - Caracas 1960. En 1827 León XII preconizó a los primeros cinco obispos de la Gran Colombia, lo que produciría la ruptura de relaciones diplomáticas con Madrid. Bolívar se mostró cauto y buen diplomático en el asunto alcanzando un procedimiento adecuado. Se nombraron más tarde vicarios apostólicos para México, Chile, Argentina, aunque los nuevos gobiernos republicanos no veían bien tal procedimiento pues deseaban el nombramiento de obispos y no de vicarios apostólicos para ver así reconocida la independencia por la Santa Sede. Ya en 1830 las dificultades habían sido superadas y el viejo Patronato español archivado.
  10. Sobre el episcopado latinoamericano del s. XIX los estudios son todavía escasos. Entre ellos cf. Fidel QUIROZ GONZALEZ, L.C., Radiografia de una Iglesia : la Iglesia en México según las Relationes ad Liminam de los obispos mexicanos de la segunda mitad del siglo XIX, dissertatio d Doctoratum in Facultate Historiae Ecclesiasticae Pontificiae Universitatis Gregorianae, P. U. G. Roma 1995.
  11. J. I. V. EIZAGUIRRE, Los intereses católicos en América, 2 vols., París 1859.
  12. Cit. en R. E. CHAVEZ SANCHEZ , La Iglesia en México hacia el Concilio Plenario Latinoamericano (1896-1899), Moderante R.P. Giacomo Martina S.J., Dissertatio ad lauream, Faculad de Historia E., P.U. Gregoriana, Roma 1986.
  13. En varios países las independencias se proclamaron en las salas capitulares de los conventos, como en Quito (en el de la Merced) y a la sombra de la protección de clérigos y cabildos eclesiásticos. La Virgen de la Merced fu proclamada “generalisima” y patrona de los ejércitos emancipadores en varias Repúblicas del Suramérica : cfr. VARGAS UGARTE, Historia del Culto de María en Iberoamérica y de sus imágenes y santuarios más celebrados, 2 t., Madrid 1956.
  14. Para el caso del Brasil cf. el trabajo de NEY DE SOUSA, ut supra.
  15. Cf. los datos ofrecidos en WERNER, Orbis Terrarum Catholicus, Friburgo 1890 ; E. CARDENAS, “La vida Católica en América Latina”, en QUINTIN ALDEA - E. CARDENAS, Manual de Historia de la Iglesia, X, Herder, Barcelona 1987, 560-562.
  16. Cf. NEY DE SOUSA, ut supra.
  17. Tomamos estos datos de E. CARDENAS, “Dispensas...” cit. que nos ofrece un cuadro global muy elocuente de cifras y datos; IDEM, “La vida Católica en América Latina”, o.c., 560-562.
  18. Durante aquellos años de persecución violenta contra la Iglesia dieron su vida por la fe católica numerosos sacerdotes y seglares, de ellos 27 han sido ya beatificados. El primero fue el p. jesuita Miguel Agustín pro (25.91988), seguido por otros 25 mártires (25 sacerdotes y 3 jóvenes seglares) el 18.11.1992 y recientemente por el p. agustino Nieves. Sobre las persecuciones de la Iglesia en México cf., por ejemplo, J. MEYER, La cristiada, 3 vols., citados supra ;IDEM, Historia de los cristianos en América Latina siglos XIX y XX, 94-110, 231-244.
  19. Sobre la vida religiosa femenina en el período virreinal español cf. : El monacato femenino en el Imperio español. Monasterios, beaterios, recogimientos y colegios. Memoria del Ii Congreso Internacional, Manuel RAMOS MEDINA coordinador, Condumex, México D.F. 1995.
  20. Un caso a se lo constituyen los jesuitas, numerosas veces expulsados de los distintos países y siempre perseguidos por los más radicales. Escribe Cárdenas : “El jesuitismo constituyó una tessera orthodoxiae para los católicos y conservadores y una piedra de escándalo para masones y liberales”. En algún sitio como en Perú se llegó incluso a proponer como caso de alta traición la admisión de la Compañía de Jesús. “No hicieron política, pero se hizo mucha política en torno de ellos” (Víctor Sanabria, historiador y arzobispo costarricense, cit. en Cárdenas, “Dispensas...”, 63).
  21. Cf. en VARGAS UGARTE, Historia de la Iglesia en Perú, 1800-1900, t. V, Burgos 1962.
  22. F. GONZALEZ FERNANDEZ, MCCJ, “El carisma de la vida consagrada y la historia reciente de México”, en Ecclesia, (Universidad del Mayab - México), vol. VIII, 4, octubre-diciembre (1994), 479-532 ; IX, 1, enero-marzo (1995), 69-113 ; JEFREY KLAIBER, S.J., La Iglesia en el Perú, 148-185.

Bibliografía

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  • Meyer, J., La cristiada, 3 vols; IDEM, Historia de los cristianos en América Latina siglos XIX y XX, 94-110.
  • Ney de Sousa, ut supra.
  • Para los textos de los Concordatos cf. Raccolta di Concortati su meterie ecclesiastiche tra la Santa Sede e le Autorità civili, a cura di A. Mercati, 2 vols., Tip. Pol. Vaticana 1954. Los Concordatos fueron: con Costarrica (7.10.1852); Guatemala (7.10.1852); Haití (20.3.1860); Honduras (9.7.1861); Nicaragua (2.11.1861), San Salvador (22.4.1862); Venezuela (26.7.1862); Ecuador (26.9.1862) e nueva versión (2.5.1881); Guatemala (2.7.1884); Colombia (31.12.1887) y añadidos (20.7.1892); con Ecuador relativo a la sustitución de las décimas y otros puntos (26.3.1890), (convención del 1865); convenciones con la R. de Colombia para aplicar el art. XXV del Concordato de 1887 (9.10.1918; 1.1.1919; 15.3.1951), y sobre la interpretación del art. 17 del Concordato (21.6.1923; 231.6.1923; 27.2.1924; 10.6.1924; 28.6.1924), circular del Nuncio Ap. Al Episcopado colombiano para la ejecución del a Ley n. 54 de 1924 (13.12.1924), convención sobre las Misiones (1.5.1928; 29.1.1953); modus vivendi e Convención con la R. de Ecuador (27.7.1937); convención con la R. de Haití sobre los bienes eclesiásticos; con la R. Dominicana (16.6.1954).
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  • WERNER, Orbis Terrarum Catholicus, Friburgo 1890


FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ