INDEPENDENCIAS DE LA AMÉRICA ESPAÑOLA Y LA SANTA SEDE

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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I. EL PROCESO INMEDIATO DE LAS INDEPENDENCIAS

El peculiar caso de Brasil

La historia de las independencias políticas en lo que hoy se conoce por Iberoamérica (y con mayor frecuencia Latinoamérica) no es unívoca e igual en todas partes. La evolución política de los antiguos dominios de la Corona española y portuguesa en el Continente es larga y diferenciada. Hay que recordar que el caso del Brasil forma una historia especial. El inmenso territorio bajo la Corona portuguesa alcanza su independencia pacíficamente cuando el hijo de Juan VI, rey de Portugal, se proclama emperador del Brasil con el nombre de Pedro I. A su reino de real transición (1822-1831), sucede el largo reinado de su hijo Pedro II, destronado tras un prolongado gobierno, sustancialmente positivo, y con la proclamación en 1889 de la república, por obra sobre todo de una clase militar descontenta. Un año antes en Brasil se había abolido la esclavitud (13 de mayo de 1888).

Haití, la segunda República independiente del Continente americano

Por su parte, Haití, antigua colonia francesa, tras la Paz de Ryswick (1697) en que se divide la Isla Española entre España y Francia, comienza su proceso independiente en los tiempos de la Revolución Francesa y como su consecuencia. Tal proceso, con tintes agudamente dramáticos, se desarrolla a lo largo de la última década del siglo XVIII y en los primeros años de la edad napoleónica. La independencia teórica de una isla desarticulada se proclama el 1 de enero de 1804, tras años de sangrientos enfrentamientos entre varias facciones. Comienza su andar independiente con el nombre de Haití, que en lenguaje indígena quiere decir “Tierra de montañas”, y con una población en su gran mayoría de descendencia afro-americana.

Era la segunda república del continente, después de las Trece Colonias anglosajonas de América del Norte, que alcanzaba su emancipación política, pero bajo el dominio total de una población descendiente de antiguos esclavos; en este sentido constituía un reclamo para el resto del continente “blanco” y para los grupos abundantes de afro-americanos diseminados a lo largo de su geografía. En medio del Caribe, esta isla de afro-americanos independientes constituía un fuerte aldabonazo a la conciencia de los movimientos autonomistas criollos en curso. “La revolución negra había sido hecha para transformar un pueblo de esclavos en un pueblo libre, aunque Dessalines [su primer prócer presidente] estableciera la esclavitud [de hecho y de nuevo], cosa a la que no estaban dispuestos los norteamericanos e hispanoamericanos dueños de esclavos de color. Cuando Hispanoamérica se alce, no será precisamente para dar liberad al negro”.

La invasión napoleónica a España como circunstancia histórica desencadenadora del proceso inmediato de las independencias

Con el inicio del siglo XIX, la Francia revolucionaria, ahora bajo el consulado primero y poco después bajo el imperio de Napoleón Bonaparte, logra imponer su propia política en versión nueva del antiguo “pacto de familia” franco-español, a los débiles ministros españoles con una serie de guerras contra Portugal, aliado de los ingleses, y una política totalmente filofrancesa y antibritánica, con resultados funestos como la derrota marítima conjunta franco-española de Trafalgar por parte de la flota inglesa (1805). Para muchos historiadores se sitúa precisamente en esta fecha el comienzo de un proceso que tendrá notables consecuencias en el caso hispanoamericano.

Napoleón mira en apoderarse de toda la península ibérica e iniciar la puesta en marcha de un característico imperio “latino-francés”, que se extendería desde Lisboa a Moscú, jalonado con una serie de estados-monarquías vasallas de su Imperio; una especie de evocación fantástica del Imperio de Carlo Magno.

En España Napoleón encontrará un peón apto para sus planes en el ambicioso primer ministro Manuel Godoy, quien sueña con un reino creado para él entre Portugal y España. Toda la política española en estos momentos es filo-napoleónica. Así España apoya la expulsión del rey de Nápoles, un hermano precisamente del rey de España Carlos IV de Borbón, y el reconocimiento de José Bonaparte, hermano de Napoleón como nuevo rey de Nápoles; y en 1807 consigue también el apoyo a su plan de un embargo total continental contra Inglaterra. El último gesto nefasto llevado a cabo por esta política fue el tratado secreto entre Napoleón y Godoy en Fontainebleau (27 de octubre, 1807), con el que se quitaba el reino de Portugal al príncipe heredero y regente portugués Juan, esposo de una hija de Carlos IV de España, Carlota Joaquina, y la división de Portugal en tres partes: al norte creando el reino de Lusitania (para los reyes destronados de Etruria); el reino del Centro para Napoleón en vistas de un intercambio de paz sucesiva con los ingleses; y al sur con la creación del reino de Alentejo y Algarve para el mismo Godoy. Al mismo tiempo se acordó el permiso para que el ejército de Napoleón pudiese entrar libremente en España en su camino hacia Lisboa.

Sería ésta la ocasión esperada por Napoleón para invadir España. A su vez, el príncipe de Asturias y heredero de la Corona española, el débil e inepto hijo de Carlos IV, el futuro Fernando VII, pide ayuda a Napoleón para resolver algunos conflictos familiares, y todo a escondidas de su padre Carlos IV. Asistimos a una serie de intrigas de la Corte, que no ayudarán en absoluto en la resolución de los graves problemas del momento.

Mientras tanto, Napoleón invade Portugal con la ayuda de las tropas españolas. La familia real portuguesa huye entonces juntamente con toda la corte y una población portuguesa metropolitana de unas diez mil personas hacia Brasil. Lo hace ayudada, transportada y bajo la tutela de los ingleses. Se establece así la corte portuguesa en Brasil, y el antiguo virreinato brasileño se convierte en sede metropolitana, mientras que la antigua metrópoli y su capital, Lisboa, se hayan ocupadas por los franceses.

Entonces Napoleón, dueño total de la situación europea continental, se propone destronar al último Borbón europeo: Carlos IV de España. Manda ocupar España por las tropas de su mariscal Murat. Finalmente Godoy cae en la cuenta de la trampa y aconseja incluso al rey de embarcarse también hacia América. Era ya demasiado tarde. El pueblo se alza contra Godoy y luego contra los invasores franceses en un primer movimiento conocido como el "Motín de Aranjuez" (19 de marzo, 1808), nombre del palacio real de Aranjuez donde sucedieron los hechos. Carlos IV se ve obligado a deponer al antiguo ministro. Acabará así, relegado y sin gloria. Le había causado impresión la estrella de Napoleón; luego le tuvo miedo, y finalmente se convirtió en un servil lacayo suyo. La vanidad y el deseo de poder lo habían cegado, vendiendo su misma patria a Napoleón en busca de otras glorias. Pero también Carlos IV, la reina María Luisa, y su hijo Fernando VII son culpables de la misma ceguera y de idénticos errores. El timorato Carlos IV teme por su vida; por ello abdica en su hijo Fernando VII. Estamos en la vigilia de la caída temporal de la dinastía de los Borbones en España y de su destierro-prisión dorada en Francia.

Los reyes españoles habían traicionado su misión y se habían despojado de un derecho suyo inalienable, en cuanto eran depositarios fiduciarios de un poder “delegado” por parte de los pueblos que constituían los territorios de su Corona y cuya misión, la de los reyes, era la de la defensa de los “fueros” (derechos, libertades de los mismos) y no detenedores caprichosos de los mismos. Los derechos renunciados por los unos, y usurpados por Napoleón, deberían volver a los sujetos de su legítima posesión: los pueblos, que en tal sentido empezarán a tomar conciencia de su propia soberanía. De hecho, en las próximas Cortes de Cádiz (1812) se hablará ya de “nación soberana” o con lenguajes ideológicos parecidos; los mismos términos los veremos muy pronto usados en los diversos lugares de Hispanoamérica en los movimientos de independencia emancipadora.

Esta dramática situación será la ocasión inmediata para el comienzo de un levantamiento general en España, a mancha de Leopardo, con frecuencia autónomo de un lugar a otro, lo que indica una conciencia general, y que luego se entrará en contacto con intenciones e iniciativas para organizarse en juntas de gobierno, juntas generales y más tarde llegará a convocar unas Cortes generales en Cádiz de todos los representantes de los pueblos de la antigua Corona (1811-1812). Aquel levantamiento general es lo que da lugar a la “guerra de la independencia” contra Napoleón, el invasor y el enemigo declarado, o así visto por los patriotas españoles, de cuanto representaba para éstos la tradición más sagrada de su historia. Inventarán nuevos métodos de lucha, codificados estratégica y lingüísticamente en la palabra “guerrillas”, métodos peculiares que pondrán en peligro continuamente a los bien organizados ejércitos napoleónicos.

En esta lucha en un segundo momento tendrá un lugar principal la estrategia inglesa y sus ejércitos, dirigidos por el futuro vencedor de Napoleón en Waterloo, el duque de Wellington. Al final Napoleón será derrotado, conjuntamente en la campaña de España y en la de Rusia (1812-1814). Aquellos levantamientos se extienden a los dominios españoles de América a partir de 1809-1810, pero con un nuevo sesgo: llevarán a las independencias de manera fratricida y con interminables guerras civiles, duras, traumáticas y cruentas en muchos lugares, entre los realistas, delegados al principio de una España invadida por las huestes napoleónicas y con un rey intruso, José Bonaparte, y tras su derrumbamiento, por un Fernando VII, al principio “deseado” y más tarde calificado por una parte de españoles liberales como “felón” y los nuevos patriotas americanos, en continuo crecimiento de una autoconciencia emancipadora y libre.

El camino independiente

Comienza así el camino independiente de los nuevos Estados y Repúblicas hispanoamericanas en un largo, tortuoso y difícil proceso de emancipación. Éste había iniciado ideológicamente en el siglo anterior, en el mundo de los criollos, salpicado de hechos y fenómenos que preanunciaban su desenlace inevitable; se focaliza con mayor y dramática precisión evolutiva en sus contenidos, formas y gestos, a partir de la invasión napoleónica de la península ibérica y la ocupación militar de España por parte de los franceses a partir de 1808. Aquella invasión desencadena una serie de crisis, problemáticas, planteamientos jurídicos, constituciones de juntas de gobierno, levantamientos militares populares, nacimiento de lo que se llamará guerrillas ininterrumpidas contra el invasor, intervención inglesa sistemática en apoyo de las mismas, constitución de una regencia con atormentados momentos y vaivenes en su constitución y marcha; juntas de mando y defensa, el extenderse de las primeras ideas de un temprano liberalismo (la misma palabra “liberal” se encuentra acuñada en aquellas circunstancias), la celebración de unas muy movidas Cortes generales de todos los reinos hispanos (por lo tanto de los de la América española) con una discutida y a veces precaria representación fruto de las circunstancias trágicas del momento, etc…, que estarán presentes en la España peninsular a partir de aquel mayo sangriento de 1808 hasta el abandono definitivo de España por parte de las derrotadas tropas napoleónicas en 1812-1813, la derrota de Napoleón y la vuelta del “deseado” Fernando VII en 1814.

Los síntomas de la nueva etapa política databan de mucho atrás, y ellas llevarán a un proceso de ruptura política con graves consecuencias en el campo religioso. ¿Cuáles fueron las principales coordenadas del proceso emancipador? Son temas debatidos vivamente por la historiografía actual. La cronológica de este proceso histórico inmediato de la Independencia política de los reinos o provincias de ultramar suele dividirse en varias etapas: declaración de independencia y obstáculos políticos de los realistas de la España ocupada por Napoleón y que había colocado en el trono español una nueva dinastía vasalla: la encabezada por su hermano mayor José Bonaparte, tras la abdicación de los reyes legítimos españoles Carlos IV y Fernando VII (padre e hijo) en Bayona (1808-1814); la restauración de Fernando VII y la vuelta al absolutismo antiguo (1814-1818) habiendo rechazado la Constitución liberal de Cádiz de 1812, y la lucha aguda contra los levantamientos emancipadores en América; el triunfo de la revolución liberal encabezada en España por el general Rafael del Riego con su breve paréntesis liberal, tiempo en el que se consolidan los movimientos emancipadores en América; y la consolidación de las independencias, todavía imprecisas tanto en sus formas políticas, como en sus configuraciones geográficas (1819-1825...1830).

El notable historiador de las relaciones entre la Santa Sede y las independencias americanas, el jesuita Pedro de Leturia, habla así con mayor precisión de cinco fases: entre 1808¬-1814 de la renuncia de Bayona, hasta la restauración de Fernando VII; entre 1814-1817 la restauración de Fernando VII en el trono español; posteriormente de 1818-1823 el fracaso de Fernando VII; la cuarta fase es la intervención de la Santa Alianza en favor de la restauración del Antiguo Régimen en España después del Congreso de Verona (1823); y el quinto período es el de la lucha diplomática por el reconocimiento de las nuevas repúblicas americanas. De todos modos y simplificando, se puede adoptar también la periodización del proceso independentista presentada en tres etapas: la acción de las juntas americanas y la unanimidad revolucionaria, de 1808¬-1812; la que va desde 1812 a1 1820 que comprende la agudización de la rebeldía hispánica y la defensa militar española; y por último los años 1820-1823 conocidos como el trienio liberal, que indicaron la ruta de la consolidación de las independencias americanas, las cuales quisieron rubricarse en el Congreso de Panamá de 1826.

Sin embargo, el proceso de las independencias no acaba con esas fechas y se extiende hasta bien entrada la segunda parte del siglo XIX, pues las nuevas repúblicas no se consolidarán hasta finales de aquel siglo, y todavía se asistirá a guerras internas civiles cruelísimas en cada país, guerras fratricidas con las hermanas repúblicas, como las de Paraguay, Argentina, Brasil, Bolivia; las de Perú y Chile; las de México con los Estados Unidos y en su interior etc., y todavía en los albores del siglo XX la secesión de Panamá de Colombia y el nacimiento de un nuevo Estado, la larga lucha en Cuba por su independencia de España, consumada en 1898. Todo ello indica a las claras como el proceso emancipador buscaba tormentosamente la configuración de naciones-estados sin conseguirlo totalmente a lo largo del siglo.

Esta situación confusa y no siempre clara de cosas se ve desde los comienzos, cuando los mismos emancipadores buscan conjugar formas de estado antiguas, como la monarquía, los lazos con la misma monarquía hispana, y otras formas nuevas, tanto monárquicas en algunos casos, como en su mayoría republicanas. Así muchos liberales tanto peninsulares como americanos defienden tanto en las Cortes de Cádiz (1811-1812) un nuevo tipo de monarquía constitucional, que sin renunciar al viejo tronco le diesen una fisonomía foral nueva, en la que los territorios americanos tendrían una configuración según aquella antigua base foral jurídica de la tradición monárquica hispana. De hecho aquellos territorios siempre habían sido conocidos jurídicamente como «reinos» y no como «colonias» en el sentido “anglosajón”, aunque con el nuevo estilo mercantilista inaugurado por la política de los Borbones del siglo XVIII, comienzan de hecho y de palabra a ser tratadas como «colonias» en el sentido literal. Ahora, con la invasión de Napoleón las cosas cambian, por lo que una de las primeras juntas de gobierno español en lucha contra el invasor, la Junta Central del 22 de enero de 1809, defiende y define que aquellos territorios no son colonias, sino provincias (o reinos). Decisión que sirvió sólo para alimentar los movimientos independentistas ya en cauce.

Todos estos acontecimientos van a influir precisamente en el despertar de las independencias americanas y en su proceso ya imparable. Comienzan bajo un signo preciso, semejante al de la Península, y se van desarrollando en un sentido literalmente autonomista primero y claramente independentista luego, a lo largo de una década abundante que va a acabar con la consumación legal del proceso y la formación inicial de los nuevos estados independientes.

En una primera y discutida fase que se desarrolla sustancialmente a partir ya de 1809 en algunas regiones, y sobre todo desde 1810 hasta 1817, y que se concluye en varios lugares con la victoria de los realistas españoles, sigue una última y definitiva fase entre 1818 y 1824. Entre las numerosas personalidades de los insurgentes hay que recordar a Agustín de Iturbide, criollo y general realista [brigadier] primero, insurgente más tarde, que arregló con el virrey su abdicación con el tratado del Plan de Iguala-Tratados de Córdoba; se hizo proclamar emperador tras el fracaso de sus propuestas realistas a Fernando VII, y acabó siendo fusilado en 1824; a Simón Bolívar, que el 9 de diciembre de 1824 alcanza en Ayacucho una victoria decisiva sobre los realistas españoles e intenta realizar el ambicioso proyecto de una Gran Colombia, que había durado desde 1821 a 1825, cuando tres futuros estados, Ecuador, Venezuela y Nueva Granada (Colombia), se separaron para seguir cada uno de ellos su propio camino. Colombia conservará hasta 1858 el nombre de Nueva Granada. José San Martín, será el libertador de Argentina, de Chile y de Perú.

El factor religioso estuvo estrechamente unido a la lucha de la independencia, no sólo porque los insurgentes eran católicos de hecho y de auto reconocimiento propio, sino también porque con frecuencia insistirán sobre el sentido religioso y católico de aquellos pueblos como palanca para los alzamientos. En los comienzos las motivaciones dadas por los insurgentes eran la defensa de la fe católica y de la Iglesia, e incluso de la misma Corona ante la usurpación del Corso y las actuaciones consideradas impías de los hijos de la Revolución francesa, que en aquellos años ocupaban la Península y contra los cuales se habían levantado mayoritariamente los pueblos de la misma. Más adelante aquellas motivaciones se irán matizando y cambiarán radicalmente de sesgo. Pero está claro que los gritos patrióticos de los insurgentes en sus comienzos están llenos de tonos religiosos y no solamente en muchos de ellos, clérigos y religiosos, como Hidalgo, Morelos, Matamoros… en México, fusilados durante aquellos años aciagos de lucha, sino también por los insurgentes puramente seglares o laicos. Buena parte del clero inferior no sólo se mostró decididamente favorable a la lucha, sino que participó activamente en ella.

El escaso episcopado activo de aquel entonces, totalmente de nombramiento regio español, fue en buena parte más favorable a la Corona, a la que se sentía vinculado por un juramento de fidelidad legitimista, que a las independencias. De hecho aquellos pronunciamientos libertarios causaron en muchos hondos problemas de conciencia empujando a algunos a actitudes hostiles a los mismos, condenas, y cuando no pudieron ya más, la marcha, el abandono de sus diócesis y la vuelta a España. Sin embargo, tampoco faltaron obispos legitimistas que ante una realidad testaruda como la del proceso emancipador, tuvieron que doblegarse a las circunstancias y aceptarlo. Pero aquellas situaciones trajeron consigo una cadena de dolorosos y conflictivos problemas pastorales con numerosas sedes episcopales y parroquiales vacantes, conventos desiertos y obras de caridad eclesial que languidecían en una larga y extenuante agonía.

Por parte suya la Corona española, es decir Fernando VII, en todas sus etapas, tanto en las efímeras liberales como en las absolutistas, se empeñó siempre hasta su muerte (el 29 de septiembre de 1833) en querer mantener el viejo sistema de cosas, petrificado en el sistema del antiguo Patronato regio sobre la gestión de la Iglesia. Es aquí donde se plantea el problema de la actuación de la Santa Sede ante aquel laberinto y madeja de problemas difícil de deshilvanar: Por una parte la realidad siempre más clara de las independencias imparables, y por otra la pretensión del legitimismo español, en línea con la praxis de la restauración legitimista que se impone con el Congreso de Viena, de querer conservar a toda costa el viejo imperio español en todas sus componentes y privilegios, incluido el del Patronato, a pesar de que al correr de aquellos años el antiguo imperio se iba desangrando. Por lo que a los inevitables desórdenes de las luchas civiles y las pretensiones de la Corona española de conservar la antigua situación, y por otra parte las victorias de los emancipadores con sus pretensiones de ser los continuadores de los antiguos derechos reales del Patronato, pusieron a la Santa Sede en una muy difícil encrucijada diplomática y de aplicación del derecho, sobre todo en el tema del nombramiento de los obispos, ante las numerosas sedes vacantes y el reconocimiento diplomático de hecho de los nuevos Estados.


II. LA SANTA SEDE Y LOS NUEVOS ESTADOS

Es en el complejo cuadro de cuanto hemos señalado que hay que colocar las difíciles disyuntivas con las que se enfrentó el mundo eclesiástico, crecido en el más puro regalismo y fomentado por un legitimismo emergente. Idéntica problemática la encuentra la Santa Sede a lo largo de los cinco pontificados de gran parte del siglo: Pío VII, León XII, Pío VIII, Gregorio XVI y Pío IX. Apuntaremos sobre todo las actitudes emergentes en los primeros cuatro, ya que los tiempos de Pío IX corresponden ya a los hechos plenamente consumados y aceptados. Pero además surge necesaria la pregunta: ¿Qué significó, en la práctica, la separación de los antiguos territorios americanos de España? Esta pregunta puede unirse a otras, de no menor importancia: ¿estaba en el pensamiento de los próceres de la independencia el deseo de aislar a los católicos de Hispanoamérica de la Santa Sede? ¿Y ésta qué actitudes tomó ante los enrevesados problemas que le planteaba de hecho las independencias en el campo eclesiástico?.

Apuntes de historiografía sobre el tema

Desde el punto de vista de la historiografía es importante la amplia obra del jesuita Pedro de Leturia; sus investigaciones no han sido todavía, creemos, superadas en su conjunto. Entre sus títulos sobre la temática hay que recordar: Relaciones entre la Santa Sede e Hispanoamérica, 3 vols., Roma-Caracas 1960; Gregorio XVI y la emancipación de la américa española, en Gregorio XVI. Miscellanea commemorativa, II, Roma 1949; El ocaso del patronato español en la América española, en Razón y Fe, 70 (1924), 5-23; 72 (1925), 31-47; Acción diplomática de Bolívar ante la Santa Sede a la luz del archivo Vaticano, en Razón y Fe, 70 (1924), 445-450; Bolívar y la encíclica de Pío VII sobre la independencia hispanoamericana, en Revista de Historia de América, 29 (1950), 1-35; León XII y Bolívar, en Razón y Fe, 98 (octubre-diciembre 1930), 209-224, 523-554; El origen histórico del Patronato de Indias. Un problema de actualidad hispanoamericana, en Razón y Fe, 78 (enero-marzo 1927), 20-36; Un párrafo más sobre el origen del Patronato de Indias, en Razón y Fe, 78 (enero-marzo 1927), 512-527; Novum Spagnole Nomen. O nuevas aclaraciones sobre la bula inicial del patronato de Indias, en Razón y Fe, 80 (julio-septiembre 1927), 171-181; PEDRO DE LETURIA – MIGUEL BATGLIORI, [S.J.], La primera misión pontificia a Hispanoamérica 1823-1825. Relación oficial de monseñor Giovanni Muzi, Cittá del Vaticano 1963.

El archivo histórico de fundamental consulta sobre estos asuntos es el Archivo Secreto Vaticano [ASV], principalmente los fondos Secretaría de Estado, [Segr. Stato, Esteri], en los números 279, fases. 1-5, busta 592, 1824-1829; ID., 279, fases. 2-11 busca 593, 1830¬1836 y 1837-1838 [se descubre que los fases. 2 y 8 de estos años y de esta busta se repiten]; ID., 279, fases. 1-7, busta 594, 1837-1838; ID., 279, fases. 1, 6-10, busta 595, 1839-1841; ID., 279, fases. 1-10, busta 596, 1842-1850. Siempre en el mismo fondo de ASV, Segr. Stato, Missioni (de Propaganda Fide), 280, busta 598, 1835-1850; ID., 281, fases. 1, 4 y 6, busta 600, 1826-1830; ID., Arch. Nunz. Madrid, 249; ID., Arch. Nunz. Parigi, 248 (importante porque fue esta oficina la que durante la ruptura política de los territorios hispanoamericanos, sirvió como empalme entre ellos y la Santa Sede); ID., Arch. Nunz. Brasile, 251, fases., 3-4, busta 448, 1824-1832. Esta nunciatura comenzó su vida a partir de 1829, interesándose también de problemas relativos a los nuevos Estados hermanos. Otra fuente es la del organismo vaticano de la Santa Sede que se interesa de las relaciones con los Estados [AA.EE.SS: Congregazione degli Affari Ecclesiastici Straordinari]; en el caso de la América española es la sección America, fase., 1, 1815-1826; fase., 2, 1826-1827; fases., 3-4, 1826-1828; fase., 5, 1829-1833; fase 6, 1835-1843. Dentro del mismo archivo AA.EE.SS, A. III, se encuentran los fondos de cada país, que corresponden como siguen:

Argentina, fase., 15, 1826-1831; fases., 16 y 17, 1831; fase., 18, 1830-1832; ID., Brasil, fase., 142-144, 1829-1832; ID., Bolivia, fases., 193-198, 1826-1849;1D., Colombia, fases., 296-314, 1829-1842; ID., Chile, fases., 83-89, 1826-1847; ID., Guatemala, fases., 511-517, 1830-1846; ID., México, fases. 581-597; ID., Nicaragua, fases., 541-544, 1826-1848; ID., Paraguay, fase., 133, 1840-. 1848; ID., Perú, fases., 232-242, 1830-1846; ID., Salvador, fases., 532-536, 1841-1848; ID., Uruguay, fase., 123, 1833-1847.

La bibliografía sobre los pontificados correspondientes a las fases que aquí señalamos relativas a Hispanoamérica es muy numerosa; van recordadas las fuentes para encuadrar los datos fundamentales de los obispos del tiempo en la América española como la de: P. B. GAMS, Series episcoporum Ecclesiae Catholicae..., Ratisbonae 1873. Otro autor de aquellos años, A. DE MONTOR en varias obras: Storia del papa Pio VII, 2 vols., Milano 1837; Storia del pontefice Leone XII, 3 vols., Milano 1843-1844; Storia del pontefice Pío VIII, 2 vols., Milano 1844. Trata necesariamente sobre aspectos que atañen de pasada al tema. El original de la obra última citada, fue escrito en francés y luego será traducida al italiano por C. ROVIDA y, más tarde al alemán por SCHERER SCHMHAUSEN, 1844. El autor se ocupaba entonces en Roma de asuntos diplomáticos de Francia ante la Santa Sede. Narra las dificultades padecidas por el representante del gobierno de la Gran Colombia, Ignacio Sánchez de Tejada, durante el período de la Restauración y más tarde, después de 1830, las que tuvo que padecer tras la creación de la República de la Nueva Granada con la Embajada de España, por el tema del Patronato.

En relación al pontificado de Gregorio XVI se deben señalar obras como las de: A. M. BERNASCONI (a cura di) Acta Gregorii papae XVI, 4 vol., Roma 1901, o las relativas a problemas y personajes eclesiásticos específicos, como es el caso del primer internuncio de Hispanoamérica, en Bogotá, G. BALUFFT, L'America un tempo spagnuola, riguardata sotto 1'aspetto religioso dall'epoca del suo discuoprimento sino al 1843, Ancona 1844-1845. Sin embargo, en esta obra el autor se detiene a finales del siglo XVIII; sobre el proceso de independencia y la formación de las nuevas repúblicas, apenas hace una pequeña mención en la introducción (XXVIII-XXXIII). Sin embargo el autor señala la influencia que tuvo, a partir de 1825, el monje camaldulense, prefecto de Propaganda Fide y más tarde papa Gregorio XVI, sobre aquel proceso en América. Un estudio completo desde el punto de vista bibliográfico, así como desde el punto de vista de las investigaciones de archivo, es el de Álvaro LÓPEZ V., El papa Gregorio XVI y la reorganización de la Iglesia Hispanoamericana: El paso del régimen de patronato a la misión como responsabilidad directa de la Santa Sede, Tesis de doctorado en la Facultad de Historia Eclesiástica de la Pontificia Universidad Gregoriana (Roma) bajo la dirección del colombiano Prof. Alberto Gutiérrez S.J., Roma 2004.

También hay que recordar varias tesis doctorales e investigaciones específicas sobre la temática, como las de: Alfonso ALCALÁ ALVARADO, El restablecimiento del episcopado en México (1825-1831), tesis en la Facultad de Historia Eclesiática de la Pontificia Universidad Gregoriana (1967); María Severina CHIARLÓ, Il trionfo della Santa Sede. Opera di Mauro Cappellari. Università degli Studi di Pisa, Facoltà di Filosofia (1978-1979); Maria Isabel CONTRERAS, La sede episcopal de Chile a mediados del Siglo XIX: aspectos de la vida cristiana a través de las visitas pastorales de los obispos Manuel Vicuña y Rafael Valentín Valdivielso, Facultad de Historia Ecelsiástica, Universidad Gregoriana, Roma 2002; Antonio de EGAÑA, La teoría del Regio Vicariato en Indias, Tesis en la Facultad de Historia, U. Gregoriana (1958); Luis MEDINA ASCENCIO, La Santa Sede y la Emancipación Mexicana, Tesis en la Facultad de Historia, U. Gregoriana (1946); Francesco MOCCIA, Roma e lo Stato Pontificio al tempo di Gregorio XVI. Dalle collezioni romane e vaticane dei bandi. Tesis en la P. U. Gregoriana (1963); Luis Ernesto AYALA BENÍTEZ, La Iglesia ante la independencia política de Centro América: el caso El Salvador, Tesis en la Facultad de Historia Eclesiástica de la U. Gregoriana, bajo la dirección del Prof. Fidel González Fernández, Roma 2004; Emilio MARTÍNEZ ALBESA, La Inserción de la Iglesia en la nación según el pensamiento de algunos católicos mexicanos representativos, de 1767 a 1848, Tesis de doctorado en historia eclesiástica bajo la dirección del Prof. Fidel González Fernández, Facultad de Historia Eclesiástica, Pontificia Universidad Gregoriana, Roma 2004; también: MARTÍNEZ ALBESA, Emilio, La Inserción de la Iglesia en la nación según el pensamiento de los católicos mexicanos (1855-1867), Tesis doctoral bajo la dirección del Prof. Mario Hernández Sánchez-Barba, Facultad de Historia de América, Universidad Complutense, Madrid 2006. Estos dos trabajos han sido publicados por extenso y unificados en: Catolicismo y liberalismo en México, 3 tomos, Editorial Porrúa México 2007, que cubren los años: 1767-1822 (t.1); 1823-1848 (t.2); 1848-1867 (t.3) y donde se estudia por extenso el complejo camino en la búsqueda y configuración de un proyecto de estado-nación; Ernesto ROJAS INGUNZA, El báculo y la espada. El obispo Goyeneche y la Iglesia ante la iniciación de la República, Perú 1825-1841, Instituto Riva-Agüero, P. U. C. del Perú, Lima 2006.

Las nuevas Repúblicas piden el reconocimiento a la Santa Sede

Los nuevos gobiernos republicanos hispanoamericanos pronto pidieron a la Santa Sede el reconocimiento diplomático, con todas sus consecuencias eclesiásticas. Ello comportaba una estrecha relación entre el aspecto político y el religioso. Desde el punto de vista jurídico, los nuevos gobiernos pretendían el reconocimiento total, con todas las consecuencias, y también los antiguos derechos del patronato ejercido por la Corona española, considerado por ellos como inherente a la soberanía nacional, ahora en manos de las nuevas Repúblicas. Sin embargo quizá aquellos gobiernos no caían totalmente en la cuenta de la gravedad de su petición o pretensión, y lo que ello comportaba para la Santa Sede. Ésta debía tratar y debatir el problema con el intransigente y regalista antiguo régimen español, que se empeñaba en conservar sus antiguos derechos. Aquí entramos en la tortuosa actitud de la Corona frente a la política de la Santa Sede desde Pío VII hasta Gregorio XVI.

Lentamente, y ya a partir de la última parte del pontificado de Pío VII, Roma comienza a darse cuenta más precisa de las situaciones pastorales que la nueva situación entrañaba, y empieza entonces a tratar el tema teniendo presente tales aspectos. El caso ya entrevisto a finales del pontificado de Pío VII, se vislumbra con mayor claridad en tiempos de León XII. Aquí ya encontramos al monje camaldulense Mauro Alberto Cappellari, primero como consultor y luego como cardenal, metido de lleno en tales temas. Estudiado el problema, Cappellari propone una serie de puntos que según él, se debían tener presentes, ya sea en las delicadas discusiones con el embajador español en Roma, como con los varios enviados hispanoamericanos que llegaban a Roma. Las propuestas de Cappellari a León XII se sitúan entre 1825 y 1826. En ellas, este hombre curial, que poco tenía de político, presenta unas propuestas nacidas de una preocupación pastoral que sin embargo comportaban una serie de resoluciones que atañían también al campo político. A él le preocupaba fundamentalmente la vida de la Iglesia en aquellas nuevas Repúblicas. Estas preocupaciones las hará más efectivas cuando, ya como papa con el nombre de Gregorio XVI (1831-1846), tenga que tomar decisiones sobre el asunto. Damos un repaso sucinto a la actitud de los diversos pontífices para luego detenernos algo más sobre este último pontífice.

Bajo Pío VII (1800-1823)

A la luz de lo señalado podríamos indicar un claro y complejo proceso de “idas y venidas”, de avances y retrocesos en las actitudes de los diferentes papas que ocupan el Solio de Pedro durante las primeras tres décadas del siglo XIX ante las Independencias Hispanoamericanas. Comienza el siglo bajo el pontificado de Pío VII, quién le toca vivir todo el drama postrevolucionario, la época napoleónica y la de la restauración, gestada en el Congreso de Viena (1815). En su largo pontificado podemos señalar tres momentos y tres actitudes relativas a aquella compleja problemática:

- Ante todo encontramos una actitud favorable a la Corona española, restaurada y crítica ante las independencias en curso. Antes de 1822, los nuevos Estados hispanoamericanos emergentes intentan entrar en contacto con la Santa Sede, sobre todo empujados por la necesidad, sea de ser reconocidos por la misma, como también por el problema pastoral de las numerosas sedes vacantes y el nombramiento de obispos para ellas. La respuesta de la Sede Romana se encuentra focalizada en aquellos momentos, dominados en la vieja Europa por la política de la Restauración, en la encíclica Etsi longissimo, del 30 de enero de 1816. El texto se puede ver en Leturia, con un comentario suyo. En un lejano pasado algunos dudaban sobre la autenticidad del texto; hoy ya nadie lo pone en duda. El texto expresa la mentalidad del Papa y de la Curia romana, equivocadamente convencidos de que las revoluciones en curso en la América Española fuesen un epígono de la Revolución Francesa, destinado a desaparecer pronto. El Papa no olvidaba la actitud de los españoles en aquellos aciagos momentos y la generosa ayuda española dada a la Santa Sede.

- Sin embargo, después de 1822, asistimos a un cambio notable en el mismo Pío VII. No hay que olvidar los sucesos españoles de aquellos años con la revolución liberal y su triunfo. Vemos por otra parte que las revoluciones o levantamientos emancipadores en la América española siguen su curso triunfante, también apoyados por la misma situación que se había creado en España. Pío VII ve con preocupación el afianzarse en España los gobiernos liberales, con claros tintes anticlericales, desde 1820 a 1823. Las noticias que llegan a Roma, especialmente por obra de algunos religiosos y diplomáticos americanos, como el franciscano argentino Pacheco y el obispo venezolano Lasso de la Vega, obispo de Mérida de Venezuela. El obispo venezolano pasó a través de una profunda evolución, recorriendo fases en pro del legitimismo a las más abiertas del liberalismo político. Ello se debió sin duda a los contactos que el prelado tuvo en aquellos años con Bolívar. Pío VII responde inmediatamente al obispo. El Papa no reconoce los nuevos Estados, pero proclama su neutralidad. El P. Leturia recoge también los comentarios de la prensa hispano-americana, entusiasta con la actitud del Pontífice. En todo ello se puede ver una evolución del Papa en sentido de superación del legitimismo.

- En los últimos años de la vida de Pío VII vemos todavía una evolución ulterior. Es cuando se decide la misión Muzi-Mastai a Chile (1823-1825). El gobierno del libertador O’Higgins la había pedido en 1821 y Pio VII la concede sin carácter diplomático. Envía así un vicario apostólico, Mons. Muzi, antiguo auditor en la Nunciatura de Viena; hace también parte de la misión el canónigo Mastai (futuro Pío IX). La misión zarpa de Génova a finales de 1823, tras la subida al pontificado de León XII, y llega a Chile cuando a O’Higgins le ha sucedido un gobierno liberal-regalista, el de Freiras. Muzi protesta obviamente contra las medidas regalistas del nuevo gobierno, como el alejamiento del obispo de Santiago, legitimista, y el nombramiento de un administrador; el comienzo de la confiscación de los bienes eclesiásticos y de los religiosos, y otras medidas en la misma dirección. Los contrastes y la falta de tacto de Muzzi llevan al fracaso de la misión y al regreso de la misma a Roma. Leturia lo expone de manera clara. Por lo que la Santa Sede comenzó a darse cuenta de la nueva situación política.

La escena política hispanoamericana es variable y diferenciada en estos momentos según las regiones y las historias particulares de cada nueva república en ciernes: desde México a la Argentina, pasando por Centroamérica, Nueva Granada (Colombia), Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia y Chile. Cada prócer emancipador tiene su propia historia y su papel peculiar. El caso de la Nueva España (México) es singular, tanto en la cronología de los hechos, como en la personalidad de los protagonistas de su independencia. Lo mismo sucede con las repúblicas centroamericanas. El sur del continente hispano sigue un propio y característico andar, muy variado, desde la futura Gran Colombia, Río de la Plata (Argentina), Paraguay, Uruguay, Chile, Bolivia, hasta el las tierras del virreinato de Perú y Ecuador. En cada una de ellas cobran una especial importancia algunos de sus primeros libertadores y caudillos en el tema que estamos apuntando, como en el caso sobre todo de Simón Bolívar.

Simón Bolívar y la Iglesia

Entre los próceres de los movimientos de la independencia de las repúblicas hispanoamericanas, destaca emblemática la de Simón Bolívar. Su figura es una de las más notables del proceso emancipador por el papel que va a tener en las relaciones directas o indirectas con Roma en campo eclesiástico. Algunos historiadores se preguntan sobre la religiosidad católica de Simón Bolívar y sobre sus relaciones con la Iglesia en cuanto institución. En los comienzos de su camino político en pro de la emancipación americana y tras los fracasos cosechados en los primeros levantamientos, se muestra más bien hostil con el clero. Le responsabiliza de aquellos fracasos por sus adhesiones realistas y juzga negativo su influjo sobre el pueblo simple, lo que explicaría el poco entusiasmo popular por la causa libertadora. Pero con el andar del tiempo redimensionará sus juicios e intentará involucrar al clero en la lucha emancipadora. Incorpora incluso en sus discursos políticos imágenes y argumentos religiosos. En su Carta de Jamaica (1815) valoriza la religión como elemento importante para las futuras repúblicas y lo mismo hace al concebir su proyecto político global para todo el continente iberoamericano.

Según algunos autores, como Zeuske y Lynch, analizando su Discurso de Angostura (1818) y la Constitución Vitalicia (1826), Bolívar concibe unas relaciones Estado – Iglesia según las ideas típicamente liberales de la separación de esferas, sin caer en las actitudes propias de la separación liberal hostil con la Iglesia. El Libertador habría visto a la religión y a la Iglesia en clave pragmática, con el clero jugando un papel fundamental en función social y moralizadora. Tal actitud sería más fruto de su pragmatismo político que de hondas convicciones personales. Este pragmatismo explicaría su preocupación por establecer un cordial entendimiento, o al menos una entente amistosa, con la jerarquía eclesiástica y con la misma Santa Sede.

Zeuske cita unas palabras atribuidas a Bolívar que reflejan este pragmatismo político respecto a la Iglesia y a lo religioso: “No disputemos con los eclesiásticos que llaman siempre en su auxilio la religión y hacen causa común con ella. Las desavenencias con éstos son siempre funestas; la amistad con ellos es siempre vantajosa”.

En el mismo sentido escribe Bernard Plongeron, apuntando la visión de un Bolívar cercano a la religión y a la Iglesia por motivos políticos, y esto para acercarse así más a la masa del pueblo, que no lo había apoyado durante sus primeros años, y para integrar la religión en su estrategia política. Esta actitud recuerda, incluso no tan lejanamente, la de Napoleón Bonaparte en las discusiones sobre el concordato (1801) con la Santa Sede en tiempos de Pío VII y de su secretario de Estado Consalvi, al tratar los delicados, y aparentemente insalvables problemas planteados por la cuestión religiosa católica en Francia, tras la Revolución y el cisma constitucional.

Sin embargo hay también historiadores que apuestan por la religiosidad evolutiva de Bolívar, e incluso señalan momentos en los que habría demostrado una actitud de fe cristiana, mientras que en otros predominarían su anticlericalismo y algunas de las ideas típicas del reformismo ilustrado (también español); y otros momentos en los que se podría ver el influjo negativo ejercitado sobre él por algunos ambientes y amistades racionalistas. Parece ser que su contacto con el pueblo hispanoamericano concreto le habría hecho ver la realidad de la Iglesia, captando su papel y su mejor sentido, más allá de los típicos prejuicios comunes en los ambientes racionalistas y los del nuevo liberalismo anticlerical nacido de aquel. De todos modos, esto ayuda también a entender su ya citado pragmatismo político.

Su trato con el clero y con la gente sencilla, le habrían ayudado a distinguir lo accidental de lo esencial en la vida religiosa y en la de los miembros de la Iglesia. Bolívar tuvo que observar la rica realidad de la religiosidad popular, profundamente impregnada de catolicismo, y aunque no haya quizás comprendido hasta el fondo la belleza de la fe católica, ha debido percibir sus componentes esenciales en un pueblo al que él también amaba. Es cierto que, como hijo de aquella ilustración reformista en la que bebe, no debía sentirse muy atraído por aquella religiosidad popular. Sin embargo, no podía ignorarla ni dejar de reconocer, y al menos atisbar, su importancia vital para la gente. Por lo tanto habría sido el trato con el clero y con la gente lo que le habrían abierto a este realismo en sus juicios.

Por una parte conocemos por sus iniciativas legislativas sobre las corporaciones eclesiásticas sus actitudes en el campo eclesiástico, típicas del momento, como la incautación de los bienes eclesiásticos siempre que lo consideró oportuno para sus fines políticos, el que presionara sobre el clero para tener su total respaldo en su lucha independentista y en su lucha contra el clero realista. Por otra parte, como escribe Díaz-Trechuelo, “Bolívar, por un proceso intelectual, llega a captar la esencia de lo que la Iglesia es, dejando de lado lo accidental (poder, riqueza, influjo moral y posición en América). Él fue entendiendo y separando poco a poco su doble carácter divino y humano. Aunque en esta trayectoria se dieron avances y retrocesos, en su conjunto se fue acercando cada vez más al verdadero concepto, y esto no procede de un estudio filosófico – teológico, sino de un conocimiento cada vez más profundo de la idiosincrasia del pueblo americano, de su trato con obispos y sacerdotes, de su contacto con la Santa Sede, y, en suma, con la realidad que circunda”. Este juicio, bastante lisonjero de la conocida historiadora, podrá ser quizás matizado o discutido, pero resta el hecho de un cambio sustancial en las actitudes de Bolívar en relación a la Iglesia y el hecho, como subraya Ernesto Rojas Ingunza citando a Díaz-Trechuelo, que si bien su actitud posiblemente fuese oportunista, es claro que no guardaba hacia la Iglesia la hostilidad de la que hizo gala en sus primeros años de lucha. La misma Díaz-Trechuelo señala al referirse a la masonería de Bolívar, que su temprana adhesión a la misma presumiblemente se enfrió con el tiempo, al punto de volverse irrelevante en su vida posterior. Tras Ayacucho, que completa la independencia política, a Bolívar le era necesario el apoyo de la Iglesia, dejando de lado totalmente las veleidades de una Iglesia cismática. Esto, como sostiene Rojas Ingunza, se ve claro en su encuentro con el obispo de Arequipa José Sebastián Goyeneche.

Estas pinceladas sobre Simón Bolívar son elocuentes a la hora de señalar sus esfuerzos para entrar en contacto con Pío VII primero, y con sus sucesores más tarde, para arreglar la compleja situación eclesiástica de las nuevas repúblicas de manera pacífica y positiva, acordándose con la Santa Sede. En ello va a usar la mediación de algunos notables eclesiásticos como el obispo de Mérida Lasso de la Vega, pasando desde explicitas actitudes realistas, a un favor confesado por la emancipación y su reconocimiento legal por parte de la Santa Sede. Precisamente en estas intervenciones hay que encuadrar las últimas decisiones de Pío VII, así como las de sus inmediatos sucesores.

En el pontificado de León XII (1823-1829)

Se llega así a los años cruciales de 1825-1830, bajo León XII, un cardenal del grupo de los llamados “zelanti” [intransigentes]. Parece ser que León XII habría tenido en diciembre de 1823 un encuentro con el cardenal Consalvi, el experto Secretario de Estado de Pío VII, sobre los problemas más graves de la hora presente. Entre los problemas examinados, según el parecer del cardenal, se encontraban los de la administración pontificia, las relaciones con el rey Luis XVIII de Francia, la hospitalidad a la familia Bonaparte, el año jubilar 1825, la unión de la Iglesia en Rusia, la emancipación de los católicos de Inglaterra, y el problema hispanoamericano.

Consalvi explicó al nuevo Papa los motivos de la política conciliante con el gobierno de Madrid, siguiendo las pautas mantenidas antaño con Napoleón, para que no se opusiera a la acción de la Santa Sede en favor de las provincias americanas, «donde la legitimidad española no ejercía ya autoridad alguna». El cardenal añadió «que en ningún momento había pensado en el reconocimiento político, sino en salvar la religión mediante la preconización de obispos, pues se quería evitar, - según las explicaciones del cardenal-, que el vicario apostólico, al llegar allá se encontrara con «metodistas, presbiterianos, ¡qué sé yo! aún nuevos adoradores del sol». En el fondo, los motivos que habían movido la política de la Santa Sede durante su gestión en la Secretaría de Estado, eran netamente religiosos. Un caso significativo había sido la actitud sobre el Río de la Plata. Continuando en su intervención, el cardenal Consalvi había observado que «aún ahora hay lugar para seguir esta misma política, pero con una prudencia que jamás se niegue a sí misma. Vuestra Santidad sabrá conciliar la ternura de la gratitud [con el Rey de España] con los deberes del pontífice». El cardenal Consalvi demostraba una vez más su aguda y clarividente visión política y eclesiástica, como la había demostrado con Napoleón y en los tiempos del congreso de Viena. Moría un mes después, el 24 de enero de 1824. Comenzaba para el papa Della Genga (León XII), el verdadero "drama interior", como lo define el padre Leturia del "caso hispanoamericano"; pues no podía refugiarse en posiciones filo-españolas y cerrarse a la situación pastoral cada vez más dramática la Iglesia de Hispanoamérica: ¿cómo conjugar el legitimismo de España por una parte, y las exigencias también legitimas de las nuevas Repúblicas y de sus obispos hacia donde «gravitaban su mente y su conciencia»?, como señalaba el embajador de París en Roma, Artaud de Montor. No se podía mantener una neutralidad imposible.

A finales de 1814 llegaba a Roma el monje camaldulense Mauro Cappellari como procurador general de su Orden. Comenzaba entonces su trabajo en la Curia romana entrando como consultor de la Congregación de Negocios Eclesiásticos Extraordinarios. En la Curia va a encontrarse con el conciliador y abierto cardenal Consalvi y con los llamados “zelanti” (o intransigentes) con su defensa a ultranza del legitimismo imperante. Cappellari se inclinaba, por formación y por experiencia, más a los segundos que hacia la corriente de Consalvi. Pero como consultor de la Congregación de Negocios Eclesiásticos Extraordinarios y de Propaganda Fide, y como examinador de los obispos, entraba en contacto necesario con los nuevos problemas del mundo hispanoamericano. Consalvi desconfiaba de la Congregación de Negocios Eclesiásticos Extraordinarios, dominada por hombres del “partido zelante”, y confiaba más en hombres más abiertos como monseñor Rafael Mazio. Para Cappellari todo aquel mundo problemático de las independencias hispanoamericanas le resultaba nuevo, sobre todo para uno como él que seguramente se sentía cercano a las corrientes de la restauración. Así vio las fuertes presiones de Madrid para conservar los antiguos privilegios del Patronato y su rechazo de las independencias. Sin embargo no podía cerrar sus oídos a las voces que llegaban a la Curia sobre la desoladora situación en que se encontraban aquellas iglesias. Deberá interesarse sobre aquellos asuntos por expreso deseo de León XII.

Hasta entonces, la Santa Sede, bajo Pío VII y Consalvi, había mantenido una política externa de “neutralidad”. Bajo este Papa, el entonces cardenal Della Genga había sido miembro de la comisión cardenalicia que había estudiado la propuesta de enviar un vicario apostólico a Chile, que sería monseñor Muzi. Había sido del parecer que la instrucción para dicho monseñor se contuviera dentro de los términos de la neutralidad pontificia frente al caso. Monseñor Muzi debía mostrar una clara habilidad para tolerar que el nuevo gobierno chileno ejerciera en la provisión de beneficios eclesiásticos los derechos patronales que una vez ejerciera el rey de España, sin dejarlo entender o aprobar explícitamente; además se le instruía para que no se comprometiese en asuntos políticos, y que actuara dejando claro que la Santa Sede intervenía sólo para proveer a las necesidades espirituales.

Por ello se comprende la actitud del antiguo cardenal Della Genga, ahora León XII, en el complicado problema que se ponía a su conciencia de Papa. Encontrará en los juicios (“votos”) de Cappellari, elementos de una respuesta más realista, donde se podía conjugar la responsabilidad del Papa como pastor universal, y las reclamaciones intransigentes y legitimistas del Rey de España. En aquellos momentos (1825-1826) – y tras el estudio de las relaciones que llegaban a Roma - se va perfilando la posición de Cappellari, motivada por razones pastorales ante un continente con gran parte de sus diócesis sin pastores y vacantes. Algunos de los pocos obispos que habían permanecido en sus sedes se hundían en aquel mar de tormentas y clamaban al Papa por una solución, como se expresaba el obispo de Mérida de Venezuela, Lasso de la Vega, escribiendo a Pío VII el 20 de octubre de 1821. El prelado de Mérida de Maracaibo decía: “Qué males se hayan seguido, [tras el comienzo del proceso emancipador] ninguno podrá contarlos. Referiré los de la Iglesia, la expulsión, y emigración de los arzobispos y obispos, de suerte que en realidad, diré, estoy sólo. Falta el arzobispo de Santa Fe, y el de Caracas: han muerto los obispos de Santa Marta, Guayana; huye el de Cartagena; el de Popayán y el de Quito siguen el partido contrario a la República [...].” Parece ser que era la primera carta conocida, dirigida por un obispo de Hispanoamérica al Papa sin pasar por España.

Tal fue el contexto de la “misión Muzzi”. Pero el fracaso de la misma y las presiones de España a través de la acción diplomática de su embajador ante la Santa Sede tras la derrota del trienio liberal en España (1821-1823), cooperan en el cambio de derrotero por parte de la Santa Sede ante las independencias hispanoamericanas. El fuerte influjo del embajador español Vargas arrancó una nueva encíclica a León XII en el sentido del más puro legitimismo: la Etsi jam diu, del 24 septiembre de 1824. El P. Leturia nos ofrece algunas indicaciones sobre la redacción de la encíclica, en la que se incluye un párrafo sobre las virtudes de Fernando VII y sobre el ejemplo de España. La encíclica tendrá poco influjo en América.

Sin embargo, la realidad testaruda del sesgo que tomaban los acontecimientos americanos obligan al Papa a un nueva reflexión, y a dar pasos prácticos en sentido opuesto a la Etsi jam diu. Es aquí donde ya se deja ver la influencia de Mauro Cappellari, futuro Gregorio XVI. En el verano de 1825 son nombrados por vez primera por parte de la Santa Sede y sin la mediación española del Patronato, algunos obispos “titulares” (no “residenciales”) para Nueva Granada [Colombia], nombrados “motu proprio”, y no por indicación o bajo la presentación del gobierno, aunque en la elección de los candidatos habían sido escogidos de hecho los que había sugerido Bolívar.

Según Leturia, había influido en ello el temor de que pudiesen constituirse iglesias nacionales, más o menos autónomas o independientes de Roma. La mediación del gabinete francés había también persuadido al gobierno español de Fernando VII sobre la oportunidad de que la Santa Sede permitiese entrar de nuevo en la Ciudad eterna al enviado de Nueva Granada [Colombia], que había sido alejado anteriormente. La firme voluntad de Bolívar de llegar a un acuerdo, que él consideraba altamente útil para ganarse las simpatías del clero en aquellos momentos particularmente delicados, cooperó también en ello.

Pero aquella apertura duró relativamente poco. Las tendencias legitimistas de León XII lo indujeron de nuevo a dar marcha atrás. Ante las fuertes presiones del nuevo embajador español, el Papa prometió nombrar en el futuro sólo vicarios apostólicos. De hecho, en 1828 mantuvo la promesa solamente a medias con el nombramiento de algunos vicarios apostólicos, pero también de algunos obispos residenciales. Leturia habla de una política de zig-zag por parte del Papa: de esfuerzos por conciliar las pretensiones españolas, las aspiraciones de las nuevas repúblicas y sus deberes de pastor universal, pasando con frecuencia por encima de cuestiones o tendencias de carácter estrictamente personales. A León XII le sucede en el Trono pontificio Pío VIII (1829-1830), que continuó en esta misma política eclesiástica: nombramiento de vicarios apostólicos, que era una posición válida en los viejos tiempos de Pío VII y de su cardenal Secretario de Estado Héctor Consalvi, pero que ya estaba muy superada por los acontecimientos.


Mauro Cappellari-Gregorio XVI y las nuevas Repúblicas Hispanoamericanas

La personalidad que influye al máximo en el cambio de dirección de la política eclesiástica de la Santa Sede en relación al problema de las independencias hispanoamericanas y la erección de diócesis y nombramiento de obispos, es el ya recordado Mauro Cappellari, que pronto será elevado al cardenalato y luego llegará al trono pontificio con el nombre de Gregorio XVI. Su intervención en la problemática comienza ya bajo León XII, como consultor primero de varios dicasterios curiales y luego como Prefecto de la Congregación de Propaganda Fide. Debemos referirnos a su trayectoria para entender las raíces de su apertura misionera, y por lo tanto su actuación ante el problema hispanoamericano a partir de 1825. Álvaro López ha estudiado el proceso de acercamiento de Mauro Cappellari al caso hispanoamericano, a través de los votos dados a los organismos curiales romanos encargados por león XII de estudiar el caso.

Un primer “voto” (parecer) suyo del 29 de enero de 1825 sobre el asunto; y un segundo voto del 2 de diciembre de 1826 sobre lo mismo. López identifica dos etapas en su acercamiento al caso hispanoamericano: una primera indirecta (1815-1824), y otra de conocimiento directo (1825-1830). Fue durante esta segunda etapa cuando pudo elaborar su propuesta de solución positiva al problema, y será la que pondrá en práctica como Papa.

La figura de Mauro Cappellari-Gregorio XVI

Mauro Cappellari-Gregorio XVI, es normalmente reconocido como el alma de la reanimación de la actividad misionera de la Iglesia y del despertar misionero que se vivió en la Iglesia durante el tiempo de su gestión de gobierno y en los años sucesivos. Fue ante todo un monje, y ese espíritu monástico de la tradición benedictina lo acompañará toda la vida.

La acción del cardenal Cappellari en Propaganda Fide ha sido notable. Durante su gestión se implementó la restauración del Dicasterio misionero (Congregación de las misiones o de Propaganda Fide). Cappellari será un fuerte promotor del movimiento misionero en ciernes con que se abre el siglo XIX. Muy pronto, llamado a Roma, Mauro Cappellari trabajó como consultor en varios organismos de la Curia romana, y entre las cuestiones sobre las que fue consultado y tuvo que pronunciarse, se encuentra la nueva situación de las nuevas repúblicas hispanoamericanas. Precisamente en este campo, una vez convertido en Papa, tratará de aplicarle criterios de solución dictados por sus preocupaciones pastorales, más que por las políticas. ¿Cuáles fueron los ambientes y las circunstancias que ayudaron a Cappellari a madurar su orientación misionera? ¿Cómo y de qué manera la situación misionera mundial influyó en la definición de su comportamiento hacia Hispanoamérica y en el enfoque misionero que le dio a su gestión de gobierno en el Pontificado?

Gregorio XVI no es generalmente juzgado positivamente por la moderna historiografía en su gestión de los Estados Pontificios. Se demostró con frecuencia poco hábil en su dirección y modernización técnica, por señalar solamente un aspecto, en momentos particularmente delicados de los comienzos del “risorgimento italiano” que buscaba la unidad política de Italia. Tampoco lo fue en sus diversas intervenciones con los movimientos liberales que se habrían paso en Europa, y con algunos católicos que se proponían dialogar con aquellas corrientes liberales. En sus actuaciones relativas con el mundo político europeo se muestra tradicional defensor de legitimismo de la restauración. Es muy controvertida su actuación ante el movimiento insurgente polaco frente a los ocupantes de aquella antigua nación, especialmente por parte rusa. Por lo que en su pontificado abundan los conflictos con los gobiernos liberales europeos, rupturas diplomáticas y poca habilidad política, incluso en el mundo eclesiástico. En pocas palabras, es un religioso lleno de celo apostólico y un papa del mismo estilo, pero escasamente hábil en las cuestiones políticas.

Sin embargo ha pasado justamente a la historia como un pontífice que supo captar e impulsar el movimiento misionero en ciernes. Lo apoyó fuertemente y bajo su pontificado la actividad misionera de la Iglesia recobrará su antigua fuerza, tras la triste decadencia del siglo anterior y la penuria de su acción durante los tiempos de la Revolución Francesa y sus epígonos. Mario Cappellari, convertido en prefecto de la renovada Congregación de Propaganda Fide, le dará nuevo impulso y esplendor, creando numerosos vicariatos apostólicos y misiones en las cuatro partes del mundo. En el caso hispanoamericano sucede lo mismo. ¿Cómo se explican estas acciones y actitudes tan diversas en el mismo personaje?

Hijo de una experiencia monástica abierta a la misión

Ante todo hay que señalar el terreno dónde se ahondaban sus raíces monásticas carismáticas y espirituales que han luego florecido en su actitud misionera, y en su acercamiento realista al problema de las nuevas repúblicas hispano americanas. No fue ciertamente un acercamiento o planteamiento político el suyo, sino explícitamente pastoral y misionero, y esta actitud nacida del antiguo axioma teológico “salus animarum suprema lex” (la salvación de las almas es la ley suprema –en los comportamientos pastorales de la Iglesia-) explica aquella nueva orientación, con motivaciones más misioneras y pastorales que políticas, aunque hayan tenido consecuencias políticas importantes en el caso del reconocimiento de hecho de las nuevas repúblicas hispanoamericanas.

Apuntando las raíces espirituales del monje Mauro Cappellari, hay que señalar la tradición camaldulense, orden monástica fundada por san Romualdo en plena edad media, y donde la reforma del clero y de la vida religiosa en clave radicalmente evangélica y la misión apostólica consecuente, ocupaba un lugar importante. El santo es necesariamente un apóstol, por lo que los tres aspectos de la vida monástica camaldulense: reclusión, apostolado de caridad dentro de los muros del monasterio y apostolado misionero, van parejos. De hecho, y muy pronto, los camaldulenses se proponen fundar monasterios en el extremo oriente europeo, cerca de tierras no cristianas, siguiendo en tal sentido la antigua tradición monástica medieval europea tanto benedictina como iro-escocesa. Entre los primeros discípulos de san Romualdo, se cuentan varias decenas de misioneros y no menos de cuatro arzobispos en tierras de misión. Pues bien, la misión es fruto de la contemplación y va acompañada de la caridad; la misión es el resultado del binomio contemplación-acción. La misión se vive en la armonía de este binomio como explica el capítulo 39 de la regla escrita tempranamente por el camaldulense beato Rodolfo, y como escribirá otro de los primeros monjes de esta Orden, San Pedro Damiani: «Quisquis divinis eloquii eruditus et affluenter instructus, necesse est ut post se alios trahat ac filios gignat». (“Aquel que tenga un conocimiento en las cosas divinas, es necesario que atraiga a otros en su seguimiento y que genere así hijos.”)

En contacto con el naciente movimiento misionero

Dado su empeño de trabajo en la Curia romana, Mauro Cappellari entra enseguida en contacto directo con la situación misionera de la Iglesia. Fue nombrado por Pío VII el 29 de enero de 1820 como consultor en el equipo de trabajo encargado de reorganizar la Congregación de Propaganda Fide. A partir de este momento se encuentra sumergido en la problemática misionera universal de la Iglesia. Muy pronto, tras la muerte de Consalvi, prefecto de Propaganda Fide, será nombrado como nuevo prefecto del dicasterio misionero (1826-1831).

Como él mismo declaraba en un discurso pronunciado en un Consistorio de 1838: “Appena che, per la imperscrutabile volontà di Dio, siamo stati eletti per il Governo della Chiesa, abbiamo compreso chiaramente che dovevamo impegnarci con speciale attenzione in quel sacro compito che, già da quando formavamo parte del Vostro illustre Collegio, ci avete spinti a promuovere l'estensione del Regno di Cristo. Per questo guardando ora, da questo alto luogo, alla moltitudine di genti sparse sotto il cielo e aprendo le viscere della carità a tutti i popoli, compresi i più lontani, Noi non trascureremo nessuno sforzo del nostro ministero apostolico, perchè - per mezzo della fede, già da tempo portata o rinnovata o più solidamente stabilita - ogni giorno sia lodato in regioni ognor più numerose il nome del Signore".

Se encontró así de lleno sumergido en la problemática misionera y dentro del movimiento misionero emergente en la Iglesia, tras un largo y penoso letargo. Se encontrará ante problemas y situaciones que encadenaban tal acción, como la trata de los esclavos, todavía vigente en muchos lugares del mundo – y contra ella siendo ya Papa escribirá una encíclica: la "In Supremo Apostolatus" del 3 de diciembre de 1839-, y los problemas del patronato, tanto en las secuelas del español en América, ante el que actuará como Papa sin compromiso alguno, y el padroado portugués en Oriente, especialmente en la India, contra el que actuará con decisión y sin miramientos (con su breve “Multa praeclare” del 28 abril 1838), a pesar de haber suscitado las iras del entonces gobierno portugués y una especie de “cisma” o rebelión solapada en la misma India (“cisma de Goa”).

Como Papa relanzará la actividad misionera abriendo la misión africana y creando el vicariato apostólico de África Central y otros muchos que serán el punto de partida de una nueva época misionera. Aquella Institución, Propaganda Fide, que el Directorio revolucionario francés, ocupando Roma, había suprimido como una institución “totalmente inútil”, recobraría vida nueva bajo el impuso de los primeros papas del siglo XIX, y entre ellos emerge precisamente Gregorio XVI con aquella actividad que lo prepara para grandes decisiones. “Entre sus acciones, lo primero que hizo fue reconocer los méritos y los límites de las decisiones hasta entonces emprendidas. Entre los méritos que se vislumbraban estaba el apogeo de las obras de cooperación misionera y del surgimiento de congregaciones, tanto masculinas como femeninas, dedicadas específicamente a la misión [... ]. El nuevo parámetro, trazado para toda la actividad de la restauración católica, consistía en guiarse por el principio de la centralización romana y el nuevo paradigma misionero, que por entonces se encontraba en etapa de elaboración, era la promoción humana; desde entonces la nueva masa de misioneros siguió estos principios "movidos por el amor de Cristo" .

“La nueva prioridad que Cappellari implementó en Propaganda Fide, consistió en superar el eurocentrismo para atender a las misiones del Extremo Oriente y de la Iglesia en Hispanoamérica, para cuyos negocios León XII lo consultaba frecuentemente. De la universalidad que Cappellari le imprimió a Propaganda Fide dan testimonio los materiales del archivo en los que se descubre cómo, cada vez que pasaban los años de su administración, aumentaban los lugares de proveniencia de informes de las misiones, y de peticiones de religiosos que querían ser destinados a las misiones entre infieles. Durante su prefectura, el cardenal Cappellari se preocupó por darle una nueva organización a las misiones; para lograrlo se dedicó a promover nuevas jurisdicciones eclesiásticas y a mantener vivo el contacto con los misioneros y las misiones a través de las infaltables instrucciones y decretos, entre los que sobresalen: el de nombramiento de obispos, administración de los sacramentos, especialmente el bautismo, matrimonio y eucaristía; sobre la jurisdicción y administración de las circunscripciones eclesiásticas, sobre los ritos lícitos e ilícitos.”   El “alcance universal que Cappellari le dió a Propaganda Fide se veía reflejado en el destino de sus instrucciones, muchas de las cuales se dirigían hacia el Extremo Oriente”, región que no le era del todo desconocida ya que durante sus formación monástica [en Murano], se estudiaban aquellas lenguas”. 

A la luz de estas experiencias y de las continuas consultas que los Papas precedentes habían solicitado a Cappellari sobre temas misioneros y pastorales relativos sobre todo al mundo extra-europeo, se comprende la actitud claramente pastoral que el antiguo prefecto de Propaganda Fide, llegado al solio pontificio como Gregorio XVI, tomará en relación al tema hispanoamericano.

Mauro Cappellari y el caso hispanoamericano

En el auténtico drama eclesiástico y político que se plantea a León XII ya desde el comienzo de su pontificado, aparece la figura de Cappellari que interviene en el caso por expreso deseo del Papa. La Curia romana se encontraba entre dos fuegos: el de la situación real dramática de la Iglesia en las nuevas repúblicas, y el del problema jurídico con España, que por aquel entonces conservaba todavía esperanzas, después del Congreso de Verona (1822), de reconquistar sus posesiones ultramarinas. ¿Era posible una neutralidad? La Santa Sede no tiene más remedio que enjuiciar la situación y tomar medidas al respecto.

Aquí ya hemos señalado también la intervención de Simón Bolívar, asesorado por su vicepresidente Francisco de Paula Santander, que toma cartas en el asunto de manera pragmática, empujado también por la situación política crítica en que se hallaba la Gran Colombia (formada por las actuales repúblicas de Colombia, Ecuador y Venezuela). El libertador buscó entonces los contactos con Roma y el apoyo del clero católico. En esta actuación suya se intuye cuanto ya hemos señalado sobre la orientación religiosa pragmática de Bolívar y de otros líderes políticos de la independencia, como Santander, O’Higgins en Chile, etc… De esta actitud nueva de Bolívar dan testimonio monseñor Lasso de la Vega y monseñor Jiménez de Encino, en informes de 1823 mandados a Roma; y lo mismo señala también el enviado de la Gran Colombia a Roma, Ignacio Sánchez de Tejada, en escrito entregado al cardenal secretario de Estado, cardenal Della Somaglia.

León XII procura entonces poner en práctica los consejos del viejo Consalvi, queriendo dar una respuesta positiva a cuanto las diócesis de la Gran Colombia habían hecho saber por medio del enviado Ignacio Sánchez de Tejada. León XII en el mes de noviembre de 1824 pide a dos prelados, el secretario de la Congregación de Negocios Eclesiásticos Extraordinarios, Giuseppe Antonio Sala, y a Rafael Mazio, secretario de las cartas latinas y conocedor del problema, la preparación de una ponencia sobre el caso de la Gran Colombia. Le tocó al consultor Cappellari, particularmente unido al partido de los “zelanti”, examinar dicho material, que llegó a sus manos el 8 de enero de 1825 acompañado por una carta de Sala, en la que le pedía con urgencia su estudio y su parecer.

Y aunque por entonces Cappellari tenía escasos conocimientos del problema hispanoamericano, sin embargo se aplicó al estudio del mismo y el 29 del mismo mes podía entregar su personal parecer. Había podido examinar los informes que desde Londres los representantes de Venezuela y de la Nueva Granada Fernando Peñalver y José Mana Vergara habían enviado al Papa el 27 de marzo de 1820 por medio del nuncio en París, monseñor Macchi y que reflejaban el pensamiento de Bolívar. Pero también hay otro dato nuevo que muestra la estrategia pragmática de Bolívar: permite que los obispos, ya pasados a la causa republicana, puedan comunicarse directamente con la Santa Sede; entre ellos encontramos a los obispos de la Gran Colombia: Rafael Lasso de la Vega de Mérida de Maracaibo, y Salvador Jiménez de Enciso de Popayán, quienes informaron a la Santa Sede sobre la situación.

Integraba también el material de estudio la encíclica legitimista de León XII del 24 de septiembre de 1824, así como una copia de la carta del vicepresidente de la Gran Colombia, Francisco de Paula Santander dirigida al Papa, del 1 de agosto de 1822 , y de la cual, por la duda de que no hubiera sido recibida en Roma, el obispo de Mérida enviaba una copia. No se encuentran entre los materiales de la ponencia los informes elaborados por los obispos emigrados a España, como los del arzobispo de Caracas Narciso Coll y Prat. Del conjunto de la documentación, aparecía cómo la autoridad civil no estaba contra la Iglesia. Cappellari, después de estudiar los materiales de la ponencia, los remitió de nuevo a la secretaría de la Congregación de Negocios Eclesiásticos Extraordinarios, manifestándole su parecer acerca del problema que se quería resolver.

El “voto” del padre Cappellari para la ponencia cardenalicia del 2 de Marzo de 1825

El padre Cappellari al examinar el problema del reconocimiento de las nuevas Repúblicas y el nombramiento de obispos para sus sedes vacantes, propone dos aspectos fundamentales del problema, relacionados entre sí: el político y el eclesiástico, que luego expone. En cuanto a la dimensión política del problema, no se le escapa a Cappellari lo intrincado del asunto que indica a partir de los informes del obispo Lasso de la Vega y de los cabildos de Cartagena y de Bogotá. En aquellos momentos existía ya un enviado pontificio para Chile con el título de vicario apostólico y se preguntaba si los eclesiásticos que habían escrito a la Santa Sede (obispo y cabildos catedralicios) podían dirigirse a él con sus dudas, o si debían mejor dirigirse directamente a Roma. Cappellari, tanto ahora, como más adelante en otra respuesta suya (“voto”) de 1826, ve inseparables los dos aspectos del problema hispanoamericano, el político y el religioso, precisamente por las dimensiones eclesiológicas que entrañaban, por lo que su mente ya se muestra clara respecto al punto de referencia para su juicio: Roma.

Sin embargo no se le escapaban las implicaciones políticas de un tal reconocimiento implícito de la nueva situación, tanto con España como con otras Potencias que todavía no reconocían a los nuevos Estados, y al mismo tiempo la reacción de éstos ante cualquier decisión tomada por la Santa Sede al respecto. Por ello proponía reiterar la antigua neutralidad declarada en tiempos de Pío VII, cuando el Secretario de Estado Consalvi daba una respuesta al nuncio en París (Macchi) ante la petición en 1822 del enviado de la Gran Colombia, Francisco Antonio Zea, que pedía la provisión de sedes vacantes y la celebración de un concordato. Ahora, aquellas antiguas situaciones se habían complicado todavía más, en cuanto que las nuevas Repúblicas seguían su curso y algunos prelados, entre ellos Lasso de la Vega y Jiménez de Enciso, se mostraban partidarios de la nueva república (la Gran Colombia, creada por Bolívar y Santander).

No se le escapaban al consultor Cappellari las consecuencias o reacciones que podía traer consigo –en sentido opuesto- la publicación del breve pontificio del 24 de septiembre de 1824 (legitimista en su tono) tanto por parte de Madrid, como por parte de los gobiernos independientes hispanoamericanos. De hecho insinuaba una mirada dirigida más hacia el futuro y no hacia el pasado, y por ello, al hecho mismo de las independencias con todas sus consecuencias; ello comportaba el dejar puertas abiertas para futuras negociaciones, hasta el reconocimiento mismo de los futuros Estados. De todos modos, insistía en la antigua posición de la Santa Sede de permanecer sobre el nivel religioso sin entrar en los debates políticos en curso, siguiendo lo que ya Pío VII había subrayado en carta al obispo Lasso de la Vega el 7 de septiembre de 1822, y en las instrucciones dadas en su tiempo al enviado pontificio para Chile. La Santa Sede debía por ello dejar clara su neutralidad en el debate político entre el legitimismo español y la realidad de las nuevas repúblicas, y poner en evidencia su preocupación pastoral en línea con las instrucciones dadas en su tiempo al obispo Muzi enviado en misión especial a Chile; razones que justificaban la prudencia para actuar en tan delicado asunto, como ya la había recomendado el papa Pío VII en las instrucciones al obispo Muzi.

Cappellari reconoce las implicaciones políticas del aspecto religioso, lo que exigía por parte de la Santa Sede un cuidadoso estudio de todos los aspectos del caso, ya que una aprobación de uno de ellos sin más, llevaba de hecho a desconocer la autoridad de los antiguos obispos ausentes, al reconocimiento también de la independencia y de la concesión de hecho a las nuevas autoridades del antiguo derecho de patronato. Todo el intrincado asunto le lleva a proponer una neta diferenciación entre la atención espiritual de los fieles y las tareas administrativas de la Iglesia.

Se superaba así la directiva dada por León XII en su carta del 19 de noviembre de 1823 a monseñor Lasso de la Vega de tratar los asuntos con el vicario apostólico de Chile. Pero también evidenciaba una vez más el claro “zig-zag” en las respuestas de la Santa Sede a las dudas de los obispos hispanoamericanos. No ignoraba tampoco las dificultades evidentes de comunicarse con un representante pontificio lejano e imposible de alcanzar dadas las circunstancias (guerras en curso, lejanía, inexistencia de correo, etc…) desde la Gran Colombia, por ejemplo, a Chile, pasando por países en guerra y sin relaciones. Cappellari concluía, pues, con un buen sentido de realismo a la hora de enjuiciar la manera de actuar de la Santa Sede. Tal será la nota distintiva de su actuación en este tema una vez convertido en Papa, distinguiendo claramente la respuesta pastoral exigida y la atención eclesiástico-administrativa, sin entrar en cuestiones políticas. Daba también su parecer sobre la petición del obispo de Popayán, Salvador Jiménez de Enciso, que había llegado tarde a Roma, y que sería por ello analizado posteriormente. El obispo pedía un legado o un vicario apostólico con amplias facultades con el título de “Patriarca de la Iglesia de Colombia”, así como se había hecho en Francia en tiempos de la Revolución y de Bonaparte. En lo demás, seguía las mismas líneas de Lasso de la Vega. Cappellari observará que la situación de Francia y la de Hispanoamérica no era la misma; añade luego algunas apreciaciones positivas y se refiere a las observaciones del obispo Lasso de la Vega y da explicación sobre las facultades dadas ya a monseñor Muzi para la Gran Colombia.

Cappellari en su “voto” del 29 de enero de 1825, subraya la inseparabilidad de los aspectos políticos y religioso-eclesiásticos que el problema en análisis comprendía, y la urgencia de diferenciar las respuestas de política administrativa de las de tipo pastoral y misionero, en el conjunto de necesidades de la Iglesia de Hispanoamérica. Serán las líneas de fondo de su actuación cuando suba al Solio Pontificio, proponiendo la neutralidad política, sea frente a la férrea intransigencia legitimista de España, sea ante las pretensiones regalistas de los nuevos gobiernos republicanos. Por otra parte, se daba cuenta de la realidad irreversible de las independencias y por lo tanto del cambio de régimen político. Por ello, la Santa Sede debía considerar extinguido el derecho de Patronato del rey de España. “En la propuesta de Cappellari aparecía la intención de defender la libertad de la Iglesia, porque consideraba que era importante que la Santa Sede, frente a las urgencias pastorales y misioneras de Hispanoamérica, se comportara con total libertad política frente a los gobiernos, fueran éstos de hecho o de derecho […]. Esta posición de Mauro Cappelari pudo ser ejecutada en plenitud, sólo a partir del año 1831, cuando él mismo guiara los destinos de la Iglesia universal y esta idea se transformara en su política de gobierno”.

El “voto” expresado por Cappellari pasó al análisis de la comisión cardenalicia de la Sagrada Congregación de los Negocios Eclesiásticos Extraordinarios el 2 de marzo de 1825, la cual lo aceptó en la práctica. Se daban también algunas indicaciones de carácter diplomático en la manera de proceder con el gobierno de España para no hurtarlo. Se proponía enviar una simple comunicación en la que se le haría notar que, cómo la Santa Sede había procedido con cautela analizando el problema, sin atentar contra los derechos regios, y que por esta razón se había preferido no proveer a las sedes vacantes en el territorio de la Gran Colombia, evitando los inconvenientes de los tiempos de la misión Muzzi a Chile en tiempos de Pío VII, cuando se comunicó al Rey de España el asunto antes de realizarlo, con las consabidas reacciones negativas. León XII aprobaría aquellas decisiones.

Las reacciones no fueron todas positivas. Algunos, como Sánchez de Tejada, consideraron que las peticiones de los obispos (Lasso de la Vega y Jiménez de Enciso) no habían sido del todo acogidas; y en la Secretaría de Estado romana cundió el temor de un rechazo o efecto negativo por parte del Rey de España, por lo que se pensó a una nueva consultación sobre el caso. Y así fue; León XII quiso que la Congregación de Negocios Eclesiásticos Extraordinarios examinase de nuevo el asunto de la Gran Colombia; tal cosa se hizo el 20 de junio del mismo año de 1825, sobre las decisiones del 2 de marzo anterior. Se comunicarían las decisiones tanto al enviado de Bolívar, Sánchez de Tejada, como al agente de los obispos de la Gran Colombia, Francisco Pomarés: la concesión de facultades para los dos obispos y los cabildos de Bogotá y Cartagena, y la disposición para que monseñor Lasso de la Vega procediera al nombramiento de Buenaventura Arias como obispo in partibus [un obispo titular, sin ser residencial de una Sede, en el sentido canónico clásico], para que hiciera las veces de su auxiliar y para que ayudara las demás diócesis. El 30 de agosto de 1825 León XII firmó los respectivos documentos.

Ante el problema del nombramiento de nuevos obispos residenciales para la Gran Colombia

León XII elevaba el 21 de marzo de 1825 al monje Mauro Alberto Cappellari a la dignidad cardenalicia in pectore. El nombramiento se haría público un año más tarde, en el consistorio del 13 de marzo de 1826, asignándole el título de la iglesia de san Calixto. El nuevo purpurado entraba así de lleno en la vida de la Curia pontificia, como plenipotenciario de la Santa Sede para el concordato con los Países Bajos, y como Prefecto de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide. Le tocó entonces ya intervenir como cardenal en asuntos relativos a las nuevas repúblicas hispanoamericanas. Entre ellos, el presentado en 1827 sobre el nombramiento de obispos residenciales para la Gran Colombia, esquivando la problemática inherente y conflictiva entre los pretendidos derechos patronales de España y la nueva realidad republicana independiente.

El pedido había llegado a la Santa Sede por medio del enviado de la Gran Colombia, Ignacio Sánchez de Tejada, en marzo de 1826 para las sedes vacantes de los arzobispos para Santa Fe de Bogotá y Caracas (Fernando Caicedo y Ramón Ignacio Méndez, respectivamente) y para los obispados de Santa Marta, Antioquía, Quito y Cuenca, presentando como candidatos a: José Mariano Estévez, al dominico Mariano de Garnica, Manuel Santos Escobar y Félix Calixto Miranda. El 15 de octubre del 1827 pedía que se nombrara a Matías Tenazas, deán del Cabildo metropolitano de Charcas, como auxiliar para el arzobispo ausente de Charcas. Apoyaba también su petición en la misma, solicitada ya por Lasso de la Vega a Pío VII el 31 de julio de 1823, en la que recomendaba para el episcopado, en común acuerdo con Bolívar, las mismas personas que ahora él presentaba, y un detallado informe que el deán de Charcas, Matías Tenazas, remitía al sumo pontífice.

Le tocó de nuevo al ahora cardenal Cappellari enjuiciar la situación expresando su parecer el 2 de diciembre de 1826, “unos meses después que el también camaldulense Albertino Bellenghi dijera (junio de 1826) que, para solucionar el problema que se presentaba en Centro América, concretamente en la Iglesia de El Salvador, donde se pretendía erigir cismáticamente un obispado, lo mejor era nombrar obispos propietarios por ser los únicos que podían solucionar el problema de las sedes vacantes y gozar de la necesaria libertad, para ejercer el gobierno de sus diócesis”.

Cappellari se orienta también en este caso por una respuesta positiva, es decir, que se nombraran obispos residenciales en la Gran Colombia y el auxiliar para Charcas. Su voto evoluciona todavía más en relación a sus posiciones anteriores, en el sentido de un reconocimiento de hecho de la situación jurídica basado en las necesidades pastorales, actuando dentro de los parámetros de la neutralidad política, acogiendo el consenso del gobierno de la Gran Colombia y del obispo de Mérida, siguiendo las orientaciones ya dadas al vicario apostólico de Chile sobre la tolerancia de la práctica del patronato por parte de los nuevos gobiernos, sin que ello mermara en teoría los pretendidos derechos del patronato regio hispano. Sin embargo daba un paso más en cuanto sugería la superación de la neutralidad y el nombramiento sin más de obispos residenciales “motu proprio”, sin recurrir a la ficción jurídica del nombramiento de obispos “in partibus” [titulares, pero no residenciales con la plenitud de la potestad inherente del obispo residencial] en uso en los territorios misionales.

La actitud se fundaba en la convicción de que la independencia era un hecho irreversible, y que el patronato no era un derecho inherente a la soberanía. Aplicaba aquí como juicio cuanto pondrá en práctica sobre la llamada “tesis – hipótesis” a la hora de aplicar tales decisiones, como se verá una vez que llegue al pontificado. La propuesta constituía una total novedad. Además, ponía en tela de juicio las viejas concepciones del patronato y reafirmaba con fuerza los derechos divinos del primado del Papa en el gobierno de la Iglesia, punto que como prefecto de Propaganda Fide tocaba con fuerza en las continuas y tensas relaciones de aquellos años con el sistema patronal, también en el mundo misionero de Oriente con el padroado portugués.

Cappellari se daba cuenta de que la vida eclesial, y en concreto la evangelización y la difusión del Evangelio, no podían depender del lazo de unión con una potencia política, posición que, por otra parte, Propaganda Fide siempre había defendido desde su fundación en 1622. Ahora Cappellari aplica aquellos antiguos principios tenazmente defendidos por Propaganda Fide, y veía que en caso hispanoamericano había que ponerlo en práctica. El caso ahora aplicado a Colombia y a Bolivia se extendería a todas las nuevas repúblicas emergentes. Llamaba a la prudencia en el caso de la aceptación de los candidatos al episcopado para aquellas dos repúblicas, en cuanto tales decisiones, sin duda, se deberían extender al resto de las repúblicas para no ser incongruentes.

Y esto para evitar posibles delicados problemas como divisiones y separaciones (cismas). Proponía luego la creación de obispos auxiliares para algunos casos inciertos sobre la presencia efectiva de obispos residenciales , mientras que para las sedes vacantes de Bogotá, Caracas, Santa Marta y Cuenca, se concedieran obispos residenciales. Era de la opinión que se informara a Sánchez de Tejada de esta decisión, haciéndole saber que el Papa actuaba en vista del deplorable estado religioso de las poblaciones y movido por la urgente necesidad de encontrar una pronta solución, también tenida cuenta de cuanto él mismo le había pedido en nombre de su gobierno .

También se inclinaba al nombramiento de Matías Terrazas como obispo auxiliar de Charcas. Se trataría además de un nombramiento “motu proprio” del Papa, y que por ello podría comunicar luego tal decisión al Rey de España, fundando su decisión en su deber de Pastor universal. El mismo cardenal Cappellari mandaba una nota al secretario de Estado de Su Santidad, cardenal Della Somaglia, el 21 de diciembre de 1826, en la que señalaba lo importante que resultaba para él, como también para el representante de la Gran Colombia, Sánchez de Tejada, la respuesta pontificia sobre la provisión de sedes vacantes. Decía el cardenal que cuanto más se han de temer las desleales intenciones de los gobiernos liberales de América, tanto más es necesario aprovechar al vuelo la ocasión favorable que ahora se presentaba, para proveer canónicamente, y con decoro de la Santa Sede, aquellas Iglesias de pastores que velasen en la conservación de la fe y previniesen la desventura de verlas ocupadas por intrusos. Consideraba pues más importante tener presente las exigencias pastorales y misionales que los problemas diplomáticos. La Congregación de Negocios Eclesiásticos Extraordinarios discutirá aquel “voto” ante el mismo León XII el 18 de enero de 1827, presente también Cappellari, aprobando todas aquellas propuestas.

Las últimas negociaciones con España y su sistema patronal

Todavía el cardenal Cappellari intervendrá durante el pontificado de León XII en otras consultas sobre diversos problemas presentes; entre ellos los relativos a Hispanoamérica, los nombramientos episcopales para las nuevas Repúblicas y las graves tensiones con el gobierno de Fernando VII. Las relaciones entre este gobierno y la Santa Sede estaban pasando a finales de los años veinte por graves dificultades que habían producido incluso, la ruptura práctica de relaciones diplomáticas, el alejamiento del embajador español en Roma y del nuncio en Madrid, en junio de 1827.

Con delicadas negociaciones, que tenían como centro el problema del patronato por parte del rey de España, y la preocupación de la Santa Sede por solucionar el caso amigablemente, y al mismo tiempo de responder a las necesidades pastorales de los nuevos países, ambas partes empiezan a recomponer las relaciones rotas a lo largo de 1828. España envía a Roma un hábil embajador, Pedro Gómez Labrador, y León XII pedirá al cardenal Cappellari estudiar la situación y emitir un nuevo voto, que éste da el 20 de marzo de 1828. Por parte de España habían intervenido, aconsejando al Rey en el Consejo de Estado de manera conciliadora y realista; reconocían al Papa el derecho de proveer las diócesis vacantes de América tras largos años de ausencia de pastores. Por ello Madrid mandó a Roma al citado embajador para negociar un acuerdo.

Por parte suya, el 11 de marzo de 1828 León XII a través del Secretario de Estado, el cardenal Della Somaglia, encarga a Cappellari el asunto, reconociendo en su carta de petición y nombramiento, la cualidad y la experiencia suya “en los negocios de América” y le recordaba sus anteriores “votos” sobre aquellos asuntos. Cappellari formulará su “voto” y, a partir del 20 de marzo de 1828, las dos partes, Gómez Labrador por España y el cardenal Cappellari y moseñor Castruccio Castracane por parte de la Santa Sede, comenzarán las negociaciones en la sede de Propaganda Fide en la Plaza de España en Roma. Los puntos serían pacientemente aclarados, superando lentamente las objeciones españolas y sus pretensiones antiguas relativas al patronato. Por su parte, Cappellari lograba hacer entrar en razones al embajador, hacer reconocer el derecho de la Santa Sede de entrar en comunicación libre con los obispos y con los gobiernos que, de hecho, regían ya sin límites los destinos de aquellos antiguos territorios españoles, ya convertidos en repúblicas totalmente independientes.

Al final triunfaría el realismo y la comprensión por parte española de que el nombramiento de los obispos por parte de la Santa Sede no equivalía a un reconocimiento oficial de los nuevos Estados. Por parte de Cappellari se quería, sobre todo, resaltar los principios del primado del Romano Pontífice y su libertad para actuar con los gobiernos, fueran éstos de derecho o de hecho, por motivos de su misión apostólica que era intransferible e irrenunciable. Bajo este punto de vista había que estudiar y juzgar la cuestión eclesiástica hispanoamericana. Este “voto” y esta posición de Cappellari son por ello, la exposición y la base clara de su futura actuación como Papa en este campo. Por parte suya Gómez Labrador, si bien al principio expuso las conocidas tesis patronales de Fernando VII y la posición que había de adoptarse ante los nombramientos episcopales para las sedes vacantes, lentamente fue comprendiendo la inadmisibilidad, también practica de aquellas propuestas, y que incluso sugería se mantuviesen en el ámbito de la confidencia y del secreto (cosa que Cappellari inteligentemente no aceptaba). Cappellari logró convencer a Gómez Labrador sobre la inaceptabilidad de aquellas propuestas. Igualmente que no estaban en juego los derechos teóricos de España, y que además sería fatal para ambas partes cuando los gobiernos de aquellas repúblicas descubriesen aquellos pretendidos pactos secretos. Era mejor buscar un acuerdo práctico con aquellos gobiernos, que pretender salvar lo que ya la Corona española de hecho había perdido. El antiguo derecho de patronato había caducado de hecho, por lo que ahora la Santa Sede retomaba en sus manos lo que le correspondía de derecho: que la Iglesia pudiese continuar libremente en su misión apostólica.

Todavía el embajador insistía sobre la figura de los “vicarios apostólicos” in partibus, pidiendo que se extendiese a aquellas iglesias hispanoamericanas en vez de obispos residenciales o propietarios (como entonces se decía), quizá pensando a quiméricas ideas de recuperar todavía lo perdido, o la de extender en casos concretos la jurisdicción de los obispos a las diócesis vecinas. Era otra falta total de realismo. No le fue difícil a Cappellari desmontar aquellas proposiciones por irreales e impracticables, aunque prometió al embajador que habría trasmitido aquellas propuestas al Papa; sin embargo volvió a recalcar cómo esas habrían causado un enorme perjuicio a las poblaciones católicas del continente, e irritar a los gobiernos de aquellas nuevas repúblicas, mientras el Papa deseaba el bien de aquellos católicos y conservar su neutralidad política.

Entonces el embajador, tras preguntar si la Santa Sede tenía alguna otra propuesta concreta y  escuchar la respuesta de Cappellari en sentido negativo, llegaron al acuerdo de presentar las posiciones de cada parte a sus mandatarios. Luego, todavía, Cappellari le dijo al embajador, casi como cortesía, que en todo caso el Rey podría presentar al Papa una lista de candidatos al episcopado en Hispanoamérica, que pudieran ser tenidos en cuenta por el Papa.  Hablaron sobre el nombramiento de los obispos para la Gran Colombia, que el embajador criticó por el modo cómo se había llevado a cabo por creer que había sido aceptada, sin más, una lista presentada por el Gobierno republicano, a lo que Cappelalri rebatió que había sido determinante la lista mandada por Lasso de la Vega y no por el Gobierno. 

Seguirían otros encuentros entre el 20 de marzo y el 9 de mayo. El 23 de agosto de 1828 Gómez Labrador, tras reiterar lo discutido, manifestaba la aceptación del gobierno español de la propuesta de Cappellari sobre la elaboración de una lista de candidatos para los obispados de personas residentes en Hispanoamérica y de hacer llegar al Papa de manera confidencial. Sin embargo Cappellari respondería en una nota para la Secretaría de Estado romana, que la Santa Sede no reconocía ni dejaba de reconocer la separación de aquellas provincias americanas de España, ni por ello reconoce a los nuevos gobiernos los antiguos derechos del patronato; y que tampoco se proponía el Papa lesionar los derechos de la Corona española; las relaciones con los nuevos gobiernos versaban sobre materia religiosa en cuanto pastor universal de la Iglesia, y no sobre asuntos políticos. El lenguaje se refiere por ello a los hechos concretos. Además insistía sobre que las decisiones fuesen públicas y según las normas canónicas, pues aquellos gobiernos no aceptarían nunca que la Corona española siguiese interviniendo en los asuntos de aquellos países. Por ello reafirmaba de nuevo la necesidad de que el Papa “motu proprio” nombrase obispos residenciales para las nuevas repúblicas.

Todo acabará así. El nuncio volvería Madrid el 28 de agosto de 1828, y el embajador sería reconocido establemente en Roma. Poco después, el 2 de noviembre de 1828, Fernando VII mandaba una carta a la Santa Sede en la que se mostraba satisfecho por la decisión pontificia de nombrar vicarios apostólicos con carácter de obispos in partibus para las provincias de ultramar. Era la versión o el entendimiento del Rey. Pero Cappellari responderá sobre el malentendido, pues el Rey caía en errores anteriormente aclarados y reafirmaba como la decisión pontificia era la de nombrar “motu proprio” obispos residenciales para las nuevas repúblicas; el caso de vicarios apostólicos era solamente para algunos casos particulares y muy específicos como la Paz y Guayana.

Sin embargo, en los últimos tiempos, León XII volvió a cambiar de actitud en sentido legitimista, influido por el Secretario de Estado cardenal Bernetti, que insistía sobre la neutralidad pontificia y sobre la suficiencia del nombramiento de vicarios apostólicos en aquellas circunstancias; por otra parte deseaba mantener buenas relaciones con España; y los otros casos de las nuevas repúblicas hispanoamericanas, como Argentina y Chile, no parecían tan insistentes sobre el tema de la residencialidad-propiedad de los obispos “sensu propio”, como los de la Gran Colombia.

Sin embargo, aquellos “votos” y discusiones dirigidas por Cappellari (del 1825 al 1828) ponían de manifiesto la misión del Papa, quien exigía aquella libertad de acción frente a los gobiernos para cumplir con su ministerio apostólico y ayudaba a superar las condiciones del antiguo sistema patronal. Fueron de hecho la preparación de las decisiones e intervenciones en materia misional y apostólica del futuro Gregorio XVI, elevado al sumo pontificado después de un tortuoso conclave de 50 días, el 2 de febrero de 1831, promovido por el llamado partido de los “zelanti”. Pocos meses después le tocó intervenir y poner ya directamente en práctica las tesis que siempre había propuesto y defendido como consultor y como cardenal en relación al caso hispanoamericano.

La encíclica Sollicitudo Ecclesiarum

Gregorio XVI llevó a cabo una nueva opción por parte de la Santa Sede en relación a las nuevas repúblicas hispanoamericanas en el campo eclesiástico: la aceptación de hecho de la nueva situación y su reconocimiento. Por lo tanto, procedió al nombramiento normal de sus obispos sin el acuerdo con el sistema del Patronato. Era la primera vez que ello sucedía desde los comienzos de la evangelización en América. El documento fundamental que explica la actitud de la Santa Sede es la encíclica «Sollicitudo Ecclesiarum» del 5 de agosto de 1831 (fechada según el método latino el día “Nonis Augusti”). En ella, el Papa distingue claramente el poder de hecho y el poder de derecho para justificar su actitud y decisión. Así escribe: “Si quis a nobis… titulo cuiuslibet dignitatis etiam regalis… honoretur, seu quovis alio modo… quo talis in eo dignitas facto agnoscatur, … nullum… id generis ius iisdem attributum… ac nullum adversum ceterorum iura… argumentum illatum censeri possit ac debeat”.

El planteamiento de la solución del problema en el documento, había tomado la ocasión de la situación en Portugal con el conflicto dinástico en curso entre dos pretendientes al trono o partidos en litigio (el de María da Gloria II, hija de Pedro IV, y el de su tío Don Miguel, hermano de Pedro IV, emperador de Brasil), situación que muy pronto se repetiría también en España tras la muerte de Fernando VII y la lucha dinástica entre los partidarios de su hija Isabel y los de su hermano Carlos Isidro, como consecuencia de los debates en torno a la ley sálica, pero que escondían las luchas entre el nuevo mundo liberal (los “cristinos” de la regente María Cristina, esposa de Fernando VII, o los isabelinos, partidarios de su hija Isabel) y el antiguo tradicional o conservador de las antiguas tradiciones monárquicas hispanas, representado por los que iban a ser conocidos por “carlistas” y también “tradicionalistas”).

Aplicaba aquí la conocida distinción introducida por la diplomacia pontificia, sobre todo a partir del siglo XIX, en cuestiones arduamente difíciles de arreglar o conjugar entre los principios defendidos y la práctica aplicada a situaciones inéditas, como el nacimiento de nuevos Estados, regímenes políticos y situaciones de reconocimiento sobre todo de la libertad, tolerancia religiosa, mentalidades del triunfante liberalismo cultural y político etc. Las consecuencias diplomáticas en la política eclesiástica se van a dejar ver de inmediato en Hispanoamérica. Esta política del Papa estaba clara. Ya antes de la bula, seis semanas después de su elección, el Papa había nombrado seis obispos residenciales para México. Al año siguiente los vicarios apostólicos de Argentina y de Chile se convertían a su vez en obispos residenciales. Y algo más tarde el Papa organizaba en la misma manera la jerarquía eclesiástica peruana.

Quedaba todavía otro paso necesario: el reconocimiento formal por parte de la Santa Sede de los nuevos Estados. Se trataba de una lógica consecuencia del principio establecido por la Bula, una vez aclarada la cuestión de hecho. Se trataba del paso tradicional en la historia de la situación de hecho a la situación de derecho. La evolución se apresuró tras la muerte de Fernando VII en 1833, y la inauguración de una política liberal hostil a la Iglesia, y anticlerical por parte del nuevo gobierno liberal español bajo la regencia de María Cristiana, esposa de Fernando VII, durante la minoría de edad de Isabel II, hija de Fernando VII. En 1835, tras la insistencia de Nueva Granada, como se llamaba entonces la futura Colombia, la Santa Sede la reconoce oficialmente. Al año siguiente reconoce –siempre por iniciativa de la Santa Sede – a México; en 1838 a Ecuador; y en 1840 a Chile. Se habían dado así los pasos definitivos de aquella evolución.

Hoy nos podemos preguntar si no se tardó demasiado. Ciertamente que así fue, pero las circunstancias y las causas del retraso se pueden explicar históricamente y eran inevitables. Sin embargo las consecuencias serán perniciosas: los dirigentes y la clase liberal “ilustrada” será siempre en este siglo cada vez más hostil a la Iglesia. La masonería más radical luchará contra la Iglesia y contra los sentimientos católicos de los nuevos países. Como escribía por aquel entonces el nuncio de Brasil Ostini al Secretario de Estado del Papa, Bernetti, el 6 de julio de 1831: “I liberali di Francia sono angeli in confronto di questi che qui abbiamo”. Lo único que por entonces quedaba seguro era el pueblo real, un pueblo fundamentalmente católico y apegado a sus raíces que se ahondaban fuertemente en la fe católica.