JESUITAS (Compañia de Jesús)

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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La Compañía de Jesús (Societas Jesu o Societas Iesu, S.J. o S.I.), es una orden religiosa fundada por San Ignacio de Loyola el 15 de agosto de 1534, y aprobada por S.S. Paulo III el 27 de septiembre de 1540 mediante la bula Regimini militantis ecclesiae. El lema de San Ignacio «Ad maiorem Dei gloriam» (para la mayor gloria de Dios) fue tomado como el lema de la Orden, y su carisma fundacional "la salvación y perfección de los prójimos" condujo la actividad de la Compañía a dos tareas fundamentales: la educación y las misiones. Desde un principio los jesuitas se distinguieron especialmente por pronunciar, al momento de su profesión religiosa, un voto de especial obediencia al Santo Padre, el llamado «cuarto voto», pues éste se suma a los tradicionales votos de obediencia, pobreza y castidad. “La palabra «jesuita» en su origen fue un apodo inventado por los enemigos de la Compañía, y nunca fue usado por San Ignacio.”[1]


La Compañía de Jesús en América

Llama la atención el hecho de que, siendo una orden de origen español, su llegada a América fuera primeramente al Brasil, territorio perteneciente a la Corona portuguesa y no a un territorio de la Corona española. Fue el mismo San Ignacio quien, en 1549, envió al Padre Manuel de Nóbrega y otros dos jesuitas a Brasil; la primera provincia jesuita en Hispanoamérica se instalará hasta 1568 en el Perú.


En la Nueva España↗, la Compañía de Jesús fue cronológicamente la cuarta gran orden misionera en arribar pues, cuando fue aprobada por la Santa Sede, franciscanos, dominicos y agustinos llevaban ya más de quince años trabajando en la evangelización y casi cincuenta a la fecha de su arribo en 1572. “México llamó la atención de Ignacio, el cual escribió a sus hermanos de España: «Enviad misioneros a México, si os lo piden, y aún cuando no os los pidan».”[2]Sin embargo el deseo de San Ignacio se cumplió hasta 1572 cuando Felipe II escribió al tercer sucesor de San Ignacio –San Francisco de Borja- solicitándole que enviara sacerdotes de la Compañía a la Nueva España. El Padre Borja envió entonces al primer grupo de jesuitas que arribó a Nueva España el 9 de septiembre de 1572 y estuvo formado por ocho sacerdotes, cuatro hermanos coadjutores y tres escolares, encabezando al grupo el Padre Pedro Sánchez, primer provincial de la Compañía en México.


“Había sabido el Rey don Felipe el Segundo, por cartas del Virrey y Audiencia de Lima escritas a su Majestad el año de 71, de cuanto fruto fuesen los trabajos de los de la Compañía de Jesús para todo género de gentes y estados de personas, y en especial para con los recién convertidos, a cuya causa comenzó a desear que también los de la Nueva España fuesen participantes de su provechosa doctrina. Y comunicó este su deseo por carta con nuestro padre Francisco de Borja, en que le pide señale algunos doctos y celosos varones para aquella mies.”[3]


Por lo que se refiere al Cono Sur, los primeros jesuitas que llegaron a Argentina provenían del Perú; fueron los padres Francisco Angulo y Alonso Barzana, y el hermano Juan de Villegas que llegaron a Santiago del Estero el 26 de noviembre de 1585. Dos años después, en 1587, los jesuitas se instalan también en Córdoba. Al virreinato de Nueva Granada los jesuitas llegaron procedentes de México en el año 1600 a petición expresa del Arzobispo de Santa Fe de Bogotá Bartolomé Lobo Guerrero.


Jesuitas: su obra educativa en Hispanoamérica

Apenas llegado al Brasil, en la fiesta de la conversión de San Pablo de 1554, el Padre Manuel Nóbrega fundó en la villa de Piratininga un colegio para los indios al cual dio el nombre de San Pablo de Piratininga; en poco tiempo el nombre del colegio vino a ser el nombre de la villa (Sao Paolo). De la obra educativa de los jesuitas en el Perú destacan el Colegio Máximo de San Pablo de Lima, el Colegio Real de San Martín de Lima, el Colegio de Nobles de Cuzco que atendía a los hijos de los caciques, y la Universidad San Ignacio del Cuzco.


En México precedió a la llegada de los primeros jesuitas la fama de la calidad educativa impartida por ellos y casi de inmediato encontraron algunos grandes bienhechores, como don Alfonso de Villaseca, que donaron terrenos y dinero para la edificación de sus colegios, siendo los primeros el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo destinado a los criollos y españoles, y el Colegio Máximo de San Gregorio, destinado a los indígenas.


“El catálogo de los Colegios y Casas que tiene la Compañía (en Nueva España)…comenzará por la Casa Profesa de México, que aunque no es la primera en tiempo de su fundación, lo es por ser cabeza de toda la Provincia Mexicana. El Colegio de esta ciudad es el principal de toda ella, y en el cual nuestros hermanos estudiantes se forman en virtud y letras para después ser repartidos a los demás colegios de la Provincia (…) En la ciudad de los Ángeles (que después de la de México es la mayor de la Nueva España) hay dos colegios, uno donde se leen estudios y facultades mayores; otro de gramática y estudios menores (…) En la ciudad de Guatemala hay otro colegio donde se enseñan unas y otras letras. En los que siguen, tiene la Compañía escuelas de gramática, y en algunos de ellos se añaden escuelas de escribir y leer para los niños y para enseñarles la doctrina cristiana…Estos son: Colegio de Oaxaca; Colegio y Casa de Probación de Tepotztlán; Colegio de Mérida en Campeche; Colegio de Nueva Veracruz; Colegio de Querétaro; Colegio de Valladolid; Colegio de Pátzcuaro; Colegio de Guadalajara; Colegio de San Luis Potosí; Colegio de Zacatecas; Colegio de Guadiana; Colegio de Sinaloa, que es el más remoto, y al cual tienen por cabeza sus misiones. Que por todos son estos Colegios diez y seis.”[4]


En Argentina la educación superior da inicio con el arribo de la Compañía de Jesús que, bajo la autoridad del Padre Provincial Pedro de Oñate, en 1610 inicia la construcción del edificio conocido como “Casa de Trejo” en donde, a partir de 1613, iniciará sus cursos el Colegio Máximo de Córdoba. El 8 de agosto de 1621 el Papa Gregorio XV le confirió la facultad de conferir grados, siendo ratificada esa potestad al año siguiente por el Rey Felipe IV. En Nueva Granada al despuntar el siglo XVII los jesuitas, con el apoyo del arzobispo Lobo Guerrero, abrieron el Colegio de San Bartolomé en Santa Fe de Bogotá. Poco después había ya colegios jesuitas en Cartagena y Tunja.


Jesuitas: Misiones

El celo por la propagación del evangelio no se circunscribió a los grandes centros de población sino que se proyectó a regiones lejanas e inhóspitas; por ello las “misiones de frontera” conocidas como “reducciones” fueron la otra gran vertiente de la acción de la Compañía de Jesús en América. “El origen espiritual de las reducciones no radica ni en el «Estado Sol» de Campanella, ni en la «Utopía» de Tomás Moro, ni fueron aquellas tampoco un producto del afán de poder de la Compañía de Jesús, como una literatura tendenciosa ha venido sosteniendo una y otra vez. Antes bien, fueron un ensayo, verdaderamente grandioso, de realizar, por procedimientos atrevidos e inéditos, los ideales de los moralistas españoles de la colonización (…) Tal vez las metas religiosas, culturales y económicas que se aspiraba a alcanzar en las reducciones fuesen demasiado ambiciosas y «occidentales», comparadas con la despreocupada repugnancia al trabajo y la ingenuidad de aquellos salvajes, cuya tutela se imponía a cada paso. Pese a esta y oras reservas, las reducciones llevaron a cabo una gran labor, como hoy día se reconoce cada vez más.”[5]


En su labor misional en el virreinato del Perú, los jesuitas trabajaron principalmente en las Misiones de Maynas con los indios jíbaros, y en las Misiones de Juli y Pomata. Esas misiones y obras apostólicas eran financiadas con el producto que generaban las haciendas que la Compañía poseía en la costa peruana. Sin duda las más célebres misiones jesuíticas fueron las llamadas «Reducciones del Paraguay» que tenían como fin la evangelización e integración de los indígenas guaraníes y guaicurúes que habitaban las selvas situadas a lo largo de los ríos Paraná y Uruguay. Saliendo de la Gobernación del Río de la Plata, en 1610 el padre Lorenzana fundó la reducción de San Ignacio de Guazú, y el padre Catoldino la reducción de Loreto. Hacia 1619 los padres Roque González, Alonso Rodríguez y Juan del Castillo, fundaron las reducciones de Uncuy, Caazapanimi y Todos Santos. El 15 de noviembre de 1628 en la de Todos Santos, los padres Roque González y Alonso Rodríguez fueron asesinados por un hechicero; dos días después el padre Castillo fue asesinado en medio de la selva. Conocidos como “los mártires del Rio de la Plata”, los tres jesuitas fueron canonizados por S.S. Juan Pablo II en la ciudad de Asunción en mayo de 1988.


No de menor importancia fue la labor de la Compañía en las misiones del agreste desierto del noroeste de Nueva España (Sinaloa, Chihuahua y California) donde habitaban pueblos nómadas y semi-nómadas de bárbaras costumbres, como los mayos “que dejaban abandonados a sus hijos, con la idea de que los más robustos sobrevivirían y serían buenos guerreros.”[6]La primera misión en ser fundada fue la de Sinaloa en 1593, siguiéndole la de Parras (Coahuila) en 1594, la de San Andrés (Durango) en 1597, la de Tepehuanes (Durango) en 1600, la de la baja Tarahumara (Chihuahua), en 1611, la de Ostimuri (Sonora) en 1614, la de Chínipas (Chihuahua) en 1621, la de Sonora en 1627, la de la alta Tarahumara en 1673, la de la Pimería (Sonora y Arizona) en 1697, y finalmente la de Nayarit en 1722.[7]“Las enormes dificultades que hicieron singularmente meritorias a estas misiones del norte, procedían de seis causas principales, que eran: por parte de los indios, su belicosidad (que llevó al martirio a 85 misioneros, 23 de ellos jesuitas), inorganización social, mentalidad primitiva y gran multiplicidad de lenguas; y por parte de los españoles, lo precario de su dominación e insuficiente de su población en el Norte.”[8]


De los misioneros jesuitas en el norte de México destacan los padres Salvatierra, Eusebio Kino y Juan de Ugarte. Del padre Kino escribe Bravo Ugarte: “Kino, como en mágico impulso, lo transformaba todo: los belicosos indios se trocaron en cristianos labradores; los parajes incultos, en pueblos, templos, huertas, haciendas y campos de ganado. Había herreros indios con su fragua, carpinteros con su taller, arrieros, cosecheros, panaderos; y sus correspondientes autoridades indígenas: jueces, capitán, gobernador, alcaldes, fiscal mayor, alguacil, topiles, etc. Mas no podía Kino reposar en un lugar; su energía le llevaba siempre a otros para renovarlos por igual …Después de 24 años de gloriosa labor en la Pimería, que recorrió enteramente en 40 expediciones…murió de casi 70 años, en la misión de Magdalena, con la misma extrema humildad y pobreza en que había vivido.”[9]


Jesuitas: Situación de la Provincia de México en 1767

A) Estadísticas

A partir del catálogo del 25 de Junio de 1767, recopilado por Rafael Zelis en 1786 y publicado en 1871[10], podemos sacar las siguientes estadísticas de la Provincia Jesuítica de México, que abarcaba también Cuba y Guatemala: eran en total 680 jesuitas, de los cuales 427 eran sacerdotes; 130 escolares no sacerdotes y 123 coadjutores[11]. De éstos, estaban destinados a misiones entre infieles 105 individuos. Vivían en las ciudades (colegios, seminarios y residencias) 573 jesuitas. Se encontraban en España un sacerdote y un coadjutor.


De acuerdo a su procedencia: 465 eran americanos (303 sacerdotes, 116 escolares y 46 coadjutores); 153 españoles (78 sacerdotes, 14 escolares y 61 coadjutores) y 62 extranjeros (46 sacerdotes y 16 coadjutores). Por tanto, la mayoría eran criollos. De los 465 americanos, 435 nacieron en los que hoy es la República Mexicana, 15 eran de Guatemala, 9 de Cuba, 2 de Nicaragua, 2 de Honduras y 2 de Venezuela. De los 105 que estaban destinados a misiones entre infieles: 37 eran mexicanos, 31 españoles y 37 extranjeros; este dato va contra una opinión extendida de que eran pocos los criollos dedicados a las misiones. En este caso el número es equilibrado.


Era una Provincia en plenitud de vida, ya que entre los 30 y 49 años de edad, había 320 individuos (47.05%), 176 eran menores de 30 años (25.88%) y 174 eran mayores de 50 años (25.58%). La provincia tenía en total 41 casas, de ellas: una casa profesa, 25 eran colegios[12]para el servicio del público; 10 eran seminarios[13]para la educación de la juventud; 5 eran residencias[14]. En tres colegios había casas de ejercicios.


B) Campo de acción

De los 573 que vivían en ciudades, 264 (46.06%) tenían al menos un cargo de pastoral o enseñanza, y por lo tanto, ejercían un apostolado directo con el pueblo; 42 tenían sólo cargos de gobierno (7.32%) y los 267 restantes (46.59%) eran estudiantes, formadores de jesuitas, sacerdotes que atendían espiritualmente a otros jesuitas, enfermos, jesuitas en probación y encargados de la administración, por tanto no estaban involucrados directamente en la atención pastoral del pueblo.


¿Cuáles eran las actividades pastorales y educativas que realizaban los jesuitas a favor de la población? En la pastoral urbana los jesuitas trabajaban en lo siguiente: Congregaciones. El historiador jesuita de la provincia de México, Francisco Xavier Clavijero, informa que “las congregaciones que había en todos los colegios de la provincia serían unas 40”[15]. Podemos dividirlas de la siguiente manera: a) de estudiantes, ex alumnos y clérigos; b) de adultos que pertenecían a la clase dirigente de la sociedad; c) de sacerdotes; d) de doncellas y madres de familia; e) de indios; f) de esclavos.


En el año de 1767 había un total de 14 jesuitas capellanes de cárceles; ahí se asistía a los condenados a muerte, que era a menudo. Los prefectos de cárceles iban todas las semanas a predicar, confesar y consolar a los presos. Los padres jesuitas promovían la catequesis a través de procesiones de niños cantando el catecismo, semanas de doctrina e impulsando las congregaciones de laicos catequistas. Respecto a la predicación, Clavijero señala que “En las 4 iglesias que teníamos en México, se predicaba anualmente 600 veces poco más o menos, pero era mucho más lo que se predicaba fuera de nuestras Iglesias”[16].


Un apostolado muy importante de la Compañía eran las misiones populares, tanto rurales como urbanas. La provincia de México tenía 18 sacerdotes dedicados a recorrer ciudades, provincias y pueblos apartados. Además los maestros jesuitas de los seminarios, durante las vacaciones, generalmente trabajaban en misiones en distintos pueblos. Había también misiones urbanas organizadas desde la Casa Profesa de México. En ocasiones los obispos le pedían a la Compañía que realizara misiones en una ciudad o diócesis. Por último también había misiones dirigidas a indígenas.


En los colegios del Espíritu Santo de Puebla, en el de San Andrés de México y en el de Valladolid había casas de ejercicios, en que se daban repetidas tandas al año. Por lo que respecta a la religiosidad popular, los jesuitas introdujeron en México, hacia el año de 1750, el ejercicio nocturno del último día del año, en acción de gracias por los beneficios recibidos de Dios[17]. También promovieron el jubileo de las 40 horas[18], la devoción al Sagrado Corazón de Jesús y a la Virgen María, de manera especial en su advocación de Guadalupe.


En lo referente a la educación podemos decir que en todos los 25 colegios de la Provincia y en 4 residencias, había un maestro de primeras letras. Además los jesuitas impartían 34 cátedras de estudios mayores (Sagrada Escritura, Teología y Filosofía) y 26 cátedras de estudios menores (Gramática, Humanidades, Retórica y Poesía). Había 67 jesuitas con otros cargos de enseñanza. Señala Dávila que “la existencia total de los alumnos internos de los [...] once seminarios era casi de un millar de jóvenes; sin contar con la multitud de los externos”[19]. Trabajaban también en la educación del indígena. La provincia tuvo siempre sacerdotes dedicados que atender a los indios. Existían seminarios para indios en Tepotzotlán, San Gregorio de México, Pátzcuaro y San Javier de Puebla. El P. Antonio de Herdoñana fundó en la ciudad de México, en el año de 1754, un colegio para la educación de niñas indias que funcionaba en 1767.


Las provincias de misiones eran seis: Baja California, Sinaloa, Chinipas, Nayarit, Sonora y Tarahumara; en 1767 se atendían en total 98 misiones. Las fundadas por los jesuitas en la Baja California entre 1697 y 1767 fueron 18; en 1767 eran 14, en las cuales había más de 7000 personas. Las misiones de Sonora estaban situadas desde el río Yaqui hasta el Gila. En 1767 eran 28 misiones atendidas por 29 sacerdotes que evangelizaban a las tribus de Pimas, Ópatas y Eudebes. En las de Tarahumara Alta la Compañía de Jesús tenía en 1767 un total de 17 misiones, con 19 jesuitas; en 1759 la población de estas misiones era de 18,200 habitantes. La misiones de Chinipas se situaban en la parte occidental de Chihuahua, en el momento de la expulsión eran en total 12, cada una atendida por un sacerdote; en 1759, estaban pobladas por 6 204 indígenas. Las de Sinaloa eran 20 misiones en 1767, cada una con su sacerdote. Las misiones de Nayarit eran siete atendidas cada una por un sacerdote.


Jesuitas: su expulsión de España e Hispanoamérica

El «regalismo» (galicanismo español) que en el siglo XVIII imperó en muchos personajes de la Corte española, unido a la masonería a través de varios militantes suyos como lo fue el primer ministro de Carlos III, Pedro Abarca de Bolea, décimo Conde de Aranda, veían con creciente hostilidad a las órdenes religiosas porque representaban un gran obstáculo a su objetivo principal que era la abolición del Pontificado. Especial odio y hostilidad tenían a la Compañía de Jesús que, por su «cuarto voto», tenía una particular y estrecha obediencia al Papa. “Y consideraban a la Compañía el baluarte del Pontificado: porque tenía ella en gran parte la educación de la juventud; su ciencia era sólido bastión contra el enciclopedismo, e influía poderosamente en las altas esferas; y su doctrina era el asilo de los «principios ultramontanos» incluso en la galicana Francia.”[20]


El primer ministro Aranda y el ministro de Hacienda Pedro Rodríguez Campomanes, persuadieron a Carlos III de que los jesuitas conspiraban contra él, acusándolos -sin presentar la menor prueba- de ser los autores del llamado «motín de Esquilache» (23 de marzo de 1766). Sin proceso alguno, el 27 de febrero de 1767 Carlos III firmó el decreto que ordenaba la expulsión de la Compañía de todos sus dominios. De inmediato el Conde de Aranda envió un contingente de cinco mil hombres a la Nueva España para expulsar a los 678 jesuitas que había en ella.


“Como un rayo en cielo sereno descargó el golpe, sin haber precedido la más leve premonición, a las cuatro de la mañana del 25 de junio de 1767. Un pelotón de soldados llamó a las puertas de la Casa Profesa de los jesuitas, contigua a su templo, exigiendo que se les abriese inmediatamente. Se reunió a todos los miembros de la comunidad en la capilla y allí se les leyó el decreto del rey Carlos III (…) ¿Cuál fue el crimen? Ninguno. ¿Cuál la sentencia? Destierro inmediato de Nueva España, sin más permiso que el sacar el breviario y la ropa que llevaban encima. (…) Los jesuitas de Querétaro, Guanajuato, León, Celaya y Pátzcuaro fueron acorralados ese mismo día y a la misma hora, y hasta con mayor brutalidad (…) En San Luis de la Paz Gálvez (el ejecutor del decreto) tropezó con dificultades, porque los indios…se proveyeron de armas para defender a los jesuitas (…) En San Luis Potosí la resistencia que opusieron los indios fue mucho mayor, y Gálvez necesitó de 120 soldados para dominarla; pero mientras el alcalde hacía el inventario, los indios rompieron el cordón de guardias y se echaron sobre él gritando: ¡Muera el alcalde y todos los gachupines! Esta fue, tal vez, la primera vez que se escuchaba una protesta en ese tono contra el gobierno absolutista de España (…) No hubo un solo caso, ni entre los indios, ni entre el resto de la población, que indicase resentimiento contra los Padres, sino muy al contrario, dondequiera se manifestó la adhesión leal a los jesuitas y la aversión a los ejecutores del decreto de extrañamiento. Tales muestras de alta estimación no pueden tomarse de seguro como frutos de una vida de pereza, de explotación o de egoísmo de parte de los jesuitas.”[21]


“Sangrientas fueron las represalias del Gobierno, ordenadas por el citado Gálvez. San Luis de la Paz pagó su resistencia con cuatro indios ejecutados; Guanajuato con nueve; Pátzcuaro con trece; y San Luis Potosí con cincuenta. Hubo además, en total, 75 condenados a azotes; 110 a destierro y 664 a presidio.”[22]Situaciones parecidas se vivieron a lo largo y ancho de la América española. La expulsión de los jesuitas afectó gravemente la educación, y la mayoría de las misiones de frontera quedaron abandonadas.


Jesuitas: su extinción y restablecimiento

Por intereses similares a los mostrados en España y por la acción de la masonería, también Francia y Portugal implementaron medidas similares contra la Compañía, y no contentas con la expulsión de los jesuitas de sus territorios, las Cortes borbónicas amenazaron al Papa Clemente XIII con promover un cisma si no suprimía totalmente a la Compañía de Jesús. Ejemplo de ello lo encontramos a raíz de la promulgación del breve Alias ad apostolatus (Monitorio de Parma), documento en el cual Clemente XIII señalaba que el ducado de Parma era posesión pontificia; como respuesta, los gobernantes borbones tomaron represalias. Cuando “(…) Roma quiso llegar a un acuerdo con los Estados borbóni¬cos, se le respondió, sobre todo desde Madrid, que no podía iniciarse negociación alguna hasta que la Santa Sede no firmara la extinción de la Compañía de Jesús”[23]. Pero Clemente XIII no se dejó intimidar.


A la muerte de Clemente XIII fue elegido Clemente XIV, quien no tenía el temple de su antecesor, y ante reiteradas amenazas de peores males, eligió el mal menor y por un «Breve» denominado Dominus ac Redemptor fechado el 21 de julio de 1773, decretó la supresión de la Compañía. En España todos aquéllos que intervinieron activamente en obtener de Roma la extinción fueron premiados por el gobierno con sumas de dinero o beneficios eclesiásticos. Se consideraba que “la Compañía de Jesús, nacida para la salvación de las almas, más bien se había convertido en la manzana de la discordia dentro de la Iglesia (…).”[24]


No obstante, en Prusia y en Rusia sobrevivieron algunos jesuitas bajo los respectivos gobiernos de Federico II y Catalina II “la grande”. Se mantuvieron organizados en territorio prusiano hasta la muerte de Federico II en 1786, fecha en la que se dispersaron, manteniéndose algunos en esta zona mientras otros se dirigieron a Rusia. El 12 de marzo de 1783 el designado obis¬po coadjutor de Mogilev, Jan Benislawski obtuvo de S.S. Pío VI un “placet” a las actividades pastorales de la Compañía de Jesús en Rusia con su histórico approbo, una aprobación verbal del Papa. Esta pequeña célula sería el puen¬te de unión entre la suprimida Compañía de Jesús y la posteriormente restaurada[25].

Fue hasta el 7 de agosto de 1814, octava de la fiesta de San Ignacio, cuando S.S. Pío VII restableció la citada Compañía en todo el mundo mediante la Bula Sollicitudo omnium eclesiarum. Al año siguiente la Corona española derogó el decreto de expulsión de Carlos III; sin embargo, el decreto de restablecimiento resultó impracticable en la América española por dos razones: el desarrollo de las guerras de independencia y el escaso número de jesuitas. Solamente en México fue posible el restablecimiento debido a la existencia de un reducido número de jesuitas mexicanos a quienes les fueron devueltos algunos de sus antiguos colegios. Ya en la época independiente de Hispanoamérica, la permanencia de la Compañía en cada país estuvo sometida a los vaivenes políticos entre regímenes liberales y conservadores[26].


Jesuitas: postura de los obispos novohispanos ante su restauración

Cuando llegó la noticia oficial del restablecimiento, el obispo de Yucatán, Pedro Agustín Estévez y Ugarte, escribió al Papa Pío VII una carta de acción de gracias el 13 de enero de 1815, que decía: “Durante estos treinta años de ausencia de los jesuitas, todos los que han querido ver han podido convencerse de su inocencia. Ningún crimen, ningún individuo jurídicamente condenado. Su fuerza estuvo en el silencio y en la confianza de su buena causa”[27].


A su vez el obispo de Oaxaca Antonio Bergosa y Jordán escribió otra carta en que da gracias al rey por la restauración de la Compañía de Jesús, y le suplica el restablecimiento de los jesuitas en su obispado en estos términos:


Si en España y en toda la Europa fue tan útil e importante, la religión de la Compañía de Jesús [...], infinitamente mayor es la importancia, utilidad y necesidad de restablecerla en América, donde por su inmensa extensión ni la educación cristiana y política, ni las buenas costumbres se habían afinado, perfeccionado y afianzado tanto o tan generalmente como en la culta Europa católica [...] y de toda ella [Nueva España] acaso no hay diócesis tan necesitada de la dicha religión de jesuitas como la de Antequera de Oaxaca, en cuyo terreno se usan veinte idiomas bárbaros, algunos sin conexión entre sí, y que ni admiten exactamente la explicación, e inteligencia necesaria de la doctrina cristiana [...]. Y suplico humildemente a V. Majestad se digne mandar, que a la mayor brevedad posible se restituyan los Padres jesuitas a su colegio, que tenían en la ciudad de Antequera de Oaxaca, capital de mi diócesis, removiendo V. Majestad con su soberana real autoridad cualquiera estorbo que pueda ofrecer la aplicación que de él se hizo a las religiosas de la Concepción de aquella ciudad, respecto a haberlo abandonado dichas religiosas intimidadas de las grandes ruinas que en aquel edificio ocasionó un temblor de tierra el año de 1805, y los demás estorbos que puedan ocurrir por la aplicación, que también se hizo del convento que dejaban dichas religiosas de la Concepción al colegio de niñas educandas; y sobre todo el mayor estorbo de hallarse actualmente sirviendo de cuartel el colegio que fue de jesuitas a las tropas que defienden aquella ciudad. San Ángel a 4 de Septiembre de 1815[28].


Y en otra carta del mismo obispo, y de la misma fecha que la anterior, dirigida a Miguel de Lardizábal, Secretario de Estado y del Despacho Universal de Indias, dice: “La ciudad de Oaxaca necesita y merece esta gracia [restablecimiento de jesuitas] tanto como la que mas de las ciudades de América, porque carece de escuelas útiles para la educación de la juventud”[29].


El 2 de septiembre de 1815 Pedro José de Fonte, arzobispo electo de México, y su Cabildo escribían al rey que “quizá en ninguna diócesis como en la de México había sido tan necesario y deseado el importante restablecimiento de los jesuitas”[30]. Y en otra carta de Fonte a Lardizábal, le señalaba otra consecuencia de la falta de dichos religiosos:


Quizá, si el señor Palafox hubiera presenciado los estragos y calamidades que ha traído la falsa doctrina y costumbres libertinas, hubiera sido más indulgente con los jesuitas que las combatían; y habría creído que la conservación del orden público trastornado en nuestros días, importaba más que otros reglamentos, más o menos conformes a la disciplina de la Iglesia[31].


El obispo electo de Durango, Juan Francisco de Castañiza, que era hasta ese momento rector del Colegio de San Ildefonso escribió a Fernando VII lo siguiente referente al mismo colegio: “Es verdad que nunca ha dejado San Ildefonso de dar sujetos beneméritos que sirvan al trono y al altar [...] pero el número ha sido muy inferior al que produjo en otros tiempos, y tampoco se han visto sujetos de tanta recomendación como en los años anteriores”[32]. Y más adelante señala un efecto negativo de la ausencia de los jesuitas para la vida cultural de México:


En todo este reino ha sido sin duda muy sensible lo que ha padecido la educación de la juventud en el ramo de la literatura. Desde la expatriación de los jesuitas ha sido considerablemente menos el número de jóvenes que se ha dedicado a la carrera literaria, y cada uno de los ramos de ella ha padecido notable decadencia[33]. En la misma carta, el obispo electo de Durango menciona algunas posibilidades de sitios para que se establezcan de nuevo los jesuitas, primero San Ildefonso: “El colegio se halla en proporción de mantener igual o mayor número de jesuitas que el que mantuvo en otros tiempos que fueron siete”[34]. Luego otros sitios posibles:


Se hallan todavía en esta ciudad dos casas que fueron de los religiosos jesuitas: la una que fue el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo que a muy poca costa quedará habilitado para su primitivo destino; y la otra el Colegio de San Gregorio, encomendado a los mismos religiosos para llenar el objeto con que el fundador le concedió las rentas que posee, que fue el de proporcionar a los indios un abundante pasto espiritual y proporcionarles una educación cristiana y política [...] y que desde la expatriación de los Padres jesuitas no han podido tener todo el lleno que correspondía a las sabias disposiciones de nuestros últimos reyes [...] a causa de la escasez que se ha experimentado del clero secular, y a las cortas rentas que están asignadas a los capellanes que se nombraron en lugar de los Padres jesuitas[35].


El mismo Obispo electo Juan Francisco Castañiza, en otra carta a Fernando VII, también del 31 de julio de 1815, le pide el restablecimiento de los jesuitas en su diócesis Durango (fue el primer prelado de América que lo pidió), en primer lugar por las dificultades por las que pasaba el seminario conciliar: En aquella vasta y dilatada diócesis es muy escaso el número de eclesiásticos, y éstos por lo común de muy poca ilustración, y que el colegio seminario, en que deben formarse los ministros que sirvan útilmente a la religión y al estado, se halla desprovisto de sujetos que sirvan a la educación de los jóvenes para cumplir el objeto de su erección[36].


Más adelante, solicita al rey que se digne mandar a la ciudad de Durango algunos religiosos de la Compañía de Jesús restaurada que, estableciendo allí alguna casa, se hagan cargo del gobierno del seminario conciliar, las razones que da son las siguientes: La experiencia de muchos siglos ha enseñado que los lugares en que se hallaban establecidas casas de jesuitas, estaban sus moradores proveídos abundantemente del pasto espiritual de sus almas, y por lo mismo se veía relucir en ellos la virtud, la subordinación y el buen orden; que los colegios encomendados al gobierno de aquellos regulares florecieron en todo género de ciencias, y fueron un fértil plantel de sujetos virtuosos y literatos que promovieron la felicidad de los pueblos[37].


Luego menciona algunas ventajas de la presencia de los jesuitas en su diócesis: habrá ministros evangélicos que predicando la palabra de Dios, instruirán a los fieles en las obligaciones hacia Dios y hacia el monarca; destruirán la ignorancia y el vicio; instruirán a los jóvenes en la sana doctrina, obstruyendo las enseñanzas de los filósofos de estos tiempos; formarán ministros dignos; disiparán las falsas preocupaciones de una fingida libertad. Para la realización de esto, el obispo contaba con el colegio seminario que fue de los mismos jesuitas, y con el caudal considerable de dos eclesiásticos de Durango: José Esquivel y Vicente Antonio del Fierro que lo habían puesto a disposición del obispo. Por último señala que la presencia de los jesuitas ayudará a volver a la obediencia del rey de España a los que movidos por el deseo de independencia se han rebelado: “Los jesuitas, digo, harán volver sobre sí a tantos desgraciados que miserablemente han hincado las rodillas al ídolo halagüeño, pero mentiroso y fingido de la independencia y libertad”[38].


En otra carta del mismo obispo electo al virrey Juan Ruiz de Apodaca, para interesarlo en este proyecto, además de lo mencionado en la carta anterior, agrega 3 razones más. La primera es que hay poquísimos sacerdotes que confiesen, de tal manera que hay mucha dificultad para los fieles para recibir este sacramento, y según el obispo el remedio es la presencia de los jesuitas; la segunda es la carencia de instrucción en el clero; la tercera es la escasez de maestros que enseñen filosofía y teología[39].


Por otra parte el obispo electo Castañiza, el intendente interino de Durango y el Ayuntamiento de esa ciudad enviaron un expediente al virrey, pretendiendo que los jesuitas se encargasen del gobierno del seminario conciliar y que se les devolviesen los bienes de las temporalidades allí no enajenados, ofreciendo ciento treinta y cinco mil pesos fuertes para su restablecimiento. Sin embargo, el provincial recién nombrado para México, Pedro Cantón, en una carta a Manuel Abad, secretario de la Junta del Restablecimiento de los jesuitas en México, con fecha del 2 de diciembre de 1818, declinó el que la Compañía se encargase del Seminario Conciliar de Durango; pidió que se suspendiese la entrega del colegio, de la iglesia y de los bienes de temporalidades hasta tiempo oportuno; que se concediera el permiso de aceptar los ciento treinta y cinco mil pesos que se le ofrecían para el restablecimiento; y ofreció enviar a dos jesuitas que lo percibieran y dieran principio a la fundación[40].


Otro documento que señala las razones por las que se pedía el restablecimiento de los jesuitas en Durango, es una carta de José Manuel Esquivel, arcediano de la catedral de dicha ciudad, a Fernando VII, del 5 de noviembre de 1815. Da 5 razones principales: 1) por ser la diócesis más necesitada de maestros de educación, 2) porque la Nueva Vizcaya está rodeada por tres partes de indios infieles, 3) porque los jesuitas fundaron allí 35 misiones, en las cuales convirtieron a los indios infieles en católicos y vasallos, 4) por la fidelidad de aquella provincia en la insurrección [guerra de independencia], 5) porque con el rédito de 135 mil pesos pueden subsistir hasta 12 religiosos[41].


Jesuitas: devolución del Colegio de San Ildefonso y reapertura del Noviciado

Fundadores de la provincia mexicana de la restablecida Compañía de Jesús fueron los padres José María Castañiza, Pedro Cantón y Antonio Barroso. El padre Castañiza, nacido en México el 23 de mayo de 1744, era el sostén de sus hermanos en el destierro, merced a su fortuna. Pedro Cantón nació en Guadalajara el 14 de febrero de 1745 y se había graduado en la Universidad de Bolonia. El padre Barroso era natural de Tepeaca Puebla, en donde nació el 30 de agosto de 1742[42].


Castañiza y Cantón, aprovechándose del permiso de Carlos IV, se embarcaron en Génova el 2 de junio de 1798, y cayeron en manos de los ingleses. Después de 8 meses de prisión fueron puestos en libertad en Barcelona. Luego en Cádiz, a pesar de estar recluidos en un convento de carmelitas y ser vigilados por la inquisición, disfrutaron ambos de relativa paz, desempeñando su ministerio. En febrero de 1809 Castañiza se empeñaba en agenciar los pasaportes y la facultad explícita de disponer de sus bienes. En junio adquirió los pasaportes y poco después emprendió el viaje a México junto con Cantón y Barroso. Llegaron en agosto.


Desde Roma, el sacerdote mexicano Juan Arrieta, quien trabajaba en la curia generalicia de los jesuitas, en su carta del 8 de agosto de 1815 a Castañiza y a Cantón les decía: “El Padre Vicario General [...] me ha ordenado que les escribiera comunicándoles las facultades de ir recibiendo sujetos que quisieran ser jesuitas, así para sacerdotes, escolares y coadjutores [...] para servir a Dios en la Compañía”[43]. El 25 de febrero de 1816, los Castañiza, Cantón y Barroso mandaron oficios al arzobispo de México y al virrey en que manifiestaban su voluntad de aprovecharse del permiso del rey para restaurar la Compañía. El virrey Calleja determinó que la admisión de novicios estuviera controlada por el arzobispo. El día 19 de mayo de 1816 se celebró en el Colegio de san Ildefonso el restablecimiento de la Compañía de Jesús en la Nueva España[44]. Existe una relación de lo que sucedió el día del restablecimiento, escrita por Juan Francisco Castañiza, obispo electo de Durango, hasta ese momento rector del Colegio de San Ildefonso y hermano del P. José María Castañiza, que dice: Mas no se crea que los deseos ardientes que todos tenían [...] de ver restituidos a los jesuitas en este reino, precipitasen en alguna manera este negocio. Se dieron [...] los pasos previos que ordenó S. M. sobre el caso: expusieron sus dictámenes los señores asesor y fiscal, y el real acuerdo dio el voto consultivo pedido por el Exmo. Sr. Virrey [...]. Posteriormente resolvió el Sr. Virrey que el mismo día diez y nueve de mayo se entregase a los dichos Padres jesuitas este seminario [San Ildefonso][45].


Respecto al día del restablecimiento señala lo que sucedió en la capilla del Colegio de San Ildefonso: Un secretario de S. M. rompió el silencio: puesto en pie, cerca del sitial del Sr. Virrey leyó la Real Cédula sobre el restablecimiento de los jesuitas: leyó a continuación una breve noticia de las diligencias practicadas por este Superior Gobierno, para el cumplimiento de la soberana determinación [...]. Entonces el Sr. Virrey, como vice-patrono real de este seminario, en señal de la posesión del rectorado del mismo que le daba, le entregó una llave [al P. Castañiza]. Siguiose un discurso pronunciado por el Ilmo. Sr. Fonte [arzobispo de México]. En los días siguientes hicieron los Padres y recibieron las visitas de los sujetos mas sobresalientes en todas las clases nobles del Estado [...]. En el día del restablecimiento de la Compañía se adornaron y se iluminaron las fachadas de las casas de muchos sujetos particulares, y las de muchos conventos de religiosas[46].


Se presentaron y fueron admitidos al noviciado doce individuos, de ellos cuatro eran presbíteros, un subdiácono y un clérigo en órdenes menores. Por razón de sus estudios: uno era doctor en teología, uno licenciado en cánones, los otros diez eran bachilleres sea en teología y filosofía (6), sea en filosofía y cánones (2), o solamente en filosofía (2). En el Colegio de San Ildefonso “todos los novicios se congregaron la tarde del primero de junio en la vivienda que para el noviciado se tenía en este colegio preparada”[47]. El 26 de octubre murió el padre Antonio Barroso. El padre Castañiza duró apenas seis meses de provincial, ya que murió el 24 de noviembre de 1816. En el templo de Loreto en la ciudad de México colocaron sus restos; antes de morir había propuesto con autorización del vicario general, por superior de la Provincia, al padre Pedro Cantón quien vivió hasta 1833[48].


Existe un catálogo de los sujetos que componían la Provincia de la Compañía de Jesús de México, elaborado por el provincial Pedro Cantón el 29 de diciembre de 1819. En ese momento había 7 padres profesos de 4 votos, 9 escolares, 4 coadjutores, 1 novicio sacerdote, 4 novicios escolares, 9 novicios coadjutores y 7 individuos (4 de ellos sacerdotes) ya admitidos pero que aun no vestían como jesuitas. Había además otros varios que deseaban ingresar, pero que aún no habían sido admitidos[49].


Notas

  1. Schlarman , Joseph H.L.. México, tierra de Volcanes. Porrúa, México, 14 edición, 1987, p. 179.
  2. Ibídem.
  3. González de Cossío, Francisco (comp.). Crónicas de la Compañía de Jesús en la Nueva España. UNAM, México, 1979, p. 3.
  4. Ibídem, pp. 122-123.
  5. Höffner, Joseph. La ética colonial española del siglo de oro. Cristianismo y dignidad humana. Cultura Hispánica, Madrid, 1957., pp. 522-523.
  6. Schlarman, Joseph. H. L., obra citada, p. 189
  7. Cf. Bravo Ugarte, José. Historia de México. Tomo II La Nueva España. Ed. JUS, 5 ed. 1970, pp. 152-153.
  8. Ibídem, p. 154.
  9. Ibídem, p. 160.
  10. ZELIS Rafael de, Catálogo de los sujetos de la Compañía de Jesús que formaban la provincia de México el día del arresto 25 de Junio de 1767, México 1871.
  11. Los coadjutores temporales son religiosos laicos que aseguran los oficios domésticos. Pueden cubrir, a excepción del gobierno, otros cargos como: procuradores, administradores, arquitectos, pintores, boticarios. Pueden también dedicarse a las bellas artes y a enseñar en la escuela elemental. Cfr. Glossario gesuitico. Guida all’intelligenza dei documenti, Roma 1992, 14-15.
  12. La palabra colegio significa aquí una comunidad de jesuitas que podría vivir de rentas. En las ciudades donde había casa profesa, los jesuitas que vivían en ella se dedicaban al gobierno y a la pastoral, mientras que los que vivían en los colegios de esa ciudad se dedicaban sólo a la educación. En cambio, en las ciudades donde no había casa profesa, los jesuitas de los colegios atendían la pastoral y la educación.
  13. No debemos confundir estos seminarios con los tridentinos o conciliares, destinados a la formación del clero secular. Los que aquí llamamos seminarios eran comunidades de estudiantes. El objeto era ofrecer, especialmente a los forasteros, una habitación conveniente para sus estudios. Gozaban en estos internados de buenas bibliotecas, de repetidores y consultores para sus estudios y, sobre todo, de directores espirituales que guiaban su educación moral, civil y religiosa. Los alumnos de estos seminarios jesuíticos acudían a las clases del colegio de la Compañía.
  14. En las residencias habitaba un número reducido de jesuitas; eran casas que estaban en vía de ser colegios (colegios incoados), sus moradores servían al público en los ministerios pastorales. En algunas de ellas había estudio de gramática. Cfr. ZELIS Rafael de, Catálogo, 130-131.
  15. CLAVIJERO Francisco Xavier, Breve descripción de la Provincia de México de la Compañía de Jesús, según el estado en que se hallaba el año de 1767, en Tesoros documentales de México siglo XVIII. Priego, Zelis, Clavijero, México 1944, 306.
  16. Ibidem, 305.
  17. Cfr. DÁVILA Y ARRILLAGA José Mariano, Continuación de la Historia de la Compañía de Jesús en Nueva España del P. Francisco Javier Alegre, I, Puebla 1888, 252
  18. Cfr. ALEGRE Francisco Xavier S.I., Historia de la Provincia de la Compañía de Jesús de Nueva España, III, Institutum Historicum S. J., Roma 1959., 239-240.
  19. José Mariano DÁVILA Y ARRILLAGA Francisco Xavier, Continuación de la Historia, I, 258.
  20. Ibídem, p.282.
  21. Schlarman , Joseph H. L.. Obra citada, pp. 197-199
  22. Bravo Ugarte, José. Obra citada, p. 284
  23. O'Neill, Charles E. y Domínguez, Joaquín María. Diccionario histórico de la Compañía de Jesús. Universidad Pontificia Comillas, España, 2001, p. 880.
  24. O'Neill, Charles E. y Domínguez, Joaquín María. Obra citada, p. 883
  25. Cfr. Ibídem, p. 884 y Zarandona, Antonio. Historia de la extinción y restablecimiento de la Compañía de Jesús. Tomo III. Imprenta de Dos Luis Aguado, Madrid, 1890pp. 24-25.
  26. Cfr. Ibídem, pp. 146-147.
  27. DECORME Gerard, Historia, I, 80.
  28. Carta del obispo de Oaxaca, Antonio Bergosa y Jordán, al rey Fernando VII, San Ángel 4 de septiembre 1815, en Archivo Histórico Nacional de Madrid (en adelante = AHNM), clero jesuitas, leg. 117 (1), exp. 4, fs. 2r.-4r.
  29. Carta del obispo de Oaxaca, Antonio Bergosa y Jordán, a Miguel de Lardizábal, Srio. de Estado, San Ángel 4 de septiembre 1815, en AHNM, clero jesuitas, leg. 117 (1), exp. 4, f. 6.
  30. Carta del arzobispo electo de México, Pedro José de Fonte y del Cabildo metropolitano de México al rey Fernando VII, México 2 de septiembre 1815, en AHNM, clero jesuitas, leg. 117 (2), exp. 18/1, fs. 12r.-13r. Carta del arzobispo
  31. Carta del arzobispo electo de México, Pedro José de Fonte, al Exmo. Sr. Don Miguel Lardizábal, Ministro Universal de Indias, México 2 de septiembre 1815, en AHNM, Madrid, clero jesuitas, leg. 117 (2), exp. 18/1, fs. 14r.-15r.
  32. Carta del obispo electo de Durango, Juan Francisco Castañiza, al rey Fernando VII, México 31 de julio 1815, en AHNM, clero jesuitas, leg. 117 (2), exp. 18/1, f. 4r.
  33. Ibidem, f. 6.
  34. Ibidem, fs. 4v.-5r.
  35. Ibidem, fs. 7v.-8r.
  36. Carta del obispo electo de Durango, Juan Francisco Castañiza, al rey Fernando VII, México 31 de julio 1815, en AHNM, clero jesuitas, leg. 116, exp. 2, f. 2.
  37. Ibidem, f. 4.
  38. Ibidem., fs. 4v.-7r.
  39. Cfr. Carta del obispo electo de Durango, Juan Francisco Castañiza, al virrey Juan Ruiz de Apodaca, Durango, 20 de abril 1818, en AHNM, clero jesuitas, leg. 116, exp. 2, fs. 61r.-66r.
  40. Cfr. Carta del provincial Pedro Cantón a Manuel Abad, Secretario de la Real Junta del Restablecimiento de los jesuitas, México 2 de diciembre 1818, en AHNM, clero jesuitas, leg. 116, exp. 2, fs. 38r.-39r.
  41. Cfr. Carta de José Manuel Esquivel, arcediano de la catedral de Durango, al rey Fernando VII, Durango 5 de noviembre 1815, en AHNM, clero jesuitas, leg. 116, exp. 2, fs. 35r.-36v.
  42. Cfr. GUTIÉRREZ CASILLAS José, Jesuitas, 20-30.
  43. DÁVILA ARRILLAGA José Mariano, Continuación de la Historia, II, 164.
  44. Cfr. GUTIÉRREZ CASILLAS, Jesuitas, 36-37.
  45. CASTAÑIZA GONZÁLEZ DE AGÜERO Juan Francisco de, Relación del restablecimiento de la Sagrada Compañía de Jesús en el reino de Nueva España, y la entrega a sus religiosos del Real Seminario de San Ildefonso de México, [México] 1816, 5.
  46. Ibidem, 15-18.
  47. Ibidem, 19-21.
  48. GUTIÉRREZ CASILLAS José, Jesuitas, 43-44.
  49. Catálogo de los sujetos que componen la Provincia de la Compañía de Jesús en México, México 29 de diciembre 1819, en AHNM, clero jesuitas, leg. 116, exp. 2, f. 114.


Bibliografía

  • Bravo Ugarte, José. Historia de México. Tomo II La Nueva España. JUS, 5 ed., México, 1970.
  • González de Cossío, Francisco (comp.). Crónicas de la Compañía de Jesús en la Nueva España. UNAM, México, 1979.
  • Höffner, Joseph. La ética colonial española del siglo de oro. Cristianismo y dignidad humana. Cultura Hispánica, Madrid, 1957.
  • O'Neill, Charles E. y Domínguez, Joaquín María. Diccionario histórico de la Compañía de Jesús. Universidad Pontificia Comillas, España, 2001.
  • Schlarman, Joseph H.L.. México, tierra de Volcanes. Porrúa, México, 14 edición, 1987.
  • Zarandona, Antonio. Historia de la extinción y restablecimiento de la Compañía de Jesús. Tomo III. Imprenta de Dos Luis Aguado, Madrid, 1890.


JUAN LOUVIER CALDERÓN/GUSTAVO WATSON MARRÓN