INMIGRACIÓN DEL CLERO EN URUGUAY

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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La historia del Uruguay independiente no se entiende sin los aportes realizados por los diversos contingentes migratorios que llegaron de forma masiva al país entre la segunda mitad del siglo XIX y mediados del siglo XX procedentes, sobre todo, de Europa. Los inmigrantes aportaron al país en formación sus costumbres, su trabajo, su educación, su fe y sus ansias de triunfo. Entre ellos también se cuentan los sacerdotes, pertenecientes tanto al clero secular como al regular.

La llegada de clero extranjero se produjo antes del nacimiento del país independiente. Durante el período colonial cumplieron tareas de evangelización de los pueblos nativos, así como de asistencia religiosa y de educación de los propios colonizadores. Los primeros religiosos en llegar fueron los Jesuitas portugueses, en 1680, quienes fundaron el colegio San Francisco Javier, en la Colonia do Sacramento. Cuando se fundó la ciudad española de San Felipe y Santiago de Montevideo, a partir de 1724, los Jesuitas tuvieron una participación activa acompañando a los indios tapes que construyeron las murallas de la población.

En 1746 se instalaron en la ciudad y fueron evangelizadores y educadores. Su labor se vio interrumpida, como en todo el Continente, en 1767 cuando el rey Carlos III determinó la expulsión de la Compañía. La labor educativa fue continuada por los frailes Franciscanos y algunos maestros particulares. El regreso de los jesuitas se produciría en 1842, al Uruguay ya independiente, aunque en 1859 serían expulsados nuevamente por el gobierno de Gabriel A. Pereira. En 1872 retornaron en forma definitiva.

Por su parte, los padres Franciscanos llegaron a Montevideo en 1726, en calidad de capellanes de las tropas. Un siglo antes, desde 1624, habían fundado, en el sudoeste de la Banda Oriental, los pueblos misioneros de San Francisco y San Antonio, en el actual departamento de Soriano. A mediados del siglo XVIII, los Franciscanos establecieron un hospicio, que se constituyó, en 1760, en el convento San Bernardino de Montevideo, donde funcionó una escuela de educación elemental. En 1782 les fue concedida la licencia para enseñar Teología y Filosofía. En 1811, fueron expulsados de Montevideo por el virrey Elio, como represalia por los lazos que mantenían con los revolucionarios. La mayoría de los expulsados retornaron a continuar sus obras hasta 1838, año en el que el presidente Fructuoso Rivera decidió “extinguir” su convento por decreto.

En diciembre de 1859, Jacinto Vera fue nombrado cuarto vicario apostólico, se encontró a la cabeza de una Iglesia con múltiples problemas y emprendió una serie de reformas para superar la escasez y la deficiente formación del clero. También se desarrollaba en forma alarmante, en el Uruguay de la época, el liberalismo anticlerical y no se contaba con el clero necesario para el mantenimiento de la formación cristiana de la población. Como en otras repúblicas latinoamericanas, la atracción de congregaciones religiosas fue una de las líneas de acción de Vera. Llegarían, a partir de entonces, numerosos sacerdotes extranjeros, sobre todo religiosos, de origen francés e italiano en una primera etapa.

Entre las congregaciones llegadas en el siglo XIX, se cuentan: los padres Betharramitas - Bayoneses o Vascos (1861), los Salesianos de Don Bosco (1876), los Palotinos (1886), los Capuchinos italianos (1891), los Lazaristas (1892), los Oblatos de San Francisco de Sales y los Redentoristas (1896).

La presencia de los padres Betharramitas se remonta a la segunda mitad del siglo XIX. El obispo de Bayona, Mons. Francisco Lacroix, se había percatado de la necesidad de enviar sacerdotes que pudieran atender espiritualmente a la creciente colonia vasco-bearnesa que había emigrado a Argentina y a Uruguay. Esta política fue apoyada por las autoridades civiles y eclesiásticas de las repúblicas del Río de la Plata. Los primeros misioneros se embarcaron en Bayona hacia Buenos Aires, en 1856. Hicieron escala en Montevideo, ciudad en la cual ya había una pequeña capilla atendida por el monje de origen vasco Paulino Sarraute.

En 1860, esta capilla pasaría a ser atendida por el P. Juan Bautista Harbustan, S.C.J., procedente de Buenos Aires. La deportación Mons. Jacinto Vera, en 1862, alejó también a los betharramitas del Uruguay. Años después, en 1867, al apaciguarse las aguas, los Padres betharramitas se instalaron en Montevideo, fundaron el colegio de la Inmaculada Concepción, en el centro de Montevideo y fueron un valioso apoyo para la llegada de nuevas congregaciones de origen francés.

En 1876, llegaron al país los Salesianos, de la mano del P. Juan Cagliero, S.D.B., quien convenció a Don Bosco de la necesidad de fundar colegios salesianos en el país. El salesiano Luis Lasagna encabezó la expedición misionera. Los salesianos se instalaron en Villa Colón, en donde fundaron el Colegio Pío IX en 1877. Su presencia se vio reforzada, poco después, con la llegada de cinco padres salesianos y seis Hijas de María Auxiliadora. En 1893 los Salesianos fundaron los Talleres de Don Bosco; en 1896 el primer Observatorio astronómico en el Colegio Pío; en 1898 se hicieron cargo de la Escuela Agrícola Jackson. Con el paso del tiempo, la presencia salesiana se extendió por Montevideo, Las Piedras, Paysandú, Mercedes y otras ciudades del país.

En contraste con las beneficiosas consecuencias de la llegada de religiosos extranjeros, parecen haber sido frecuentes los problemas causados por el clero secular de origen inmigrante. En 1881, un informe elevado al Roma expresaba: “La mayoría del clero [secular], en toda la extensión de la República, es reprobable. Recomendables por la conducta y por el celo son los regulares extranjeros”.[1]Por su parte, el salesiano Juan Cagliero opinaba que, antes de la llegada de su congregación, los italianos emigrados al Río de la Plata se encontraban “o sin pastor o en manos de mercenarios o peor, de lobos rapaces”.[2]

Con cierta frecuencia, el clero secular de origen inmigratorio agravó los problemas que planteaba el clero criollo: formación de poco nivel y conducta cuestionable. Esta situación fue más frecuente entre el clero italiano y solía preocupar a los propios católicos. Sin embargo merece mayor estudio la complejidad del proceso de inmigración de los seminaristas y sacerdotes extranjeros. Por un lado, los sacerdotes emigraban por las mismas razones que los laicos, y buscaban un mejor futuro en tierras americanas. También viajaban por razones familiares, para evitar el servicio militar obligatorio y en respuesta a grupos de connacionales instalados en Uruguay.

Por otra parte, el sacerdote era jurídicamente un doble emigrado: no sólo dejaba su país de origen sino su diócesis de origen, lo que le exigía una serie de gestiones jurídicas de gran complejidad. Debía obtener la autorización de partir de su obispo de origen y debía realizar un largo trámite de incardinación en el lugar de llegada. Este clero, a veces de formación deficiente, amargado y aislado respecto de los suyos, se volvía un peso insostenible para los obispados receptores.[3]Estos obispos no confiaban demasiado en los sacerdotes recién llegados, que eran enviados a zonas muy apartadas - Rocha, Tacuarembó, Treinta y Tres. Esta situación era espiritualmente poco conveniente para los sacerdotes inmigrantes y hacía más compleja su integración.[4]Una parte de estos problemas se vieron aliviados, hacia fines del siglo XIX, cuando los obispos ganaron mayor control sobre el clero y fortalecieron la disciplina eclesiástica.

Además, los informes diplomáticos de los Nuncios residentes en Petrópolis, acreditados ante Brasil, y de los Delegados Apostólicos con jurisdicción sobre el resto de América del Sur, informaban a Roma sobre los serios problemas de adaptación del clero extranjero y sus negativas consecuencias. La Santa Sede intentó promover la integración del clero extranjero en las sociedades receptoras, así como orientar hacia las comunidades de migrantes por parte de curas de la misma nacionalidad, lo que se logró de manera muy relativa.[5]

Finalmente, no faltaron las iniciativas especializadas, como la obra del Beato Juan Bautista Scalabrini, obispo de Piacenza y fundador, en 1887, de los Misioneros de San Carlos Borromeo, también llamados Scalabrinianos. En 1893 Mons. Scalabrini, se refería, ante las autoridades romanas, a “las tristes condiciones en que viven los sacerdotes misioneros y los emigrantes italianos en el Brasil, porque no se cumple lo que ha decidido el Santo Padre en la Audiencia del día 14 de noviembre de 1887”. En concreto, se refería a la marginación a la que, desde el interior de la propia Iglesia, se condenaba a los sacerdotes y emigrantes italianos y cuestionaba el trato discriminatorio de los párrocos.[6]

A comienzos del siglo XX, a pesar de las políticas anticlericales del reformismo de José Batlle y Ordóñez y de la legislación que limitaba el ingreso de religiosos al país, llegaron a Uruguay los padres Claretianos (1909), los Carmelitas Descalzos (1911) y los Pasionistas. En la década de 1920, ya separada la Iglesia del Estado por la Constitución de 1917, la llegada de nuevas congregaciones se dinamizó. Se dedicaron a tareas educativas y sociales, y asumieron, en todos los casos, la gestión de parroquias, obligados por la escasez de clero secular.

En 1929 llegaron los Hijos de la Pequeña Obra de la Divina Providencia, obra de San Luis Orione; en 1930, los Oblatos de María Inmaculada; en 1932 los frailes Agustinos y en 1936 los Dominicos de la Provincia de Aragón. Todas las congregaciones permanecen en el país, dirigen colegios y atienden parroquias en la arquidiócesis de Montevideo y en las diócesis de Canelones, San José y Tacuarembó.

En los años 40 se produjo la llegada de los padres Dehonianos y de los padres Scalabrinianos. En los 50 se integraron a las obras de la Iglesia en el Uruguay los Conventuales (1953) y los Pobres Siervos de la Divina Providencia, obra de Don Calabria (1959). Continuó el predominio de obras de origen italiano, francés y español; con frecuencia instaladas previamente en Argentina.

Ya en el siglo XXI, se han instalado en el país, congregaciones de perfil diverso: algunas fundadas en América Latina; otras dedicadas a actividades innovadoras. Es el caso de la Obra de Jesús, Sumo Sacerdote (Opus JSS), instalada en cinco localidades del departamento de Florida, y responsable de la creación y desarrollo de Radio María en el país.

NOTAS

  1. Relación Di Pietro, 1881. A.S.V., Arch. Nunziatura in Brasil, en Turcatti, 2005: 185
  2. cit. en Di Stéfano, 332
  3. Turcatti, 2011
  4. Leitón, 2011
  5. Turcatti, 2011
  6. Turcatti, 2011

BIBLIOGRAFÍA

DEVOTO, Fernando, Historia de la migración en Argentina, Buenos Aires, 2009;


DI STEFANO, Roberto y ZANATTA, Loris, Historia de la Iglesia argentina,ed., Buenos Aires, 2009;


FERNÁNDEZ TECHERA, SJ, Julio, Jesuitas, masones y universidad, Tomo II: La difícil fundación del Colegio Seminario, 1860-1903, Montevideo, 2010;


LEITÓN, Gonzalo, “La inmigración del clero secular mediterráneo en el Uruguay (1870-1940). Cuestiones de metodología y fuentes”, en IV Jornadas de Investigación y III Jornadas de Extensión. Facultad de Humanidades y Ciencias, Montevideo, noviembre 2011: http://www.fhuce.edu.uy/jornada/2011/programa/programa.pdf (consulta: 25-VII-2012);

LEZAMA SDB, Francisco y STURLA SDB, Daniel (coord.), Una historia nos impulsa. 125 años de presencia salesiana en el Uruguay, Montevideo, 2001;


MONREAL, Susana, “Las congregaciones francesas educadoras en el siglo XIX en el Uruguay”, en Prisma: Educadores e Inmigrantes, Montevideo, UCU, nº 20, 2005, 49-98;


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SANSÓN, Tomás y TURCATTI, Dante, Excelente sacerdote de buena vida y costumbres... Aporte del clero secular español en la iglesia uruguaya, Montevideo, 2005;


TURCATTI, D., “Contribución al análisis de las posturas eclesiales respecto de las específicas migraciones del clero secular: 1870-1940” en Migraciones minoritarias en Uruguay. Cuestiones de metodología y fuentes, Montevideo, 2010, 163-193; TURCATTI, D., “La inserción del clero secular migrante europeo en el Río de la Plata. 1879-1940. Las fuentes vaticanas” en IV Jornadas de Investigación y III Jornadas de Extensión. Facultad de Humanidades y Ciencias, Montevideo, noviembre 2011: http://www.fhuce.edu.uy/jornada/2011/programa/programa.pdf (consulta: 25-VII-2012);

VILLEGAS, SJ, Juna, “La presencia educativa de los jesuitas españoles en el Uruguay” en Prisma: Educadores e Inmigrantes, Montevideo, UCU, nº 20, 2005, 123-155.


SILVIA FACAL SANTIAGO / SUSANA MONREAL