Diferencia entre revisiones de «INDEPENDENCIAS DE LOS PAISES LATINOAMERICANOS; una lectura de conjunto I»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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(/* El bicentenario de las Independencias: un acontecimiento relevante en América LatinaEl texto se encuentra también publicado en: Guzmán CARRIQUIRY, El Bicentenario de la Independencia de los Países Latinoamericanos. Prólogo del Cardenal Jorge)
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El bicentenario de las Independencias: un acontecimiento relevante en América Latina[1]

En el año 2010 muchos países latinoamericanos celebraron el bicentenario del comienzo de sus respectivas independencias. Con tal motivo se publicaron numerosos estudios sobre el tema. ¿Qué significa este momento histórico en la historia contemporánea de América Latina y de su formación? Abundan cada vez más las referencias a las conmemoraciones del bicentenario de la independencia en los países de latinoamericanos. En electo, el bicentenario de la independencia aparece ya como acontecimiento relevante, cargado de altos contenidos simbólicos, que enfrenta a los países latinoamericanos con su pasado, su presente y su futuro. Estas conmemoraciones se han celebrado en una América Latina que está pasando por una fase de especial turbulencia política, tiempos tensos y complejos marcados por crecientes antagonismos y confrontaciones, pero también caracterizados por un persistente y relevante crecimiento económico y un renovado protagonismo en el cuadro de muy fluidos escenarios mundiales de multipolarismo emergente. Son tiempos que exigen y movilizan, a la vez, un afrontamiento urgido de la realidad, un repensar a fondo los caminos históricos de América Latina, un debate abierto sobre los mayores desafíos, prioridades y tareas para ir construyendo su futuro.

Las conmemoraciones del bicentenario de la independencia han sido asumidas, programadas y realizadas, en primer lugar, por los gobiernos de los diversos Estados en el subcontinente. Argentina inició los preparativos para celebrar el bicentenario de la gesta independentista en 1999, cuando publicó el Decreto 1561/99 mediante el cual se constituiría la Comisión que tendría a su cargo dichos preparativos, pero fue el 25 de agosto de 2005, con Decreto 1016/05, cuando el entonces presidente Nestor Kirchner dejó sin efecto el decreto anterior y constituyó el Comité Permanente del Bicentenario y el «Plan de acción del Bicentenario». Bajo el título de «Debates de Mayo», la Secretaría de Cultura del gobierno argentino inició ciclos anuales de estudio y promoción de publicaciones relativas a las problemáticas históricas y actuales que esta conmemoración impone a la consideración y examen. En torno al 25 de mayo de 2010 hubo grandes festejos, especialmente en el Paseo del Bicentenario en el centro de Buenos Aires, con gran participación popular.

Chile estableció por el Decreto Supremo n. 176, de fecha 16 de octubre de 2000, su Comisión del Bicentenario, bajo el lema «Tarea de todos», promulgado por el entonces presidente Ricardo Lagos en 2000. Entre los muchos programas definidos y realizados se destaca el «Foro Bicentenario» como promoción de debates y reflexiones para «contar y pensar la América nuestra». El 18 de setiembre de 2010 se festejó el Bicentenario en Chile con numerosas manifestaciones y la construcción de grandes obras de infraestructura urbana.

Bolivia comenzó a planificar la conmemoración de los doscientos años de su independencia con la creación del Comité Nacional del Bicentenario, al amparo de una Ley (n. 2501) promulgada en agosto de 2003. El 25 de mayo de 2009 se decretó Fiesta Cívica Nacional.

Colombia celebró el 20 de julio de 2010 su bicentenario de la independencia, promovido por la Alta Consejería Presidencial conforme a lo establecido por el Decreto 446 del 15 de febrero de 2008. El gobierno colombiano inscribe estas conmemoraciones en una reflexión y proyecto denominado «Visión Colombia 2019», precisamente en el bicentenario de la victoria decisiva de Boyacá, que tuvo lugar en 1819.

En México, la comisión organizadora y el decreto por el que se establece el bicentenario en la agenda gubernamental datan de marzo de 2006. Un plan de conmemoraciones en todo el país fue anunciado solemnemente por el entonces presidente Felipe Calderón, quien convocó para 2010 una Conferencia Mundial de Juventud. Para México el año 2010 trajo a colación una doble celebración: el bicentenario de la independencia y el centenario del inicio de la Revolución mexicana.

El 17 de abril de 2008 se creó la Comisión Presidencial para la Conmemoración del Bicentenario de la Independencia de la República Bolivariana de Venezuela, «para consumar un proyecto que se inició en el siglo XIX y que aún no concluye».

En Ecuador se estableció un Plan de Desarrollo, 2004-2009, bajo el título: «Quito hacia el Bicentenario». El Decreto 561, de 20 de agosto de 2007, declaró los años 2007 y 2008 como «Años de Promoción Nacional» y estableció que entre los años 2009 y 2012 se llevaría a cabo la «Recordación Nacional del Bicentenario». El Comité Presidencial del Bicentenario fue creado el15 de abril de 2008, por Decreto 1023.

La Comisión Nacional de la Conmemoración de la Independencia Nacional de la República del Paraguay fue creada por la Ley 3495/08, que propondría los mayores festejos para 2011. En ese mismo año, Uruguay conmemora «el grito de Asencio- como inicio del proceso independentista. También El Salvador celebraría los doscientos años de su primer Grito de Independencia el 5 de noviembre de 2011. Similares leyes y decretos fueron promulgados en muchos otros países latinoamericanos con la misma finalidad.

Diez países latinoamericanos, entre los que se encuentran Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, El Salvador, Paraguay, México, Venezuela y España, como nación invitada, crearon en 2009 el «Grupo Bicentenario» como instancia multilateral, con el objetivo de promover, organizar y coordinar, en forma conjunta, las diversas celebraciones y actividades. También se creó entonces un Grupo Bicentenario entre los ministros de Cultura de los países miembros de la «Alternativa Bolivariana para las Américas» (ALBA), mientras el presidente de Bolivia, acompañado por los presidentes de Venezuela, Ecuador y Paraguay, conmemoraba en La Paz, en julio de 2009, los doscientos años de la Junta paceña como comienzos de los procesos de independencia americana. El tema del bicentenario fue considerado en la reunión de la «Unión de las Naciones Sudamericanas», en Quito, así como en la XX Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno que tuvo lugar en Mar del Plata, en noviembre de 2010. Incluso el gobierno español constituyó la Comisión Nacional para la Conmemoración de los Bicentenarios de la Independencia de las Repúblicas Iberoamericanas, cuyo embajador plenipotenciario y extraordinario fue el expresidente del Gobierno español Felipe González.

Mientras tanto se multiplicaron iniciativas programáticas por parte de numerosas y diversas instituciones: gobiernos locales, universidades, institutos de investigaciones históricas, centros culturales, así como muchas organizaciones no gubernamentales interesadas en esa temática, tanto a niveles nacionales como regionales. En la mayoría de los países se celebraron jornadas patrias, desfiles militares, solemnes celebraciones religiosas, seminarios de estudios e investigación, torneos escolares y muchas otras iniciativas. En el cuadro de estas celebraciones se han planificado e inaugurado museos, monumentos patrios y obras de infraestructura urbana. En la creciente producción editorial relativa a las temáticas del bicentenario, se destacan especialmente tres publicaciones de envergadura: una de ellas fue la de las ponencias del prematuro Congreso Internacional que tuvo lugar en México, en marzo de 2007, bajo el título: México en tres momentos 1810-1910-2010/Hacia la conmemoración del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución Mexicanas/ Retos y perspectivas; la segunda es la del libro Historiadores chilenos frente al Bicentenario, y la tercera, con el título Revolución, Independencia y Guerras civiles, es una obra de investigación y consulta de varios autores publicada por la Alta Consejería Presidencial y la Fundación Bicentenario en Colombia. Se trata de publicaciones muy heterogéneas en cuanto a la materia tratada y de desigual valor en las contribuciones recogidas. La Feria del Libro, el evento cultural más masivo de Cuba, que tuvo lugar en La Habana del 10 al 20 de febrero de 2011, ha sido dedicada al bicentenario.

El V Congreso Internacional de la Lengua Española, previsto para realizarse en Valparaíso del 3 al 5 de marzo de 2010 pero que tuvo que ser suspendido a causa del impresionante terremoto sufrido en Chile, tenía un título muy sugestivo: América y la lengua española: de la Independencia a la Comunidad Iberoamericana de Naciones.

La Iglesia católica no podía no interesarse, como protagonista, en dichas conmemoraciones. En el Documento conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, reunida en Aparecida ( Brasil) del 13 al 29 de mayo de 2007, se lee: «En América Latina y el Caribe, cuando muchos de nuestros pueblos se preparan para celebrar el bicentenario de su independencia, nos encontramos ante el desafío de revitalizar nuestro modo de ser católico y nuestras opciones personales por el Señor, para que la fe cristiana arraigue más profundamente en el corazón de las personas y los pueblos latinoamericanos ( ...)» (n. 13).

La referencia al bicentenario ha estado presente en la agenda de la mayoría de las Conferencias Episcopales Nacionales de América Latina. El Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) promovió consultas a universidades católicas del sub continente y convocó reuniones de expertos para estudiar los criterios adecuados para afrontar tales celebraciones, participar en ellas, desarrollar los propios programas y ofrecer su contribución original. Un Congreso Internacional de historiadores, celebrado en Roma del 19 de marzo al 2 de abril de 2010 y promovido por el Ateneo Pontificio «Regina Apostolorum» y la Universidad Europea de Roma, tuvo como tema: La Iglesia Católica ante la independencia de la América española.

En noviembre de 2008, la Conferencia Episcopal argentina publicó un documento importante: Hacia un Bicentenario en justicia y solidaridad. El 25 de mayo de 2010 el entonces cardenal Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires – y hoy Papa Francisco-, presidió el Te Deum en la catedral de Buenos Aires y hubo un mensaje del entonces papa Benedicto XVI dirigido a la Argentina con ocasión de dicha conmemoración. En el Te Deum celebrado en la catedral de Santiago de Chile, el 18 de septiembre de 2009, el cardenal Francisco Javier Errázuriz señaló el bicentenario como valiosa ocasión para que «crezca el cariño por nuestra Patria y por nuestra identidad, y nuestra voluntad de construirla como hermanos». El Episcopado chileno está promoviendo muy diversas iniciativas culturales y misioneras en relación al bicentenario. Notable es la publicación de dos volúmenes de Historia de la Iglesia en Chile. Los obispos de México, por su parte, se propusieron «promover la verdad histórica».

De particular importancia fueron los dos sucesivos comunicados conjuntos, del 5 de septiembre de 2009 y del 1 de diciembre de 2010, que emitieron los presidentes de las Conferencias Episcopales de Ecuador, Venezuela y Colombia. En ellos se señalaba el «valioso patrimonio» que es «bien común» de sus pueblos pero que está amenazado por tensiones crecientes entre los países con carreras armamentistas regionales, situaciones de violencia, desprecio de la vida humana y profundas crisis morales y económicas a nivel mundial. Se proponía, pues, bregar por fortalecer una cultura de paz y fraternidad, de participación democrática y de unidad. La declaración del Episcopado venezolano del 12 de enero de 2010 estaba toda centrada en el bicentenario de la Declaración de Independencia de esa república bolivariana.

Riesgos celebrativos y desafíos

Para ir desbrozando el camino de tales celebraciones, hubo algunos riesgos que muchos se dieron cuenta de tener que evitar en todo caso. El primero era que las celebraciones, por una parte, se redujesen a torneos de oratoria, homenajes convencionales, proclamas patrióticas tan encendidas como llenas de retóricas pomposas y formales, y, por otra parte, se utilizasen para lanzamientos de eslóganes ideológicos, dialécticas de contraposición, reactualizaciones de «leyendas negras». Tanto los circunloquios retóricos como las proclamas radicales de corporaciones políticas autorreferenciales y de las baronías académicas a su servicio, no atraen ni convocan a los pueblos: se limitan apenas a crear espectáculo en las «masas» o a tratar de mantener cabezas calientes entre sus seguidores.

Los latinoamericanos saben que todo ello es bien posible, desperdiciando totalmente lo que el acontecimiento del bicentenario ofrecía como oportunidad de serias reflexiones y proyecciones. En el bicentenario de la independencia tenía que huir, pues, de las conmemoraciones meramente protocolares, de las declamatorias retóricas e ideológicas, de las mitologías y leyendas que han infestado muchas «historias patrias». Había que evitar que el bicentenario fuese sólo ocasión de auto-ocupación, agitación y distracción de corporaciones políticas y académicas, con pueblos desinteresados o, a lo más, asistentes pasivos ante el acumularse de ceremonias y desfiles, sin llegar a ser expresión del alma de la gente.

Al contrario, se ha dicho bien que los pueblos latinoamericanos festejan las fiestas patrias con las propias tradiciones culturales, con el canto y el baile, la comida y bebida abundantes, las representaciones callejeras, el desfile de las Fuerzas Armadas, el feriado y el entretenimiento, o sea, mediante lo que ellos mismos son y lo que los une como patria. El sentimiento patriótico es ese reconocerse como hijos y hermanos de una misma tradición, de una patria común. Por eso mismo, el «Bicentenario» no podía ser disociado y menos contrapuesto al «Quinto Centenario» -conmemorado en 1992, en medio de grandes debates-, pues significaría ignorar lo que da consistencia y patriotismo a los pueblos latinoamericanos como sujetos históricos. Había que recapitular todo lo que venía del encuentro entre los pueblos originarios con los españoles y portugueses: la propia lengua, la religión, el mestizaje, la cultura barroca y el ethos formado a través de la tradición y la convivencia cotidiana. Sin ello, se deforma la mirada sobre nuestros procesos de independencia y se tiende a concentrarla más en los Estados que en los pueblos como sus sujetos históricos.

El segundo riesgo consistía en festejar las independencias «nacionales» dentro de un patriotismo de puras fronteras adentro, siguiendo las huellas de la constitución de los diferentes Estados y de sus historiografías patrias a espaldas de los propios vecinos y hermanos, ignorando la historia común. Encerrarse y exaltarse en un patriotismo de entre casa, que considerase aisladamente la independencia del propio país, era insuficiente, distorsionaba la historia, estrechaba forzadamente la mirada y era políticamente perjudicial. No correspondía ni a la dinámica real de la independencia americana ni a las exigencias de nuestro tiempo, que son las de un verdadero amor patrio de fronteras abiertas e ideales comunes. «Mi patria es América», exclamaba Simón Bolívar y otros grandes próceres de la independencia, incluyendo por cierto el amor al propio terruño de origen. Para Bolívar y los otros grandes próceres de ese proceso, ninguna independencia local o regional se consideraba concluida hasta que toda América fuera liberada del dominio español. Los revolucionarios de la independencia no concebían su lucha dentro de marcos locales o de naciones en formación, sino que la proyectaban en una solidaridad continental.[2]

¿Cómo se podría festejar la independencia argentina sin tener presente la historia común, de oposiciones y convergencias, entre los pueblos de la Cuenca del Río de la Plata? ¿Acaso sería posible celebrar la independencia de Chile sin reconocer la importancia decisiva del ejército que San Martín forjó como gobernador de Cuyo, en provincias argentinas, su formidable campaña de los Andes y la alianza criolla entre patriotas rioplatenses -más del 90 por ciento de ese ejército- y patriotas chilenos? ¿Y acaso no fueron mayoritariamente chilenas las tropas que bajo el mando de San Martín partieron con el objetivo de liberar el Perú? Demás está decir que las gestas de la independencia de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia (el Alto Perú) están indisolublemente unidas bajo la acción militar y política del Libertador Simón Bolívar.

No se puede olvidar que el joven Bolívar, derrotado y exiliado en Jamaica, sólo puede recomenzar su gesta libertadora gracias, entre otras cosas, al apoyo logístico y militar del presidente haitiano Pétion.[3]El proyecto bolivariano fue la creación de la Gran Colombia, que incluía Colombia, Venezuela y Ecuador, pero en vistas a una unidad hispanoamericana más grande. La independencia de toda Centroamérica, en fin, está directamente vinculada a la independencia de México. No es de extrañar, pues, que entre los integrantes del primer Congreso Constituyente peruano fuera posible encontrar tres neogranadinos, cuatro ecuatorianos, un alto-peruano, un chileno y tres argentinos. Tampoco es extraño que el primer ciudadano que en Chile detentó, aunque en forma accidental y breve, el título de Director Supremo, fuese un guatemalteco, y que el primer presidente de la República fuera nativo de Buenos Aires.

Todos los jefes revolucionarios proclamaron entonces su condición de «americanos», fueran caraqueños, neogranadinos, alto-peruanos, argentinos, orientales o chilenos. Para todos, la ciudad o región natal será, por todo un período, la «patria chica». Por todo ello celebrar o hablar de las independencias latinoamericanas debe tener primordialmente ese alcance, dimensión y perspectiva señaladas.

Un tercer riesgo era ya advertido por el historiador uruguayo Gustavo Beyhaut cuando en el ya lejano 1964 escribía, en su libro Raíces contemporáneas de América Latina,[4]que «el período de la Independencia es precisamente el que ha dado lugar a mayor número de publicaciones y congresos, no muy fecundos en la validez de sus conclusiones, proveedores de la papilla habitual que, aunque pueda halagar nuestra vanidad, no supera la intención conmemorativa y carece de auténtica inquietud intelectual». Caer en ese riesgo supondría desconocer las numerosas y notables investigaciones historiográficas tanto de fuentes latinoamericanas como norteamericanas y europeas que, especialmente en las últimas tres décadas, se han realizado y publicado respecto a los procesos de emancipación iberoamericanos.

El excelente libro de John Lynch, Las revoluciones hispanoamericanas. 1808-1826,[5]concluye con un bastante completo Ensayo bibliográfico al respecto, mientras que las recientes tendencias y discusiones historiográficas respecto a dichos procesos están muy bien sintetizadas en el estudio de Gabriel Paquette, «The dissolution of the Spanish Atlantic Monarchy», publicado en The Historical Journal de la Universidad de Cambridge.[6]Dichas investigaciones han permitido superar todas las distorsiones ideológicas que, junto a una vasta labor de estudios documentales e históricos, se difundieron en la interpretación de la independencia por parte de la historiografía «clásica» liberal del último tercio del siglo XIX en América Latina. Los ecos que llegan de la conmemoración del primer centenario, en torno al año 1910, están muy marcados por aquella interpretación, propia del período de «organización nacional» después de décadas de anarquía.

En ellos se tendía a enfatizar la configuración del Estado moderno autárquico, como proceso político-militar forjador de la nación laica, democrático-republicana, según los paradigmas de las naciones europeas, bajo el prisma de un liberalismo lleno de estereotipos, como, por ejemplo, sobre la Iglesia católica, cuya presencia masiva en el cuerpo social queda sorprendentemente esfumada. Esta interpretación resulta hoy insostenible en muchas de sus categorías y perspectivas, pero aún está presente en manuales escolásticos y textos de historias patrias que circulan en los países latinoamericanos, convirtiéndose en vulgata de opiniones comunes. No sería ni verdadero ni bueno que tales esquemas se repitan y repropongan hoy día con motivo de las celebraciones del bicentenario.

En cuarto lugar, la conmemoración del Bicentenario no puede reducirse a una visión erudita del pasado latinoamericano, ni a una exaltación romántica de las gestas independentistas, ni a una visión nostálgica de tiempos fundadores, sino que tiene que servir para afrontar las grandes tareas pendientes que dejaron los procesos de independencia y las condiciones actuales para replantearse caminos, tanto de renovada independencia como de solidaridad, justicia y paz a la altura de nuestros tiempos.

Un quinto riesgo es que el Brasil no se sienta ni esté involucrado en tales conmemoraciones y estudios. Es cierto que la independencia del Brasil se realizó por caminos diferentes a los procesos emancipadores de Hispanoamérica, pero ambos procesos se dan en similares contextos históricos. No es tampoco una cuestión de fechas distintas, pues, como se verá, son también muy distintas las fechas de independencia de las diversas regiones hispanoamericanas. Hay que tener presente, eso sí, que por entonces el Brasil e Hispanoamérica eran mundos muy incomunicados, sólo con un área de tensos conflictos en la Cuenca del Plata. Sin embargo, es bueno recordar el genial profetismo de Simón Bolívar que, convocando el Congreso de Panamá, para intentar la formación de la Confederación de las regiones liberadas, incluyó e invitó también al Imperio del Brasil. No asistió ninguna delegación de este imperio a dicho congreso, pero, gracias a Dios, doscientos años después, se asiste a un proceso de creciente e intensa integración y cooperación entre los mundos hispanoamericano y lusoamericano, en el que está en juego el futuro de América Latina. Hoy nada de lo latinoamericano es posible sin el Brasil... y Viceversa.

Residuos coloniales

Independencia significa esencialmente la situación de un país que no está sometido a la autoridad de otro. Para el Diccionario de la Real Academia Española, independencia es «la libertad, especialmente la de un Estado que no es tributario ni depende de otro». Como concepto político, apareció por primera vez con la Declaración de Independencia de los Estados Unidos en 1776 y se extendió con las declaraciones de independencia de los países latinoamericanos respecto de los dominios de España y Portugal.

Es conveniente recordar que aún existen territorios en América Latina y el Caribe sometidos a tutela colonial. En el año 2009 el Comité de descolonización de las Naciones Unidas consideraba que había 16 territorios no autónomos en espera de ser descolonizados. Las Malvinas es uno de ellos, y ésta no es sólo reivindicación de los argentinos sino de todo auténtico latinoamericano. Quedan también como colonias dependientes de Gran Bretaña diversas posesiones en el Caribe, como las islas Anguila, Bermudas, Caimán, Montserrat, Turcos y Caicos y las islas Vírgenes, entre otras. Dentro del marco del derecho internacional cabe distinguir tales colonias de la Corona de otros territorios situados en el ámbito caribeño que desde marzo de 1967 (West Indies Act) poseen el estatus de Estados asociados a Gran Bretaña (en sus declaraciones de independencia se incorporaron al Commonwealth y la mayoría de ellos se constituyeron en monarquías parlamentarias cuyo jefe de Estado es el monarca de Inglaterra). Es el caso de Antigua y Barbuda, Granada, Santa Lucía, Jamaica, Barbados, Dominica, Belice (último territorio colonial, hasta 1973, en tierra firme americana), Trinidad y Tobago, San Cristóbal (Saint Kitts) y Nieves (Nevis), San Vicente, las Granadinas ... La dirección de las relaciones exteriores y de la defensa de muchas de estas islas está aún bajo responsabilidad del gobierno británico.

Hay en esto bastante materia que es de residuo colonial de lo que fue el poderoso Imperio británico a nivel mundial. Tampoco es posible no advertir reminiscencias coloniales francesas y holandesas en el Caribe.

Alargar los tiempos del bicentenario

Del bicentenario de la independencia se habló muy genéricamente. Conviene, pues, plantear algunas puntualizaciones. Se trata de una conmemoración dispersa en el tiempo. Por lo general, se afirma que transcurre entre 2008-2010 y 2024, con fechas muy distintas para cada uno de los países, sin que se evidencie una perspectiva común entre los distintos países a la hora de plantear su alcance y sentido. Se ha señalado con razón que se trata de conmemoraciones con un «carácter extraordinariamente complejo, multidimensional, disperso y heterogéneo».

Por una parte, cabe recordar que el proceso de independencia de los países latinoamericanos comenzó estrictamente en 1804 con la independencia de Haití, después de doce años de cruenta lucha contra los intereses coloniales de los «revolucionarios» franceses para quienes «igualdad, libertad y fraternidad» parecían no tener cabida en la isla de negros y mulatos sometidos. Hoy se tiende a alargar el arco de tiempo de dicho proceso desde 1750 a 1850, incluyendo el ocaso de los Imperios español y portugués en América, e incorporando algunos movimientos «precursores» de la independencia y la fase de anarquía que siguió a la independencia. El mismo título del uno de los libros del argentino Tulio Halperín Donghi (1926-2014) sobre este período es significativo: Reforma y disolución de los imperios ibéricos. 1750-1850[7].

El proceso de independencia sudamericana concluye en 1824 con la batalla de Ayacucho, pero hasta mediados del siglo XIX los nuevos países continúan sufriendo las convulsiones de las guerras de la independencia. Además, habrá que esperar hasta 1865 para la definitiva independencia de la República Dominicana y hasta 1898 para la independencia de Cuba, que reconoce a José Martí (1853-1895) como su héroe nacional.[8]El carácter insular, la presencia de la marina española y los intereses mancomunados de peninsulares y criollos en la economía de plantaciones sobre la base de la mano de obra esclava, en estos casos postergó los tiempos de la independencia. «Las islas de Puerto Rico y Cuba ( ... ) -escribía Simón Bolívar ya en 1815, en su Carta de Jamaica- son las que más tranquilamente poseen los españoles, porque están fuera del contacto con los independientes. Mas ¿no son americanos estos insulares?, ¿no son vejados?, ¿no desean su bienestar?».

La crisis de los Imperios ibéricos

Los procesos de independencia en Iberoamérica tienen lugar al alba de una nueva época de la historia europea y mundial. Las monarquías portuguesa y española constituyen, en los siglos XV y XVI, la avanzada hegemónica de la gran expansión europea durante el salto cualitativo de la mundialización en el que la ecumene entera aparece por primera vez a la mirada del hombre. Del «Imperio en el que jamás se pone el sol», se pasa poco después, al final de la monarquía de Felipe II, frustrada la unidad nacional ibérica, a un proceso gradual de declive e incluso de decadencia, por más que se logre la hazaña de mantener por largo tiempo la unidad de esa monarquía de composición transoceánica. Se puede afirmar en forma extremadamente sintética que la gradual crisis de tales monarquías está marcada por su incapacidad de asumir los retos y frutos de la «Revolución científica», la «Revolución burguesa» y la posterior «Revolución industrial».

España y Portugal quedaron al margen y atrasados en el proceso de la modernidad. De vanguardia fueron poco a poco convirtiéndose en retaguardia. No supieron aprovechar los cuantiosos recursos obtenidos gracias a su expansión imperial. Sus economías de base rural, con sociedades de vastos sectores «ociosos», fueron incapaces de suscitar un adecuado crecimiento y menos aún el salto cualitativo de la producción industrial. Gran parte de las riquezas americanas quedaron destinadas a sostener los enormes costos de muy vastos y lejanos dominios, así como de las guerras europeas -en las que Carlos V se afanó en defender la unidad de la cristiandad- y de la contención militar de los turcos otomanos en las fronteras orientales de Europa y el Mediterráneo.

El monopolio comercial con sus reinos y provincias de ultramar se resquebrajaba cada vez más por la incapacidad de las metrópolis de responder en forma adecuada a las necesidades de estos crecientes mercados, que practicaban masivamente el contrabando y que veían a las metrópolis como meras intermediarias y beneficiarias del abastecimiento de los productos manufacturados de Inglaterra, Francia y Holanda. Si José Andrés-Gallego[9]escribe sobre La crisis de la hegemonía española con referencia ya al Siglo XVII, Tulio Halperín Donghi introduce adecuadamente en El ocaso del orden colonial hispanoamericano (1978). Algunos prefieren hablar de «disolución» o «desintegración» del Imperio español.

España había sellado definitivamente su ocaso con Westfalia (1648),[10]pero, no obstante, había sabido mantener la integridad de las Indias americanas. Sólo había cedido algunas islas a Inglaterra, Francia y Holanda, en la gran batalla del Caribe contra los «adelantados» de la piratería. Su protagonismo se iba convirtiendo en fantasmal, mientras era desplazada como primera potencia por la Inglaterra protestante y por la Francia católica, desgarrada en medio de esa tensión. Desde 1700, en Utrecht,[11]España entregó su comercio a los ingleses, y, a la vez, se alió con Francia, por el Pacto de Familia de los Borbones, que reinaban ya en las dos monarquías.

Las reformas borbónicas intentan «modernizar» estos vastos dominios, contrarrestando las tendencias de decadencia y disgregación. Ellas logran provocar una profunda reorganización y modernización administrativas, así como un crecimiento importante de la actividad económica americana gracias a la ampliación de los circuitos comerciales. Dichas reformas tienden a reducir la posición y la influencia de poderosos grupos de criollos enriquecidos por ese mismo crecimiento económico y a alimentar sus anhelos de una mayor autonomía americana.

En tiempos borbónicos, se critica y abandona la concepción habsbúrgica [también asbúrgica] de un conjunto de reinos unidos bajo la autoridad monárquica; se centraliza el poder en un Estado nacional bajo despotismo iluminado, y se promueve una nueva ola inmigratoria de peninsulares a América. Los inmigrantes españoles ocupan los cargos gubernamentales y administrativos -desplazando a los criollos, sobre todo de las «Audiencias»-, así como también los circuitos oficiales del comercio. Sostener tales reformas implicaba, además, sobrecargar de impuestos a las poblaciones americanas (tanto a las elites criollas como a las comunidades indígenas).

Se estructuraba y reforzaba el pacto colonial de intercambio de materias primas y productos agrícolas americanos y productos manufacturados españoles o procedentes de otros países europeos, con España como costosa intermediaria. A comienzos del siglo XIX no faltaban documentos en los que se hablaba de los Reinos de Indias como de «colonias», algo inusual en los tres siglos anteriores. En el crepúsculo del Imperio no se atenuaba sino que aumentaba su imperialismo. Las reformas borbónicas aceleraron su propia destrucción pues desataron apetitos que no se podían ni se querían satisfacer.

Portugal, por su parte, enfrentado a Castilla desde siglos atrás, había dejado de considerarse parte de España en el siglo XVII (1640) (pues hasta ese momento, para los portugueses, España no era una comunidad política sino un vasto ámbito cultural, uno y plural, del que formaban parte). Comenzado el siglo XVIII los monarcas portugueses se aliaron a los británicos -en compensación de la inclinación de los castellanos a Francia- y pasaron a ser un aliado muy subalterno de Inglaterra. Además, el esfuerzo modernizador de las monarquías borbónicas también quedó frustrado por los límites del carácter ecléctico de la Ilustración española, por el impacto de los tumultuosos acontecimientos que abrieron el siglo XIX bajo las tenazas de Francia e Inglaterra y por la torpeza del absolutismo de Fernando VII (rey: 1808-1833).

Las tres revoluciones

La tragedia de las monarquías de España y Portugal, sumidas ya en pleno declive, fue la de quedar condicionadas y subalternas en la disputa por la hegemonía del emergente mundo capitalista, entre la Francia protagonista y heredera de la Revolución y la Gran Bretaña pionera de la Revolución industrial.

Está claro que la Revolución francesa no sólo trastocó el equilibrio político europeo, sino que fue un evento social, político y cultural tan lleno de novedad que dominó toda la escena y el debate político europeos de su tiempo. La Revolución hispanoamericana se vinculó a la Revolución francesa en cuanto conciencia de inauguración de una nueva era, de profundas transformaciones políticas, sociales y culturales. Fue común cierta imaginería «revolucionaria». Los acontecimientos y las proclamas de la Revolución francesa tuvieron bastante difusión en América Latina, gracias al progreso de alfabetización y a la difusión de la imprenta. Pero tal difusión se limitó a círculos restringidos de ciudades capitales y puertos, sobre todo a elites culturales de la alta administración pública, nobleza española y patriciado criollo, clero y universidades. No tuvo, en cambio, ninguna influencia en sectores populares, arraigados en la tradición hispánica y en la cristiandad indiana. Los simpatizantes de la Revolución francesa fueron en el mundo hispánico -peninsular y americano- muy escasos, apenas una ínfima minoría.

Por lo general, en la península Ibérica y en América predominó una actitud hostil respecto de la Revolución francesa, más fuerte aún en los pueblos que en las elites. La reacción patriótica popular ante la ocupación de Portugal y España y la usurpación de la corona por parte del poder napoleónico, conllevaron un rechazo de la Francia revolucionaria identificada con el imperialismo francés.

La resistencia general que había provocado en medios americanos la expulsión de la Compañía de Jesús de los dominios del Imperio (1759 de los portugueses y 1767 de los españoles), se manifestará ante la usurpación napoleónica como reafirmación de la tradición católica de los pueblos hispanoamericanos contra la política anti-clerical y antirreligiosa de la Revolución francesa, acusada de propagar la «impiedad». En efecto, al comienzo de la Revolución francesa el clero apoyó a la reunión de los «tres estados» del Antiguo Régimen en la Asamblea General, a la abolición de los privilegios feudales y a la declaración de derechos del hombre y el ciudadano. Sin embargo, después se tomaron tres medidas contra la Iglesia: la primera fue la nacionalización de todos los bienes eclesiásticos (la desamortización) y su venta, dejando al clero como asalariado del Estado; la segunda, reglamentó de tal modo las órdenes y congregaciones religiosas que las llevaron prácticamente a la destrucción; la tercera fue la culminación del regalismo, con la constitución civil del clero, afectando así la constitución de la Iglesia y convirtiéndola en parte del Estado. Todo ello trajo consigo la persecución y el conflicto abierto. Pío VI murió preso en 1799 y Napoleón ocupó Roma en 1808, la anexó y aprisionó al Papa Pío VII, que fue sólo liberado en 1814.

Además, los líderes hispanoamericanos despojaron sus discursos de toda referencia al discurso revolucionario «jacobinista», al cual aborrecían y temían. Al mismo tiempo, se mostraron sumamente prudentes en la movilización del pueblo urbano en sus querellas intestinas y utilizaron un lenguaje muy retórico y abstracto de libertad para no dejar lugar a la irrupción de otra violenta rebelión de los esclavos como ocurrió en Haití. Tiene razón François-Xavier Guerra cuando destaca las relaciones complejas y ambivalentes entre la Revolución francesa y las Revoluciones hispánicas (en España y América) en su libro Modernización e Independencia.[12]

Fueron los liberales americanos de finales del siglo XIX quienes reivindicaron e intentaron imponer una interpretación de la Revolución hispanoamericana como hija de la Revolución francesa y consecuencia ultramarina de la difusión de sus principios. Hoy día esta formulación ideológica, sin más, es inaceptable.

Tampoco podría afirmarse que la independencia hispanoamericana fue hija de la independencia de las trece colonias inglesas de Norteamérica en 1776. Es cierto que se trató de un antecedente muy significativo de sacudimiento del yugo colonial. La Declaración de Independencia fue novedad planetaria, pues hasta entonces declararse independiente no era una categoría jurídico-política reconocida. Sin embargo, las relaciones entre Iberoamérica y aquellas colonias eran muy tenues. Sólo entre algunas elites criollas hispanoamericanas circularon folletos de la independencia americana; incluso la misma Declaración de Independencia de 1776, cuyo espíritu de libertad, afirmación de soberanía popular y republicanismo suscitaban admiración. Hubo, sí, muchas traducciones del «Common Sense» de Thomas Paine, violento ataque al pacto colonial. Hay que recordar también que algunos patriotas de la emancipación sudamericana combatieron en las filas del general Washington.

La aventurada vida del venezolano Francisco de Miranda lo llevó a combatir en Pensacola como oficial del ejército español, en apoyo a la causa de Washington. Luego mantuvo con él una relación privilegiada, pues vivió en Filadelfia entre 1783 y 1784 después de abandonar el ejército español.[13]Oficiales caribeños y sudamericanos combatieron en América del Norte. Bolívar estuvo interesado en mantener contactos con ese gran primer país independiente del continente americano, del que ya preveía un desarrollo portentoso, pero las distancias y la escasez de comunicaciones fueron obstáculos casi insuperables. En 1819 la joven república norteamericana recibía oficialmente al representante de Colombia, Manuel Torres, enviado por Bolívar para obtener empréstitos, armas y reconocimiento de las nuevas repúblicas.[14]Sólo más tarde, el modelo político y el constitucionalismo norteamericano tuvo mucha influencia en ámbitos latinoamericanos. Hubo muchas constituciones de países iberoamericanos directamente inspiradas por constituciones estatales y por la constitución federal de Estados Unidos de 1787.

Fueron sobre todo los albores de la Revolución industrial en Inglaterra los que tuvieron influencias más decisivas sobre los procesos de la independencia americana y la constitución de los nuevos Estados. Hay que tener en cuenta que el siglo XVIII fue, en la Europa occidental, de extraordinaria prosperidad y su ritmo de crecimiento fue mucho más intenso que el de los siglos anteriores. En ello se incubó la noción de «progreso». La riqueza generada por el comercio en circuitos y mercados ampliados, el desarrollo de las manufacturas y la posterior introducción del «maquinismo» (máquina a vapor), en zonas que estaban viviendo un intenso crecimiento demográfico, permitió el salto cualitativo de la Revolución industrial, bajo forma capitalista, con notable aumento de la productividad, de la velocidad de los transportes y del avance del «mercado». Este despegue se inició sobre todo en Inglaterra, y será la base de lanzamiento y consolidación de una nueva hegemonía mundial, después de la de las monarquías ibéricas.

En la pugna entre Francia e Inglaterra por el comercio con las Indias vencerá netamente la segunda. El célebre Burke[15]definirá la política británica en 1792: si España se aliaba con Francia, entonces Inglaterra tenía que contribuir decididamente a la desmembración de la monarquía española con la independencia de las Indias; en cambio, si España se aliaba con Inglaterra contra Francia, entonces no había problema pues el comercio de Indias caía bajo el total control inglés, pues el único competidor posible era Francia. Las dos hipótesis se cumplieron sucesivamente y el Imperio hispánico saltó a pedazos. Las intentonas militares británicas en América, como en el Río de la Plata, ya no servían; bastaba el control comercial. Tal será la política del ministro inglés George Canning.[16]La riqueza americana terminó siendo contribución importante para aquella acumulación originaria de capital que está en la base de la Revolución industrial.

Bajo el signo de la Ilustración

El arco de tiempo que va desde 1750 hasta 1840, y que comprende los procesos de las Revoluciones iberoamericanas, está bajo el signo de la Ilustración. Es cierto que en España y América se mantuvieron aún con cierto vigor las tradiciones del pensamiento político clásico español como fuentes inspiradoras de tales procesos. En efecto, pueblos y ciudades concebían la monarquía, especialmente en tiempos de los Austrias o Habsburgo, como un conjunto de reinos autónomos bajo la autoridad monárquica central y superior, destacando también los vínculos indisolubles entre la soberanía de los pueblos y la legitimidad en el ejercicio del poder monárquico -a Deo per populum-.

Estos influjos provenían desde sus fuentes medievales hasta la neoescolástica de Juan de Mariana,[17]Gabriel Vázquez[18]y Francisco Suárez,[19]especialmente difundida en el Cono Sur americano (como lo demuestran los estudios de Guillermo Furlong[20]y Alberto Caturelli[21]). Dichas tradiciones se expresaban aún en la propuesta del conde de Aranda[22]de formar en las Indias tres reinos unidos por un nuevo Pacto de Familia, en la de Godoy[23]que sugería a Carlos IV [de España] instalar tres regencias en las Indias, a favor de tres infantes [de la monarquía española], sustituyendo los virreinatos, e incluso en los intentos de varios próceres de la independencia de buscar una dinastía capaz de encabezar un nuevo conjunto de reinos después de la desintegración del Imperio hispánico.[24]Esta tradición está también en la base de la reversión de la soberanía a los pueblos, en caso de usurpación y acefalía, fundamento del movimiento «juntista» peninsular y americano.

Sin embargo, la síntesis de Suárez era como el canto del cisne de la neo-escolástica, combatida y censurada por los déspotas iluminados y sumida en gradual decadencia por no haber sabido incorporar las nuevas categorías de la Revolución científica, experimentales y matemáticas, en su horizonte de realidad y pensamiento. Si la neo-escolástica había sido la primera síntesis católica al alba de la modernidad, ante el impacto del descubrimiento, la conquista, la evangelización y la configuración civilizatoria de nuevos pueblos, alimentando la «reforma católica», la segunda fase creadora del barroco católico ya no será hispánica, sino que se expresará con Galileo, Descartes, Pascal, Vico, inauguradora de la modernidad. El Siglo de las Luces marcará después la profunda ruptura entre tradición y progreso.

En América hubo bastante conocimiento de los libros más significativos del pensamiento ilustrado francés (de Montesquieu, Voltaire, Diderot, Rousseau, D' Alembert...) y de la misma Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Fueron objeto de comentarios y debates en muchas tertulias entre criollos americanos. La alianza entre la España borbónica y la Francia revolucionaria e imperial facilitó esta difusión.[25]Tuvieron clara influencia en el pensamiento de Miranda, Bolívar, Nariño, Belgrano, Moreno y de otros próceres de la emancipación americana, sobre todo cuando éstos vivieron algún tiempo en tierras europeas. De ello mucho han escrito, entre otros, Salvador de Madariaga en su Cuadro histórico de las Indias,[26]Pedro Henríquez Ureña en Historia de la cultura en la América hispánica,[27]y Mariano Picón Salas en De la conquista a la Independencia.[28]Sin embargo, no tuvieron la influencia determinante en los procesos revolucionarios como la que inflaron desmesuradamente los liberales de finales del siglo XIX. Además, el pensamiento ilustrado francés fue gradualmente sustituido por la creciente influencia de la ilustración británica, en el que descuella la figura de John Locke, padre también del constitucionalismo norteamericano.

No obstante aquellos influjos culturales, desde la segunda mitad del siglo XVIII y en la primera mitad del siglo XIX, predominaba en España y América el pensamiento ilustrado católico. Éste tenía en el benedictino Benito Feijoo a su mayor divulgador y propagandista, y se expresaba a niveles de gobierno con Campomanes, Jovellanos y el conde de Aranda, en una política de «modernización» que fue efímera, sin un respiro teórico y sin ir a las raíces de los problemas planteados. Se enredó en un eclecticismo, también teñido de tendencias regalistas y neo-jansenistas, de moralismo despreciativo de la exuberancia barroca de lo religioso. Predomina esta Ilustración en los tiempos de las Revoluciones iberoamericanas.

Es importante tener presente también el papel jugado por las logias masónicas. A pesar de las condenas pontificias de 1738 y 1751, numerosos católicos integraron las logias. Incluso un tradicionalista y papista como José de Maestre fue masón. Hubo muchos masones entre los próceres de la independencia americana que, a la vez, respetaban e incluso acataban la tradición católica. Se sucedieron las condenas pontificias y ya a mediados del siglo XIX los deslindes entre católicos y masones fueron mucho más claros y netos. Lo que en la Enciclopedia estaba esfumado, ahora se manifestaba en toda su contradicción. En efecto, la Ilustración católica, ecléctica, confusa, en tiempos de plena hegemonía inglesa dejará el paso a la tradición iluminista racionalista, anticatólica, de particular virulencia finisecular.

Por cierto, en los discursos públicos de los líderes independentistas se mezclaron a menudo muy diversos estratos e influjos ideológicos. Al respecto es muy interesante la lectura de Otto Carlos Stoetzer, El pensamiento político en América española durante el proceso de emancipación: las bases hispánicas y las corrientes europeas,[29]así como la abundante documentación recogida por José Luis Romero y Luis Alberto Romero en Pensamiento político de la emancipación (1790-1825).[30]Es bueno también recorrer la documentación recogida por M. A. Puig-Samper y C. Arboleda en La Ilustración en América colonial. Bibliografía crítica.[31]

¿Se puede establecer una fecha aproximadamente fija para el comienzo de las independencias?

Los muy numerosos y variados movimientos sediciosos que abundan en la segunda mitad del siglo XVIII en diversos lugares de Hispanoamérica presentan una fisionomía escasamente homogénea, y sólo por una forzada y en gran medida arbitraria interpretación retrospectiva, pueden haber sido considerados como antecedentes inmediatos de la revolución independentista. Menos discutible es la relación entre los movimientos revolucionarios y los signos de descontento manifestados en algunos estrechos círculos de elites urbanas desde aproximadamente la última década de este siglo, en el cuadro de la degradación del poder español que, por entonces, se hace más rápida y aguda. La guerra contra Gran Bretaña, que domina el Atlántico, separa España de sus Indias. Le resulta cada vez más difícil mandarle soldados y gobernantes e imposible mantener el monopolio comercial. La derrota de Trafalgar en 1805 fue el golpe de gracia a las comunicaciones atlánticas de España. Quedaba agotado y resquebrajado el pacto colonial.

La invasión de Portugal y España por las tropas napoleónicas para consolidar un «bloqueo continental» contra la Inglaterra insular, es la llamarada que hace explotar los imperios en crisis y desatar los procesos de emancipación en Iberoamérica. Conviene destacar, sin embargo, que la independencia americana no tuvo lugar entre 1808 y 1810, por más que muchas fechas patrias hagan referencia a tales años y que el bicentenario de la independencia se haya querido fijar y celebrar en el 2010 en muchos países de América Latina. Para los más, se trata de una conmemoración bastante anticipada (y es significativo que el Perú se apreste a conmemorar el bicentenario en el año 2021). Como puede apreciarse, los procesos emancipadores iberoamericanos responden a un mismo contexto y factores históricos de referencia, manifiestan la conciencia del protagonismo de una nueva era y están sumamente entrelazados en su desarrollo en las diversas regiones, pero las fechas de independencia varían mucho de un extremo al otro del mundo iberoamericano.

En realidad, el movimiento «juntista», que entre 1809 y 1810 se propaga por muy numerosas ciudades de los cuatro virreinatos y de las diversas capitanías generales de Iberoamérica, no puede ser considerado un movimiento independentista. Como es bien sabido, ante la invasión y ocupación de España por las tropas napoleónicas y las abdicaciones de Bayona por las que la Corona pasa de los Borbones a José Bonaparte, el levantamiento del pueblo español y su resistencia armada a modo de «guerra de guerrillas»[32]se institucionalizó a través de juntas locales de autogobierno que, desconociendo la legitimidad de la monarquía francesa usurpadora, asumió de facto el ejercicio de la soberanía popular. Estas juntas confluyeron después en la Junta Central de Sevilla, constituida el 25 de septiembre de 1808, como coordinación de la lucha de resistencia y, a la vez, Junta de gobierno en nombre del rey Fernando VII, obligado a abdicar, cautivo de Napoleón.

Las colonias españolas en América se encontraron con una situación sin precedentes: no tenían gobierno legítimo, porque su rey había abdicado, y no querían reconocerle derechos al usurpador. ¿A quién debían obedecer? ¿Y cómo podía redistribuirse el poder entre los funcionarios reales y las elites locales? Como en España, también en muchas ciudades americanas minorías de criollos acaudaladas crearon por doquier, en cabildos abiertos convocados para enfrentar tales vacíos de poder, las propias juntas de gobierno que desconocían la autoridad de Napoleón, reasumían la soberanía en virtud de la prisión de Fernando VII y en su nombre, proclamando fidelidad al depuesto monarca español. La mayoría de ellas operaron la destitución de las autoridades españolas locales, sin reconocer la autoridad de la Junta Central de Sevilla y la posterior Regencia de Cádiz, aunque hubo algunas que sí lo hicieron. La llegada a puertos de las Indias españolas de emisarios franceses encargados de entregar a los funcionarios lugareños el mensaje del nuevo rey, José Bonaparte, provocó, como afirma un autor, «la explosión salvaje y feroz de lealtad» a la monarquía hispana.

El movimiento «juntista» americano no abanderó la independencia de España, sino que asumió el autogobierno, declarando públicamente ejercer la soberanía en nombre del monarca español, impedido de hacerlo. Es cierto que mucho se ha discutido si tales juntas americanas, en las que los criollos asumían un decidido protagonismo político, manifestaron esa lealtad al monarca español sólo como una máscara para cubrir sus propósitos de independencia que irían después explicitándose en formas cada vez más netas (para no enfrentar los sentimientos realistas a nivel popular, intentando impedir una contrarrevolución española y asegurándose el apoyo de Inglaterra, entonces poderosa aliada de España en la lucha contra el poder napoleónico), o si tales propósitos todavía no estaban presentes, ni claros ni maduros, en tales Juntas. El título del libro de Jorge Domínguez es muy elocuente: Insurrección o lealtad. La desintegración del Imperio español en América.[33]

Ciertamente hubo protagonistas que desde los comienzos ya insinuaban su determinación por la independencia -como Miranda, Bolívar, Nariño, O'Higgins, Carrera, Artigas, algunos prohombres de la Junta de Buenos Aires, entre otros-, pero la gran mayoría no albergaba en absoluto tales propósitos, porque estaban vinculados a la lealtad monárquica y, en general, tenían temor de cualquier insurrección que abriera los cauces a la irrupción de los sectores populares de mestizos, zambos,[34]mulatos y negros, así como de los indígenas. Desde 1808 hasta 1815, en general, hubo una guerra civil entre «regentistas» y «juntistas», pues ambos bandos proclamaban fidelidad a Fernando VII, aunque ya hubiera habido conatos de independencia. Las revoluciones comenzaron por ser intentos por reemplazar a los peninsulares en el poder político por parte de los sectores criollos de las oligarquías urbanas.

Si salimos de los circuitos de las oligarquías de hacendados, comerciantes y «doctores», en el pueblo no había para nada conciencia ni reivindicación de independencia. Por el contrario, predominaba una reacción de exaltación patriótica afirmando fidelidad al Rey, a la religión y a la patria. Los tiempos no estaban aún maduros para la independencia. Lo más que se podría afirmar, pues, es que los movimientos juntistas de 1809-1810 constituyeron comienzos significativos de los procesos que llevarán después a la independencia, a través de las vicisitudes de la metrópoli, de la lucha entre «serviles» y «liberales»[35]y de las alternativas de la guerra.

En todo caso, es algo patético que haya quien discuta si la primera Declaración de Independencia acaeció en Quito, el 9 de agosto de 1809, o en Chuquisaca (hoy Sucre), en Bolivia, el 5 de mayo de 1809. Ni la «Revolución de los marqueses» en Quito -con muy escasa repercusión en Ecuador fuera del perímetro ciudadano y sin el menor apoyo popular ni siquiera en Quito-, ni tampoco la Junta de los «doctores» de Chuquisaca -mera maniobra motinesca de poder entre sectores burocráticos de la ciudad- fueron reales movimientos y declaraciones de independencia, pues manifestaron explícitamente la «defensa de nuestro legítimo monarca», refiriéndose a Fernando VII. De mayor participación popular fue la Junta de La Paz, de julio de 1809, pero fue muy pronto también liquidada por el poder español del virreinato del Perú.

Caracas también tuvo su «Junta conservadora de los Derechos de Fernando VII», pero casi enseguida, bajo presión de la Sociedad Patriótica liderada por Simón Bolívar, decreta su primera Declaración de Independencia el 5 de julio de 1811; ésta tuvo sólo un año de vigencia porque prácticamente toda Venezuela fue muy pronto reconquistada bajo dominio realista. El segundo intento de Bolívar concluye también con un desastre militar y su posterior exilio en Jamaica. Sólo después de la victoria en la batalla de Carabobo, en junio de 1821, en su tercera tentativa, logra poner fin a la dominación española en Venezuela. Resulta apasionante seguir la gran gesta bolivariana en las páginas de Indalecio Liévano Aguirre, Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia o en su biografía de Bolívar.[36]

Nueva Granada, la actual Colombia, declaró su independencia el 16 de julio de 1813, en medio de gran confusión y lucha de facciones locales -no en vano se reconoce ese período con el nombre de la «Patria boba»-, aprovechadas por los ejércitos españoles realistas para reimponer un año después la autoridad de la metrópoli. Su real independencia tiene lugar gracias a la gran victoria militar de Simón Bolívar en Boyacá, el 7 de agosto de 1819, y será declarada e1 17 de diciembre de 1819, al unirse con Venezuela y Ecuador bajo el nombre de Gran Colombia. También Ecuador celebra su independencia el 9 de octubre de 1820, cuando se incorpora a la Gran Colombia, gracias a la ofensiva del ejército multinacional bolivariano, sobre todo después de la decisiva victoria de Pichincha, en mayo de 1822. Hacen bien Colombia y Ecuador en no festejar su independencia en 1830 cuando se opera la fragmentación de la Gran Colombia, porque se trata sólo de maniobras de secesión. Panamá rompió con España el 28 de noviembre de 1821 y se unió a Colombia, pero se declaró independiente e1 3 de mayo de 1903, con la determinante intervención de los Estados Unidos, en vistas a la construcción del canal interoceánico.

Argentina conmemoró su bicentenario en mayo de 2010, recordando la gesta de la Junta de mayo en la que los criollos depusieron a las autoridades españolas. Ante las noticias peninsulares, los ciudadanos influyentes de la capital virreina1 decidieron crear una «Junta provisional de las Provincias del Río de la Plata», que gobernaría «en nombre de Fernando VII». Entre ellos, varios eran del partido «carlotista»: pretendían implantar una monarquía independiente con la infanta Carlota, hermana de Fernando VII, la cual reivindicaba la legitimidad de sus aspiraciones. Poco después, la Junta de mayo dio a la Argentina escarapela, himno, bandera y organizó sus propios ejércitos regulares. Sin embargo, a comienzos de 1814 una parte de Argentina, en la cual estaba la Provincia Oriental (hoy Uruguay) junto a Córdoba, Corrientes, Entre Ríos, Misiones y Santa Fe, declaró su independencia de España; y sólo el 9 de julio de 1816 toda Argentina en el Congreso de Tucumán se declaró como país independiente.

La Banda Oriental del Uruguay se adhirió en 1811 a la revolución bonaerense de 1810, y sus diputados en la Asamblea de las Provincias Unidas pidieron la independencia según las «instrucciones» dadas por José G. Artigas en 1813. Después fue invadida por los portugueses en 1816 y, liberada por los «33 orientales», declaró su independencia el 25 de agosto de 1825 y proclamó en el mismo acto su incorporación a las Provincias Unidas del Río de la Plata. Tres años después, con los «buenos oficios» de la diplomacia inglesa, Uruguay se convirtió en república independiente (de Argentina y Brasil). Paraguay promulgó la Declaración de Independencia el 17 de mayo de 1811 -independencia tanto de Buenos Aires como de todas las potencias extranjeras-, aislándose dentro de fronteras, porque los criollos no querían cambiar el dominio de España por el más cercano dominio de Buenos Aires.

En Chile hay quienes afirman que la independencia es del 18 de septiembre de 1810, aunque todos los asistentes al Cabildo abierto que en esa fecha destituyó al gobernador peninsular y constituyó la Junta de gobierno, creían haber asegurado de tal modo la permanencia de Chile dentro de la monarquía hispana. El primer Congreso Nacional que convocó esa misma Junta se estableció bajo el juramento de fidelidad al rey cautivo, con una muy alta mayoría de diputados abiertamente leales a Fernando VII. Desde 1810 a 1814, sin ninguna declaración de independencia, Chile adquirió los hábitos políticos de independencia, pero sus territorios fueron reconquistados por las tropas españolas del virreinato del Perú, después de la victoria en la batalla de Rancagua (1 de octubre de 1814). La real emancipación de Chile tuvo lugar gracias al ejército sanmartiniano [del general San Martín], en el que colaboraron patriotas chilenos bajo el liderazgo de O'Higgins en estrecha relación con el general San Martín, por medio de la extraordinaria gesta militar a través de los Andes y la victoria decisiva de Chacabuco (12 de febrero de 1817). El 12 de febrero de 1818, en Concepción, fue solemnemente declarada la Independencia de Chile. Desde entonces, San Martín preparó el ataque a la sede virreinal del Perú, que realizó por vía marítima, gracias a la flota del corsario aventurero lord Cochrane, logrando evitar la dura travesía del desierto de Atacama.

Los ejércitos sanmartinianos y bolivarianos se concentraron entonces en el ataque final contra el reducto realista más poderoso en Sudamérica: el virreinato del Perú. El mismo San Martín impuso la independencia del Perú a una aristocracia limeña muy reticente; la independencia fue declarada el 28 de julio de 1821, pero se afianzó definitivamente a partir de 1824. En efecto, después del encuentro de Guayaquil entre San Martín y Bolívar, el primero se retiró y el segundo tomó la conducción política y militar para concluir la emancipación sudamericana. El Alto Perú, último bastión español en tierras continentales, fue liberado por la batalla de Ayacucho en 1824 y declarado independiente por decreto del general Sucre, lugarteniente de Bolívar, el 9 de febrero de 1825, mientras que la Bolivia independiente fue creada en agosto de ese año.

Muy diverso fue el proceso de emancipación de México, por el cual en 1808 criollos y peninsulares depusieron al virrey y proclamaron su vinculación con la Junta Central de Sevilla. La originalidad del proceso vivido en México fue el de sucesivos levantamientos armados de grandes movimientos populares de indígenas y campesinos: el primero de ellos fue liderado por el párroco Miguel Hidalgo y Costilla y, después de su derrota y ejecución, el segundo tuvo como jefe a otro sacerdote, José María Morelos. La independencia de México hace hoy referencia al 16 de septiembre de 1810, con el «Grito de Dolores», llamamiento apasionado de Hidalgo al levantamiento en armas desde ese pueblecito mexicano. Sin embargo, en Dolores y en la gesta insurreccional de Hidalgo no se enarboló la bandera de la independencia sino de la lucha en nombre del monarca Fernando VII.

Fue en el Congreso de Chilpancingo, en 1813, en el que Morelos planteó abiertamente la cuestión de la independencia. Sus postulados están presentes en la proclama de Morelos, Los sentimientos de la nación, y en la Constitución de Apatzingán. El levantamiento de Morelos también fue derrotado por la alianza entre peninsulares y criollos acaudalados, aterrorizados por esa «plebe colorida», que consideraban como «hordas bárbaras». En 1821, ante el golpe militar del general Riego en España, que impuso la vigencia de la Constitución liberal de Cádiz de 1812, el gobierno mexicano desconoció la monarquía bajo régimen liberal e implantó, según el Plan de Iguala, el Imperio de Agustín de Iturbide en 1821 (el mismo Iturbide que había aplastado la insurrección de Morelos). Inmediatamente, los latifundistas centroamericanos decidieron compartir la suerte de Iturbide y anunciaron su anexión al nuevo imperio.

Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica conmemoran su independencia el mismo día: el 15 de septiembre de 1821, fecha de su anexión al Imperio de Iturbide. Dos años más tarde abdicó Iturbide y el Congreso Centroamericano declaró, el 1 de julio de 1823, la independencia de España, de México y de cualquier otra nación, y se constituyeron las Provincias Unidas de América Central. Entre 1838 y 1841 se disgregó esta federación centroamericana y nacieron, por secesión, independientes las unas de las otras, las cinco repúblicas centroamericanas.

Por su parte, el proceso de independencia del Brasil tuvo modalidades diferentes, pero siempre en el cuadro de similares factores históricos de eclosión. En la comparación entre el proceso de independencia del Brasil y de Hispanoamérica se da una diferenciación que viene desde los orígenes de la colonización: la presencia de la monarquía portuguesa en el Brasil estuvo muy lejos de contar con la envergadura organizativa, legislativa y educativa, constructora de nuevas sociedades, de la monarquía española en América. Portugal renunció pronto a cumplir su función de metrópoli económica. Brasil resultaba inmenso, más poblado y próspero que el diminuto Portugal, metrópoli del más grande Imperio del siglo xv, pero sumido desde hacía tiempo en profunda decadencia.

El papel de Brasil se agrandó aún más cuando la monarquía y la corte portuguesas, protegidas por la marina inglesa ante la invasión napoleónica, se refugiaron en Río de Janeiro, donde establecieron la capital del Imperio, convertido en protectorado de Inglaterra, beneficiaria casi exclusiva de su libre comercio. Cuando las tropas napoleónicas se retiraron de Portugal y las Cortes de Lisboa, bajo dominio liberal, presionaron al monarca Don Joao para que volviera a Portugal, éste dejó como príncipe regente en Brasil a su hijo Don Pedro. Las Cortes pretendieron reimplantar el monopolio comercial portugués e hicieron presión para el retorno de Don Juan, quien, apoyado por terratenientes, señores de las plantaciones y profesionales urbanos, desafió a las Cortes con el célebre «Grito de Ipiranga» del 7 de septiembre de 1822: «¡Me quedo!»: implantando una monarquía independiente y convirtiéndose en emperador constitucional el 12 de octubre de ese año. No hubo largas y extenuantes guerras de independencia como en Hispanoamérica, pues el escaso poder militar portugués resistió por poco tiempo en el norte del país. En 1889 tuvo lugar el golpe militar, apoyado por las elites económicas del Brasil central, que derribó la monarquía e implantó la república.

De estos procesos de independencia y de sus vicisitudes en las diversas regiones americanas, John Lynch ofrece un cuadro muy ilustrativo en su óptimo libro Las revoluciones hispanoamericanas,[37]pero se puede considerar tan extraordinaria como poco conocida la obra del Ernst Samhaber, Biografía de un continente,[38]que también dedica varios capítulos a dichas revoluciones.

Notas

  1. El texto se encuentra también publicado en: Guzmán CARRIQUIRY, El Bicentenario de la Independencia de los Países Latinoamericanos. Prólogo del Cardenal Jorge Mario Bergoglio, E. Encuentro, Madrid 2011, aquí publicado por concesión del Autor. Las notas del artículo fueron elaboradas por la redacción del DHCAL (=n.d.r.). Se debe notar la síntesis introductora de la publicación, prologada por el futuro Papa Francisco.
  2. Este común sentimiento se ve también repetidamente expresado en las proclamas y escritos de Morelos, prócer de la independencia mexicana, por ejemplo. (n.d.r.).
  3. Port-au-Prince, 2 abril 1770 – 29 marzo1818, hijo de un colono blanco y de un mulata, oficial de las tropas francesas de ocupación, en 1791 se pasó a los levantados contra el dominio francés, compartiendo las ideas de Toussaint Louverture; en 1801 pasó a Francia; vuelve a Haití en 1802 con las tropas del general Leclerc, pasando de nuevo a los insurrectos en 1803 tras la detención de Toussaint. En 1806 participó con Henri Christophe al atentado en el que Jean-Jacques Dessalines, que se había proclamado emperador con el nombre de Jacques I, fue asesinado. Lugarteniente de Christophe, que le confió el encargo de gobernador de la parte meridional de la isla, Pétion logra la independencia del sur de la misma convirtiéndose en presidente de Haití hasta su muerte y recibiendo el título de Padre de la Patria. Acogió a Simon Bolivar apoyándolo financiera y militarmente en sus luchas de independencia en Venezuela (n.d.r.).
  4. Gustavo BEYHAUT , Raíces contemporáneas de América Latina, Universidad de Buenos Aires, 1964.
  5. John LYNCH, Las Revoluciones Hispanoamericanas 1808-1826, Editorial Ariel, Barcelona 2008.
  6. Gabriel PAQUETTE, estudioso de esta época, tiene entre sus obras: Enlightment, Governance, and Reform in Spain and its Empire 1759-1898, Cambridge Imperial and Post-Colonial, 2011; Imperial Portugal ain the Age of Atlantic Revolutions: The Luso-Brasilian World, c. 1779-1850, 2013; Connections after Colonialism: Europe and Latin America in the 1820s (Atlantic Crossings), by Mathew Brown, Gabriel Paquette, Will Fowler and Joseph M. fradera, 1913. (n.d.r.).
  7. Tulio HALPERÍN DONGHI, Reforma y disolución de los imperios ibéricos, (1985).
  8. Uno de los padres precursores de la independencia cubana fue el sacerdote Félix Varela (1788-1853), filósofo en La Habana, diputado a las Cortes de Cádiz de 1822-1823, exiliado obligado en los Estados Unidos, vicario general de la recién creada diócesis de Nueva York, escritor prolífico en opúsculos de carácter filosófico y político donde defiende el derecho fundamental a la Independencia de los pueblos, y específicamente la de su patria cubana. Entre estos escritos destacan sus “Cartas a Elpidio”. Su sepulcro se encuentran en el Paraninfo de la Universidad de La Habana. Ha sido declarado Venerable por la Santa Sede, y se espera su pronta beatificación. (n.d.r.).
  9. Catedrático de Universidad de Historia Contemporánea en la Universidad de Oviedo, UNED (Madrid) y Cádiz entre 1976 y 1985, Rector de la Universidad Católica de Ávila entre 1997 y 1998. Investigador científico entre 1986 y 1999 y posteriormente Profesor de Investigación en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas hasta la actualidad. Es académico correspondiente de la Real Academia de la Historia desde 2004. Miembro Correspondiente de la Academia Portuguesa de la Historia (1996), de la de Buenas Letras de Sevilla (1997) y de la Argentina de la Historia (2006). Es uno de los historiadores españoles que más han estudiado la cultura política en el mundo hispano, (España y América) así como la historia de la historiografía. Asimismo, durante dos décadas, y a través de la Fundación MAPFRE, animó el intercambio académico de historiadores entre América Latina y España, postulando así una postura bastante amplia en torno a los aniversarios patrios de las distintas nacionalidades hispano americanas. (n.d.r.).
  10. Paz de Westfalia se refiere a los dos tratados de paz de Osnabrück y Münster, firmados el 15 de mayo y 24 de octubre de 1648, respectivamente, en la región histórica de Westfalia, por los cuales finalizó la Guerra de los Treinta Años en Alemania y la Guerra de los Ochenta Años entre España y losPaíses Bajos. En estos tratados participaron el emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico (Fernando III de Habsburgo), los Reinos de España, Francia y Suecia, las Provincias Unidas y sus respectivos aliados entre los príncipes del Sacro Imperio Romano-Germánico. Los Habsburgo (o Asburgo), dinastía que reinaba primogénitamente en los Reinos españoles y otro de sus ramos en el citado Imperio y en varios de sus principados católicos europeos. Dicha paz firmada por separado entre el Imperio y España y las aliadas monarquías y principados protestantes luteranos por una parte (Osnabrück), y con la Francia de Luis XIV por otra (Münster), establece tres principios que regirán las suertes y la política europea a partir de entonces: el principio de la autarquía del Estado, también en materia religiosa (“cuius regio et illius et religio”); la tolerancia religiosa a discreción de cada Estado, concediéndola a católicos y luteranos y extendiéndola a los calvinistas, según tal criterio; la política del equilibrio entre las Potencias, de modo que ninguna Potencia pudiese en el futuro prevalecer sobre las otras, y de aquí el sistema de alianzas, contra alianzas y paces efímeras. Westfalia de hecho representó la derrota del Imperio asbúrgico frente a las Potencias protestantes emergentes y frente a la oficialmente católica Francia de los Borbones, y como consecuencia el comienzo claro del ocaso de los asburgos españoles y de su Imperio. (n.d.r.).
  11. Los tratados de Utrecht-Rastatt son un conjunto de tratados firmados por los los Estados contendientes en la Guerra de Sucesión Española entre los años 1713 y 1715 en la ciudad holandesa de Utrecht y en la alemana de Rastatt. Ponen fin a la guerra de sucesión española de 1700 a 1713, al extinguirse la rama masculina de los Asburgos españoles (Casa de Austria) tras la muerte de Carlos II de España. En la práctica Utrecht sanciona el paso de la monarquía española a la casa de Borbón, acaba con el dominio real directo de la monarquía española en los territorios europeos extra-españoles pero lo conserva en los americanos y en las Filipinas; cede gran parte del monopolio comercial a los ingleses, que monopolizan la trata de esclavos americana, hasta entonces sucesivamente controlada por portugueses, franceses, holandeses e ingleses. En esos tratados Europa cambia su mapa político. (n.d.r.).
  12. François-Xavier GUERRA (+2002), Modernización e Independencia. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas (1992). El Autor tiene varias obras sobre las revoluciones hispánicas como México: del Antiguo Régimen a la Revolución (1988). Varios de sus obras se encuentran recogidas en: Figuras de la Modernidad Hispanoamericana. Siglos XIX-XX, Compiladores Annick Lempérière y Georges Lomné, Taurus Ed. ISBN: 9789587584394. (n.d.r.).
  13. Sebastián Francisco de Miranda y Rodríguez (Caracas, 28 de marzo de 1750 –San Fernando, Cádiz, 14 de julio de 1816) fue un político, militar, diplomático, escritor, humanista e ideólogo venezolano, considerado «El Precursor de la Emancipación Americana». Conocido como «El Primer Venezolano Universal» y «El Americano más Universal» , fue partícipe de la Independencia de los Estados Unidos, de la Revolución Francesa y posteriormente de la Independencia de Venezuela, siendo líder del «Bando Patriota» y gobernante de la Primera República de Venezuela durante esta última, en calidad de Dictador Plenipotenciario y Jefe Supremo de los Estados de Venezuela. A pesar de haber formado parte de tantos procesos revolucionarios y gubernamentales a nivel internacional, fracasó a la hora de poner en práctica sus proyectos en su propio país. No obstante, su ideal político sirvió de base para la fundación de la Gran Colombia, y sus ideas influyeron en otros destacados líderes como Simón Bolívar en Venezuela y Bernardo O'Higgins en Chile. Miranda firmó la capitulación ante los realistas el 25 de julio de 1812 en la ciudad de San Mateo. Aquí un grupo de oficiales dirigidos por Bolívar apresaron a Miranda el día 31 de julio. Al parecer, la intención de Bolívar habría sido fusilarlo por considerar el pacto de San Mateo un acto de traición pero al final fue entregado a los realistas. Simón Bolívar viajó entonces a Caracas, ya en manos de los realistas. Gracias a la intercesión de sus amistades en el bando enemigo, obtuvo un pasaporte de Monteverde que le permitió salir de Venezuela y reiniciar la guerra. Desde el puerto de La Guaira, Miranda fue transportado al Castillo San Felipe de Puerto Cabello donde a principios de 1813 escribe desde su celda un memorial a la Real Audiencia de Caracas exigiendo el cumplimiento de la capitulación de San Mateo. El 4 de junio de 1813 es trasladado a Puerto Rico y de allí a España donde es encarcelado la fortaleza del arsenal de San Fernando de Cádiz. Un ataque cerebrovascular lo lleva a la muerte el 14 de julio de1816. (n.d.r.).
  14. Manuel Torres: Córdoba (España) 1764 - Filadelfia (Estados Unidos) 15.7.1822, Político, periodista y diplomático que prestó importantes servicios a la causa republicana en Estados Unidos para obtener su apoyo financiero y el reconocimiento diplomático. Fue recibido por Monroe el 19 de junio de 1822 en una ceremonia que significó el reconocimiento oficial de la Gran Colombia por Estados Unidos. Torres fue, así, el primer agente de las Repúblicas independientes de América reconocido por Estados Unidos, aunque no logró el empréstito ni la adquisición de armas, pues pocos días después regresó a Filadelfia, donde falleció semanas más tarde. Cf. GARCÍA SAMUDIO, Nicolás, La misión de don Manuel Torres en Washington y los orígenes suramericanos de la doctrina Monroe, Imprenta Nacional, Bogotá 1941; MIRAMÓN, Alberto, Diplomáticos de la libertad: Manuel Torres, I. Sánchez de Tejada, Pedro Gual, Empresa Nacional de Publicaciones, Bogotá 1956; Diccionario de Historia de Venezuela, Fundación Polar, 1997². (n.d.r.).
  15. Edmund Burke (Dublín, 12 de enero de 1729 – Beaconsfield, 9 de julio de 1797), escritor y político, es considerado el padre del liberalismo-conservadurismo británico, tendencia que él llamaba old whigs (viejos liberales), en contraposición con los new whigs (liberales progresistas), quienes, al contrario de los old whigs, apoyaban la Revolución francesa. En 1790 se publicaron sus Reflexiones sobre la Revolución francesa, donde se muestra contrario acérrimo de esa revolución. En esta obra, en la que inaugura su denominada 'epistemología de la política', un modelo de empirismo político, rechazaba el escaso respeto por la tradición legal consuetudinarista de los nuevos principios legales emanados por la Revolución, que le parecían demasiado abstractos con los casos individuales. Cf. ed. española: Ediciones Rialp (1989). ISBN 978-84-321-2506-5. (n.d.r.).
  16. George Canning (Londres, 11 abril 1770 – Chiswick, 8 agosto 1827), político inglés, miembro del Partito Tory, Primer Ministro de Inglaterra (desde el 10 de abril de 1827 al 8 de agosto 1827, sostuvo con fuerza el imperialismo inglés en América Latina, con el propósito de convertir aquellos nuevos Estados en “colonias” de hecho de G.B. (n.d.r.).
  17. Juan de Mariana S.I. (Talavera de la Reina, 1536 – Toledo, 16 de febrero de 1624) fue un jesuita, teólogo e historiador español y humanista, sostenedor de la doctrina jurídica clásica española que sostuvo siempre el principio de los derechos naturales inviolables de las personas y de los pueblos, justificando los medios lícitos, en el caso de ser los únicos posibles para derrocar al tirano; cf. su obra: De rege et regis institutione (Toledo, 1599). Combate el naturalismo político de Maquiavelo, como había hecho cuatro años antes Pedro de Rivadeneyra en su Princeps christianus adversus Nicholaus Machiavelum (1595), expone en primer lugar cómo ha de ser una monarquía y los deberes del rey, que ha de subordinarse como cualquier vasallo a la ley moral y al estado, y después expone la educación del príncipe cristiano siguiendo de cerca las teorías de Erasmo de Rotterdam en su Enchiridion. (n.d.r.).
  18. Gabriel Vásquez (Belmonte, provincia de Cuenca, 1549 o 1551 - Alcalá de Henares, 23 de setiembre de 1604) fue un jesuita, teólogo, orador y moralista católico español. Opositor a las enseñanzas del también jesuita Francisco Suárez, es conocido sobre todo por un estudio completo de las obras de san Agustín de Hipona, por el que profesaba gran admiración. El papa Benedicto XIV lo llamó «luminaria» de la teología. Cf. Marcelino MENÉNDEZ Y PELAYO, Historia de las ideas estéticas en España, II (Madrid, 1884), 207. (n.d.r.).
  19. Francisco Suárez S.I., conocido como Doctor Eximius (Granada, 5 de enero de 1548 – Lisboa, 25 de septiembre de 1617), fue un teólogo, filósofo, humanista y jurista español. Estudiando en Roma, estuvo muy unido al cardenal jesuita Belarmino, antiguo discípulo de Juan de Mariana, así como al papa, Gregorio XIII; luego se trasladó a enseñar a Alcalá de Henares, entre 1585 y 1592, y más tarde en Salamanca y Coimbra. En su gran obra jurídica Tractatus de legibus ac Deo legislatore, muy fecunda para la doctrina iusnaturalista y el derecho internacional, se encuentra ya la idea del pacto social, y realiza un análisis más avanzado que sus precursores del concepto de soberanía: el poder es dado por Dios a toda la comunidad política y no solamente a determinadas personas, con lo que esboza el principio de la democracia contra cesaristas, legistas, maquiavelistas e ideólogos luteranos. Distingue entre ley eterna, ley natural, derecho de gentes, ley positiva humana (derecho civil y derecho canónico) y ley positiva divina (la del Antiguo y Nuevo Testamento). (n.d.r.).
  20. Guillermo Furlong, jesuita argentino de origen irlandés (1889-1974), fue miembro fundador de la Junta de Historia Eclesiástica Argentina, de la Academia Nacional de Geografía y miembro de número de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina y gran un estudioso de la historia colonial rioplatense. Es uno de los historiadores argentinos más prolíficos. (n.d.r.).
  21. Alberto Caturelli (Córdoba, 27 de noviembre de 1927), filósofo y profesor universitario argentino. Profesor en las Universidades de Córdoba, Buenos Aires y La Plata. Es Doctor honoris causa de varias universidades (Universidad de Génova, Italia; Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla, México; Universidad John F. Kennedy y Universidad FASTA, Argentina, entre otras) y miembro de redacción de revistas filosóficas argentinas y extranjeras. Es miembro honorario de la Pontificia Academia para la Vida. Además de su innegable trayectoria ha tenido participación en la vida cultural de la Iglesia Católica, siendo un ejemplar defensor de la Familia. Entre sus numerosas obras hay que señalar de carácter histórico, entre otras: El Nuevo Mundo. El descubrimiento, la conquista y la evangelización de América y la cultura occidental. Santiago Apóstol. ISBN 978-987-1042-06-7. (n.d.r.).
  22. Pedro Pablo Abarca de Bolea (Siétamo, Huesca, 1 de agosto de 1719 — Épila, Zaragoza, 9 de enero de 1798) fue un noble, militar y estadista ilustrado español, X conde de Aranda, Ministro de Carlos III, Presidente del Consejo de Castilla (1766 - 1773) y Secretario de Estado de Carlos IV (1792). Durante el reinado de Carlos III, tres hechos, en los que el conde de Aranda participó activamente, marcaron su línea política. Fueron: el motín de Esquilache, la expulsión de los jesuitas y su etapa como embajador en París, desde donde apoyó acuerdos de paz con Inglaterra y la independencia de Estados Unidos. Tenía una enorme visión de estadista debido al largo alcance histórico de sus observaciones, mismas que expuso ante el rey Carlos III como respuesta a la reciente independencia de las Colonias Británicas y el futuro furor independentista en Iberoamérica. En un texto muy conocido emitido en 1783 explica con una gran anticipación el surgimiento de Estados Unidos como potencia mundial y sus ansias de consumo y poder: La solución que proponía, y que nunca fue escuchada, para neutralizarlos fue la siguiente: “..Que V.M se desprenda de todas las posesiones del continente de América, quedándose únicamente con las islas de Cuba y Puerto Rico en la parte septentrional y algunas que más convengan en la meridional, con el fin de que ellas sirvan de escala o depósito para el comercio español. Para verificar este vasto pensamiento de un modo conveniente a la España se deben colocar tres infantes en América: el uno de Rey de México, el otro de Perú y el otro de lo restante de Tierra Firme, tomando VM el título de Emperador. (…)”. España se veía a sí misma como la “madre” de América y quería evitar la pérdida de territorio, a pesar de haber ayudado a Estados Unidos a conseguir su independencia. No se concebía en las mentes europeas la idea de una mancomunidad. A la larga, la historia daría razón a su visión de un Imperio federal. (n.d.r.).
  23. Manuel Godoy y Álvarez de Faria (Badajoz, 12 de mayo de 1767 – París, 4 de octubre de 1851) fue un noble y político español, secretario de estado de Carlos IV entre 1792 y 1797, y nuevamente de 1801 a 1808. Fue duque de la Alcudia y de Sueca y príncipe de la Paz, por su negociación de la Paz de Basilea (1795), título éste que años después Fernando VII declararía ilegal y Godoy reemplazaría, ya en el exilio, por el italiano de príncipe de Bassano. Como secretario de Estado (1792-98) y generalísimo (1801-08) estuvo al frente del Gobierno de España durante la crisis europea provocada por la Revolución francesa y las ambiciones de Napoleón Bonaparte, que culminó con la invasión francesa de 1808 y la Guerra de Independencia, pocos meses después de la caída de Carlos IV y el propio Godoy a causa del Motín de Aranjuez. A lo largo de su valimiento, lleno de luces y sombras, logró mantener la situación de España ante el poderío de Francia con una política exterior pragmática -en tanto que otras potencias como Austria, Prusia u Holanda eran humilladas o anexionadas-, mientras que en el interior trató de llevar a cabo un programa reformista ilustrado que generó un profundo rechazo en muchos grupos sociales, en especial entre la nobleza y el clero. Godoy, uno de los personajes más vilipendiados de la Historia de España, ha sido objeto en los últimos tiempos de una serie de estudios rehabilitadores. Tras la muerte de Luis XVI de Francia, guillotinado el 21 de enero de 1793, España que había intentado parar el magnicidio, entra en guerra con la Francia de la Convención, guerra larga con victorias alternativas y que se acabará. Ante el cansancio de ambos contendientes, se llegó a la paz de Basilea (22 de julio de1795), en la que España cedió a Francia su parte de la isla de Santo Domingo [Haití] y ciertas ventajas económicas a cambio de la retirada francesa de los territorios peninsulares conquistados. Tras la guerra Godoy establece una alianza con el Directorio francés (tratado de San Idelfonso del 18 de agosto de 1796) y más tarde con Napoleón, comienzo de posteriores desastres para la política española, confrontaciones con Inglaterra y para la práctica futura invasión de España por Napoleón, guerra de la independencia y comienzo de los movimientos independentistas en Iberoamérica. En tiempos del ultimo Godoy se prospectó de nuevo alguna de las ideas ya lanzadas antaño por Aranda en relación a Hispanoamérica y a la relación del rey español con aquellos territorios autónomos como “emperador”. (n.d.r.).
  24. El mismo prócer de la independencia de México, Agustín de Iturbide, buscó en vano el reconocimiento de la Independencia de la Nueva España (México) por parte de Fernando VII, reconociendo en el monarca español una especie de “emperador” de aquellos dominios independientes, bajo la titularidad ejecutiva de un infante de dicha monarquía. Al no ser aceptadas en absoluto tales propuestas, llega a la proclamación de la independencia mexicana en 1821 bajo la forma jurídica de un efímero Imperio que lo proclama emperador (1822). (n.d.r.).
  25. No hay que olvidar que el “Pacto de familia” entre las dos monarquías hermanas borbónicas de Francia y España, siguió teóricamente funcionando tras la decapitación de Luis XVI de Francia (1793). La victoria inglesa de Trafalgar y sus nefastas consecuencias para España (1805) fueron consecuencia de la alianza entre Francia y España. La invasión napoleónica de España se disfrazó bajo el pretexto de luchar contra los ingleses y sus aliados portugueses, invadiendo Portugal para dividirlo entre las dos potencias. Una vez invadida España –y tras innobles engaños- Napoleón obtiene la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando VII, el exilio engañoso de los reyes a Francia en Bayona, su reiterada abdicación en favor del hermano primogénito de Napoleón José Bonaparte como rey de España, y el consecuente estallido de las guerras de independencia en el suelo patrio peninsular y en los dominios americanos (1808-1813). (n.d.r.).
  26. Salvador de MADARIAGA, Cuadro histórico de las Indias (1945); entre sus obras americanistas destacan: Vida del muy magnifico señor don Cristóbal Colón (1940); Hernán Cortés (1941); Bolívar (1951); El auge del Imperio Español en América (1956); El ocaso del Imperio Español en América (1956); El ciclo hispánico (1958); España. Ensayo de historia contemporánea (undécima edición nuevamente revisada por el autor) (1978). La primera edición de esta obra se publicó en Londres en 1929. Posteriormente en España, fue publicada por la editorial Aguilar el año 1931. (n.d.r.).
  27. Pedro HENRÍQUEZ UREÑA [Nicolás Federico Henríquez], (Santo Domingo1884- Argentina 1946), Historia cultural y literaria de la América hispánica. Edición de Vicente Cervera. Verbum, Madrid 2009. (n.d.r.).
  28. Mariano PICÓN SALAS [Venezuela, 1901-1965], De la Conquista a la Independencia; tres siglos de historia cultural latinoamericana), [1944] Fondo de Cultura Económica, México. El Autor, exponente destacado de la historiografía y de la literatura venezolana, muestra en esta obra los vínculos entre la teoría de los géneros literarios y la concepción del mestizaje que postula precisamente en el libro citado, uno de sus más importantes obras (cf. Miguel Gomes, en Acta Literaria, 34, I semestre 2007, Universidad de Concepción, Chile; en Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe, España y Portugal –re@alyc.org . Picón Salas recorre cuatro siglos y medio de historia latinoamericana y continental, tratando de conformar una imagen de toda América, incluyendo la América anglosajona y su interacción con Latinoamérica. La obra integra una síntesis americana, reflejando la simbiosis de razas y pueblos diversos, incluido el indio y el inmigrante, el Norte y el Sur, el Atlántico y su nexo con Europa y el Pacífico incluso en su apertura hacia con Asia. Y desde las particularidades locales, intenta tejer un relato de los aspectos universales; apoya este recorrido entre lo local y lo global, lo particular y lo universal, desde el punto de vista de la tradición latinoamericana. (n.d.r.).
  29. Otto Carlos STOETZER [Argentina: 1921-2011]: cf. Biblioteca digital de la Universidad Católica Argentina (UCA), Temas de historia argentina y aericana, n 16 (2010): Darío DAWYD, Las independencias hispanoamericanas y la tesis de la influencia de las doctrinas populistas, en Temas de historia argentina y americana, no.16 (2010), 99-128 http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/revistas/independenciashispanoamericanas-influencia.pdf., versión reducida y actualizada de la versión original, defendida como tesis de maestría en el “IV Master de Historia del Mundo Hispánico” (Centro de Humanidades, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, CSIC, y Universidad San Pablo CEU, España): Las influencias populistas en las independencias hispanoamericanas. La tesis de Manuel Giménez Fernández sesenta años después. Tutoría de José Andrés-Gallego y Antón M. Pazos. (n.d.r.).
  30. José Luis Romero (Buenos Aires, 1909 - Tokio, 1977) fue un historiador e intelectual argentino, considerado como el máximo representante de la corriente de renovación historiográfica que, a mediados de la década de 1950, introdujo las perspectivas de la Historia social en la Argentina. Su hijo Luis Alberto Romero (* 1944) es también un destacado historiador, que continua la labor histórica de su padre. Cf. sobre Romero padre: DEVOTO, Fernando y NORA PAGANO, Historia de la historiografía argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2009, Cap. 6; HALPERIN DONGHI, Tulio, José Luis Romero y su lugar en la historiografía argentina, en ROMERO, José Luis, Las ideologías de la cultura nacional y otros ensayos, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires 1982, 187-236. (n.d.r.).
  31. Diana SOTO ARANGO, Miguel Ángel PUIG-SAMPER, Luis Carlos ARBOLEDA, La Ilustración en América colonial. Bibliografía crítica. Editorial CSIC - CSIC Press, 1995. Ediciones Doce Calles, S.L., Aranjuez (Madrid). ISBN: 84-87111-64-5. D.L.: M-38.182-1995. (n.d.r.).
  32. El término “guerrilla” fue acuñado entonces y expresaba el método siempre clásico de luchar contra grandes ejércitos, superiores en organización, armamento y consistencia. (n.d.r.).
  33. Jorge I. DOMÍNGUEZ, Insurrección o Lealtad: la desintegración del imperio español en América. Fondo de Cultura Económica, México 1985. Al despuntar el siglo XIX las colonias españolas establecidas en América afrontaron acontecimientos decisivos. Por qué solo algunas colonias se rebelaron mientras otras siguieron siendo leales a España durante aquel primer cuarto del siglo XIX? El autor aplica conceptos de ciencia social a este fondo documental y explica por qué tales guerras no sucedieron en todas partes. Para ejemplificar este problema, el autor compara cuatro colonias: Chile, Cuba, México y Venezuela. Cf. también: José Manuel CUENCA TORIBIO, La Guerra de la Independencia: un conflicto decisivo (1808-1814), Ed. Encuentro, Madrid 2011. (n.d.r.).
  34. Se aplica al hijo/a de negro e india, o viceversa. (n.d.r.).
  35. En tiempos de Fernando VII los sostenedores del autoritarismo y absolutismo del Rey fueron llamados “serviles”, mientras que los “liberales” eran lo que sostenían los principios de la Constitución de Cádiz de 1812. Precisamente el término “liberal” fue creado con este significado político entonces. (n.d.r.).
  36. Indalecio LIÉVANO AGUIRRE [Bogotá 1917-1982], Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia o en su biografía de Bolívar. Imprenta Nacional de Colombia 1996. Se puede ver en Biblioteca Virtual. Biblioteca Luis Ángel Arango, del Banco de la Republica (2005): Los Grandes conflicto sociales y económicos de nuestra historia Ediciones Nueva Prensa, Bogotá 1960. (n.d.r.).
  37. John LYNCH, Las Revoluciones Hispanoamericanas 1808-1826. [1 ª ed. En inglés, Londres 1973], Editorial Ariel, Barcelona 2008. (n.d.r.).
  38. Ernst SAMHABER, Biografía de un continente. Traducción de Ramón De La Serna. Editorial Sudamericana, 1961²: La Florida, Metropolitana de Chile. (n.d.r.).

Bilbiografía

  • AYALA BENÍTEZ, Luis Ernesto (2007). La Iglesia y la Independencia política de Centro América: “El caso del Estado de El Salvador”. Tesis de doctorado bajo la dirección de F. González F. P. U. Gregoriana. ISBN 978-88-7839-102-4.
  • BATLLORI, Miguel, S.I., La primera misión pontificia a Hispanoamérica, 1823-1825. Relación oficial de Mons. Giovanni Muzi (Studi e Testi, 229). Città del Vaticano 1963.
  • BEYHAUT, Gustavo, Raíces contemporáneas de América Latina, Universidad de Buenos Aires, 1964.
  • BURKE, Edmund, Reflexiones sobre la Revolución francesa, (1790). ed. española: Ediciones Rialp (1989). ISBN 978-84-321-2506-5. (n.d.r.).
  • CARRERO MORA, Ricaurte, Los blancos en la sociedad colonial venezolana: Representaciones sociales e ideología, en Revista Paradigma (diciembre de 2011); Ángel, ROSENBLAT, El español de América. Biblioteca Ayacucho, Caracas 2002, 263.
  • CATURELLI, Alberto, El Nuevo Mundo. El descubrimiento, la conquista y la evangelización de América y la cultura occidental. Santiago Apóstol. ISBN 978-987-1042-06-7.
  • CUENCA TORIBIO, José Manuel, La Guerra de la Independencia: un conflicto decisivo (1808-1814), Ed. Encuentro, Madrid 2011.
  • CHAUNU, Pierre, L'Amérique et les Amériques, Libraire Armand Colin, 1963.
  • DEVOTO, Fernando y NORA PAGANO, Historia de la historiografía argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2009, Cap. 6.
  • DOMÍNGUEZ, Jorge I., Insurrección o Lealtad: la desintegración del imperio español en América. Fondo de Cultura Económica, México 1985.
  • GARCÍA SAMUDIO, Nicolás, La misión de don Manuel Torres en Washington y los orígenes suramericanos de la doctrina Monroe, Imprenta Nacional, Bogotá 1941.
  • GUERRA, François-Xavier, Modernización e Independencia. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas (1992); Figuras de la Modernidad Hispanoamericana. Siglos XIX-XX, Compiladores Annick Lempérière y Georges Lomné, Taurus Ed. ISBN: 9789587584394.
  • HALPERÍN DONGHI, Tulio, Reforma y disolución de los imperios ibéricos, (1985).
  • HALPERÍN DONGHI, Tulio, Hispanoamérica después de la independencia: consecuencias sociales y económicas de la emancipación. Paidós, Buenos Aires 1972.
  • HALPERIN DONGHI, Tulio, José Luis Romero y su lugar en la historiografía argentina, en ROMERO, José Luis, Las ideologías de la cultura nacional y otros ensayos, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires 1982, 187-236.
  • HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro [Nicolás Federico Henríquez], Historia cultural y literaria de la América hispánica. Edición de Vicente Cervera. Verbum, Madrid 2009.
  • HERNÁNDEZ, José, El gaucho Martín Fierro (1872).
  • KAUFMAN, William W., La política británica y la independencia de la América Latina. 1804-1828, Universidad Central de Venezuela 1963.
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  • LETURIA, Pedro de, S.I., Relaciones entre la Santa Sede e Hispanoamérica, 1493-1835, 3 Vols, Analecta Gregoriana, 101-103, P. Universidad Gregoriana 1959; Publ. De la Sociedad Bolivariana de Venezuela, Roma-Caracas 1959-1960.
  • Cf. Carlos OVIEDO CAVADA, Padres Pedro de Leturia y Miguel Batllori, S.I.: La Primera Misión Pontificia a Hispanoamérica 1823-1825, en Historia, n. 4, Santiago 1965, 322-324. (n.d.r.)
  • LIÉVANO AGUIRRE, Indalecio, Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia o en su biografía de Bolívar. Imprenta Nacional de Colombia 1996. Cf. Biblioteca Virtual. Biblioteca Luis Ángel Arango, del Banco de la Republica (2005): Los Grandes conflicto sociales y económicos de nuestra historia Ediciones Nueva Prensa, Bogotá 1960.
  • LYNCH, John, Las Revoluciones Hispanoamericanas 1808-1826, Editorial Ariel, Barcelona 2008.
  • LYNCH, John, Las Revoluciones Hispanoamericanas 1808-1826. [1 ª ed. En inglés, Londres 1973], Editorial Ariel, Barcelona 2008.
  • MADARIAGA, Salvador de, Cuadro histórico de las Indias(1945); entre sus obras americanistas destacan: Vida del muy magnifico señor don Cristóbal Colón (1940); Hernán Cortés (1941); Bolívar (1951); El auge del Imperio Español en América (1956); El ocaso del Imperio Español en América (1956); El ciclo hispánico (1958); España. Ensayo de historia contemporánea (undécima edición nuevamente revisada por el autor) (1978).
  • MARIANA, Juan de, S.I., De rege et regis institutione (Toledo, 1599).
  • MARTINA, Giacomo, S.I., La prima missione pontificia nell’America Latina, en Archivum Historiae Pontificiae, Vol. 30.
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  • MENÉNDEZ Y PELAYO, Marcelino, Historia de las ideas estéticas en España, II (Madrid, 1884).
  • MIRAMÓN, Alberto, Diplomáticos de la libertad: Manuel Torres, I. Sánchez de Tejada, Pedro Gual, Empresa Nacional de Publicaciones, Bogotá 1956; Diccionario de Historia de Venezuela, Fundación Polar, 1997² .
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