ISABEL LA CATÓLICA; Su actuación ante la invasión portuguesa de 1475

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Tras la proclamación de Isabel como Reina de Castilla, el rey de Portugal aliado con el Rey de Francia intentó atenazar tanto al reino de Castilla como al reino de Aragón. Entre 1475 y 1479 estos dos reinos, todavía separados pero en vistas a una próxima unión, se ven atenazados por la alianza luso-francesa con una guerra que durará un par de años.

Es este un periodo histórico rico en acontecimientos donde se ve el temple notable de la joven Reina, entonces entre los 24 y 26 años de edad. Todavía había en Castilla algunos nobles que pretendían alzar a Juana «la Beltraneja» como estandarte de sus pretendidos derechos feudales, sobre todo el hijo del antiguo Maestre de Santiago, al que se unió ahora también el arzobispo de Toledo en busca de prebendas.

En este cuadro entra también el rey Alfonso V de Portugal, que se propuso conquistar el reino de Castilla y León. Invadió Castilla en mayo de 1475 apoyado por algunos nobles castellanos. Es entonces cuando Isabel personalmente comenzó a llevar adelante una serie de negociaciones para evitar una guerra sangrienta y llegar a una solución con el rey portugués.

El Rey portugués había invadido Castilla para apoderarse de la Corona, previo matrimonio con doña Juana «la Beltraneja». El motivo de fondo de tal invasión era el matrimonio de Isabel y Fernando, que unía a los reinos de Castilla y de Aragón, rompiendo definitivamente el equilibrio peninsular a favor de Aragón: viejo pleito de los reinos peninsulares en torno al central de Castilla.

El asunto de Juana «la Beltraneja», con la que había contraído matrimonio, era un mero pretexto. Se le unieron varios nobles de Castilla, y el rey de Francia que invadió parte del actual País Vasco. Los portugueses fueron finalmente derrotados el 1 de marzo de 1476 en Peleagonzalo, cerca de Zamora.

Tanto con Alfonso V como con los Nobles rebeldes derrotados, Isabel se portó con regia generosidad y caridad cristiana ejemplar perdonando a los rebeldes. El rey portugués continuó en su obstinación viajando a París para empeñar al rey Luis XI en el conflicto, empresa en la que fracasó; por esta razón huyó y quedó sumido en una notable depresión.

La reina Isabel tejió cuidadosamente las paces con Francia. Continuaron las iniciativas de paz con los nobles disidentes y el perdón general que se le concedió a todos aquellos que no depusieron las armas y fueron vencidos en la guerra. Entre estos últimos se encontraban los grandes sostenedores del rey portugués, el conde Plasencia, el marqués de Villena, hijo del Maestre de Santiago, al arzobispo de Toledo, don Alonso Carrillo de Acuña, anteriormente sostenedor de Isabel y de su matrimonio con Fernando, y que se había pasado al bando portugués empujado por mayores pretensiones de poder temporal; solamente tras la derrota del rey portugués, demandó clemencia a Isabel y Fernando, la cual le fue concedida con creces.

Sin embargo, dos años después volvió a romper su juramento de fidelidad, tramando con el rey portugués un intento de invasión de Castilla. La Reina Católica, deponiendo todo sentimiento de venganza o de pura justicia, les otorgó un perdón tan sincero y tan pleno, que uno de ellos, el marqués de Villena, vino a ser uno de los hombres de confianza de los reyes Católicos en Castilla; y al Arzobispo toledano le volvió a perdonar por segunda vez.

En cuanto a Alfonso V de Portugal, fue finalmente abatido en la batalla del río Albuera (24 de febrero de 1479), con lo que terminaron todos sus intentos incursionistas en Castilla. Además, desprovisto del esperado apoyo francés tras el tratado de paz de Luis XI de Francia con los reyes Católicos, no le quedó otro remedio que hacer las paces con Castilla.

Estas paces fueron obra de dos damas: la Infanta Beatriz de Portugal, duquesa de Braganza, tía carnal de Isabel en cuanto hermana de su madre, y la reina Isabel de Castilla. Durante todo el siglo XV, Castilla había vivido una inquietud pendular entre Aragón y Portugal; hasta que su matrimonio con el príncipe aragonés don Fernando, vino a romper el equilibrio, inclinando definitivamente la balanza a favor de Aragón. Consciente de ello la reina Isabel buscó, con este tratado de paz, restablecer ese equilibrio peninsular, que fue siempre su soberana aspiración.

Esta paz que ella promovió, como los tratados que seguidamente habrán de firmarse, no fueron solamente el término de una larga y difícil contienda, sino además el comienzo de una política de amistad con Portugal, en vista de las grandes empresas que ambos Reinos esperaban: las mismas que Sixto IV primero, y el Papa Inocencio VIII después, les asignarán (1483): esto es, a Portugal su empresa en África, a Castilla, las de Canarias y Granada.

Y otra mucho mayor, que a ambos reinos y en un futuro próximo, la divina Providencia tenía reservada: la empresa de América, facilitada por el tratado de Tordesillas (1493), consecuencia y coronamiento final de este tratado de paz iniciado en Alcántara y consumado en Alcazobas (1479).

Este tratado de paz es un ejemplo de la fina diplomacia de las dos grandes figuras femeninas. La paz se consumó junto con otros cuatro tratados distintos que recibieron la aprobación pontificia del papa Sixto IV, a petición del Rey y Príncipe de Portugal y de los Reyes de Castilla. Intervino luego el Papa Inocencio VIII confirmando con nuevas Bulas la anterior de su predecesor Sixto IV.

NOTAS

© VALLISOLETAN. Beatificationis SD Elisabeth I (Isabel la Católica) Positio Super Vita, Virtutibus et Fama Sanctitatis ex OfficioHistoricoConcinata, n.221.Vallisoleti 1990, 647-706.

(Los Autores de esta exposición histórica documental fueron Justo Fernández Alonso - Anastasio Gutiérrez - Luis Suárez Fernández y otros miembros la Comisión Histórica de la Causa. El DHIAL presenta esta relación sumaria de dicha exposición.)